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DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
Marzo 2006
Número 423
Longevo Ben(emér)ito
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Fernando del Paso: Juárez en Noticias del imperio
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Victoriano Salado Álvarez: Dos episodios juaristas
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Teatro de Franz Werfel: Juárez y Maximiliano
y Rodolfo Usigli: Corona de sombra
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Ralph Roeder: Juárez y su México
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Héctor Pérez Martínez: Juárez, el impasible
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Benito Juárez: Apuntes para mis hijos
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Juan de Dios Peza: “Las horas de mayor angustia de Juárez”
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Andrés Henestrosa sobre Las supuestas traiciones de Juárez,
de Fernando Iglesias Calderón
ISSN 0185-3716
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Salvador Novo: “Juárez, símbolo de la soberanía nacional”
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Longevo Ben(emér)ito
La añoranza patriótica que resuena en el danzón lo dice todo:
Juárez no debió de morir. Si bien la ruda angina de pecho
acabó en 1872 con su existencia, en este mes en que cumple dos
siglos de haber nacido queda claro que el indio zapoteco más
célebre de nuestra historia ha vivido mucho más que los 66
años que consignan las biografías. Símbolo de tenacidad nacionalista, ejemplo supremo de habilidad política, milagro de superación personal, Benito Pablo Juárez García transformó a
nuestro país en una escala suprahumana, confirmando dos rasgos esenciales del México moderno: la soberanía nacional y la
laicidad del estado. No es difícil que el fce vea en esas dos
nociones un origen lejano pero indudable de su vocación autónoma, ecuménica, y no es difícil que La Gaceta sume este cohetón de papel a los jubilosos fuegos artificiales que invadirán los
cielos mexicanos durante todo el año. Hemos organizado el
festejo con textos que reafirman su carácter de personaje literario además de su condición de héroe histórico.
Fernando del Paso ofrece nuestro primer acercamiento al
Juárez de tinta y papel. Hemos tomado del segundo tomazo de
sus Obras el recorrido biográfico con que, en Noticias del imperio, Del Paso presenta a don Benito, personaje que adquiere
aún más corporeidad en los coloridos “episodios nacionales” de
Victoriano Salado Álvarez con que continúa la entrega. Anecdóticas y ejemplarmente narradas, esas dos viñetas presentan a
un Juárez terrenal, humoroso a contracorriente de la evidencia
histórica. La dificultad para lidiar con un ser tan singular desde
el escenario se nota en las obras de Franz Werfel y Rodolfo
Usigli, pues en ambas el oaxaqueño es sólo una vaga presencia,
un pivote en torno del cual gira la vida pero al que no se tiene
acceso. Tal vez esa misma dificultad para aprehender al hombre
es la que evoca Ralph Roeder en el inicio de su monumental
biografía juarista, gran libro grande en que la narración vale
tanto como lo narrado. Es la misma inspiración de Héctor
Pérez Martínez en su retrato de Juárez, el impasible, donde la
palabra oportuna y entregada al vuelo lírico sirve para reconstruir (y embellecer) el pasado.
Como la casa ha lanzado al mercado una nueva edición de
Apuntes para mis hijos, el texto sobre sí mismo en que Juárez
aboga sin proponérselo por la tesis de que infancia (y un poquito más) es destino, presentamos su parte inicial, con un par de
fragmento de la prologuista, Josefina Zoraida Vázquez, y de
quien preparó esta nueva versión, Héctor Cuauhtémoc Hernández Silva. También de ese volumen procede la bucólica
aventura del niño convertido en involuntario navegante, en
palabras de Juan de Dios Peza. Otra obra de nuestro catálogo
sirve para ponderar las polémicas en torno al legado juarista: en
el texto introductorio a Las supuestas traiciones de Juárez, Andrés
Henestrosa —otro oaxaqueño ilustre— sintetiza los denuestos
de que el héroe de la Reforma fue blanco a comienzos del siglo
pasado. Era tiempo de celebrar el primer centenario de ese 21
de marzo, fecha que no siempre ha sido tan bien aprovechada
como en el discurso con que Salvador Novo encabezó los festejos en 1966. Cuatro textos cercanos en el tiempo al fallecimiento del prócer permiten confirmar la conversión de Benito
Juárez, de astuto y severo político, en estatua de bronce o tallada en piedra. Ojalá las páginas de esta gaceta sirvan para que
esas esculturas muestren una sonrisa con trasfondo humano.
número 423, marzo 2006
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Sumario
Juárez en Noticias del imperio
Fernando del Paso
Dos episodios juaristas
Victoriano Salado Álvarez
Juárez y Maximiliano
Franz Werfel
Corona de sombra
Rodolfo Usigli
Juárez y su México
Ralph Roeder
Elevación
Héctor Pérez Martínez
Apuntes para mis hijos
Benito Juárez
Sobre Apuntes para mis hijos
Josefina Zoraida Vázquez
Las horas de mayor angustia de Juárez
Juan de Dios Peza
Fernando Iglesias Calderón y la defensa de Juárez
Andrés Henestrosa
Símbolo de la soberanía nacional
Salvador Novo
Emancipador de la conciencia humana
Hidalgo y Juárez
José María Vigil
Juárez
Justo Sierra
El camino de Damasco
Ángel Pola
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Fernando del Paso, escritor, recibió el premio Javier
Villaurrutia en 1966 por José Trigo ■ Victoriano Salado
Álvarez fue miembro de la Academia Mexicana de la
Lengua y autor de Episodios nacionales mexicanos ■ Franz
Werfel fue poeta, novelista y dramaturgo checo, su novela La canción de Bernardette fue llevada al cine ■ Rodolfo
Usigli compaginó sus actividades de dramaturgo con
el servicio diplomático ■ Ralph Roeder, historiador
estadounidense, dejó testimonio de su inclinación mexicanista en Hacia el México moderno ■ Héctor Pérez
Martínez, político y escritor, fue gobernador de Campeche de 1939 a 1943 ■ Benito Juárez fue presidente
de la república y Benemérito de las Américas, y además
se convirtió en personaje literario ■ Josefina Zoraida
Vázquez se ha ocupado de la historia política y diplomática mexicana del siglo xix ■ Juan de Dios Peza fue
Ministro de la Guerra de Maximiliano y redactor de
El eco de ambos mundos ■ Andrés Henestrosa, escritor,
ensayista y periodista, escribió Los hombres que dispersó la
danza ■ Salvador Novo, además de ser poeta, cronista y
dramaturgo, fue profesor en las escuelas Nacional Preparatoria y de Arte Dramático del inba ■ José María Vigil,
periodista liberal, fue director de la Biblioteca Nacional
de México de 1880 a 1909 ■ Ángel Pola, periodista
chiapaneco, escribió en los periódicos El Nacional y El
Monitor del Pueblo
la Gaceta 1
a
Juárez en Noticias del imperio
DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
Directora del FCE
Consuelo Sáizar
Director de La Gaceta
Tomás Granados Salinas
Consejo editorial
Consuelo Sáizar, Ricardo Nudelman,
Joaquín Díez-Canedo, Martí Soler,
Axel Retif, Laura González Durán,
Max Gonsen, Nina Álvarez-Icaza,
Paola Morán, Luis Arturo Pelayo,
Pablo Martínez Lozada, Geney Beltrán Félix, Miriam Martínez Garza,
Fausto Hernández Trillo, Karla López G., Alejandro Valles Santo Tomás, Héctor Chávez, Delia Peña,
Antonio Hernández Estrella, Juan
Camilo Sierra (Colombia), Marcelo
Díaz (España), Leandro de Sagastizábal (Argentina), Julio Sau (Chile),
Isaac Vinic (Brasil), Pedro Juan Tucat
(Venezuela), Ignacio de Echevarria
(Estados Unidos), César Ángel Aguilar Asiain (Guatemala), Rosario Torres (Perú)
Impresión
Impresora y Encuadernadora
Progreso, sa de cv
Diseño y formación
Marina Garone, Cristóbal
Henestrosa y Emilio Romano
Ilustraciones
Tomadas de la reedición
de Apuntes para mis hijos, de B. J.,
y de periódicos decimonónicos
La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Colonia Bosques
del Pedregal, Delegación Tlalpan,
Distrito Federal, México. Editor responsable: Tomás Granados Salinas.
Certificado de Licitud de Título 8635
y de Licitud de Contenido 6080, expedidos por la Comisión Calificadora
de Publicaciones y Revistas Ilustradas
el 15 de junio de 1995. La Gaceta del
Fondo de Cultura Económica es un
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Nacional del Derecho de Autor, con
el número 04-2001-112210102100, el
22 de noviembre de 2001. Registro
Postal, Publicación Periódica: pp090206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica.
Correo electrónico
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2 la Gaceta
a
Fernando del Paso
Las Noticias del imperio que Fernando del Paso transmite a sus lectores
dicen mucho de Benito Juárez. Aunque no es el protagonista de la mayúscula
obra delpasiana —que tampoco tiene por eje a Carlota sino a su locura—,
el presidente de México entra y sale del libro como un demiurgo que
prepara el fatal destino de Maximiliano. Del capítulo en que se contrastan
las biografías del oaxaqueño y de Napoleón III hemos tomado las porciones
dedicadas a la vida de Juárez, como introducción literaria a nuestro tema
e invitación a la obra toda de Del Paso
En el año de gracia de 1861, México estaba gobernado por un indio cetrino, Benito
Juárez, huérfano de padre y madre desde que tenía tres años de edad, y que a los once
era sólo un pastor de ovejas que trepaba a los árboles de la laguna Encantada para
tocar una flauta de carrizo y hablar con las bestias y con los pájaros en el único idioma que entonces conocía: el zapoteca. […]
Un día, Benito Pablo abandonó a los parientes que lo habían recogido, a sus ovejas y a su pueblo natal de Guelatao —palabra que en su lengua quiere decir “noche
honda”— y se largó a pie a la ciudad de Oaxaca situada a catorce leguas de distancia,
para trabajar de sirviente en una de las casas grandes, como ya lo hacía su hermana
mayor, y más que nada para aprender. Y en esa ciudad, capital del estado del mismo
nombre, y ultramontana no sólo por estar más allá de las montañas, sino por su mojigatería y sumisión a Roma, Juárez aprendió castellano, aritmética y álgebra, latín,
teología y jurisprudencia. Con el tiempo, y no sólo en Oaxaca sino en otras ciudades
y otros exilios, ya fuera por alcanzar un propósito en el que se había empecinado o
por cumplir un destino que le cayó del cielo, también aprendió a ser diputado, gobernador de su estado, ministro de justicia y de Gobernación, y presidente de la república. […]
Vestido siempre de negro, con bastón y levita cruzada, don Benito Juárez leía y
releía a Rousseau y a Benjamin Constant, formaba con éstas y otras lecturas su espíritu liberal, traducía a Tácito a un idioma que había aprendido a hablar, leer y escribir
al mismo tiempo, como en el mejor de los casos se aprende siempre una lengua extranjera, y comenzaba a darse cuenta de que su pueblo, lo que él llamaba “su pueblo”
y al cual había jurado ilustrar y engrandecer y hacerlo superar el desorden, los vicios
y la miseria, era más, mucho más que un puñado o que cinco millones de esos indios
callados y ladinos, pasivos, melancólicos, que cuando era gobernador bajaban de la
sierra de Ixtlán para dejar en el umbral de su casa sus humildes ofrendas: algunas
palomas, frutas, maíz, carbón de madera de encina traído de los cerros de Pozuelos o
del Calvario. Pero para otros, para muchos, Benito Juárez se había puesto una patria
como se puso el levitón negro: como algo ajeno que no le pertenecía, aunque con una
diferencia: si la levita estaba cortada a la medida, la patria, en cambio, le quedaba
grande y se le desparramaba mucho más allá de Oaxaca y mucho más allá también del
siglo en el que había nacido. Y por eso de que “aunque la mona se vista de seda mona
se queda”, las malas lenguas le compusieron unos versitos:
Si porque viste de curro
cortar quiere ese clavel,
sepa hombre, que no es la miel
para la boca del burro;
huela, y aléjese dél… […]
Águeda, la santa que sostenía en una bandeja sus dos pechos cortados, le enseñó al
niño Benito Pablo la letra “a”. Blandina mártir, que murió envuelta en una red, entre
las patas y los cuernos de un toro, la letra “b”. Casiano de Inmola, al que sus propios
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discípulos dieron muerte acribillándolo con sus plumas de hierro, la letra “c”. Y a pesar de ello, a pesar de haber aprendido
el abecedario en Las vidas y martirios de los santos, gracias a la
paciencia y buenamor de su maestro, el lego pero casi fraile
Salanueva, que estaba siempre vestido con el sayal pardo de los
carmelitas descalzos, Benito Juárez, siendo ministro de justicia,
expidió una ley que llevaba su nombre, Ley Juárez, y la cual, al
poner término a la jurisdicción de los tribunales eclesiásticos
en los asuntos civiles, volvió a echarle leña al fuego de la vieja
rencilla entre la iglesia y el estado, y que en esos días provocó,
además de sangrientos combates, la expulsión de seis eclesiásticos, entre los cuales se encontraba el obispo de Puebla, Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos. Los angelopolitanos, que
así se llamaban los que habían nacido o vivían en Puebla de los
Ángeles, acompañaron por un buen trecho a sus obispos en su
viaje al destierro, jerimiqueando. A pesar también de haber
sido aplicado alumno del Seminario de Oaxaca cuando, antes
de decidirse por la abogacía deseaba ser cura, y de haber jurado
al protestar como gobernador de Oaxaca por dios y por los
santos evangelios defender y conservar la religión católica,
apostólica y romana y de encabezar sus decretos con el nombre
de dios todopoderoso, uno en esencia y trino en persona, Benito Juárez —a quien Salanueva le había enseñado lo mismo
los secretos del arte de encuadernar catecismos Ripalda, que el
respeto y la veneración al nazareno del Vía Crucis que todas las
tardes de todos los días pasaba frente a su casa—, siendo presidente de la república confiscó los bienes de la iglesia mexicana,
abogó todos los privilegios del clero y reconoció todas las religiones. Por esta osadía, Juárez fue considerado por los conservadores mexicanos y europeos, y desde luego por el Vaticano y
por el Papa Pío Nono futuro creador del dogma de la infalibilidad pontificia, como una especie de anticristo. Por no saber
montar a caballo, ni manejar una pistola y no aspirar a la gloria
de las armas, se le acusó de ser débil, asustadizo, cobarde. Y por
no ser blanco y de origen europeo, por no ser ario y rubio que
era el arquetipo de la humanidad superior según lo confirmaba
el Conde de Gobineau en su Ensayo sobre la desigualdad de las
razas humanas publicado en París en 1854, por no ser, en fin,
siquiera un mestizo de media casta, Juárez, el indio ladino, en
opinión de los monarcas y adalides del viejo mundo era incapaz
de gobernar a un país que de por sí parecía ingobernable. Es
verdad que el ministro americano en México, Thomas Corwin,
exageraba cuando en una carta al secretario de estado William
Seward le decía que en cuarenta años México había tenido
treinta y seis formas distintas de gobierno, ya que en realidad
era una sola, con raras y esporádicas excepciones: el militarismo. Y es verdad también que míster Corwin hacía mal las
cuentas cuando afirmaba que en esos mismos cuarenta años
México había tenido sesenta y tres presidentes, porque no sólo
habían sido menos, sino que entre esos menos hubo varios que
volvían una y otra vez a la presidencia, y que eran como una
fiebre terciana que sufría el país. [...]
Tras más de dos meses de vejaciones durante los cuales se le
confinó y expulsó en forma alternada de varios pueblos, ciudades y rancherías, el licenciado Benito Juárez fue llevado al castillo de San Juan de Ulúa. Construido con piedra múcar —una
especie de coral— sobre el arrecife de La Gallega a la entrada
del puerto mexicano de Veracruz, en tierra caliente donde la
malaria y la fiebre amarilla eran endémicas, la fortaleza de San
Juan de Ulúa, último reducto de los españoles que la abandonúmero 423, marzo 2006
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naron hasta casi cuatro años después de consumada la independencia mexicana, le había costado muchos millones a España.
Tantos, que cuentan que un día se le preguntó a uno de los monarcas españoles qué era lo que contemplaba, con su catalejo,
desde El Escorial y el rey contestó que trataba de ver el castillo
de San Juan de Ulúa: “tan caro le ha salido al tesoro español”,
dijo, “que cuando menos deberíamos verlo desde aquí”. Trece
años después de la retirada de los españoles, en octubre de
1838, la fortaleza capituló tras haber sido bombardeada por
una escuadra francesa al mando del almirante Charles Baudin
y de la que formaba parte el príncipe de Joinville, hijo de Luis
Felipe de Francia y tío de la princesa Carlota de Bélgica, y
quien reclamaba a nombre del gobierno francés una indemnización de seiscientos mil pesos en favor de ciudadanos franceses residentes en el territorio mexicano, que se quejaban de la
merma súbita o paulatina de sus capitales, debida a los empréstitos forzosos, o robos legalizados, que con demasiada frecuencia decretaban las autoridades mexicanas para financiar sus sucesivas revoluciones y sus perpetuos desfalcos. Debido a que
entre estas reclamaciones figuraba la de un pastelero de Tacubaya que diez años antes dijo haber perdido sesenta mil pesos
de mercancía en éclairs, vol-au-vent, brazos de gitano y babasau-rhum, a este primer conflicto armado entre Francia y México se le llamó “La guerra de los pasteles”. En la defensa del
puerto de Veracruz, perdió la pierna izquierda un general
mexicano a quien alguna vez Benito Juárez, en sus tiempos de
criado de casa grande en Oaxaca, había servido la cena, el
mismo que ahora era el culpable de los maltratos sufridos por
el indio, y de su próximo exilio: Antonio López de Santa Anna,
quien había sido ya presidente de México cinco veces y que,
tras de que su heroica pierna fuera enterrada con honores y
desfiles, con lágrimas y lápida conmemorativa y con salvas y fanfarrias militares, sería presidente otras seis veces más. A veces
héroe, a veces traidor, a veces las dos cosas al mismo tiempo,
Santa Anna se levantó un día capitán y se acostó esa noche teniente coronel durante la guerra de la independencia de México.
General a los veintisiete años y Benemérito de la patria a los
treinta y cinco, había sido condecorado por la flecha de un indio
en su primera campaña contra Tejas, la provincia mexicana que
deseaba transformarse en república independiente. Héroe ya
desde entonces, Santa Anna se hizo un poco más héroe cuando
regresó a la provincia rebelde para tomar por asalto el fuerte
del Álamo y obtener un sangriento triunfo —remember Goliat
la Gaceta 3
a
donde pasó a todos los prisioneros a cuchillo y a pólvora—, y
un poco menos héroe cuando, vencido por las fuerzas de Sam
Houston huyó a caballo y a pie, cayó en manos del enemigo
tras el combate de San Jacinto y reconoció por miedo, por obtener la libertad o porque era sencillamente un hecho consumado, la existencia de la república de Tejas. Vuelto al poder
después de que su pierna fuera desenterrada y arrastrada en las
calles por el populacho, y presidente de México dos veces en el
año de 1847 en el que culminó la invasión expansionista norteamericana con la cesión a los Estados Unidos de territorio
mexicano con una superficie de más de un millón trescientos
cincuenta mil kilómetros cuadrados que incluía las provincias de
Nuevo México y de la Alta California —y que, agregada Tejas
equivalía a la mitad del territorio nacional—, Santa Anna se
convirtió en el gran traidor tras dejar la presidencia en manos
de un interno para ponerse al frente de las tropas, ser derrotado por el general Taylor en Sacramento y abandonar el país,
lavándose las manos, pasando sin ser molestado, como Pedro
por su casa, entre las propias filas del enemigo: Santa Anna, se
dijo, había recibido cuantiosas sumas de los norteamericanos
para influir en la aprobación, por parte del congreso mexicano,
del Tratado de Guadalupe Hidalgo, que además de ratificar la
cesión del territorio, reafirmaba los viejos lazos de amistad que
unían a México y los Estados Unidos. Vuelto al poder a pesar
de todo unos cuantos años después y transformado en dictador
supremo y alteza serenísima, Santa Anna, si era posible, fue un
poco más traidor todavía al firmar el Tratado de La Mesilla por
medio del cual México le vendió a los Estados Unidos otros
cien mil kilómetros cuadrados de territorio fronterizo […]
Allí, en uno de los calabozos de San Juan de Ulúa, a los que
llamaban “tinajas” porque estaban situados bajo el nivel del
mar y el agua rezumaba por los muros de piedra múcar para
evaporarse casi al instante, pasó once días incomunicado el licenciado Benito Juárez, para ser llevado después a bordo del
paquebote Avon donde los pasajeros hicieron una colecta para
pagar su boleto hasta la primera escala, La Habana, de la cual
se marchó poco después el licenciado rumbo a Nueva Orleans,
la antigua capital de Louisiana donde conoció a otros mexicanos liberales y entre ellos a Melchor Ocampo, discípulo como
él de Rousseau y además de Proudhon, que sería después uno
de sus más cercanos colaboradores, y al que tanto admiró Juárez por su clara inteligencia. Para ganarse la vida, Juárez torcía
tabaco. Ocampo elaboraba vasijas y botellones de barro. Otros
paisanos exiliados trabajaban de meseros si bien les iba, o de
lavaplatos en un restaurante francés. De pie frente al mar, Juárez contemplaba la ancha desembocadura del Mississippi y
esperaba al barco que le traería las cartas de su mujer y sus
amigos. Margarita se había ido con los niños al pueblo de Etla,
y allí la iba pasando con lo que les dejaba un pequeño comercio. Los amigos le pedían a Juárez que tuviera paciencia, le
enviaban a veces algo de dinero, le reprochaban, algunos, que
hubiera elegido a los Estados Unidos como lugar de exilio, le
juraban que Santa Anna caería pronto del poder, esta vez para
siempre. De espaldas al mar, Juárez seguía con la mirada el
curso del Mississippi, el caudaloso río de los cuarenta tributarios que nacía muy lejos, en la región norte de Minnesota, y
pensaba en una singular coincidencia: por la misma cantidad
—quince millones de dólares— por la que México había cedido a los norteamericanos las provincias de Nuevo México y la
Alta California, Napoleón el Grande había vendido a Estados
4 la Gaceta
a
Unidos lo que en 1803 restaba en poder de Francia —los dos
millones trescientos mil kilómetros cuadrados de la cuenca
oriental del Mississippi— de ese gigantesco territorio llamado
la Luisiana en honor de Luis XIV, el Rey Sol. Así había crecido
Estados Unidos, pagándole a Napoleón seis dólares cincuenta
y seis céntimos por kilómetro cuadrado, y a México, once dólares con cincuenta y tres. Pero Juárez hacía cuentas: si se incluía a la república de Tejas, que se había perdido sin recibir un
solo centavo de indemnización, los once dólares y fracción se
reducían a seis. Bonito negocio.
