el matrimonio como sacramento

Anuncio
KARL RAHNER, S.T.
EL MATRIMONIO COMO SACRAMENTO
Uno de los temas más discutidos hoy día tanto fuera coma dentro de la Iglesia Católica
es el matrimonio. Sin embargo, su aspecto teológico-sacramental es quizá el menos
tratado. La profundización de este momento esencial del matrimonio es el objeto que se
propone Karl Rahner en este artículo. El fin que pretende, pues, es delimitar con
precisión el verdadero significado de esta verdad, nunca ausente de nuestros
catecismos y del saber común de los católicos, pero raramente bien entendida.
Die ehe als Sakrament, Geist und Leben, 40 (1967) 177-193
El sacramento en general
En primer lugar preguntémonos por el sacramento en general. Somos conscientes de las
dificultades que este modo de proceder lleva consigo, pues el concepto de sacramento
es, considerado tanto históricamente como en sí mismo, una abstracción relativamente
tardía deaquellos siete acontecimientos salvíficos, tan discutidos en su naturaleza, que
tenían lugar en la Iglesia. Sin embargo, preferimos seguir este camino para que nuestra
reflexión sobre el matrimonio como sacramento no pase por alto, desde el principio,
determinados aspectos del problema.
Sacramento es, ante todo y esencialmente, un acontecimiento eclesial. Acto público,
constitutivo de la misma esencia de la Iglesia en el que ésta se autorrealiza y actualiza.
Manifestación cúltica, símbolo real, presencialidad corpórea, tangibilidad espaciotemporal, tanto de la autocomunicación de Dios a los hombres en la gracia como
también del ser mismo de la Iglesia. Sacramento fundamental en Cristo, escatológico,
victorioso e indestructible de esta autocomunicación divina y, finalmente, de la libre
aceptación de la gracia por aquel en quien acontece el sacramento y que por su misma
aceptación lo "constituye".
Según esto, en el sacramento debemos distinguir signo y significado. Ambos momentos
están reciproca y esencialmente relacionados, pero no son idénticos entre sí.
Considerado desde la voluntad salvífica de Dios y desde la Iglesia como sacramento
escatológico de la gracia de Dios, el signo sacramental es siempre signo "exhibitivo",
eficaz, ofrecimiento salvífico e incondicionado de Cristo y de la Iglesia, "opus
operatum"; pero puesto, que la gracia sólo es acontecimiento salvífico si es aceptada
libremente por el hombre, la acción sacramental, considerada a partir de éste, es
fundamentalmente ambigua: puede ser acontecimiento vacío o bien palabra
verdaderamente eficaz, en la cual y por la cual acontece lo que ella misma significa.
El matrimonio como signo
El matrimonio es un signo. Este carácter lo posee por su misma naturaleza e
independientemente de, toda consideración teológica. El matrimonio en sí mismo es
símbolo real, expresión de la más profunda unidad personal y amorosa de dos personas.
Aquí se encuentra ya, pues, aquella diferencia y unidad del sacramento, en cuanto éste
es el signo palpable y social de la fe y el amor en la recepción de la gracia, divina. El
matrimonio, como signo, es tanto lo "otro", en lo cual y por lo cual el amor personal se
KARL RAHNER, S.T.
hace transparente y presente; como también, en ciertas circunstancias, signo vacío, que
no lleva consigo lo que significa. Esto vale evidentemente tanto para el matrimonio
como contrato, como para la vida matrimonial en cuanto tal.
EL AMOR MATRIMONIAL COMO SIGNO DE COMUNIÓN CON DIOS Y
CON LA HUMANIDAD
Permanezcamos todavía en esta dimensión del matrimonio en sí, sin referirnos
expresamente a su significación sacramental. Nos preguntamos, por consiguiente, qué
es lo que en el matrimonio se manifiesta real, espacio-temporal y socialmente. Hasta
ahora hemos dicho que es la más profunda y personal unidad de amor entre dos
personas de distinto sexo. Es en esta afirmación donde queremos profundizar. Entre las
muchas direcciones que podríamos tomar elegiremos tres: la relación a Dios de este
amor; la "radicalización" de este amor por la gracia; el amor personal como unidad con
toda la comunidad humana.
