agenda política electoral No-reelección legislativa: La responsabilidad política invertida Juan Carlos Muciño González* Las caracterizaciones del autoritarismo mexicano y su inclusión en algunas tipologías generalmente no explican las razones que propiciaron y han mantenido de manera estable y perfeccionada —con relación a otros regímenes autoritarios— el régimen político mexicano. Sin embargo, ayudan a identificar e interpretar en él algunos componentes ideológicos básicos como el nacionalismo, principios de democracia liberal heredados de los liberales mexicanos del siglo XIX, el deseo de mayor justicia social y desenvolvimiento económico. Componentes que se mantuvieron en constante tensión y conflicto para dar forma a una política populista, paternalista, clientelista y poco democrática, denominada por algunos autores como una “democracia esotérica” (Johnson, 1984). Ese esoterismo fue percibido también por otros autores a partir de la institución de la no-reelección consecutiva. México es un caso atípico en el mundo de la política, además de Costa Rica, donde se prohíbe la reelección de manera consecutiva o inmediata1. Durante una visita a México, Giovanni Sartori llamó a esa prohibición de “extravagancia mexicana”. Ni sufragio efectivo ni reelección: una aproximación introductoria Desde 1823 hasta 1911 la sucesión presidencial se resolvía por la fuerza y no por la elección, que era mero simulacro supuestamente legitimador de previos actos de fuerza, o de la influencia del presidente saliente en pro de la elección de alguno de sus incondicionales o, incluso, de su propia reelección. * 1. Maestro en Ciencia Política por el Instituto Universitario de Pesquisas de Río de Janeiro (IUPERJ), Universidad Cándido Mendes. Rio de Janeiro, Brasil. Artículo 107 de la Constitución de Costa Rica. Hasta 1996, la Constitución de Ecuador también prohibía la “reelección sucesiva” (artículo 57), pero una reforma eliminó la restricción en ese año. 17 Desde el Supremo Poder Ejecutivo creado por el Congreso a la caída de Iturbide (1823) hasta Madero (elegido en 1911), México tuvo 17 gobiernos. De estos diecisiete gobiernos constitucionales, sólo cuatro, o tal vez cinco finalizaron al término de su período constitucional; los restantes fueron interrumpidos por derrocamiento, renuncia, licencia o muerte del gobernante respectivo (Emmerich, 1985). Los regímenes electorales del siglo XIX impedían, en grado variable, la expresión auténtica de la voluntad popular, la que en todo caso era entendida como la voluntad de la gente de razón; indios, desocupados, gente sin “empleo honesto”, no tenían lugar en el sistema político de la época. Pero hemos observado que, aun así, limitada de hecho y de derecho la capacidad de ser elector, las elecciones no significaban un mecanismo de selección de gobernantes a disposición de los ciudadanos. El sufragio indirecto, el sufragio restringido, la elección de presidente sin sufragio popular eran constantes de los regímenes electorales del siglo XIX, que servían sólo para mediatizar la voluntad popular y no, como tal vez se pensó, para evitar exacerbar las pasiones políticas. Si todo México era consciente de lo farsesco de este tipo de procesos electorales ¿quién podría creer que la autoridad presidencial fuera legítima porque hubiera ganado ante unas elecciones? Nadie, obviamente, y de ahí los continuos derrocamientos de presidentes de todo cariz, electos o no. Probablemente los autores de estas farsas electorales creyeran que con ellas estaban sentando las bases de un orden legítimo que perduraría en el futuro, y que previamente era inexistente. Podemos concluir, que hasta la elección de Madero, México no conoció elecciones libres y significativas, que implicaran cambios pacíficos de equipos y programas de gobierno. La lucha por el poder político se dirime en uno de los terrenos de la lucha de clases: el de la hegemonía y la dominación, y no en la “elección”; faltando una hegemonía que garantice un mínimo consenso, la “elección” pierde todo sentido real y no puede esperarse que su resultado sea respetado por los sectores en pugna. Desde una perspectiva electoral, el sistema político mexicano contemporáneo ha sido caracterizado como multipartidista pero no competitivo, debido al predominio casi absoluto de un partido oficial y a la consiguiente debilidad de los partidos de oposición. El proceso electoral en sí mismo es un fenómeno muy amplio que abarca tanto la formación y acción de grupos y partidos, la selección de candidatos y las campañas, como las elecciones mismas; además, tiene lugar tanto en el nivel municipal como en el estatal y federal. Sin embargo, toda la complejidad y significado del fenómeno se concentra en la instancia que reviste la mayor significación, o sea, la elección presidencial. 