ARTÍCULOS PUBLICADOS EN ‘EL NORTE DE CASTILLA’, DESDE 1995. ANASTASIO ROJO VEGA www.anastasiorojo.com Alargar jubilaciones. Anastasio Rojo Vega. Acaba de celebrarse en Soria el Foro 21 sobre Población y Desarrollo Sostenible e imagino que la ciudad que comúnmente va asociada al Duero, a Machado y a Gabinete Caligari ha sido elegida para él por entenderse que es una de las que, con Teruel, menos capacidad de sostenerse tienen. Los grandes problemas planteados han sido la despoblación, el envejecimiento, el desequilibrio en el reparto de recursos y la inmigración y las no menos grandes soluciones encontradas el retraso en la edad de jubilación, la mejora de las infraestructuras de comunicación – se hacen sinónimo de llegada de inversiones - y un cambio de mentalidad que conduzca a invertir más en planes de pensiones y menos en pisos. Una leve coletilla advierte, empero: ¡ojo!, un exceso de protección medioambiental podría comprometer lo apuntado. De todo ello lo que más me ha alcanzado es lo del alargamiento de la edad de jubilación. La jubilación que se nos presenta habla de viejos - ¿de qué otra cosa podría tratar? -, pero no ya de viejos como hasta ahora han sido o hemos pensado deberían ser, autosuficientes con su pueblo, su casa, su soledad y sus gallinas, sino de viejos como vamos a ser o quieren que seamos. Antes la vejez era haberse liberado de los hijos, peinar canas y a dar propina a los nietos ¿Qué tal abuelo?. La persona mayor, el anciano, era un ser que, mejor o peor, vivía a su aire y con la mayor parte de las responsabilidades traspasadas a sus sucesores. Del viejo el consejo. Ahora dicha circunstancia no se da. El viejo actual es una persona cargada de obligaciones hasta que muere o se convierte en algo manifiestamente inútil. ¿Qué es un jubilado? Jubilar, según el Diccionario de la R.A.E, es dispensar a una persona, por razón de su edad o decrepitud, de ejercicios o cuidados que practicaba o le incumbían, en el fondo un premio. ¿Qué es un jubilata según definición de Valdelateja? Un señor o señora que tras haber ahorrado toda la vida para comprar un piso y criar y educar a unos hijos se convierte en un señor o señora que sigue ahorrando y quitándose parte de su pensión para continuar ‘ayudando’ a los hijos y criar a los nietos. ¡Pobre!, mi nuera tiene que trabajar para pagar la hipoteca. ¿Recibir a los nietos a las ocho de la mañana y encargarse de ellos hasta las ocho de la noche es vida de jubilados? ¿Eso es un premio?. En Soria han propuesto el alargamiento de la edad de jubilación, pero entonces ¿Cuándo quedarán puestos de trabajo libres para los hijos?. Es contradictorio que los del Foro se quejen en otro punto de la ‘Tardía incorporación de los jóvenes al mundo laboral’. Alargar la edad de jubilación posibilitará que los abuelos alcancen el 100 % de la pensión, pero estorbará que los que vienen sumen los treinta años de cotización que se les exigirá para llegar por su parte al pleno. Pan para hoy y hambre para mañana. El alargamiento de la edad de jubilación únicamente asegura que los viejos puedan seguir ayudando con su pensión del 100 % a hijos ocupados con contratos temporales. El alargamiento distorsiona el adecuado recambio y provoca un grave problema que se está sintiendo ya en las Universidades. Dicen algunos que el mundo intelectual es otra cosa. Dice mi padre que solamente de las varas jóvenes puede esperarse buen fruto. Futuro ladino el que habla de promover hábitos de vida saludable y alargar la edad de jubilación para hacernos el mayor tiempo posible útiles y después viene a ponernos en la frente el sello de la ley de dependencia – el de no poder valernos por nosotros mismos -, como a los lechazos, y a archivarnos, a la espera, en un cementerio de elefantes. Creíamos que íbamos hacia la sociedad del ocio – descansar, escribir memorias, contar la vida a los nietos y preocuparse por el tiempo que hace, tres narices para el cambio climático - y después de tantos sacrificios resulta que vamos a la sociedad de la extenuación. Eso los de la pensión del 100 %, los otros Dios dirá. Alboroto en Rioseco. Anastasio Rojo Vega. Un documento perdido en el archivo de protocolos de Valladolid da cuenta de un alboroto ocurrido en la ciudad del Sequillo el año 1682, en pleno conflicto entre la población y su señor feudal, el Almirante de Castilla. La información es muy interesante desde diferentes puntos de vista. Muestra que los gobernantes, en este caso el corregidor don Francisco de Angulo, son astutos y promoviendo el altercado procuran estar ausentes del lugar de los hechos, que los que generan destrozos, arriesgan la vida y acaban en la cárcel son jóvenes y pertenecientes a las clases bajas o trabajadoras, y que los vítores acabaron convirtiéndose en manifestaciones reivindicativas a finales del XVII, razón que explicaría su prohibición en Valladolid. La escritura es también la pintura de uno de estos vítores tal y como debió ser, con pequeñas variantes, el original dedicado por la cercana localidad de Mayorga a su santo Toribio. 