Amor interpersonal y su relación a Dios
Amor a Dios y amor al prójimo se condicionan recíprocamente, incluso si prescindimos
de una reflexión expresa sobre la radicalización de ambos por la gracia. El amor a los
demás no es simplemente una tarea y obligación que Dios nos ha impuesto. Ante todo
es la mediación y condicionamiento de nuestras auténticas y amorosas relaciones con
Dios. La referencia transcendental del hombre a Dios sólo puede actualizarse, poseerse
a sí misma, asumirse libremente en la experiencia del "otro" en el amor. Pues el
"mundo" en el que según la filosofía y teología cristiana Dios puede ser "conocido", está
constituido fundamentalmente por el mundo de los demás. Y sólo en el encuentro
personal y amoroso. con este mundo puede el espíritu realizar y aceptar, en
conocimiento y libertad, aquella referibilidad, cuya posibilidad última y fin absoluto es
el misterio fundante y trascendente que llamamos Dios. Otra cuestión será en qué grado
esta experiencia amorosa, que al menos implícitamente es experiencia de la propia
transcendencia y en ésta del mismo Dios, puede objetivarse conceptualmente y ponerse
de manifiesto. como tal experiencia fundamental. Pero el hecho es que también el ateo,
que verdaderamente ame al "otro", realiza en su amor una experiencia de Dios, caiga en
la cuenta o no. Y precisamente esta referencia afirmada y aceptada libremente ha
fundado su amor interpersonal, su capacidad para llegar al "otro" con su personalidad e
individualidad.
Asunción del amor interpersonal por la gracia
Este amor personal, que se manifiesta en el matrimonio, está asumido de hecho en el
actual orden salvífico -el único existente para el hombre histórico- por la gracia, que
siempre santifica, eleva, y abre a la inmediatez misma de Dios aquella unidad de amor.
Esta tesis, cuya fundamentación no pretendemos aquí, la presuponemos como
aplicación de la más general que dice: todo acto moral positivo ("actos honestus") es, de
hecho, en el presente orden de salvación, también un acto salvífico ("actos salutaris")
en el sentido propio, en virtud de la gracia elevante ofrecida a cada uno por la
KARL RAHNER, S.T.
universal voluntad salvífica de Dios. Aunque este principio no es universalmente
admitido, fue sostenido ya con algunas variaciones, entre otros, por Vázquez y Ripalda,
y puede considerarse en la línea de la doctrina del Vaticano II sobre la posibilidad de
salvación de los no-cristianos y los ateos sin culpa. La dificultad para su aceptación
universal radica en explicar, cómo es posible la fe necesaria para un acto salvífico fuera
del ámbito del anuncio expreso del evangelio. Pero si aceptamos (por razones que no
pueden ser aquí tratadas) que la revelación y la fe son también posibles para aquellos a
quienes no alcanza el mensaje histórico del AT o NT, la dificultad desaparece.
Podemos, pues, afirmar con otras palabras: en el orden salvífico actual no hay actos
morales meramente naturales; allí donde éstos se den, finalizarán sobrenaturalmente en
el Dios de la autocomunicación inmediata, aunque esta realidad no le sea consciente al
sujeto.
Lo dicho vale ante todo para el amor interpersonal, donde éste cristalice en la unidad de
dos personas. Y esto significa: el amor auténtico es, de hecho, siempre "caritas"
teológica, en la que Dios y el hombre son amados en mutua implicación. De manera
que en esta "caritas" el amante realiza su salvación en el acontecimiento de la
justificación, quiere al otro en su salvación, y en ambos, Dios -en persona e inmediatezes alcanzado como tal salvación.
