Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero TÍTULO DEL TRABAJO DE GRADO “MUDA DE PIEL” NOVELA JAIME IGNACIO PEDRAZA FORERO 03389861 Trabajo de grado presentado para optar al título de Maestro en Escrituras Creativas DIRIGIDO POR: JAIME ECHEVERRI UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA FACULTAD DE ARTES MAESTRÍA EN ESCRITURAS CREATIVAS Bogotá, 2012 Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero “MUDA DE PIEL” NOVELA (Resumen) Se trata de una novela de formación basada en las experiencias vividas por el autor en el año en que prestó el servicio social obligatorio en un hospital universitario en Bogotá. El encuentro con otro intruso que vivía una búsqueda parecida a la suya le hizo pensar que la entrada a la vida adulta podía hacerse en compañía. Lleno de furia y de miedo rompió los soportes de su mundo en busca de una salida. Quería escapar de una realidad social y familiar que lo asfixiaba. El contacto con la libertad lo llevó a un estado mental que le hizo temer por la unidad de su yo y por la salud de su mente y terminó, por fortuna, en sillón del psicoanalista. Vistas en retrospectiva, esas vivencias fueron un llamado de la vida a cambiar el rumbo. Los temas de fondo que toca el autor son la exploración de la unidad del yo y la búsqueda de la libertad con los terrores que la acompañan, que pueden llevar a la mente a la ruptura. Vuelve la vista a una época amarga y luminosa, preñada de encuentros y pérdidas, que lo dejó exhausto y maravillado en el umbral de la vida enrumbado hacia un camino incierto que asumiría ahora sí con plena conciencia, con los ojos abiertos. Palabras clave: Escrituras creativas, Narrativa, Novela de formación, Autobiografía “SHEDDING THE SKIN” A NOVEL (Abstract) This is a coming-of-age story based on the author’s experiences during the year of his mandatory medical service at a University Hospital in Bogotá, Colombia, as a requisite for graduation from Medical School. An encounter with another outsider who entertained a search similar to his own made him think that adulthood could be entered in company. Full of rage and fear, he smashed out the supports of his own world while in his search for a way out. He wanted to escape a social and family reality that was smothering him. The contact with freedom took him to a mental state that made him fear for the unity of his ego and the health of his mind, and that, fortunately, ended up with him on the Psychoanalyst’s couch. Seen in retrospective, these experiences were a call for a change of life and path. The subjects that interest the author are the exploration of the unity of the ego, and the search for freedom, along with the terrors that accompany it, which may lead the mind to rupture. He turns his view onto a bitter and luminous time, full of encounters and losses, which left him exhausted and bedazzled at the threshold of life, en route towards an uncertain future that he would now undertake in full awareness, with open eyes. Key words: Creative writing, Narrative, Coming-of-age story, Autobiography Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero “It is no measure of health to be adjusted to a profoundly sick society” Krishnamurti PRÓLOGO El niñito de 6 años está sentado en la orejona de la sala de su abuela. Balancea los pies que no le alcanzan para tocar el suelo y hojea un libro. Hace pocos meses aprendió a leer. Mientras que los demás juegan y se desgañitan, él descubre el mecanismo que le permite suspender el tiempo, aislarse en una crisálida tibia e insonora y penetrar en el mundo de las hadas, los gigantes, los héroes y las princesas. Con el paso del tiempo cada vez se exige más, y cada vez le es más fácil entrar en ese reino de las maravillas. Tuvo la fortuna de encontrar en los ojos y la voz de su abuela la apreciación y el estímulo que tanto necesitaba para afirmarse y sentirse aceptado. Ella se dio cuenta de que este niño no necesitaba juguetes, lo que le gustaba era leer. Entonces en cada cumpleaños y para navidad, o a veces sin motivo, se aparecía con las manos llenas de tesoros: Verne, Poe, Dickens, Defoe, las mil y una noches, Salgari, Karl May, Pombo, Marroquín, Dumas. Esta forma de amor, la primera y la fundamental, le creó un vínculo indeleble con el placer de la lectura. Leo para que me amen, me aman si leo, parecía sentir. Con el tiempo desarrolló un lenguaje elaborado, inesperado para sus pocos años, que descubrió que le servía de pasaporte al mundo adulto y provocaba la envidia de sus pares; envidia que no pocas veces se vistió de burla. Ansiaba oír el tono apreciativo y ver el brillo en los ojos de su papá cuando aventuraba una opinión o hacía un comentario inteligente. Escribir le gustaba menos, pintar, le encantaba. Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero Todo lo que leía le despertaba una enorme curiosidad por su universo. Se volvió preguntón. Quería saber. No perdía oportunidad para acosar a los viejos con preguntas sobre la historia de la familia que le apasionaba. Estos relatos tenían para él la misma magia y el mismo encanto que los libros que lo transportaban en el tiempo y el espacio. Se quedaba traspuesto en la biblioteca infantil del colegio. Esperaba con impaciencia la hora de lectura porque quería volver a tener en sus manos la bella colección de Mitos y Leyendas y de Cuentos escogidos de todos los países. Una semana en que estuvo enfermo su madrina le regaló un tomo de esa colección dedicado a Grecia: Perseo y la Medusa, Teseo y el Minotauro, Jasón y los Argonautas, los Trabajos de Hércules. Este regalo le dejó una marca definitiva. La adolescencia lo encontró mal preparado física y emocionalmente, era muy poca cosa, creía se iba a quedar enano, lampiño y solo, con sus gafitas, su torpeza y su aparato de ortodoncia. El sudor de las manos y la maldición del sonrojo que le producían incluso los pensamientos lo dejaban confundido y exhausto al final del día. Solo en los libros encontraba descanso. Le robaba horas a la noche, todas las noches. En su mundo sus pretensiones intelectuales y sus ínfulas de sabelotodo, además de ser una rareza, eran más un pasivo que un activo. Incluso sintió a veces la necesidad de hacer concesiones y dejar de indagar. No pudo. La biblioteca de los grandes se convirtió en otra fortaleza encantada, llena de tesoros insospechados, la gran literatura. Renunciaba a los recreos para leer a Sholojov, Kafka, Camus, Amado, García Márquez, Vargas Llosa, Borges. Las tensiones del crecimiento lo dejaron a caballo entre dos mundos. Los grandes del curso iban a fiestas, a bailar, bebían, fumaban, se drogaban, jugaban al fútbol, se iban de putas, o se ennoviaban con las niñitas de sociedad, se robaban los carros de los papás y Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero echaban carreras por las noches. Los chiquitos leían, oían música, se morían de la envidia, iban a fiestas, bailaban, bebían, fumaban, se drogaban, jugaban al fútbol, pero para aparentar, sin verdadero gusto, muertos de miedo y de culpa. Hacia el final del bachillerato desarrolló una amistad profunda con uno de sus compañeros. Crearon un espacio para hablar de otras cosas, pues su amigo era otro lector apasionado y sensible, amante de la música clásica, de la buena mesa, con unos papás generosos y una casa amable, además de una hermana dos años menor que lo puso a soñar. Hicieron más concesiones de las debidas al alcohol pensando que era el estimulante de la conversación y la confidencia y que lo podían controlar. Pareció ser así en un comienzo, pero años más tarde asistieron con dolor a la muerte de su relación y descubrieron que el estimulante era más bien un tósigo mortal. A los diecisiete años se vio abocado a decidir lo que iba a hacer con el resto de su vida. En su mundo a nadie le pagaban por leer, la profesión ideal. Tampoco eran bien vistas las letras y la filosofía y no contó con el apoyo familiar ni las agallas para defender una decisión de esta naturaleza. Llevado de su condescendencia habitual y sus ganas de agradar y de que lo quisieran se resolvió por la profesión de su papá y de su abuelo. Fue un estudiante pasable, y llegó a ser un profesional mediano. Durante toda la carrera le sacó tiempo a los textos de medicina para seguir leyendo lo que le gustaba y le interesaba, en una búsqueda incesante de significado. Tal vez por eso no llegó al nivel de especialización de sus compañeros con más vocación y menos lastre. Pronto se dio cuenta de su condición de intruso en un mundo al que no comprendía y al que no estaba muy seguro de querer comprender. Recorrió su camino a trompicones, en un estado permanente de duda y desazón, apenas con lo justo para no desfallecer, equivocándose, haciéndolo todo más difícil. Tal vez Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero era una depresión, pero no se daba cuenta. Aunque varias veces creyó haberse enamorado, siempre fue ajeno a la entrega. Por fin, en un raro arranque de valentía, y aprovechando una agudización de su estado emocional causada no tanto por una ruptura amorosa, sino por descubrirse aislado y mal equipado para lo que venía, detuvo su huida segundos antes de sucumbir a la adicción y comenzó psicoanálisis. Por fin sentía que podía respirar. El encuentro con otros que compartían las mismas perplejidades fue un bálsamo. Se aferró como un náufrago a esta línea de vida. Se dio permiso para la singularidad, para deshacerse de siglos de culpas propias y ajenas, para no seguirle haciendo el quite al éxito. Pudo ver con mirada crítica sus años en la escuela de medicina, el ejercicio estéril de una profesión a la que hizo esfuerzos infructuosos por amar, y sobreponiéndose al horror de contradecir el mandato familiar, rompió con ese mundo y se lanzó en busca de la libertad y la autoexploración, una gesta no exenta de errores y angustia. Gracias a un talento medio olvidado para los idiomas, y a la ayuda de un profesor que le enseñó castellano y latín, pudo darle un giro definitivo a su profesión. El oficio de traductor le permitió soltar las amarras de su vieja vida y encontrar la independencia económica y un sentido recobrado, o tal vez nuevo, de la propia valía, de la libertad. Su trabajo le permitía vivir más que dignamente. Alcanzó un alto nivel de eficiencia y calidad y consiguió una vida cómoda. Durante esos años de crecimiento sintió a veces la necesidad de escribir. Pasó de la convicción de no tener nada importante que decir a la necesidad de contar(se), para empezar, algunos episodios de su propia vida. Para entenderlos mejor narrarlos era una buena vía. Pensaba en un “Bildungsroman”, una novela de formación basada en sus Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero experiencias del año en que prestó el servicio social obligatorio en un hospital universitario en Bogotá. El encuentro con otro intruso parecido a él le hizo pensar que la entrada a la vida adulta podía hacerse en compañía. Lleno de furia y de miedo rompió los soportes de su mundo en busca de una salida. Quería escapar de una realidad social y familiar que lo asfixiaba. El contacto con la libertad lo llevó a un estado mental que le hizo temer por la unidad de su yo y por la salud de su mente y terminó, por fortuna, en sillón del psicoanalista. Vistas en retrospectiva, esas vivencias eran un llamado de la vida a cambiar el rumbo. Había que darles forma. El primer intento falló. No sabía por dónde comenzar el relato. Mucho tiempo después supo de la existencia de la Maestría y vio que ahí estaba la respuesta. Pasaron otros tres años antes de tomar la decisión porque el miedo a incumplir los compromisos económicos y familiares era grande y abrazar este sueño con más de cincuenta años de edad se le aparecía a ratos como una locura adolescente, un “démon de midi”. La Maestría representó un quiebre fundamental. Otro umbral preñado de significado, de entusiasmo por el conocimiento y de la alegría inmensa de compartir con otros convocados por la misma pasión, por iguales búsquedas. Las clases de teoría y el taller de narrativa le abrieron las puertas a una nueva forma de ver la literatura y, por qué no, de vivir. Ya nunca más volvería a leer como antes. Podría revisitar las obras amadas con una mirada completamente nueva y fresca. Al comenzar la Maestría, las primeras páginas de la novela daban una impresión penosa. La escogencia del punto de vista, la voz del narrador, el lenguaje, todo apuntaba al Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero desastre. La primera intención fue narrar los sucesos desde una distancia de veintisiete años, en una suerte de reflexión escrita con una perspectiva lejana y fría. Un fracaso. Gracias a la acertada guía de Alejandra Jaramillo, los cambios le permitieron avanzar en el relato con más agilidad. Alejandra le sugirió leer La pasión según GH de Clarice Lispector y En breve cárcel de Silvia Molloy; Martín Solares, escritor mexicano invitado a la Maestría, a Sostiene Pereira de Antonio Tabucchi, y el Palacio de la Luna de Paul Auster. Estas obras le ayudaron a ingresar en el terreno de lo autobiográfico y a perderle el miedo a la ficción. Al fin y al cabo, solo somos una colección de recuerdos filtrados. Recordamos lo que más nos interesa o nos afecta y damos al olvido lo que más nos duele o nos deja indiferentes y a ese pequeño atado le damos el nombre de Yo. Así, 27 años suponen una distancia demasiado grande para reconstruir con fidelidad el orden de los sucesos, las minucias de la realidad. El segundo intento fue narrar en primera persona, en presente, como si el personaje estuviera viviendo y transmitiendo los sucesos en tiempo real, pero el resultado fue insatisfactorio. Se trataba de un punto focal demasiado estrecho que no permitía levantar la mirada y refrescar el panorama. En el segundo semestre, con la orientación de Marta Orrantia, una cazadora incansable y capaz que no deja pasar detalle y que destaca con igual tino los aciertos y desaciertos, el resultado fue un texto mucho más claro y limpio, en el que la anécdota ya tenía dirección y propósito. Cuando se vio que el protagonista estaba definido y casi encontrada su propia voz, y que la narración tenía que hacerse desde una perspectiva cercana, como si el personaje hubiera terminado de vivir su experiencia hacía un tiempo Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero relativamente corto, pudo suprimir sin dolor una larga digresión al pasado, con imágenes de la infancia y la adolescencia que restaban agilidad a la narración. La clase de estructuras narrativas con Alonso Aristizábal también contribuyó a aclarar e impulsar el proyecto. En el segundo semestre leyó con sus compañeros obras de autores fundamentales, Homero, Hemingway, Scott, Kafka, Camus, Faulkner, Coetzee, Borges, Rulfo, Conrad, Salinger, García Márquez, muchos otros. Al promediar el tercer semestre la anécdota llegó a su final y comenzó el trabajo de corrección. El acompañamiento de Jaime Echeverri en los dos últimos semestres estuvo lleno de afecto, de luz y de humor. La lectura en voz alta hizo que se destacaran algunas virtudes del texto y muchos de sus defectos, sobre todo una tendencia al barroquismo, al adorno innecesario, a la retórica. La corrección tuvo tanto de literaria como de psicológica, porque el autor descubrió que no tenía que impresionar a nadie, que el público de su narración era él mismo y que la necesidad de contar esa historia no era más que el deseo de repasar un año que para él había sido fundamental. Ese descubrimiento lo dejó en libertad de contar su historia en un lenguaje directo. Tal vez le faltó un toque de humor y ligereza. Echeverri le sugirió leer a Italo Svevo, la Conciencia de Zeno, una obra maestra de la ironía y el sarcasmo hacia la pomposidad y el psicoanálisis. Sin embargo, no logró alejarse del todo de un tono un tanto solemne y memorioso. Los temas de fondo que pretendía tratar en la novela eran la unidad del yo y la libertad junto con sus terrores, que pueden llevar a la mente a la ruptura. Quería volver la mirada hacia esa época amarga y luminosa, llena de dudas y búsquedas, a esa línea divisoria que lo dejó exhausto y maravillado en el umbral de la vida apuntando hacia un camino incierto asumido con plena conciencia, con los ojos abiertos. Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero Al final de los dos años más felices de su vida, se había llevado algunas enseñanzas cruciales para un escritor. El artista se debe solo a su obra, y se tiene que aproximar a ella desnudo y sobrio. No puede usar escudos o armaduras ni guantes para tratar los temas. Si toca algún nervio y le duele, pues que así sea. No es su oficio buscar el alivio o esconderse del sufrimiento. A nadie le tiene que rendir homenajes; no tiene por qué suavizar el lenguaje u omitir lo que realmente piensa para no herir susceptibilidades. Tampoco ofender por el prurito adolescente de sacarse clavos. La solemnidad solamente está al servicio de lo solemne, el resto de la vida es aire y ligereza. Tenemos a la muerte de compañera permanente. Mientras reclama su premio final estamos obligados a vivir. El autor está lleno de gratitud hacia sus maestros y sus compañeros. Es larga la lista de momentos hermosos, de lecturas compartidas, de conversaciones enriquecedoras. Quiere destacar la invitación a visitar otros mundos. El mundo de Joyce. Ulises. Lo que a los 28 años del autor había supuesto un deslumbramiento y un esfuerzo se convirtió en un viaje de exploración y aprendizaje, de descubrimientos lingüísticos y literarios de enorme riqueza. Poder escalar esta cima hace que el resto de la gran literatura plantee retos que ya no son imposibles. El mundo de Beckett. La inteligencia de Joe Broderick y su deferencia personal crearon otra aventura de enorme profundidad. Si a los 17 años Molloy había sido una frustración, ahora las obras de teatro, los montajes visuales, los cuentos, las novelas de este genio del humor y la ternura por los desposeídos, por los quedados al margen del progreso y de la muerte de la civilización se convirtieron en otro tesoro. El autor quiere agradecer también a sus compañeros de curso que tanto le enseñaron con su lectura cuidadosa y sus comentarios acertados y cordiales. Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero En el último lugar de la lista, pero en el primero del corazón están Verónica, su esposa, y Gabriela, su hija. Sin su generoso acompañamiento estos dos años habrían tenido otro destino. Buena parte del éxito de llegar al final de la Maestría con la tarea hecha se les debe a ellas. Paciencia, cariño, admiración, complicidad, aliento en todos los recodos del camino. Gracias. Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero MUDA DE PIEL No sé en qué momento se afincó el rencor. La casa comenzó a caerse a pedazos. Era grande, clara, estaba bien situada y no tenía más de diez años de construida. Como todo proceso, fue gradual, pero no puedo establecer en qué momento empezó a pudrirse. Mugre, olor a suciedad, a desidia, a abandono, la pintura desconchada, la loza fina y los cubiertos de plata acumulando polvo, los muebles de la sala cubiertos con forros de tela desvaídos por el sol. Todo frío y desangelado. Los libros de arte de la biblioteca quedaron perdidos después de un par de inviernos. A nadie le dio la gana de mandar a arreglar el techo. Nos alejamos de la casa y unos de otros. No sé cuánto tiempo llevaba con esta sensación rara, un dolor sordo en un lugar indefinible. Tal vez la agudización de una incomodidad vieja. Una dificultad tremenda para relacionarme. Sin saber cómo ni para dónde, sin tener con qué, una sola idea se iba aclarando en mi mente, tenía que irme de ahí antes de que todo ese frío, ese silencio y ese rencor terminaran por matar la esperanza de una vida normal. No hay gritos. Es peor. Desprecio, miedo, silencios que duran meses, mucho peor. —Necesito… —Dígale a su papá… —Necesito… —Dígale a su mamá… —Tenemos que hablar, —Yo con usted no tengo nada de qué hablar. Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero De dónde viene todo esto Mi papá decidió casarse cuando se enteró de que a su mamá le quedaban pocos meses de vida. Sin eso, quizá habría aplazado más la decisión. Él mismo decía en son de chanza que traía vivo su complejo de Edipo. Muy joven, comenzando la carrera, tuvo que hacerse cargo de ella y de sus hermanos menores cuando mi abuelo los abandonó. Mi abuela y su mamá, una de las jóvenes viudas de la Guerra de los Mil Días, eran dueñas de tierras en la Sabana de Bogotá. Pertenecían a las generaciones de mujeres solas que se hicieron cargo de los campos durante todo el Siglo XIX colombiano. Los hombres se dedicaban a la política y, por supuesto, a la guerra. Se movían por todo el país al vaivén de los conflictos civiles y cada cierto tiempo regresaban a tomarse un descanso. Hacían un hijo, daban órdenes, compraban y vendían, y se volvían a ir llevándose los ahorros, los caballos, el ganado y los peones. Cuando mi abuela llegó a la edad de casarse, las tierras daban apenas lo necesario para vivir, y el pater familias era un abuelo, ya viejo y cansado, que había visto reducir el patrimonio original en ventas sucesivas para poder comer. Huyéndole a la pobreza y a la violencia de las tierras duras de Santander vino mi abuelo, un muchachote rubio y sonrosado, negociante de ganado y de tierras, tramposo y encantador que la cortejó, la enamoró y se quedó con ella y con sus tierras y le hizo ocho hijos. A los hombres, sobre todo a mi papá, el primogénito, los trató como animales, a las físicas patadas. A las mujeres, salvo la mayor, con la que también fue un patán, con cierta curiosa caballerosidad. Mi abuela lo quiso con furor demoniaco, le perdonó todas las infidelidades y el abuso con sus hijos, e incluso años después del abandono seguía suspirando por él. Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero Tras la separación mi papá tuvo que combinar los estudios de medicina recién empezados en la Nacional con un trabajo como visitador médico para complementar los magros ingresos familiares y terminar de educar a los menores. Con grandes exigencias y dificultades terminó la carrera y se quedó en el hospital universitario bajo la tutela de uno de sus profesores que lo convirtió en su alumno predilecto y lo enfiló hacia el éxito en la academia y en la práctica privada. A los treinta y cuatro años, la sentencia de muerte de su mamá le remeció los cimientos. Era hermoso, brillante y ambicioso. Con su trabajo en el hospital y en el consultorio, la vida pintaba bien. Por primera vez vivía con cierta abundancia y tenía un sentido de futuro. *** Mi mamá era hija única de un matrimonio de viejos. Mi abuela pertenecía a una familia prestante de Medellín y en la adolescencia vivió cuatro años en Bogotá mientras su papá desempeñaba un alto cargo en el Gobierno. Aquí conoció a mi abuelo, nacido en el Tolima pero de ancestro santandereano, médico, diez años mayor que ella, encargado de su mamá viuda, dos hermanas solteronas y de otra mal casada. Los presentaron en un paseo y se enamoraron. El abuelo le propuso matrimonio y le pidió que lo esperara unos años mientras organizaba sus asuntos. Ella aceptó y al terminar el encargo de su papá regresó con toda la familia a Medellín. Él se fue a Europa al terminar la Primera Guerra Mundial y pasó siete años entre Londres y París estudiando y trabajando. Mantuvieron el noviazgo por carta. Al regresar a Colombia ejerció un tiempo en Girardot, donde hizo unos pesos, y luego se radicó en Bogotá. Lo nombraron profesor en la Universidad Nacional y comenzó a Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero ejercer con éxito. Montó su casa con todas las comodidades, incluso con lujos, y cumplió su promesa. Habían pasado veinte años, la abuela tenía treinta y seis y él cuarenta y seis. Un año más tarde nació mi mamá y dos años después tuvieron otra niñita, prematura, que murió a las pocas horas de nacida. Y ahí quedó la hija, sola, entre el par de adultos dedicados a compensar los años perdidos entre las cartas perfumadas y la larguísima espera. Puede que le hayan puesto poca atención. Ella hablaba de soledad e insomnio casi desde la cuna. No tenía primos de su edad en Bogotá, ni hijos de contemporáneos. Esperaba con ansia las vacaciones que pasaba en Medellín, con sus primos y sus tíos. La educaron las monjas de la Presentación pero en una insólita muestra de autonomía adolescente pidió que la cambiaran de colegio los dos últimos años del bachillerato y se graduó en un colegio de niñas de clase alta en donde fue capaz de crear unos vínculos estrechos que le durarían toda la vida. Cuando dijo que quería ir a la universidad mi abuela se opuso, pero el abuelo la apoyó. Ingresó a Enfermería en la Universidad Nacional y a los dos años se cambió a Instrumentación Quirúrgica. Una vez graduada, de nuevo enfrentándose a mi abuela a la que le causaban pavor esas muestras de modernidad e independencia, entró a trabajar a la clínica privada más importante de Bogotá, de la cual el abuelo era accionista y miembro de la junta. Dice que allí fue feliz. Mi papá la deslumbró. Le pareció perfecto. Solo le veía dos problemas, la fama de conquistador y su propia cortedad que la hacía pensar que él no se iba a fijar en ella. Pero se fijó. No era la más bella pero tenía buen porte y una hermosa melena de cobre nuevo, la piel blanquísima llena de pecas y los ojos verdes. Su nariz era grande y la acomplejaba, pero al tiempo que le restaba belleza le daba carácter. Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero En el dolor de la pérdida ya próxima de su mamá, mi papá decidió que esta muchacha tímida y callada era la candidata ideal para el matrimonio. En sus últimos días la futura suegra dio su anuencia. El noviazgo fue corto e incluyó un viaje a Medellín para presentárselo a la familia. Causó sensación. Además de su presencia era un buen lector, tenía una buena cultura, sabía de historia y de música. Había leído y admiraba a Fernando González, y cuando los presentaron se sumergieron durante varias horas en una animada conversación con exclusión de todos los presentes. Después del matrimonio mi mamá nunca volvió a trabajar. No sé si hubo cálculo de parte de él. Económico no, porque el abuelo era acomodado, pero no rico y cargaba a rastras una rémora grande a la que tenía que mantener. Político, tal vez, ambos eran liberales de familia y convicción, habían sufrido persecución en los años de la violencia partidista; además, estaban las conexiones familiares… Profesional, de pronto, el abuelo tenía un puesto de privilegio en la sociedad bogotana y en la academia. Además, habían sido maestro y alumno y se caían bien. *** Nueve meses exactos después del matrimonio nació mi hermana. Un parto difícil. En la semana siguiente mi mamá entró en una depresión profunda que se convirtió en una crisis sicótica aguda. Hubo que dejar a niña recién nacida al cuidado de una pariente. La enfermedad duró cuatro meses y mi mamá regresó de las tinieblas con unos recuerdos borrosos que nunca quiso revivir. Dos meses más tarde me estaba esperando a mí. En los siguientes cuatro años nacieron mis dos hermanos, y por último, la chiquita, con síndrome de Down. Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero Los primeros ocho años de matrimonio, salvo la crisis, transcurrieron en apariencia sin grandes dificultades. Mi papá recibió la herencia de tierras de su mamá y comenzó a combinar su profesión con la agricultura y la ganadería, su otra obsesión. Algunas veces con mala suerte, otras con peor. Tomó decisiones equivocadas, invitó a sus hermanos menos afortunados e inteligentes a invertir en sus negocios, se quebró un par de veces, y terminó asumiendo las pérdidas propias y las ajenas. Producía grandes cantidades de dinero en su práctica médica. La mayoría de la plata terminaba en el saco roto de los malos negocios, y otra parte en aupar a sus hermanos que no despegaban y a sus hermanas que se habían casado mal. A él parecía no importarle, se le veía contento, progresando, siendo el bueno de la familia, cargando con todo. Malbarató muy pronto la herencia de su mamá y por primera vez en su vida se quedó sin un pedazo de tierra. Casi se enloquece. Durante un tiempo dedicó los fines de semana a una búsqueda ansiosa con un comisionista que le mostraba las propiedades, no importaba si en tierra fría o en tierra caliente. Nosotros, chiquitos, nos montábamos en el carro con él, y nos lanzábamos al camino, comiendo en fondas de camioneros, durmiendo en hotelitos de pueblo, encantados, recibiendo lecciones prácticas de geografía e historia. Mi papá viajaba con el dedo extendido señalando los hitos, los sitios, los árboles, los cultivos, los animales. Condolidas, las dos hermanas menores de mi papá nos regalaron un lote en la finca de la sabana que heredaron de la abuela. Mi papá consiguió unos pesos y levantó una casita de campo bella y cómoda, prendida al cerro, llena de ventanales. Nada de lujos, lo necesario. Allí era la vida. Poco después hicieron la casa de Bogotá, que quedó solo para estudiar y dormir de lunes a viernes. Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero *** Cuatro años más tarde murió mi abuelo paterno. Mi papá y él se odiaban desde siempre. Yo nunca lo conocí, su nombre ni siquiera se pronunciaba en mi casa. En su último encuentro, el viejo se apareció en la clínica en donde estaba recluida mi abuela pocos días antes de morir. Mi papá lo echó de la habitación sin miramientos, pero ella le pidió que lo dejara entrar, porque se quería despedir. Dejó de herencia una finca grande que en la vejez había dejado casi abandonada y no producía nada. Era un terreno quebrado y pedregoso en la cara de la cordillera oriental que mira hacia el valle del Río Magdalena. La adquirió en su juventud y en su origen fue un bosque de niebla, de árboles maderables que él mismo explotó en un aserradero y que luego convirtió en potreros para levantar ganado. El clima era frío y neblinoso pero unos pocos cientos de metros más abajo ya había café y plátano. Cuando se levantaba la niebla el paisaje quitaba el aliento. Estaba llena de quebradas de agua pura que corrían todo el año y los potreros pastaban bien. Algunas zonas habían comenzado a erosionarse por la falta de los árboles y era frecuente que el ganado se despeñara cuando el suelo o las piedras cedían bajo las patas. Desde su infancia, mi papá y sus hermanos habían detestado esta tierra porque el abuelo los ponía a trabajar en las vacaciones como peones, sin sueldo. En un arranque, decidió comprar los derechos de la herencia y quedarse con la finca. Todos sus hermanos le vendieron, menos uno, que se negó porque estaban peleados. Esta herencia sí la conservó. Nos reunió a mis hermanos y a mí para comunicarnos su decisión y preguntarnos si queríamos ayudarle a ponerla a producir. Aceptamos entusiasmados. Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero Al comienzo era toda una aventura. Los sábados llegábamos muy temprano y los caballos ya estaban ensillados. El recorrido usual para contar el ganado, cambiarlo de potrero, llevar sal a los lamederos y revisar las cercas tomaba cuatro o cinco horas. Si había que ir a los potreros lejanos, donde se levantaban los novillos pequeños, el recorrido era de seis o siete horas. Al terminar se hacían las cuentas con el mayordomo, se pagaban los jornales y nos devolvíamos para la casa de campo en la sabana. Yo tenía quince años. Me emocionaban el paisaje, los caballos, los perros, el agua y los árboles. Las faenas del ganado, en cambio, me aburrían. Con el paso de los años comenzaron a pesarme todavía más cuando me di cuenta de que nos habían enganchado como peones, sin sueldo. Además, mis papás iban con su guerra a cuestas a todos los ambientes. Estar cerca de ellos era detestable. Papá ― ¿Qué quieres que te pinte? ― Un caballito Unos pocos trazos mágicos sacan de la nada un potro brioso con las crines al viento. Oigo el galope y el relincho. ― ¿Y ahora? ― Un elefante Enorme, una verdadera montaña. Eleva la trompa y se abanica