Sobre el perdón - Repositorio UC

Anuncio
Sobre el perdón
RÉMI BRAGUE Humanitas 73 no es
falta, porque una
una persona. En realidad, se perdona a
Se suele decir “perdonar una falta”. La expresión
muy acertada. No se puede perdonar una
falta es una cosa, no
personas que han hecho algo malo.
¿Qué perdonar?
¿Qué es algo malo? Para comenzar, quisiera esbozar una
tipología del mal:
• El mal se presenta por una parte como el hecho de que
algo está malo, funcionando mal. Siendo pedante, si se
quiere, se hablará de disfunción. Así, si algo debiera funcionar
sin tropiezos y presenta dificultades, sea el buen
funcionamiento de un sistema mecánico (avería) o de un
organismo (enfermedad), serán el mecánico o el médico
quienes identificarán lo que está malo para operar un
restablecimiento.
• El mal se presenta asimismo como la violación de una ley
civil. No pagué mis impuestos. O pasé sin detenerme ante
una luz roja. El juez o el policía aplicarán la ley mediante el
castigo al culpable: me corresponderá una multa, pagaré
las consecuencias de una infracción, y podría terminar
preso.
1 / 17
Sobre el perdón
• El mal puede ser una transgresión de la ley moral, que no
se respeta. He mentido, he hecho trampa jugando a los
naipes. Se reconocerá nuevamente la autoridad, en relación
con esta transgresión, mediante el arrepentimiento: no
habría debido hacerlo y lo lamento.
• El mal puede ser por último un daño a una persona. Abofeteé
a mi vecino, lo traté con toda clase de nombres, le robé.
Este mal se habrá superado cuando quien lo cometió haya
presentado sus excusas y en la medida de lo posible haya
hecho una reparación.
Todos estos elementos no coinciden, y tampoco se generan
unos a otros.
Así, la reparación no variará por el hecho de que el daño
esté o no sancionado por una ley. Por ejemplo, al restituir un
objeto que he robado, independientemente de hacer esto en
forma puramente voluntaria o por estar sujeto a coacción, el
acto en sí mismo será idéntico.
El castigo no trae necesariamente aparejado el arrepentimiento.
El culpable aburrido en su celda puede lamentar
haberse dejado sorprender, pero con más frecuencia atribuirá
lo ocurrido a la mala suerte o a sus cómplices, más
que estar arrepentido por la maldad de su acto.
El arrepentimiento no me exime de la obligación de reparar
2 / 17
Sobre el perdón
el daño cometido; por el contrario, me obliga a hacerlo. Un
arrepentimiento sin reparación sería mera hipocresía. Aun
cuando esté acompañado de reparación, el arrepentimiento
tampoco me libera del castigo.
¿En qué caso se puede hablar de perdón?
En el caso 1, de la disfunción, el perdón simplemente no
tiene cabida. Sería absurdo perdonar al propio vehículo por
una avería o al propio corazón por un infarto.
En el caso 2, de la transgresión de una ley civil, se encontrarán
esbozos del perdón: la amnistía o la gracia; pero es
preciso preguntarse si estos esbozos no obedecen a otra lógica,
ajena a la ley civil: por ejemplo, una regla de prudencia
puramente técnica o un cálculo de psicología política. Así,
el Estado puede cerrar los ojos ante ciertos fraudes fiscales,
porque perseguirlos y pagar a los funcionarios encargados
de hacerlo costaría más caro que el dinero que se podría
recuperar. Asimismo, en el caso del derecho de gracia, se
verá la supervivencia de un privilegio de la realeza basado
en la idea del origen divino de la misma, en cuyo caso se
protestará contra semejante anacronismo, como lo hiciera el
joven Marx1. En ambos casos, solo se tiene acceso a algo así
como el perdón separándose del dominio propio de la ley
civil, ya sea saliendo por abajo o trascendiendo por arriba.