El amor personal como unión con toda la humanidad
El amor interpersonal significa al mismo tiempo una unión con toda la humanidad. Esta
afirmación parece contradecir aquella exclusividad e intimidad que estamos
acostumbrados a atribuir al amor matrimonial y con las que lo distinguimos de otras
formas de amor interpersonal. Sin embargo, esta incompatibilidad desaparece si nos
preguntamos de dónde procede esta exclusividad: si tiene por fundamento la dinámica
misma de este amor personal, o si se funda también en otras razones no tan intimas y
más relacionadas con la concreta manifestación de este amor, siempre limitada en el
espacio y en el tiempo, o incluso con otros aspectos culturales, históricos y
sociológicos.
Desde luego, sería falso comprender el matrimonio como un acto en el que dos personas
forman un "nosotros" aislado y cerrado para los demás. El matrimonio es un acto que
constituye un "nosotros", que amorosamente se abre a todos los hombres. Este aspecto
fundamental "aparece" ya en el hecho de que los esposos proceden de una comunidad,
que no abandonan, ni les está permitido abandonar, y en que su mismo amor se hace
fecundo en el hijo, el cual a su vez ha de ser de nuevo entregado a la comunidad. El
amor matrimonial en su forma concreta tiene, pues, que entenderse siempre dentro del
ámbito de esta comunidad mayor.
Si profundizamos más, vemos que el amor matrimonial no puede ser tan íntimo y
exclusivo que cese de ser amor. El amor nunca excluye, siempre incluye, es abierto.
Nunca cesa de arriesgarse en el inexplorado e impenetrable "otro", nunca teme aceptar
incondicionalmente lo verdaderamente "otro" del amado como lo propio. En el amor
determinado al hombre concreto, el hombre debe experimentar qué es "amor" y que el
amor es posible como amor verdadero y no como hipocresía, tras la cual se disimulan
egoísmo y autoafirmación. Por consiguiente, el amor matrimonial no puede convertirse
KARL RAHNER, S.T.
en una autorización para no amar a los demás, sino que ha de estar abierto a todos
dentro de los límites impuestos por sus fuerzas y posibilidades.
Amor matrimonial es también disponibilidad, ejercicio, promesa y tarea de amar al
hombre. Estamos siempre en deuda con los demás, quizá más con los más lejanos que
con los más próximos. Pues bien, matrimonio es el comienzo concreto del pago de esta
deuda infinita, no la liberación de esa tarea sólo realizable cocí la ayuda divina.
A todo lo dicho se añade otro aspecto. Aquella gracia que hemo s visto asume el amor
matrimonial, es la misma gracia que establece el señorío divino sobre todos los hombres
y que es el dinamismo más profundo del mundo y de la historia de la humanidad. Gracia
radicalmente individual y referida al individuo en su inalienabilidad, pero a la vez
también "universale concretum", es decir: gracia unificante, por la cual el individuo
concreto está considerado en la humanidad una, en el pueblo de Dios. Y precisamente
porque la gracia es el acontecimiento en el que Dios se le hace a uno "su Dios", es
también el momento de la ruptura del egoísmo propio, no en un sentido
preponderantemente moralista, sino en cuanto el hombre, transcendiendo sus propias
posibilidades, es liberado a la infinitud de la libertad de Dios, en la que todos, desde la
raíz de nuestra existencia, somos abarcados en su amor y de este modo podemos
también amarnos como criaturas en Dios.
Amor matrimonial es, pues -a pesar de y en su intimidad- por su misma esencia y en
función de la gracia que lo asume, unidad con la humanidad, a su vez, llevada por esa
misma gracia a la realización en el amor de la unidad del Reino de Dios.
El matrimonio, por consiguiente, no es sólo signo del amor matrimonial, lo es también
del amor que es acontecimiento de la gracia y apertura amorosa a todos los hombres.
Pero su estructura de signo no se agota en estos dos aspectos; para adentrarnos más en
sus riquezas vamos ahora a profundizar en su carácter sacramental.
