Escultura negativa, de Eva Lootz. Presentación de Eva Lootz, CaixaForum Madrid,15 de enero de 2015. Quiero en primer lugar agradecer a la Fundación de La Caixa la posibilidad de poder hacer este libro que ha sido muy importante para mi, tanto en el plano personal, pues me ha dado un punto de apoyo en un momento particularmente difícil, pero también en el plano intelectual, porque ha dado lugar a contextualizar el conjunto de mi trabajo e interrogar la coherencia de su desarrollo. Quiero agradecer también a mis amigos y colaboradores que con su sensibilidad y eficacia han contribuido a través de sus textos, de su saber hacer editorial y sus sugerencias a darle forma al volumen que hoy presentamos. Se podría decir que mi trabajo consiste en un esfuerzo prolongado de escucha a través de la atención prestada a la materia. Frente a lo enmarañado e incierto de la subjetividad humana, los atributos del cuarzo, de la sal o del mercurio son constantes e independientes de nosotros, están ahí fuera y hablan su propio lenguaje. Ese dialogo con la materia, con los fenómenos ‐propio también de la ciencia, si bien en el caso de la ciencia se trata de una expresión formalizada y siguiendo unos métodos prefijados‐ ha marcado, si bien de manera abierta, no codificada, es decir, salvaje, mi manera de proceder. ¿Qué quiero decir con eso de salvaje? Que ‐sobre todo al comienzo de mi trabajo– buscaba una manera “otra” de proceder, buscaba un camino no para llegar a una meta sino para desplegar un territorio donde perderme. Sembrar rodeos y cosechar devenires. Producir para ser producido, decíamos entonces. Y todo ello porque partía de una desconfianza radical hacia el hecho de convertirme en sujeto de la enunciación. Lo inexorable de los atributos de la materia es precisamente lo que he sentido siempre como un alivio, he hecho de ello mi farmacón, frente a lo problemático de la subjetividad. Y ¡cómo no iba a sentir la subjetividad como algo problemático si las mujeres de mi generación nos hemos educado en el interior de modelos de pensamiento íntegramente acuñados por el razonar masculino! El culto al genio por ejemplo. Estudiar la génesis de ese culto, ‐me lo recordó Piedad ayer‐, su despliegue, decadencia y derrumbe podría ser el tema para todo un ensayo… 1 Mencionaré aquí solo que a nosotras nos llenaron los oídos con la grandeza de las obras maestras, nos emborracharon con Miguel Ángel, Leonardo y Bramante, trasmitiéndonos, dicho sea de paso, una visión completamente falseada de Leonardo, nos embarcaron en un alegre galope al parnaso a través de los clásicos con Goethe, Schiller y Lessing a la cabeza, seguido por los monumentos de Roma, Florencia y Constantinopla, brillando naturalmente las mujeres por su ausencia y siguiendo siempre al pie de la letra el guión del espíritu que se eleva por encima de la materia. Huelga decir que en vista de eso, en cuanto pudimos nos apresuramos a ponerle dinamita a las glorias del pasado. Así, el comienzo de mi trabajo lo recuerdo como un querer hacer tabula rasa. Escuchar por tanto a la materia, su calidad impasible e indiferente a lo humano, trazar sus mapas, rastrear su gramática. Fundir parafina y lacre, untarse el cuerpo de alquil, acostarse sobre un montón de plumas, derretir plomo, seguir los caminos del mercurio. Este libro recoge en gran medida el trabajo de los años 80, aquella parte del trabajo imposible entonces de presentar en una galería de arte, recorre los yacimientos más importantes de la península y emprende un itinerario por los lugares del cobre, del mercurio, del oro, de la piedra, de la sal, de un conducto de agua, de una cuenca hidrográfica y finalmente de un oasis en vías de desaparición. ¿Qué es pues la escultura negativa? Es el reverso de la escultura como expresión del genio. ¿Qué son los monumentos negativos? Son el reverso de los monumentos como expresión de la autoridad en el espacio público. Y con tanta insistencia en la materia ¿qué hay de las ideas? me dirán ustedes. Pues claro que hay saberes que son puramente mentales, como el manejo del lenguaje, de los números, de la geometría. Así el principio de Tales de Mileto es válido en Egipto, en Siberia o en el Polo Norte, y es independiente de que tenga catarro, sea coja o tuerta, blanca o negra. Pero hipostasiar esta fuerza de la mente, convertirla en principio vencedor, en garante de la autoridad masculina, apropiársela, adjudicársela en exclusiva, he aquí la extralimitación y, por así decirlo, el delito del patriarcado que ha permitido durante más de mil años relegar a la mujer, al artesano, al obrero, al primitivo, al salvaje, al bárbaro. Y lo bueno del arte plástico es que una se las tiene que ver con procedimientos y materiales de muy distinta índole, con el barro, la madera, la tinta, el yeso, el plomo, el hierro y hasta con inventos como la electricidad, la trasmisión del sonido o el ordenador… y allí aprende. 