3 / 17
Sobre el perdón
En el caso 3, de la falta contra la ley moral, esta ley no
puede aplicar sanción alguna contra quien la pisotea, pero
tampoco puede perdonarlo. Es puramente una norma en
relación con la cual es posible medir las maniobras de los
hombres, pero permanece en sí misma indiferente ante la
actitud de estos frente a ella. Como dice San Pablo, la ley no
da sino el conocimiento del pecado (Romanos 3, 20), pero no
ayuda a evitarlo. Para la moral, las faltas son transgresiones
sin más: se atraviesa un límite, no se respeta una regla, se
viola un código o una ley. El límite, la regla, el código o la
ley no pueden perdonar. Como se dice, “eso no perdona”.
Una vez hecho el daño, “lo hecho, hecho está” y uno se
queda con su falta. Únicamente en el caso 4 se ha podido
hablar de perdón.
De lo anterior, deduciré mi conclusión: El perdón es
esencialmente personal. La persona es sujeto y objeto del
perdón. Siempre hay una persona perdonando a otra. En el
caso 1 (avería o enfermedad), no hay perdón porque no hay
una persona a quien se pueda perdonar. En los casos 2 y 3
(transgresión de una ley) no hay persona que pueda perdonar.
El pecado
4 / 17
Sobre el perdón
Precisamente a partir de la noción de persona es posible
comprender el significado de “pecado”2.
Hay miles de cosas, en el mundo, en la sociedad, en nosotros,
que “no están bien”. He dado una breve lista al comienzo.
Se puede relatar todo eso, describirlo, examinarlo,
analizarlo tanto como uno desee, tal vez incluso explicarlo,
pero ahí no se encontrarán pecados. Los economistas, políticos
y médicos hablan de disfunciones. Los psicólogos hablan
de perturbaciones o complejos. Ciertamente hay mucha
verdad en sus diagnósticos y mucha buena voluntad en los
tratamientos que proponen.
En todo caso, en todo eso, nunca soy yo el responsable.
Siempre acusamos a tal o tal “otro”: la sociedad, mis recuerdos
de la guardería infantil, mi origen social miserable
o por el contrario con demasiados mimos, la agresividad
que se encuentra en el “cerebro reptiliano”, etc. El pecado
comienza donde soy yo quien me reconozco responsable y
con necesidad de perdón.
Ciertamente, la mayoría de nosotros nunca ha cometido
un crimen y menos aún ha organizado un genocidio, pero
ahí no reside la cuestión. Una falta se mide en relación con
la ocasión. No es difícil ni meritorio evitar aquello que
5 / 17
Sobre el perdón
no tenemos posibilidad alguna de hacer. Un pagano ya
destacó esto: el estoico Epicteto. Uno de sus alumnos comete
un error en un ejercicio de lógica. Su maestro se lo reprocha
con vehemencia. El alumno se enerva y dice: “¡Tranquilo,
no he asesinado a mi padre!”. Epicteto le responde: “¿Acaso
tenías ocasión para matarlo? Tenías una oportunidad de
no equivocarte. La perdiste. ¿Quién puede decirme que si
hubieras tenido ocasión para cometer un parricidio, no lo
habrías hecho?”3.
Así, desde cierto punto de vista, todas las faltas son equiparables.
No existe entonces una moral más dura que otras,
como la del cristianismo, por ejemplo. La moral común es
la dura; por ejemplo la de los filósofos, como Epicteto, del
cual acabo de hablar. Y es necesario que así sea. De hecho,
lo que pide la moral es nada menos que la perfección.
Ciertamente, Aristóteles define la virtud como un medio
entre dos extremos4; pero exige que seamos virtuosos, y no
moderadamente, sino sumamente. No se puede ser demasiado
virtuoso, demasiado tal como es debido. El “justo medio” es
de hecho una cumbre.
Permítaseme una observación: el pecado, del cual habla
6 / 17
Sobre el perdón
el cristianismo, no es una falta más grave que las demás;
es una falta visualizada desde cierto ángulo, el del perdón.
El cristianismo no inventa nuevas faltas; las enfoca con la
óptica del perdón. A veces se tiene la impresión de que los
cristianos solo hablan del pecado, que los obsesiona y lo ven
en todas partes. Ahora bien, de lo que en realidad hablan es
del perdón de los pecados. Dice el Credo: creemos en el “perdón
de los pecados”. No se cree en el pecado; se cree en Dios que
perdona los pecados.