IGUALDAD DE LA FUNCIÓN DE SIGNO EN LA IGLESIA Y EN EL
MATRIMONIO
Igualdad funcional
Supuesta la diferencia que existe entre individuo y comunidad, podemos decir de la
Iglesia lo que hasta ahora hemos dicho del matrimonio como símbolo real del amor.
Pero esa diferencia no la debemos entender cuantitativamente, pues hombre concreto y
humanidad se relacionan de un modo más radical: cada hombre es todo ("homo quodam
modo omnia") y en cada hombre se manifiesta la totalidad siempre en su diversidad y
singularidad; por su parte la humanidad es la unidad de los individuos (como tales) en el
amor, el cual dentro de esta unidad los hace más ellos mismos, asume estas
individualidades y de nuevo las unifica.
Esta equivalencia en la función de signo radica en la naturaleza misma de la Iglesia: la
Iglesia es en Cristo -sacramento originario- el sacramento fundamental. El amor de Dios
que se comunica al hombre en Cristo hace su aparición histórica dentro de la unidad de
los hombres por la gracia que es la Iglesia. Es decir: al hablar de la Iglesia en
comparación con el matrimonio nos referimos a la Iglesia tal como siempre es,
KARL RAHNER, S.T.
sacramento fundamental constituido por dos momentos inseparables: a) la comunión
amorosa con Cristo en el Espíritu Santo, y b) la unidad histórico-social de la verdad,
esperanza y amor entre los hombres.
En esta igualdad queremos destacar un momento especialmente importante para
nuestras reflexiones posteriores. Hemos afirmado que en el matrimonio existe una
diferencia entre signo y significado. Esta misma diferencia se da en la Iglesia. Es la que
existe entre la Iglesia como comunidad confesional organizada socialmente y la Iglesia
como unidad de los hombres en Cristo por la gracia.
Con todo no olvidemos que en esta igualdad fundamental está siempre presente un
momento de diversidad esencial. El matrimonio concreto puede llegar a ser un signo
falaz; sin embargo, en la Iglesia la correspondencia entre signo y significado es
indestructible por el triunfo escatológico de la gracia en Cristo.
Igualdad radical
Demos ahora un paso más adelante: la unidad de la Iglesia (bajo el aspecto que
consideramos aquí), anticipación y fundamento de la unidad del matrimonio, está
constituida de hecho por el amor de los hombres en la Iglesia y por su manifestación
social. Y este amor es precisamente el amor que une a los esposos. Supuesto esto,
podemos también afirmar que el amor de los esposos contribuye a la unidad misma de
la Iglesia porque no es más que una de las realizaciones del amor unificante de ésta; es
un amor que, siendo asumido por la Iglesia, constituye, a la vez activa y
dinámicamente, a la misma Iglesia.
Esta igualdad entre Iglesia y matrimonio es, por consiguiente, igualdad radical. Pues el
matrimonio como tal es la manifestación que se crea aquel amor divino, que es el
mismo amor constituyente de la Iglesia.
Supuesta esta igualdad fundamental y radical preguntémonos qué acontece si el
matrimonio tiene lugar en la Iglesia. Es decir qué queremos decir cuando afirmamos que
el matrimonio es un sacramento. Y esto no cómo simple aplicación extrínseca de un
concepto abstracto -sacramento- a una realidad concreta - matrimonio-; sino a partir de
la misma realidad sacramental del matrimonio.
EL MATRIMONIO COMO SACRAMENTO DE LA IGLESIA
Sacramentalidad del matrimonio entre bautizados
Cuando dos bautizados se unen en matrimonio, algo acontece públicamente en la Iglesia
y esto por el solo hecho de que se trata de dos bautizados y de un matrimonio que
siempre tiene una relevancia pública. Por el carácter de signo del amor matrimonial, el
matrimonio nunca es meramente una cosa profana, sino acontecimiento del amor y de la
gracia que une a Dios con los hombres. Por consiguiente, si tal matrimonió tiene lugar
en la Iglesia, tal acontecimiento es un momento de la autorrealización de ella misma,
llevado a cabo por dos cristianos a quienes el bautismo les facultó para participar
activamente en esta autorrealización.
