M1 Cabral. En estado de excepción

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En estado de excepción:
intersexualidad e intervenciones sociomédicas 1 .
Mauro Cabral
Locura/locura de/de/cómo decir/locura de este/desde/locura desde este/dado/locura
dado lo que de/visto/locura visto este/este/cómo decir/esto/este esto/esto aquí.
Samuel Beckett.
Nadie/testimonia/por el testigo.
Paul Celan
La sombra esquiva de Herculine Barbin –misterios* hermafrodita del siglo XIX- habría
asediado una y otra vez la reflexión y la escritura de Michel Foucault. Testimonio de
ese asedio insistente serían, según el análisis propuesto por Raquel Capurro en su libro
Del sexo y su sombra, las distintas ediciones del diario de Barbin emprendidas por
Foucault –primero en francés, luego en inglés-, así como el obstinado retorno del
filósofo sobre la cuestión -su repensar desvelado acerca del extraño anudamiento del
diario, el cuerpo, la vida y la muerte de la llamada Alexina, su conexión inextricable
con una política del sexo verdadero que lo era, asimismo, de la identidad y la
sexualidad 2 .
Tal y como Capurro sugiere, sería tal vez posible rastrear una cierta identificación
biográfica –entre Foucault y el latido inclasificable que persiste en el diario aquel, el
trabajo incesante, podríamos decir, de la escritura autobiográfica en la historia de vida
de quien lee y, a su vez, re-escribe, intentando conjurar, tanto tiempo después, la
literalización normativa, carnal, de la identidad, el extrañamiento de un sujeto desde la
imposibilidad hacia mortal hacerse posible, desde el limbo de la no identidad a crueldad
de la intervención -cuyo desenlace fuera su suicidio a la edad de 29 años.
Otra biografía intersex –esta vez, narrada en tercera persona –conmovió en el año 2000
a lectores y lectoras diseminados por todo el mundo occidental. Se trata de As Nature
Made Him. The Boy Who Was Rised As a Girl, del periodista norteamericano John
Colapinto 3 . En sus páginas se cuenta e ilustra la vida de otro viviente imposible atrapado
de manera atroz en la maquinaria sociomédica de la posibilidad: David Reimer –
conocido internacionalmente bajo el nombre clave que le asignara la historia (clínica):
caso John-Joan. Su suicidio en mayo del año 2004 reintrodujo por un momento, en
escuetas notas necrológicas, los datos principales de su historia de vida –tan poco
verosímil pero, sin embargo, tan verdadera.
Hasta hace poco tiempo atrás existían escasos textos autobiográficos que dieran cuenta
de las experiencias de vida de hermafroditas en el Occidente contemporáneo; en los
1
Este trabajo se realizó en el marco del proyecto doctoral en filosofía “Tecnologías de la Identidad”,
radicado en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba. Dicho
proyecto es financiado por la Secretaría de Ciencia y Técnica de dicha unidad académica, y contó, en el
año 2003, con un subsidio de Ciudadanía Sexual y la Fundación Ford, en el marco del programa
“Pequeñas Donaciones para la Investigación”.
2
Capurro (2004); Foucault (1994).
3
Colapinto (2000).
1
distintos sitios donde emergían sus historias, sus voces aparecían continuamente
mediadas (cuando no borradas) por la descripción médica –e incluso sus cuerpos veían
la luz, prácticamente sin excepción, bajo la operación de una intervención profesional
continua en fotografías y dibujos, recortados contra reglas de medición, comparados con
dedos, los ojos ocultos tras rectángulos negros o blancos, los genitales fotografiados
junto a la mano que los señala, los sostiene o los abre a la mirada 4 . Los relatos en
primera persona de historias de vida intersex ha comenzado a producirse, de modo
consistente, desde mediados de la década del 1990.
Desde la perspectiva de la historiadora norteamericana Alice Domurat Dreger, no sería
posible atribuir esta emergencia solamente al incremento exponencial en las
posibilidades comunicacionales abiertas por internet y otros medios masivos, sino
también, y decisivamente, a un conjunto de rasgos asociados con lo que podríamos
designar –mientras un mejor concepto aparezca- la crisis del Sujeto en la
posmodernidad. En el contexto que nos ocupa, los efectos de esta crisis podrían
rastrearse tanto en el progresivo desdibujamiento de los roles jerárquicos asignados a
médicos y pacientes como en la emergencia de saberes sometidos, bajo una
interpelación en los términos de la descolonización de la experiencia –incluyendo,
decisivamente, las experiencias de la medicalización del cuerpo y de una práctica
médica regida por el paternalismo y el optimismo positivista. La fragmentación del
Saber –incluyendo el Saber diagnóstico de la medicina- en una multitud de narrativas
estarían haciendo progresivamente posible la institución de la experiencia subjetiva de
l*s pacientes como saber el reconocimiento radical del status cognoscitivo del
testimonio. 5
Es necesario, además, situar esta producción de narrativas autobiográficas en un
contexto particular: el surgimiento de un movimiento político de personas intersex que
abogan por la revisión inmediata de los protocolos atencionales aplicados a niñ*s
intersex en Occidente, así como del paradigma sociomédico que informa dichos
protocolos. En este contexto, el despliegue autobiográfico que visibiliza y vuelve
audible el funcionamiento opaco y silencioso de los protocolos de “normalización”
corporal ha constituido y constituye una estrategia fundamental de intervención –tanto
política como cultural –de las personas intersex políticamente organizad*s.
Al presentar este trabajo ante ustedes me propongo tres objetivos principales: en primer
término, exponer ciertas características que constituyen, a mi entender, parte de la
especificidad de la subjetividad intersex contemporánea; en segundo término,
reflexionar en torno a cuestiones que, insistentemente, asedian la construcción de la
intersexualidad como subjetividad política –y, en particular, las posibilidades mismas
de la enunciación política intersex – cuestiones del orden de la palabra testimoniante y
de la humanidad como posibilidad y como límite; en tercer término, hacer espacio, en
este lugar, al testimonio en primera persona, al mundo ético y político que esos
testimonios despliegan relato tras relato. En ese sentido, este trabajo se presenta ante
ustedes como un ejercicio exploratorio, una puesta en común de problemáticas,
esperanzas, y también pesadillas.