18 Fenómenos tales como la abstención, la manipulación de los votos, el fraude y en general la ausencia de una tradición democrática propician que los resultados cuantitativos de las elecciones reflejen mal los fenómenos cualitativos y substanciales de la vida política mexicana. El fraude electoral fue una constante del período, pues de lo contrario no es posible explicarse, entre otras cosas, votaciones estatales en donde el candidato oficial recibió el 100% de los votos. Las supermayorías del PRI posibilitaron un enorme poder presidencial que se tradujo en una impresionante, y muchas veces, perversa capacidad del Ejecutivo para reformar la Constitución e adaptarla según su propio proyecto de gobierno. En segundo lugar, la operación total de la mecánica política sugerida por Weldon (1997), principalmente la disciplina del partido gobernante, estuvo impregnada por el carácter no-democrático, no competitivo de las elecciones mexicanas en el periodo posrevolucionario. Por otra parte, la composición del Congreso, en particular de la Cámara de Diputados, favoreció al partido del Presidente por casi seis décadas. Hasta las elecciones legislativas de 1988, los partidos de oposición nunca sumaron más de 30% de las curules en la Cámara (Casar, 2002). La Tabla 1.1 muestra la evolución de la cámara baja de 1946 hasta 1997. De 1946 hasta 1963, las curules de la oposición en la Cámara de Diputados se mantuvieron en la media de 4.7%. Entre este último año y la reforma de 19771978 la oposición ocupó 17% de las diputaciones. Desde 1979 y hasta 1987, la presencia de la oposición alcanzó una media de 26.3%. Con eso, no sólo el PRI mantuvo la mayoría absoluta hasta 1988 (cuando la oposición ganó 48% de las curules), sino que controló, por lo menos, dos tercios del cuerpo legislativo, asegurando el control sobre alteraciones a la Constitución (Casar, 2002). Tabla 1.1. Representación en la Cámara de Diputados (número y porcentaje de curules por partido, 1946-1997) 1946 1949 1952 1955 1958 1961 1964 1967 1970 1973 1976 1979 1982 1985 1988 1991 1994 1997 PRI 141 142 151 153 153 172 175 177 178 189 195 296 299 289 260 320 300 239 % 95.9 96.6 93.8 94.4 94.4 96.6 83.3 83.5 83.6 81.8 82.3 Oposición 6 35 35 35 42 74 74.8 72.3 52 64 60 47.8 6 5 10 9 9 42 104 101 111 240 180 200 261 % 4.1 3.4 6.2 5.6 5.6 TOTAL 147 147 161 162 162 178 210 212 213 231 237 400 400 400 500 500 500 500 3.4 16.7 16.5 16.4 18.2 17.7 26 25.3 27.8 48 36 40 52.2 Fuente: CASAR, María Amparo. (2002). 19 El siguiente gráfico muestra claramente una transición, principalmente a partir de 1988 cuando el PRI cruzó el umbral de 72% de votos obtenidos en la elección anterior y que no volvería a recibir. Gráfico 1.1. Representación en la Cámara de Diputados (porcentaje de curules por partido, 1946-1997) Fuente: Elaboración propia, con base en Casar (2002). En otras palabras, no sólo dejó de ganar el 66% de las votaciones para garantizar la mayoría calificada en la Cámara como tampoco conservó la mayoría absoluta (50%+1). Desde 1988 ningún partido cuenta con la mayoría calificada y a partir de 1997 ningún partido cuenta con la mayoría absoluta. Tal escenario político ha sido producto de la creciente competitividad electoral de las últimas elecciones y de la presencia del sistema electoral mixto. Por lo tanto, nadie en México, como dice Lujambio, podría afirmar seriamente que todas las elecciones ganadas por el PRI desde su nacimiento se deben a la práctica del abuso y fraudes electorales. Simplemente, el carácter no-competitivo del sistema partidista facilitó la delegación del poder del PRI al presidente. Fue así que el poder metaconstitucional del jefe del Ejecutivo quedó fuertemente asociado al carácter no-democrático del régimen político mexicano. Como en Costa Rica, México no tiene reelección presidencial ni reelección consecutiva para otros cargos como los del Congreso. Sin embargo, las consecuencias de eso son muy diferentes en tales países, porque los presidentes en México fueron por mucho tiempo los líderes incuestionables del único