KARL RAHNER, S.T.
Ahora bien, allí donde un acto de autorrealización de la Iglesia se muestra eficazmente
en una situación concreta y decisiva de la vida de un hombre, ahí tenemos ya un
sacramento. En este caso no se requiere ninguna palabra expresa de Jesús -como por
ejemplo sucede en la Eucaristía- que lo instituya como sacramento. En el matrimonio la
"palabra institucional" consiste por una parte en el reconocimiento de su revelancia
religiosa, como se sigue también de la palabra y hechos de Jesús, y en la institución de
la Iglesia como signo escatológico de salvación. Por otra parte el matrimonio lleva ya
consigo su profunda dimensión teológica.
Matrimonio entre bautizados y matrimonio entre no bautiza dos
La teología católica que se apoyaba en San Pablo (Ef 5,22-33) para probar la
sacramentalidad del matrimonio, siempre se movía entre dificultades porque no acababa
de ver cómo podía interpretar el texto del Génesis (2,24) allí citado, donde parece
afirmarse que el matrimonio como tal -no sólo el de cristianos- es signo de la unión de
Cristo y la Iglesia. Sin embargo, vemos que esto es completamente posible dado el
carácter de signo teológico del matrimonio. La teología cristiana no puede afirmar que
la relación entre un matrimonio sacramental y uno no-sacramental es la que existe entre
un sacramento y un acto profano del hombre. Su relación es más bien la de un "opus
operatum" y un "opus operantis", que es, sin excepción, también un acto de la gracia; o
la que se da entre el perdón de los pecados por la confesión sacramental, y la que tiene
lugar por el arrepentimiento fuera de la confesión. El matrimonio no es "acontecimiento
de la gracia" donde se da el sacramento, sino que el acontecimiento del matrimonio
llega a ser sacramento como "opus operatum" cuando lo consuman dos bautizados.
La Iglesia, sacramento fundamental, y el matrimonio
Por una parte este signo sólo adquiere -en la dimensión histórico-social- el carácter de
acontecimiento al que Dios incondicionalmente da su gracia y lo asume en ella, si tiene
lugar en la Iglesia y toma parte de un modo concreto en la aparición histórica de tal
donación incondicional de la gracia, que es la Iglesia como sacramento fundamental. Al
ser un momento -participación del sacramento fundamental de la Iglesia, el matrimonio
entre bautizados llega a ser un acontecimiento sacramental, en el cual este signo toma
parte de la permanente irrevocable y siempre válida aparición de la entrega de Dios a la
humanidad, aparición que es la misma Iglesia.
La unión Cristo-Iglesia origen de la unión matrimonial
Queremos clarificar todavía más lo que acabamos de decir partiendo de la formulación
que el catecismo nos hace del matrimonio. Se acostumbra a decir que el matrimonio es
una imagen de la unión de Cristo y la Iglesia y por eso es un sacramento. Si se lee a San
Pablo (Ef. 5, 22-33) quizá se obtenga en principio la impresión de qué el momento
decisivo de la equivalencia entre la unidad del matrimonio y la de Cristo con su Iglesia
radique en que el hombre representa a Cristo y la mujer a la Iglesia. La unión
matrimonial sería entonces un reflejo relativamente secundario de la unidad CristoIglesia, basado sobre una imagen en la que los esposos son considerados por separado y
con distintas funciones. Sin embargo, puede decirse con certeza que en San Pablo este
KARL RAHNER, S.T.
aspecto es también secundario (quizá algo condicionado por el contexto parenético e
incluso por las circunstancias histórico-sociales), mientras que la afirmación
teológicamente fundamental del texto estaría sobre todo en (v 29-33) donde la unidad
del amor como tal en una carne y un cuerpo constituye el paralelo entre Cristo-Iglesia y
el matrimonio. Supuesto esto, resta únicamente fijar más exactamente el lugar de Cristo
en esta concepción.