4
Dreger (1998) y (1999); Libis (2001).
Dreger (1998) y (1999); Frank (1994); Foucault (1994). Sobre el valor ético-político del autobiografía y
el testimonio, véanse también Ricoeur (1996) y (2004); Arfuch (2002); Reyes Mate (2003); Mardones y
Reyes Mate (2003); Forster (1999).
5
2
Pero antes de comenzar debo proponerles un breve interludio semántico. A lo largo de
este trabajo - y en consonancia con la posición adoptada tanto por los principales grupos
de activismo intersex como por quienes teorizan críticamente el manejo biomédico de
niñ*s intersex desde la historia y la bioética- utilizaré el concepto intersexualidad como
un término “campana”. Este término incluye, en su enunciación, a un conjunto muy
diverso de situaciones en las que la morfología de una persona (y, en particular, su
morfología genital) varía respecto del standard cultural de corporalidad masculina o
femenina. De este modo, bajo la “campana” intersex no solo se ubican aquellos cuerpos
“verdaderamente” hermafroditas desde la perspectiva biomédica –es decir, aquellos que
cuentan con tejido glandular ovárico y testicular; no solo se cuentan aquellos cuerpos
cuyos rasgos morfológicos dificultan, en nuestra cultura, la asignación en el sexo
femenino o masculino en el momento de nacer; sino también todos aquellos cuerpos
que manifiestan algún tipo de variación considerada inaceptable desde el punto de vista
biomédico (es decir, variaciones que pueden no comprometer la asignación de sexo,
pero que sí comprometen, de acuerdo a aquel punto de vista, la identificación
“adecuada” en el género”, la “correcta” integración familiar y social, la posibilidad de
una vida sexual “normal”, la percepción “no traumática” de sí, y, en general, la “vida
buena”. Los penes hipospádicos y las agenesias vaginales son ejemplos paradigmáticos
de estas variaciones corporales concebidas y tratadas como inaceptables).
El estilo sociomédico contemporáneo de manejo de la intersexualidad es relativamente
reciente –y puede localizarse en la intersección histórica de desarrollos biotecnológicos
en los campos de la cirugía y la endocrinología con la postulación de teorías socioconstruccionistas del género durante la década de 1950. Este paradigma –al que se
asocian los nombres de John Money y Anke Ehrhard, John y Joan Hampson, así como
el de Robert Stoller, entre otros y otras 6 - propone una relación particular y compleja
entre corporalidad y sí mismo. Por un lado, se sostiene que no existe conexión necesaria
entre bioanatomía e identidad de género; esta última –definida como el sentido interior
de ser un niño o una niña, un hombre o una mujer- depende más bien de la construcción
psico-social de la identidad, a partir de la asignación de sexo en el momento de nacer y
la crianza consistente en ese sexo. Sin embargo, la efectividad de esa construcción
psico-social requiere, de acuerdo a este paradigma, de un cuerpo cuyas características
sexuales sean congruentes con el sexo de asignación, para hacer posible la introducción
–familiar, social- del individuo en una determinada subjetividad sexuada. Por lo tanto,
los diferentes protocolos médicos dirigidos a la atención de niñ*s intersex disponen la
realización de cirugías tempranas de “normalización”, a fin de volver congruente el
sexo de asignación y el cuerpo sexuado que debe sostener una identidad de género sin
“fisuras”. De hecho, en una gran mayoría de casos, la asignación de sexo se decide en
función de las posibilidades de reconstrucción quirúrgica –lo que históricamente ha
determinado una continua feminización de niñ*s intersex. Los tratamientos quirúrgicos
y hormonales, así como aquellas intervenciones destinadas a homogeneizar la historia
corpo-genérica individual –tales como el ocultamiento de los registros médicos, por
ejemplo- han sido y son abiertamente condenadas por el activismo político intersex bajo
el cargo de mutilaciones genitales infantiles -mutilación del cuerpo; mutilación de la
historia personal; mutilación de la autonomía decisional. La afirmación que las
diferentes autobiografías intersex repiten señala la producción –médica, legal,
sociocultural- de una subjetividad específica. En la sección siguiente exploraremos
6
Hausman (1995); Money, Hampson y Hampson (1955); Stoller (1968). Herdt (1996).
3
algunos de los tópicos centrales que constituyen esa especificidad 7 .
III. En este tercer apartado introduciré cinco tópicos, que, presentes en cada
autobiografía analizada, permiten esbozar ciertos rasgos característicos de la
intersexualidad como posición subjetiva. Estos topoi narrativos, que podrían parecer a
primera vista piezas discernibles de un engranaje más amplio, constituyen, en realidad,
anudamientos dinámicos en permanente relación con el relato autobiográfico como
conjunto. Sin lugar a dudas, otros tópicos podrían ser identificados –y los mismos
tópicos propuestos podrían ser desarticulados y vueltos a articular de acuerdo a
diferentes aproximaciones hermenéuticas. Sin embargo, considero que los cinco
propuestos proporcionan una introducción adecuada a esa construcción que he dado en
llamar provisoriamente la subjetividad intersex contemporánea –y, en particular, en
relación a las diferentes condiciones de enunciació n que la caracterizan.
