Tendencias recientes en las ideas geoculturales Eduardo Piazza Abstract El siglo XX estuvo marcado por la oposición entre dos grandes ideologías geoculturales, cada una de ellas conteniendo su propia filosofía de la historia, y de la historia política en particular. Como tal proporcionaban interpretaciones de la totalidad presente, del recorrido de la historia humana que ha llevado hasta esa totalidad, de la dirección futura en la que ella continuará ese recorrido, y de su sentido general. La implosión del llamado “socialismo real” dio fin a un cierto ordenamiento geopolítico global vigente durante medio siglo, a su correspondiente superestructura geocultural de oposición ideológica y al imaginario consecuente, y con ella dio fin al mismo siglo XX, obligando al replanteo de aquellas interrogantes más o menos constantes que parecían tener cómodas y definitivas respuestas. En una palabra, obligó a reideologizar esas mismas interrogantes. Introducción Se ha sostenido que el siglo XX ha sido el más corto de la historia humana, pues habría comenzado en 1918, con el fin de la primera guerra mundial y la ocurrencia de la revolución rusa como fenómenos coincidentes, y terminado en 1989, con la desaparición del bloque socialista como actor geopolítico mundial. Sin embargo en ese lapso relativamente corto de poco más de setenta años, se habrían registrado los conflictos ideológicos más duros y de mayor costo en esa misma historia. En el breve siglo XX la geocultura mundial podría considerarse hipotéticamente dominada por la contraposición ideológica liberalismo-socialismo (éste último entendido aquí como ideología política y también cosmovisión o interpretación del mundo, y sólo secundariamente como sistema económico o modo de producción). Sin duda otros conflictos ideológicos aparecieron como más notables en la primera mitad del siglo (especialmente el que enfrentó a liberalismo y fascismo); pero en todo caso, aquella contraposición se vuelve patente luego del fin de la segunda guerra mundial, coincidente con el comienzo del largo período de “guerra fría”, que se extiende hasta prácticamente la última década del siglo pasado. Tomamos la expresión “ideas geoculturales” de Wallerstein, concepto con el que refiere a las ideologías o sistemas de ideas capaces de expandirse hasta ganar el sentido común del mundo. Esta afirmación podría parecer un tanto exagerada y estrictamente de difícil comprobación. Requeriría un muestreo mundial del que seguramente resultaría que vastas regiones no tienen ni idea acerca de las supuestas ideas o ideologías geoculturales. Pero en realidad tampoco es necesaria tal comprobación. Alcanza con que tales ideas sean sentido común en algunas regiones relevantes. Podríamos extender la afirmación de Marx según quien, en cualquier sociedad (de clases) dada, las ideas dominantes serían las ideas de la clase dominante, para obtener en este caso algo así como: <las ideas que predominan en el mundo son las ideas provenientes de aquellas regiones o países políticamente predominantes en ese mundo>. Aquella oposición ideológica inicialmente planteada (fundamental por ejemplo en Fukuyama), es desestimada por Wallerstein, para quien el liberalismo habría sido la sola geocultura mundial durante los dos siglos exactos que van desde la revolución francesa hasta 1989; continuándose hoy en un presente de crisis y disolución, proceso que habría comenzado con lo que considera levantamiento o estallido revolucionario mundial de 1968. En el punto de vista, provisorio al menos, que aquí sostenemos, la división y contraposición geocultural se corresponde con la división geopolítica posterior a la segunda guerra mundial, y vigente durante el período cuyos rasgos generales se resumen bajo la denominación de “guerra fría”. Aunque pudiera parecer relativamente innecesario, nos detendremos en una muy breve descripción, seguramente insuficiente, de lo que se entiende con tal denominación. La “guerra fría” dividió el mundo, de manera tanto real como imaginaria, en dos grandes zonas geopolíticas, no necesariamente coincidentes con regiones geográficas, cada una de ellas liderada por una gran potencia dominante. También puede considerarse, desde este punto de vista obviamente simplificador, la existencia de una tercera gran zona geopolítica, conformada por países, naciones, o Estados que se consideraron como “no alineados”, dado que su política exterior habría intentado mantener cierta autonomía respecto de las demandas de alineamiento