partido (PRI) que tenía la posibilidad real de ganar las elecciones presidenciales, otorgándoles una enorme fuente de poder para manipular resultados electorales. Por otro lado, las carreras políticas en México no dependían de la representación 20 del electorado, sino del apoyo obtenido por parte del presidente. Por tanto, el modo mediante el cual el PRI delegaba poder al Presidente y la consecuente disciplina parlamentaria de sus fracciones en el Legislativo ante las iniciativas enviadas por el Ejecutivo, se explican, en buena medida, por la expectativa, garantizada de permanencia en el poder. Así, el presidente funcionó como el punto central del sistema político y principal promotor de las carreras políticas en México. “La Presidencia es la piedra de toque de la estructura gubernamental y política de la República Mexicana [...] el centro donde se toman las decisiones en el sistema político mexicano” (Gabbert, 1992). “La institución presidencial es la columna central del régimen [...] el punto de convergencia, el árbitro de los conflictos entre grupos sociales y políticos [...]” (Crespo, 1996). Cosío Villegas (1972) dice que las dos instituciones más importantes del sistema político mexicano son la institución presidencial y el partido oficial. Según Córdova (1993) el presidente es el “árbitro supremo” a quien los principales actores de la política en la política mexicana se someten para obtener legitimidad y resolver sus diferencias. Las raíces de una extravagancia Uno de los principios jurídico-políticos de mayor relieve en el sistema político mexicano se encuentra en la no reelección del presidente de la República. Ese principio es una de las bases que han configurado nuestro actual sistema político y una de las causas más importantes de la estabilidad de que ha gozado por más de cinco décadas. La constitución de Apatzingán, en su artículo 135, señaló que ninguno de los tres miembros que integraban el supremo gobierno podía ser reelecto sino hasta que hubiera transcurrido un trienio después de su administración. La constitución federal de 1824 siguió las mismas líneas del decreto de Apatzingán, ya que el artículo 77 indicó que el presidente no podía ser reelecto en ese cargo sino hasta el cuarto año después de haber terminado sus funciones (Carpizo, 1985). La constitución centralista de 1836 permitía la reelección indefinida del presidente. En el proyecto de mayoría de la Comisión, así como en el tercer proyecto de constitución del año de 1842, se permitía la reelección indefinida del presidente. En cambio, el proyecto de la minoría de la Comisión, en su artículo 57, regresaba al sistema de Apatzingán de 1824, ya que quien hubiera ocupado la Presidencia por más de un año no podía ser reelegido sino hasta después de un cuatrienio. En las bases de la organización política de 1843 se permitió la reelección indefinida del presidente (Carpizo, 1985). 21 En el acta de reformas de 1847 se regresó al sistema previsto en la constitución de 1824. El Plan de Tuxtepec de 1876 fue el manifiesto de Díaz en contra de Lerdo, y el principio más importante del plan era el postulado de la no-reelección del presidente. Cuando Díaz llegó a la Presidencia, a fin de cumplir con la promesa de Tuxtepec se reformó la Constitución el 5 de mayo de 1878, asentándose que el presidente no podría ser electo para el período inmediato, es decir, después sí. Esta reforma introdujo en la constitución de 1857 el sistema que había asentado tanto la constitución de Apatzingán como la de 1824 (Carpizo, 1985). El 21 de octubre de 1887 se volvió a reformar el artículo 78 para permitir que el presidente pudiera ser reelecto para el período inmediato, prohibiéndose la reelección para un tercer período si antes no hubiesen transcurrido cuatro años. De nueva cuenta, el 20 de diciembre de 1890 se modificó el artículo 78 para regresar a la disposición original de la constitución de 1857: la admisión para la reelección podía ser indefinida (Nacif, 1997). En el programa del partido liberal, de 1906, se manifestaba que se debía suprimir la reelección del presidente y de los gobernadores de los estados y que estos funcionarios sólo podrían ser elegidos nuevamente hasta después de dos períodos de los que se desempeñaron. En el Plan de San Luis Potosí, expedido por Don Francisco I. Madero el 5 de octubre de 1910, se declaraba como ley suprema de México el principio de no-reelección del presidente, del