El cristianismo no culpabiliza a la gente; por el contrario,
la libera del sentimiento de culpa, ya que una vez perdonado,
uno puede olvidar, y sobre todo empezar de nuevo.
Ahora bien, es precisamente el pecado lo que se perdona.
Es incluso su definición. Se puede tomar al pie de la letra
el proverbio: “para todo pecado hay misericordia”. Dios
perdona siempre.
¿A quién perdonar?
Estoy esperando la objeción: ¡con todo, es de alguna manera
demasiado fácil! En realidad, es ahí donde comienza la
dificultad. Dios perdona siempre; pero es preciso además
que aceptemos ser perdonados.
7 / 17
Sobre el perdón
Para ser perdonado, debo reconocer que lo necesito; debo
reconocer que he pecado y de esto deduzco las consecuencias.
No se me pide compartir toda esta culpabilidad difusa
que se procura inculcarnos. Esta sensibilidad puede recurrir
a una fórmula que Dostoievsky hace pronunciar al
starets Zosima: “Cada uno de nosotros es sin duda alguna
culpable (вино вен ) por todos y de todo en la tierra, y no
sólo a causa de la falta universal del mundo, sino también
cada uno universalmente por todas las personas y por
cada hombre en esta tierra”5. Esta culpabilidad nos envenena,
nos paraliza hasta impedirnos hacer lo posible por
reparar. Muy por el contrario, cada uno debe reconocer lo
que él mismo ha hecho; lo que hayan hecho los demás es
problema de ellos.
No podemos perdonar las ofensas hechas a otros. Esto
sería una odiosa facilidad. Cristo pide ofrecer la otra mejilla
cuando nos abofetean (Mateo 5, 39). Además, es preciso que
sea nuestra propia mejilla. Si se abofetea la mejilla a otra
persona, no tenemos derecho de recomendarle ofrecer la
otra mejilla, y eso incluso sería bastante innoble. Por el contrario,
es obligación nuestra intervenir. Y además tenemos
obligación de impedir al agresor abofetear a otras personas.
8 / 17
Sobre el perdón
Es el rol del Estado, y no se trata de pretender sustituirlo
por un vago angelismo.
No podemos perdonarnos a nosotros mismos. A veces
se escucha esta expresión, más frecuentemente en forma
negativa: “Eso nunca me lo perdonaré”. No es más que una
manera de decir. El perdón es algo que se debe pedir y se
puede recibir del prójimo. Uno no puede perdonarse a sí
mismo o considerarse perdonado por Dios basándose en el
propio juicio sobre sí mismo. Una tendencia a perdonarse,
es decir, a no darse cuenta de haber cometido una falta, es
más bien una señal negativa.
Lo más espantoso de las personas que han sido cómplices
de regímenes tiránicos es que tengan la conciencia limpia.
Recuerdo especialmente un reportaje que vi en la televisión
alemana hace dos años. Los encuestadores interrogaron
a unos generales que habían dirigido a la policía política
de Alemania Oriental (Stasi) y ahora estaban disfrutando
tranquilamente con su jubilación. En su conversación, no
encontré huella alguna de arrepentimiento…
¿Cómo saber si alguien acepta ser perdonado? Es imposible
leer el pensamiento de los demás, pero hay indicadores
probables. Si alguien dice haberse arrepentido, pero se
niega a reparar, ¿cómo creer que es sincero? Si se niega a
9 / 17
Sobre el perdón
restituir lo robado, si rechaza el castigo que merecen sus
delitos, ¿cómo no sospechar que quiere salir del paso con
poco daño? En el Evangelio, Zaqueo el publicano restituye
el dinero con el cual hizo una malversación e incluso acepta
pagar una multa (Lucas 19, 8). Estos elementos tan concretos
son parte integrante del perdón.
De lo anterior se puede deducir una consecuencia: proteger
a un criminal so pretexto de compasión no es hacerle
un servicio aun cuando se actúe por compasión; por el
contrario, es hacerle daño.
