Unidad 9 • Concepción de los gastos públicos en la hacienda clásica y en la hacienda moderna Concepción de los gastos públicos en la hacienda clásica y en la hacienda moderna Los gastos públicos en la hacienda pública clásica y en la hacienda pública moderna El Estado tiene en los gastos públicos un instrumento decisivo para el cumplimiento de sus fines. Estas erogaciones son de carácter imperativo y están dirigidas a cubrir los servicios públicos y las necesidades de la organización estatal. Normalmente el Estado calcula los ingresos en función de lo que piensa gastar. Desde este punto de vista, el Estado analiza las distintas necesidades de la colectividad y de su propia subsistencia; con base en esto, determina el tipo y montos de las cargas tributarias que puedan soportar los obligados al pago de impuestos. Pensamos que los gastos públicos se justifican por el hecho de que previamente se ha decidido la supervivencia del Estado como organización política. Esta debe, por lo tanto, disponer de medios o instrumentos para satisfacer las necesidades que se demandan en forma de servicios públicos, gastos de administración, inversiones, etc. La verdadera naturaleza de los gastos públicos no es, en opinión de DUVERGER, demasiado importante, ni son éstos un problema de orden financiero, año fundamentalmente administrativo-político. Para los hacendistas clásicos, la ubicación de un determinado gasto —ya fuera para la educación, la agricultura, etc.— no implicaba un planteamiento de tipo financiero; más bien era una cuestión de elección política entre las diversas actividades del Estado. En la doctrina más ortodoxa de la Hacienda Clásica, la verdadera importancia de los gastos públicos estaba en su monto global, y no en su composición. Esto, como lo afirma el citado autor, es muy justificable, ya que la concepción clásica de la Hacienda Pública era la más fiel defensora del equilibrio presupuestario. Esta concepción condenaba cualquier exceso en los gastos que implicara un desequilibrio del presupuesto gubernamental. La Hacienda Pública Moderna tiene un punto de vista diferente acerca de las erogaciones que realiza el Estado: para ésta, es más importante la composición de los gastos, que su suma global. Sostiene, que los gastos públicos son un instrumento — mas no el único— que el Estado emplea para actuar financieramente. En realidad, los hacendistas modernos no menosprecian la importancia del monto de los gastos, pero podríamos afirmar que una de sus preocupaciones principales es estudiar el contenido de las erogaciones públicas y que, en consecuencia, se inclinan por el aspecto cualitativo de dichas erogaciones, en contraposición a su aspecto cuantitativo en la Hacienda Clásica. El Estado aplica los gastos a innumerables fines y destinatarios. Paga determinada cantidad a una empresa extranjera por la compra de tecnología para una industria estatal. Derrama ciertas cantidades entre un número indeterminado de damnificados. Cumple con una obligación administrativa al liquidar una obra pública que corrió a cargo de particulares. Mensualmente le entrega cierta cantidad de dinero a un pensionado. Todos estos pagos son extracciones de la gran caja de la tesorería nacional que contiene fondos provenientes de los créditos internos o empréstitos internacionales, de la emisión de moneda, de la recaudación de impuestos, etc. Cada cantidad que el Estado gaste forzosamente deberá provenir de un ingreso. Toda erogación del Estado es un gasto de carácter público, pero existen diferentes clases de erogaciones según se trate, por ejemplo, de un gasto para la agricultura, para el pago de una deuda o una pensión, para cubrir los servicios públicos, para la compra de armas, para retribuir a los funcionarios y empleados al servicio del Estado, etc. Claramente el pago de la deuda exterior no es lo mismo que el otorgamiento de subsidios que se hace a particulares con el fin de fomentar la producción o productividad de cierta rama de la industria. Lo primero representa el cumplimiento de un compromiso de deuda pública, mientras que lo último constituye un incentivo y un mecanismo de control del Estado para intervenir en la vida económica. Tampoco es igual una erogación para satisfacer necesidades de tipo social, como, por ejemplo, la construcción de hospitales, que una inversión en empresas estratégicas, básicas o necesarias para el desarrollo del país. La primera erogación puede tener como fin simplemente ayudar a proteger y a restablecer la salud de ciertas personas marginadas. En el segundo caso se trata