vicepresidente, de los gobernadores de los estados y de los presidentes municipales. En 1916, Venustiano Carranza redactó un decreto que prohibía la reelección presidencial y establecía el nuevo período presidencial de cuatro años. El Constituyente de 1916-1917 aprobó, con cambios muy menores, el dictamen del artículo 83 que contenía el principio de no reelección que le presentó la Comisión de Constitución. En 1924, el General Obregón designó a Calles como su sucesor en la Presidencia con el deseo de sustituirlo después de su período de cuatro años. En octubre de 1925, el Partido Agrarista propuso la modificación constitucional que permitiría la reelección de Obregón, aunque no obtuvo resultado positivo debido a la posición del partido laborista; pero en enero de 1926 el Congreso aprobó la reforma, y el 22 de enero de 1927 se publicó en el Diario Oficial. El segundo párrafo del artículo 83 quedó redactado en la forma siguiente: “No podrá ser electo para el período inmediato. Pasando éste, podrá desempeñar nuevamente el cargo de presidente, sólo por un período más. Terminando el segundo período de ejercicio, quedará definitivamente incapacitado para ser electo y desempeñar el cargo de presidente en cualquier tiempo” (Carpizo, 1985). El 24 de enero de 1928 se volvió a reformar de nueva cuenta el artículo 83, cuyo primer párrafo asentó que “el presidente entrará a ejercer su encargo el primero de diciembre, durará en él seis años y nunca podrá ser reelecto para el período inmediato”: como se deduce el texto, un presidente podría ser reelecto en varias ocasiones, siempre y cuando no fuera para el período inmediato. 22 La muerte de Obregón hizo posible que el 29 de abril de 1933 apareciera publicado en el Diario Oficial una nueva reforma al artículo 83, que es la que subsiste hasta nuestros días: “El presidente entrará a ejercer su encargo el primero de diciembre y durará en el seis años. El ciudadano que haya desempeñado el cargo de presidente de la República, electo popularmente, o con el carácter de interino, provisional o sustituto, en ningún caso y por ningún motivo podrá volver a desempeñar ese puesto” (Carpizo, 1985). El principio de no-reelección no admite simulaciones, como sería que el presidente escogiera a su sucesor fuera su esposa, un hijo o una persona con características similares. La operatividad del principio de no-reelección exige que cuando éste sea real y pleno no permite ningún falseamiento; si éste se diera, más allá del sentido gramatical de la ley fundamental, se estará violentando el significado real o político del principio de no reelección en el sistema mexicano. Ahora bien, hay que tener en cuenta que el principio de no-reelección en la constitución mexicana de 1917 se establece en la forma siguiente: a) El presidente de la República y los gobernadores electos por el pueblo jamás pueden volver a ocupar ese cargo; b) Los gobernadores interinos, provisionales o con cualquier denominación, no pueden ser gobernadores para el período inmediato, pero después sí; c) Los senadores y diputados federales no pueden ser reelectos para el período inmediato pero después sí; d) Los diputados a las legislaturas locales no pueden ser reelectos para el período inmediato, pero después sí; e) Los presidentes municipales, regidores, síndicos de los ayuntamientos electos por el pueblo no pueden ser reelectos para el período inmediato, pero después sí; y si desempeñan esos cargos por designación de alguna autoridad, entonces no pueden ser electos para el período inmediato; f) Los senadores y los diputados federales y locales suplentes pueden ser electos para el período inmediato siempre que no hubieren estado en ejercicio, pero los propietarios no pueden ser electos para el período inmediato con el carácter de suplentes (Carpizo, 1985). El aspecto anterior no fue cuestionado hasta 1964, cuando la diputación del Partido Popular Socialista presentó el proyecto para adicionar el artículo 54 constitucional con una nueva fracción que señalara que los diputados podían ser reelectos. En México, todo lo relacionado con el principio de no-reelección, por las razones históricas expuestas, aunque no se refieran al Presidente de la República, adquiere aspectos políticos muy delicados y se convierte en objeto de ásperas discusiones. El principio de no-reelección es en nuestro país, no sólo una norma jurídica y de postulado político, sino algo más: una de las tres columnas sobre las cuales se asienta el actual sistema jurídico-político de México. 