2 Aprende que el artesano que sopla el vidrio o talla la madera, el calderero que repuja el hierro, el fundidor o el técnico de sonido, no “vencen” nada sino que se convierten en una prolongación de las fuerzas que están en juego. El buen artesano, y eso se puede extender a las nuevas tecnologías, es aquel que sabe introducirse en una cadena de receptividades hasta automatizar el manejo de sus herramientas de tal forma que se convierten en su segunda naturaleza; como por otra parte sabían bien ciertos sabios chinos, allí están las observaciones de Shitao con respecto a la pintura. Shitao dice: el papel se abre a la tinta, la tinta al gesto, el gesto al pincel, el pincel a la mano, la mano al corazón. Cualquiera que haya aprendido a tocar el piano o montar en bicicleta sabe de cómo algo que al principio parece imposible de lograr, practicado con perseverancia, después de un tiempo se vuelve tan fácil que forma parte de ti. Sin embargo, frente a una comprensión llamémosla holística del aprendizaje, nuestra tradición ha privilegiado un planteamiento en términos guerreros. En nuestra cultura irremediablemente hay que vencer. Tenemos que “vencer” a los obstáculos, a las resistencias, al desánimo, a la desgracia, a la superstición y no sé a cuantas cosas más. Vencer, dominar. El bailarín o la bailarina occidental aprenden frente a un espejo. El aprendiz de bailarín o de bailarina en Bali, siente como el maestro se le acerca por la espalda, se pega a su cuerpo, pone sus brazos por debajo de sus axilas como si lo quisiera levantar y lo mece en el movimiento que el discípulo debe aprender. ¡Qué diferencia! Para nosotros saber es dominar, decimos tradicionalmente: este hombre no domina el inglés, este pintor no tiene dominio del dibujo. Y dominar es a la vez ser dueño, amo y propietario, decimos: esta mujer no es dueña de sus instintos, este niño aún no es dueño de sus impulsos. Y a pesar de que últimamente hay voces que revindican la importancia de la inteligencia emocional para la convivencia y hay una alerta generalizada sobre el estado de la enseñanza, nuestra educación sigue siendo un adiestramiento para el ejercicio del dominio, una escuela para el fomento de la agresividad y una exhortación a ser el primero, lo que con el tiempo, como de sobra han mostrado los antropólogos, lleva a socavar la cohesión de la comunidad, hace frágil al individuo y crea sociedades enfermas. Creo que mi trabajo, desde las “papillas elementales”, donde a través de la viscosidad de la parafina indagaba en las uniones pre‐estructurales, hasta los monumentos negativos, que hacen visible lo que tanto tiempo se escondía en el ángulo ciego ‐esos huecos sobre los que tiembla el aire, esas catedrales al revés en las que retumba la carencia de poder‐ es una contribución al desmantelamiento del mito de la supremacía del espíritu y la servidumbre de la materia y un puntapié al culto del genio. Diré sin embargo y para prevenir malentendidos que, evidentemente, no propugno derribar la catedral de Burgos o el Panteón de Roma ni reniego de la tradición de 3 Occidente, que asumo y en la que me reconozco, sino que animo a superar y repensar los esquemas obsoletos que enfrentan naturaleza y cultura, materia y espíritu, mente y cuerpo, amo y esclavo, civilización y barbarie, tan arraigados aún en la opinión de una gran mayoría. No se trata tampoco de renunciar a las figuras básicas de las estructuras cognitivas sin las cuales la mente no podría funcionar, estudiadas en detalle por la historia de la ciencia, como son oposición, diferencia, exclusión y dualidad, sino de poner al descubierto el procedimiento por el cual estas figuras se convierten en herramientas al servicio de la dominación, el sometimiento y la explotación del ser humano por el ser humano. De lo que sí se trata es de contradecir la épica del progreso, de interrumpir la aterradora cadena de sacrificios, perpetrados por el poder en nombre del “avance” de la humanidad. Desde Ifigenia que ha de ser sacrificada para atraer vientos favorables, haciendo posible así que puedan zarpar las naves de los hombres, ‐ como me recordó Piedad también ayer ‐, hasta el último y sangrante sacrificio que exige la economía de mercado y que no es otro que el de los pueblos autóctonos, los “pueblos primeros”. Y aquí empalmo con el oasis de Quillagua a orillas del