LA JORNADA SEMANAL, domingo 23 de agosto 2009 Siete mujeres y Picasso Héctor Ceballos Garibay Pablo Picasso es el pintor más prolífico y polifacético del siglo xx. Su itinerario vital y creativo está saturado de giros estéticos e innovaciones artísticas sin parangón histórico. A esos vuelcos y transformaciones estilísticas correspondió, por lo general, una determinada relación de encuentro o desencuentro amoroso con alguna de las siete mujeres esenciales que lo acompañaron en su periplo existencial. Picasso con Fernande Oliver, Barcelona, 1906 FERNANDE OLIVIER Fernande Olivier apareció en el escenario picassiano en 1904, justo cuando ocurría la transición de la Época azul a la Época rosa . Fueron los años de la bohemia parisina en Montmartre, el bucólico barrio donde amigos como Apollinaire, Max Jacob y Gertrude Stein se reunían a disfrutar la vida con la joven pareja en la miserable vivienda a la que llamaban Bateau-Lavoir. Durante este contexto festivo y trasgresor aconteció la transformación del color azul, una tonalidad con la cual el artista logró proveer de gravedad y compasión a los personajes pintados (seres marginados y marginales: los ciegos, los cojos, los ancianos, los pordioseros, las prostitutas), y que, de pronto, se transmutó en pigmentaciones rosáceas. En ambos casos, el estilo siguió siendo una suerte de realismo expresionista, pero el temple ya era muy distinto. Los seres retratados ahora tenían otro ámbito y otro porte. Provenientes del circo, los saltimbanquis, arlequines y acróbatas revelaban confianza en sí mismos, el orgullo de saberse gente con un oficio noble y muy querido. Por fortuna, Fernande también acompañó a Pablo durante los cruciales años de la revolución cubista (1907-1914), que se inició con la creación cimera de Las señoritas de Avignon (1907) y abarcó la fructífera etapa del cubismo analítico, el cubismo sintético y el cubismo- collage. Gracias a la poética cubista –una preceptiva estética que abrevó de Cézanne, así como de la estatuaria ibérica y las máscaras africanas– se logró la abolición radical de los cánones artísticos convencionales. Esta “revolución copernicana” en el mundo del arte tuvo varios ejes: la disolución de la perspectiva, la erradicación de la noción clásica de belleza (armonía, proporción) y la formulación de una teoría pictórica que ya no buscaba la representación de la apariencia de los objetos, sino la reproducción espiritual de su esencia. Con esta finalidad en mente, los cubistas experimentaron creativamente con la fragmentación y la recomposición geométrica de las figuras, inventando así su muy peculiar manera de arribar a un orden objetivo y absoluto, sustentado en la estructuración formal e intelectual de la realidad. De esta epopeya de negación y renovación propuesta por el cubismo emergerían, unos cuantos años más tarde, algunas de las vertientes del arte abstracto contemporáneo. Con Marcelle Humbert EVA (MARCELLE HUMBERT) En 1912, Marcelle Humbert (Eva) sustituyó a Fernande como compañera íntima de Picasso. Pero ya, desde 1910-1911, fue Eva, amante del pintor Louis Marcoussis y muy amiga de Fernande, quien poco a poco, al amparo de las fiestas y excursiones grupales, se fue ganando la atención sentimental de Pablo durante aquellos años cruciales del apogeo cubista, justo cuando aparecieron a la luz cuadros emblemáticos que fijaron para siempre la imagen, fundida con trazos geométricos, de Ambroise Vollard y d. h. Kanweiler, esos ilustres marchantes que tanto hicieron a favor de los pintores postimpresionistas y vanguardistas. Para entonces, la vida artística parisina se había trasladado de Montmartre a Montparnasse. Desdichadamente, muy pronto, la Gran guerra (1914-1918) liquidó aquel augusto esplendor artístico que se vivía en Europa y Picasso sufrió un