Las alumnas del grado 4°A quieren dar a conocer a la Comunidad Educativa una vivencia importante trabajada desde el aula de clase. UNA EXPERIENCIA PARA COMPARTIR Iniciaba el año escolar 2013, departíamos alegremente una clase de Sociales, admirábamos el entorno en que trabajaríamos, comentábamos acerca de las maravillas del paisaje, observamos por unos minutos a través de la ventana que comunica con la terraza. De pronto, una de las pequeñas dijo: en aquella esquina veo algo extraño, parece un ave, cautelosamente y sin hacer ruido pudimos darnos cuenta que allí descansaba una pequeña lechuza, desde ese momento empezamos a vivir una inolvidable experiencia. Todo era alegría, las estudiantes de este curso estaban ansiosas por acercarse, pero solo era posible desde el otro lado de la ventana. Iniciaron los comentarios con las compañeras del otro salón, la curiosidad era grande y en el primer descuido se acercaron a esta y voló. Se generó un gran malestar entre los dos cursos, sus maestras les hablamos sobre la necesidad que tenían las aves de tener su propio espacio. Empezaron a surgir preguntas, inquietudes sobre esta especie que ahora no es tan común encontrarla en este ambiente. Llegamos a un acuerdo y decidimos que a esta terraza no dejaríamos entrar a ninguna persona, estábamos seguras de su regreso ya que se convertiría en la mascota del grupo. Fue una tarde bastante aburrida, no sabríamos cuanto tiempo estaría por fuera. A la mañana siguiente cuando regresamos, nos dimos cuenta que había vuelto, era hermosa, su color café oscuro se asemejaba a una piedra lo que le permitía camuflarse, sólo los que sabíamos podíamos distinguirla, acomodada bajo el alero de una ventana para protegerse de la lluvia y exactamente detrás de una matica que creció entre las baldosas de la terraza pasaba los días enteros en una misma posición. En un momento quiso ubicarse al lado contrario para tomar el sol y descubrimos que ella se encontraba calentando un pequeño huevito. Al terminar el día cuando las niñas salieron, algunas maestras quisieron tomarle una foto de su cara para identificar exactamente de qué especie hablábamos , pero sus ojos fueron tan sensibles al flash de la cámara que en ese momento voló; creímos que ahora si la habíamos perdido. Algunas que investigaron, descubrieron que estas aves son muy celosas y si sienten la proximidad de alguien son capaces de abandonar sus huevos. Se escucharon sollozos, en cada oración pedían a Dios que no lo abandonaran, pero tristemente pasó el día y no regresó. Al día siguiente al retornar a su salón de clase todo cambió, al mirar por la ventana allí estaba de nuevo había regresado, una gran sonrisa iluminaba sus rostros. A partir de este momento nos dedicaríamos a cuidarla, estábamos a la espera de nuestro primer sobrino, seríamos tías, que felicidad. Es interesante descubrir como un evento como este despierta en nuestras estudiantes el sentido de la investigación y la lectura, que es apoyado por sus maestras desde cada una de las asignaturas. Consultaron diariamente en internet, buscaron libros y fotografías que trajeron a clase para socializar con sus compañeras. Así transcurrieron más o menos dos semanas, donde desde su llegada con su saludo habitual (¿Cómo está la mamá lechuza?) hasta la tarde con su frase típica (Cuídanos a nuestro sobrino), es indescriptible la emoción que se siente al ver cómo estas pequeñas han vivido y compartido este proceso como si esperaran la llegada de otro miembro de su propia familia. Ahora son más sensibles, más unidas, han involucrado a sus familias y hasta han invitado a sus Mamitas a conocer la nueva huésped. Unos días más tarde, después de disfrutar un excelente fin de semana, descubrimos con sorpresa que aquel huevito estaba roto ubicado a un lado de la lechuza, las preguntas que surgían en ese momento eran: ¿Lo habrá matado? ¿Se lo comió algún pájaro? ¿Alguien vino y la molestó?; las esperanzas se iban desvaneciendo, los ojos vigilantes de las niñas se turnaban para observarla cada vez que se acababa una clase. Se veía completamente esponjada como si ocultara algo, pero por más que intentábamos ver no sabíamos que ocurría debajo de ese lindo plumaje; pasaron así ocho días y una mañana de sol resplandeciente la lechuza hizo un ligero movimiento, dejando entrever entre su pecho una pequeña cabecita, había nacido el esperado polluela ( éramos las nuevas tías). La preocupación ahora era encontrar un nombre, Lechucín, Lechucita, no sabíamos simplemente era nuestro sobrino. Con el paso de los días este pequeño polluelo empezó a crecer, en un momento en que su mamá lechuza pretendía acomodarse para tomar el sol, él quiso observar el mundo, dejándose conocer completamente. Fue un instante mágico, celebramos, reímos y compartimos esta gran felicidad. Su plumaje era escaso y amarillo semejante al de un pollito, con los días fue cambiando de color hasta quedar café oscuro con pintas blancas igual a la mamá. Empezaba a crecer, se asomaba tímidamente buscando el sol, pasaron quince días y sucedió lo inesperado, una mañana la lechuza decidió volar en busca de alimento, el polluelo quedó solo, ahora la preocupación era otra, ¿Volverá? ¿Le traerá alimento? ¿Morirá de frío? ¿Será una mala madre y lo abandonará tan pequeño?, dudas que se aclararon al día siguiente cuando apareció nuevamente, en realidad era una buena madre. Permaneció a su lado unos pocos días más, cuando decidió dejarlo sólo para que emprendiera su vuelo, ya había crecido. Al comienzo sus movimientos torpes no le permitían avanzar mucho, se encontraba en la terraza del último piso, de pronto sintió la presencia de alguien y con un vuelo débil descendió a la terraza del tercer piso, allí un grupo de niñas inquietas intentó acercarse pero ella saltó a un pequeño alero donde ya no tendría contacto con la gente y podría estar tranquila. Ese día creímos que definitivamente había emprendido el vuelo, así terminó la semana. Es Lunes, un día normal, dos de mis estudiantes las más preocupadas insisten en la búsqueda, calladamente visitan todas las terrazas, pero aún no hay rastro de ella. Solamente queda un lugar donde buscar, la bajante que viene del techo al patio, increíble, es allí cerca de la claraboya donde descansa tranquila la pequeña lechucita. Desde este instante este fue nuestro gran secreto. En sus descansos buscaban en el jardín pequeñas lombricitas y se lasa arrojaban cuando nadie las observaba. Esta experiencia la vivieron durante pocos días, definitivamente le llegó la hora de emigrar, dejando como recuerdo esta experiencia digna de contar. Pero aquí no se acaba todo, hoy es Jueves 21 de Marzo y estamos próximas a salir de Semana Santa, después de muchos días salimos a tomar las onces en nuestra terraza, no se imaginan la gran sorpresa que tuvimos. A lo lejos en el otro extremo divisamos en un rincón a nuestra lechucita; cuando las niñas bajaron al patio nos acercamos cuidadosamente, pero al sentirnos se alejó un poco del lugar, pero aquí no paran las sorpresas, en ese momento descubrimos que no era la pequeña, sino que la mamá había retornado y empollaba nuevamente. Hoy nuestras compañeras del otro extremo cuidarán y acompañarán a una gran Mamá Lechuza.