III.1 El viaje
El corpus considerado permite localizar, en el despliegue de los distintos relatos
aubiográficos, un indudable pathos trágico 8 . La autobiografía se plantea bajo el signo de
viaje personal de descubrimiento (que la narración reconstruye, secuencialmente o no),
iniciado a partir de la constatación (a menudo largamente eludida, o francamente
ineludible) de marcas corporales, de mojones mnemónicos, de datos dispersos que
conforman un enigma angustioso –el enigma de la historia personal, del cuerpo antes
del cuerpo, del nombre y la identidad y también, rabiosamente, el enigma del absurdo,
el enigma del por qué. El enigma del daño. El viaje, iniciado por lo general en la
adultez, parte de la constatación de la diferencia instalada en el cuerpo –de la diferencia
“intervenida”: insensibilidad en el clítoris, cicatrices, esterilidad, así como el retomar
secretos familiares musitados a media voz.
“A la edad de 11 o 12 años tuve mi primer orgasmo. De algún modo había llegado
hasta el borde y sólo con tocar la abertura de mi vagina, sucedió. Quizás fue esta
experiencia nueva y poderosa de placer, venida desde un lugar que cargaba con tanto
dolor, lo que me determinó a encontrar la verdad acerca de mi cuerpo. Unas pocas
noches después, crucé el living, mis pies descalzos sobre los cuadrados fríos de
alcornoque, llevándome hacia mis padres, las dos personas que eran mi única
seguridad. Ell*s estaban sentados alrededor de la mesa del comedor. Fotos en blanco y
negro de mis hermanas y yo eran dispuestas bajo la luz. Mi madre tomó una mía, y
escuché la palabra chico saliendo de su boca. El miedo palpitó en mí. Yo era un chico.
Se supuso que yo era un chico. Era demasiado tarde para detenerme. “Qué fue la
operación que tuve?”, pregunté bruscamente y mi estómago se contrajo contra el golpe
de la respuesta”. (Martha Coventry)
“¿Quién soy? Miro mi cuerpo. Se ve femenino. Aún así siempre abrigué una duda
secreta. Me recuerdo a mi misma como una adolescente retraída, deprimida, tratando
de robar una mirada a los genitales de una mujer. ¿Se veían los míos como los de ella?
7
Para este trabajo utilicé un corpus conformado tanto por fuentes éditas norteamericanas como por
fuentes inéditas argentinas, fechadas entre 1994 y 2004. El listado de textos autobiográficos utilizados se
incluye al final del trabajo. Todos los textos están disponibles para su consulta.
8
En el sentido aristotélico del mismo.
4
(...) Me acuerdo, de hecho, aprendiendo de un libro sobre masturbación. Tratando
como podía, no lograba localizar el lugar de la sensación de placer en mis genitales”
(Cheryl Chase)
“En 1987, cuando mi hermana más joven tenía dos años y yo tenía treinta y cinco,
estaba incapacitada casi al punto de la auto-destrucción por una vergüenza
desconocida. Comencé una terapia intensiva, desesperada por descubrir por qué me
sentía tan mal y tan inadecuada. Un domingo a la mañana, sintiéndome a unas
pulgadas del desastre, llamé a mi terapeuta. “No sé si esto es importante”, le dije
temblorosamente, “pero tuve esa operación cuando era chica”. (Martha Coventry).
Tal y como ocurre en la misma lógica trágica, el final del viaje (el final desde el cual se
relata) no depara el reencuentro de un mundo feliz –que aguardaría, intocado, en algún
lugar del pasado, para reinstalarse en la posibilidad de un futuro otro); se trata más bien
de la reconstrucción de una biografía que, al armarse o recobrarse, vuelve posible un sí
mismo diferenciado –aunque el trabajo reconstructivo no comporte la posibilidad de la
restitución.
“Ahora sé lo que perdí, y saber me hace quién soy; pero lo perdido está perdido, no
vuelve, y esa certeza de vez en cuando enloquece” (Ariel Rojman)
Ese viaje implica también, en los diferentes relatos autobiográficos, el encuentro con la
voz de la alteridad semejante, de las vidas paralelas, del sufrimiento compartido, el
reconocimiento de una posibilidad identitaria, comunitaria –y también política.
La profesión médica no puede devolverme lo que me fue arrancado. Pero pueden
escucharme. (Morgan Holmes).
“Cuando alguien me pregunta ¿por qué intersex y no gay? trato de explicar qué pasó,
cómo la historia terminó siendo otra, y siento la nostalgia por la otra vida, que a lo
mejor hubiera vivido si hubieran dejado mi cuerpo en paz; pero la rabia se impone, y
bajo la rabia las cicatrices, las infecciones, los catéteres, la humillación, el no sentir, lo
que me vuelve un poco diferente al resto de los que se podrían llamar gays, no tan
distinto, a lo mejor por ejemplo, a quienes son gays y discapacitados de alguna manera,
excepto porque lo que pasó pasó sin mi consentimiento, contra mi voluntad, pero es la
rabia, y la conciencia de la rabia, la conciencia política la que me hace decir que por el
deseo a lo mejor podría ser gay, pero la vida me ha puesto en otra parte y en otra
lucha, como un mutilado que reconoce a la mutilación en el centro de lo que ha sido y
de lo que será.” (Ariel Rojman)
III.2 El tiempo y los tiempos
Identificaré un segundo tópico que organiza las narrativas autobiográficas intersex
consideradas en este trabajo bajo el signo de la temporalidad –o, para ser más preciso,
las temporalidades diferenciadas que los relatos entrelazan, escindiendo la biografía en
recorridos vitales marcados por instancias limítrofes. Entre esas temporalidades diversas
pueden reconocerse las siguientes:
- La cesura temporal trazada por el acto de asunción subjetiva en el presente de quien
5
narra, frente a un pasado que se resignifica. Un nuevo saber de sí reorganiza
acontecimientos heterogéneos en un relato –por fin- unificado. Sin embargo, el sentido
que se proyecta desde el presente de la narración recoge también forcejeos temporales,
marasmos que fragmentan el recorrido biográfico:
“Por primera vez, sabía, había un orden, del presente al pasado, una explicación, que
había estado todo el tiempo ahí, aunque yo la ignorara, 25 años antes alguien lo había
escrito, y 25 años después yo lo encontraba” (Javier L.)
