Doc Nº 35 - Universidad Nacional de San Martín

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DOCUMENTO DE TRABAJO Nº 35
La Argentina pendular: auge, crisis, auge…¿nueva crisis?
Guillermo Rozenwurcel
Octubre de 2008
1
SERIE “DOCUMENTO DE TRABAJO” DE LA ESCUELA POLITICA Y GOBIERNO DE
LA UNIVERSIDAD NACIONAL DE SAN MARTIN
La serie Documentos de Trabajo refleja parte de las actividades de investigación de la
Escuela de Política y Gobierno. Los documentos difunden productos parciales y
preliminares de investigación, propuestas de trabajo y ponencias presentadas en
congresos nacionales e internacionales.
Para obtener copias de la Serie solicitarlas a documentosdetrabajoepg@unsam.edu.ar
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La Argentina pendular: auge, crisis, auge…¿nueva crisis?
Guillermo Rozenwurcel1
Introducción
La economía argentina experimentó un profundo proceso de reformas
durante la década del noventa. Los efectos de estas reformas estructurales
sobre la eficiencia en la asignación de recursos estuvieron fuertemente
influidos por el escenario macroeconómico en el que se implementaron y por la
insuficiente financiación del proceso de transición que media entre la aplicación
de las reformas y sus resultados esperados. En el caso de Argentina, las
políticas de liberalización se implementaron en el marco de un programa de
estabilización con tipo de cambio de cambio fijo que, si bien alcanzó
relativamente rápido el objetivo de frenar la inflación, la paridad atravesó un
periodo de apreciación hasta que la inflación cesó completamente. El atraso de
este precio relativo clave tuvo un efecto adverso sobre la rentabilidad del sector
transable, condicionando la competitividad de las exportaciones del país y
generando un déficit comercial persistente que sólo podía corregirse mediante
la deflación. Por otra parte, si bien en esta etapa se verifica un importante
proceso de ajuste respecto de la trayectoria deficitaria de las cuentas públicas,
el resultado financiero deficitario y la consecuente necesidad de financiamiento
externo condujo al gobierno a acumular un nivel de endeudamiento que
comprometía la sostenibilidad del modelo. Finalmente, la conducta de los
agentes, que ratificaba una creciente dolarización de los portafolios, tornó más
severas las consecuencias del abandono del sistema. El cambio en las
condiciones de acceso al financiamiento internacional y el proceso de fuga de
capitales pusieron fin al modelo económico vigente durante una década.
La salida de la convertibilidad profundizó la recesión que se extendía
desde 1998 y sumió al país en la peor crisis de su historia. Aún en un contexto
de aguda volatilidad macroeconómica como el de la economía argentina, la
última década se destaca por su amplitud: tanto la crisis asociada con la salida
1
Director del centro de iDeAS, Universidad de San Martín, Argentina. (grozenwurcel@gmail.com)
3
de la convertibilidad como la recuperación posterior se encuentran entre las
más intensas de la historia del país. La expansión de los últimos seis años ha
sido intensa aún si sólo de consideran los años de crecimiento “genuino”, es
decir, a partir de que el producto alcanzó el nivel previo a la crisis.
Sin embargo, el crecimiento enfrenta a la economía con nuevos
problemas, que no encuentran respuestas desde las políticas y también con
otros
menos
novedosos
pero
igualmente
ignorados.
Las
presiones
inflacionarias, la falta de inversiones en sectores fundamentales, el deterioro
del superávit fiscal, la distorsión de precios y la regresividad del gasto producto
de la proliferación de subsidios cruzados a diferentes actividades, la falta de
desarrollo de fuentes de competitividad genuinas mientras tuvo lugar la ventaja
cambiaria, los conflictos distributivos que comienzan a aflorar en una sociedad
con mayores recursos para distribuir, son factores que comprometen la
sostenibilidad del crecimiento.