23 La institución de la no-reelección legislativa Como ya se ha dicho, la institución de la no-reelección consecutiva o inmediata en México, se refiere a la prohibición establecida en el artículo 59 constitucional para que los legisladores se reelijan para periodos consecutivos, a pesar de que puedan hacerlo después de un periodo intermedio. Artículo 59. Los senadores y diputados al Congreso de la Unión no podrán ser reelectos para el periodo inmediato. Los senadores y diputados suplentes podrán ser electos para el período inmediato en el carácter de propietarios, siempre que no hubiesen estado en ejercicio; pero los senadores y diputados propietarios no podrán ser reelectos para el periodo inmediato en su carácter de suplentes. La cláusula de no-reelección consecutiva fue establecida el 29 de abril de 19332 como resultado de una propuesta del Partido Nacional Revolucionario (PNR), antecedente del PRI. La reforma buscaba prohibir la reelección en dos sentidos: en términos absolutos para Presidente de la República y gobernadores de los estados; y solamente de forma consecutiva para senadores, diputados federales, estatales y alcaldes (Ugalde, 2000). Uno de los principales argumentos expuestos por los simpatizantes de la reforma anti-reelección fue que evitaría el continuismo y la formación de grupos políticos dominantes dentro del Congreso, gobiernos y legislativos locales. De ese modo, para sus promotores, la cláusula de no-reelección intensificaría una sana circulación de elites en la vida política nacional. No obstante, detrás de esas razones, la motivación más importante era consolidar el poder del PNR en el ámbito nacional y en diversas regiones del país, reduciendo la influencia y poder de los congresos y gobiernos locales, así como de los ayuntamientos (Arnaut, 1996). Esta reforma institucional tendría efectos duraderos y considerables sobre la lógica y la naturaleza de las relaciones entre Ejecutivo y Legislativo en México. En el corto plazo, hizo que los presidentes participaran directamente en la conformación de las listas de los candidatos para el Congreso, generando con eso lealtades que colocaron al Ejecutivo como actor central de la promoción de carreras políticas. En el medio plazo, la no-reelección contribuyó en la concentración de poder en el ámbito nacional y, a pesar de no haber disminuido la fuerza de los caciques locales gradualmente muchos de ellos usaron su influencia y dinero para apoyar al partido oficial en perjuicio de los partidos y congresos locales o estatales. Por tanto, las reformas constitucionales 2. La reelección consecutiva fue una práctica común en México durante la mayor parte del siglo XIX y hasta 1933. Antes de eso, México tuvo una experiencia que prohibía la reelección consecutiva entre 1814 y 1824. Sin embargo, las constituciones de 1824, 1843, 1847 y 1917 eliminaron esa prohibición, haciendo posible la reelección consecutiva sin límites (Béjar, 1995). Resulta importante apuntar que en 1964 hubo un intento por reinstalar la reelección consecutiva en México. (Para conocer más sobre esa reforma, consultar: CHRISTLIEB, Adolfo. (1965), Crónicas de la no-reelección, México, Ediciones de Acción Nacional). 24 de 1933 permitieron al PNR montar un sistema nacional de rotación de cargos para que los líderes partidistas pudiesen premiar y castigar la lealtad de los diputados (Nacif, 1997b). Los políticos, dentro de sus cargos y fuera de ellos, se volvieron completamente vulnerables y dependientes del mecanismo más fuerte y eficaz de promoción política: el partido de la revolución (Nacif, 1997b). En suma, después de 70 años de existencia, la institución de la no-reelección consecutiva en México no sólo afectó el funcionamiento de los congresos estatales, sino también la capacidad de vigilancia y el papel de contrapeso del Congreso federal ante el Ejecutivo. Sobre todo porque impacta sobre el perfil de los diputados obstruyendo la experiencia legislativa, desincentivando la especialización política en el interior de la cámara y cancelando la posibilidad de reclutar políticos con calidad profesional (Ugalde, 2000). Por lo tanto, la interrupción existente entre un periodo y otro desincentiva al legislador para intentar ser reelecto, inmediatamente después de haber quedado fuera del cargo durante una legislatura. De hecho, para