provenientes de las super-potencias. Entre estas últimas se entabló un conflicto total y totalizante, comprendiendo todas las dimensiones de la actividad humana y social: ideología (que es estrictamente lo que nos interesa), organización de la economía, sistema político, cultural y de las ciencias, etc.; cada una intentando alcanzar la hegemonía total a expensas de la otra. La amenaza de guerra nuclear fue constante, y al mismo tiempo habría evitado el enfrentamiento directo de tales potencias (y/o de las macrocoaliciones político-militares de ambas), aunque ese enfrentamiento se jugó indirectamente en países y regiones marginales a las respectivas zonas de influencia. La carrera armamentista fue también constante, buscando el desarrollo de armas capaces de generar una superioridad táctica y estratégica siempre planteada como “disuasiva”. La teoría de la coexistencia pacífica podría entenderse como pantalla encubridora de una dinámica que perseguía el predominio estratégico, o bien de otra teoría reversa denominada por algunos analistas como del “equilibrio del terror”, o también MAD por las siglas en inglés de “destrucción mutua asegurada”, como paradójico seguro de la inestable paz. No faltaron tampoco períodos de duras persecuciones internas por motivos ideológicos, con enormes costos en vidas y carreras personales y aún generacionales. A pesar de todo ello, o tal vez precisamente por todo ello, el conflicto de ideologías marcó un derrotero a seguir para muchos intelectuales, en términos de definiciones políticas, teóricas, y aún de valores. El fin de la guerra fría representó también la crisis para tales definiciones, así como la pérdida del sentido fundado en aquella secular confrontación. Por lo mismo, debía conducir en breve plazo a la búsqueda de resignificaciones. Ya desde poco después de mediados del siglo pasado se había anunciado la proximidad del tiempo del “fin de las ideologías” (por Daniel Bell o Raymond Aron, entre otros). Aproximadamente en paralelo a la nueva configuración histórica que enfocamos, se agregaron otros anuncios similares, cuya carga ideológica puede estar aún en discusión. Así por ejemplo el “fin de los grandes relatos” (por Jean-Francois Lyotard), el “fin de la historia” (por Francis Fukuyama), etc. En otra línea, el conocido análisis de Huntington ha coincidido en la pérdida de vigencia de las ideologías y su sustitución por nuevos macro-actores ideales, tales como culturas o civilizaciones. Pero su proyección de futuro es algo menos optimista que los anuncios antes mencionados: así como el siglo XIX habría sido el de las guerras entre estados, o el XX el de las guerras entre ideologías, el siglo XXI habrá de ser el de las guerras entre civilizaciones (de no mediar rápidos ajustes de las normas jurídicas internacionales para acompasarse a un escenario multicivilizacional). Durante los años 90 al menos, y como resultado inmediato, pareció prevalecer la ilusoria apuesta por el fin de las ideologías, bajo la afirmación, ya sea laudatoria o crítica, de un pensamiento único y sin alternativas posibles. En nuestra percepción sin embargo, aquellos anuncios habrían sido signos de una búsqueda de renovación de propuestas teóricas, o bien de construcción de nuevas categorías para pensar los viejos objetos, si es que ellos permanecen. Por condiciones de definición que no podemos discutir suficientemente aquí, la fábrica de ideologías es una de las pocas que no puede cerrar sus puertas ni detener su maquinaria. Baste por ahora señalar que nos atenemos a una concepción de ideología (que remite a Althusser, variación ya de la concepción de Marx), según la cual ella sería el modo prácticamente espontáneo, inevitable y propiamente humano de comprensión de su “realidad”, siempre mediada por tanto. Persiste entonces, porque nunca ha cesado, el intento de interpretación de la globalidad; por lo que las eventuales nuevas categorías también pueden operar como ajustes de las ya tradicionales teorías que aún muestran mantener elementos vigentes, tales que podrían readaptarse para continuar el combate por la hegemonía geocultural del o de los imaginarios. Al inicio del recorte temporal en el que enfocamos el trabajo, el liberalismo extrajo la sencilla conclusión de que había demostrado tener todas las respuestas, y ser por tanto idéntico a la realidad. Derrotadas las principales ideologías y propuestas alternativas, aquella que se mantiene en pie no necesita ya justificarse ni luchar por su legitimación. Por