23 de mayo de 1682: “digo que el miércoles próximo pasado veinte de este presente mes, por diferentes personas vecinas y naturales de la dicha ciudad [Rioseco] se hizo un vítor y al anochecer salieron de las casas de don Francisco Angulo, corregidor actual de ella, con cantidad de hachas encendidas y un clarín delante, auxiliados y acompañados de más de doscientas personas e iban diciendo en voces altas Viva don Francisco Angulo nuestro corregidor y lo ha de ser a pesar de cabrones y testigos falsos y Cola a don Francisco de la Mota y mueran todos los que siguen al almirante y son contra la ciudad y en esta forma fueron discurriendo por las calles y plazas de ella y llegando a las casas de las personas afectas a Su Excelencia hacían parar y que cesase el tocar el clarín y daban muchas cuchilladas en las puertas diciendo en voces altas: Salid aquí, cornudos testigos falsos, ministros de la sinagoga y otras injurias semejantes... en cuyo vítor iban Manuel Pérez y un hijo de un zapatero llamado Britos y Bartolomé González, hijo de Toribio González, botero, Andrés Sánchez y otros, y los auxiliaban sus padres y don Francisco Castañón, alcaide ordinario; Domingo Pérez, alcaide de la Santa Hermandad, dos regidores y otras personas hasta el número referido, todos prevenidos de bocas de fuego y otras armas, haciéndome y a los demás que van nombrados otras muchas injurias y agravios...”. Decían en mis años de estudiante que no podía existir cosa más tonta que un obrero de derechas. Lo ocurrido a Manuel Cornejo, fabricante de estameñas morador en la calle de Los Lienzos de la misma ciudad de Rioseco, muestra que, además de tonto, meterse en el bando inadecuado es peligroso: “el miércoles veinte de este presente mes a cosa de las siete de la tarde poco más o menos, este testigo estaba en el mentidero, que es a la Panadería de la dicha ciudad, y venía un vítor por Santa Cruz debajo de mucha gente, que oyó decir habían salido de casa de don Francisco Angulo, corregidor de dicha ciudad que vive más arriba de Santa Cruz, al Malcocinado de dicha ciudad, en el cual dicho vítor que le tocaba un hombre que está asalariado en dicha ciudad... y también iban en dicho vítor hasta veinte y dos o veinte y cuatro personas... hijos de vecinos de la dicha ciudad y estudiantes, los cuales iban diciendo Vítor don Luis de Cabrera, lo cual repitieron más de hora y media por las calles de Rioseco paseándolas repetidas veces = y después de anochecido, como una hora hasta más de las once de la noche, salieron los mismos sujetos y un hijo de Britos el zapatero y un hijo de un botero que se llama Toribio González con hachas encendidas delante y con el dicho clarín y con más de doscientas personas detrás, que no conoció e iban diciendo Vítor la ciudad y su corregidor y cola en los testigos falsos y cuando llegaron a la casa del dicho Pedro Martínez de Soto, boticario... dijeron los del vítor en altas voces Sal aquí boticario de basura, casa donde se hace la contratación falsa y le acuchillaron la puerta y rompieron la trampa de la puerta de la botica y llegando a la plaza de la dicha ciudad a una casa donde vive una persona que declaró a su merced y declarará siéndole mandado, donde se suelen juntar los que presentan la petición y otros vecinos de dicha ciudad de la parcialidad de cierto sujeto que también declaró a su merced... dijeron los del vítor en altas voces Esta es la casa de la sinagoga diciendo Mueran los testigos falsos, que esta es la casa de la sinagoga, salid acá que bien lo oís, diciéndoles palabras de provocación para que saliesen = y pareciéndole mal a este testigo se lo dijo a Gaspar de Viñambres y a Tomás de Viñambres, estameñeros, y a Juan Grande, jornalero, y a Marcos el de la ramadora, y callaron por ser del bando de la ciudad y estar en casa de este testigo cuando se lo dijo = y el día siguiente por la tarde, yendo este testigo por la plaza de la dicha ciudad los dos Viñambres y demás que lleva declarados dijeron a voces El chambergo que ha hablado mal de la ciudad y es del bando del almirante, entiende que ha de ser regidor, hablando con este testigo, y llamaron a don Francisco Castañón alcalde ordinario del dicho lugar, el cual y otros le quisieron prender y le corrieron hasta que se metió en casa de un lencero que vive cerca de la casa de este testigo y no se acuerda del nombre y se metió dentro de un arca y registraron la casa diciendo que si le cogían le habían de poner en un burro y en dicha casa estuvo hasta el día siguiente al medio día, que le dijeron que no había nadie en la calle y salió y se metió en la iglesia de Santiago de donde se vino a esta ciudad [Valladolid] de miedo que no le prendiesen...”. Medinenses viejos y nuevos. Anastasio Rojo Vega. Antiguamente ser hidalgo, es decir hijo de rico- por simplificar - servía para no pagar impuestos, razón por la que todo aquel que creía tener alguna posibilidad de evitar pasar por caja se lanzaba a plantar su árbol genealógico y a demostrar la nobleza de su apellido y la pureza de su linaje. Una aficción interesada que nos ha venido de perlas a los historiadores, por obligar a los aspirantes a rebuscar documentos que, de otra forma, seguramente se habrían perdido. Documentos carcomidos y apolillados ya entonces, pero tan necesarios para reivindicar escudos de armas y ejecutorias de hidalguía, que los aspirantes a gente bien no dudó en acercárselos a los escribanos, notarios de la época, para que se los copiasen. Las copias son lo que generalmente se salvado de ellos. Los originales, en su mayor parte, se han perdido entre digestiones de insectos comedores de papel y hongos. Y entre tantas solicitudes de hidalguía, ha caído en nuestras manos una presentada por un médico