fundamentalmente de fortalecer la independencia económica y de crear la infraestructura necesaria para el desarrollo a largo plazo de un país. De esta forma, podemos ver que aun cuando el monto global de los gastos es una cuestión de suma importancia, también lo es, en un momento determinado, la propia composición de las erogaciones. De hecho, los aspectos cuantitativos y cualitativos del gasto son temas capitales de la Hacienda Pública Moderna. Los hacendistas clásicos sostenían que los gastos públicos eran un con-sumo, mientras que los hacendistas modernos sostienen que son una simple transferencia de riqueza. En el primer caso, el gasto era un elemento destructor; en el segundo, es un cambio en la posesión de la riqueza. En la Hacienda Clásica el ideal tácito era el Estado “avaro”. Para ésta, los gastos públicos eran males necesarios, teniendo el poder público la obligación de gastar estrictamente lo indispensable. Asimismo, consideraba que las funciones estatales debían circunscribirse casi exclusivamente a prestar servicios públicos, y vigilar por la seguridad exterior y el orden público interior. Los clásicos alegaban que los gastos públicos eran un consumo de los bienes que estaban a disposición de la colectividad y que, a mayor consumo público, menor cantidad de bienes disponibles para los particulares. Esto traía como consecuencia un aumento en la pobreza de la población. La adopción de las tesis financieras de la Hacienda Clásica por algunos sectores de la sociedad y del gobierno les ha llevado a afirmar que los gastos públicos van a un “pozo sin fondo”, así como que el Estado es un ente insaciable de dinero, que malgasta los recursos de la nación y la conduce a la ruina económica y social. Claro está que los gobernantes de un Estado pueden tener poca o mucha sensatez para aplicar el gasto, pero sentimos que es muy infundada la opinión de que el gasto público es una pérdida de riqueza y un empobrecimiento de la colectividad. Un gasto público mal canalizado puede causar serios problemas en la economía, sobre todo si los recursos expendidos salen de la corriente económica del país. Sin embargo, los pagos que se hacen a países extranjeros son, generalmente, por la adquisición de algún bien, servicio o tecnología, que seguramente ha redituado un mejoramiento al país comprador. No hay tal “pozo sin fondo”; a lo más, hay políticas de gasto adecuadas o no adecuadas, más o menos eficaces, pero en ningún caso se trata de un gasto irremediablemente perdido. En la Hacienda Clásica, a cada categoría de gastos correspondía una de ingresos. Los gastos a cargo del Estado eran de dos tipos: ordinarios y extra-ordinarios. Los primeros se destinaban a cubrir los servicios normales del Estado, mientras que los segundos constituían la excepción, se aplicaban para satisfacer las necesidades de emergencia, surgidas de guerras, problemas económicos imprevistos, la construcción de obras de infraestructura, etc. y además, podían cubrirse con empréstitos. Los hacendistas modernos dejaron atrás la clasificación de gastos ordinarios y extraordinarios, sustituyéndola por la de “gastos de funcionamiento” y “gastos de capital”. Los gastos de funcionamiento se destinan a los servicios públicos y al mantenimiento normal del Estado. Estas erogaciones no constituyen una transferencia del capital del sector público al privado, ni una capitalización ara el Estado; se emplean para el pago de personal, mantenimiento de equipo, alquileres de bienes muebles e inmuebles, adquisición de insumos necesarios, etc. En cambio, los “gastos de capital” sí constituyen auténticas transferencias de capital de un sector a otro que afectan la riqueza de la nación; se destinan a la compra de equipo, inversiones físicas y financieras, etc. En términos generales, este tipo de gastos corresponde a la clasificación de los “gastos extraordinarios” para la Hacienda Clásica, pero no son erogaciones anormales, extraordinarias o excepcionales. Son gastos normales, y tan necesarios, que se han convertido en ordinarios, dado el papel actual que el Estado juega en la sociedad. Entre ambas clasificaciones —clásica y moderna— de los gastos, hay no sólo una diferenciación de nombres, sino una distinción material de fondo. Por ejemplo, los “gastos extraordinarios” se clasificaban en grandes rubros: gastos para la reconstrucción después de una guerra, para grandes obras, etc. En cambio, los “gastos de funcionamiento y de capital” no se clasifican en grandes rubros; su clasificación es detallada, de modo que en ocasiones lo que en un momento era