En primer lugar es claro que San Pablo ve en Gén 2 el orden de la creación incluido en
el mismo orden salvífico, que descubre en aquél, desde sus comienzos, incluido el
mismo matrimonio de Adán, una prefiguración de éste. Esto lo hemos dicho ya nosotros
implícitamente al afirmar que todo acto moral tiene siempre carácter salvífico, siempre
está comprendido por la comunicación en la gracia de Dios a la criatura. La creación del
mundo siempre apunta a un fin más alto, último: a la "alianza" siempre otorgada
gratuitamente, entre Dios y la criatura. La alianza como realidad a la que tiende la
creación y que la comprende, lleva consigo y abarca a ésta como posición de la
condición de posibilidad, como posición del posible sujeto de la Alianza. De este modo
todo acto moral-humano tiene una oculta relación a Cristo, en quien la comunicación de
la gracia encuentra su aparición y culminación escatológica.
Por consiguiente, allí donde se da la unidad de amor de dos personas, ahí está presente
con su acción la gracia que funda la unión más definitiva de los hombres, su unión con
Dios. Esta misma gracia es la que aparece absoluta y escatológicamente en la unión de
Cristo con su Iglesia, fundamento de toda gracia y de toda función unificante de ésta en
el mundo. Así, pues, no sólo existe una equivalencia extrínseca o secundaria entre la
unión Cristo-Iglesia y la de los esposos, sino que si ésta existe es porque aquella existe.
Su recíproca relación se basa en una auténtica participación de la unión del matrimonio
en la de Cristo-Iglesia a través de su origen causativo.
Estas reflexiones dejan al mismo tiempo comprender por qué no transponemos sin más
a los esposos las funciones que Cristo -Cabeza- y la Iglesia -esposa obedientedesempeñan en su intima unidad. La unión de Cristo con la Iglesia es el fundamento de
la unión de los esposos con anterioridad a que nos formulemos cualquier cuestión
acerca de las relaciones que pueden existir entre las características y particularidades de
ambas uniones. Insistiendo en lo mismo podemos decir con otras palabras: la unidad
Cristo-Iglesia brota de la decisión divina de autocomunicarse en la gracia, y es efecto de
ésta como lo es también la unidad que forman los esposos entre sí. Pero puesto que toda
gracia es otorgada en la unión amorosa de Cristo y su Iglesia, uno de los efectos de
aquella decisión divina (unión matrimonial) es al mismo tiempo también efecto de este
último efecto (Cristo-Iglesia).
Pero puesto que precisamente la unión matrimonial halla su culminación en la unión
Cristo-Iglesia podemos descubrir también en ésta otros muchos aspectos que de otro
modo permanecerían ocultos y desconocidos. Por eso San Pablo fundamenta de este
modo una cierta relación de superioridad y subordinación entre esposo y esposa, aun
cuando tal relación constituyese sólo entonces --no siempre del mismo modo- una
exigencia moral.
KARL RAHNER, S.T.
Conclusión
El matrimonio se adentra, por consiguiente, en el misterio de Dios de un modo mucho
más radical del que podíamos suponer partiendo de la incondicionabilidad del amor
humano. Pero una cosa se nos ha mostrado patente y clara: una teología del matrimonio
no es posible concebirla en un sentido introvertido y "privatizado", sino que, por el
contrario, el amor matrimonial ha representado y seguirá siempre representando el amor
de Dios en Cristo a la humanidad. En el matrimonio la Iglesia se hace presente: es
verdaderamente la comunidad más pequeña de redimidos y santificados, cuya unidad
radica en el mismo fundamento sobre el que radica. la. Iglesia.
Tradujo y condensó: ANTONIO CAPARRÓS
Descargar