Es impedirle concretar su verdadero arrepentimiento expiando
su falta y reparándola. Hay que tomar en serio la
paradoja desarrollada por Sócrates: es preferible ser castigado,
siempre que sea con justicia, que escapar al castigo6.
En Francia hubo una historia de este tipo a comienzos
de los años 90, con ocasión del caso Touvier. Paul Touvier
se incorporó durante la Guerra a la milicia, organización
paramilitar que colaboraba con la ocupación nazi.
Tuvo un rol importante en la región de Lyon, donde fue
cómplice de varios asesinatos. la Liberación, se refugió en diversas ocasiones en casas
religiosas y conventos. Los sacerdotes y los monjes que lo
10 / 17
Sobre el perdón
acogieron justificaron esto señalando el hecho de que se
había arrepentido.
Soy incapaz de juzgar los motivos de la actitud de los
religiosos que lo escondieron. Tampoco puedo juzgar la
calidad de esa conversión y ciertamente deseo que haya
sido sincera. Confieso sin embargo que dudo al respecto,
ya que en definitiva me pregunto por qué no se constituyó
prisionero y se entregó a la justicia, y por qué los sacerdotes
con los cuales se confesaba no le pidieron hacerlo.
La verdadera compasión debe hacer posible el mejoramiento
moral de quien es su objeto. El médico no procura
liberar a su paciente de cualquier desagrado. Por supuesto,
evita todo sufrimiento inútil, pero lo que busca es la
curación de su paciente. Veamos un ejemplo anodino:
“¿Cuál es el mejor amigo de un fumador? ¿Cuál es el que
le desea el bien? No es aquel que le dice que el tabaco no
constituye peligro alguno, sino quien le advierte sobre los
riesgos que corre, sobre el aumento de sus posibilidades
de contraer un cáncer.
¿Quién perdona?
Solo las personas pueden ser perdonadas, y solo las personas
11 / 17
Sobre el perdón
pueden perdonar.
Una instancia impersonal no tiene capacidad para
perdonar.
El Estado no puede perdonar, no porque sea malo y vengador,
sino sencillamente porque no es una persona. Es
el motivo por el cual los crímenes cometidos en su contra
son imprescriptibles, y como dice un adagio del derecho
francés antiguo: “Quien ha desplumado la oca del rey, al
cabo de cien años devuelve la pluma”. Si el Estado se arroga
el derecho de perdonar, es únicamente en la medida en que
conserva cierta huella de su origen supra-humano, real o
presunto. Así, el derecho de gracia de los presidentes de
la República es un remanente del poder de los reyes, que
en sí mismo es una huella del poder de Dios.
Quien perdona es ante todo Dios, porque es el Ser más
personal que hay, más personal que nosotros los hombres,
que también somos cosas. Él es de tal manera personal que no
es sino personal7. Es por eso que es Él quien puede perdonar.
No es que Él perdonaría en lugar de los demás, por los
daños cometidos contra ellos, ya que se podría decir: Él no
tiene dificultad para perdonar, no le cuesta nada, no es a
Él a quien se hace daño.
12 / 17
Sobre el perdón
En cierto sentido, el pecado ofende a Dios. “Dios mío,
me pesa mucho haberos ofendido…” decimos en nuestro
acto de contrición. ¿Cómo es esto posible? Si Dios es
Dios, nada podemos hacerle, en el sentido de que no es
posible causarle heridas ni molestias, como se hace con
un hombre.
Es a nosotros mismos a quienes hieren nuestras faltas.
Santo Tomás de Aquino ya escribía: La única manera de
ofender a Dios es actuando contra nuestro propio bien8.
El Génesis dice que el hombre está hecho a imagen de Dios
(Génesis 1, 26). Si se escupe sobre un cuadro, en cierto
modo eso no le hace nada al pintor, y es el cuadro lo que
uno estropea. Sin embargo, el pintor sufre al ver de ese
modo su obra desfigurada. Es en este sentido que se hiere
a Dios. Lo otro es que el mismo cuadro se escupiese a sí
mismo. Ofender a Dios y ofender a los demás hombres no
son por lo tanto dos cosas. Es imposible hacer una cosa
sin la otra.
