Beatriz Minichillo Puntos suspensivos Puntos suspensivos, Editorial La Luna Que, Buenos Aires, 2007. Bienvenida No será mi voz la que te busque. Tal vez un pájaro que detenga su vuelo en el costado azul de tu ventana. La luz del sonido entre tu mirada y tus ojos. Una sombra que perdió su origen una noche sin luna. El reflejo de una caricia en un río seco. Mi mano tratando de asir una palabra. Y este deseo de detenerme, para llegarte como una bienvenida. Amor Tiembla en el aire, se deshace en mi mano, es un eco en mi voz. En invierno un guante celeste, en otoño una hoja milagrosamente sostenida, en primavera ese viento rebelde y en el verano la textura del sol. Semilla Ahora comprendo que no valen las palabras, los hábitos, el tiempo. Hay que regresar al asombro, al estremecimiento, al contacto con la tierra y desde allí abrirse como una semilla para sembrar el sol. Vigilia La mañana filtra un sol ambiguo. Mi mirada se pasea entre la gente como un perro perdido. La vigilia me señala con su ojo vidrioso. La eternidad es un tajo azul. Espadas Hay noches que lastiman, y espadas que atraviesan. Después ya no somos ni siquiera una sombra, una pena, una palabra, un punto de partida, una pregunta. Murciélago Para encontrarte, tiré mis pérdidas por el hueco del ascensor. Fumigué durante un año, cada mes, el escondrijo de los recuerdos. Ejecuté el conjuro de las cáscaras de naranja en el mate sólo los días con erre. Pedí un grillo prestado al jardín de la planta baja, dejé la ventana abierta para los zorzales, colgué del techo una luna de papel. Pero fue inútil. Apenas llegaste ya huías como un murciélago en la luz. Qué Qué es el estremecimiento sino un recorrido violento y sin intervalos por nuestra parte más medular, ésa a la que negamos nuestro propio acceso y sembramos de vallas, como pequeños asteriscos. Cimbronazo quemante que atravesamos descalzos exponiendo nuestras desmesuras. Andrajo de dolor que exhibimos sin turbarnos, como mendigos y cuya presencia ignoran los demás, porque así debe ser. Y. sin embargo, insistimos con nuestras raíces que a nadie interesan, nuestra palabra enterrada en un desierto sin arena, ni sal. Y al final, nos marchamos luego de abandonar cuando no nos observan ése que creímos ser, sin siquiera habernos confrontado. Ni siquiera nos queda, entonces, una mancha, una sombra, una aureola, el contorno de un resplandor. Ni siquiera el valor o la voluntad de abrazarnos a nosotros mismos. Y nos vamos absolutamente solos hacia nuestra propia clausura, tan exigua que no deja ni lugar para la desolación. Transición Las palomas urden la conspiración de la paz. La oración maquilla de rosa los edificios. Se cumple el balance diario de las conciencias. El orden destruido gira como un por qué. En un rincón se despereza solitaria la sombra de lo insólito. Hasta que irrumpe la noche: figura material del último silencio. Suicidio amarillo Hoy puede precipitarse sobre mí lo indescifrable, lo contradictorio. Pueden lloverme interrogantes y también signos de admiración. No estaría mal alguna disculpa, una galletita con sabor a vainilla. También puedo recibir una avalancha de piedras, hasta esa vasija china arrojada ventanas abajo por una esposa iracunda. Pero no soporto la lluvia amarilla. Siento como propio el suicidio de las hojas en otoño. Savia largamente fecundada para vivir sólo ocho meses y morir cada año sin responso.