“Pasaron quince años de adormecimiento emocional antes de que fuera capaz de
buscar las respuestas a aquellas y muchas otras preguntas. Entonces, cuatro años
después, un extremo torbellino emocional y una desesperación suicida arribaron de
pronto, amenazando con despedazarme. No es posible, pensé. Esto no puede ser la
historia de nadie, mucho menos la mía. No la quiero. Aun así es mía. Marqué ese
tiempo como el comienzo de mi coming out como intersexual política…” (Cheryl
Chase)
- En diferentes textos autobiográficos es posible identificar, además, una fractura
temporal que separa, por un lado, aquello que podríamos llamar la historia del sujeto –y
que incluye tanto el proceso de re-conocimiento como las temporalidades diferenciadas
de la vida experimentada sin saber y la relectura biográfica inaugurada, hecha posible,
por el conocimiento de la historia personal- de aquel otro período temporal que
designaré, provisionalmente, como su prehistoria. Una prehistoria anterior a la
subjetividad (allí donde la subjetividad existe, en nuestra cultura, sólo en tanto
genéricamente conjugable), que permanece desconocida en cierto número de historias
de vida; una prehistoria corporal, y una historia inaugurada a partir de la
“normalización” corporal, es decir, de la entrada del cuerpo en la lengua bajo en una
forma no disruptiva de la diferencia sexual:
“Diagnóstico: hermafrodita verdadero. Operación: clitoridectomía. Los archivos del
hospital mostraban la admisión de Charlie, edad 18 meses. Este nombre
mecanografiado había sido cruelmente cruzado y “Cheryl” había sido garabateado
sobre él (…) La historia de mi niñez es una mentira. Ahora sé que después de la
clitordectomía mis padres siguieron el consejo médico, y descartaron cada pizca de
evidencia de que Charlie alguna vez había existido. Cuando miro a mis abuel*s, tías y
tíos, me doy cuenta de que ell*s deben saber cómo un día Charlie dejó de existir en mi
familia, y que Cheryl estaba allí, en su lugar”. (Cheryl Chase).
“A partir de ese entonces yo era yo, y era una nena, y lo que había sido antes no tenía
nombre, me parecía que era más algo que alguien, cinco centímetros de clítoris menos
y de pronto me llamaba Catalina, tenía una vida, iba a tener una vida. Antes, bueno...
parece que no sabían cómo llamarme” (Javier L.)
III.3 La carne, la lengua, el cuerpo
El breve recorrido testimonial consignado en el ítem anterior introduce uno de los
anudamientos más complejos y problemáticos puestos en circulación por las narrativas
autobiográficas intersex que conforman el corpus de este trabajo.
De acuerdo al paradigma identitario vigente en el mundo occidental, así como al
6
imaginario socio-cultural que dicho paradigma informa y del cual se nutre, los cuerpos
intersexuados marcan, en su positividad, un punto de indecibilidad en la lengua: de
ellos, que son en realidad más carne que cuerpo, no se puede predicar claramente
masculinidad o femineidad –son ambiguos, indefinidos, ambivalentes, inarticulables en
el género como binario 9 .
Esa inarticulabilidad original se desparrama, por lo general, y cual mancha de aceite
incontenible, sobre la proyección de una historia de vida en peligro: la carne intersex,
imposibilitada en su ambigüedad de hacer cuerpo –y, por lo tanto, de hacer sujetofallaría en su capacidad de actuar- los cuerpos intersexuados son considerados en su
capacidad de sostener, como fundamento material y necesario de una biografía futura,
imaginada, formas preestablecidas de sociabilidad, nominación, sexualidad. Las
intervenciones socio- médicas de normalización son concebidas, por lo tanto, como
operaciones de subjetivación, de in-corporación.
Los diferentes dispositivos
biotecnológicos de introducción de los cuerpos intersex en el cuerpo masculino y
femenino standard procuran borrar aquellas “marcas” que vuelven o bien inarticulable,
o bien extraña, la corporalidad intersex en el género; una y otra vez, sin embargo, las
narrativas autobiográficas intersex instalan la borradura como el sitio de inscripción de
los sujetos así “normalizados” en un orden diferenciado de subjetividad, a través de una
multiplicidad de efectos paradójicos.
- Allí donde la “normalización” del cuerpo intersex vuelve posible la predicación
pública del género, la intervención biomédica silencia el decir privado del cuerpo,
insensibilizado a resultas de la operación de corte y sutura que inscribe la ley en la carne
a fin de su fluidez en la lengua:
“Un anochecer de noviembre de 1958, mi madre había entrado al baño donde yo
estaba jugando en la bañera. Había ido al doctor unos pocos días antes y los hombres
habían mirado entre mis piernas. Ella me dijo que debía ir al hospital al día siguiente
para una operación. Recuerdo algo huyendo de mí en ese momento, como viento a
través de una puerta que se cierra- todo mi poder escapándose. No se me dio ninguna
explicación de la cirugía, y cuando el cirujano cortó la mayor parte de mi clítoris de
media pulgada, fue como si hubiera cortado mi lengua. No pude llorar a los gritos
para salvarme, y ese grito ahogado apretaba mi garganta, bloqueando mi voz. Miedos
sin fin acerca de quién y qué era yo tomaron el lugar de las palabras, y se instalaron
como un velo sobre mí”. (Martha Coventry).
“Cinco centímetros menos me transformaron en una persona sin sensibilidad genital,
pero con nombre y apellido, por supuesto; y aunque hubiera querido contar la
diferencia no hubiera podido, porque yo no la sabía; y si la hubiera sabido tampoco
hubiera podido mostrarla, porque excepto por la insensibilidad no quedó nada que
mostrar”. (Javier L.).