doble golpe: la pérdida de sus amigos enrolados o disgregados por el conflicto bélico, y el fallecimiento de Eva durante el gélido invierno de 1915, víctima de tuberculosis. Picasso y Olga Khokhlova OLGA KHOKHLOVA Olga Khokhlova, una bailarina aristocrática, se convirtió en la nueva fuente de placer e inspiración a principios de 1917, luego de que Picasso se incorporara como diseñador a la compañía del ballet ruso dirigida por Diaghilev. La nueva aventura presuponía montar en Roma una obra vanguardista, Parade, en la cual también participarían Erik Satie, Jean Cocteau e Igor Stravinsky. La boda entre el pintor y la bailarina ocurrió en 1918. A raíz de su matrimonio, Picasso tuvo que adaptarse a un estilo de vida cada vez más aburguesado. Se abrió entonces una etapa pictórica caracterizada por la benigna influencia del arte grecorromano. Nació así la época neoclásica (1920-1924), una producción artística saturada de figuras grandilocuentes, pesadas, gigantescas, de estirpe mitológica o renacentista. A contracorriente de la novedosa tendencia en la cual incursionaba, pintó en estilo cubista las dos versiones –obras maestras, sin duda– de los Tres músicos (1921). Al promediar la década de los años veinte, una nueva poética, el surrealismo, brotó y se expandió en el mundo del arte. La revolución surrealista, la célebre revista dirigida por André Breton, atrajo a su seno al filón subversivo y libérrimo que llevaba Picasso consigo. En uno de los primeros números de la revista se reprodujeron dos imágenes cruciales del pintor español: Las señoritas de Avignon y Las tres bailarinas (1925). Esta última, dada su calidad y originalidad, se convirtió en el prototipo de las obras de esta época, tan signada por lo onírico, el azar y lo fantástico: los cuerpos escindidos y la total dislocación de brazos, narices, pechos, ojos, bocas; la proyección sexual consciente o inconsciente; y esa duplicación de las figuras a manera de síntoma revelador de una sociedad en donde imperaba la irracionalidad y la angustia. Marie-Thérèse Walter MARIE-THÉRÉSE WALTER Marie-Thérése Walter, adolescente agraciada y ajena por completo al mundo del arte, representó para Picasso un revitalizador interludio de felicidad en su desdichada vida matrimonial con Olga. A este prolongado período de crisis marital y desasosiego correspondieron, como inevitable reflejo estético, las creaciones de finales de los años veinte, es decir, la Época del hueso , cuando Picasso pintó infinidad de féminas deformes, monstruosas, desquebrajadas y amortajadas, con mandíbulas abiertas, dientes amenazadores y huesos o tornillos conformando las extremidades. Sin nada en común que los identificara entre sí, Marie-Thérése fue conquistada por Picasso en 1931, y a partir de entonces se convirtió en su amante y en la imagen retratada en multitud de cuadros, esculturas, dibujos y grabados que produjo a lo largo del aciago tiempo de entreguerras. Así las cosas, la sensualidad, el erotismo y la imaginación lúdica renacieron y se hicieron presentes en cuadros emblemáticos como El sueño y Joven ante el espejo, ambos de 1932, y en la magnífica serie de grabados que componen la Suite Vollard. Con Dora Maar DORA MAAR Dora Maar, hermosa, culta y gran fotógrafa, pasó a ser la nueva querida de Picasso a partir de 1936. Afortunadamente para él, tanto Marie-Thérése (con quien engendró a su hija Maya) como Dora, conformaron los dos amores furtivos y simultáneos que poco a poco lo aliviarían de la pesadumbre que le produjo la separación de Olga, ocurrida en julio de 1935. En efecto, los varios años de desavenencias y luego la ruptura definitiva con la bailarina lo habían conducido a una de las peores sequías artísticas de toda su vida. Un acontecimiento histórico inesperado, el cruel bombardeo de