Una noche Juárez y sus amigos fueron a ver a una troupe de
minstrels que pasaba por Nueva Orleans, y que era un grupo de
músicos blancos pintados como negros, que se movían como
negros, hablaban y cantaban como negros y como negros tocaban el banjo y los bones, que eran una especie de castañuelas
hechas con dos trozos de las costillas de un animal. “No entiendo”, dijo Juárez. “Sí, el inglés es muy difícil de aprender”,
dijo uno de los mexicanos que no había entendido a Juárez.
Pero quien siempre sabía muy bien lo que Juárez quería decir
era su amigo Melchor Ocampo, quien en algunas de esas tardes
húmedas de los domingos en que paseaban por los muelles en
mangas de camisa, hacía gala de todas sus culturas, incluyendo
la política y la botánica. Ocampo el político proponía, como
remedio de los males de México, que se llevara a cabo la Reforma iniciada en los primeros años de la etapa independiente
del país con la ocupación por parte del gobierno de las fincas
destinadas a las misiones de las Filipinas y continuada por el
presidente Gómez Farías sin éxito la primera vez, y con mejor
fortuna la segunda, cuando decretó la incautación de los bienes
de la iglesia para reunir fondos que sirvieran en la lucha contra
la invasión americana, y Ocampo recordaba y citaba ejemplos
y antecedentes históricos que le venían a la memoria en desorden, como la nacionalización de los bienes del clero decretada
en España en 1835 por un primer ministro liberal, la confiscación de los bienes de la iglesia en Bohemia en el siglo xv como
resultado de la revolución husita —que al fin y al cabo sólo
benefició a la clase noble, decía Ocampo— la desamortización
llevada a cabo en Francia tras la revolución, y las medidas
adoptadas por uno de los emperadores austriacos, José II, y que
en realidad no lograron sino cambiar el capital de un bolsillo a
otro de la iglesia, dijo Ocampo, porque el producto del remate
de casi la mitad de los conventos, fue destinado a los curatos,
con lo cual se comprueba que si José II no quería a los monjes,
sin duda no tenía nada, o poco, contra los curas. Y Ocampo el
botánico, amante de las plantas raras, a quien una vez se le vio
hincarse y llorar ante unos lirios yucateros que crecían, solitarios, en la estación de Tejería; cultivador de especies exóticas
en su finca michoacana de “Pomoca” —anagrama de su apellido—, proponía, como remedio para la diarrea del Licenciado
Benito Juárez, una pócima de flores de cabello de ángel trituradas en agua, o contaba cómo la pasión de la emperatriz Josefina, la primera esposa del primer Napoleón, había sido una
flor de origen mexicano, la dalia excelsa, que ella había ordenado sembrar en los jardines de Malmaison y prohibió que
nadie más la cultivara en Francia, y cómo, después de que alguien robó unas plantas y la dalia mexicana comenzó a aparecer en otros jardines, Josefina dejó de interesarse por ella y
la desterró para siempre no sólo de Malmaison, ¿que le parece? y excuse usted la rima, licenciado, sino también de su
corazón. G
número 423, marzo 2006
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Dos episodios juaristas
Victoriano Salado Álvarez
El autor de los Episodios nacionales mexicanos era un prosista
ducho. Sus reconstrucciones noveladas de pasajes y
personajes de nuestra historia decimonónica son vívidas y
felices. Presentamos aquí dos fragmentos, tomados de la
reproducción facsimilar que publica el FCE
Con la familia enferma
Tras la noche toledana, el primer grito que se oyó fue el de mi
estómago hambriento: “Desayuno”, pidió con tristes voces,
como el herido de muerte pide “confesión”.
—¿Desayuno? —dijo mi hombre—. Lo tendrá usted en
seguida. Pues qué, ¿cree usted que estamos en México, donde
a las siete u ocho de la mañana apenas se van levantando legañosos y malhumorados los mozos del café? Aquí se hila más
delgado; vamos a la fonda y verá que nada hace falta. Veracruz
es una ciudad pequeña y México un pueblo grande.
Nos refocilamos, pues, modestamente; tomamos un cuartito en el Hotel Diligencias, y me salí a la calle para ver de arreglar el negocio principal que me llevaba.
Empecé por preguntar cuál era el palacio que habitaba Juárez y a qué horas daría audiencia. Don León se me rió en las
barbas como si hubiera preguntado por la casa del sol.
—¿Palacio? Pero usted está delirando, compañero. ¡Qué
palacio ni qué ocho cuartos! Juárez vive en una casa de tantas,
en Puerta Merced, y allí entran y salen jarochas, comerciantes,
negras de puro en boca, políticos y militares de todas clases.
Aquí no hay las antesalas y los cumplidos del Palacio de México, sino que cada cual entra, arregla sus asuntos y se marcha.
Así pasaba en efecto. La casa era amplia, aseada, con sus
balcones que dejaban penetrar toda la luz, sus cortinas albeantes, sus baldosas de mármol, sus corredores amplios y su fuente que derramaba agua a chorros, derramando también vida y
bienestar.
Eran las siete cuando pasé nada más que a informarme de la
hora más oportuna para hablar con el presidente.
—Ya está levantado su mercé, y voy a pasarle recado —me
dijo una negraza que después supe se llamaba Petrona y que
era algo parecido a intendenta de aquel albergue.
Juárez me recibió con perfecta amabilidad, tendiéndome la
mano breve y bien formada y esbozando un amago de sonrisa
que más bien sorprendí en sus ojos negros como capulines, que
en sus mejillas y boca, pues le impedía el paso una cicatriz que
se avanzaba hacia el lado izquierdo comunicando al rostro, a
ratos, ligero dejo de burla, y a ratos seriedad mayor de la que
era natural en él.
Una sola vez había visto al grande hombre (ahora le puedo
llamar así, ¡ay!, sin que el mote parezca obra de adulación) y en
circunstancias tan críticas, que pensé no se acordaría ya de mí
ni de mi nombre.
Estaba don Benito sentado en un sillón cercano a una mesa
donde se encontraban restos de un frugal desayuno, seguranúmero 423, marzo 2006
mente ingerido de prisa, y al verme dijo invitándome a sentarme:
—Entendía que el señor comandante La Llana estaba a las
inmediatas órdenes del señor Ministro de la Guerra y jefe del
Ejército Nacional.
Le respondí refiriendo brevemente la causa de mi presencia
en la siempre heroica, y al oír que llevaba cartas de Pancho
Zarco, me preguntó con sumo interés:
—Y ¿cómo está el señor Zarco? ¿No se ha resentido su
salud con la vida que se ve precisado a llevar?
Díjele que el valiente periodista rebosaba entereza; le conté
su escapatoria última, que aún no conocía, y le vi dar muestras
de grandísimo interés por la persona de mi amigo. Ya había yo
sacado del fondo de mis cepillos los pliegos que llevaba para el
presidente, y había él empezado a leerlos con suma atención,
cuando se dibujó en la puerta la silueta de un hombre de mediana estatura, moreno, de cabellera negrísima que le rozaba
los hombros, de ojos chicos, nariz roma, boca enorme, pero de
labios tan delgados que parecían una herida sangrienta en
aquel rostro de líneas acentuadísimas. Era don Melchor
Ocampo.
Me levanté del asiento ensayando una reverencia. Juárez le
dijo alargándole un pliego de papel de seda:
—Esto para ti, de parte del amigo Zarco.
Cogió don Melchor la carta y empezó a leerla en pie, acercándose un poco a la ventana por donde se filtraba la claridad
insolente de una mañana primaveral.
—Pancho —exclamó Juárez mirándome al rostro— dice
que es usted amigo de plena confianza y que le ha dado conocimiento de cuanto dicen las cartas de que fue portador.
—En efecto, señor —respondíle—; Zarco me estima, hace
justicia a mi discreción y a mi decisión por la causa, y más
honor del que merecen mis modestas aptitudes… Por eso dispuso que leyera y si era posible tomara de memoria lo principal
de las cartas que dirige a usted y a otras personas para el evento de que cayera la correspondencia en poder del enemigo y
que yo pudiera salvarme.
—Zarco no habría dado esa autorización a persona que no
lo mereciera.
—Pancho —interrumpió a esta sazón Ocampo, que de seguro estaba en lo que hablábamos Juárez y yo—, Pancho opina
por el auxilio americano, pues está seguro de que no implica el
paso riesgo ninguno para la nacionalidad.
—Pancho —contestó el presidente, y parece que le veo con
el ademán verdaderamente solemne que tomó— es un joven
lleno de prendas, pero joven al fin. Nuestra causa es justa y sólo
es materia de tiempo hacer que se enseñoree del ánimo de las
gentes. ¿No hemos dicho mil veces dios y nuestro derecho?
Pues aguardemos a vencer sin más que esos dos elementos…
No hay para qué llamemos a nadie, con el riesgo de que después nos exija el pago de su auxilio en cualquier forma humillante… quizás en la de la pérdida de nuestra nacionalidad.
—No abundo en tus temores, bien lo sabes —repuso
la Gaceta 5
a
a
Ocampo—; pero ya que tienes esa fe que traspasa montañas y
—Estudiando… humanidades —respondió Guillermo baque tan firmemente crees en el triunfo de nuestra causa, cuenjando los ojos.
ta conmigo para acompañarte a donde vayas.
—¡Ah, perdido!
Miró don Benito a su ministro con cariño en que se confun—¡Ah, pícaro!
dían los caracteres de jefe, discípulo, amigo y aliado, y dirigién—Cabalmente acababa de llegar y de dormirme, soñando
dose a mí me dijo:
que quitaba a una jarocha su cachirulo de oro, se lo pasaba por
—Señor La Llana, Zarco me asegura que usted cuenta con
los crespos cabellos, y éstos se iban haciendo suaves, suaves
amigos en el seno de nuestro grupo. Busque a las personas que
hasta llegar a ser como una seda… Luego se tornaban castaños,
le sean simpáticas y aguarde a que le llame… Entre tanto, ocudespués rubios, y al fin se volvían de color de oro, como el
pará un aposento en esta casa, pues no sería remoto que pronpropio cachirulo…
to le necesitara.
—Éjate e cachirulo…
Me incliné, salí del cuarto, pregunté a la patrona por el cubil
—Luego, peinándolos, salían oncitas de oro, centenes, medonde se aposentara Guillermo Prieto, y allá me dirigí dispuesdias onzas, escuditos, reales y medios, todo de oro… como el
to a entablar larga y cariñosa charla con aquel viejo y excelente
cachirulo…
camarada.
—¡Y dale!
A la puerta golpeaba un hombrecillo delgado de cuerpo,
—Y con esos dinerales llenaba cajas y más cajas, pagaba
enjuto, moreno de rostro, bigote de cola de ratón, nariz delgahaberes atrasados, sobornaba generales, destruía ejércitos y
da y puntiaguda, melena que rebasaba la nuca y cuello larguiponía la Constitución sobre toda la mochería… pues ya usterucho. Por lo demás, el cuerpo, aunque no muy alto, era bien
des saben que el dinero es nervio de la guerra.
formado; el pecho y los brazos mostraban, a través de la ropa,
—¿Y cuando despertaste…?
convexidades que denunciaban a un Hércules, y los pies y las
—No tenía más que el cachirulo de oro fino que me había
manos eran finos y elegantes.
regalado una hembra de la Caleta… ¿Y al fin te marchas, gaPermanecí un rato mirando al muchacho aquel, que denunchupín?
ciaba a leguas en su apostura el tipo de andaluz, y al cabo logré
—Hoy a la dié.
reconocerle sin gran esfuerzo. Él también me vio con cara de
—¿Y a dónde, se puede saber? La Llana es de confianza.
gozo y me dijo
—Aunque no lo juera; llevo órdene reservada, que he de
—Uté e de Jalico, o en Jalico lo conocí.
abrir en alta mar.
—De Jalisco soy y en Jalisco tuve la satisfacción de conocer
—¡Caramba, qué misterioso anda el tiempo! Gachucito, no
al intrépido Antonio Bravo, el mismo que arrió la bandera del
me jagas rir…
palacio de Guadalajara en aquella horrible jornada del año
—Puej ya me verá en camino, y cuando el Dolphin sarga er
pasado.
puerto, no deje de encomendarme a dios.
—¿Y don Santito?
—Así lo haré aunque indigno… Y tú, La Llana, ¿qué te
—Ya usted lo sabe: trabajando sin cesar y levantando trohaces? ¿Vienes a quedarte con nosotros?
pas… A bien que ustedes deben estar de eso más enterados que
—Ve a saber; por de pronto, aquí me instalo; pero será sólo
yo, pues desde lo de Tacubaya no sé dónde anda nuestro jefe.
mientras me despachan con la respuesta a los pliegos que traje.
Entre tanto, Bravo había dejado de golpear la puerta aque—De modo que eres ahora…
lla; mas en los pocos instantes en que dejábamos descansar a las
—Correo extraordinario.
lenguas, se oía desde dentro un ronquido que empezaba por el
—Bien hayan lo mozo crúo y de arrejto.
fortíssimo y concluía en el largo-assai o en
—Ojalá que te quedaras entre nosoel morendo más lánguido.
tros, Juanillo… Pero ¿qué digo? Ya tengo
¿Palacio? Pero usted está delirando,
—Ejte maldito e Guillermo no va a
plan para que nos acompañes.
compañero. ¡Qué palacio ni qué
tené aquí hajta el año prósimo… Misté
—Dime el planecito.
ocho cuartos! Juárez vive en una
que dormí a puerta cerrá en pleno junio
—Es mi secreto, como dicen en las
casa de tantas, en Puerta Merced, y
y en pleno Veracrú, ni al diablo se le
novelas… Pero, en fin, si me prometes
allí entran y salen jarochas,
ocurre.
ser callado, y no ir con el cuento a Antocomerciantes, negras de puro en
Entonces, perdiendo la paciencia,
nio Bravo, te diré la cosa… ¿Tienes
boca, políticos y militares de todas
gritó por la cerradura:
buena letra?
clases. Aquí no hay las antesalas y
—¡Guillermo, bruto!, ¡levántate o
—Purísima, Torío.
los cumplidos del Palacio de
tiro a mojicone tu puerta!
—Y de ortografía ¿cómo te sientes?
México, sino que cada cual entra,
Alguien contestó del interior cual—Lo necesario para no escribir arroz
arregla sus asuntos y se marcha
quier cosa que calmó la agitación de
con hache y caracoles con ka.
Bravo, y a poco vimos salir a Guillermo Prieto con cara de
—¡Espléndido! Ya está hecha tu carrera.
trasnochado, y diciéndonos de jovial talante:
—¿Mi carrera?
—¡Habías de ser tú, gachuzo de los demonios!… ¡A las
—Sí; has de saber que hace ocho días murió don Mateo
cinco me acosté y ya vienes a quitarme el sueño!… Juan Pérez
Palacios, secretario privado de Ocampo, y está el pobre Melde mi alma, seas bienvenido a esta heroica ciudad —y me eschor que no halla a qué santo encomendarse.
trechó en sus brazos varias ocasiones seguidas. —Figúrense
—Pues me convendría la placita.
ustedes —continuó Guillermo— que me he pasado la
—Cuenta con ella, que si eso no puedo ofrecerte, no sé con
noche…
qué te obsequie.
—¿Etudiando? —preguntó Antonio.
—¿Y pa mí no habría un lugarcito así, gachó?
6 la Gaceta
número 423, marzo 2006
a
—¡Qué ha de haber! Tú estás malquisto por gachupín.
—Y e la verdá que don Melchó me ha cogío tema no ma que
por gachupín.
—Y a fe que no tiene razón, pues Quijotes tan sinceros
como éste no los habrá: camina buscando dónde se pelea por
la libertad, para ponerse a servirla… Pero déjenme, que tengo
que desayunarme, que recoger el acuerdo y que acompañar a
este mal sujeto para recomendárselo a los señores tiburones.
Y allí se quebró una taza.
Hidalguía mexicana y nobleza española
En aquella mañana se aguardaban grandes novedades en la casa
de Puerta Merced. Se lavaba el mármol de los pisos, se sacudían los muebles, se abrían balcones y ventanas, y la feroz Petrona, la negra que había regañado a Juárez, repartía pescozones a diestro y siniestro.
¿No he contado eso de la regañada a don Benito?
Pues aquí va, tal como me la refirió Fidel.
Entró el gobierno constitucional a Veracruz una noche de
mayo, en medio del entusiasmo de aquel grande y generoso
pueblo. Las muchachas arrojaban flores desde los balcones, los
hombres gritaban vivas en las bocacalles, y una multitud entusiasta y delirante seguía al cortejo… Llegó la comitiva a la casa
que de antemano se había arreglado y se instaló luego que se
hubieron marchado Zamora y sus amigos, que un rato acompañaron a don Benito y demás familia… enferma.
Juárez era cuidadosísimo con su persona, como no se acostumbraba en aquellos tiempos, en que se tenía como evangelio
lo de “la cáscara guarda al palo”, “de cuarenta para arriba ni te
cases, ni te embarques, ni te mojes la barriga”, “vale más que
digan: allí va un puerco y no allí va un muerto”, y otros axiomas de la tierra que servían para sistemar y arreglar la porquería nacional.
Don Benito, lo mismo entre el hielo en Paso del Norte que
en el calor de Veracruz, acostumbraba levantarse a las seis y
bañarse luego. La mañana siguiente a la de su llegada, salió a la
azotehuela y pidió a una negra que por allí miró, le diera nueva
número 423, marzo 2006
agua; pero la mujerona, al ver un hombrecillo de mala traza, de
tez cobriza, de aspecto humilde y maneras corteses, se figuró
topaba con un individuo de la más ínfima servidumbre.
—¡Vaya —le dijo—, un indio manducón que parece el improsulto! Si quiere agua, vaya y búsquela.
Juárez oyó impasible aquella letanía, y como se lo indicaba
la negra, fue a buscar el agua que no tardó en encontrar.
Poco después, la comitiva toda, que ese día empezó su vida
en común, aguardaba a Juárez. La negra procuraba saber quién
de todos aquellos caballeros era el presidente, y a todo el que
veía guapo, de estatura elevada o considerado de los demás,
le hacía reverencia poniéndole la jeta más linda que tenía a la
mano.
Por fin, sale don Benito de su cuarto, y todos los que se
encontraban formados a la puerta le hacen una inclinación de
cabeza en respuesta a la que él les dirigió. Petrona, que reconoció en aquel señor el mismo a quien había reñido, se confundió y entró llamándose con todas las frases más feas que halló
a mano.
Sorprendidos los circunstantes, preguntaron la causa de
aquella confusión, y el señor Juárez refirió, riendo, la anécdota,
que sirvió para que distinguiera y favoreciera a la negrita andando el tiempo.
Volviendo al asunto de los preparativos de aquella mañana,
diré que la gente empezaba a llegar; pero sin que supiera qué
embajador se recibiría, qué príncipe llegaría de visita ó qué
personaje determinaría acompañarnos en nuestro cálido destierro.
Los comentarios comenzaban y no acababan.
—Es un americano que viene a ofrecernos dinero y cañones.
—Es un inglés que quiere conocer nuestras Leyes de Reforma para aplicarlas en su tierra.
—Es un embajador de S. S. Pío IX.
—Aquí no entran de esos.
—Será el loco Luis Terán, que viene de Oaxaca armado del
certificado de hombre morigerado que le expidió la priora del
convento de Ixtlán.
—Será don Nacho Mejía, que vuelve de recibir el mando de
manos de Iniestra.
—Será don Miguel Lerdo, que pide la venia para marcharse
a extranjis.
—Que hable el Tío Cualandas —decían algunos señalando a
Prieto y refiriéndose al saladísimo papel que redactaba mi
amigo.
—Que hable Villalobos —y se dirigían a un sujeto delgaducho, piocha de cuatro hilos, bilioso, cara de pájaro y ojos de
víbora.
Pero los dichos cesaron luego que hubo llegado el personal
del gobierno. A poco, introducido por Prieto y Ruiz, entró el
gachupincillo de marras, el bizarro Antonio Bravo, llevando en
la mano una cachuchita y en el rostro un bochorno y una mortificación tan marcados, que me dio verdadera lástima verle.
Don Benito, desde lo alto de la plataforma, explicó que el
gobierno estaba verdaderamente satisfecho del comportamiento de Bravo, que corriendo mil riesgos y con sacrificio de su
bolsillo había desempeñado una misión que se le había confiado, adquiriendo dinero, armamento y hombres en los términos
que se le había dispuesto; que no pudiendo por entonces darle
una muestra de lo mucho en que se estimaban sus servicios,
la Gaceta 7
a
a
había determinado el gobierno recibirle públicamente, haciendo saber que la persona de Bravo le era particularmente grata.
El ibero se turbó y nada pudo contestar a aquellas frases con
que él estimaba suficientemente pagados sus afanes. Subió,
estrechó las manos a Juárez, y las habría besado si no las hubiera retirado a tiempo el presidente.
Quiso continuar por la derecha, estrechando las manos que
se le extendían y los pechos que le saludaban entusiasmados,
cuando se encontró con un rostro adusto y retraído.
—Señor —dijo Ocampo, que era el que hurtaba sus manos
del contacto con las del héroe—, yo doy mi mano a mis amigos; pero sólo soy amigo de quien merezco serlo, porque le
pago en moneda de afecto y consideración los que él me dispensa… Yo he sido lo suficientemente villano para hablar de un
hombre a quien no conocía, sólo porque me era antipático su
origen… Si usted quiere hacerme la merced de ser mi amigo,
antes me ha de hacer la de perdonarme.
a
Bravo se había quedado parado y sin saber qué hacer, pero
al oír aquello fue más grande su confusión. Trató de coger por
sorpresa la diestra de Ocampo; pero éste, previéndolo, la escondió de nuevo y le dijo:
—Veo que es usted tan generoso que conviene en perdonarme; pero yo no debo aceptar su perdón si no es público y
claro… Dígame, si quiere complacerme: “Melchor Ocampo,
yo te perdono.”
Antonio se resistía, buscaba fórmulas de acomodo, pero al
fin hubo de transigir, y de pronunciar con voz de doctrino que
recita una lección: “Melchor Ocampo, yo te perdono.”
El grande hombre estrechó entre sus brazos al español, le
dio muchas y muy cariñosas enhorabuenas y se ofreció su
amigo para siempre.