“La promesa de mi médico a mi familia fue la de transformarme en una mujer
verdadera; una franja de insensibilidad entre el ombligo y el pubis, cruzada por
cicatrices, es la marca de la promesa” (Mauro Cabral)
- Allí donde las intervenciones biomédicas de “normalización” procuran introducir los
cuerpos intersex en la “naturalidad” de la diferencia sexual, las estrategias quirúrgicas
de introducción producen, a su vez, marcas particulares –presencias y ausencias
9
Cabral (2004)
7
biotecnológicamente mediadas:
“Desde muy pronto yo había tenido muy, muy fuertes advertencias de no dejar que
otros niños me vieran sin mi ropa, y particularmente, que no los dejara ver mis
genitales. Por supuesto, fue muy fácil para los otros niños darse cuenta del hecho de
que por años no usé el baño de niños, o que no podía caminar bien cuando volvía de las
vacaciones. … Los doctores insisten en que no puedes dejar que un niño vaya a la
escuela con genitales ambiguos, pero los genitales que ellos crean se ven ciertamente
extraños”. (Howard Devore)
“Tengo entendido que mis labios vaginales fueron creados. ¿Ante quién debo quejarme
si mis labios se irritan fácilmente, si la piel se me cuartea y sangra todo el tiempo?
Además ¿cuál fue la razón para la clitorectomía? Tengo entendido que la cirugía a
niños sólo es recomendada cuando está en peligro inminente la vida del infante, o
cuando la operación serviría a un incremento evidente de la calidad de vida de éste. En
qué sentido esta clitoridectomía me ha salvado de algo o ha mejorado mi vida? (Lisset
Barcellos).
“A los 16, cuatro años después de la última de nueve cirugías, empecé a pensar
seriamente qué carajos podía haber sido peor que esta amasijo de carne con costuras,
insensible al tacto y repugnante a la vista. ¿Mear sentado de por vida hubiera sido
peor? ¿Cómo pudo alguien convertir mi cuerpo en esto? (Ariel Rojman).
- Allí donde las intervenciones buscan mantener la diferencia sexual como valor
trasmutado en hecho, y las variaciones respecto de la diferencia binaria como patología,
la borradura instituye un orden diferenciado de sujetos, fundado primariamente en la
variación corporal, pero anudado definitivamente en el cuerpo de una ética diferenciada:
“¿Quién hubiera sido, qué hubiera sentido, si hubiera sentido, el roce de qué mano,
qué relámpago de placer, si yo hubiera sido otro, monstruoso, ridículo, fallado, salvado
otro, que durante 34 años, todos los días, hubiera sentido y sentido y sentido y sentido?
(Ariel Rojman)
“Que te mientan siendo un niño acerca de tu propio cuerpo, tener tu vida como un ser
sexual tan ignorada que ni siquiera se te dan las respuestas a tus preguntas es tener tu
corazón y tu alma socavados despiadadamente” (Martha Coventr.,)
“¿Por qué no pude decidir, alguien se imagina esta cirugía siendo una persona adulta,
y con otros que toman la decisión por él?” (Javier L.)
III.4 El cuerpo en el cuerpo
Las narrativas autobiográficas intersex entretejen en su textualidad un conjunto
heterogéneo de cuerpos –que a menudo habitan una misma corporalidad.
- En primer término, por supuesto, el cuerpo imposible –el cuerpo perdido.
“Tengo cierta sensación en el clítoris. Algunas veces me masturbo y de hecho tengo una
experiencia a la que llamo orgasmo –vagas contracciones musculares. Pero nada como
8
la tremenda sensibilidad y los maravillosos orgasmos que tenía antes de la cirugía”.
(Angela Moreno)
“Como es posible que yo pueda ser una hermafrodita? El hermafrodita es una criatura
mitológica. Yo soy una mujer, una lesbiana, aunque me falten el clítoris y los labios
interiores. ¿Cómo se veían mis genitales antes de la cirugía? ¿Nací con un pene?
(Cheryl Chase)
“Me sueño. Tengo la sensación de haberme soñado toda la vida. En los sueños tengo
un cuerpo que yo sé que tenía, y que sé, más o menos, cómo era: vi fotos de recién
nacidos con hiperplasia suprarrenal congénita. En el sueño yo tengo mi edad, pero el
cuerpo que vi en las fotos. No es como un miembro fantasma, es más bien una vida
fantasma, que no entiendo por qué me perdí de vivir. Los sueños siempre terminan así,
sin que yo entienda. A veces me despierto antes de no entender, arañando el cuerpo que
aparece en las fotos” (Javier L.)
“¿Quién eras vos, chiquito, que ibas a la escuela con el pito intacto? (Ariel Rojman)
- Coextensivo a las experiencias de intervención, emerge en distintos relatos
autobiográficos un cierto despedazamiento del cuerpo, desgarrado en un mapa
jerarquizado de tejidos, refuncionalizados en los términos del cuerpo sexuado: la
instrumentalización de tejidos, con un desprecio por las consecuencias físicas –desde
estenosis intestinales a la extensión, en la superficie entera del cuerpo, de tejidos
cicatrizados e insensibilizados.
“El tubo a través del cual orinan la mayor parte de los hombres no está hecho de piel,
está hecho de una clase especial de tejido que puede lidiar con el contacto con la orina,
y estar continuamente húmedo y tibio, sin romperse o infectarse. Los tubos que ellos
hicieron para mí, sacados de la piel de otras partes de mi cuerpo se rompían una y otra
vez, y regularmente tenía infecciones de vejiga (…) Nunca he estado sin fístulas
(agujeros en el pene, donde la cirugía se ha roto), y el tubo entero me ha sido
reemplazado dos veces, con largos colgajos de piel” (Howard Devore).
