Apóstol de los leprosos Hubo una isla en el pacifico, Molokai, en el archipiélago americano de las Islas Hawai, a donde mandaban a todos los leprosos de la comarca. Nadie, ni médicos ni familiares ni otros quisieron nunca ir a la isla. Sólo un sacerdote belga, del Instituto de los Padres Blancos, se enterró en vida para que los leprosos no quedaran solos. Se llamaba Jozef Van Veuster, pero todos le conocemos como el Padre Damián de Molokai. Nació en Wertcher (Bélgica) el 3 de Enero de 1840. Ingresó en la Congregación de los Sagrados Corazones. A los 20 años pidió a sus padres permiso para entrar de religioso en la comunidad de los Sagrados Corazones. Su hermano Jorge se burlaba de él diciéndole que era mejor ganar dinero que dedicarse a ganar almas. Pero sus padres entendieron que era preciso respetar sus deseos. Muchas veces se arrodillaba ante la imagen del gran misionero, San Francisco Javier y le decía al santo: "Por favor alcánzame de Dios la gracia de ser un misionero, como tú". Y sucedió que a otro religioso de la comunidad le correspondía irse a misionar a las islas Hawai, pero se enfermó y los superiores le pidieron a Damián que se fuera él de misionero. Eso era lo que más deseaba. En 1863 zarpó hacia su lejana misión en el viaje se hizo sumamente amigo del capitán del barco, el cual le dijo: "Yo nunca me confieso. Soy mal católico, pero le digo que con usted si me confesaría". Damián le respondió: "Todavía no soy sacerdote pero espero un día, cuando ya sea sacerdote, tener el gusto de absolverle todos sus pecados". Años más tarde esto se cumplirá de manera formidable. Como en las islas Hawai había muchos leprosos, los vecinos obtuvieron del gobierno que a todo enfermo de lepra fiera obligado a ir a la isla de Molokai. Esta isla se convirtió así en un infierno de dolor sin esperanza. Los pobres enfermos, perseguidos en cacerías humanas, eran olvidados allí y dejados sin auxilios ni ayudas. Para olvidar sus penas se dedicaban los hombres al alcoholismo y los vicios y las mujeres a toda clase de supersticiones Al saber estas noticias, el Padre Damián le pidió al Sr. Obispo que le permitiera irse a vivir con los leprosos de Molokai. Al Monseñor le parecía casi increíble esta petición, pero le concedió el permiso y allá se fue. Consagró su vida con gran abnegación al cuidado de aquellos pobres los leprosos de la Isla de Molokai. Llegó a la isla en 1873. Antes de partir había dicho : "Sé que voy a un perpetuo destierro y que tarde o temprano me contagiaré de la lepra. Pero ningún sacrificio es demasiado grande si se hace por Cristo". Los leprosos lo recibieron con inmensa alegría. La primera noche tuvo que dormir también debajo de una palmera, porque no había habitación preparada para él. Luego se dedicó a visitar a los enfermos. Morían muchos y los demás se hallaban desesperados. El P. Damián no se asustó por el trabajo que le aguardaba. Buscó para todos trabajo y distracción. Empezó a crear fuentes de trabajo para que los leprosos menos graves estuvieran distraídos. Luego organizó una banda de música. Fue recogiendo a los más abandonados y él mismo los atendía como abnegado enfermero. Enseñaba reglas de higiene y poco a poco transformó la isla convirtiéndola en un sitio agradable. Llegó a realizar acciones verdaderamente heroicas. Para no demostrar desprecio a sus queridos leprosos, aceptaba fumar en la pipa que ellos habían usado. Los saludaba dándoles la mano. Compartía con ellos en todas las acciones del día. Y sucedió lo que tenía que suceder: que se contagió de la lepra. Vino a saberlo de manera inesperada. Un día metió el pie en un una vasija que tenía agua sumamente caliente, y él no sintió nada. Entonces se dio cuenta de que estaba contagiado y había empezado el camino hacía el sepulcro. Se arrodilló ante un crucifijo y exclamó: "Señor, por amor a Ti y por la salvación de estos hijos tuyos, acepto esta terrible realidad. La enfermedad me ira carcomiendo el cuerpo, pero me alegra el pensar que cada día en que me encuentre más enfermo en la tierra, estaré más cerca de Ti para el cielo". Poco antes de que el gran sacerdote muriera, llegó a Molokai un barco. Quedó sorprendido cuando le avisaron quien era el que llegaba en él. Era el capitán que lo había traído cuando llegó de misionero. En aquél viaje le había dicho que con el único sacerdote con el cual se confesaría sería con él. Y ahora, el capitán venía expresamente a cumplir su promesa, a confesarse con el Padre Damián. Desde entonces la vida de este hombre de mar cambió y mejoró notablemente. También un hombre que había escrito calumniando al santo sacerdote llegó a pedirle perdón y se convirtió al catolicismo. La enfermedad le fue comiendo y al igual que a los demás enfermos, en un tiempos en que no se conocía todavía los remedios modernos, l falleció el 15 de abril de 1889. 16 años después de su llegada. Fue beatificado el 4 de junio de 1995 y su canonización llegaría en Julio de 2008 cuando el Papa Benedicto XVI aceptó los milagros que para ella se requerían. Sus restos fueron trasladados a Bélgica, donde fueron recibidos con todos los honres del reino e incluso acogidos en persona por el rey Leopoldo III el 3 de mayo de 1936.