Los noventas: la inviabilidad de largo plazo de las reformas “pro
mercado” sustentadas en la apreciación cambiaria
Durante la década del noventa, Argentina emprende un proceso de
reformas estructurales pro-mercado, con el objetivo de mejorar la asignación de
recursos a través de la eliminación de las distorsiones presentes en el sistema
de precios. En forma simultánea se introduce un programa de estabilización
motivado por los episodios hiperinflacionarios de 1989 y 1990. La dolarización y
los intentos de estabilización fallidos condujeron a la adopción simultánea de
un ancla cambiaria y una rígida regla monetaria, para conseguir la estabilidad
de precios y garantizar la credibilidad de los agentes en el régimen cambiario.
Se estableció la convertibilidad plena de la moneda local a una paridad nominal
de 1 a 1 con el dólar estadounidense y se subordinó la emisión de monetaria al
resultado del balance de pagos.
Las reformas estructurales fueron encabezadas por una profunda
liberalización comercial y financiera, la privatización de empresas públicas y la
desregulación de muchas actividades. Las reformas respondieron en parte a la
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necesidad de mejorar la “reputación” del gobierno y atenuar los problemas
financieros del sector público.
El rápido éxito en la estabilización de los precios y la fase expansiva a la
que dio comienzo lo instalaron como uno de los casos paradigmáticamente
exitosos de reformas orientadas al mercado. La estabilización de precios luego
de periodos de alta inflación tiene un efecto dinamizador en la demanda: entre
1990 y 1994 el producto se expande un 34%.
Apertura con apreciación
Si bien el proceso de apertura comienza tímidamente en la década del
ochenta, la caída más drástica de aranceles se produce en 1990. Eso año el
arancel promedio pasa de alrededor del 30% al 18% y se eliminan las barreras
para-arencelarias. El objetivo implícito de disciplinar a los productores
domésticos se vio reforzado por el establecimiento de una paridad fija que
actuaba como ancla nominal. La configuración de precios relativos a la que dio
lugar este esquema presentaba un fuerte sesgo en favor de los bienes no
transables, erosionando la rentabilidad de muchas actividades industriales excluyendo principalmente la automotriz que estaba enmarcada en condiciones
especiales.
Por otra parte, la reactivación de la demanda interna luego de la
estabilización impulsó fuertemente el crecimiento de las importaciones mientras
que las exportaciones permanecían estancadas. El creciente déficit comercial
plantea serios problemas de sostenibilidad en el régimen de convertibilidad ya
que las posibles soluciones de corto plazo –devaluación de la moneda o
recesión- demolerían los logros del Plan. El gobierno optó por reafirmar su
compromiso con las reformas implementadas y administrar la apertura a través
de “devaluaciones fiscales” (Gerchunoff y Machinea 1995) para promover las
exportaciones. Igual objetivo persiguió la reforma al Sistema Previsional en
1995. Sin embargo, la financiación de la reconversión resultó claramente
insuficiente, la configuración productiva inducida por la implementación de las
reformas simultáneamente con el Plan de Convertibilidad acarrea un déficit
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comercial persistente, agudizando la necesidad de contar con financiamiento
externo.
A su vez, los cambios en la función de producción y el tejido industrial
impactaron negativamente sobre el mercado de trabajo. La tasa de desempleo
mostró un crecimiento sostenido, alcanzando niveles inéditos a partir de la
crisis del tequila. El fuerte crecimiento de la tasa de participación económica
explica en parte el crecimiento del desempleo en una primera etapa pero a
partir de 1994 se produce una destrucción neta de puestos de trabajo y una
fuerte caída en la elasticidad empleo-producto que refleja los ajustes
racionalizadores y los cambios tecnológicos en el sector público y en el privado.
Los movimientos de capital tienen un impacto directo sobre el nivel de
actividad. La disminución en el ingreso de capitales implica una disminución en
la liquidez y el crédito interno, elevando las tasas de interés y contrayendo el
gasto agregado. Los años de expansión de la convertibilidad se dieron en
contextos en los que el ingreso de capitales compensó con creces el déficit de
la cuenta corriente. La crisis del Tequila fue seguida por una significativa
reversión en el flujo de capitales hacia el país, provocando la recesión de 1995.
Sin embargo, nuevos flujos permitieron una recuperación veloz en el nivel de
actividad, que retomó su tendencia creciente. La nueva fase expansiva, sin
embargo, era considerablemente más vulnerable que la anterior: las posiciones
financieras de los agentes públicos y privados resultaban mucho más frágiles
que en el periodo 1991-1994.