La confección de una neovagina utilizando un trozo de intestino no solamente instaló en
mi cuerpo, sino que dañó el intestino de manera permanente… un trozo que seguía
funcionando como tejido intestinal produciendo un líquido que no dejaba de
acumularse en el tramo superior de la neovagina; cerrada en el medio por la presión
de los músculos perineales, el líquido terminó por invadir la cavidad peritoneal; una
septicemia y seis años de dilataciones continuas”. (Mauro Cabral).
“Dudo seriamente que el doctor Howard Jones, quien realizara mi cirugía genital,
haya prestado atención alguna a esa función. No tengo clítoris en lo absoluto. Lo que
sea que haya estado ahí antes parece haber sido reubicado, quizás entró al programa
de protección de testigos y ahora vive en Arizona. Jones parece haberse preocupado
por asegurar de que fuera posible penetrarme, ya que mi “vagina” parece ser lo
suficientemente profunda como para permitirlo. Parte de mi antebrazo izquierdo fue
llamado al deber, lo que me molestó muchísimo al salir de la cirugía (Kira Triea).
- La jerarquización sexuada y sexual del cuerpo –allí donde ciertos órganos sostienen de
modo ineludible la asignación de sexo, y son implicados en una sexualidad
9
estereotipada- es expresada en diferentes autobiografías en relación a una consecuencia
impensada: la desatención, prolongada a lo largo de toda la vida, de otras
consecuencias de los síndromes intersex, juzgadas como no sexuales –es decir, que no
comprometen ni la asignación de sexo ni la vida sexual standard- así como de las
consecuencias específicamente sexuales –en particular, en relación al placer genital.
“¿Para qué son los genitales? Mis genitales son para mi placer. En una cultura
sexualmente represiva con una pesada inversión en la ficción de la dicotomía sexual,
los genitales de l*s niñ*s son para discriminar niños de niñas” (Cheryl Chase).
“Mi pene era muy pequeño (menos de una pulgada de largo) y mis testículos no habían
descendido. Los doctores les dijeron a mis padres que con semejante genitales
pequeños sería imposible que yo pudiera funcionar como un hombre, y que había que
realizar una cirugía para que pudiera ser criado como una chica” (Hale Hawbecker)
“Durante casi más de quince años no hubo ninguna mención acerca de las posibles
conexiones entre el MRKH y el desarrollo de artrosis precoz. No solo se trataba de una
posibilidad a lo mejor remota; era algo que no tenía nada que ver con lo importante, mi
vida sexual y la vida sexual de mis potenciales compañeros sexuales. Tener o no tener
una vagina “usable” parecía una cuestión prioritaria en ese sentido, en tanto que el
uso de las manos podía esperar; siendo un practicante habitual de fistings, la omisión
no solo parece absurda, sino también criminal”. (Mauro Cabral).
III.5 La soledad del monstruo
Una y otra vez los cuerpos intersex son escamoteados a la mirada; escondidos en
unidades de terapia intensiva pediátrica, sólo son admitidos en el cuerpo social a partir
de su “normalización” quirúrgica, y bajo un pacto de silencio que, en muchos casos, se
extiende a lo largo de toda la vida de quien fuera sometid* a tales procedimientos
sociomédicos.
Desde mi nacimiento hasta mi cirugía, mientras fui Charlie, mis padres y médicos
consideraron que mi pene era demasiado pequeño, y con la uretra en una
posición“incorrecta”. Mis padres estaban tan traumatizados por la apariencia de mis
genitales que no le permitieron a nadie que los vieran; ni niñeras, ni abuela o tía
colaboradoras. Entonces, en el momento mismo en el que los médicos especialistas en
intersexualidad declararon mi “sexo verdadero” como femenino, mi clítoris fue de
pronto monstruosamente largo. Y todo esto ocurrió sin ningún cambio en el tamaño
real o en la apariencia del apéndice entre mis piernas” (Cheryl Chase)
“Había crecido pensando en que la razón que había tenido para cortar mi clítoris
cuando tenía seis años era que en el mundo no había otra como yo, que yo era la
única” (...) No fue hasta que la pintura de yodo se fue, y que el dolor cediera que me di
cuenta que no tenía más lo que había tenido antes. Y fue la primera vez que caí en la
cuenta que había sido tan fea que había tenido que cambiarme” (Morgan Holmes)
“Creo que los doctores asumieron que yo estaba tan horrorizada por mi clítoris
sobredesarrollado como ellos lo estaban, y que no había necesidad de discutirlo
conmigo” (Angela Moreno)
10
- Las representaciones visuales de la intersexualidad continúan hasta hoy regidas en
gran medida por el estilo representacional de la anatomía patológica –profundamente
des-subjetivizante- o bien el de la representación mitológica o fantástica (que también
deshumaniza).
“Leí en grandes volúmenes médicos con fotos en blanco y negro de infantes, como
insectos clavados a una tabla para su estudio. Y para mi desmayo, la mayoría de esas
fotos eran seguidas por una imagen de su “corrección” quirúrgica. El clítoris era
removido y sólo quedaba espacio en el lugar donde una vez creció la belleza, como un
bosque siendo talado, y dejado solo con muñones, vacío y desolado. Yo pensaba cómo
sería sentir tocar esa carne sin respuesta... pensaba cómo sería sentir si esa carne
estuviera entre mis propias piernas... pensado como otra fracción de una pulgada me
hubiera destinado a la misma suerte”. (Kim).
“Las únicas imágenes que encontré fueron historias patologizadas de caso en textos
médicos y revistas, primeros planos de genitales siendo señalados, apuntados, medidos,
cortados, y suturados –fotos de cuerpo entero con los ojos cubiertos” (Cheryl Chase).
“Sanar es un proceso sin fin. La sensación de estar completamente sol*s puede ser la
parte más dañina de los que se nos ha hecho”. (Cheryl Chase).
“Escuché y sentí la ira, que como la mía, trataba de comprender por qué habíamos sido
forzadas a pagar con una onza de carne el fracaso de nuestros padres, sus amigos y
relaciones, para amarnos incondicionalmente” (Morgan Holmes)
-Son conocidas las fuertes conexiones –históricas, semánticas, metafóricas- que han
relacionado y relacionan, aún hoy, intersexualidad y homosexualidad en Occidente10 .