El concurso aplaudía, lloraba y ponía en las nubes la lealtad
de Ocampo y la modestia de Bravo, declarándolos dignos el
uno del otro por sus almas hermosísimas. G
Juárez y Maximiliano
Franz Werfel
¿Tanta fuerza dramática tendrá Juárez que no es fácil
ponerlo en la escena? En Juárez y Maximiliano, el indio
zapoteca es un espíritu al que se invoca pero que nunca
aparece. Escuchemos qué se dice de él en la primera escena
Residencia del gobierno del presidente republicano Benito Juárez, en
Chihuahua, en el norte de México. Una oficina pública desnuda y
bastante maltratada que data del régimen español y tiene en la parte
de atrás unas ventanas con arcos, altas y con mucho fondo, cuyos
vidrios rotos están remendados con papel. Las puertas están cubiertas
de cartelones, manifiestos y edictos que siempre terminan con el grito
de guerra en mayúsculas ¡viva la república! Hay a la izquierda
una puerta cubierta con colchas arregladas precipitadamente y a la
derecha otra grande que da a un corredor exterior. Una mesa, escritorio oficial, ha sido colocada cerca de la luz y en ella está sentado
trabajando el abogado elizea, secretario del presidente. En el banco
de madera donde la gente se sienta a esperar, está encogido y con la
mirada fija, el diputado de la ciudad de Chihuahua. clark, corresponsal de guerra de El Heraldo de Nueva York, se pasea a lo largo
de la pieza con toda tranquilidad.
elizea
clark
elizea
clark
elizea
clark
8 la Gaceta
¡Con mil demonios, señor! Este ilustre y venerado
señor don Benito Juárez, parece ser un mito. (elizea
se encoge de hombros para indicar que no puede evitarlo. clark sigue con palabra clara y precisa.) Tengo las
más urgentes cartas de presentación de Washington. ¡Como si yo necesitara recomendación alguna!
Son una mancha en mis quince años de honroso trabajo de reportero. Al principio todo lo vi muy fácil,
pero ahora he tenido que andar siguiéndole la pista
a este retiro secreto del gobierno legítimo. De San
Luis a Saltillo, de Saltillo a Monterrey, y de regreso
clark
elizea
clark
del mar a este basurero que nadie puede pronunciar,
Chi…
¡Chihuahua! Pronúncielo usted como su Chicago.
¿Qué? ¿Este muladar? No hay nada en Chicago
como este agujero, ¿y por qué esta retirada? Bazaine
está a mucha distancia. No hay combates, no hay
emociones, no hay aventura para nosotros. Estoy
luchando por obtener una entrevista para mi periódico con el ciudadano presidente. ¡Una entrevista!
No puedo ni aun ver al señor Juárez, ni por amor, ni
por dinero, ¿Existe realmente semejante persona?
El presidente quiere que lo dejen solo. Trabaja día y
noche.
Oiga usted, mire. Mi jefe me está escribiendo cartas
amenazadoras. El público quiere acción en vez de
descripciones de paisajes. Las noticias de las más
importantes batallas de nuestra guerra llegaron al
norte sin dificultad alguna. Y aquí estoy en México,
sin tener nada que comunicar. Puedo perder mi
empleo si no me consigue usted esta entrevista,
mister Elizea.
¡Paciencia! Todavía están los generales con el señor
presidente.
Ya han estado con él dos horas y el gabinete estuvo
ahí el doble del tiempo.
Están tomando grandes resoluciones. El tiempo es
corto y tienen que salir de nuevo hoy en la noche.
Vienen desde muy lejos.
¿Desde dónde? ¿Quién lo sabe? De todos modos
este señor Juárez es un genio en retirada… ¿Por
qué no sofocó la villana invasión de Veracruz en el
momento del desembarque? Volar los transportes,
destruir los caminos, quedarse donde estaba y dejar
número 423, marzo 2006
a
que los condenados franceses se pudrieran de fiebre amarilla. Eso hubiera sido un plan adecuado,
pero sólo desperdicia sus oportunidades, abandona
los fuertes de la bahía sin un disparo y deja la puerta abierta a las hordas de pantalones rojos de Luis
Napoleón y del orgulloso Habsburgo.
elizea
(Continuando con su trabajo.) Hay que dejar que
maduren las enfermedades.
clark
Sí, si se empeña usted en morir de ellas. La monarquía, mi ilustre abogado y amigo, es cosa peligrosa
para gentes sin cultura. Es tan endemoniadamente
aparatosa.
elizea
Hubo otro hombre que se creyó también bastante
grande para ser emperador de México. Las balas de
siete soldados lo dejaron listo.
clark
¿Iturbide? También era un militar aventurero, gente
de fuera. Maximiliano, mi querido señor, es un
Habsburgo, hermano o primo de cada uno de los
monarcas de Europa —¡que el diablo se los lleve!,
pero estas cosas producen una impresión aquí.
Deles usted solamente una apariencia de legitimidad y un poco de brillo cortesano.
elizea
¡Legitimidad! Moctezuma, verdadero emperador de
México, fue también muerto por las flechas de sus
súbditos indios.
clark
(Deja de pasearse.) Don Benito Juárez es indio. ¿No
es verdad? ¿Azteca?
Elizea
Azteca. Sí, eso es. Azteca puro.
el diputado de chihuahua (Que hasta este momento ha tenido
la vista fija al frente, se levanta y con devoción se oprime el sombrero contra el pecho. Es un viejo mestizo,
intensamente moreno.) Perdonen ustedes señores,
nuestro presidente no es de raza azteca, sino de la
zapoteca.
Franz Werfel es un poeta, novelista y dramaturgo judío
que nació en Praga en 1890; recibió buena educación en la
capital bohemia; se interesó tempranamente en las letras y
publicó dos libros de versos, uno en 1911 y otro en 1913,
antes de salir, durante la guerra de 1914, a pelear al lado de
los poderes centrales en el frente ruso. Escribió dos novelas:
Verdi, novela de la ópera y El hombre que venció a la muerte. Es
autor de tres dramas: El canto del macho cabrío, Taciturno, y
Juárez y Maximiliano.
Conozco solamente el primero y el último, que colocan
a Werfel entre los dramaturgos de más fuerza y mejor equipo dramático de los contemporáneos. Estas dos piezas han
sido presentadas en Nueva York por The Theatre Guild,
asociación que tan inteligentemente y con tanto heroísmo
ha logrado levantar el nivel intelectual y el gusto de los
públicos de la urbe fantástica.
Caracterización humana y ampliamente católica; situaciones dramáticas poderosamente intensas; diálogo naturalista, ágil y policromado; interés progresivamente creciente;
sensibilidad extraordinariamente fina; imaginación rica y
tendencias revolucionarias, firmes y bien orientadas, son las
características de Werfel.
Y sobre todas esas cosas una noble piedad que limpia y
número 423, marzo 2006
clark
¿Y qué diferencia hay?
diputado (Perplejo porque su cerebro elemental se ve forzado a
una definición.) Los aztecas eran muy buenos pero
la sangre de los zapotecas es diferente. (Se queda en
silencio, asombrado de su misma opinión.)
elizea
Sí, son los más implacables de nuestros indios.
diputado Tengo un amigo comerciante en el sur, que conoce
a una persona cuyo padre tenía empleado al señor
Juárez como un dependiente en su tienda. (Suena
un timbre, elizea se levanta rápidamente y sale por la
puerta de las cortinas.)
clark
(Al diputado.) ¡Ah! Usted sabe cosas de la niñez de
este grande hombre. ¿No es verdad?
diputado (Saca penosamente la historia de su propio silencio.)
Nuestro presidente es descendiente de unos pobres
ganaderos. El encargado de la tienda le daba pan y
trabajo. Más tarde lo mandó a la escuela, con los
padres. Tenía una inteligencia despierta y por eso lo
quisieron preparar para obispo.
clark
¿Qué? ¿Juárez, enemigo mortal de la iglesia, el
hombre que dictó las leyes de reforma para confiscar las propiedades religiosas, Juárez, un teólogo?
diputado Conoce a sus demonios por todos los lados.
clark
(Murmurando.) ¿Y éste es el hombre que no me
dejan entrevistar?
diputado (Desde lo profundo de su dolorosa experiencia.) Donde
está no hay cautiverio.
a
(Pausa)
(mariano escobedo, riva palacio y porfirio díaz, generales
republicanos, entran por la puerta que da a la oficina del presidente,
seguidos de elizea. No llevan los brillantes y fantásticos uniformes
de los oficiales del Ejército Imperial de México, escobedo y riva
purifica por su trascendencia universal; una piedad no por el
caso accidental y efímero, sino por toda nuestra mísera vida,
alienta en los personajes, vibra y relumbra y a veces atruena y ensordece. Y dentro de esta piedad el relincho de los
potros indómitos de una reivindicación social y la luz de la
aurora de la esperanza de algo mejor. “El canto del macho
cabrío” es un símbolo revolucionario de fuerza potente y de
ardimiento, y en las últimas palabras de la obra es piedad
para la madre y suprema esperanza, cuando en la creencia
de que todo se ha perdido de un hijo cuya monstruosidad
física lo privó de todo derecho, una mujer dice: “Te equivocas madre. Aún está en el mundo. Llevo un hijo suyo en las
entrañas.” Este monstruo es la fuerza que mueve el drama y,
sin embargo, no aparece en escena, como no aparece Juárez
en Juárez y Maximiliano, a pesar de ser también la fuerza
impulsora de la acción.
La obra cuya traducción ofrezco, tiene la opinión europea actual sobre la tragedia del Habsburgo que comenzó en
Miramar y terminó en Querétaro. En materia de fidelidad
histórica, por lo demás nunca exactamente comprobable a
pesar de que en casos como el presente la documentación
ha sido meticulosa, la pieza se permite libertades episódicas,
pero es honrada en el dibujo de los caracteres principales.
la Gaceta 9
a
palacio llevan simples uniformes militares con chaqueta larga,
gruesos pantalones grises con tiras rojas y botas Wellington. Solamente porfirio díaz lleva la camisa roja Garibaldi —que se ha
vuelto también en México el símbolo de la revolución republicana—,
un cinturón y el sombrero nativo nacional. Es un hombrecito centelleante con facciones extremadamente recogidas y un fino bigote imperial. Debe verse mucho más joven que riva palacio y que el
sombrío y barbado escobedo. Los generales se dirigen al frente del
escenario. elizea, que ha entrado con los generales, introduce a la
sala de trabajo del presidente, guiándolo hacia la derecha, al diputado. Vuelve inmediatamente y se retira al nicho de una ventana
con el reportero.)
riva palacio ¿Están ustedes agotados como yo, caballeros? El
cerebro del viejo es como una máquina. A mí me
duele la cabeza.
díaz
No me impresiona a mí en esa forma. Para mí es
como una mujer a la que uno teme y adora.
escobedo Todos estamos orgullosos de usted, mi general, y lo
que es más, no estamos celosos.
díaz
Somos más admirados por la inspiración que nada
cuesta, que por el precio de penas infinitas. Es una
de las ironías de la vida…
clark
(Aproximándose a los generales.) Tengo el alto honor
de dirigirme a los más grandes generales de la república. (Los generales lo ven hostilmente.) Los Estados
Unidos y la Casa Blanca ven con amistad y fraternal
cariño la lucha heroica del pueblo mexicano contra
la invasión extranjera y la monarquía impuesta por
la fuerza. ¿Me van ustedes a permitir algunas preguntas, caballeros? Estoy seguro. Hay un clamor en
Nueva York pidiendo noticias.
escobedo (Irónico.) Riva Palacio, usted es el ilustrado entre
nosotros; contéstele.
El uso de uno que otro artificio melodramático no compromete la dignidad de la obra ni pone en peligro su integridad
arquitectónica que no puede ser otra que la de todo drama
histórico, a saber, una sucesión panorámica de acontecimientos previamente conocidos, que permite observar la
acción del héroe sobre ellos y la de ellos sobre el héroe, para
describir el carácter de éste. La unidad de carácter del héroe
es la unidad de acción de la pieza.
Werfel, de acuerdo con la verdad, pinta a Maximiliano
como el hombre débil y a Juárez como el hombre fuerte.
Siente piedad por los enamorados de Miramar, pero lo
deslumbra la rígida entereza del hombre de ébano; aquellos
representan las ambiciones humanas ante una categoría de
la existencia: la libertad, simbolizada por Juárez. El conflicto
se desarrolla entre estas dos fuerzas y vence la más fuerte, la
ineludible, la universal, Juárez. Maximiliano y Carlota desfilan hacia la muerte y hacia la locura al son del alarido de piedad del autor que sólo se acalla para dejar oír el estrépito del
mazo de la libertad que empuña el brazo poderoso del indio;
y entre estas dos figuras y bajo el límpido cielo de México,
la bajeza de Labastida, la grosería de Bazaine, la histeria de
Agnes Salm, la gallarda hidalguía de Porfirio Díaz, la cobarde traición de López, la venerable devoción de Herzfeld y
10 la Gaceta
a
riva palacio ¿Quién se atreve a hablar cuando Porfirio Díaz
está presente?
clark
¿Van ustedes a incorporarse a sus tropas ahora?
díaz
Puedo recitarle a usted de memoria la lista de mis
tropas. Un capitán, dos subalternos, un trompeta,
ocho hombres.
clark
Por el amor de dios, eso es una broma.
díaz
Procedo con la más amarga sinceridad. Dígale usted
a los Estados Unidos que no estamos poniendo
en escena una interesante comedia, que estamos
peleando por nuestras vidas.
clark
Pero caballeros, ¿y todas estas noticias sobre los
ejércitos republicanos?
riva palacio El enemigo los llama rebeldes y bandidos.
clark
¿No al ejército?
escobedo Los franceses acabaron con el último en Oaxaca.
clark
Dicen que han exagerado la fuerza de Bazaine y
Maximiliano.
díaz
No, en absoluto. Tienen a su mando cuarenta mil
franceses, belgas y austriacos. Los mejor preparados
oficiales de Europa para entrenar a nuestras gentes
para la guerra de asalto.
clark
No pueden estar las cosas tan malas. Los mejores
hombres están del lado de ustedes, excelencia. Los
genios militares, los verdaderos patriotas, y además
la protección de los primeros revolucionarios del
mundo. La amistad de Garibaldi.
díaz
Está usted equivocado. Nuestros mejores estrategas, el general Uraga y el general Vidaurri, son los
amigos queridos de Maximiliano y los patriotas se
están arañado unos a otros para obtener su Orden
de Guadalupe ¿Garibaldi? Sí, pero ¿dónde está
Garibaldi?
clark
¿De modo que el archiduque es popular?
Basch, la adoración lastimosamente candorosa de Mejía, la
pérfida intriga política… y los campos llenos de sangre.
Juárez era el hombre; Labastida, símbolo del clero
católico, la ambición terrena, el mal que aplastó y mancilló
lo que hubo de limpio y alado en los rasgos humanos de
aquella loca aventura; pero de aquel bello archiduque, poeta
rubio y soñador, cándido como un niño, a veces soberbiamente malcriado, que quiere echar mano de una utopía
paradójica y sentimental para salvar un imperio de cartón
recortado en Francia y pegado con la goma del régimen
católico apostólico mexicano, y de aquella celeste consorte,
fina y hermosa, cuya esterilidad encauza hacia otro rumbo
su ambición y quiere hacer de Maximiliano el hijo que de
él no pudo tener, de aquella pareja de amantes, tal vez pregunten algunos con el poeta:
Y el ser bello en la tierra encantada,
y el soñar en la noche iluminada,
y la ilusión de soles diademada,
y el amor…
fue nada…¿nada?… G
Enrique Jiménez D.
número 423, marzo 2006
a
(Honrado y sincero) La gracia y la
distinción siempre impresionan en
México.
clark
¿Dicen que es enteramente liberal?
díaz
Cuento de hadas europeo con el
cual cada príncipe borda su entrada en escena.
clark
¿Es verdad, señor general, que
Maximiliano le hizo a usted algunas proposiciones?
díaz
Cuando estuve prisionero. Primero
me invitó a una entrevista. Como
no fui, me envió su carruaje para
llevarme a una audiencia secreta.
La tercera vez se tomó la molestia
de venir a verme. Tres veces lo
rechacé, pero de todos modos me
honró con su retrato. El presidente también recibió uno. Uno muy
grande con una dedicatoria.
clark
¿Qué cosa decía?
elizea
“La sabiduría de la enemistad es la reconciliación”
y luego “Maximiliano”, en grandes letras negras
debajo.
clark
¿Y Juárez?
elizea
Le estudió la cara exactamente dos minutos. Lo
dejó y dijo: “El hombre se retrata”.
clark
¿Tiene el presidente republicano conciencia completa de su difícil posición?
díaz
Más completa que la que tiene Maximiliano.
clark
(Fija la mirada.) ¿Qué cosa va a hacer?
riva palacio Su pregunta es impertinente. Felizmente no
podemos contestarla. Los generales partimos hoy
en la noche al sur, al este y al oeste. (Le enseña un
carta cerrada.) Vea usted estas órdenes selladas.
Cada uno de nosotros tiene uno de esos misteriosos
sobres. Lea usted éste.
clark
(Lee.) “No se abrirá antes de llegar al puesto designado”.
riva palacio Este sobre contiene el futuro de México. (Unas
cuantas figuras ansiosas aparecen por la puerta grande.)
clark
¿No le espanta a usted, señor general, ser enviado
así a la incertidumbre y a un peligro desconocido?
díaz
Ésa es la gloria que tiene, hombre. Prefiero cabalgar
en la espesa niebla de la mañana que puede levantarse sobre cualquier cosa. El pensamiento es de
Juárez, la acción de los jóvenes. Por su calma, no
hay locura que yo no cometiera.
clark
Juventud, ¡América es tuya!
diputado de la ciudad (Entra, mortalmente pálido, por la puerta de la izquierda, que deja abierta.) Ya lo sabía yo. (A
la gente que está esperando.) Estamos perdidos. Mañana se nos va el presidente. Él, el gobierno, todos se
van al norte, a la frontera. Nos abandonan a nuestra
suerte. Los franceses vienen, se vengarán en nosotros, matarán a nuestros hijos. ¡Oh, oh! ¿Qué nos va
a pasar?
a
díaz
(Gritos y lamentaciones.)
número 423, marzo 2006
díaz
Quietos, ciudadanos. Ustedes están seguros, ustedes serán protegidos… no hay que temer… ¡Viva la
república! (Suavemente, a los generales.) Caballeros,
vamos a exhibirnos en las calles.
escobedo Bueno, vamos.
díaz
¡A la plaza, ciudadanos! ¡Viva la república!
(Intensos gritos.)
(Los generales, el DIPUTADO y los ciudadanos salen.)
(Gritos.)
clark
elizea
clark
elizea
clark
elizea
clark
elizea
clark
elizea
clark
elizea
clark
elizea
clark
¡Viva la república!
¿De nuevo a la frontera? Las cosas van muy mal.
Usted y yo no podemos juzgar eso.
¿Pero…?
Un buen saltarín toma un gran impulso.
Bastante impulso. ¿Dónde estaremos mañana? Mi
jefe habrá de tener paciencia. Primero haré un ensayo sobre su carácter.
¿Qué?
Ya tengo el título, “El brujo de la revolución”. ¿Qué
le parece?
Bueno, pero inverosímil. El señor Juárez es el sentido común mismo. Mire usted.
(Se aproxima con curiosidad, mira a través de una
rendija y se retira al frente del escenario violentamente
espantado y humillado. Servilmente.) Por dios, me
miró.
No lo estaba viendo a usted.
Yo no tengo miedo, pero el corazón me late desesperadamente.
No lo vio a usted, está descansando.
¿Con esos ojos fijos?
No está dormido, ni está despierto, descansa. Como
es su costumbre después de una gran tensión nerviosa.
Creo que me las tendré que arreglar sin la entrevista.
telón G
la Gaceta 11
a
a
Corona de sombra
Rodolfo Usigli
La frustrada emperatriz Carlota califica con estos términos
la condena anímica que le depara el destino. También en
esta obra, Juárez es sólo una presencia, un antagonista
fantasma del Maximiliano que de algún modo lo estima
Una como procesión de sombras, guiada por la luz de las velas encendidas, pasa de derecha a izquierda. Se ilumina la escena al entrar en
el salón de la izquierda, primero, un lacayo con el candelabro; detrás
maximiliano, detrás miramón y lacunza. Otras figuras confusas
quedan atrás.
maximiliano Buenas noches, señores.
El lacayo sale, las sombras pasan del centro a la derecha y desaparecen. Se corre el telón parcial sobre el salón de la derecha. miramón y
lacunza se inclinan para salir.
maximiliano No, quedaos, general Miramón. Quedaos, señor
Lacunza.
Los dos se inclinan.
miramón
maximiliano
miramón
maximiliano
miramón
maximiliano
miramón
maximiliano
miramón
maximiliano
miramón
maximiliano
miramón
12 la Gaceta
Su majestad debe de estar muy fatigado. Mañana
habrá tantas ceremonias que…
No sé bien por qué, general, pero sois la única
persona, con Lacunza, que me inspira confianza
para preguntarle ciertas cosas. Ya sé que sois
leal —otros lo son también—; pero nunca les
preguntaría yo esto. (miramón espera en silencio.)
Será porque sois europeo de origen como yo.
Bearnés, es decir, franco. Habéis sido presidente
de México, ¿no es verdad?
Dos veces, sire.
Y eso no os impidió llamarme a México para
gobernar.
No, majestad.
¿Por qué? (Pausa.) Os pregunto por qué.
Pensaba cuál podría ser mi respuesta sincera,
sire. Nunca pensé en eso. Hay motivos políticos
en la superficie, claro.
¿Aceptasteis la idea de un príncipe extranjero
sólo por odio a Juárez?
No, sire.
¿Entonces?
Perdone Vuestra Majestad, pero todo se debe a
un sueño que tuve.
¿Podéis contármelo?