Crisis y cambio de régimen
La economía argentina no pudo sobrellevar el escenario internacional
que siguió a las crisis del sudeste asiático en 1997 y la crisis de Rusia un año
después. La interrupción abrupta en el flujo de capitales hacia los países
emergentes que se produjo luego del default ruso frenó el crecimiento y dio
comienzo a una recesión que duró hasta el final de la década. Los flujos de
capitales se interrumpieron definitivamente en la segunda mitad de 2001,
cuando se desencadena una corrida bancaria que produce una importante fuga
de capitales. Las medidas que intentaron contenerla y la extrema conflictividad
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social provocaron una movilización que puso fin anticipadamente al mandato
del Presidente de la Rúa en Diciembre de 2001.
La magnitud de la devaluación requerida para corregir desequilibrios
tuvo un fuerte impacto sobre la posición financiera de los agentes endeudados
en moneda extranjera –entre ellos, el gobierno. La tendencia a la dolarización
de los portafolios de los agentes era fomentada desde las autoridades, que la
consideraban una forma de incrementar la credibilidad del régimen.
La devaluación de principios de 2002 se produjo en un contexto de crisis
económica, política y social sin precedentes. El descenso en el nivel de
actividad tuvo un fuerte impacto en la tasa de desempleo, que trepó hasta el
22%, en tanto el incremento de precios que siguió a la devaluación produjo un
fuerte deterioro en los ingresos reales de la población. Así, la incidencia de la
pobreza alcanzó a más de la mitad de la población mientras que un 30% caía
en la indigencia.
La crisis bancaria, el default de la deuda pública y la incertidumbre
política reinante durante los meses que siguieron a la devaluación conformaban
un escenario en el que, a pesar del control de cambios, la fuga de capitales y la
pérdida de reservas del Banco Central no cesaban. Más allá de las
restricciones impuestas por el gobierno, los bancos continuaban perdiendo
fondos a causa de los amparos judiciales, incrementando sus requerimientos
de asistencia por parte de la autoridad monetaria.
Los 2000: los límites del crecimiento exclusivamente basado en el
‘overshooting’ cambiario
En la segunda mitad de 2002, algunos indicadores comienzan a mostrar
signos de recuperación: se detiene la caída de depósitos e incluso se observa
a partir de entonces un crecimiento en los fondos captados por las entidades
financieras, se interrumpe la fuga de capitales, permitiendo una gradual
recuperación de las reservas en poder del Banco Central. El superávit externo que respondía a la abrupta caída en el poder de compra- y la estabilización
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fiscal permitieron un cambio de tendencia del nivel de actividad. En particular,
el estimador mensual industrial (EMI) acumuló un crecimiento del 10,4% entre
abril y diciembre de 2002, permitiendo una tímida recuperación de los niveles
de empleo: entre abril y octubre de ese año, se generaron trescientos mil
nuevos puestos de trabajo. La fuerte contracción en las importaciones permitió
alcanzar el mayor superávit de la cuenta comercial de la historia, superior a los
U$S 17.000 millones.
La profunda caída de la actividad económica durante la crisis permitió
que la economía comenzara el proceso de recuperación con un alto grado de
capacidad productiva ociosa. Por otra parte, la recesión contuvo en parte las
expectativas inflacionarias y el efecto de la devaluación sobre los precios fue
moderado. La lenta y tardía recuperación de los salarios, que determinaban
márgenes de rentabilidad excepcionalmente altos, y la estabilización del tipo de
cambio luego del proceso de overshooting que siguió a la salida de la
convertibilidad contribuyen a la hora de explicar la respuesta elástica de las
cantidades: efectivamente, durante los primeros años de la recuperación la
economía creció a tasas muy altas mientras que los precios aumentaban a un
ritmo sustancialmente menor. Mientras que en 2003 y 2004 las tasas de
crecimiento fueron cercanas al 9%, la variación acumulada del IPC resultó del
3,7% y 6,1%, respectivamente.