astucia de la razón ideológica, el liberalismo se convierte en ciencia, al menos social, al tiempo que se vuelve invisible como tal ideología, sustrayéndose y desapareciendo en unión a todas las demás que habría derrotado. Se declara así llegado el fin de la historia. Siendo estas ideologías y sus luchas el único verdadero motor de la historia, la victoria final y definitiva del liberalismo sería señal de su conclusión, aunque ésta había sido ya adelantada en el triunfo de los ejércitos napoleónicos, portadores de los ideales de la revolución francesa, sobre Prusia en la batalla de Jena (1806). La humanidad habría llegado ya al estadio final de su evolución cultural y política. Sólo quedaría hoy esperar a la lenta pero inexorable expansión de la idea de libertad hasta alcanzar la totalidad, y al consecuente advenimiento de un supuesto “Estado homogéneo universal”, y de la paz entre todos los hombres y todos los pueblos, lo que podría leerse malintencionadamente como imposición de la pax occidental sobre esos mismos hombres y pueblos. Sin embargo, restaría aún una gran parte de la humanidad por ingresar al paraíso del fin de la historia. Por ello el mundo y el sistema internacional post 1989 habría quedado dividido en dos grandes regiones geopolíticas y geoculturales: un mundo post-histórico (los EE.UU. y Europa occidental), y otro (todo el resto) que permanece aún entrampado en el fango de la historia, enfrentando enormes resistencias culturales para liberar sus pies y salir del pantano. De este mundo histórico procedería toda la desestabilización del sistema internacional, simplemente porque en él sería aún débil la presencia de la idea de libertad. A esta interesante lectura generada por Francis Fukuyama se opuso en breve plazo una alternativa rival surgida, por así decirlo, en la oficina contigua, y algo más adecuada a las visiones politológicas. Las ideologías no jugarían en esta alternativa papel ninguno, y quedarían sumidas bajo la categoría más general de culturas o civilizaciones. Fukuyama ha intentado combatir por adelantado esta propuesta o una similar bajo la denominación de teoría neo-realista de las relaciones internacionales. Según esta teoría las ideologías no serían más que disfraces superestructurales, pieles superficiales que encubrirían núcleos duros de interés nacional-estatal. El sistema internacional seguiría obedeciendo al comportamiento previsto por el realismo político y especialmente por la razón de Estado. Desde el punto de vista de Fukuyama esta teoría es anacrónica, pues se aplicaría adecuadamente a la descripción de un sistema internacional ya perimido: el del equilibrio entre las grandes potencias colonialistas europeas del siglo XIX, e implica equivocadamente que tal sistema no habría evolucionado ni cambiado sus características desde entonces. Sin embargo la teoría de Huntington introduce una variante importante en el realismo clásico, variante que en realidad parece remitir, parcialmente al menos, a los trabajos del historiador inglés Arnold Toynbee. Los nuevos actores del sistema internacional no serían ya las ideologías, pero tampoco los Estados. Es el turno ahora de las grandes civilizaciones, que asumen su rol principal a partir de la declinación de Occidente, comenzada muy tempranamente en el siglo XX pasado. La convivencia en el nuevo orden mundial o sistema internacional de civilizaciones dependería por un lado de una modificación de la institucionalidad jurídico-política internacional para reflejar políticamente esta configuración plural, y de la generación de nuevas normas para este sistema; y por otro y especialmente, de la concientización por Occidente de su declinación, y de la consecuente pérdida del dominio económico y político del mundo. Este dominio habría alcanzado su punto máximo hacia principios del siglo del siglo XIX y se sostuvo hasta la primera guerra mundial, pero habría comenzado a retroceder casi imperceptiblemente desde el fin de ella. También desde la filosofía y las ciencias sociales de cuño marxiano se han generado lecturas interpretativas de la configuración post 1989 y sus proyecciones futuras. Si bien los textos y autores trabajados hasta el momento coinciden en anunciar una ruptura y sustitución del presente modo de producción y de sus formas de acumulación más o menos para mediados de este siglo XXI, difieren sin embargo en su diagnóstico. Mientras Hardt y Negri perciben la casi insensible construcción de un gran imperio mundial fundado en redes de