No sé cómo ocurrió, sire, pero vi que la pirámide había cubierto a la iglesia. Era una pirámide oscura, color de indio. Y vi que el indio
había tomado el lugar del blanco. Unos barcos
se alejaban por el mar, al fondo de mi sueño, y
entonces la pirámide crecía hasta llenar todo el
horizonte y cortar toda comunicación con el
mar. Yo sabía que iba en uno de los barcos; pero
también sabía que me había quedado en tierra,
atrás de la pirámide, y que la pirámide me separaba ahora de mí mismo.
maximiliano Es un sueño extraño, general. ¿Podéis descifrar
su significado?
miramón
Me pareció ver en este sueño, cuando desperté,
el destino mismo de México, señor. Si la pirámide acababa con la iglesia, si el indio acababa
con el blanco, si México se aislaba de la influencia de Europa, se perdería para siempre. Sería la
vuelta a la oscuridad, destruyendo cosas que ya
se han incorporado a la tierra de México, que
son tan mexicanas como la pirámide de hombres blancos que somos tan mexicanos como el
indio, o más. Acabar con eso sería acabar con
una parte de México. Pensé en las luchas intestinas que sufrimos desde Iturbide; en la desconfianza que los mexicanos han tenido siempre hacia el gobernante mexicano; en la traición
de Santa Anna, en el tratado Ocampo-Mc Lane
y en Antón Lizardo. En la posibilidad de que,
cuando no quedara aquí piedra sobre piedra de
la iglesia católica, cuando no quedara ya un solo
blanco vivo, los Estados Unidos echaran abajo
la pirámide y acabaran con los indios. Y pensé
que sólo un gobernante europeo, que sólo un
gobierno monárquico ligaría el destino de México al de Europa, traería el progreso de Europa a
México, y nos salvaría de la amenaza del norte y
de la caída en la oscuridad primitiva.
maximiliano (Pensativo) ¿Y piensan muchos mexicanos como
vos, general?
miramón
No lo sé, majestad. Yo diría que sí.
lacunza
Todos los blancos, majestad.
miramón
Tomás Mejía es indio puro, y está con nosotros.
maximiliano pasea un poco.
maximiliano Quiero saber quién es Juárez. Decídmelo. Sé
que es doctor en leyes, que ha legislado, que es
masón como yo; que cuando era pequeño fue
salvado de las aguas como Moisés. Y siento dentro de mí que ama a México. Pero no sé más. ¿Es
popular? ¿Lo ama el pueblo? Quiero la verdad.
miramón
Señor, el pueblo es católico, y Juárez persigue y
empobrece a la iglesia.
lacunza
Señor, el pueblo odia al americano del norte, y
Juárez es amigo de Lincoln.
miramón
Juárez ha vendido la tierra de México, señor, y
el pueblo, además, ama a los gobernantes que
número 423, marzo 2006
a
brillan en lo alto. Juárez está demasiado cerca
de él y es demasiado opaco. Se parece demasiado
al pueblo. Ése es un defecto que el pueblo no
perdona.
lacunza
Señor, el pueblo no quiere ya gobernantes de un
día, y Juárez buscaba la república.
miramón
El mexicano no es republicano en el fondo,
señor. Su experiencia le enseña que la república
es informe.
lacunza
El mexicano sabe que los reyes subsisten en
Europa, conoce la duración política de España,
y aquí, en menos de medio siglo, ha visto desbaratarse cuarenta gobiernos sucesivos.
maximiliano Iturbide quiso fundar un imperio.
miramón
Se parecía demasiado a España, señor, y estaba
muy cerca de ella. Por eso cayó.
maximiliano Decidme una cosa: ¿odia el pueblo a Juárez,
entonces?
no dejéis de contármelo, os lo ruego. Señor
Lacunza, quiero leer mañana mismo las leyes de
reforma, y escribir una carta a Juárez. Buscadme
a Juárez.
a
lacunza y miramón levantan la cabeza con asombro. maximiliano
los despide con una señal, y salen después de inclinarse. Solo, maximiliano pasea un momento. Se oye, de pronto, llamar suavemente a la
segunda puerta izquierda. maximiliano va a abrir. Entra carlota.
maximiliano ¡Tú!
carlota
No podría dormir hoy sin verte antes, amor mío.
(En tono de broma.) ¿Vuestra majestad imperial
está fatigada?
maximiliano Mi majestad imperial está molida. ¿Cómo está
vuestra majestad imperial?
carlota
Enamorada.
Se toman de las manos, se sientan.
Los mira alternativamente. Los dos callan.
maximiliano Comprendo. Juárez es mexicano. Pueden no
quererlo, pero no lo odian. Pero entonces el
pueblo me odiará a mí.
miramón
Nunca, señor.
lacunza
El pueblo ama a vuestra majestad.
maximiliano ¿Me ama a mí y ama a Juárez? Eso sería una
solución, quizás: Juárez y yo juntos.
miramón
¿Se juntan el agua y el aceite? El pueblo no os lo
perdonaría nunca.
maximiliano Si el pueblo nos amara a los dos, ¿no sería posible ese milagro?
lacunza
Nunca, señor.
maximiliano Pero vosotros sois mexicanos y me aceptáis y me
reconocéis por vuestro emperador. Los que me
buscaron en Miramar también lo eran. ¿Os alejaríais de mí si Juárez se acercara? (Los dos hombres
callan.) Si el pueblo odia a los Estados Unidos del
Norte, ¿cómo puede amar a Juárez? Comprendo
bien: Juárez es mexicano. Pero si se acercara a
mí, eso os apartaría. Luego entonces, vosotros,
toda vuestra clase, que está conmigo, lo odia.
miramón
No lo odiamos señor. No queremos que la
pirámide gobierne, no queremos que muera la
parte de México que somos nosotros, porque no
sobramos, porque podemos hacer mucho.
maximiliano Como ellos.
miramón
Yo no odio a Juárez, señor. Lo mataría a la primera ocasión como se suprime una mala idea.
Pero no lo odio.
maximiliano Pero lo mataríais. No me atrevo a comprender
por qué. Decidme, ¿por qué lo mataríais?
lacunza
Porque Juárez es mexicano, majestad.
maximiliano Ése era el fondo de mi pensamiento: la ley del
clan. Adiós, señores.
maximiliano ¿Satisfecha por fin?
carlota
Colmada. Tengo tantos planes, tantas cosas que
te diré poco a poco para que las hagamos todas.
Ya no hay sueños, Max, ya todo es real. Verás
qué orden magnífico pondremos en este caos.
Tendremos el imperio más rico, más poderoso
del mundo.
maximiliano El más bello desde luego. Me obsesiona el
recuerdo del paisaje. He viajado mucho, Carla,
pero nunca vi cosa igual. Las cumbres de Maltrata me dejaron una huella profunda y viva.
Sólo en México el abismo puede ser tan fascinante. Y el cielo es prodigioso. Se mete por los
ojos y lo inunda a uno, y luego le sale por todos
los poros, como si chorreara uno cielo.
carlota
Max, ¿recuerdas ese grito que oímos en el camino? Yo lo siento todavía como el golpe de un
hacha en el cuello: “¡Viva Juárez!” Por fortuna
mataron al hombre, pero su voz me estrangula
aún.
maximiliano (Levantándose) ¿Qué dices? ¿Lo mataron?
carlota
Oí sonar un tiro a lo lejos.
maximiliano ¡No! ¡No es posible! Tendré que preguntar… Va
a tirar de un grueso cordón de seda.
carlota
(Levantándose y deteniendo su brazo) ¿Qué vas a
hacer?
maximiliano A llamar, a esclarecer esto en seguida. ¡No, no,
no! No es posible que nuestro paso haya dejado
tan pronto una estela de sangre mexicana. ¡No!
carlota
(Llevándolo) Ven aquí, Max, ven, siéntate. Quizás
estoy equivocada, quizá no hubo ningún tiro
—quizás el hombre escapó.
maximiliano ¡Carla!
Se deja caer junto a ella, cubriéndose la cara con las
manos.
Los dos hombres se inclinan y van a salir.
carlota
maximiliano Me interesan mucho vuestros sueños, general
Miramón. Si alguna vez soñáis algo sobre mí,
número 423, marzo 2006
¿Si no hubiera escapado oiría yo su grito aún?
Tienes razón, Max, no es posible. No puede
haber pasado eso.
la Gaceta 13
a
maximiliano No, ¡no puede haber pasado!
Ella lo acaricia un poco; él se abandona. Pausa.
carlota
maximiliano
carlota
maximiliano
carlota
maximiliano
carlota
maximiliano
carlota
maximiliano
carlota
maximiliano
carlota
maximiliano
carlota
maximiliano
carlota
14 la Gaceta
Max, escuché involuntariamente al principio,
deliberadamente después, tu conversación. ¿Para
qué quieres escribir a Juárez?
(Repuesto) Éste es el país más extraordinario que he
visto, Carlota. Ahora puedo confesarte que todo
el tiempo, en el camino, al entrar en la ciudad, a
cada instante sentí temor de un atentado contra
nosotros. Hubiera sido lo normal en cualquier
país de Europa. Pero he descubierto que aquí no
somos nosotros quienes corremos peligro: son los
mexicanos, es Juárez. Por eso quiero escribirle.
¿Qué dices?
Quiero salvar a Juárez, Carlota. Lo salvaré.
Max, olvida a ese hombre. No sé por qué, pero
sé que lo odio, que será funesto para nosotros.
Tengo miedo, Max.
¿Tú, tan valiente? La princesa más valiente de
Europa. ¿O conoces a otra que se atreviera a esta
aventura? No, amor mío, no tengas miedo. Tú
me ayudarás. Nosotros salvaremos a Juárez.
¡Oh, basta, Max, basta! No he venido a hablar de
política contigo, no quiero oír hablar nunca más
de ese hombre. Olvidemos todo eso.
Es parte de tu imperio.
Esta noche no quiero imperio alguno, Max. He
sentido de pronto una horrible distancia entre
nosotros: estaremos juntos y separados en el
trono y en las ceremonias y en los bailes; tendremos que decirnos vos, señor, señora. ¡Oh,
Max, Max! Nunca ya podremos irnos juntos de
la mano y perdernos por los jardín como dos
prometidos o como dos amantes.
¡Mi Carlota, mi emperatriz!
No me llames así, Max. Carla, como antes. Dime,
Max, ¿no podremos ser amantes ya nunca?
¿Y por qué no?
¿No nos separará este imperio que yo he querido,
que yo he buscado? ¿No tendré que arrepentirme
un día de mi ambición? ¿No te perderé, Max?
(Acariciándola) ¡Loca!
No. ¿Acaso no vi cómo te miraban estas mexicanas de pies asquerosamente pequeños, pero de
rostros lindos? Todas te miraban y te deseaban
como al sol.
¿Me haces el honor de estar celosa? Por ti acepté
el imperio, Carlota; pero ahora sólo por ti lo
dejaría. Vayámonos ahora mismo, si tú quieres,
como dos amantes. (Sonríe ampliamente.) Qué
cara pondrían mañana los políticos y los cortesanos si encontraran nuestras alcobas vacías
y ningún rastro de nosotros. ¡Cuántos planes,
cuántas combinaciones, cuántas esperanzas no
se vendrían abajo! ¡Sería tan divertido!
Si hablas en serio, Max, vayámonos. Te quiero
más que al imperio. Me persigue todavía aquella
horrible canción en italiano…
a
maximiliano (A media voz) “Massimiliano, non te fidare…”
carlota
No sigas, ¡por favor!
maximiliano (Mismo juego, soñando) “Torna al castello de
Miramare”. (Reacciona.) No podemos volver,
Carla. Tú tenías razón: nuestro destino está
aquí.
carlota
Si tú quieres volver, no me importará dejarlo
todo, Max.
maximiliano (Tomándole la cara y mirándola hasta el fondo de los
ojos) ¿Quieres volver tú, renunciar a tu imperio?
Di la verdad.
carlota
No; Max. Hablemos con sensatez. Yo lo quería
y lo tengo; es mi elemento, me moriría fuera
de él. Pero soy mujer y no quiero perderte a ti
tampoco, ¡júrame…!
maximiliano ¿Desde cuándo no nos bastan nuestra palabra
y nuestro silencio? Sólo los traidores juran. (La
acaricia.) Hace una noche de maravilla, Carla.
¿Quieres que hagamos una cosa? (Ella lo mira.) El
bosque me tiene fascinado. Chapultepec, lugar de
chapulines. Quisiera ver un chapulín: tienen un
nombre tan musical… (Se levanta, teniéndola por
las manos.) Escapemos del imperio, Carlota.
¿Qué dices?
carlota
maximiliano Como dos prometidos o como dos amantes.
Vayamos a caminar por el bosque azteca cogidos
de la mano. ¿Quieres? (La atrae hacia él y la hace
levantar.)
carlota
¡Vamos! (Se detiene.) Max…
maximiliano ¿Amor mío?
carlota
He estado pensando. … No quiero perderte
nunca, de vista. ¿Sabes qué haremos ante todo?
(maximiliano la mira, teniendo siempre su mano.)
Haremos una gran avenida, desde aquí hasta el
palacio imperial.
maximiliano Es una bella idea; pero, ¿para qué?
carlota
Yo podré seguirte entonces todo el tiempo,
desde la terraza de Chapultepec, cuando vayas y
cuando vuelvas. ¡Dime que sí!
maximiliano Mañana mismo la ordenaremos, Carla. Vamos al
bosque ahora.
carlota
Con una condición: no hablaremos del imperio,
te olvidarás para siempre de Juárez.
maximiliano No hablaremos del imperio. Pero yo salvaré a
Juárez.
carlota
(Desembriagada) Hasta mañana, Max.
maximiliano ¡Carlota ! Espera.
carlota
¿Para qué? Has roto el encanto. Yo pienso en ti
y tú piensas en Juárez.
maximiliano No podemos separarnos así, amor mío. Vamos,
te lo ruego.
Le besa la mano; luego la rodea por la cintura con un brazo. Ella
apoya su cabeza en el hombro de él. En la puerta de la terraza, Carlota habla.
carlota
Quizás sea la última vez.
Salen. La puerta queda abierta. Un golpe de viento apaga los velones
semiconsumidos. Cae el telón G
número 423, marzo 2006
a
a
Juárez y su México
Ralph Roeder
Juárez y su México, el colosal recuento biográfico de Ralph
Roeder que forma parte de nuestro catálogo, es no sólo una
biografía sino un estupendo relato, en que la prosa literaria
sirve tanto como la enumeración y el análisis de hechos.
Presentamos aquí el inicio de la obra
De repente el camino se empina. Subimos lentamente, apegados a la espalda de la montaña, bordeando una barranca abrupta y deteniéndonos dondequiera que brota un hilo de agua,
para refrescar al motor, ya al rojo blanco. La máquina humana
también pide un respiro: el indígena que maneja el viejo camión de carga, aunque acostumbrado desde los tiempos inmemoriales a caminar sin descanso, no alcanza a vencer la resistencia del motor y aprovecha la pausa para tragar, a su vez, el
agua que corre incansable por el muslo de la montaña. Pero
hay que llegar a las minas antes del anochecer; estamos apenas
al pie de la cuesta y seguimos arrastrándonos hacia arriba. Los
compañeros respaldan el ascenso con su silencio: cada palabra
pesa, y ni una se pronuncia hasta ganar la cumbre. Entonces el
panorama nos corta la voz. Los indígenas nos invitan a despedirnos de Oaxaca. Allá abajo, en la profundidad del valle, apenas si las cúpulas de la ciudad lejana evocan un vago recuerdo
de la vida humana que va perdiéndose en el horizonte; y al
volver la vista hacia adelante, se perfila, no menos profundo y
vago, un laberinto de valles y montañas multiplicándose en confusión caótica, donde las peñas se encumbran hasta mostrarse
inaccesibles: la cuna del hombre cuyo origen venimos buscando y cuyas huellas han dejado en su tierra una impresión tal
que a toda esta región se le llama la Sierra de Juárez.
Aquí, en la cumbre, el camión corre entre dos mundos:
aquel de la convivencia humana queda atrás; el otro que se
aproxima parece despoblado, pero ya se vislumbra nuestra
meta y los indígenas nos señalan, perdido entre las mil vertientes de una serranía lejana y visible sólo para sus ojos, algo que
será San Pablo Guelatao. Nos miran sin curiosidad. No comprenden por qué vamos allá, mas como somos gente de razón,
suponen que será para conocer la laguna Encantada. La laguna
Encantada es una de las mil maravillas de la región; no así el
hombre. Tan poco les importa la memoria de aquel que nació
ahí o de hombre alguno que pasó ya a mejor vida, que al evocar
su nombre, se callan: claro que lo conocen, pero sólo como un
remoto coterráneo de los muertos, y volviéndonos la espalda,
se olvidan luego de su presencia y de la nuestra, lo mismo que
de todo lo ignoto entre la cuna y la tumba.
Así cruzamos la cumbre y bajamos al otro mundo. El camino huye cuesta abajo en las sombras de la selva tupida, serpeando como un arroyuelo seco entre las vertientes oscuras, orillando de vez en cuando un caserío desierto, casi indistinguible del
lodo y de la vegetación que lo reclaman, y desvaneciéndose
luego en el vacío que lo devora. La vastedad del mundo que
nos envuelve nos empequeñece y nos aleja de nuestros semejantes: de convivientes que fueron se vuelven viandantes que
número 423, marzo 2006
nos acompañan y nos abandonan, bajando y buscando uno tras
otro la soledad propia que cada quien conoce en algún rinconcillo suyo de la sierra; y seguimos la vía solitaria, tierra adentro,
hacia la meta invisible. Sólo la palpitación del motor surca el
silencio, y al llegar al fondo del valle, hasta ese jadeo sordo se
calma y se acalla poco a poco, y el pulso del presente se pierde
en la pasividad impenetrable del pasado. Una vez, nos detenemos para entregar víveres a una mujer que se despide de un
hombre en el camino. El hombre se aleja rápidamente, rumbo
a Oaxaca, sin mirar atrás, y la mujer se queda llorando allí
mismo, indiferente al encargo depositado a sus pies. A la sierra,
tan pobre, le falta un hombre más, y ella, mientras pueda, detiene sus recuerdos.
Al cabo de seis horas de peregrinación por montes y valles,
nos toca el turno de pisar la tierra taciturna. Al atardecer, el
camión nos descarga en una aldea desierta y sigue subiendo
hacia las minas que son su destino. No hay nadie a la vista y, al
vagar a nuestro antojo, nos damos cuenta con sorpresa de que
la tierra conoce al hombre. De entre las casas brotan los monumentos: aquí, un plinto; allí, una estatua; en la sala municipal, el retrato del presidente: todo nos habla tácitamente del
hijo de Guelatao, menos los vecinos, ahuyentados al parecer
por su presencia. Poco a poco, sin embargo, los vecinos aparecen, de regreso de sus labores en el campo, y al enterarse del
objeto de nuestro viaje, nos dan la bienvenida y nos presentan
con sus descendientes, que no alcanzan a comprender qué interés tengamos en su parentesco con el antepasado de tanto
renombre. ¿Recuerdos? Nos miran atónitos. “Pero… no estábamos en el mundo entonces”, protestan en un tono no exento
de reproche. Descendientes de Juárez sí lo son; pero de la sexta
la Gaceta 15
a
a
generación y de una rama colateral; y en esta existencia monólas tinieblas. Antes de retirarnos, nos despedimos de la estatua.
tona e invariable, sin novedad, sin memoria, no les queda ni un
Ahí está, la única autoridad competente que nos dice la última
tenue hilo de tradición familiar que les ligue con aquel parienpalabra: “Saber es ser”. Aquí donde empezó a ser, no queda del
te remoto que se fue con los tiempos idos y que acaba de rehombre más que el molde vacío: la sustancia viva se ha escurrigresar hace poco a su tierra, sobre un pedestal, transformado
do para siempre. El camino a San Pablo Guelatao no conduce
en estatua. La ignorancia conserva la continuidad y la curiosia ninguna parte, y sólo al emprender el viaje de regreso a
dad rompe la liga frágil. Hace más de un siglo que el tiempo ha
Oaxaca y seguir sus huellas en sentido contrario, tendrá razón
intervenido, y más que el tiempo, la estatua, tan extraña como
el recorrido y la vía recordará al viandante.
nosotros y casi tan intrusa, mirando al
horizonte como un solitario turista de
Como la biografía es una amalgama de
Descendientes de Juárez sí lo son;
bronce. Ya lo sabemos: el culto es algo
los conceptos que tiene el protagonista
pero de la sexta generación y de una
importado por los de afuera e impuesto
acerca de sí mismo y de los que se forrama colateral; y en esta existencia
a un pueblo que tiene con la efigie sólo
man de él los demás, seria menester
monótona e invariable, sin novedad,
una relación fortuita y ficticia.
iniciarla con una página en blanco a no
sin memoria, no les queda ni un
Mortificados por su ignorancia y desser por un fragmento autobiográfico
tenue hilo de tradición familiar
concertados por la nuestra, los ancianos
compuesto por Juárez para la ilustración
que les ligue con aquel pariente
nos mandan a la escuela. La escuela conde sus hijos. El valor de esta memoria
remoto que se fue con los tiempos
memora al hombre mejor que la estatua,
—que quedó trunca— consiste menos
idos y que acaba de regresar hace
perpetuando con un retorno vivo el ande los datos que nos proporciona que de
poco a su tierra, sobre un pedestal,
helo del muchacho que huyó de su pueaquella revelación íntima que, tratándotransformado en estatua
blo en pos del saber: hoy en día sesenta
se de cualquier hombre y sobre todo de
jóvenes de la sierra concurren a las aulas; los anima el mismo
un hombre tan discutido, será siempre la verdad más verídica.
afán de conquistar con los conocimientos el dominio de la vida;
Pero los Apuntes para mis hijos son las reminiscencias del hompero por sus mismos adelantos la escuela señala, tan terminanbre hecho, que desde tiempo atrás había perdido contacto con
temente como la estatua, el vuelo irrevocable del tiempo.
su origen en la sierra, y que revivía su niñez con el desprendiClaro que los jóvenes conocen a Juárez, pero de la misma mamiento de la madurez: relación escueta de los datos, la revelanera que nosotros, embalsamado en los libros, y con mayor
ción íntima se desprende de la narración breve y reticente de
razón les parece peregrina la idea de venir de tan lejos para
los hechos mismos.
buscar su presencia aquí. ¡Si todo el mundo conoce a Juárez!
Dos fechas perduraron en su memoria. La primera la tomó
—De nombre, sí, pero ¿el hombre?
prestada de las partidas del libro parroquial. Su nacimiento el
—Pues, ahí está, en el jardín.
día 21 de marzo de 1806 hubiera pasado inadvertido, si el niño
—Pero ¿antes de transformarse en estatua?
se hubiese despertado del sueño prenatal, al igual que cual—¡Hombre! ¿Quién sabe?
quiera otra criatura del campo, sin otro testigo que el equinoc—¡Muchacho como ustedes!
cio de primavera; pero al día siguiente su padre, su madrina y
—¿Como nosotros? ¡Ay, señor! ¡Cosas del otro mundo son
su abuelo paterno lo llevaron cuesta arriba, hasta Santo Tomás
éstas!