No solo es posible rastrear esas conexiones en el llamado tropo de la inversión –que
describía y explicaba la homosexualidad como una forma de intersexualidad psíquica, o
en las conexiones metonímicas, paranoicas, que han vinculado históricamente
anormalidades corporales y aberraciones de todo tipo, incluyendo las sexuales. Los
protocolos de “normalización” corporal ponen en juego, en su aplicación, la
corporalidad necesaria de la sexualidad heterosexual –sin la cual la amenaza de la
homosexualidad se yergue insistentemente. Sin embargo, algunas narrativas intersex
contemporáneas señalan el funcionamiento no solo de criterios heternormativos de
normalización, sino también criterios homonormativos de exclusión.
“La historia era si iba a ser capaz de penetrar a una mujer. Bien, no estoy interesado
en penetrar a ninguna. La heterosexualidad no es mi lugar. Pero ¿qué hay en la
homosexualidad para mí? ¿Alguien vio un cuerpo como el mío en una revista gay, en
una porno gay?( Ariel Rojman)
“Finalmente escuché la historia completa de su affaire en la universidad con una
mujer, y las seis palabras que ella dijo en la cama que cambiaron el curso entero de la
vida de Max: “Hey, en serio eres rara”. Max me dijo que ella entonces sabía que era
lesbiana, pero que no podía estar con mujeres porque ellas se darían cuenta de cuán
diferente era su cuerpo” (Tamara Alexander)
10
Herdt (1996).
11
“Recuerdo una vez haber ido al médico en un viaje de campamentismo scout, y al
doctor con la mirada horrorizada fija en mis genitales y bruscamente diciendo –quien
te hizo esto? –palabras que todavía suenan en mis oídos y me hacen sentir mortificado
25 años después”. (Hale Hawbecker)
El peso del silencio, del secreto instalado en el centro de la biografía personal y
familiar, trabaja de manera continua en la conformación de un extrañamiento
monstruoso, que la visibilidad comunitaria está lentamente comenzando a romper.
“Escuché y sentí la ira, que como la mía, trataba de comprender por qué habíamos sido
forzadas a pagar con una onza de carne el fracaso de nuestros padres, sus amigos y
relaciones, para amarnos incondicionalmente” (Morgan Holmes)
“Sanar es un proceso sin fin. La sensación de estar completamente sol*s puede ser la
parte más dañina de los que se nos ha hecho”. (Cheryl Chase).
IV. Es posible considerar los cinco tópicos propuestos en la sección pasada como una
suerte de excusa expositiva –un modo, entre otros a la mano, de introducir, una y otra
vez, ciertos dilemas que laten en el núcleo de la empresa misma del decir –del decir
autobiográfico intersex pero también, y decisivamente, en su decir político. Plantearé en
este punto dos dilemas particulares –para los cuales, debo advertir, solo cabe en ese
lugar la reformulación incesante de sus preguntas, más que la proposición de
improbables respuestas.
IV.1. Yo, intersex... o el dilema del testimonio (im)posible
Desde su inicio, desde mi mismo título, coloqué esta presentación bajo el signo del
estado de excepción –aquella figura que, exterior al derecho, funda su posibilidad; ese
estado que, al decir de Walter Benjamin, ha devenido, paradójicamente, la regla 11 .
Sería relativamente sencillo –y seguramente atinado- identificar la intersexualidad con
un cierto estado de excepción: en el contexto del dimorfismo sexual como regla, los
cuerpos intersex, en sus innumerables variaciones, representan tanto la excepción
recurrente al standard binario como la continua interpelación de sus fundamentos. Sin
embargo, la excepcionalidad representada por la intersexualidad –tal y como confío que
los diferentes testimonios incluidos en este trabajo permitan sustentar- no se sostiene
prioritariamente en las variaciones respecto de la diferencia sexual standard, sino más
bien de la diferencia ética que comporta el manejo sociomédico actual de la
intersexualidad. De este modo –y tal es la idea que quisiera introducir en primer
término para su discusión- las personas intersex somos colocadas en un estado de
excepción no por nuestros cuerpos, sino más bien por los dispositivos de
“normalización” corporal e identitarias. Lejos de ilustrar meramente el lugar de lo
excepcional en la cultura, estudiar el manejo sociomédico de la intersexualidad
contribuye esencialmente a iluminar la regla –es decir, la matriz de subjetivación misma
que nos convierte en sujetos –éticos y políticos- diferenciados. 12
11
12
Agamben (2002).
Butler (2001) y (2002); Crouch (1999); Spivak (2004).
12
Quisiera en este punto retomar una segunda cuestión asociada a la intersexualidad como
estado de excepción –el status del testimonio. Tal y como afirmara más arriba, la
producción de narrativas autobiográficas testimoniales ha configurado, durante la última
década, una de las estrategias políticas privilegiadas del movimiento de personas
intersex. Sin embargo, el status de las personas intersex como testimoniantes no deja de
plantearse bajo una forma dilemática: si el género, la ley y el lenguaje funcionan a partir
de binarios insalvables,¿en qué lengua testimoniar, de qué modo hacer pasar el cuerpo
por el cuerpo mismo del discurso? Si la intervención biomédica arrasa con posibilidades
corporales –y subjetivas-, ¿existe un testimonio intersex que pueda hablar desde el
exterior vedado del género, comunicar una exterioridad que permita visibilizar el
funcionamiento de la regla?