Más allá de la utilización de la capacidad instalada, la inversión tuvo una
notable recuperación: en 2003 y 2004 creció a tasas del 38,2% y 34,4%
respectivamente. Aun cuando estas tasas resultan menos espectaculares si se
tiene en cuenta que el punto de partida estuvo signado por los niveles
excepcionalmente bajos de la crisis, la inversión continuó creciendo a tasas
cercanas al 20% durante los dos años siguientes, superando en 2006 la
participación en el producto que ostentaba en 1998. La construcción fue el
principal destino de la inversión, si bien también creció la inversión en equipo
durable de producción (ver Gráfico 1).
El proceso de crecimiento se caracterizó por una intensa utilización de
trabajo, mostrando es sus comienzo una alta elasticidad empleo/producto. La
fuerte reacción del empleo -a partir de niveles reducidos y con salarios
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inicialmente bajos- permitió una disminución contundente en la tasa de
desempleo, que pasó desde niveles superiores al 20% en el peor momento de
la crisis al 8,4% en el primer trimestre de 2008.
Luego de una importante caída después de la devaluación, los salarios
reales comienzan a recuperarse gradualmente, aunque con marcadas
asimetrías entre categorías (ver Gráfico 2). Actualmente, los salarios de los
trabajadores formales ya superan los niveles de fines de la convertibilidad pero
los trabajadores informales y los empleados del sector público aparecen muy
rezagados en términos relativos.
A medida que se agotaba la capacidad ociosa y continuaba aumentando
la demanda, el crecimiento de los precios se fue acelerando. El gobierno
adoptó una estrategia que incluía acuerdos de precios y el establecimiento de
una serie de impuestos y subsidios para contener los precios, especialmente
los incluidos en el índice de precios al consumidor.
La evolución del sector externo contribuyó fuertemente en la
recuperación. La dinámica de las exportaciones permitió alcanzar un superávit
externo en un contexto de fuerte crecimiento de la demanda de importaciones,
en contraste con las experiencias previas de expansión del producto. La mejora
simultánea de cantidades y precios de exportación incrementar de manera
sostenida la participación de las exportaciones en el producto. Si bien durante
todo el periodo de crecimiento los precios de las principales granos que exporta
el país se mantuvieron en valores altos, desde fines de 2006 se disparan las
cotizaciones de la soja, el trigo y el maíz (ver Gráfico 3).
El sector privado manifestó una sostenida demanda por activos líquidos
internos. La expansión de la base monetaria y la colocación de deuda por parte
del
Banco
Central
permitieron
una
fuerte
acumulación
de
reservas
internacionales (ver Gráfico 4). La intervención del Banco Central en el
mercado cambiario procuró mantener estable la paridad nominal con el dólar.
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La
generación
de
superávit
primarios
considerables
fue
una
característica sobresaliente del periodo que se inicia con la recuperación. En un
principio el superávit se originó en una caída del gasto como porcentaje del
producto del congelamiento de los salarios públicos y las jubilaciones. La
presión tributaria alcanza niveles récord: en 2007 (29,2%) supera casi en diez
puntos porcentuales al promedio de la década del noventa. El crecimiento de la
actividad impulsó la recaudación de los impuestos tradicionales como el IVA y
los impuestos a las exportaciones y las transacciones bancarias explican en
gran medida el importante crecimiento de los ingresos (Ver Gráfico 6).
¿La rigidez de la política económica nos conducirá a una nueva crisis?
Sin embargo, la falta de una estrategia económica de largo plazo está
erosionado los incentivos que impulsaron el proceso de crecimiento de la postconvertibilidad, en particular el tipo de cambio depreciado. La manifestación
más evidente de la acumulación de problemas que amenaza poner término a la
fase expansiva es la emergencia de síntomas de estanflación, esto es, la
combinación del enfriamiento de la actividad económica con una fuerte
aceleración de la inflación.