Pero hay más: es un poco precipitado decir sin reflexionar
que Dios es otro, que es lo “Enteramente Otro”, como
se ha adquirido el hábito de decir. Es cierto, pero es igualmente
cierto que Él es el “No Otro”, como decía Nicolás de
Cusa, quien usó esta expresión como título de un tratado,
13 / 17
Sobre el perdón
y quizás valdría la pena procurar volver a emprender río
arriba el recorrido secular descrito recientemente por Jean
Greisch9. Los cristianos dicen, en líneas generales, que
Dios se hizo hombre en Jesucristo, el cual, siendo el único
perfectamente inocente, sufrió. ¿Por qué?
El problema que el cristianismo procura resolver no
es si Dios va a perdonar; es saber cómo proceder para
que el hombre acepte ese perdón y de ese modo se libere.
Supongamos que esté de tal manera corrompido que no
quiera aceptar el perdón, o de tal manera inconsciente que
ni siquiera sienta la necesidad. ¿Cómo se puede actuar
sobre una libertad?
Lo fácil para Dios sería vengarse, es decir, suprimir al
pecador, pero solo sería una victoria aparente. Se suprimiría
al pecador, pero no el pecado. El pecado seguiría
siendo lo más fuerte, puesto que el pecador no habría
cambiado. Aplastar al pecador sería de hecho confesar la
propia debilidad y la propia impotencia. E incluso la propia
desinteligencia: Dios se equivocaría de víctima, ya que Su
enemigo no es el pecador, sino ciertamente el pecado, del
cual el pecador es él mismo la primera víctima.
Lo mismo ocurriría si Dios solo hiciera borrón y cuenta
nueva sin tomar en serio la libertad del hombre que decide
14 / 17
Sobre el perdón
decirle “no”. Se sabe desde el Antiguo Testamento que Dios
es misericordioso y siempre perdona sin condiciones. El
gran arte consiste en hacer que nuestra libertad acepte
el perdón, transformándola desde adentro. El Nuevo
Testamento relata la “economía de la salvación”, es decir,
el dispositivo inventado por Dios para liberar la libertad
misma: rebajarse de tal manera, hasta morir en la cruz,
que nadie pueda sentirse humillado por obedecer a semejante
señor… Era necesaria la encarnación para respetar
la libertad del hombre.
El cristianismo no es un sistema de coacciones. Su fuerza
es la del amor, pero es la única verdadera fuerza. Nada es
más exigente que el amor. Este tiene incluso algo de terrible.
La Biblia lo dice al final del Cantar de los Cantares,
y es preciso tomar totalmente en serio esta declaración:
“es fuerte el amor como la Muerte, implacable como el
infierno” (8, 6).
Notas:
1 Marx, Kritic der Hegelschen
Rechtsphilosophie, § 282; Werke,
Berlín, Dietz, p. 1, t. 237
15 / 17
Sobre el perdón
2 Ver mi obra Du Dieu des Chrétiens
et d’un ou deux autres,
París, Flammarion, 2008, cap. 7.
3 Epicteto, Entretiens (Disertaciones),
I, VII, 30-32; ed. H. Schenkl,
Leipzig, Teubner, 1894, p. 29.
4 Aristóteles, Ética a Nicómaco, II,
6, 1106 b 36.
5 Dostoievsky, Los hermanos
Karamazov, II, IV, 1; Moscú,
ACT, 2004, p. 166. La fórmula
se repite cuatro veces más en la
novela: II, VI, 2, p. 292; 3, p. 323;
IV, XI, 4, p. 592; XII, 13, p. 751.
6 Platón, Gorgias, 472 e.
7 Evito decir que Dios es “una
persona” para evitar que esta
palabra se confunda con las
hipóstasis de la Trinidad.
8 Tomás de Aquino, Summa contra
gentiles, III, 122, comienzo.
16 / 17
Sobre el perdón
9 Ver J. Greisch, Du “non-autre”
au “tout autre”. Dieu et l’absolu
dans les théologies philosophiques
de la modernité, París,
P.U.F., 2013.
17 / 17
Descargar