Un problema adicional –y nada menor- es aquel presentado por el propio vocabulario
utilizado, incluyendo, decisivamente, el vocabulario de los derechos: género,
identidad, roles, expresión de género son conceptos que, migrados hacia el feminismo y
el activismo político gltb, conllevan sin embargo la carga histórica y semántica de su
contexto de producción –el laboratorio biomédico de normalización corporal e
identitaria de niñ*s intersex.13 ¿Será la lengua de la biomedicina la que haga posible la
emancipación? ¿Es posible pensar en los testimonios intersex como un socavamiento
permanente de la lengua biomédica, o, como advertía Audre Lorde, las herramientas
del amo nunca desmantelarán su casa? ¿De qué modo articular políticamente la
denuncia de un vocabulario instituido a través del borramiento de sus orígenes? ¿Cómo
contaminar la lengua, testimoniando en una lengua sin salida? ¿Cómo falsear sus
límites? La inclusión excesiva de fragmentos testimoniales en este texto a procurado
provocar, siquiera en grado de tentativa, la desestabilización en aquello de Derrida
llamaba la locura de la lengua –la que es la única a nuestro alcance, la que no nos
pertenece. ¿Cómo lograr que la liminalidad misma testimonie en nuestro testimonio,
hacer espacio en nuestra voz y nuestra escritura a lo que no tiene voz?¿Cómo hacer que
la mordaza comunique, que la sutura hable?
IV.2Yo, intersex... o el humanismo como dilema.
Hemos asistido, durante las últimas décadas, a un continuo embate teórico y político
contra la posibilidad misma de un sujeto a la vez abstracto y universal de la
epistemología, la ética y la política. La muerte del Sujeto ha resultado en la emergencia
de una miríada de sujetos situados –ética, racial, religiosa, etaria, sexual, genéricamente
situados-, mientras que la idea misma de una subjetividad universal ha sido denunciada
en tanto reducción a ideales regulativos hegemónicos, histórica y culturalmente situados
(paradigmaticamente, aquellos de la masculinidad occidental blanca, adulta, de clase
media y plena capacidad física). La misma proposición de una Humanidad –en términos
universalistas- se ha visto enfrentada a lo largo del siglo XX y en los pocos años
transcurridos del XXI a la experiencia de su fracaso. Desde los márgenes exteriores,
pero también desde las rasgaduras interiores, las figuras del apátrida, el extranjero, de
la otredad, han interpelado e interpelan la posibilidad de una humanidad de rango
universal. Los procesos históricos de ampliación –tanto del repertorio de derechos
considerados como aquellos los sujetos de los mismos- han revelado el difícil y
doloroso trance de asumir aquello que excedía –y que conformaba, desde el marco
derrideano, el exterior constitutivo mismo de los derechos humanos y nuestra fe
13
Hausman (1995); Haraway (1995); Preciado (2002).
13
iluminista en su extensión. Sin lugar a dudas, la sostenida crítica feminista a las
restricciones sexistas en la conceptualización clásica del sujeto del derecho a tener
derechos obraron un rol fundamental en la emergencia de los cuerpos sexuados como
instancias de situación subjetiva específica, ineludibles a la hora de configurar un
repertorio de derechos inclusivo, y en permanente tensión con la universalidad como
horizonte irrenunciable. Hombres y mujeres han emergido como los sujetos de una
humanidad que reclama para sí derechos humanos –y que ha establecido, en las últimas
décadas, la necesidad de traducir, especificando, demandas universales en los términos
concretos de subjetividades sexuadas también concretas -siendo los derechos del niño y
la niña, así como los derechos sexuales y los derechos reproductivos los que emergen
con mayor claridad en ese proceso.
Desde un posicionamiento subjetivo intersex, tanto teórico y como político, es posible
para mí proponer que, si bien el proceso de ampliación y situación antes mencionado ha
introducido decisivamente la idea de una ciudadanía y una humanidad sexuadas, esa
introducción aún incompleta funciona sobre una concepción standard de corporalidad.
Más aún: que ese standard, identificado con el dimorfismo sexual como hecho,
funciona en nuestra cultura como una continua matriz prescriptiva de la diferencia
sexual dimórfica, binaria, como valor. De este modo, y de modo recurrente, las
intervenciones sociomédicas previstas por los protocolos atencionales vigentes –
aquellas que produjeron las marcas narradas, una y otra vez, en los testimonios
incluidos en este trabajo- aparecen justificadas repetidamente desde el mismo discurso
de los derechos humanos, en tanto dicen proporcionar la posibilidad de una incorporación a la enunciación genérica, como hombres y mujeres, es decir: sujetos de
derecho. 14 La concepción cultural y jurídico-normativa de humanidad vigente implica,
para el activismo y la teoría política intersex un dilema complejo: por un lado, el
discurso de los derechos humanos aparece como un instrumento privilegiado al cual
apelar en defensa de la autonomía decisional y la integridad personal de l*s niñ*s
intersex; por otro lado, mientras la humanidad sexuada permanezca encasillada en un
standard asumido como valioso y deseable tout court, el humanismo de los derechos
humanos seguirá siendo insuficiente en el me jor de los casos, o una trampa
argumentativa, en el peor –capaz de justificar aquello que el activismo y la teoría
política intersex denuncian como formas inhumanas de humanización.
El respeto de derechos humanos de las personas intersex, su formulación misma,
tendrán lugar a mí entender sólo en la medida en que sepamos asegurar la emergencia
de un humanismo radicalizado, de un humanismo ampliado o de un pos-humanismo,
capaz de encarar críticamente las coacciones normativas de esos ideales regulativos que
aprendimos a llamar naturaleza. 15 Un humanismo ampliado, radical, poshumano, capaz
de asumir aquello que bien sabía Andrés Rivera –que sólo los sueños que omiten la
sangre son de inasible belleza.
________________________________________________________
Dedicado a Ariel Rojman, el que sobrevivió para contarlo.
14
Tal es la idea defendida, por ejemplo, por el jurista peruano Carlos Fernández Sessarego. Véase
también Dreger (1999); Hausman (1995).
15
Haraway (1995); Halberstam y Livingston (1995); Preciado (2002).
14
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