Guernica, ciudad favorable a la República española, realizado el 26 de abril de 1937 por la aviación nazifascista que apoyaba al ejército golpista de Franco, fue el otro acicate que propició el reencuentro de Picasso con lo más excelso de su poder creador. La matanza indiscriminada de la población civil del pueblo vasco indignó al mundo democrático en general y a Picasso en particular, quien había sido invitado a participar con una obra para el pabellón español de la Feria Mundial de París, a celebrarse en el verano de ese mismo año. Y de esa repulsa, a manera de protesta ética y estética, surgió la creación más trascendental y emblemática del siglo xx : el Guernica. Fruto de una magistral fusión de trazos expresionistas, cubistas y surrealistas, realizada en colores gris, blanco y negro, esta obra cumbre del arte universal no sólo proyectó la tensión dramática y el horror sufridos por un pueblo inerme, sino que también, debido a su propia calidad artística, pronto se volvió el símbolo por excelencia de repudio en contra de todas las guerras que han asolado a la humanidad. Pablo Picasso con Françoise Gilot en Antibes, 1946. Foto: Michel Sima FRANÇOISE GILOT Françoise Gilot fue una pintora mediocre y arribista. De personalidad independiente y caprichosa, supo cómo ligarse al gran fauno en 1944, justo en la época de la liberación de París y durante el avance victorioso de las tropas aliadas sobre las ruinas del ejército alemán. Con ella, a poco de vivir juntos, procrearían dos hijos: Paloma y Claude. Al concluir la guerra, Picasso ya era un “monstruo sagrado”. Esa celebridad mítica y el ser dueño de una enorme fortuna, al lado de una mujer con quien siempre mantuvo pésimas relaciones (ella, tan pronto dejó la casa común, publicó un libro cruel y difamatorio sobre Picasso), en muy poco favorecieron su carrera artística. Durante los siguientes treinta años el pintor produjo una cuantiosa obra entre buena, mala y mediocre; serían pocos y esporádicos los productos de gran calado estético que emergerían de este longo ocaso creativo, sobre todo algunos dibujos y litografías. Afiliado al partido comunista francés, Picasso no sólo fue insensible ante los crímenes del totalitarismo soviético, sino que tuvo que aguantar las críticas de los burócratas estalinistas, quienes siempre lo consideraron un representante más del “arte burgués decadente”. Obras de encargo como Masacre en Corea (951) y La guerra y la paz (1952) se encuentran a años luz de la magnificencia estética y moral del Guernica. Al no saber sobrellevar con ecuanimidad el peso de su gloria personal, malgastó su tiempo de ocio departiendo con los ricos y famosos, asistiendo a corridas de toros y soportando a la numerosa tropa de vividores y oportunistas que lo visitaban, a quienes divertía adoptando actitudes propias de un bufón. Con Jacqueline Roque en 1955 JACQUELINE ROQUE Jacqueline Roque, mujer tradicionalista y sin oropeles culturales, pasó a ser la compañera idónea una vez que Fran ç oise lo abandonó en el invierno de 1952. Y fue gracias a ella (se casaron en 1961) que Picasso pudo por fin dedicarse a trabajar con cierta tranquilidad a pesar del acoso de la fama y la vejez. Personajes harto conocidos y otros inéditos aparecieron en su imaginería creativa: gente del circo, prostitutas, tauromaquias, mosqueteros, variaciones-homenaje de pintores insignes, retratos de Jacqueline, y la serie El artista y su modelo. Esta cuantiosa producción de esculturas, pinturas, grabados, dibujos y artesanía sirvió para enriquecer las exposiciones retrospectivas que se hicieron a fin de honrar al artista plástico más connotado del siglo xx. Aislado del mundo, cual si estuviera encarcelado en su propia casa de Notre-Dame-De-Vie, Picasso falleció a causa de una pulmonía en la primavera de 1973.