macro-instituciones y poder de intervención militar, Wallerstein anuncia un futuro de luchas y bifurcaciones abiertas en el avance hacia un inevitable quiebre del actual sistema-mundo. Desde aquí, también la investigación deberá abrirse a estas y otras bifurcaciones varias, para perseguir los intrincados caminos de las ideologías. Propósito central Relevar algunas producciones teóricas estimadas entre las más importantes, que surgen a posteriori del acontecimiento señalado como ruptural, y que aceptan el desafío de seguir pensando una globalidad necesariamente reinterpretada. Tales producciones constituyen nuestro marco de referencia, por cuanto contienen y representan conjuntos sistemáticos de ideas, reconocibles también como ideologías, y apuntan a la continuación de la puja superestructural por la hegemonía geocultural (expresión compleja que puede operar como definición del objeto de análisis, con la que intentamos eludir o evitar la mención de paradigmas en ideas y/o pensamiento político, pues la existencia o persistencia de tales modelos o paradigmas es precisamente punto central de cuestión). La investigación busca ampliar y aproximar al presente los límites temporales más o menos convencionales de la historia de las ideas políticas y político-jurídicas, intentando poner al menos parte de la producción actual que se pretende innovadora, en el debate. Se concentra en esta etapa en la prospección y análisis de textos. La selección hecha incluye trabajos polémicos, tanto por ese intento de interpretación de la universalidad, como por las relativas novedades teóricas que pretenden aportar. Orientaciones metodológicas Se trabaja en principio sobre los tópicos tradicionales de la disciplina, buscando en ellos las eventuales transformaciones conceptuales respecto de las concepciones clásicas de la modernidad. En este contexto focalizamos como temas principales las elaboraciones teóricas sobre la formación de un nuevo orden mundial, de sus actores institucionales, políticos e ideológicos; las concepciones de Estado-nación, soberanía, libertad, el rol de las formas de gobierno y en particular la democracia, los sujetos colectivos, la relación entre sujetos e instituciones, la persistencia de utopías e ideales emancipatorios; y también a algunos temas y categorías de la sociología política, tales como la construcción de subjetividades, la capacidad de integración y absorción sistémica, o bien como contracara, la presencia de resistencias, alienación y extrañamiento. Entre las limitaciones con las que obviamente cuenta todo intento de investigación de este tipo, debemos mencionar en primer lugar que todas estas producciones son elaboradas desde el marco de pensamiento occidental (para utilizar una muy discutida categoría cultural, que aquí sirve de cómoda simplificación). En segundo lugar, todas remiten a antecedentes y respaldos teóricos diferentes, algunas a la filosofía, otras a la historia y la ciencia política, y otras a avances recientes en ciencias sociales, lo cual complejiza el trabajo aplicado sobre ellas, y no siempre asegura el buen resultado. En el caso de estas últimas, cuando se arriba a una comprensión al menos general, ella deberá ser retraducida a los términos y conceptos de la historia de las ideas políticas. Finalmente reiteramos sobre la investigación y la metodología utilizada, que no se pretende con ella emitir juicios en general, y mucho menos definitivos, sobre una supuesta realidad “mundial”, que damos por principio como inabarcable. El trabajo pasa por la selección y análisis de textos que consideramos como relevantes por sus ambiciones y alcances teóricos, y especialmente por sus contextos de producción, los que por razones que remiten a la locación o inserción de sus autores, aparecen como privilegiados. De ellos extraemos sus descripciones, los aportes que a nuestro juicio parecen principales, y sus diagnósticos. Ellos operan como indicadores y medidores indirectos de la realidad que pretenden describir, teorizar, diagnosticar. La confrontación con esta realidad no es sin embargo sencilla o inmediata, pues debemos contar con la distancia respecto de aquellos contextos de producción, y fundamentalmente porque presentan también proyecciones utópicas unidas a las construcciones teóricas, dependientes o relacionadas con el marco ideológico de escritura. Por supuesto esta presencia de proyectos utópicos habrá de ser probada y fundamentada, constituyendo por sí misma uno de los objetos de investigación.