A partir de 2005, el crecimiento de los precios comienza a acelerarse y el
gobierno
intenta
contenerlos
con
acuerdos
de
precios
sectoriales
y
compensaciones a la oferta. Si bien en el corto plazo esta estrategia tuvo cierta
efectividad, desacelerando el ritmo de crecimiento de los precios, que bajó
ligeramente, de 12.3% en 2005 a 9,8% en 2006, lo cierto es que no logró
contener el proceso más que transitoriamente. Desde comienzos de 2007 se
percibe, en efecto, una nueva aceleración en la evolución del Índice de Precios
al consumidor (IPC). En vez de modificar el enfoque de política, la respuesta
del gobierno es eliminar el termómetro: decide intervenir el INDEC, organismo
encargado de la medición del IPC y, en consecuencia destruye la credibilidad
de las estimaciones oficiales de inflación a partir de enero de 2007.
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Todos los analistas privadas, en cambio, coinciden en sus estimaciones.
Según nuestros cálculos, mientras el primer trimestre de 2007 habría registrado
una inflación anualizada del orden del 15%, en el último trimestre de ese año
ya se ubicaba por encima del 20%. Asimismo, según nuestras proyecciones la
cifra superaría el 25% anual este año. Coincidentemente, en materia de
actividad, el crecimiento del PIB se desaceleraría. Para este año nuestra
estimación es una expansión de 6 a 6,5% (poco menos de la mitad de la cual
se debe a efectos de “arrastre estadístico) y para el 2009 de entre 4 y 4,5%-
Lo que subyace a este tendencia es el agotamiento de la efectividad de
la política de intervenciones cambiarias del Banco Central orientadas a
mantener depreciado el peso para, por esa vía, promover la competitividad
externa de la economía. Ese esquema funcionó inicialmente, en la medida en
que coexistían un importante margen de ociosidad en la capacidad instalada,
una elevada tasa de desempleo en el mercado de trabajo y la recuperación de
la demanda de dinero, a partir de los bajísimos niveles a los que había llegado
en la crisis, en los mercados financieros.
En la medida en que esas condiciones fueron desapareciendo
progresivamente, sin embargo, las fuertes compras de divisas realizadas por el
Banco Central comenzaron a presionar cada vez más sobre el nivel de precios,
especialmente a partir de la caída de la demanda de dinero inducida por la
creciente incertidumbre asociada, en el plano internacional, a la crisis financiera
desencadenada por el colapso del mercado sub-prime de hipotecas americano
y, en el ámbito interno, al prolongado conflicto entre el gobierno y el sector
agropecuario.
De este modo, aunque el tipo de cambio nominal no se apreció como en
otras economías emergentes, sí comenzó a hacerlo el tipo de cambio real por
efecto del aumento de precios. De hecho, de persistir las actuales tendencias,
el tipo de cambio real volverá a situarse a fines de este año en valores
cercanos a los de fines del período de la convertibilidad.
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Con el fin del “dólar alto” también está llegando a su fin la etapa en la
que las firmas locales de los sectores industriales transables se beneficiaron de
la mayor competitividad-precio que les brindaba el escenario macroeconómico
y que les permitió incrementar considerablemente las ventas en el mercado
interno y en los mercados externos.
Este proceso era enteramente previsible. A pesar de ello, sin embargo,
la política económica no buscó aprovechar esas condiciones favorables, que no
podían resultar permanentes, para reemplazar gradualmente el incentivo
cambiario por otros orientados a promover mejoras en la productividad de la
economía, única fuente sostenible de la competitividad externa a largo plazo.
En relación con la evolución de otros precios relativos, el avance de la
inflación evidenciará aún más el retraso de ciertos precios regulados,
especialmente de servicios públicos. Como el gobierno intentará seguir
postergando la plena corrección de esos precios para evitar un mayor impulso
a la inflación, no tendrá más remedio que seguir aumentando los ya elevados
niveles de subsidios concedidos a estas actividades.
Los casos paradigmáticos de la energía y el transporte son claros
ejemplos de esta situación: la tarifa de gas residencial en Argentina es once
veces menor que la de Chile y más de veinte veces menor que en Brasil. La
tarifa eléctrica residencial en Chile es siete veces mayor a la argentina y la de
Brasil, cinco. En cuanto al transporte, el atraso en relación con Brasil es de casi
tres veces. Los subsidios proyectados para
estas actividades ascienden a
$25.000 millones en 2008 (más de 3 puntos del PIB) y, de no mediar un ajuste,
se espera que la inflación requiera un aumento de dicha cifra en el presupuesto
del año próximo.