y familiar del Santo Oficio de la Inquisición de Medina del Campo llamado el licenciado Sebastián Vaca de Sacramenia - en Medina solían decir Sagramenia a los de este apellido – con fecha de 3 de noviembre de 1627 y a favor de un granadino nombrado Francisco de Tabladillo. Lo que cuenta es que fueron bastantes los medinenses – comprendiendo en el gentilicio a los de la misma Medina y a los de su tierra - que se fueron un día a repoblar las Alpujarras, tras la sublevación de los moriscos en tiempos de Felipe II, y que en su mayoría fueron gente pobre: agricultores, ganaderos y artesanos; trabajadores, es decir lo más indicada para una repoblación. Ello se desprende del testimonio del referido Tabladillo, nacido en el antiguo reino de Granada y vecino de Martos, en su afán por demostrar que era medinense por ascendencia, sí, pero, por favor, que no le confundiesen; no de los recién llegados, de los medinenses nuevos – los agricultores, ganaderos y artesanos dichos -, sino de los medinenses antiguos y nobles, de los conquistadores de Alhama. ¿Cómo demostrarlo?. Encargando al licenciado Vaca que revolviese entre los papeles de la villa de las ferias donde habían vivido sus antepasados. Afortunadamente lo de controlar el quién era quién estaba bastante bien organizado. Dado que quien era hidalgo estaba exento de pagar impuestos – como dicho es –era preocupación de la Hacienda Real que existiese un encargado de llevar el padrón de quienes lo eran en todas las poblaciones del reino. Así Vaca comenzó por lo más sencillo y pidió se le diese copia del padrón de los hidalgos de Medina en los tiempos de la toma de Alhama, año 1482. Y el expediente se abrió con un documento de 1531, copia de otro anterior redactado por un escribano del que hoy no queda nada, que da fe de cómo ‘en el año en que se tomó la ciudad de Alhama de los moros enemigos de nuestra santa fe católica Sus Altezas se quisieron servir de la dicha villa de Medina de cien peones para la guarda de la dicha ciudad de Alhama’. Es decir, que en la toma de Alhama que abrió la guerra de Granada y llevó a la definitiva expulsión de los árabes de España, participaron gloriosamente al menos cien medinenses. Cien ‘medinenses viejos’. Gloriosamente, como suele decirse, o menos, ya que el documento cuenta también que los buenos hombres del común, los pecheros, los don nadie, dijeron que eso no era cosa suya, que ellos estaban para arar tierras y cavar viñas, que las guerras eran cosa de caballeros, que sacasen de entre ellos a los soldados. Y los caballeros e hidalgos dijeron que sus altezas nunca llamaron a los caballeros hidalgos de sus reinos para peones. Porque la petición de los Reyes Católicos era de infantería y lo suyo era la caballería. El delegado de la Corona, amable, firmemente, respondió que esas diferencias no eran cosa suya, que se las arreglasen los unos con los otros como mejor supiesen, pero que sacasen de donde fuese los cien peones solicitados y a la mayor brevedad posible. Entre los encargados del negocio figuró un Juan Martín Ferrero ‘el viejo’ que aseguró tener más de cien años, cosa extrañísima en la época; primer centenario conocido de la villa. La suerte no ha sido tanta que nos haya dejado la copia del padrón completo de 1482. Era un negocio particular de Tabladillo y a responderle particularmente se limitó el notario: ‘La cuadrilla de San Juan y San Antonio: Martín Rodríguez de Tabladillo está en posesión de fixodalgo”. Pero el expediente es suficiente para saber que los medinenses – de Medina y de su tierra – tuvieron dos contactos o relaciones estrechas con Granada – Granada y su antiguo reino musulmán – entre la guerra de reconquista y la guerra de las Alpujarras. Que a la primera acudieron cien medinenses, algunos o muchos de los cuales se quedaron, como los abuelos de Tabladillo, formando parte de la clase privilegiada de los conquistadores; y que tras la segunda fueron bastantes más los que acudieron a hacerse cargo de las haciendas abandonadas por los moriscos expulsados. ¿Cuántos?. No debieron ser pocos, puesto que el terror de Tabladillo era que, siendo medinense de los viejos, le confundiesen con los nuevamente llegados. Medinneses viejos y medinenses nuevos – como cristianos viejos y nuevos – que entre finales del XV y el XVI formaron dos colonias en tierras del antiguo reino de Granada y particularmente en Las Alpujarras. Alma de compañía. Anastasio Rojo Vega. Canta dentro de mi, musa, y utilizando mi lengua cuenta la historia de aquel hombre astuto que, después de destruir la ciudad de Troya, anduvo vagando algún tiempo, vio las ciudades y conoció las costumbres de muchas gentes y padeció un sinnúmero de trabajos en el regreso, junto con sus compañeros, a casa, a Ítaca, a la isla lejana que el timonel busca poniendo proa a la oscuridad. A veces el poema era largo, muy largo, y continuaba bastante más allá del término de los postres. El noble – los trabajadores del campo y los ganapanes no suelen tener tiempo para alternar con poetas – estiraba el brazo y se reclinaba otra vez sobre el duro banco de mármol decorado con cabezas de león y quimeras metálicas. Se le había dormido de cargar el peso sobre él, sobre la frialdad de la piedra, apenas amortiguada por unas pieles de cabra. El poeta seguía desgranando su música de palabras que cantaban cosas de hombres, amores y guerras, aventuras galantes y