un gasto de funcionamiento pasa a ser un gasto de capital. Este detalle y precisión de los gastos permite ubicar el objetivo y destino de cada erogación dentro de las grandes políticas del gasto público. La pugna entre la concepción clásica y la moderna de los gastos públicos, como señala DUVERGER, tiene en gran parte un carácter político. Los defensores de la concepción clásica son conscientes de que los gastos públicos no son aniquiladores y destructivos; saben que se trata de una redistribución pública de recursos. Sus oposición al gasto público no es tanto porque estén convencidos de que los particulares sean superiores al Estado para manejar la riqueza; más bien podría ser que la exacción de rentas privadas, para su posterior redistribución, los lesiona en sus intereses económicos. Esto no si significa, añade DUVERGER, que necesariamente los partidos de derecha inclinen por la concepción clásica, y los de izquierda por la concepción moderna, de los gastos públicos. En ocasiones, los partidos de izquierda han defendido la concepción clásica, y los partidos de derecha, la concepción moderna. Diferencias entre el gasto privado y el gasto público Importa mucho distinguir entre gasto público y gasto privado. La definición clásica de los gastos públicos es de carácter esencialmente jurídico: el gasto público lo es tal por ser una erogación nacida de la voluntad estatal o por emanar de un órgano o institución de carácter estrictamente público. A la vez, la Hacienda Clásica ha considerado que los gastos privados son aquellos que provienen de los particulares o de las colectividades de particulares, como son las sociedades, las asociaciones, etc. Esto significa que el carácter de público o privado depende del sujeto que eroga: Es público cuando el sujeto es el Estado o cualquiera de sus órganos o instituciones; y es privado cuando el sujeto es un particular o una asociación de particular Viendo así las cosas, no es difícil distinguir si un gasto es de tipo público o de tipo privado. Sin embargo, a partir del siglo XX, y principalmente después de las dos guerras mundiales, la diferencia entre uno y otro gasto es mucho más complicada debido a la creciente intervención del Estado en la vida económica de una nación. El abandono del patrón rígido del Estado liberal ante el surgimiento de un Estado más dinámico y rector de la vida social y económica de un país vino a propiciar la creación de numerosas empresas por la vía de constitución de sociedades en forma originaria y, otras veces, por la vía de la nacionalización. Empresas estatales como las de construcción de ferrocarriles, de generación, conducción y venta de energía eléctrica, de petróleo y petroquímica, entre muchas, alteraron radicalmente la concepción del gasto público. Aunque estas empresas están generalmente organizadas según los modelos de organización de corte privado, esto no significa que sus erogaciones sean consideradas gasto privado, inclusive ni cuando sus bienes y servicios sean muy similares a los producidos por una empresa privada. Con el nacimiento y proliferación de este tipo de organismos se hace más difícil precisar la diferencia de naturaleza entre la erogación pública y la privada. Distinguir entre un gasto público y un gasto privado no resulta tan obvio cuando se trata de organismos públicos de composición mixta: Por ejemplo, de una empresa pública con acciones del Estado y con acciones de particulares. Ya hemos anotado que la Hacienda Clásica definió el gasto público desde una perspectiva estrictamente jurídica, atendiendo principalmente a que las erogaciones del Estado, o de cualquiera de sus instituciones u organismos, provenían de entes con personalidad jurídica que corresponden a personas morales de Derecho público. La Hacienda Moderna se ha separado de las concepciones poco flexibles de la Hacienda Clásica y, al definir el gasto público, la en consideración diversos elementos extrajurídicos que. de acuerdo con vida moderna, son de una importancia mayor. Los elementos sociales y económicos del gasto público son tan fundamentales que ahora es necesario definirlo desde un punto de vista socioeconómico, sin excluir, por supuesto, el siempre indispensable elemento jurídico. Es así como los gastos públicos se contemplan ahora multidisciplinariamente, haciéndose especial hincapié en la importancia de la inversión estatal, a través de las políticas de gasto, en los procesos económicos. Para la definición del gasto público no se tiene como elemento de partida su concepción jurídica sino, fundamentalmente, su