río LOA, el último capítulo de mi libro. Se trata de un oasis en medio del desierto más árido del planeta, el desierto de Atacama en Chile, cuyos habitantes, mayormente población autóctona del pueblo aymara, vivieron allí desde tiempos inmemoriales de manera perfectamente sostenible, dedicándose a la pesca del camarón, la plantación del maíz y a la ganadería. Para desgracia de esta gente los grandes yacimientos de mineral de cobre, las minas de Chuquicamata y las de Santa Elena se encuentran en una zona relativamente próxima y el cobre representa una de las partidas esenciales de la economía del país. Lo que ha sucedido en los últimos veinte, treinta años es que cantidades ingentes de metales pesados se han filtrado a través de las aguas subterráneas hasta contaminar el río, mejor dicho, lo que queda del río, pues las explotaciones mineras requieren gran cantidad de agua y las empresas no dudaron en desviar las aguas del río Loa, a pesar de los pleitos existentes, convirtiendo aquel cauce en una charca pestilente y causando una degradación total del ambiente. Como consecuencia de todo aquello se acabó la agricultura y la pesca, forzando la gente a emigrar. En aquel pueblo apenas quedan unas cuantas familias que sobreviven gracias a unas cabras, unas raquíticas huertas y un camión cisterna que les lleva el agua, como ha documentado Jorge Marzuca en un estupendo documental. Y eso es lo que pasa con todas las sociedades de economías de supervivencia, sucede en comunidades de la India, en el Amazonas, en Australia, en Vietnam, en Perú, en Paraguay, en Groenlandia, en el Ártico, en Canadá, en Rusia y seguro que no he nombrado a todos los sitios. Son en gran medida economías del intercambio, del trueque y del don, que la economía de mercado en su afán de expansión ilimitado no está dispuesta a tolerar y por tanto las destruye, las sacrifica. 4 ¿Hasta cuando estamos dispuestos a tolerar sacrificios como éste? El exterminio de los últimos “pueblos primeros”. ¿Será porque siempre me he sentido un poco “primitiva” que me conmueve tanto el destino de esos pueblos? No sabría decirlo. En cualquier caso no nos dejemos llevar por los prejuicios de este mundo supuestamente “desarrollado”; si esas comunidades mueren, no solo mueren con ellas unos cuantos indios mal nutridos y analfabetos en unos rincones inaccesibles del planeta, sino muere con ellas un poso de conocimiento acerca de la tierra adquirido durante miles de años; ellos son los guardianes de un saber que ya quisiéramos a pesar de todo el instrumental electrónico que manejamos, solo que su saber no se expresa en nuestros términos, no usa nuestro tipo de lenguaje. Estamos sordos por engreídos. Haber llamado la atención sobre estas comunidades es el mérito de unos cuantos antropólogos extraordinarios. Y voy a hacer aquí un pequeño inciso: Debo a Mauricio Jalón y a su libro Diálogos reales e imaginarios el descubrimiento de uno de estos antropólogos singulares que a la vez es científico y también un gran escritor: Jean Malaurie convivió durante largas temporadas con los inuits del Ártico, fundó entre otros el “Centro de Estudios Árticos”, es editor de una serie de textos fundamentales que apareció bajo el título “Terre humaine“ o “Tierra humana” y relató sus experiencias con el pueblo de los inuits en un libro que se llama “Los últimos reyes de Thule”. Por mi parte no quiero ningún “avance” de la humanidad al precio de este exterminio. Y estoy por afirmar que nadie, absolutamente nadie de los aquí presentes votaría a favor de un “avance” así. Y sin embargo tiene lugar, sucede. Habrá por tanto que hacer algo. Por mi parte me he propuesto poner en marcha la revitalización del oasis de Quillagua. Soy consciente de que eso va a ser tan difícil como sacar petróleo de la alegría, lo que pasa es que en el fondo estoy convencida de que la humanidad llegará algún día a conseguir hacer eso –si no se autodestruye antes, claro está‐ . Por tanto, si alguien quiere ayudarme en esta tarea, con consejo, asesoramiento, trabajo, aportación de contactos, ayuda económica, de la forma que sea, será bienvenido. Estoy decidida a lanzarme al experimento de la inteligencia colectiva, veinte pares de ojos ven más que uno… Y entre tanto y para concluir les propongo una frase de Mectildis de Magdeburgo para que la consideren, fue una mística del siglo XIII, dice así: 5 Un día vi con los ojos de mi eternidad y sin esfuerzo, una piedra. Esta piedra era como una enorme montaña y era de diversos colores. Tenía un sabor dulce, como hierbas celestiales. Pregunté a la dulce piedra: ¿“Quién eres tú?, y me respondió: “Soy Dios”. 6