En cuanto a la evolución de salarios y jubilaciones, también se espera un
fuerte impacto de la inflación sobre su poder de compra. Si bien desde 2004 se
observa una tendencia a la recuperación de los niveles salariales previos a la
crisis, en 2008 se interrumpe esta tendencia porque, en un contexto de
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creciente conflicto distributivo, los aumentos nominales no lograrán compensar
el crecimiento de los precios.
La tendencia a la caída en el superávit primario nacional y la reaparición
de déficit públicos provinciales amenazan uno de los principales pilares del
actual modelo. El ajuste en la movilidad de las jubilaciones, los aumentos
salariales y los mayores subsidios a la actividad económica no harán más que
ratificar la tendencia a la expansión del gasto público, que creció un 28,8% en
2006 y un 44,3% en 2007 (ver Gráfico 5). Por su parte, la recaudación de
impuestos, que creció fuertemente a partir de 2002, ya alcanzó su techo: la
presión tributaria en 2007 se ubicó en un máximo histórico, cercano al 30%.
Las
proyecciones
del
superávit
financiero
indican
que
prácticamente
desaparecerá en 2009, lo que se torna especialmente relevante en el contexto
financiero que enfrenta la Argentina.
Las alternativas de financiamiento de Argentina se reducen –
aumentando la importancia del gobierno de Venezuela dentro de los
acreedores- y su riesgo-país aumenta peligrosamente, desacoplándose del
resto de los emergentes (ver Gráfico 6). En este contexto, el reciente anuncio
de cancelar con reservas del Banco Central la deuda con los países
acreedores reunidos en el Club de París (unos u$s 6.700 millones de acuerdo
al gobierno, pero alrededor de us$ 7.900 millones según el Club de París) debe
interpretarse como parte de una tentativa, muy onerosa por cierto, de
contrarrestar los crecientes temores de los inversores a un nuevo default y de
reabrir el acceso del país a los mercados financieros internacionales. No
obstante, en la medida en que no resulte acompañada de la reapertura del
canje de deuda para los holdouts, estimados en aproximadamente u$s 20.000
millones y, especialmente, de una política macroeconómica de estabilización
consistente, difícilmente sus efectos sean más que marginalmente positivos.
Por otro lado, el otro superávit “gemelo” y segundo pilar del modelo,
también presenta signos de agotamiento. El impulso a la demanda a través de
la política fiscal y monetaria, junto con el atraso del tipo de cambio real,
provocaron un crecimiento acelerado de las importaciones y un fuerte deterioro
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del superávit externo que caracterizó hasta aquí la etapa post-convertibilidad
(ver Gráfico 7). Las importaciones industriales, en especial, están creciendo de
forma muy acelerada, incrementando su cuota en el mercado interno: en 2007
las importaciones industriales aumentaron un 31% respecto del año anterior y
se espera que en 2008 aumenten un 38%.
De acuerdo con las proyecciones para 2009, el superávit de Cuenta
Corriente que caracterizó a todo el periodo de recuperación y crecimiento se
revertiría a causa del desempeño de la balanza comercial. Por otra parte, el
escenario podría empeorar de no mantenerse los ventajosos términos de
intercambio que beneficiaron a Argentina los últimos años. Las cotizaciones de
los principales granos que exporta la Argentina se disparan a finales de 2006,
alcanzando en marzo de 2008 el pico de u$s550 por tonelada. El valor de la
producción de esta oleaginosa se multiplicó por ocho desde fines de los
noventa, tanto por los excepcionales precios como por los mayores volúmenes
cosechadas.
Fue precisamente el fuerte aumento de los precios de la soja y otras
commodities agrícolas lo que agudizó los conflictos distributivos asociados al
fenómeno de “enfermedad holandesa” que recurrentemente experimenta la
economía argentina y motivó el intento por parte del gobierno de ajustar los
niveles de retenciones que tributan las exportaciones del sector agrícola. El
nuevo nivel del impuesto se ubicaba en el 48% -a los precios vigentes en el
momento en el que se dictó la resolución- y provocó una fuerte reacción por
parte del sector, que derivó en un rechazo del proyecto de Ley por parte del
Congreso y la vuelta a la tasa fija del 35%. La decisión implicó un costo para el
Tesoro en términos de recaudación cercano a los $4.500 millones anuales (es
decir, cerca del 2% de la recaudación total). El costo fiscal moderado que
finalmente tuvo el rechazo del proyecto se debió a las modificaciones que sufrió
cuando se decidió incluir un paquete de subsidios y compensaciones a los
productores pequeños o más alejados de los puntos de comercialización.