batallas heroicas, observando de reojo cómo el anfitrión y sus invitados cabeceaban y comenzaban a dormitar ayudados por los vapores del vino. Mientras, los dioses y los semidioses, de fuerzas hercúleas y sagacidad de zorra, continuaban peleándose, amándose y engañándose. Para los humanos era tiempo de mostrar que lo seguían siendo pese a Baco, empleando la más exclusiva de sus facultades, la inteligencia. Eran banquetes a los que había que asistir llevando una frase lapidaria hecha y procurando no olvidarla al tiempo de dar las gracias. En realidad la frase inteligente formaba parte del pago simbólico de la comida, como hoy, quizá, lo fuese levantarse, tomar el decantador de vino y declamar ante los asistentes, agradeciendo la calidad de los productos servidos: coloración intensa rosa fresa con ligeros tonos violetas y aspecto limpio y brillante. Es un vino joven, fino y delicado, muy afrutado y fresco en la boca, donde se aprecia la carnosidad propia del tempranillo. Es persistente y con final equilibrado entre su estructura y su acidez. Poesía siempre. Un verso es el mejor regalo que puede hacerse, pues su valor es incalculable. En los postres todo el mundo debía sentirse y mostrarse sabio en el grado que se lo permitía la Naturaleza. En los bancos de mármol ya no se reclinaban invitados, sino filósofos. Sabios que, haciendo alarde de falsa inspiración, ponían cara de entrar en trance y hablar siguiéndola. Filósofo primero: caerse de un edificio no es tan malo cuando se va por la mitad, lo malo es cuando se llega abajo. Filósofo segundo: las bestias no pueden llegar a ser hombres, pero los hombres pueden llegar fácilmente a ser bestias. Filósofo tercero: es más fácil trabajar la piedra que la palabra. El único que no dijo nada en ningún banquete fue Kidam, el filósofo que fue famoso por ello y que se volvió mármol el día en que una lira le cogió desprevenido. Una sirena que le atrajo con sus dulces cantos. A otros hombres los llevaba hacia la muerte, a él le robó el alma. ¿El alma o el ánimo?. Esa había sido siempre su gran duda como filósofo de sí mismo ¿Él tenía ánima? Porque lo que de verdad sentía dentro de sí no era ánima, sino ánimo, el que le hacía triste o alegre, cobarde o atrevido según días y ratos. Kidam, el convidado de piedra. Una escultura sin herramientas para sentir ni decir lo que sentía. Un observador inerte condenado a contemplar cómo su alma ¿o era animo?, iba y venía sobre los platos, los instrumentos de música y las bellas como un gato, parándose un instante a ronronear como uno de ellos, independiente como todos los de su especie. Veía y envidiaba. Veía y no podía decir nada. ¿Por qué no le había tocado otra alma? ¿Por qué no un ánima de compañía? ¿Por qué una con espíritu de gato?. Almoneda de fusiles. Anastasio Rojo Vega. Seguro que conocen el chiste ese del que dejó de fumar y aseguraba a todo el mundo que era muy fácil; si será sencillo ¡que yo ya he dejado de fumar seis veces!. Pues lo de dejar las guerras lo mismo. A principios de año me sugirieron como tema la Guerra de la Independencia. A mandar. Guerra de la Independencia. Ahora los capitanes de esta nave de papel comienzan a considerar que el conflicto se está alargando demasiado, como el de Irak. Pues a obedecer nuevamente. Hágase la paz. ¡Franceses! ¡Españoles! ¡Atentos! ¡¡¡Alto!!! ¿Ven? Ya está. Es cuestión de un poco de preparación y yo la tengo. Hice la mili como sargento de infantería, unidad A.B.Q. – y nunca me he dado un adarme de importancia; experto en guerra atómica, bacteriológica y química – por el I.M.E.C., en aquellos tiempos en que se decía que la mili era no hacer nada todo corriendo. ¿Y los cañones, banderas y fusiles reunidos?. Antiguamente existía un buen sistema para repartir herencias sin que se sintiese perjudicado nadie, sin que ninguno de los herederos se considerase estafado. Se tomaban todos los enseres de por casa, hasta los orinales, y se llevaban a unos poyos de la Plaza Mayor donde un alguacil especialmente habilitado para ello, entre la horca y las verduleras, procedía a su subasta. Una especie de rastrillo en el que cada cual tomaba lo que necesitaba y pagaba lo que el pagano y el alguacil consideraban justo. Convertido todo en monedas, el reparto no podía ser más ecuánime. Se restaban los gastos de entierro del finado, se hacían partes iguales del sobrante y santas paces. Almoneda también puedo hacer yo. Distintas personas me han preguntado – y no lo digo por darme importancia, quienes me han preguntado saben que es cierto – qué fuentes estaba utilizando y de dónde sacaba los datos para los artículos. ¿Mis fuentes? Una serie amplia de memorias de protagonistas de aquella guerra, franceses e ingleses, algún italiano e incluso un polaco, junto con las historias del conde de Toreno y Príncipe, el manifiesto de Cuesta, papeles anónimos que circularon sin pie de imprenta, periódicos coetáneos y los diarios de vallisoletanos editados por el Grupo Pinciano. Blayney, Bory de Saint-Vincent, Boulart, Coignet, Custine, Desboeufs, Dumas – Alexander y Mathieu -, Espinchal, Fezensac, Foy, France Militaire, Grouchy, Hamilton, Jomini, José Bonaparte, Marbot, Marmont, Niegolewski, Pion de Loches, Roederer, Saint-Hilaire, Sarrazin, Savine, Stothert, Thiébault… Merecen ser leídas. Gracias a ellas comemos con el inquisidor en una casa del atrio de Santiago, sabemos que Kellerman, “el