completar tres cargos en la Cámara, un diputado debe invertir 15 años, de los cuales seis queda fuera. Consecuencia de eso es la escasa experiencia en las carreras legislativas de los diputados mexicanos en la Cámara. Tabla 1.2. Experiencia en el cargo de los diputados mexicanos en función (porcentaje de legisladores) No. de periodos 1982-1985 1985-1988 1988-1991 1982-1991 Sin experiencia 86.5 81.0 78.9 81.9 Uno 9.4 16.0 19.5 15.2 Dos o más 4.2 3.0 1.6 2.9 Fuente: NACIF, Benito. (2002:259). Como se observa en la Tabla 1.2, en media, ocho de cada 10 diputados en México no tienen experiencia previa en el cargo. A cada tres años, la Cámara tiene que reinventarse a sí misma. 500 diputados que dejan sus cargos emprenden la búsqueda de nuevos cargos políticos, mientras que simultáneamente 500 novatos asumen el control de la Cámara3. 3. Dos características peculiares del Legislativo mexicano son la selección de senadores y diputados “alternos” y la prohibición de la reelección. De acuerdo con William P. Tucker, el concepto de legislador “alterno” es originalmente español y puede ser encontrado en todas las constituciones políticas desde 1824. Para cada senador y diputado, por tanto, un alterno es electo. Un parlamentar sustituye a otro por alguna razón (muerte, problemas de salud o renuncia para candidatarse para otro cargo), consecuentemente un alterno es libre para procurar, al final de su mandato, otro cargo y, ocasionalmente, se encuentran senadores alternos siendo electos para tres años más en una diputación o seis en un gobierno estatal (Camp, 1995). 25 A pesar de la reelección estar permitida después de un periodo intermedio, la mayoría de los diputados que asumen sus cargos en el inicio de cada legislatura, lo hacen por la primera vez. En el periodo 1970-1997, sólo 17.5% de los nuevos legisladores tenía experiencia previa en la Cámara (Ver Cuadro 1.1). En otras palabras, de los 3,881 diputados que pasaron por la cámara durante ese periodo, sólo 593 habían sido diputados al menos una vez. El resto, arriba de 80%, no estaba familiarizado con los asuntos de la Cámara (Ugalde, 2000)4. Cuadro 1.1. Porcentaje de diputados reelectosa en México (1970-1997) Legislatura % 1970-1993 12,7 1973-1976 14,7 1976-1979 16,2 1979-1982 17,8 1982-1985 13,9 1985-1988 22,0 1988-1991 21,6 1991-1994 16,9 1994-1997 18,0 Media 17,5 Fuente: Ugalde (2000:112) a Al menos con un periodo intermedio, como exigido por la Constitución. De modo que, al bloquearse la posibilidad de realizar carreras legislativas, en el largo plazo, la no-reelección aliena a los políticos ambiciosos y competentes que no perciben a la Cámara como vehículo atractivo para iniciar o consolidar una carrera política. De ese modo, los diputados tienen que buscar alternativas fuera de la Cámara al llegar el fin de su periodo, haciendo que esa “obligación” de dejar el cargo limite la “ambición estática” y fomente la “ambición progresiva” de los parlamentares. Es así que la Cámara se convierte en una “estación temporal” en las carreras de los políticos mexicanos y nunca en un fin profesional. En la opinión de Jack Gabbert, 4. Una situación similar ocurre en Costa Rica (otro país con no-reelección consecutiva). Durante el periodo de 1949-1996, apenas 13% de los miembros de la Asamblea fueron reelectos, al menos una vez. El restante 87%, apenas legisló durante un periodo (Mainwaring & Shugart, 1997:207). 26 [...] el Congreso sirve como escalón para ascender en las carreras de los políticos [...] y como sinecura para recompensar la fidelidad al partido (Gabbert, 1992). La teoría de la ambición política anticipa que políticos orientados a las políticas no se comportarán de forma muy diferente a la de los políticos “buscadores” de cargos (office-seeking). Esta teoría argumenta que, a lo largo de sus carreras, los políticos que no prestan suficiente importancia a sus metas serán apartados de la política (Schlesinger, 1996). Schlesinger identifica tres tipos de ambición en la carrera política, de las cuales cada una tiene una conexión electoral única: ambición progresiva, la finalidad de obtener cargos políticos cada vez más altos; ambición estática, el objetivo de mantener los cargos por el mayor tiempo posible durante la carrera política; y ambición discreta, cuyo objetivo es retornar a la vida privada después de un servicio limitado (Schlesinger, 1996). Políticos que mantienen ambiciones discretas, difícilmente