Ixtlán, donde el párroco lo bautizó y lo registró en el Libro de
Sin embargo, siendo jóvenes, nada les parece imposible y de
la Vida con el nombre de Pablo Benito Juárez. Reconocida la
repente recuerdan que efectivamente hay algunos datos de su
condición legal de nacido, los demás datos materiales que siniñez conservados en el archivo del pueblo. Arrastrados por un
guieron al baño bautismal quedaron también fuera del alcance
impulso de curiosidad colectiva, los muchachos, el maestro y
de sus recuerdos. […] Conoció su nación y el ciclo normal de
los vecinos nos acompañan a la sala municipal, donde intentala vida indígena —nacer, morir; bautismo, entierro; dispersión,
mos el último recurso. Ya es noche, pero para complacernos el
adopción—, pero dentro de la órbita inmemorial nacía ya el
alcalde enciende una vela, saca el registro y busca la cuartilla en
anhelo de superarla, y con el despertar de ese afán se inician sus
que un anciano dejó constancia por escrito, hace cuarenta años,
propios recuerdos.
de lo poco que por tradición oral se recordaba todavía del muchacho, en 1902; no tiene, pues, nada de nuevo ni de original
La exactitud de su memoria queda plenamente confirmada
nuestra obsesión; ya otros han explorado el plácido olvido de
—salvo en un pequeño detalle— por los recuerdos de los
San Pablo Guelatao y dejado sus hallazgos para satisfacer o para
ancianos, recogidos en el registro municipal. Centenarios o
acallar para siempre a sus sucesores. Sentados a la mesa y rodeacasi centenarios, se acordaban de que aún en aquella remota
dos por la concurrencia silenciosa y respetuosa, leemos los
época el pueblo tenía una escuela, regida por un indígena,
breves renglones que encierran las reminiscencias de su niñez,
y que el muchacho asistía a las clases todos los días antes de
todavía insepultas en aquel tiempo; y convencidos al fin de que
salir al campo; pero si hay alguna discrepancia respecto a la
con nuestra quimérica curiosidad no logramos más que minar
escuela, no hay ninguna respecto al educando. “Muy dedicado
las nubes, nos levantamos, dispuestos a confesar que, en verdad,
al estudio —dice el registro—, demostró aplicación y provehemos venido a la sierra para conocer la Laguna Encantada.
cho en las letras. Su carácter fue obediente, reservado en sus
Camino a la escuela, donde nos invitan a pernoctar, pasapensamientos, y en general retraído; tuvo amigos, pero muy
mos un pequeño charco oscuro, que ya habíamos visto de día
pocos; y demostraba con ellos formalidad y cordura.” Hasta en
sin sospechar que fuera una maravilla, pero que resulta ser la
el campo siguió ensayando su vocación, y con tanta asiduidad
laguna legendaria. No nos atrevemos a investigar el misterio
que no le extrañaba a nadie verlo “subir a un árbol y arengar al
que encierra; a los misterios hay que respetarlos y dejarlos en
rebaño en su lengua natural zapoteca”.
16 la Gaceta
número 423, marzo 2006
a
Pero su vocación siguió muy eventual, y la oportunidad de
llegar a ejercerla en la ciudad se retrasaba siempre. Su tío era
hombre de pocos recursos: “Sus intereses se reducían —según
el registro municipal— a un pequeño rebaño de ovejas y a un
solarcito junto a la laguna.” Sin más ocupación que contar o
acrecentar su rebaño, la ambición más insomne cabeceaba, y el
muchacho era obediente. Los años pasaron sin novedad y la vida
hubiera seguido siempre igual, a no ser por la proximidad de la
Laguna Encantada. […] Vigilando y evangelizando a sus ovejas
sin provecho, veía transcurrir los días monótonos, los meses trashumantes, los años interminables, sin vislumbrar el otro mundo
ni en el trasfondo de la laguna, ni en las ramas de un árbol.
A los doce años no estaba más cerca de Oaxaca. Su tío no solía
separarse de él, ni el muchacho tampoco de su tío; y si sólo de
ellos se tratase, tal vez nunca se hubiera dado con una solución
del problema; pero cierto día les vino en su ayuda una oveja.
La segunda fecha que se perpetuó en su memoria quedó
grabada imborrablemente en su conciencia: no sólo el año,
sino el mes, el día de la semana y la hora del día. “Era el miércoles 17 de diciembre de 1818. Me encontraba en el campo,
como de costumbre, cuando acertaron a pasar, como a las once
del día, unos arrieros conduciendo unas mulas rumbo a la Sierra. Les pregunté si venían de Oaxaca; me contestaron que sí,
describiéndome, a mi ruego, algunas de las cosas que allí vieron.” ¡Curiosidad fatídica! Pasada la recua, de repente se dio
cuenta de que le faltaba una oveja y, peor aún —ya que los
males no suelen venir solos—, se acercó “otro muchacho más
grande y de nombre Apolonio Conde. Al saber la causa de mi
tristeza, refirióme que él había visto cuando los arrieros se
llevaron la oveja.” No faltaba más, y pensando en la cara del
tío, “ese temor y mi natural deseo de llegar a ser algo, me decidieron a marchar a Oaxaca”. Con el transcurso de los años,
la pena que le costó abandonar a su pueblo y a su tío quedó
siempre viva.
El registro municipal conserva otra versión de la calamidad.
“El día 16 de diciembre de 1818, distraído con sus amigos de
infancia, descuidó el rebaño, y éste habiendo causado daño en
una sementera ajena, le detuvieron para la respectiva indemnización de él. Asustado el joven Juárez por esto, no quiso hacerse presente a su tío, por lo severo que era; ausentándose desde
luego de la población con rumbo a la capital del estado, sin más
elementos que sus mismos presentimientos; pero amoroso como
era, quiso regresar varias veces a su hogar, impidiéndolo su
carácter enérgico y resuelto, por lo que continuó su viaje a
Oaxaca, refugiándose con una hermana suya, Josefa Juárez, que
servía en la casa de don Antonio Maza, de origen español.”
Ambas versiones llevan el sello de la misma verosimilitud.
Los ancianos comprendieron tanto sus sentimientos como sus
presentimientos, y con éstos termina también su testimonio.
“Éstos son los únicos datos que se han podido recoger de la
tradición. Sus demás datos biográficos son generalmente conocidos y apreciados en la Historia.” Por eso el alcalde puso al
pie del relato tres palabras que sintetizan todo lo anterior:
Guelatao de Juárez. La misma brevedad del relato basta para
revelar, en ambos casos, la verdad de sus años verdes. Su tierra
no era más que el fondo de su vida, y el transcurso de sus primeros doce años, el preludio al día en que, obedeciendo al
encanto de la ruta, siguió huyendo por montes y valles, fuera
de la inmensidad avasalladora de las montañas, fuera de la soledad sin resonancia de los valles, hacia la ciudad soñada
donde, en una sociedad nueva y desconocida, se descubrió a sí
mismo y nos conoció a nosotros. Para la biografía, San Pablo
Guelatao es el punto de origen; para la Historia, el punto de
partida es Oaxaca. G
a
Elevación
Héctor Pérez Martínez
En Pérez Martínez se amalgaman política y literatura,
pues a su carrera política hay que sumar una obra literaria
elegante y perdurable, como comprobará quien siga
leyendo Juárez, el impasible, biografía que a más
de 50 años de haberse publicado conserva su garra
La mañanita brinca sobre la sierra y rueda al plan; se tiñen los
caminos de un azul gaseoso. El cielo descubierto, profundo.
Olor de rocío que se levanta de la selva, y en el aire húmedo y
quebradizo, el silencio.
Los caminos bajan al valle. Por las mañanas claras se atisba,
a lo lejos, un vago perfil de torres. Los caminos suben a la sierra. La sierra de Ixtlán, en Oaxaca, inextricable, majestuosa.
Hacia levante, por leguas, la costa. Hacia adentro, por leguas
también, la selva. Los escarpes, las laderas, organizan el paisaje.
Y por entre laderas y barrancas, suaves, azules aún, los caminos
se inician lentamente.
número 423, marzo 2006
Por uno de estos caminos, entre San Pablo Guelatao e
Ixtlán, una tropa alza polvo de plata. Tres indios: levantados de
alas los sombreros de palma; zamarra de manta cruda; blancos
calzones anudados a los tobillos. Por la frente descienden, en
pequeños chorros, los cabellos negros sobre la piel negra. A la
espalda, el machete providencial; en bandolera, un calabazo
lleno de agua. Marchan incansables, con ese paso del indio,
entre trote y huida.
Atrás se anuncian, por el rojo de las enaguas, las mujeres.
Tres mujeres; una de ellas, anciana ya, repite y sostiene el trote.
La más joven, sobre la espalda, en medio del paréntesis negro
de sus trenzas, carga un bulto movedizo y bullente. Lo lleva
amarrado al pecho y a la cintura. Ella se inclina en la carrera y
el bulto se hace perpendicular. Silencio. El silencio de los indios se agudiza cuando bajan al pueblo.
En el camino se enfrentan con bandadas de arrieros. Entonces los indios se lanzan hacia la cuneta; sostienen en el filo del
camino rápidos equilibrios, y pasan los carros y las recuas entre
la Gaceta 17
a
a
restallidos de látigos, bárbaras tracciones de las mulas y una
caperuza. Aire frío y violento. Un pueblo de indios, un pueblo
canción soez.
familiar para los Juárez y los García: mugre en los jacales y
Los indios no hablan; los indios no miran; los indios escahambre en las bocas. Paz. La paz de los pueblos indígenas que
pan con su trote y su silencio. Amanecido ya llegan a Ixtlán.
esperan la voz de los dioses viejos, rotos, desaparecidos, no
Les reciben las calles polvosas y los laureles del atrio parroolvidados. Los dioses que velan en la sangre.
quial. Una llamada de campanas vuela sobre el caserío. Alguna
San Pablo Guelatao, para una descripción sentimental,
beata discurre por los callejones empuñando su breviario. Los
huele a azahar y tiene cerca una laguna: la Encantada; carrizaindios se santiguan, se descubren; las indias se santiguan y se
les y patos en el día. Amianto y plata por las noches. San Pablo
cubren. Blancos calzones y rojas enaguas entran a la casa de
Guelatao, también, está en la montaña, y de la montaña Benito
dios. La menor de las indias desata el lienzo que une a su cuerserá hijo predilecto. La sierra penetra en él; la hosquedad, la
po el bulto de la espalda; es cuando un llanto incontenible
abruptez se adueñarán de este niño que no oye nunca una canpone azoros en el beaterio y sonrisas indulgentes en el rostro
ción, que se despierta en medio de la más auténtica naturaleza,
de santo Tomás, patrono de Ixtlán. Los indios respiran el humo
sin las prerrogativas de su infancia, sucio de pobreza.
del copal y recuerdan, de modo inconsciente, las brutales cereLa vida se arrastra para el niño en el patio del jacal, en commonias de su culto; ceremonias que vivirán latentes en ellos
pañía de un perro de orejas mansas, canelo él. Marcelino Juápor los siglos de los siglos. Alguien desgarra un amén en los
rez rompe primero el alba; desata en el corral su yunta y va tras
labios. La iglesia se puebla rumores. El más anciano de los inlos bueyes que, sabedores del camino, trepan los senderos del
dios sube al presbiterio y habla tímidas y misteriosas palabras
pueblo rumbo a la milpa. Brígida García pone a hervir el maíz,
con el sacerdote. Vuelve a poco a su querencia. Y el sacerdote,
tuesta el café, y a la inminencia del canto de las gallinas, hurga
ido un instante, regresa con su estola y su libro, su cirio y su
la paja de los nidos, buscando, gambusina, el grande grano de
gravedad. La más joven de las indias deshace el bulto por comoro dentro del cascarón de los huevos.
pleto. Un indito negro, un pequeño ídolo abre los ojos y la
Benito pasa así tres años, amparado contra la sierra por el
fuente del llanto. Llora con ese llanto rabioso y sin márgenes
ambiente de su choza; pero una tarde sus ojos sorprenden un
de los niños; un lloro que se apaga para reanudarse en una nota
drama. Marcelino, que no ha salido con la luz, que permanece
más alta; que declina y sube y, de improviso, cesa. El sacerdote
quieto sobre los petates, gime con voces opacas. Brígida quema
baña la mínima testa con el agua de un Jordán ideal; pone en
pociones en la lumbre y las comadres cruzan el jacal pronunlos labios, abiertos por el grito, un poco de sal graciosa; úngelo
ciando voces de conjuro. Por la noche los hachones dan un
al fin.
tinte sombrío al cuadro. Bajo una estampa de la Guadalupana
Mágicas palabras aseguran a los indios que el ídolo es ya un
se consume una velilla. Y al tramontar la noche, los lloros de
cristiano. Y en un revuelo de linos y alpacas, el vicario, acomlas mujeres subrayan la presencia de la muerte.
pasado, va a la sacristía. Sobre una página en blanco de su reBenito, iniciado ya en la lengua zapoteca, debe haber comgistro, la pluma, meticulosa, rasguea un acta “En la iglesia paprendido el turbión de lamentos de su madre. Las hermanas,
rroquial de Santo Tomás Ixtlán, en veintidós de marzo del año
Josefa y Rosa, empequeñecidas, negras como él, dentro de los
mil ochocientos seis. Yo, don Ambrosio Puche, vicario de esta
huipiles de manta. Brígida enmudece luego, pero acaricia con
doctrina, bauticé solemnemente a Benito Pablo, hijo de Marmanos doloridas su vientre abultado.
celino Juárez y de Brígida García, indios del pueblo de San
Después del entierro todo se reanuda igual para el niño.
Pablo Guelatao, perteneciente a esta cabecera; sus abuelos
Sólo falta la sombra del indio grande y el roce de sus labios en
paternos son: Pedro Juárez y Justa López; los maternos, Pablo
los cabellos hirsutos del infante.
García y María García; fue madrina
Vienen los abuelos al jacal. Juárez no
Apolonia García, india casada con Franadivina el misterio de esos silencios proSan Pablo Guelatao, para una
cisco García, y le advertí su obligación y
longados de sus familiares, ni las miradas
descripción sentimental,
parentesco espiritual, y para constancia
angustiosas que dirigen al vientre de su
huele a azahar y tiene cerca
lo firmo con el señor cura. Mariano Cormadre. El perro renueva sus saltos.
una laguna: la Encantada;
tabarría. Ambrosio Puche”.
Otro cuadro, todavía de más miseria,
carrizales y patos en el día.
Los indios, entretanto, temblorosos y
le sorprenderá pronto. Inútil, el niño va
Amianto y plata por las noches.
aturdidos, cruzan el atrio, no sin haber
con las hermanas por las calles de San
San Pablo Guelatao, también,
reforzado el cepo de las Animas con una
Pablo Guelatao en un deambular sin fin,
está en la montaña, y de la montaña
moneda de plata. Frente a la iglesia está
sólo por alejarlo de la casa materna, en
Benito será hijo predilecto
el mercado. Marcelino Juárez compra y
donde Brígida está en trance, y al llegar al
envuelve en su pañuelo unos granos de sal. Acaso Josefa Juárez,
jacal, esa tarde, en que como ninguna otra el sol mañoso emsu hija, hermana mayor de Benito, desee aquellas cuentas verborronaba de rojo los montes, su abuela, sarmentosa y trágica
des. Brígida García, la madre, lleva en sus brazos, dormido, al
en sus lágrimas, recibe a los niños en sus brazos. Un vagido
idolillo negro.
anuncia un nuevo ser. El llanto denuncia a un ser menos.
Los callejones en pendiente; el cabo de pueblo: una cruz adorLa orfandad de Juárez se inicia con un reparto. Josefa, Rosa
nada con papeles y colorines; piedrecillas al pie de la cruz para
y Benito se quedan con los abuelos. María Longinos, la nueva
que el genio de los caminos alivie la andadura. Y la tropa vuelhermana, es entregada a Cecilia García.
ve a remontarse a la sierra.
“Tuve la desgracia —escribirá Juárez en Apuntes para mis
San Pablo Guelatao les acoge señero, miserable. Nada ha
hijos— de no haber conocido a mis padres, indios de la raza
cambiado —nada cambiará— en él. Los caminos, en esta hora,
primitiva del país, porque apenas tenía yo tres años cuando
descoloridos, grises. Sobre las montañas las nubes dibujan una
murieron, habiendo quedado con mis hermanas María Josefa y
18 la Gaceta
número 423, marzo 2006
a
Rosa al cuidado de nuestros abuelos paternos Pedro Juárez y
Justa López, indios también de la nación zapoteca. Mi hermana María Longinos, niña recién nacida, pues mi madre murió
al darla a luz, quedó a cargo de mi tía materna, Cecilia García.
A los pocos años murieron mis abuelos; mi hermana María
Josefa casó con Tiburcio López, del pueblo de Santa María
Tahuiche; mi hermana Rosa casó con José Jiménez, del pueblo
de Ixtlán, y yo quedé bajo la tutela de mi tío Bernardino Juárez,
porque mis demás tíos: Bonifacio Juárez había muerto, Mariano Juárez vivía por separado con su familia y Pablo Juárez era
aún menor de edad.”
Se traza así el destino. Bajo la tutela, Benito se ve compelido
a la lucha: “como mis padres no me dejaron ningún patrimonio
y mi tío vivía de su trabajo personal, luego que tuve uso de
razón me dediqué a las labores del campo.”
Estas labores se concretan al pastoreo. Se arma al niño de
un látigo y se le entregan las ovejas serreras. Un perro y el
paisaje serán sus amigos hasta que descubra ese instrumento
musical, emblema de los pastores: la flauta. Entretanto, en su
lengua nativa, subido a un árbol, dirige largos discursos a las
bestias y se le abre el corazón a la naturaleza. Cuando la soledad del llano pesa sobre él, su inteligencia, tan primitiva como
realista, buscará algo en que entretener sus largas evasiones. Y
así da con la flauta, y entonces el diálogo ya no se dice en palabras, sino en fugas de notas.
El niño inventa una música de raíces religiosas: un canto a
los elementos que presiden su vida; cantos, también, epitalámicos, cuando los borregos acometen a las hembras y el pasnúmero 423, marzo 2006
tor siente lo recio del amor; cantos armoniosos cuando es el
sol padre del paisaje, y canciones aromáticas y tristes al declinar la luz.
Juárez utiliza la flauta como un vehículo de expresión más
que como a una compañera. Las ovejas le rodean en esos atardeceres que influyen en el indio e imprimen en la música algún
ritmo animal, elevado en una línea que parte el aire y se desvanece en él.
Para construir sus flautas, el pastor abandona un día sus
ovejas y se acerca al borde de la laguna Encantada, donde crecen los carrizos. Corta una caña y se sienta en la tierra húmeda.
Con la navaja rompe el barniz del cilindro vegetal y marca
luego el sitio en que los agujeros vendrán más tarde a hacer
sonoro el aire.
Y así no se da cuenta de cómo el viento baja de la montaña impetuoso. Los carrizales, tejidos en compactas murallas,
oponen a la violencia del aire la misma superficie obstinada de
un velamen, y una porción de tierra, la misma en que el niño
talla su flauta, se desprende de la ribera y se hace lago adentro
llevada en las olas como una barca.
El niño acaricia el canuto musical. Lo lleva a los labios y
ensaya primero una escala. Sus dedos se despegan para abrir
los agujeros, ágilmente. Las notas rompen la ya serena soledad
del lago. Los últimos vuelos del aire se llevan, valle arriba, estas
notas iniciales, desajustadas, falsas acaso, pero que en los oídos
de la naturaleza acechante cautivan el paisaje.
Entonces el infantil artista ataca sus melodías monorrítmicas. La inspiración le brota no del fondo de la carne, sino del
alma de su raza que vela en la profundidad del cuerpo. Es un
indio: panteísta. Según que su mirada atraviesa las capas de la
atmósfera azul, o bien se detiene en los picachos de la sierra,
la canción se aligera o brutaliza, se hace diáfana, ondula; notas
agudas, casi acuáticas, dicen que el indio vuelve los ojos al lago,
y notas desgarradas, sollozantes, anuncian que el niño se cobija en su desgracia.
Cuando el poema musical se agota el niño se alza y se contempla prisionero de un milagro. El islote está anclado a media
laguna. Con la tarde, las ovejas se destacan en el llano, pequeñitas y blancas; y por los cerros, en un vago prestigio de plata,
sube la luna, cuando el sol rueda en el horizonte.
El azoro desnuda de sonrisas la boca del niño. La realidad
de su situación le hace soltar la flauta tras la que vuela la mano
instantáneamente, tomándola en el mismo gesto de asirse a un
amuleto. Los ojos se le entrecierran; el rostro, impasible. Y el
niño es testigo de cómo el campo se tiñe en los colores magos
de su crepúsculo, cómo las nubes desparecen, cómo van saliendo las estrellas, cómo la laguna se llena de murmullos, cómo,
implacable, adviene la noche.
Benito se lanza sobre la tierra en un abrazo enternecido,
pero sin lágrimas; muerde la flauta de tiempo en tiempo, y el
aire modula notas aisladas y dramáticas. Tal serenata le adormece.
Culmina la noche sensual de las zonas templadas. Los nervios de la naturaleza estallan en lo negro. En el campo, las
ovejas tiemblan de soledad.
Pero la mañana le sorprende. Un vientecillo tempranero
impulsa el islote hacia la ribera. Salta el niño a tierra firme, y
camino de su hato una alegría desconocida, de libertad primitiva, le inspira una canción al sol, vieja como el mundo.
Ese día Benito prueba la amargura del látigo. G
la Gaceta 19
a
a
Apuntes para mis hijos
a
Benito Juárez
particulares a condición de que los enseñasen a leer y a escribir.