carnicero de Valladolid”, presumió a su vuelta a Francia de una soberbia pinacoteca - ¡qué curioso! ¿de dónde la habría sacado? ¿cuántos cuadros del Louvre y de las grandes colecciones galas no son robo de aquellos días? – y vemos cómo era el cura Merino a ojos de una Agustina de Aragón enemiga, soldado/a de caballería dragón, mademoiselle Thérèse Figuer: “El cura Merino era de talla por debajo de la media, rechoncho, cuadrado de hombros, negro como un topo, con la cara y las manos tan peludas como los habitantes de un zoo – ménagerie -, tanto pelo que le cubría las uñas; iba ataviado como los bandidos del antiguo teatro francés, cubierta su cabeza, orgullosamente, con un chacó tomado a uno de nuestros húsares…”. ¿Alguien lo había dudado? Todo está en los libros. Alpinismo de repetición. Anastasio Rojo Vega. El lunes 6 de octubre, los periódicos recogieron como noticia que Juanito Oiarzábal había conseguido un nuevo récord mundial al subir dos veces en menos de diez días al Cho Oyu, una de las cimas del Himalaya y del mundo. Con esta última, el alavés lleva sumadas veinte ascensiones a montañas de más de ocho mil metros, algo que nadie antes había hecho. Si será importante el proyecto de Oiarzábal, que ya en 1999, con tan sólo catorce cumbres, le dieron el Premio Euskadi al Deporte en la categoría de Valores Vascos. Un poco perplejo me deja esto de valores vascos, pero, en fin, será que yo no he nacido en las tierras norteñas donde se engolfa el Cantábrico. Será por ello por lo que no acabo de asimilar la concesión de otro premio titulado de Valores Humanos al maratoniano Diego García y a la también escaladora Josune Bereziartu. ¿Valores Vascos? ¿Valores Humanos?. A mí lo de juntar deportes con beneficios a la humanidad me parece mezclar churras con merinas. Que me sirva de disculpa confesar que mis conceptos filosóficos se han criado entre el barro de los páramos y, por tanto, entre ovejas. Tampoco entiendo bien el mérito de subir dos veces un mismo Cho Oyu. Yo pensaba que el alpinismo era una cosa romántica, traspasada de libertad, paisajes puros y descubrimiento del entorno y de sí mismos. Ahora resulta que es simplemente subir cuantas más veces mejor, sin atender a nubes ni a cielos. No deja de ser el Citius, Altius, Fortius – más rápido, más alto, más fuerte – del movimiento olímpico, aunque groseramente prostituido. Un lema olímpico que, por cierto, inventó un padre dominico llamado Henri Didon para un sermón destinado a los alumnos de su colegio de las afueras de París, y del que su amigo el barón de Coubertin, concurrente al acto, se apropió. Sucedió lo mismo con ese consuelo de los países que no consiguen ninguna medalla, que dice: Lo importante no es ganar, sino participar. Frase tan sobada tampoco salió de la cabeza de ningún federativo, sino de la bien cultivada sesera del arzobispo de Pensilvania monseñor Ethelbert Talbot. Si se quiere que de la boca manen máximas universales sin esfuerzo, no hay cosa mejor que estudiar para cura. La breve nota del 6 de octubre podría marcar un antes y después del alpinismo, como el año del nacimiento de Cristo. El montañismo no deberá ser en adelante disfrutar de la montaña, sino subirla muchas veces en poco tiempo, fijando marcas y buscando las mismas satisfacciones que logran los aizkolaris cortando troncos. Subir y bajar y volver a subir y bajar, convirtiendo al Everest en una noria y en una feria mayor de lo que ya es. Tú, ¿cuántas veces lo has subido?. Yo siete. ¡Bah!. Yo once. El Everest y los restantes ochomiles de la Tierra, como esos nuevos ricos turistas que recorren países y países sin enterarse de ellos, simplemente para haber estado, para ser capaces de citar en una conversación el nombre de un hotel y de una playa de Cancún, porque si no no eres nadie. O como los otros que van apuntando en la agenda la lista de restaurantes carísimos en que han cenado. Se comienza por el golf y se acaba en El Bulli. No sé por qué lo de subir muchas veces al Cho Oyu me trae a mientes otra noticia de la agencia Efe del día 3 de este mismo mes: “Diez soldados estadounidenses patrullaban a pie cerca del principal edificio gubernamental de Falluja cuando asaltantes no identificados a bordo de un vehículo les adelantaron y abrieron fuego contra ellos. Los militares respondieron a los disparos y cuatro personas: una mujer, un niño, un transeúnte y un miembro de la policía iraquí, resultaron heridos”. Le pegaron un tiro hasta a un guardia. ¿Película de Torrente?, ¿tebeo de Mortadelo y Filemón?. Desde luego el ejército americano será el más citius, altius y fortius, pero no el más serio. Será capaz de disparar más veces que nadie balas reciclables, pero sin saber entender la importancia de las cosas – siempre la vida – que se desarrollan alrededor. El neoalpinismo de Oiarzabal es disparar más veces que nadie para entrar en el libro de los récords. ¡Valiente tontería!. Lo mismo puede lograrse no cortándose el pelo, no muriendo, como el nuevo campeón mediterráneo de ciento trece años, o utilizando debidamente las escaleras de casa. No quiero jactarme, pero yo mismo podría entrar en el Ginnes con subir y bajar un millón de veces, a pie, hasta y desde el sexto piso donde habito. Lo que pasa es que me canso y, además, esta tierra es así y seguro que no me daba la medalla a los valores leoneses y castellanos. El alpinismo repetitivo de Oiarzabal me