Más allá del impacto fiscal, la extensión y profundidad que alcanzó el
conflicto, que incluyó el cese de actividades en amplias zonas del interior del
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país por más de cien días, repercutió sobre el nivel de actividad y desencadenó
una crisis política que resultaba difícil de imaginar unos meses antes, cuando el
gobierno asumía el mandato con un holgado triunfo electoral. En el segundo
trimestre del año se detuvo el crecimiento que acumulaba 21 trimestres
consecutivos. El menor nivel de actividad afectó la recaudación de los
impuestos ligados al consumo y la incertidumbre política motivó una salida de
capitales sensiblemente superior al promedio de los últimos cinco años. La
dolarización de los portafolios y la menor liquidación de exportaciones
provocaron un cambio en la intervención del Banco Central, que en el primer
semestre de este año actuó como oferente de dólares. Como ya se señaló, la
incertidumbre desatada por el conflicto agropecuario le puso un freno al
proceso de remonetización (ver Gráfico 9) y está comenzando a afectar
severamente el dinamismo del nivel de actividad.
Quo vadis, Argentina?
El abandono del régimen de convertibilidad sumergió a la economía en
la crisis económica, política y social más profunda de su historia. Después de
varios años de sorprendente recuperación, la evolución actual de las
principales variables macroeconómicas señalan el agotamiento de la fase
expansiva. La aceleración inflacionaria y la disminución del crecimiento
preanuncian un posible escenario de estanflación.
En lugar de adoptar un criterio contracíclico una vez superada la crisis, lo
que hubiera ayudado a contener los precios, la política económica siguió
“cebando la bomba”. Así, las políticas expansivas destinadas a seguir
promoviendo el crecimiento del consumo, principal motor del crecimiento,
comienzan a tener a partir de 2005 un marcado efecto sobre la dinámica
inflacionaria. Como resultado, la economía convive actualmente con un alto
nivel de inflación. Si bien por el momento no muestra signos de espiralización,
se espera que continúe en niveles elevados a pesar de la tendencia al
debilitamiento del crecimiento de la actividad.
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Así las cosas, la política económica se encuentra ante a una
encrucijada, enfrentada a tres dilemas de difícil solución: ¿mantener el tipo de
cambio nominal o intentar corregir el atraso cambiario?, ¿seguir aumentando
los subsidios a la energía y el transporte, o comenzar a revertir el atraso
tarifario que convertirá al país en importador neto de energía a cortísimo
plazo?, ¿convalidar las demandas sindicales por mayores aumentos de
salarios (y jubilaciones), o enfrentar una mayor conflictividad social?
En relación al primer dilema, las expectativas pesimistas asociadas a la
falta de indicadores confiables, las demandas salariales tendientes a evitar
caídas de su poder adquisitivo y la creciente pérdida de credibilidad del
gobierno, limitan al mínimo la efectividad del tipo de cambio como ancla
nominal, pese a que en el último año y medio las intervenciones del Banco
Central aproximaron mucho el régimen cambiario a un ‘peg de facto’. Sin
embargo, el alto riesgo de que eventuales reajustes alcistas de la paridad
nominal se trasladen rápidamente a precios acelerando la inflación tampoco
permiten volver a utilizar la política cambiaria para intentar mejorar la
competitividad externa. En consecuencia, es previsible que el proceso de
apreciación real persista junto con el deterioro del superávit externo. En
particular, si el dólar continúa recuperándose, el problema de la competitividad
industrial se volverá más evidente.
En relación a los otros dos dilemas, seguramente prevalecerán en las
decisiones
del
gobierno
consideraciones
político-electorales.