Éste era el único medio de educación que se adoptaba generalmente no sólo en mi pueblo sino en todo el distrito de Ixtlán,
de manera que era una cosa notable en aquella época, que la
mayor parte de los sirvientes de las casas de la ciudad era de
jóvenes de ambos sexos de aquel distrito. Entonces, más bien
por estos hechos que yo palpaba, que por una reflexión maduEn 21 de marzo de 1806 nací en el pueblo de San Pablo Guera de que aún no era capaz, me formé la creencia de que sólo
latao de la jurisdicción de Santo Tomás Ixtlán en el estado de
yendo a la ciudad podría aprender, y al efecto insté muchas
Oaxaca. Tuve la desgracia de no haber conocido a mis padres
veces a mi tío para que me llevase a la capital; pero sea por el
Marcelino Juárez y Brígida García, indios de la raza primitiva
cariño que me tenía, o por cualquier otro motivo, no se resoldel país, porque apenas tenía yo tres años cuando murieron,
vía y sólo me daba esperanzas de que alguna vez me llevaría.
habiendo quedado con mis hermanas María Josefa y Rosa al
Por otra parte, yo también sentía repugnancia de separarcuidado de nuestros abuelos paternos Pedro Juárez y Justa
me de su lado, dejar la casa que había amparado mi niñez y mi
López, indios también de la nación zapoteca. Mi hermana
orfandad, y abandonar a mis tiernos compañeros de infancia
María Longinos, niña recién nacida, pues mi madre murió al
con quienes siempre se contraen relaciones y simpatías prodarla a luz, quedó a cargo de mi tía materna Cecilia García. A
fundas que la ausencia lastima marchitando el corazón. Era
los pocos años murieron mis abuelos; mi hermana María Josecruel la lucha que existía entre estos sentimientos y mi deseo
fa casó con Tiburcio López del pueblo de Santa María Yahuide ir a otra sociedad nueva y desconocida para mí, para proche; mi hermana Rosa casó con José Jiménez del pueblo de
curarme mi educación. Sin embargo, el deseo fue superior al
Ixtlán y yo quedé bajo la tutela de mi tío Bernardino Juárez,
sentimiento y el día 17 de diciembre de 1818 y a los doce años
porque de mis demás tíos, Bonifacio Juárez había ya muerto,
de mi edad me fugué de mi casa y marché a pie a la ciudad de
Mariano Juárez vivía por separado con su familia y Pablo JuáOaxaca a donde llegué en la noche del mismo día, alojándorez era aún menor de edad.
me en la casa de don Antonio Maza en que mi hermana María
Como mis padres no me dejaron ningún patrimonio y mi
Josefa servía de cocinera. En los primeros días me dediqué a
tío vivía de su trabajo personal, luego que tuve uso de razón me
trabajar en el cuidado de la grana,1 ganando dos reales diarios para mi subsistencia mientras encontraba una casa en qué
dediqué, hasta donde mi tierna edad me lo permitía, a las laboservir. Vivía entonces en la ciudad un hombre piadoso y muy
res del campo. En algunos ratos desocupados mi tío me ensehonrado que ejercía el oficio de encuadernador y empastador
ñaba a leer, me manifestaba lo útil y conveniente que era saber
de libros. Vestía el hábito de la Orden Tercera de San Francisel idioma castellano, y como entonces era sumamente difícil
co y aunque muy dedicado a la devoción
para la gente pobre y muy especialmente
y a las prácticas religiosas era bastante
para la clase indígena adoptar otra carreEl deseo fue superior al sentimiento
despreocupado y amigo de la educación
ra científica que no fuese la eclesiástica,
y el día 17 de diciembre de 1818
de la juventud. Las obras de Feijoo y las
me indicaba sus deseos de que yo estuy a los doce años de mi edad me
epístolas de san Pablo eran los libros fadiase para ordenarme. Estas indicaciofugué de mi casa y marché a pie
voritos de su lectura. Este hombre se llanes y los ejemplos que se me presentaa la ciudad de Oaxaca a donde
maba don Antonio Salanueva, quien me
ban de algunos de mis paisanos que sallegué en la noche del mismo día,
recibió en su casa ofreciendo mandarme
bían leer, escribir y hablar la lengua
alojándome en la casa de don
a la escuela para que aprendiese a leer y
castellana y de otros que ejercían el miAntonio Maza en que mi hermana
a escribir. De este modo quedé establenisterio sacerdotal, despertaron en mí
María Josefa servía de cocinera
cido en Oaxaca en 7 de enero de 1819.
un deseo vehemente de aprender, en
términos de que cuando mi tío me llamaba para tomarme mi
El camino de la educación
lección yo mismo le llevaba la disciplina para que me castigase
si no la sabía; pero las ocupaciones de mi tío y mi dedicación al
En las escuelas de primeras letras de aquella época no se ensetrabajo diario del campo contrariaban mis deseos y muy poco
ñaba la gramática castellana. Leer, escribir y aprender de meo nada adelantaba en mis lecciones. Además, en un pueblo
moria el Catecismo del padre Ripalda era lo que entonces formacorto como el mío, que apenas contaba con veinte familias y en
ba el ramo de instrucción primaria. Era cosa inevitable que mi
una época en que tan poco o nada se cuidaba de la educación
educación fuese lenta y del todo imperfecta. Hablaba yo el idiode la juventud, no había escuela, ni siquiera se hablaba la lengua española, por lo que los padres de familia que podían cos1 Se refiere a la grana cochinilla, insecto que se cría en las nopaletear la educación de sus hijos los llevaban a la ciudad de Oaxaca con este objeto, y los que no tenían la posibilidad de pagar
ras y de donde se saca un color rojo (grana) para tintes. Era la industria colonial oaxaqueña más importante.
la pensión correspondiente los llevaban a servir en las casas
Empieza a circular con nuestro sello una nueva edición de
este texto autobiográfico, con prólogo de Josefina Zoraida
Vázquez y trabajo de edición y compilación de textos de
Héctor Cuauhtémoc Hernández Silva, María del Carmen
Berdejo Bravo y Eugenio Reyes García
20 la Gaceta
número 423, marzo 2006
a
ma español sin reglas y con todos los vicios con que lo hablaba
el vulgo. Tanto por mis ocupaciones, como por el mal método
de la enseñanza, apenas escribía, después de algún tiempo, en la
cuarta escala en que estaba dividida la enseñanza de escritura en
la escuela a que yo concurría. Ansioso de concluir pronto mi
ramo de escritura, pedí pasar a otro establecimiento creyendo
que de este modo aprendería con más perfección y con menos
lentitud. Me presenté a don José Domingo González, así se
llamaba mi nuevo preceptor, quien desde luego me preguntó en
qué regla o escala estaba yo escribiendo. Le contesté que en la
cuarta… “Bien —me dijo—, haz tu plana que me presentarás a
la hora que los demás presenten las suyas.” Llegada la hora de
costumbre presenté la plana que había yo formado conforme a
la muestra que se me dio, pero no salió perfecta porque estaba
yo aprendiendo y no era un profesor. El maestro se molestó y
en vez de manifestarme los defectos que mi plana tenía y enseñarme el modo de enmendarlos, sólo me dijo que no servía y
me mandó castigar. Esta injusticia me ofendió profundamente
no menos que la desigualdad con que se daba la enseñanza en
aquel establecimiento que se llamaba la Escuela Real, pues
mientras el maestro en un [cuarto] separado enseñaba con esmero a un número determinado de niños, que se llamaban decentes, yo y los demás jóvenes pobres como yo estábamos relegados a otro departamento bajo la dirección de un hombre que
se titulaba ayudante y que era tan poco a propósito para enseñar
y de un carácter tan duro como el maestro.
Disgustado de este pésimo método de enseñanza y no habiendo en la ciudad otro establecimiento a qué ocurrir, me resolví a separarme definitivamente de la escuela y a practicar
por mí mismo lo poco que había aprendido para poder expresar mis ideas por medio de la escritura aunque fuese de mala
forma, como lo es la que uso hasta hoy.
Sobre Apuntes para mis hijos
Josefina Zoraida Vázquez
A diferencia de otros países, en México son pocos los políticos que escriben memorias, lo que impide que podamos
entrar en el mundo que vivieron y conocer la razón de sus
decisiones. Los Apuntes para mis hijos escritos por don Benito Juárez son muy breves para ser memorias, pero dan una
idea clara de trayectoria humana y política del hombre que
contribuyó a la consolidación de la república.
Benito Juárez, al darse cuenta de lo extraordinaria que
había sido su experiencia, se decidió a describirla en sus
Apuntes para subrayar la importancia de la educación como
medio para transformar la vida de los seres humanos, un
buen ejemplo para sus hijos y para otros mexicanos. Él
sabía que la enseñanza le había permitido desafiar el destino
que prometían las condiciones precarias en las que había
nacido, aunque para lograrlo había necesitado de voluntad
y tenacidad. En un lenguaje sencillo y directo, los Apuntes
nos relatan los principales acontecimientos de su vida y los
obstáculos que tuvo que vencer, al tiempo que nos trasmiten la imagen que don Benito tenía de sí mismo.
Escritores, historiadores y políticos subrayan siempre
número 423, marzo 2006
Entretanto, veía yo entrar y salir diariamente en el Colegio
Seminario que había en la ciudad a muchos jóvenes que iban a
estudiar para abrazar la carrera eclesiástica, lo que me hizo recordar los consejos de mi tío que deseaba que yo fuese eclesiástico de profesión. Además, era una opinión generalmente
recibida entonces, no sólo en el vulgo sino en las clases altas de
la sociedad, de que los clérigos, y aun los que sólo eran estudiantes sin ser eclesiásticos, sabían mucho, y de hecho observaba yo que eran respetados y considerados por el saber que
se les atribuía. Esta circunstancia, más que el propósito de ser
clérigo, para lo que sentía una instintiva repugnancia, me decidió a suplicarle a mi padrino (así llamaré en adelante a don Antonio Salanueva porque me llevó a confirmar a los pocos días
de haberme recibido en su casa) para que me permitiera ir a
estudiar al Seminario, ofreciéndole que haría todo esfuerzo
para hacer compatible el cumplimiento de mis obligaciones en
su servicio con mi dedicación al estudio a que me iba a consagrar. Como aquel buen hombre era, según dije antes, amigo de
la educación de la juventud, no sólo recibió con agrado mi pensamiento sino que me estimuló a llevarlo a efecto diciéndome
que teniendo yo la ventaja de poseer el idioma zapoteco, mi
lengua natal, podía, conforme a las leyes eclesiásticas de América, ordenarme a título de él sin necesidad de tener algún patrimonio que se exigía a otros para subsistir mientras obtenían
algún beneficio. Allanado de ese modo mi camino entré a estudiar gramática latina al Seminario en calidad de capense,2 el
día 18 de octubre de 1821, por supuesto, sin saber gramática
castellana, ni las demás materias de la educación primaria.
Desgraciadamente, no sólo en mí se notaba ese defecto sino en
a
2 Alumno externo de los colegios religiosos.
que Juárez era “indio”, lo que soslaya sus cualidades personales y sensibilidad que le permitieron transformarse para
estar a tono con las ideas de su tiempo. Por sus propias
palabras, sabemos de su procedencia indígena, pero para el
momento en que escribe sus Apuntes, es indudable que se
considera un liberal mexicano. […] El papel fundamental
que tuvo ha hecho que su figura nunca haya dejado de causar controversia. Sus principios liberales y su permanencia
de 14 años en la presidencia le ganaron enemigos. Nosotros
tenemos que juzgarlo como estadista. No fue el héroe de
bronce de las estatuas, sino un hombre con grandes virtudes y muchas pasiones, cuya voluntad le permitió sobresalir
entre sus contemporáneos. Su gran ambición era ver un
México obediente de las leyes y en goce de sus libertades.
Aunque por la foto que se reproduce siempre, parezca
insensible, don Benito como nativo de la sierra oaxaqueña
era alegre y gustaba de la música y el baile. Pero era austero,
como persona que conocía la pobreza de la mayoría de los
mexicanos. Por su correspondencia podemos saber que era
buen padre y esposo, al que el destino le permitió disfrutar
pocos momentos de paz en ese ambiente sencillo de clase
media que vemos en sus habitaciones de Palacio Nacional.
Lo importante para la historia es la firmeza con que sorteó
momentos muy difíciles en la vida de México, lo que hace
importante, la lectura de los Apuntes para mis hijos. G
la Gaceta 21
a
los demás estudiantes, generalmente por el atraso en que se
hallaba la instrucción pública en aquellos tiempos.
Comencé pues mis estudios bajo la dirección de profesores,
que siendo todos eclesiásticos, la educación literaria que me
daban debía ser puramente eclesiástica. En agosto de 1823
concluí mi estudio de gramática latina, habiendo sufrido los dos
exámenes de estatuto con las calificaciones de Excelente. En ese
año no se abrió curso de artes y tuve que esperar hasta el año
siguiente para empezar a estudiar filosofía por la obra del padre
Jaquier; pero antes tuve que vencer una dificultad grave que se
me presentó y fue la siguiente: luego que concluí mi estudio de
gramática latina mi padrino manifestó grande interés porque
pasase yo a estudiar teología moral para que el año siguiente
comenzará a recibir las órdenes sagradas. Esta indicación me
fue muy penosa, tanto por la repugnancia que tenía a la carrera
eclesiástica, como por la mala idea que se tenía de los sacerdotes que sólo estudiaban gramática latina y teología moral y a
quienes por este motivo se ridiculizaba llamándolos “padres de
misa y olla” o “Larragos”. Se les daba el primer apodo porque
por su ignorancia sólo decían misa para ganar la subsistencia y
no les era permitido predicar ni ejercer otras funciones que
a
requerían instrucción y capacidad; y se les llamaba “Larragos”,
porque sólo estudiaban teología moral por el padre Larraga.
Del modo que pude manifesté a mi padrino con franqueza este
inconveniente, agregándole que no teniendo yo todavía la edad
suficiente para recibir el presbiterado nada perdía con estudiar
el curso de artes. Tuve la fortuna de que le convencieran mis
razones y me dejó seguir mi carrera como yo lo deseaba.
En el año de 1827 concluí el curso de artes habiendo sostenido en público dos actos que se me señalaron y sufrido los
exámenes de reglamento con las calificaciones de Excelente nemine discrepante,3 y con algunas notas honrosas que me hicieron
mis sinodales.
En este mismo año se abrió el curso de teología y pasé a
estudiar este ramo, como parte esencial de la carrera o profesión a que mi padrino quería destinarme, y acaso fue esta la
razón que tuvo para no instarme ya a que me ordenara
prontamente. G
3 Frase en latín que significa sin discrepancia, por unanimidad, es
decir, que no hubo desacuerdo entre los profesores que le examinaron
para aprobarlo.
Las horas de mayor angustia de Juárez
Juan de Dios Peza
Aún estaba el águila en el nido. El hombre que más tarde había
de culminar en nuestra historia como salvador de nuestra segunda independencia, era un chiquillo que hablaba en idioma
zapoteco y vivía en la humildísima cabaña donde pobre e ignorado naciera.
Cerca de su jacal se extendía un lago que retrataba el diáfano y azul cielo que cobija la sierra de Ixtlán en el estado de
Oaxaca.
En el lago, adherido a la orilla, surgía un carrizal, donde el
Este texto fue publicado en 1904 por Juan de Dios Peza
en la obra Epopeyas de mi Patria, que el escritor dedicó a su
hijo al sentir la “obligación de [hablarle] algo del pasado en
que surgieron, se sacrificaron y murieron en defensa de la
causa del pueblo muchos hombres dignos de ser imitados y
enaltecidos”.
El autor provenía de una familia conservadora que apoyó
el gobierno de Maximiliano. A la muerte del emperador
y triunfo de los republicanos la familia se exilió; el joven
Peza, fiel a sus convicciones ideológicas, permaneció en el
país y recibió con júbilo el triunfo del partido encabezado
por Benito Juárez, quien se convirtió en su máximo héroe y
ejemplo íntegro de lo que debía ser un servidor público.
Peza tuvo la fortuna de conocer a su ídolo y de recibir apoyo directo de él para continuar sus estudios en la
Escuela Preparatoria, institución remodelada por el régimen de Juárez para desarrollar una educación liberal y
22 la Gaceta
niño indio cortaba las cañas, y algunas tardes se entretenía en
arrancarles, para arrojarles al agua, las verdes y carnudas
hojas.
Alguna vez se internó en el macizo de verdura, tratando con
infantil codicia de cortar la caña más larga y más delgada que
cautivó sus ojos.
El carrizal yacía sobre una gruesa capa de tierra y era movible como las antiguas chinampas de que nos hablan los historiadores.
científica. Político y literato, Juan de Dios Peza fue una de
las mejores plumas del país y digno miembro del primer
grupo de preparatorianos que egresaron de aquella casa de
estudios.
La mayoría de los pasajes de Epopeyas de mi Patria tratan
sobre Juárez y las luchas de los liberales contra sus enemigos
políticos. El propósito pedagógico de instruir por medio de
la ejemplaridad histórica es evidente en cada una de las
páginas labradas por el escritor, donde la admiración por
aquellos dirigentes, su entereza y responsabilidad ante la
nación, a costa incluso de su vida, son subrayados para que
los miembros de las nuevas generaciones (como su hijo) no
sólo recordaran los eventos trascendentales, sino también
los imitaran y asumieran el compromiso que tenían ante la
realidad de su país y el progreso de la sociedad. G
Héctor Cuauhtémoc Hernández Silva
número 423, marzo 2006
a
Divertíase el chicuelo en tronchar el carrizo que más le gustaba, cuando uno de esos vientos huracanados que sacuden los
pinos en las serranías agrestes, empujó aquella chinampa hacia
el centro del lago, con tal velocidad que, cuando el niño quiso
librarse del peligro de saltar en tierra, le fue imposible porque
ya se encontraba muy lejos de la orilla.
Midió con sus ojos brillantes y negros la inmensa distancia,
y convencido de que todo esfuerzo para salir de su extraña
barca era inútil, siguió con estoica indiferencia arrancando una
tras otra las verdes hojas de la caña codiciada.
El viento, cada vez más fuerte, impelió la chinampa hasta el
lejano y opuesto lado de aquella laguna; pero allí era imposible
bajarse, porque sólo había pantanos inmensos.
Caía la tarde, y desde el sitio donde encalló la chinampa, el
niño logró ver su jacal nativo como un pequeño punto negro
perdido en el horizonte.
Todo era soledad y silencio.
Se hundió el sol tras las crestas de la sierra, reinó la oscuridad de la noche; el aire frío y húmedo rizaba apenas las aguas
del lago, y el chiquitín, de pie entre las cañas, ni encontraba
lugar donde acostarse, ni el sueño le cerraba los ojos, ni el
miedo le contraía el semblante, ni un grito de desesperación se
escapaba de su pecho.
Las primeras luces de la mañana lo encontraron en la misma
actitud en que se quedó ante el último crepúsculo.
El niño sentía hambre y sed, y de vez en cuando mascullaba
algún tierno cogollo de cañaveral y lo escupía sobre el lago,
mirando al distante punto negro, el jacal, que hoy la república
guarda como un monumento de gloria.
Y corrieron las horas; el sol llegó a la mitad de su carrera y
declinó hasta hundirse de nuevo en el horizonte.
En plenas tinieblas sopló de nuevo un viento fuerte, y cuando el indio niño miró en su derredor, estaban por todas partes
retratadas en el lago las estrellas del cielo.
Sintió, después de algunas horas, que el carrizal se detuvo
contra algo macizo y firme; permaneció quieto; esperó la alborada y entonces con júbilo, saltó a la orilla.
¡Estaba salvado!
El jacal quedaba a larga distancia, pero llegó a él corriendo
y refirió en su dulce lengua zapoteca su triste aventura.
“Ésas fueron las horas de mi mayor angustia”, decía el gran
Benito Juárez a su hermano político don José Maza, que fue
quién me refirió esta historia… “Pues dios miró con ojos de
piedad a nuestra patria —respondió don José—, porque si el
carrizal no vuelve impelido por los vientos, acaso no habría
habido leyes de Reforma ni segunda independencia.” G
a
Fernando Iglesias Calderón y la defensa de Juárez
Andrés Henestrosa
El FCE cuenta en su catálogo con Las supuestas traiciones de
Juárez, de Fernando Iglesias Calderón: este fragmento del
prólogo sirve para explicar en parte el fuego que, a
comienzos del siglo XX, cruzaron quienes querían demoler
toda estatua de Juárez y diversos historiadores liberales
—Yo soy el presidente de México —dijo sereno Porfirio
Díaz—. Y he venido a pedirle que responda al libro de Francisco Bulnes, pues sólo usted puede hacerlo con acierto y con
verdad. Su condición de historiador, de patriota, de liberal y de
hijo de José María Iglesias, así lo acreditan y lo hacen esperar.
—Pero yo no soy empleado suyo, ni su escribano, ni su
amanuense, ni nada… Si lo hiciera, sería cosa mía, cuando
Si está escrita, no recuerdo haberla leído. La conozco referida
por José E. Iturriaga, quien la oyó del propio Fernando Iglesias
Calderón. La anécdota es hermosa, y es ejemplar: transparenta
y define a sus protagonistas: dos hombres a quienes la historia
y el destino conduce a subordinarlo todo a dos máximos amores: el amor a la patria y el amor a la Verdad. Y los dos salen
engrandecidos de la dramática cita de la historia y del destino.
Cuando estaba recién publicado el libro de Francisco Bulnes, se presentó en casa de Fernando Iglesias Calderón —calle
de Atenas núm. 24—, sin anuncio ni cita, el general Porfirio
Díaz. El sirviente le abrió la puerta. Dio aviso de que en la sala
se encontraba el presidente de la república, Iglesias Calderón
trabajaba a esas horas en su biblioteca, en ropas caseras. No
sólo encontró inusitado el caso, sino que le produjo una violenta contrariedad. Y vestido como estaba, sin cuidarse de su
desaliño indumentario, se dispuso a afrontar el desagradable
encuentro.
—¿Qué hace usted en esta casa? —preguntó Iglesias Calderón—. Le ruego que la abandone en el acto —agregó con firmeza.
número 423, marzo 2006
la Gaceta 23
a
a
creyera oportuno hacerlo, y no a petición, sugerencia y orden
Eso evitó que este volumen de sus “Rectificaciones histórisuya.
cas” apareciera como eran los deseos del autor, el mismo día de
—Con eso me basta —respondió Porfirio Díaz, al tiempo
la celebración del centenario del natalicio de Juárez, 1906, sino
que abandonaba la casa de Fernando Iglesias Calderón.
un año más tarde, 1907, pero sin que por ello perdiera su caEs el remoto origen de Las supuestas traiciones de Juárez.
rácter de homenaje centenario. Más aún: lo ratifica en el próLa obra de Bulnes, El verdadero Juárez y la verdad sobre la
logo. “Me complazco —dice— en ratificarlo al escribir estas
intervención y el imperio, fue publicada en 1904, con el avieso,
líneas, hoy, primer aniversario, dentro de su segunda centuria,
aunque a la postre frustrado propósito, de reducir las glorias de
del natalicio de tan gran patriota.”