parece comparable a un concurso de hombre más fuerte del mundo en Las Bahamas. Esperemos que la sonda SMART – en inglés lista, como el agente aquel de la televisión de nuestra niñez que se pillaba las narices con una puerta – que los europeos hemos enviado a la Luna sea capaz de descubrir nuevas dificultades, porque si no, vernos siempre los mismos yendo y viniendo a los mismos lugares de aventura, va a terminar haciéndose aburrido. Altares. Anastasio Rojo Vega. He leído que se quiere recuperar la tradición de los altares en la próxima procesión del Corpus, como se hacía en el siglo XIX. Dos precisiones al respecto: el montaje de altares era ya parte fundamental de las fiestas religiosas en el siglo XVI, y no era exclusivo del Corpus. Evidentemente el Corpus era el día especial, el día del Señor de todos y por ello se ponían altares en todas las parroquias, monasterios, cofradías, incluso en los salones de las familias pudientes; pero el resto del año también había altares, expuestos a la admiración pública en días particularmente señalados: en determinado convento por la beatificación de uno de la orden; en el monasterio de San Francisco el día de San Francisco; en la parroquia de San Miguel el día de San Miguel, etc. Tantos, que permitieron el nacimiento de una profesión y de unos profesionales especializados en montarlos, llamados maestros altareros. Piensen en lo que son actualmente los maestros falleros de Valencia y acertarán en imaginar cómo trabajaban aquellos expertos. Porque no era cosa de voluntariosas improvisaciones como, imagino, serán las anunciadas, sino obras de arte efímero, instalaciones, arquitecturas cuyo diseño había sido previamente aprobado por el convento, monasterio, cofradía... eligiendo entre las diferentes creaciones recibidas de los distintos maestros. Eran montajes profesionales llenos de colorido, sobre todo de colorido, y de objetos preciosos: porcelanas chinas, espejos, relojes, vidrios venecianos, plumas y ramilletes de flores de seda, candeleros de plata, relicarios, la custodia del templo, alfombras, tapices... Unos los ponía el contratante, otros eran prestados para el caso por los parroquianos y devotos, y otros eran, simplemente, alquilados al maestro altarero, que disponía de un almacén lleno de brinquiños, bujerías y ramilletes de plumas y flores de seda de colores; docenas y docenas de ramilletes, a cada cual más vistoso. Reflejos, brillos y colores. Amor caballeresco. Anastasio Rojo Vega. Parece cierto que las dos fuerzas que mueven el mundo son el amor y la muerte. También lo de que para los hombres lo más importante es el sexo, siendo el amor y la seducción dos vías para conseguirlo, y para las mujeres el amor, quedando el sexo relegado a herramienta – se me permita – con que obtenerlo. Lo digo porque, si se mira y escucha detenidamente, todo a nuestro alrededor son canciones y películas, libros y anuncios en los que se habla de amores deseados, desgraciados, desengañados y, más raramente, felices. Lo de la muerte raras veces ha inspirado el estro de poetas y cantantes desde que Jorge Manrique escribiera aquello de “Nuestras vidas son los ríos, que van a dar a la mar, que es el morir…”. ¡Cuidado que se sufre por culpa del amor! Y se me han olvidado las series de televisión y aquellas radionovelas con los que nuestras madres y abuelas repasaban calcetines, al huevo de madera y al calor de la cocina económica, engarzando lágrimas como lentejuelas entre puntada y puntada. Ama rosa y similares. Hasta el Quijote es una fábula al estilo Corín Tellado, por más que la hayan magnificado. La historia de un calzonazos que andaba detrás de una tal Dulcinea, haciendo cosas que le llevaron a la gloria pero no a los brazos de la manchega. La gloria para el gato, dicen que dijo don Alonso Quijano, que era bueno pero no tonto. Amor caballeresco. ¡Ja!. Tenía cuatro grados, por los que debía pasar el caballero como si de una carrera universitaria se tratara. La bella hacía de tribunal. Miraba. El pretendiente iniciaba el proceso como indeciso – seignayre en lenguaje trovadoresco -, pasaba a ser suplicante, llegaba a ser escuchado y finalmente amigo, es decir hombre afortunado que conseguía lo que quería, vulgo llevársela al huerto ¿Los que no? Idiotas empapados de sensibilidad caballeresca que se empeñaban en hacer las cosas difíciles. Don Quijote supo bien de hacer locuras para demostrar amores. Es que los aspirantes a amigos estaban obligados a realizar sin reflexión las órdenes más caprichosas, a llevar a cabo las acciones más peligrosas gratuitamente, sin esperar otra recompensa que la felicidad de obedecer a la amiga, según las leyes de la cortesía y del amor. La dama no debía a su servidor ni agradecimientos ni recompensas; los favores que ella se dignaba conceder no eran más que puro efecto de su generosidad. Ella era la domnei o domna, su dueña y señora; él, el condenado a domnear, a rendir el culto y los servicios que podían llevarle a ser admitido como domneiaire. Sí Héroe suena a Eros, domna y domneiaire evocan dominado y dominatrix. ¿Todo para qué? Para acabar cumpliéndose lo del refrán de Más vale llegar a tiempo que rondar cien años y que después de haber hecho la última ridiculez llegase uno con sex-apple y se llevase el oscuro objeto de deseo al de Melibea. ¿Dulcinea…?. ¿Y ahora qué?. Poesía: “hazme un sitio en tu montura / caballero