tienen una motivación electoral clara en sus comportamientos porque no se importan con la conservación de sus cargos. En contraste, políticos con ambiciones progresivas o estáticas, están vinculados con sus electores a través de su deseo de ganar futuras elecciones. No obstante, la anticipación de la competencia puede crear importantes diferencias entre aquellos que mantienen ambiciones progresivas y aquellos cuyas ambiciones son estáticas (Maestas, 2003). El concepto de ambición estática está más vinculado con los argumentos típicos utilizados en la explicación del comportamiento legislativo, donde la meta principal del legislador es la reelección en el cargo. Por tanto, el caso mexicano se caracteriza por el tipo de ambición progresiva de los parlamentares, en donde la institución de la no-reelección consecutiva es una importante restricción para las estrategias de los políticos por mantener y procurar más cargos en sus carreras. De ese modo, la ambición progresiva de los diputados legisladores mexicanos se ve reflejada en la atractiva posibilidad de construir carreras políticas a través de la diversificación de su participación en la competencia electoral para otros cargos como el Senado o gobiernos estatales. En una encuesta de opinión en la cual se preguntó a los diputados de la LVII Legislatura (1997-2000) acerca de sus ambiciones futuras, se fortalece el argumento de que las curules del Senado, gobiernos estatales y los cargos en el partido constituyen los caminos más buscados por los diputados para avanzar en sus carreras políticas. La primera meta son los cargos de elección (Senado y gobiernos estatales), mencionada por 30% de los diputados. La segunda meta son las organizaciones sociales (básicamente sindicatos, ONG´s y organizaciones campesinas), mencionadas por 15% de los diputados, 8% mencionaron el partido y sólo 7% mencionó el gobierno federal como su próxima meta de avance político (Ugalde, 2000). 27 Cuadro 1.2. Próxima meta de los diputadosa. LVII Legislatura (1997-2000) Meta % Cargo de elección popular 30 Organizaciones sociales 15 Sector privado 13 Academia e investigación 11 Gobiernos estatales 10 Estructura del partido 8 Gobierno Federal 7 Otros 4 Fuente: Entrevista de “Reforma”, N=164. En Ugalde (2000:121) a Pregunta: ¿Una vez que termine su periodo como diputado, a qué cargo aspira? Post scriptum La no-reelección consecutiva en México tiene, por tanto, un efecto de dispersión sobre las metas en las carreras políticas de los legisladores, que aún pueden ser caracterizados como buscadores de oportunidades y promociones externas para otros cargos de elección popular. Mientras que sus objetivos dentro del cargo pueden variar sustancialmente, ya en la arena electoral sus estrategias pueden ser muy parecidas. Los diputados dependen también de la reputación de su partido para ganar cargos y avanzar en sus carreras políticas. Consecuentemente, los diputados mexicanos no tienen incentivos electorales para ir en contra de la línea partidista. Legisladores no-cooperativos van a encarar fuertes sanciones en términos de oportunidades para sus carreras políticas (Nacif, 2002). Por lo tanto, la existencia de la no-reelección consecutiva en México, diluye la conexión electoral que debería existir entre representantes y representados, “invirtiendo” la dirección de la responsabilidad política de los legisladores mexicanos (Ugalde, 2000). Esto quiere decir que los legisladores son políticamente responsables ante sus líderes y no ante sus electores. Paralelamente a ese proceso de desvinculación política, ocurre otro en sentido inverso que estimula y aumenta la responsabilidad de los legisladores, pero ante el Ejecutivo y sus partidos (Casar, 1999; Nacif, 1997b). Esa vinculación es resultante de las atribuciones de promoción política del Ejecutivo para recompensar a los diputados con candidaturas y cargos en la administración pública. 28 Referencias Bibliográficas • • • • • • • • • • • • • • • EMMERICH, Gustavo Ernesto. (1985), “Las elecciones en México, 18081911 ¿Sufragio Efectivo? ¿No-reelección?”, en GONZÁLEZ Casanova, Pablo, Las Elecciones en México. Evolución y Perspectivas, México, Siglo XXI Editores. CARPIZO, Jorge. (1985), “El principio de No-Reelección”, en GONZÁLEZ Casanova, Pablo, Las Elecciones en México. Evolución y Perspectivas, México, Siglo XXI Editores. ARNAUT, Alberto. 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