concepción sociológica, económica y política. Para esta definición es muy necesario saber que el Estado goza de una única personalidad jurídica que se puede manifestar de diversas formas, y que los actos de autoridad deben de emanar de normas abstractas y generales que los permitan. El principio de legalidad de todo acto estatal, si bien es importante, no es determinante en la nueva dimensión del gasto. Algunos tratadistas franceses piensan que los gastos públicos son sólo aquellos que el Estado realiza cuando ejerce su poder de mando, razón por la cual las erogaciones de las empresas estatales no se consideran gasto público, siguiendo este criterio, serán gastos públicos inclusive los que realicen algunos particulares o asociaciones de particulares si el Estado les ha encomendado algunas funciones de carácter público. Este punto de vista, aunque es muy respetado, no se adecua a la teoría y práctica hacendaria mexicanas. En nuestro país son gastos públicos todas las erogaciones que efectúe el Estado a través de cualquiera de sus órganos, sin importar la índole del poder o la naturaleza orgánica de dichos entes públicos. Hay una identidad entre “gasto público” y “gasto del sector público”. Estas erogaciones son las comprendidas en el Presupuesto de Egresos de la Federación y las que resulte consignadas en el documento de la cuenta pública a cargo del Ejecutivo federal, la cual debe ser revisada y aprobada, en su caso, por la Cámara Diputados. Por otra parte, los mecanismos de los gastos públicos son distintos a los mecanismos de los gastos privados. Por lo general, cuando un particular gasta, recibe directamente algo a cambio. Esto no siempre pasa con el Estado. En los casos de los subsidios a la exportación o de los pagos de seguridad social —por mencionar sólo dos—, el Estado no recibe un bien material o un servicio del subvencionado ni del beneficiario de la seguridad social. Podría alegarse que el Estado recibe, indirectamente, el siguiente beneficio de un subsidio a la exportación: el exportador, al ver aumentada su capacidad de exportar, estará en mejores posibilidades de dar empleo a cierto número de trabajadores, lo que a su vez causará un aumento en los ingresos del Estado debido al cobro de impuestos por productos del trabajo. De cualquier forma, es evidente que el gasto privado responde a un interés particular, mientras que las erogaciones estatales se guían por el interés público. Gastos públicos útiles desde una perspectiva económica No debemos perder de vista la importante distinción entre los gastos públicos útiles y los no útiles desde una perspectiva económica. Las obras de infraestructura — las instalaciones eléctricas, caminos, presas, escuelas, etc.—tienen mucha mayor utilidad económica que si los recursos financieros utilizados fueran devueltos a los particulares y ellos les dieran otro destino, como podría ser un mayor consumo de artículos o simples depósitos bancarios. Definitivamente los particulares no tienen suficientes recursos ni la organización necesaria para emprender proyectos en obras de infraestructura. Entre las erogaciones del Estado que pueden catalogarse como no útiles económicamente están los gastos militares y de seguridad social, mas nadie puede negar su importancia para la colectividad. Los gastos de seguridad social ocupan un lugar principal en la escala de prioridades de una nación. Nos encontramos, en este caso, ante un interés público de igual o mayor dimensión que el interés de la productividad económica. Clasificación presupuestaria del gasto en la hacienda moderna La Hacienda Pública ha venido distinguiendo dos formas de clasificación del gasto: la administrativa, conforme a la organización estructural que las leyes y reglamentos establecen para los órganos estatales; y la económica, de acuerdo con las actividades económicas y con el papel que juegan los gastos públicos en los procesos de la economía nacional. La clasificación administrativa, que en un principio se estructuró en base a criterios estrictamente orgánicos, ha venido evolucionando hacia una concepción más funcional y menos organicista. La Hacienda Pública Moderna ha contribuido a la elaboración del presupuesto mediante una clasificación “funcional” de los gastos, basada en los costos de las distintas funciones del Estado. Con esta clasificación se pretende precisar el papel que desempeña el Estado dentro de la totalidad de las actividades públicas y privadas. Este sistema hace posible distinguir las funciones del Estado en el ámbito social, agrícola, industrial, militar, etc.