Juárez, cuando faltaban dos años para el centenario de su naciFernando Iglesias Calderón fue hijo de José María Iglesias.
miento. La reacción que produjo entre amigos y enemigos fue
Era nieto, hijo y sobrino de soldados y civiles republicanos. Las
enorme y ruidosa, lo que a más de asegurar su difusión acrecendiferencias entre Iglesias y Díaz determinaron la conducta del
tó la fama de un autor que de ese modo se atrevía con una de las
hijo, que se mantuvo hasta el final contrario al general Díaz y
glorias nacionales, si no era que con la máxima gloria nacional.
a su sistema político, como lo atestiguan la anécdota referida y
La polémica, casi toda ella reducida en los primeros días a
el hecho de haberse negado a formar parte de la comisión eninjurias, declaraciones, diatribas, insultos, permitió a Bulnes
cargada de organizar los actos de homenaje a Juárez en el
fáciles victorias y ocasión para burlarse de los progresos de lo
centenario de su nacimiento. En compensación, apresuró la
que él llamó la idiotez nacional, a la vez que su libro afirmaba
edición de su libro, que, como ya está dicho, formó parte de
la apariencia y calificación de irrefutable y de historia verdadeaquellos homenajes.
ra. “Propúseme —dice Fernando Iglesias Calderón— esperar
En la refutación a Bulnes y a todos sus partidarios, secuaces,
a que la polémica que se anunciaba pusiera de manifiesto los
epígonos, concurren muchas circunstancias favorables, que
errores contenidos en dicho libro y en la injusticia de los carexplican y propician su eficacia y su venturoso éxito. Iglesias
gos hechos a Juárez con fundamento en los tales errores; y sólo
Calderón era un historiador, un amante de la verdad, un patrioen caso de que la polémica resultara deficiente, terciar en el
ta, que tenía legítimo orgullo de las hazañas y glorias de su
debate, como constante defensor de la verdad.”
pueblo. Era hijo de uno de los hombres cuyas responsabilidades
Poco tiempo después, el editor Santiago Ballescá planeó
no podían ser ajenas a la acción de Juárez durante el periodo a
la edición de un libro en el que en una serie de monografías,
que se contrae la historia por él escrita. No sólo a Bulnes, sino
de una manera razonable y completa, se refutara a Bulnes.
a los demás enemigos de Juárez, de México y de su padre, dio
Para ello invitó a historiadores y literatos, en esa hora los más
respuesta y refutó con pasión, elemento también válido y necedistinguidos, entre ellos a Iglesias Calderón, Carlos Pereyra y
sario al historiador, con tal de que la sepa gobernar y sea aqueVictoriano Salado Álvarez. En el reparto de los temas, le fue
lla pasión fría que dijo el filósofo. “Mis ‘Rectificaciones’ —esasignado a Iglesias Calderón el de las supuestas traiciones.
cribió, en efecto— están inspiradas en la verdad y gobernadas
El proyecto de Ballescá no tuvo efecto, pero los tres autores
por la razón.” En el proceso que levanta a Bulnes ante el tribureferidos escribieron las monografías que a cada uno se había
nal de la historia, se ve impelido a contradecir, reducir y aun a
encomendado. Acaso pudiera agregarse a esos nombres el de
negar la autoridad de historiadores y escritores tenidos por arGenaro García, aunque Iglesias Calderón no lo mencione y
dorosos liberales y maestros consagrados. “Quita un laurel mal
cuyo libro, Juárez. Refutación a Francisco Bulnes (1904), tiene
puesto y nadie logra de nuevo colocarlo”, escribió Manuel
las características que el editor Ballescá
Márquez Sterling.
No quería Iglesias Calderón,
señaló para las monografías que se proNo fue fácil, sin embargo, para Igley en eso coincide con Carlos
puso.
sias Calderón reducir la cuestión a sus
Pereyra, que fueran la admiración
Fue esta la circunstancia que llevó a
términos históricos. Mucha tinta y
ciega, la adhesión partidista, el
Iglesias Calderón a publicar Las supuestas
mucho papel se habían consumido en la
instinto a que aludió Bulnes,
traiciones de Juárez, en forma de cartas,
contienda. En su contra se habían aliado
los que releven de culpa a Juárez,
antes que el libro, en El Tiempo, que dilos enemigos naturales de Juárez, así
sino la crítica histórica, el fallo
rigía Victoriano Agüeros, periódico y
como algunos antiguos juaristas, ahora
de la historia, armados y fundados
escritor de tendencias marcadamente
colocados en la nueva administración,
en documentación científica. No el
opuestas a Juárez, y en algunos otros
cuando no desertores de las filas liberadocumento solo, sino el criterio
periódicos liberales de la capital, como
les desde antes del triunfo republicano,
con que se maneja, pues suele
El Diario del Hogar, de Filomeno Mata, y
cuando las disensiones entre Juárez y los
ocurrir que siendo verdaderos los
luego reproducidas en otros de provingenerales Jesús González Ortega y Pordocumentos, la historia resulta falsa
cia: El Correo de Jalisco de Guadalajara,
firio Díaz. Para defenderse, para justifiEl Correo de Sotavento de Tlacotalpan, La
car su deserción, o por error de entendiVoz del Norte de Saltillo y El Espectador de Monterrey.
miento, se pusieron del lado de Bulnes, acaso sin proponérselo
Mientras tanto, la discusión crecía y se embrollaba. La aparideliberadamente.
ción de Juárez y las revoluciones de Ayutla y de Reforma (1805), en
Tampoco pasó por alto los errores, debilidades y omisiones
que Bulnes agregaba a los cargos anteriores otros nuevos, si pode los amigos, compañeros y partidarios de Juárez. Lo hizo con
sible más graves, relacionados con los incidentes de Antón LiGuillermo Prieto, que era su padrino de bautismo, y sin quitarzardo y el Tratado McLane-Ocampo, presentándolos en forma
le honradez, fama y gloria, condenó aquella su funesta y malaparatosa e impresionante, hizo que Iglesias Calderón ampliahadada inclinación de confiarlo todo a su memoria. Con toda
ra el plan de su libro, pues los cargos, por su propia índole,
valentía lo dijo todo, y consignó los documentos probatorios,
en briosos, severos, inclementes y gallardos razonamientos,
quedaban bajo el tema de las supuestas traiciones.
24 la Gaceta
número 423, marzo 2006
a
en alegatos muy bien armados. Lo hizo con Ignacio Mariscal
y con Matías Romero, embajador de Juárez en Washington.
Como Mariscal se dejara decir en el brindis del Auditorium
(Chicago, iii, 1899), que la derrota de la Intervención se debió
a la benéfica influencia y al auxilio de los Estados Unidos
—cosa completamente falsa, como lo reconocieron entonces,
después y ahora, no sólo publicistas nacionales, sino también
ilustres norteamericanos, lo mismo políticos que historiadores,
literarios y biógrafos—, Iglesias Calderón escribió, para refutarlo pormenorizadamente, El egoísmo norteamericano durante
la intervención francesa (1905). En el fragor del proceso, en el
lúcido arrebato, siempre encuentra el testimonio que busca.
Una cita de Luis Pérez Verdía, historiador irrefutable, parece
resumir esa parte de la discusión. “No fue la diplomacia americana —vino a decir Pérez Verdía—, sino el cañón de Sadowa,
el que dio al mariscal Bazaine la orden de retirada de las tropas
francesas.” […]
No quería Iglesias Calderón, y en eso coincide con Carlos
Pereyra, que fueran la admiración ciega, la adhesión partidista,
el instinto a que aludió Bulnes, los que releven de culpa a Juárez, sino la crítica histórica, el fallo de la historia, armados y
fundados en documentación científica. No el documento solo,
sino el criterio con que se maneja, pues suele ocurrir que siendo verdaderos los documentos, la historia resulta falsa. Y eso
fue lo que Iglesias Calderón y otros historiadores hicieron para
invalidar la aparatosa argumentación de Francisco Bulnes: manejar con criterio histórico los documentos.
Mucha insidia, mucha argucia, todos los recursos de la falacia y la sofistería se han usado para dar a la mentira apariencias
de verdad en la lucha por derribar a Juárez del pedestal que le
ha levantado la gratitud nacional. Los partidarios y defensores
de Juárez, y más que sus defensores y partidarios, los amantes de
la verdad, esto es, los historiadores, han tenido que desplegar
una mayor habilidad, vigilia y entendimiento para atajar la
falsedad y la patraña tan espectacularmente urdidas. Uno de
ellos, tal vez el que mejor aprovechó el monte de papeles escritos al respecto, fue Fernando Iglesias Calderón. […]
Iglesias Calderón sólo por excepción pierde la compostura.
A lo largo de centenares de páginas se mantiene ecuánime,
respetuoso de la dignidad de los hombres, de su derecho a
discrepar y a pensar libremente, aunque en el ejercicio de esos
sagrados derechos yerre. La mentira deliberada, la mala fe, lo
sublevan y remueven sus naturales impulsos de levantar la voz,
o proferir malas palabras. Pero se contiene: hace la guerra
porque no la puede rehuir, la hace señor de sus pasiones, y
hasta pudiera decirse que la hace con alegría. La figura paterna
lo preside todo. A ella se vuelve cuando el enemigo, empeñado
como él en ganar la partida, parece que gana terreno y le asiste
la razón. Y esto es apurar los recursos de la lógica, aprovechar la
erudición que con los años y los estudios ha acumulado, para
salvar, de la aparente victoria del sofista, los fueros de la verdad,
que es su arma ofensiva y defensiva: su espada y su escudo. […]
El libro en que se funda toda la fama de Bulnes, El verdadero Juárez y la verdad sobre la intervención y el imperio, contiene
entre líneas más de un juicio acerca de la era porfiriana, o porfiriato, y acerca de la clase conservadora, tan graves como los
cien que creyó acumular contra Juárez y sobre la causa de la
república, que es la del progreso en nuestros días. Pero la clase
que le pagaba se lo perdonó, sólo porque por su pluma tomaba
desquite y desahogo. Porfirio Díaz, conocedor profundo de los
hombres y las cosas de su tiempo y de su pueblo, no; y es fama
que le dijo a Bulnes cuando éste le ofreció un ejemplar del famoso panfleto, que esperaba que alguna vez escribiera otro que
se llamara El verdadero Díaz. En efecto, Bulnes lo escribió. Y
¿no hemos visto ya que Porfirio Díaz pidió a Fernando Iglesias
Calderón que lo refutara, porque era el único que podía hacerlo con verdad?
El verdadero Juárez produjo una conmoción nacional, insistimos. Centenares de artículos, folletos, libros, libelos, panfletos, salieron de nuestras prensas para atacar, sin lograrlo, aquel
sacrilegio: un estado de ánimo previo y latente, el resentimiento de la clase vencida, encontró en las páginas de Bulnes su
confirmación, aunque en la fila opuesta no causaron mella: la
devoción juarista se afirmó, la estatua del héroe creció más de
un palmo y se multiplicó al recibir del propio gobierno de Porfirio Díaz consagración nacional. Y se puede decir que el héroe
y el patricio, el iconoclasta y el panfletario, quedaron frente a
frente: el uno, con la Constitución y la bandera en las manos,
y en los labios el himno; y el otro, con su libro en la mano. Al
grupo, agréguese a Fernando Iglesias Calderón, autor de Las
supuestas traiciones de Juárez, a la que jamás objetó Bulnes de
manera sistemática, ni se confesó vencido, pese a la declaración
de que lo haría si la victoria no quedaba de su parte. Y no
quedó. G
a
Símbolo de la soberanía nacional
Salvador Novo
Éste es un discurso pronunciado en el palacio nacional el 19
de julio de 1966, con motivo de las anuales, y no siempre
tan afortunadas, exaltaciones de la memoria de Juárez
Si consciente de mi carencia de dotes oratorias, he aceptado el
honor de pronunciar hoy lo que en mis labios no podrá alcanzar la altura de un discurso, es porque siento que acercarse a la
número 423, marzo 2006
figura de Juárez no necesariamente entraña en quien lo haga la
vocación del panegírico, ni la dudosa felicidad de la elocuencia.
No exige el patricio las nubes de un incienso que instale entre
él y quien eleve la mirada a la claridad imperturbable, de su
perfil, una distancia que los divorcie, mientras aroma su relación con perfumes de muerte. Ni acercarse a él presupone la
jactancia de que al cúmulo de brillantes exégesis que el respeto
y la admiración universales han allegado al estudioso de nuesla Gaceta 25
a
a
tra historia para documentar la minuciosa disección de su vida
en cualquiera de los ramos del saber humano. El deseo de
y de su obra, pudiera una voz débil y una pluma modesta agresaber y de ilustrarse es innato en el corazón humano. Quítengar un elogio que ya no se haya dicho, o contribuir un dato que
se las trabas que la miseria y el despotismo le oponen, y él se
no sea conocido.
ilustrará naturalmente, aun cuando no se le dé una protección
Fechas, libros y estatuas: si bien, en su estatismo, son gerdirecta.”
men y votivas lámparas que preservan y delegan de una en otra
Hoy, el gobierno de la revolución ha llevado hasta sus últigeneración de mexicanos el culto y el recuerdo; si son el atalamas consecuencias este temprano pensamiento de Juárez. El
ya y el ejemplo de una existencia cumplida y cimera, no consseñaló el primero causas y males; y en la medida de los escasos
tituyen ciertamente la única perdurable presencia de Juárez
recursos de su tiempo, acudió a remediarlos. Es clara ahora la
entre nosotros. Son como las coronas fúnebres depositadas
supervivencia cumplida de su esquema de redención, cuando
sobre el mármol de su reposo. Son concreción y símbolo del
de acuerdo con las leyes —el arma invencible que él esgrimió
amor que los mexicanos de ayer le tuvieron; de la admiración
siempre, después de forjarla con el acero de su inteligencia y de
que los extranjeros le profesaron. Se le tributan —en la ceresu intuición, en el yunque de la voluntad popular—; cuando
monia, en el panteón o en el plúteo de las bibliotecas—; son en
de acuerdo con las leyes de una constitución que es hija robuslas fechas cívicas como llamadas de honor; y se apagan los dista de la de 1857, el hombre, el ciudadano, ya no carece de lo
cursos, o se empolvan los libros, mientras nos reintegramos a
preciso para alimentar a su familia, ni ve como un bien muy reuna vida que, en apariencia, al restituirnos a un siglo que Juámoto la instrucción de sus hijos, ni éstos alquilan su débil trarez ya no alcanzó, le instala en un pretérito reverenciado y
bajo personal. En la Ley del Trabajo; en el Seguro Social; en la
muerto.
protección de la infancia; en la diversificación de la enseñanza
Pero ¿es así? ¿No está Juárez aún vivo y presente en la patria
y en su tecnificación, se realizan hoy, como en el árbol frondoque hoy lo recuerda, entre nosotros, que visitamos su recinto?
so se multiplica y cumple el sueño críptico de la milagrosa sePienso, al contrario, que nos es imposible, en 1966, disomilla, los ideales de Juárez.
ciar el presente nuestro y el pasado suyo, que en nuestros días
Cuando hoy vemos a la mujer compartir derechos y deberes
asume una clara, vigorosa continuidad; que es marcha aceleracívicos y sociales con el hombre, estamos también asistiendo a
da y sin tregua en el camino que él desbrozó para México: el
la realización de un programa suyo de gobierno, que preconicamino que él recorrió, trazando al hacerlo la configuración
zaba “formar a la mujer, con todas las recomendaciones que
material y espiritual, eterna por ende, de la patria.
exige su necesaria y elevada misión, es formar el germen fecunIndio zapoteca: de la raza que labró en piedra los milagros
do de regeneración y mejora social”.
de Mitla y de Monte Albán, podemos imaginarlo como el desCuando aún no extendía hasta la capital de la república el
pertar, como el surgimiento de la más antigua y auténtica sitrazo de la patria, nacida en su persona en la sierra de Guelatao
miente racial: como al mexicano que por sangre, lo es más que
y asentada para una primera floración en el almácigo de Oaxalos iniciadores de una Independencia criolla y mestiza. Nacido
ca, ya desde ahí y desde entonces percibía la necesidad de inteen los montes, como las fuerzas mágicas de la naturaleza: como
grar, de las partes, el todo de un país a la sazón escindido por
los dioses —los trece dioses zapotecas— en quienes el niño
alcabalas, distanciado por falta de caminos, y ajeno a un mundo
pastor ya no creía, porque se apresuraron a revelarle otros.
en el que debía conquistar un sitio. “Yo veo que es fácil —esCuando el niño va a pie desde la sierra hasta la ciudad —desde
cribió— destruir las causas de esa miseria. Facilitemos nuestra
Guelatao hasta Oaxaca—, la patria ha
comunicación con el extranjero y con
dado con él el primer paso en configulos demás estados de la república, abrienDe nuevo, a partir del 31 de mayo
rarse en la mente y en el corazón del
do nuestros puertos y nuestros caminos;
de 1863, el mapa de México va
estudiante, del abogado, del gobernador.
dejemos que los efectos y frutos de pria trazarse bajo las ruedas del
Allí permanece, madura, toma concienmera necesidad, de utilidad, y aun los de
carruaje en que peregrina su
cia de sí mismo y de sus deberes.
lujo, se introduzcan sin gravámenes ni
soberanía: San Luis, Saltillo,
Cuando hoy hallamos natural y plautrabas; y entonces lo habremos logrado
Monterrey, Paso del Norte. Nada
sible que la educación impartida por el
todo.”
más dramático ni grandioso que
estado se complemente con los desaPero si su intuición le hacía avizorar
la imagen de este indio adusto e
yunos escolares, estamos ya lejos, y por
desde la provincia las magnitudes de la
irreductible, símbolo y encarnación
paradoja, cada vez más cerca, de una
patria y los horizontes del mundo; y en
de la soberanía nacional, seguido
realización que se inspira en sus lúcidos
la provincia poner a prueba la bondad de
en su éxodo por su gabinete
raciocinios. Es el gobernador oaxaqueño
su visión de estadista, no tardaría en
y por un puñado de leales
quien primero percibe que el atraso no
ampliarla hasta la capital: en vincularse a
puede cancelarse con la instrucción, si ésta no se acompaña con
los latidos del corazón liberal con que los constituyentes del 57
la abolición de la miseria: “El hombre que carece de lo preciso
se esforzarían en galvanizar la inercia rígida de un México, si
para alimentar a su familia, ve la instrucción de sus hijos como
libre ya de las cadenas políticas, aún aterido por las espirituales:
un bien muy remoto, o como un obstáculo para conseguir el
un México que aún no se encontraba a sí mismo: que aún no
sustento diario. En vez de destinarlos a la escuela, se sirve de
aprendía a distinguir a los hombres perecederos y mutables, de
ellos para el cuidado de la casa o para alquilar su débil trabajo
los programas, que sólo depurados en leyes son capaces de
personal, con que poder aliviar un tanto el peso de la miseria
conjugar las duras experiencias del pasado, asentarse en ellas y
que lo agobia. Si ese hombre tuviera algunas comodidades; si
erigirse en faros asomados al porvenir.
su trabajo diario le produjera alguna utilidad, él cuidaría de
La Constitución del 57 irradia como un sol nuevo a ilumique sus hijos se educaran y recibieran una instrucción sólida
nar los ámbitos de una patria convulsa y desangrada. Los años
26 la Gaceta
número 423, marzo 2006
a
siguientes van a integrarla. Y será Benito Juárez quien, al recorrerla, la engrandezca con su presencia, y se engrandezca al
contacto errabundo de la dispersión de esa patria. Jalapa, la
prisión de San Juan de Ulúa, La Habana —y Nueva Orleans—.
Es el destierro; pero es también el contacto con otro país, vecino, empeñado asimismo en consolidarse, y amigo reconciliado. La patria se amplía y delimita, mirada a la distancia de la
esperanza. A ella se puede regresar y servirla humildemente
desde Acapulco hasta el triunfo liberal. Pronto vuelve Juárez a
peregrinar, y con ello, a llevar consigo el escudo y la espada de
la legalidad: a Querétaro, a Guanajuato, a Guadalajara, a Colima, a Manzanillo. Las puertas que pedía que se abrieran, lo
reciben en Veracruz —y las leyes de reforma son promulgadas:
las que serán cimiento inconmovible del México soñado en
Oaxaca.
De nuevo, a partir del 31 de mayo de 1863, el mapa de
México va a trazarse bajo las ruedas del carruaje en que peregrina su soberanía: San Luis, Saltillo, Monterrey, Paso del
Norte. Nada más dramático ni grandioso que la imagen de este
indio adusto e irreductible, símbolo y encarnación de la soberanía nacional, seguido en su éxodo por su gabinete y por un
puñado de leales. A las torpes ambiciones locales que habían
antes dividido al país, se sumaba ahora la agresión extranjera,
con todos los recursos materiales del triunfo, a enajenarlo. “Y
pues lo tenéis todo, falta una cosa: dios” —pudo exclamar muchos años después el poeta—; Juárez, errabundo, sabía que
Napoleón III lo tenía todo; pero que faltaba el único dios en
quien él creía: la ley, la legitimidad, la soberanía emanada de la
voluntad popular.
Y la ley se impuso y triunfó. Y a su conjuro, obró el milagro
de consolidar, unificada, la patria republicana, perdurable,
digna y capaz de realizar los más altos sueños del hombre
austero que había señalado con dedo inflexible las rémoras
que la frenaban; y que había estipulado la firmeza de los principios que habrían de superar, en paz y en concordia, aquellas
rémoras.
“En estas circunstancias —confía el benemérito en una
carta a don Basilio Pérez Gallardo— una sola cosa puede consolarme… y es el convencimiento de que no pasarán ya perdidas para los mexicanos las lecciones de la experiencia; y que
unidos como hermanos por el vínculo poderoso de las ideas,
sabremos utilizar con acierto la enseñanza de lo pasado al pensar en el porvenir.”
Así lo ha hecho el México en que Juárez pervive —raíz del
árbol que la revolución fortaleció, sin adulterarlo, con su sangre—. Nuestro México no olvida su pasado cuando avanza,
firme, hacia el porvenir.
“Cátedra insigne de México” —llamó a Guelatao de Juárez
el candidato Díaz Ordaz al visitarla el 14 de enero de 1964.
Cátedra, en efecto, permanente, de legalidad, fórmula internacional de convivencia: El señor presidente de la república cifró
en aquella ocasión el concepto que hoy he intentado dirimir
ante ustedes al invitarles a asomarnos, a percibir en el aire de
libertad y de progreso que respiramos, la vigencia de Juárez.
Dijo entonces el señor Presidente —y yo no podría expresarlo mejor para concluir—: “Juárez y México están fundidos
para siempre. Pronunciar el nombre de uno implica pronunciar el nombre del otro. México, antes de Juárez, no era sino
un alboroto de facciones; después de Juárez, fue simplemente,
la patria.” G
a
Emancipador de la conciencia humana
El Federalista
Hemos recuperado este y los siguientes textos de La prensa
valora la figura de Juárez, estudio y compilación de Carlos
J. Sierra que la Secretaría de Hacienda publicó en 1963.
Este artículo se atribuye a la redacción El Federalista, diario
en el que apareció el 18 de julio de 1874
Las grandes ideas, para convertirse en grandes realidades, necesitan encarnarse en alguna de esas individualidades poderosas que aparecen de tiempo en tiempo en la historia, y que son,
por decirlo así, guías más bien que servidores de la causa eterna del progreso humano. Uno de los fenómenos históricos más
raros es el de la concentración en un solo hombre de estas dos
misiones, con una de las cuales basta para sobrepasar el límite
de las fuerzas morales de una personalidad sola: la iniciación y
la ejecución de un movimiento político, social o religioso.