derrotado, / hazme un sitio en tu montura / que yo también voy cargado / de amargura / y no puedo batallar // Ponme a la grupa contigo, / caballero del honor, / ponme a la grupa contigo / y llévame a ser contigo / pastor”. Y si el día hubiera sido tan malo que además de perder a la manchega nos hubiéramos equivocado de caballero y subido a las ancas del penco de Lucky the Luck – el cow boy que disparaba más rápido que su sombra -, pues tomarle el silbido de la pradera – I am a lonesome boy… -, que no hay mal que cien años dure, y asaltar los 40 Principales. Yo letra y tú música ¿Vale Lu? ¿Título? Lo importante es sobrevivir. Nuestros amos inteligentes. Anastasio Rojo Vega. Recuerdo vagamente el título de una canción que estuvo de moda hace algunos años, es decir, algunos para mí y toda una vida para los adolescentes que pasan al lado aprendiendo a hacerse los amos de la calle y de la suya. Se titulaba algo así como El video mató a la estrella de la radio y filosofaba sobre que estábamos asistiendo a un fenómeno imparable por el que la televisión, el video y el ojo sustituirían al oído, a las emisoras de radio y hasta al mismísimo cine. Ahora lo que se barrunta y agorea es algo parecido pero distinto, que Internet acabará con la prensa escrita y con los libros. Se acabó el comprar estanterías y el repetir eso tan manido de que el saber no ocupa lugar porque, en efecto, no ocupa más que pueda hacerlo un sagrario en el inmenso edificio de una iglesia o catedral, si se me permite el símil laico. Irreverente, quizá, pero bien traído, porque el tamaño del ordenador personal vigente en estos momentos, es más o menos ese y también se ha convertido en el sancta sanctorum de la vivienda, al menos entre los más jóvenes. Dicen que la literatura no servirá para nada. Mentira. Servirá para que pongamos nombre a un quinceañero sin móvil y sin ordenador. Es un Robinsón Crusoe, diremos por haber leído. Sólo por haber leído, porque ¿a quién que no lo haya hecho se le ocurriría el nombre de Robinsón Crusoe con lo que conlleva?. Aseguran que el ordenador e Internet acabarán con la lectura y sin embargo cada vez son más los periódicos gratuitos que regalan en la calle y los suplementos que los periódicos de pago de toda la vida ofrecen en los kioscos ¿No es un contrasentido?. Y en dichos suplementos y en los periódicos mismos, cada vez hay una presencia mayor de artículos históricos, lo que no es menor paradoja. Sea ejemplo uno que he hojeado este pasado fin de semana y que contenía un resumen de la vida y obra de Leonardo da Vinci, magnificándole - ¿qué otra cosa podría hacer para no herir sensibilidades?- en sus distintas facetas de hombre renacentista, es decir de genio. Una de las páginas aparecía llena de dibujos del corazón humano, porque Leonardo fue de los que creyeron que el hombre era un mecanismo, un autómata dirigido por el alma, un robot animado, y que conociendo sus componentes podía llegarse a entender mejor su esencia, como conociendo las piezas de un reloj es más fácil saber cómo funciona y hacer un arreglo si se avería. Unos dibujos preciosos a ojos de anatomista, seguramente no tanto para los de Agatha Ruiz de la Prada, con textos explicativos que exhalan tufos de incienso y loa, como fumarolas. Uno se titula ‘Hombre y animal’ y nos asegura que el artista estaba convencido de que determinadas observaciones anatómicas – como la depuración de la sangre mediante un complicado proceso de ósmosis entre los ventrículos – son similares en los hombres y en los animales. Maravilloso ¿verdad?. Pues no. Si quisiésemos subrayar méritos en Leonardo deberíamos citar cualquiera de sus pensamientos menos ese, porque no es más que la repetición servil de un grosero error de Galeno de Pérgamo, médico de Calígula y de Nerón y de Yo Claudio en los primeros siglos de la Era Cristiana, que inventó la existencia de unos agujeritos en el tabique del corazón, ‘foramine’ interventriculares, para explicar el paso de sangre desde las venas a las arterias antes de que se formulase la teoría de la circulación. Vesalio, en pleno Renacimiento, ya hizo ver que, con ello, el pergámeno había metido lastimosamente la pata. Da igual. Cualquier cosa sirve de maravillamiento y de fascinación, hasta los errores pasados, porque la gente, al no leer, los ignora y vuelve a encontrarlos tan atractivos como lo fueron antes de ser corregidos. Llegará el tiempo en que alguien dirá que hubo una vez a un hombre llamado Jonás al que se comió una ballena y en el que quienes le rodean pensarán: ¡Qué imaginación!. Imaginación o Internet. Habrán observado que últimamente los escritores lo dejan todo perdido de citas. Entre los Diccionarios de frases célebres y el Google es sencillo escribir algo así: Como dijo Artemidoro de Éfeso… Preguntarse a continuación si habrá existido alguien nombrado de semejante forma, porque si existió seguro que dijo algo, buscar en el Google, tomar la primera frase erudita atribuida a él que aparezca y seguir: Como dijo Artemidoro de Éfeso… Internet. Hasta ahora la cultura, o la civilización, o como quiera llamarse, ha avanzado, o no, como quiera considerarse, gracias al perfeccionamiento tecnológico puesto al servicio de los sentidos, dotándolos de cada vez mejores herramientas. Internet es, teóricamente, la memoria infinita, la ciencia infusa y la base de la nueva inteligencia artificial que está intentando