Juan Bautista No recuerdo bien en que momento pasaron las cosas, fue todo tan repentino: mi Corrientes natal, mi madre negra y su sonrisa eterna, la pobreza; y de golpe la milicia, la muerte personificada ante mi tantas veces, una idea al principio vaga que luego se fue solidificando y que me hacía avanzar, lo extraño de sentir que la libertad ya no era algo lejano y que estaba en mis manos, como esa palabra que me hacía recordar la ternura de la infancia: América. ¿Pero que eran esas sensaciones en mi pecho? ¿Cómo había llegado a estar tan convencido de algo? Las respuestas no estaban al alcance de mi mano, pero me tranquilizaba saber que a pesar del dolor, del olvido y de toda mi corta memoria que se reunía en el presente para amalgamarse en ese instante de lucha, estaba junto a mí ese hombre tan sencillo que recuerdo como si fuera ayer usando sus camisas remendadas. Ninguno de nosotros tenía bien claro lo que era la gloria, pero sabíamos que si estambramos en ese lugar y en ese momento histórico era para alcanzarla. Hoy acudo a observar que la gloria es muy diferente de aquella vaga idea que teníamos, hoy la gloria está en una plaza adornada por la vehemencia estomacal de las palomas. Hoy la gloria aparece en cuadros mentirosos y en capítulos de libros que no han hecho más que crear mitos que en realidad no existieron, porque nosotros fuimos humanos, y aunque yo hoy les hable desde lo más profundo del Hades, fuimos humanos. Mi vida fue muy corta, debo decir que el deber me impidió conocer cosas, pero no me arrepiento de nada, solamente de no haber podido vivir para ver respirar en América libre. Y duele, duele en el alma, acudir al presente y ver que después de todo el dolor que tuvimos que a travesar esa libertad está embargada, pero no quiero frenarme a remarcar aspectos sentimentales que le quiten objetividad al relato de ese segundo en que se resume mi vida, porque para ustedes no soy más que eso, un segundo de gloria, pero yo fui humano y quise ser libre. Oímos la arremetida del horror y mi cabeza entró en trance, salimos de las tiendas y nos trabamos en combate. Mi bayoneta, como una prolongación de mi alma me ayudó a resistir los embates de los realistas, que a esa altura de la cuestión ya me parecían unos godos de mierda. Recibí un corte muy profundo en el hombro, vi caer a varios de mis hermanos pero logré derribar a algunos realistas más. No recuerdo que momento del día era, todo estaba rojo, quizás por la herida en la frente que me cubría con sangre los ojos, quizás porque ya no interesaban los colores, ni el momento del día. Y de golpe entre tanta muerte lo vi, estaba herido y no podía moverse. Corrí, sólo dios sabe los sables y los disparos que esquive; antes de llegar me atravesó una bala la pierna derecha, caí y me levanté. El General San Martín estaba golpeado, sobre él había un caballo herido, para ser bien claro estaba a merced de cualquiera, un ciego con un alfiler podría haberlo matado. Un realista lo vio y lo quiso rematar, yo observé la secuencia y ya sabía lo que debía hacer. Mi cuerpo se movió ajeno a mi cerebro, sentía el corazón en la boca y la sangre de mi madre en las venas, la sangre negra que tenía y su sonrisa como un remanso a tanto dolor. Ahí estaba la bayoneta realista, sin entender de qué manera en mi pecho, enterrada para siempre. Me turbe, recuerdo la cara del general, y la de Juan Bautista Baigorria que lo sacó de abajo del caballo. Y ya no recuerdo más nada, recuerdo a humanos en la más terrible miseria, recordaré por siempre mis últimas palabras y la felicidad que me daba saber que habíamos vencido a esos godos de mierda. Yo deje mi vida en aquel campo, y no puedo decir que no me hubiera gustado ser un cómodo hacendado, no puedo decir que no hubiera querido tener hijos y verlos crecer, soy humano, tengo miserias y virtudes y soy mucho más que un cuerpo entre el general y la bayoneta enemiga, mucho más que un nombre en una canción patria, yo soy humano. Y hoy, Acudo al presente desde la soledad de alguna plaza y veo como la gloria es un producto, y que está adornado no solamente por los atracones de las palomas que por las noches hablan de la libertad.