Por
ello,
difícilmente llegue el ajuste al gasto público. Así las cosas, los mayores
subsidios necesarios para mantener las tarifas de los servicios y los aumentos
requeridos para que los salarios, y especialmente las jubilaciones, no vean
erosionado excesivamente su poder de compra, ocasionarán sin duda mayores
necesidades de fondos que seguramente reducirán apreciablemente el
superávit primario.
El gobierno parece dispuesto a tratar de llegar a las elecciones
parlamentarias de octubre de 2009 sin cambios de fondo en su política. Pese a
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la precariedad de la estrategia, si no hay ningún nuevo shock adverso, dispone
de algún colchón para seguir ese curso de acción.
En ausencia de una política antiinflacionaria consistente e integral, sin
embargo, los desequilibrios macro tenderán a agravarse y el costo de postergar
el ajuste será creciente.
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Gráfico 1: Evolución de los salarios reales
Evolución de los salarios reales (2001=100)
Privado Registrado
Privado no registrado
Sector público
NIvel general
140
120
100
80
Gráfico 2: Evolución del precio internacional. Maíz, Trigo y soja
Precios internacionales
480,0
Trigo
Maíz
Poroto de soja
430,0
380,0
U$S/ton.
330,0
280,0
230,0
180,0
130,0
80,0
Ene-02 May-02 Sep-02 Ene-03 May-03 Sep-03 Ene-04 May-04 Sep-04 Ene-05 May-05 Sep-05 Ene-06 May-06 Sep-06 Ene-07 May-07 Sep-07 Ene-08
18
Ene-08
Sep-07
May-07
Ene-07
Sep-06
May-06
Ene-06
Sep-05
May-05
Ene-05
Sep-04
May-04
Ene-04
Sep-03
May-03
Ene-03
Sep-02
Ene-02
May-02
60
Dic-01
19
3,5
3,0
2,5
2,0
1,5
1,0
Sep-07
Jul-07
May-07
Mar-07
Ene-07
Nov-06
Sep-06
Jul-06
May-06
Mar-06
Ene-06
Nov-05
Sep-05
Jul-05
May-05
Mar-05
Ene-05
Nov-04
Sep-04
Jul-04
May-04
Mar-04
Ene-04
Feb-08
Dic-07
Oct-07
Mar-08
Nov-07
Multilateral
Ene-08
Tipo de cambio Real (IPC)
Ago-07
Gráfico 4: Tipo de Cambio Real (IPC)
Jun-07
Abr-07
Feb-07
Dic-06
Oct-06
Ago-06
Jun-06
Eurozona
Abr-06
Feb-06
Dic-05
Oct-05
Ago-05
Brasil
Jun-05
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EEUU
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Oct-02
Ago-02
Jun-02
Abr-02
Feb-02
Gráfico 3: Reservas Internacionales
Reservas Internacionales del BCRA (en millones de U$S)
$60.000,00
$50.000,00
$40.000,00
$30.000,00
$20.000,00
$10.000,00
$-
Gráfico 5: Ingresos y Gastos del SPNNF
Gobierno nacional (%PBI)
Ingresos
Gastos
Resultado primario
Resultado financiero
20,00
15,00
10,00
5,00
0,00
2006
2007
2008
2009
Gráfico 6: Tasas de referencia
FF (Federal Funds) - EE.UU
EMBI
ARG
9,00
8,00
7,00
6,00
5,00
4,00
3,00
2,00
1,00
20
Jul-08
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Jul-05
Ago-05
Jun-05
0,00
Gráfico 7: Balanza comercial
Balanza comercial (millones de dólares)
Exportaciones
Importaciones
Saldo
90.000
80.000
70.000
60.000
50.000
40.000
30.000
20.000
10.000
0
2004
2005
2006
2007
2008
2009
Gráfico 8: Balance de pagos
Balance de Pagos (millones de dólares)
Cuenta corriente
Cuenta capital y Financiera
Variación de Reservas
15000
10000
5000
0
2004
2005
2006
-5000
-10000
21
2007
2008 (p)
2009 (p)
22
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Sep-03
Jul-03
May-03
Mar-03
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Gráfico 9: Evolución de los agregados monetarios
Agregados monetarios / IPC
"M3"
900
800
700
600
500
400
300
200
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