desarrollarse en diferentes partes del mundo. De una situación en la que los robots han sustituido a los hombres en las fábricas de coches ¡que trabajen ellos! ¿llegaremos a otra en la que nos sustituyan inteligencias artificiales? ¡¿que piensen ellas?!. ¿No han sentido envidia al pasar por los campos de Salamanca y de Extremadura y ver retozar a nuestros compatriotas ibéricos – según nuestros abuelos el cerdo es el animal que más se parece al hombre -, caminando con su peculiar trote de felices senderistas por entre las encinas?. Disfrutando porque otros piensan por ellos. ¿Cuándo nos tocará a nosotros?. Las antenas telefónicas y los pájaros. Anastasio Rojo Vega. Hace unos pocos días se planteaban en este periódico dos denuncias acerca de las cigüeñas del centro y de las aves del Campo Grande. El primer reportaje informaba de la reducción a la mitad de las crías de cigüeña. El 44 % de las zancudas no han conseguido sacar adelante ningún pollo este año, cuando lo habitual es dos por primavera. El segundo avisaba de la desaparición de picos picapinos y carboneros garrapinos en el parque de la ciudad. Entre uno y otro informe, un breve escrito titulado “Las antenas influyen en el fracaso de la anidación”, dando cuenta de que últimamente las cigüeñas andan como viejas borrachas, “se desequilibran, se les cae el palo, están atontadas”. Lo de las antenas de telefonía es un tema muy delicado, un punto tan sensible que, se toque como se toque, siempre genera ofendidos, sean los fabricantes de teléfonos o los que se consideran víctimas de sus ondas. Sin embargo, desde el punto de vista estrictamente científico y desde el mirador que ofrece la ciencia que conocemos, las dudas relativas a efectos nocivos de las ondas electromagnéticas sobre seres vivos son muchas. Las pruebas realizadas en laboratorio, sometiendo células y tejidos celulares a exposiciones miles de veces superiores a las posibles en el medio ambiente no han deparado los efectos malignos esperados. Curioso es pero, si se busca en la bibliografía internacional, podría declararse el fenómeno de rechazo a las antenas como genuinamente español. Los mejores ejemplos de daños, en cantidad y en calidad, proceden de España y la mosca que progresivamente va instalándose tras la oreja del resto del mundo es hispana, como la vieja y sabrosa cantárida. Hasta en el fenómeno de desaparición de pájaros marcamos pautas. El The Observer publicó el 12 de enero de 2003 un artículo titulado “Los teléfonos móviles tienen la culpa de la muerte de los gorriones”, como respuesta a uno de los mayores misterios de la vida silvestre británica, el descenso de la cifra de veinticuatro millones de gorriones de 1973 a los catorce millones de hoy. La British Trust of Ornithology estuvo un tiempo perdida y confusa. ¿Culpa de los gatos abandonados?. Encontraron la respuesta, como no, en nuestra tierra: “Científicos españoles han descubierto que los pájaros tienden a evitar lugares con altos niveles de contaminación electromagnética. Las antenas de los móviles están colocadas en los lugares más altos, para lograr la mayor cobertura posible, lo cual puede explicar el declive de especies que viven y anidan en los tejados”. Contaminación electromagnética, con coletazos que han alcanzado incluso a Radio Vaticano, metida en líos con la justicia italiana a causa de la estación emisora de Santa María di Galeria, en las afueras de Roma. Sin embargo y pese a todo, la relación indiscutible causa-efecto no consigue demostrarse. El documento circulante de mayor peso científico es el “Llamamiento de Friburgo a los médicos”, publicado el 9 de octubre de 2002 y que comienza “Como médicos de todas las especialidades y particularmente de medicina ambiental, ejerciendo y con consulta, estimamos nuestro deber dirigirnos al cuerpo médico, a los responsables de higiene y de salud pública, así como al público, en razón de las preocupaciones presentes concernientes a la salud de nuestros conciudadanos...”. Pues pese a él los efectos de las ondas permanecen dudosos. Quizás sea porque la ciencia en que nos movemos se limita a lo evidente y palpable. Observa que un individuo toma un trago de un frasco, constata que cae fulminado y tras ello deduce que el frasco contiene veneno. Ciencia bruta pero segura. Lo otro es como si ante el que murió de repente alguien asegurase que la culpa la tiene la limonada que se tomó en las fiestas del 83. ¿Por qué no?. Las antenas se suponen responsables de efectos malignos que para hacerse evidentes requieren mucho tiempo. ¿Son malas a largo plazo o no son malas a largo plazo?. Esa es la cuestión. Las antenas llevan el camino de convertirse en el maestro armero de todo lo incomprensible. Pensando en nuestras aves vallisoletanas, ¿no las ha afectado nada la retirada de residuos orgánicos de las basuras decretada por el ayuntamiento?. Miren que la explosión del censo de cigüeñas coincidió con el descubrimiento por su parte de que había comida en los vertederos. ¿Y los pájaros del Campo Grande?. ¿Nadie se ha percatado de la sobrepoblación de patos y pavos?. Los patos son especialistas en encontrar todo lo comestible que pueda esconderse en el suelo y entre la hojarasca; arrasan las poblaciones de insectos del sotobosque, con lo que malamente podrán vivir insectívoros por encima de donde se instalen abusivamente ellos. ¿Lo vamos a achacar todo a las antenas?.