Uniendo los dos extremos de la vida pública de Benito Juárez se palpa este resultado: inició, sancionó y consumó la victoria de la emancipación de la conciencia humana en su país,
como Guillermo de Orange, como Jorge Washington, las dos
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personalidades más completas de la historia; Juárez fue un
hombre necesario. Fue un corolario obligado de una de esas
grandes leyes que rigen el desarrollo social de la especie humana, leyes misteriosas, cuya vaga analogía con las leyes físicas
percibimos tan sólo, pero que, teniendo por el eje el espíritu
del hombre y por perímetro la perpetua transformación de las
cosas y la inanidad de la muerte, sólo nos revelan por algunas
series de realidades concretas, como el infinito espacio en el
cual nos sentimos vivir, pero que no alcanzaremos a percibir
jamás.
La teoría de los hombres necesarios, en la cual creemos con
la misma inquebrantable convicción que en el progreso final
de los pueblos, sólo puede inducirse de los hechos innegables.
Los gérmenes de las ideas modernas en México datan sin duda
de la formación misma de la sociedad actual en el siglo xvi;
pero qué lenta, qué laboriosa ha sido esa marcha, y cuán lejos
estábamos de una organización definitiva de esos principios,
cuando estalló 1a revolución de Ayutla. Esta revolución
misma, que parecía ser un sacudimiento incontrastable de
nuestra secular apatía y que respondía a uno de los movimienla Gaceta 27
a
a
tos más profundos de la opinión de que hay ejemplo en nuesciencias abdicaran en la conciencia de un solo hombre; bastaba
tros anales, amenazó ruina al otro día del triunfo, gracias a un
que todas las libertades abdicaran en la libertad de un tirano
defecto de nuestro carácter nacional, el espíritu de transacsolo (y este era el dogma religioso y social de la época), para
ción, hecho carne en el hombre desgraciado que regía entonque la colisión fuera inevitable, para que la dignidad humana
ces nuestros destinos.
despertase un día en el corazón de los siervos; y aquel día de
Era preciso, y parecía imposible, que se levantara de entre
incontrastable fuerza debía ser el último del régimen colonial,
aquel génesis de un nuevo periodo, un gran carácter, una inteprolongado mucho más acá de nuestra independencia.
ligencia que concibiera simplemente el derecho, que no supie¡Qué papel el de Juárez en esas horas supremas! Y cómo,
ra distinguir un término medio entre el deber y la conveniencuando llegó a un llamamiento de la reacción en agonía el
cia, y una voluntad que fuera una conauxilio de aquel que por desgracia de la
¡Qué papel el de Juárez en esas
ciencia
Francia llevó al trono imperial el espírihoras supremas! Y cómo, cuando
Tal fue Juárez.
tu esencialmente aventurero y rapaz de
llegó a un llamamiento de la
Esta inquebrantable firmeza, que alsu familia, la personalidad de aquel inreacción en agonía el auxilio de
gunos, no sin probabilidades de acertar,
dígena sublime creció a la altura de un
aquel que por desgracia de la
consideran extraña al temperamento
mito! Era que el espíritu de nuestra naFrancia llevó al trono imperial el
peculiar de nuestra raza, había de recionalidad despertaba; era que latía por
espíritu esencialmente aventurero y
presentar un papel decisivo en nuestros
vez primera el corazón de una patria,
rapaz de su familia, la personalidad
destinos.
bajo la mano austera y firme de Juárez,
de aquel indígena sublime creció a la
Ahora ya podemos empezar a juzgar
sí, por la vez primera, porque entonces
altura de un mito!
de aquella situación. Ya nos separa de
la patria no significaba un mote encuella mucho tiempo, y sobre todo, mucha
bridor de nuestro raquítico orgullo, sino
sangre; podemos ser imparciales, puesto que hemos vencido.
que era la frase simbólica del derecho humano en combate con
No encontrarán eco en la cavidad de esa tumba augusta las detodos los ultrajes; por vez primera, porque era aquella la gran
clamaciones banales que nos pintan a la república de entonbatalla de la reforma, convertida en guerra de independencia;
ces como una Babilonia clerical: mucho de eso había, porque
era la defensa del trabajo libre, convertida en defensa del teel hombre que puede dominar y no necesita trabajar, es decir, el
rritorio; era la bandera de un partido que se convertía en esfraile, se encuentra obligado fatalmente a todas las torpezas y
tandarte de una nacionalidad; era que el sostén de una nacioa todas las corrupciones; pero aun cuando así no hubiera sido;
nalidad era la expresión de la eterna lucha por la libertad del
aun cuando aquellos soldados hubieran sido honrados y bravos
hombre.
como unos espartanos; aun cuando aquellos clérigos hubieran
Todas nuestras esperanzas, nuestra fe, nuestro intenso dolor
llevado la santa vida de Vicente de Paul, la lucha debía venir;
formaron un pedestal gigantesco y sombrío, como si hubiera
era aquella la lucha por la vida: no se trataba de una autonomía
sido hecho con las rocas ensangrentadas de nuestras montañas,
precaria, mantenida gracias a la mayor o menor utilidad de un
a la figura serena de Juárez; en la hora del triunfo, cuando un
vecino formidable, ni de vestirnos de un nacionalismo jactandestello del sol reverberó sobre aquella base indestructible,
cioso, que más parecía inspirado por una suerte de provinciasobre aquella frente de bronce, comprendió el mundo lo que
lismo de campanario, que por el culto santo y puro de la patria;
ese hombre era, lo que esa personalidad significaba; la repúblino: se trataba de asimilarnos las condiciones de progreso de la
ca recogió como en un haz divino todos los destellos de su
moderna vida social; se trataba de quitar trabas a la inteligenalma, y los dispersó en derredor de aquella cabeza augusta.
cia, para que no muriera atrofiada; se trataba de quitar trabas
En medio de ese apoteosis, entre aquella fulguración intena la conciencia, para que no pereciera en la asfixia; se trataba
sa, la misión de Juárez, como representante de la humanidad,
de emancipar al hombre como instrumento de producción, de
concluyó. Ni un solo recuerdo amargo se evoca hoy en derretrabajo y de libertad; para eso no necesitábamos que los opredor de su sepulcro. Le vemos bajar entre aquel triunfo inmensores fueran más monstruosos; bastaba con que todas las conso, no a la tumba, sino a la memoria inmortal de la patria. G
Hidalgo y Juárez
José María Vigil
El Monitor Republicano albergó una columna
de José María Vigil, que el 18 de julio de 1880
la dedicó a los pilares de la independencia mexicana.
En el sumario respectivo daba cuenta de la
“Inauguración de un monumento. Merecido
tributo de gratitud popular. Principio y fin
de la revolución mexicana. Hidalgo y Juárez”
28 la Gaceta
El domingo último tuvo lugar la inauguración del monumento
decretado a la memoria del ilustre ciudadano Benito Juárez.
Fiestas de esta naturaleza honran grandemente a los pueblos
en que tienen lugar, porque indican que en el fondo del corazón humano existe inextinguible el sentimiento de la gratitud,
que se manifiesta de mil maneras hacia los hombres que han
consagrado su existencia en bien y mejora de sus semejantes.
número 423, marzo 2006
a
El señor Juárez es uno de esos hombres excepcionales, cuyo
y obedeciendo a un instinto que no los engaña, precipitan la
nombre se haya identificado con los acontecimientos más immarcha de los acontecimientos, imprimiéndoles la dirección
portantes de nuestra historia. De humilde origen, como la
más adecuada al fin que se proponen.
mayor parte de los héroes de la humanidad; de una raza que
Dos figuras presenta nuestra historia que parecen vaciadas
lleva todavía sobre sí el profundo sello que imprimió la mano
en el mismo molde, pues ofrecen una grande analogía en los
del conquistador, supo por la sola fuerza de su genio alzarse a
rasgos prominentes de sus caracteres respectivos. Esas dos figuuna inmensa altura, en que dominando las tempestades revoluras son Hidalgo y Juárez. Ambos consagrados a tareas pacíficas,
cionarias, sin sentir vértigos ante los
no había motivo para aguardar de ellos
insondables abismos que a sus plantas se
esa energía indomable, ese valor heroico
abrían, no temió desafiar las iras de los
que se necesita para encabezar los granpoderes tradicionales que dominaban la
des movimientos sociales. Almas de
sociedad, ni afrontar el empuje de nabronce, en vano se cebaron en ellas la
ciones poderosas, que habían resuelto
envidia, el odio, todas las pasiones viles y
destruir en nuestro país la libertad repurastreras que no temen vaciar su veneno,
blicana, comprometiendo gravemente
al verse profundamente heridas por un
el principio de la independencia.
poder que son incapaces de comprender
Juárez tenía una vasta inteligencia,
y de medir. Superiores a las preocupapero no fue ese su principal mérito. El
ciones de su época, alzaron sin vacilar la
secreto de su gloria se encuentra en la
frente en medio de la oleada que amenaincontrastable fe de su corazón de pazaba sumergirlos, y cuando más trementriota, en esa especie de intuición que
das rugían las tempestades a sus plantas,
poseen ciertos hombres sobre los altos
fijaban de hito en hito la mirada de águidestinos que tienen que llenar, y que los
la en el sol de justicia eterna que inundaconserva serenos en medio de los mayoba su inspirada frente. Hidalgo y Juárez
res peligros, cual si una voz misteriosa
son el principio y el fin, el alfa y el omega
les dijera que ningún temor deben abrigar, porque han venido
de la revolución mexicana, y al través de medio siglo se dan las
al mundo con una misión que nada les impedirá cumplir. César
manos como dos genios gemelos que nacieron de la misma idea
tranquilizando con su fortuna al barquero en medio de la temy encarnaron el mismo sentimiento.
pestad; Napoleón penetrando en medio de los combates con la
No es, pues, de extrañar que Hidalgo y Juárez sean los dos
seguridad de no haberse fundido la bala que le había de herir,
hombres más queridos del pueblo mexicano, que ve en ellos
son notables ejemplos de esa fe que tiene algo de fatalismo, que
sus representantes más fieles, las personificaciones más acabaacompaña siempre a los hombres superiores, al acometer y
das de sus deseos, de sus sufrimientos y de sus esperanzas; y
consumar las grandes empresas que una vez han concebido.
no es de extrañar tampoco que las clases privilegiadas, las facDiríase que esos seres privilegiados, que reúnen a la vez el
ciones que enarbolaron en todos tiempos la bandera del retrovalor del caudillo, la fe del apóstol y la abnegación del mártir,
ceso y del absolutismo, no puedan pronunciar aquellos nomreconcentran en su alma como en inmenso foco, todas las asbres sin sentir los calambres del odio, las contorsiones epiléppiraciones legítimas de la sociedad en que viven; que escuchan,
ticas del rencor que no olvida ni perdona. Esas clases jamás
interpretan y encarnan las quejas de las clases desheredadas, los
olvidarán ni perdonarán a Hidalgo, que haya lanzado el grito
derechos desconocidos por los felices de
de rebelión contra el derecho divino
la tierra, las esperanzas que sonríen en
que mantenía aherrojada a la colonia, ni
Almas de bronce, en vano se
un porvenir lejano, y las cóleras que
a Juárez que haya roto el último eslabón
cebaron en ellas la envidia, el odio,
hierven en las esferas sociales donde
de la cadena que ligaba a México con las
todas las pasiones viles y rastreras
sólo se ha sabido padecer y sufrir durantradiciones de la edad media. Hidalgo y
que no temen vaciar su veneno,
te una larga serie de generaciones.
Juárez continuarán, pues, siendo el tema
al verse profundamente heridas por
Hombres de sentimiento y de acción,
de estudios apasionados en que se emun poder que son incapaces de
tal vez ignoran ellos mismos la magniplearán preferentemente plumas empacomprender y de medir. Superiores
tud de las empresas que llevan a cabo.
padas en la hiel del despecho y de la
a las preocupaciones de su época,
Naturalezas esencialmente sintéticas,
impotencia.
alzaron sin vacilar la frente en medio
abarcan en su conjunto las situaciones,
En cambio, la gratitud de los pueblos
de la oleada que amenazaba
descubren y generalizan las causas más
emancipados, de los siervos convertidos
sumergirlos
ocultas, y salvando los límites de la lógien ciudadanos, de las multitudes restica y del tiempo, llegan de un salto a sus resultados más trastuidas al goce de derechos inalienables, fijará una mirada encendentales, como sí una fuerza interior los impulsara fuera de
ternecida en esos dos astros de primera magnitud que brillan
las vías comunes que trabajosamente recorren el político y el
en nuestro cielo político; y en las épocas de duda, de oscuridad
estadista.
y abatimiento, el pueblo mexicano pronunciará los nombres de
Mientras que el sabio pesa, analiza y descompone en el siHidalgo y de Juárez como los de dos genios tutelares, que
lencio de su gabinete los grandes problemas sociales, perdiéndesde las regiones de ultratumba velan sobre los destinos de la
dose a menudo en las quimeras que forja su propia inteligencia
patria e inspiran a sus buenos hijos la fe, la constancia y la aby echando por el camino menos verosímil, los hombres de
negación que ellos poseyeron en grado heroico, a fin de que su
genio como Juárez remontan el vuelo a regiones inexploradas,
obra sea llevada a feliz término. G
número 423, marzo 2006
la Gaceta 29
a
a
Juárez
a
Justo Sierra
Biógrafo apasionado de Juárez, Justo Sierra publicó
el 21 de julio de 1872, en El Federalista y con dedicatoria
a Emilio Castelar, este panegírico, en que el dolor
personal se funde con la estimación histórica
El más grandioso periodo de nuestra historia nacional acaba de
cerrarse con el mármol de un sepulcro. ¡Juárez ha muerto!
Intérpretes de la juventud liberal que ama en vuestra voz la
personificación más elocuente de las democracias latinas,
hemos querido asociarnos al duelo del país entero, hemos querido que, al pasar definitivamente a la posteridad, el nombre
del patricio sellase vuestra carta de ciudadanía mexicana, y para
nuestra gloria y para vuestra honra, colocamos sobre esa frente
de gigante vuestro laurel de bronce.
Vos lo sabéis: el que ha muerto encarnó en México el advenimiento de las ideas redentoras de nuestro siglo; su impasible
figura se destaca en el horizonte matinal de la Reforma, como
un dedo de granito escribiendo la profecía de muerte en medio
de la orgía lúgubre de la reacción. Cuando ese raquítico soñador del mal (Napoleón III), que concibió desde su trono bizantino el designio de desenterrar el cadáver de la tradición monárquica de su tumba impura, profanó con sus legiones nuestra
tierra americana, Juárez tuvo la suerte de representar el principio de las nacionalidades, reconquistadas por el derecho y
conservadas por la libertad, contra el hombre que si pensaba
restaurarlas por el pueblo quería guardarlas para los césares;
fue el derecho de América a vivir, a respirar libre y soberana,
desde donde engarzasen congelados cristales el eje imantado
de los polos, hasta su cíngulo tropical, bordado por las constelaciones y cerrado por el sol; tierra peligrosa era la que dejaba
correr a torrentes por los canales respiratorios de sus cordilleras de oxígeno generador de la fiebre de la libertad; el día brillaba tanto en América, que empezaba a iluminar las tinieblas
europeas. Era nuestro cenit, una aurora en ultramar. Y temblaron los asfixiadores del género humano.
La marea de la invasión subió amenazadora; todo quedó
hundido, todo, exceptuando la rompiente en que se abrigó el
arca santa de la república; todas las frentes se inclinaron, todas,
exceptuando la frente de Juárez, que permaneció, ante el hundimiento de nuestra autonomía, erguida como sólo puede erguirse la conciencia ante la fatalidad.
Y de ese escollo jamás quebrantado, tras la invasión que
huía, de campanario en campanario, se precipitó nuestra águila anidando en los picos volcánicos de nuestra sierra, sublimes
campanarios de los Andes americanos.
Vos lo sabéis, vos que lo habéis proclamado así en la tribuna,
al par que Victor Hugo en Patmos, y en Caprera, Garibaldi, el
Ruy Díaz de la era nueva.
Y por eso Juárez ha conquistado el derecho de hacer de la
bandera mexicana su paño mortuorio.
Mañana se levantará en Europa, contra ese gran recuerdo,
la grita de los asalariados del odio. Os damos, tribuno, la palabra en defensa nuestra. Decidles que tenemos mucho amor a
nuestra patria, para no santificar las virtudes del que ha muerto, y mucho orgullo para no arrojar sobre sus faltas el manto
de nuestras glorias.
Entretanto, al cerrar de la tumba junto a la cual suenan con
eco tan solemne las palabras constancia y fe, hacemos ardientes
votos por la república española, que será hija de vuestra fe y de
vuestra constancia.
Salud y fraternidad. G
El camino de Damasco
Ángel Pola
El 18 de julio de 1902 apareció en El Imparcial, de la ciudad
de México, este artículo que no es tanto una celebración
juarista como un intento por explicar el cambio
profundísimo en la imagen que el modesto niño zapoteco
tuvo de su propio destino
San Pablo Guelatao es un pueblito asentado en la rama Oriental de la Sierra Madre, a 55 kilómetros de la ciudad de Oaxaca.
Su perímetro mide 20 950 metros y el número de sus habitantes asciende a 354. Sus casas son de adobe y teja; y sus edificios
principales dos iglesias de arquitectura moderna, el Palacio
30 la Gaceta
Municipal, el panteón y un portal, donde están las escuelas de
niños y de niñas y la biblioteca pública. En el centro del poblado hay un jardín, y junto, una laguna de 80 metros de diámetro, cuyas aguas límpidas y serenas cambian de colores por
quién sabe qué artes: unas veces son claras; otras negras; otras
coloradas; otras de color café; en fin, pasan y repasan por mil
matices. Por esto la denominan laguna Encantada. Frondosos
y altos fresnos ciñen sus riberas y hacen delicioso el lugar,
donde las familias celebran días de campo y verbenas, y discurren en los de fiesta al toque de la música del pueblo.
El clima es tropical y templado. Se producen el limón, el
naranjo, el mango y la caña; el durazno, la pera y otras frutas.
número 423, marzo 2006
a
Sus habitantes viven de la agricultura y la horticultura. Cosechan maíz, frijol, arveja, lechuga, rábano, tomate, cebolla, ajo
y col. Siembran en primavera y en otoño, pero la primavera
siempre es de regadío. El acueducto llega al río Hiloovetoo,
afluente del río grande de Ixtlán.
En este pueblito hay dos cosas, que son las más grandes: una
choza, en contraste con lo demás del caserío, situada a 50 metros del palacio municipal, y una estatua, que destaca en el
jardín. La estatua representa a un indio que nació en la choza:
a Pablo Benito Juárez.
De este indio, ejemplar peregrino de energía, cuyos padres
fueron Marcelino Juárez y Brígida García, quedan de pie todavía gentes de su sangre: María Ruiz, de edad 100 años, mujer
de Justo Juárez, primo hermano de Marcelino, y sus hijos
Ruperto, Juan y Anastasio, que cuentan respectivamente 50
y 65 años. Vive también Felipe García de 90, primo de Pablo
Benito Juárez. Dice Felipe que éste su primo, quedó huérfano
de padres cuando rayaba en los ocho años; Marcelino falleció
en el portal del palacio de gobierno de Oaxaca, en una de sus
idas para vender fruta, y descansa en el Patrocinio. Brígida, en
Guelatao y yace en uno de los templos.
No le dejaron recurso alguno a Benito, sino su trabajo, que
fue siempre su sostén. Entonces buscó refugio en el hogar de
su tío Bernardino, de índole recta y severa, que tenía por intereses un solar contiguo a la Laguna Encantada y un rebaño de
ovejas. El huérfano dedicóse a su cuidado. Antes del pastoreo,
entraba en la escuela particular de Domingo García, nativo del
lugar. Después, arreaba a sus animalitos. A veces, trepado a un
árbol, les peroraba en su lengua, en zapoteco.
Un día, el miércoles 16 de diciembre de 1818, por andar jugando con uno de sus amiguitos de infancia no advirtió que su
rebaño había entrado a saco en una sementera. El propietario
tomó en rehenes a las ovejas, en tanto no le fuese reparado el
daño. Perdido de ánimo el pastorcito y puesta su consideración en la severidad de su tío, huyó del pueblo y tomó camino
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de Oaxaca. Iba el pobrecillo con sólo su ropa en el cuerpo:
sombrerito de palma, camisa y calzoncitos de manta y cacles.
A trechos, parecía detener el paso para escuchar la voz de su
conciencia en la lucha sostenida entre el amor a su hogar y el
temple de su carácter. Así, con estas tempestades en su alma,
hermosa y pura, llegó a la ciudad y paró en la casa de don Antonio Maza, español y amo de su hermana Josefa. Éste fue su
camino de Damasco.
A poco de transcurrir tiempo, Josefa le puso a servir con
don Antonio Salanueva, tercero descubierto de la 3a orden de
San Francisco y encuadernador de libros. Cerca de este buen
hombre completó su instrucción primaria, y en seguida se
matriculó en el colegio Seminario, en que había dos cátedras
de gramática, una de filosofía, una de teología moral y otra de
teología dramática.
El 8 de enero de 1827 abrió sus puertas el Instituto de ciencias y artes del estado, y él fue uno de los primeros alumnos:
se inscribió en la 8a. aula, que era la de derecho natural y civil,
desempeñada por el licenciado José María Arteaga.
La noche del jueves 30 de julio de 1829, en el instituto, defendió en acto público estas tesis de derecho:
1] Los poderes constitucionales no deben mezclarse en sus
funciones.
2] Debe haber una fuerza que mantenga la independencia y
el equilibrio de estos poderes.
3] Esta fuerza debe residir en el tribunal de la opinión pública.
El 12 de agosto de 1830, en el mismo plantel, sostuvo públicamente estas otras conclusiones:
1] La elección directa es más conveniente en el sistema republicano.
2] Esta elección se hace tanto más necesaria cuanto más
ilustración haya en el pueblo.
¿Todo esto no revela al pontífice impasible y perseverante
de la república y la reforma? G
la Gaceta 31
a
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a
a
a
a
a
a
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