con sus grandes orejas, en los colmillos carga algo que se parece al tronco de un árbol. De mi garganta sale un ruido que no sé si es una carcajada o un sollozo. Estamos solos en la sala de la casa de mi abuela materna. Perfectamente acomodado en su regazo, envuelto en el olor de su colonia y en su voz grave que me hace cosquillas en la oreja. Me rodea con su brazo Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero izquierdo y con esa mano sostiene la libreta. Luego, me da un beso en la coronilla y una palmada en el trasero. ― Anda, ve a buscar a tus hermanos. Me detengo a echar gasolina, y cuando bajo la ventana para entregar el dinero lo veo en la isla contigua, reconcentrado, serio, con ambas manos apoyadas en el timón. El pelo ahora gris, los hombros todavía erguidos. Se voltea al sentir mi mirada. Desde aquí alcanzo a ver el bulto de los maceteros contraídos, las aletas de la nariz dilatadas, los ojos de hielo, la boca sin labios, los nudillos exangües. Vuelve la mirada al frente, pone primera y arranca. Abuela Tatata, luz de mi infancia, sigue yéndose de este mundo en la habitación de al lado. Sin ella no sé qué habría sido de mí. Poco dada a los abrazos y a los besos, era chistosa y ocurrente, se sabía unas canciones ridículas del año de upa y las cantaba haciendo unas voces que nos hacían morir de la risa. Su versión de la Marsellesa en un francés incomprensible y haciéndose la seria era encantadora. Recitaba poemas raros que no sabía de dónde había sacado y tenía mil anécdotas de su juventud en Medellín y de su noviazgo de veintitantos años con mi abuelo al que había amado con pasión. El bus del colegio nos dejaba en su casa para tomar las onces y hacer las tareas. Nos hacía dictados de ortografía y luego asábamos masmelos en el radiador del calentador de ambiente. Lo que no me dio en caricias lo compensó dándose cuenta muy pronto de mi amor por la lectura. Se dedicó a regalarme libros. Le gustaba leer pero su vista no era buena y se cansaba pronto; tenía un olfato fantástico y se aparecía con unas joyas que, aunque podrían ser demasiado avanzadas para mi edad, ella sabía que estaban a mi alcance. De sus manos Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero recibí toda la dulzura, la emoción y la fantasía, los universos que desde entonces se convirtieron en la fuente principal de significado. Todavía puedo ver y oler las bellas ediciones ilustradas de las Mil y una noches y de Robinson Crusoe que a los siete u ocho años me sacaron de este mundo a otro lleno de maravillas y emociones desconocidas, y las Narraciones extraordinarias de Poe que tenía que leer de a poquitos para evitar los estremecimientos del terror y el asombro, y mis héroes preferidos de la mitología griega y los de Verne, Salgari y Karl May, por supuesto. Una madrugada, yo debía tenía seis años, se despertó porque echó en falta las rutinas de sus últimos treinta años. Mi abuelo se murió durante la noche en la cama gemela. Los espejos y los cuadros se cubrieron con paños negros, los vestidos y los abrigos se mandaron a teñir para el año de luto riguroso. Silencio cerrado y púrpura, solo interrumpido por lloros, suspiros y rezos. Prohibidas las risas y los juegos. Luego, pedazo a pedazo se desmontó su casa, se hizo una venta en la que se dieron a menosprecio, regalados, los muebles de madera tallada, los candelabros de cristal, la victrola de cuerda, las alfombras, los adornos, las cortinas de terciopelo, todos los tesoros que mi abuelo reunió durante su noviazgo y su vida en común, el nido perfecto que le había tomado años armar. Mis papás decidieron que la abuela se viniera a vivir con nosotros. Le hicieron un apartamento en la casa nueva con todas las comodidades. Al poco tiempo de enviudar, con apenas 70 años de edad, esta mujer vital, simpática, dueña de su mundo, que después de más de treinta años en Bogotá no había abandonado el habla ni las costumbres de Medellín, comenzó a perder la cabeza. Despacio, insidiosamente, al principio parecía una depresión. Lloraba, se quería morir. Yo la abrazaba, llorando en su regazo y le pedía el favor de que no se fuera, que yo no podía vivir sin ella. Luego, el olvido. Primero la memoria reciente, Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero las gafas, el periódico, la cartera. El deterioro lento e imparable de la demencia senil tardó años y años, y la fue agotando hasta dejarla reducida a un guiñapo humano que apenas si respiraba. La pérdida más dolorosa de mi existencia. Al principio la llevábamos con nosotros a la finca los fines de semana y las vacaciones, pero más tarde hubo que dejarla en la casa al cuidado de las empleadas y de una enfermera permanente. Desde cuando entré a la universidad comencé a usar mi carrera como excusa para quedarme en Bogotá, y convertí la sala contigua a su cuarto en mi lugar de estudio. Durante varios años la acompañé en silencio y con dolor, sacando resúmenes, leyendo, con la idea de que si alguna parte de esa mente ya casi del todo sumida en la oscuridad fuera capaz de percibir, no se sintiera tan sola. La chiquita de la casa La chiquita nació un año después de muerto el abuelo. Mis papás no nos dijeron nada y pasó mucho tiempo hasta cuando pude darme cuenta de que algo no andaba bien con este ser dulce y sereno, que se demoraba en sentarse, en gatear, en hablar, en cumplir todas las etapas del desarrollo. Me nombraron padrino de bautizo y a los siete años tuve la certeza de que me la habían encargado. Deseé muchas veces encontrar alguna forma de que su mente atrasada se despertara un día normal, un golpe, un susto, un milagro, no sé. Desde pequeña estuvo en instituciones de educación especial en donde logró aprender a leer y a escribir con ortografía perfecta y a hacerse autónoma para las tareas de la vida diaria, pero no para la calle. Los libros le fascinaban, podía pasarse tardes enteras copiando artículos de enciclopedias. Tenía pasión por la televisión, la música y el radio, el arequipe y el bocadillo. Nunca pudo con las matemáticas. Yo traté de enseñarle las operaciones sencillas pero fracasé, igual que todos los que alguna vez lo intentaron. Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero Su trato era dulce y amable pero podía ser impaciente e irritable. Al rato estaba como si nada, no tenía memoria para ofensas o dolores. Nunca aprendió a decir groserías. Mi hermana mayor era su modelo para todo lo femenino y yo era su objeto máximo de curiosidad. Nunca me llamó por mi nombre, desde cuando aprendió a hablar fui su “Padrino”. Cuando no la estaban viendo hacía incursiones secretas a mi mesa de noche y se llevaba para su cuarto mis libros, las chucherías que guardaba, el radio en el que oía música por las noches o el cable con el que lo conectaba a la pared, y más adelante mis cigarrillos o el encendedor. Algunos objetos nunca volvían a aparecer. Espiaba mis reacciones, no siempre amables. El libro podía durar desaparecido un par de días. Ella no sabía dónde estaba, nunca lo había visto, no tenía idea de lo que yo le estaba hablando. Me podía enloquecer buscándolo, pero jamás pude dar con sus escondrijos. Y de pronto, ahí estaba otra vez. No sé si su nacimiento fue el detonante del desastre o si hubo algo más. Tal vez se culparon uno al otro, o se ofendieron más allá de lo que podían perdonar. Primero fue el silencio, la hostilidad larvada. Luego las palabras hirientes, el trato duro. Mi mamá cerró la casa, no volvió a invitar a nadie y se negó a acompañarlo a los eventos sociales. Vendió las acciones de los clubes sociales que le había dejado mi abuelo. Nos dejó a cargo de las empleadas del servicio y se apoyó en sus amigas de infancia, cada cual con una historia más desgraciada, y comenzó a dedicar mucho tiempo a labores de voluntariado y beneficencia. Mi papá, en plena madurez, estaba comenzando a figurar y a sonar para cargos altos, tenía el consultorio lleno de clientela importante, se había abierto camino en la academia, y de pronto se quedó sin apoyo ni representación. El círculo de la venganza se cerró cuando los hijos comenzamos a temerle y a tomar distancia. Él reaccionó con Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero arrogancia y violencia, casi siempre verbal, muy pocas veces física. Y luego otra vez el silencio. La separación no era una opción, por lo menos por ahora. La finca La casa de campo fue otra excusa para no seguir en Bogotá. Comenzamos a pasar allí todos los fines de semana, los puentes festivos y las vacaciones. Allí vivimos el final de la infancia. Durante las vacaciones mi papá vivía solo en Bogotá y venía los fines de semana. Aquí la chiquita estaba protegida, no disonaba, no causaba vergüenza. Con cinco o seis años se iba de paseo con un pastor alemán que no se le quitaba del lado a visitar a alguna de las tías que por diversas circunstancias se fueron a vivir a la finca. Allí se mantenían los rituales antiguos de la hospitalidad y la solidaridad del campo. Todas las casas eran su casa. Todas las familias eran su familia. Igual que sucedía con todos los niños, la recibían con afecto, le daban un bocado, le prestaban libros o cuadernos y lápices de colores, le enseñaban canciones. En este núcleo guardado y protegido crecimos con una ilusión de normalidad mientras los adultos sumergían las tardes en alcohol. Días azules sin nubes en enero. Lluvia tras los cristales en abril. Agua pura del monte, alisos, sauces, cerezos y eucaliptos. El ordeño y la huerta. Caballos y bicicletas. Mazorcas asadas a la brasa en la chimenea. La ruana que tapó los primeros besos con la primita que comenzó a mirarme con ganas, el primer amor prohibido. La edad crítica para adquirir las gracias sociales, ir a fiestas, salir con las hermanas o las primas de los compañeros de colegio, enamorarse, la pasamos en este exilio interior. Nos volvimos todos un poco subnormales y así el retardo se hizo menos notorio. Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero Pese a todo, este universo estaba poblado por una veintena de primos, todos nacidos en el curso de una década, o un poco más y tenía un encanto particular. Era una comunidad, había competencia física e intelectual, y el entorno natural era privilegiado y bello. Algunos de los primos que vivían en la finca tenían talento para la música, tomaban clases de piano y otros instrumentos y con ellos montábamos los villancicos de diciembre a varias voces. Otros pintaban o escribían, y las bibliotecas de todas las casas, a las que yo tenía acceso libre, estaban bien surtidas, incluso con obras en inglés y francés. Juegos interminables al aire libre hasta cuando la noche era oscura, fogatas y acampadas, historias de miedo, paseos de luna, comedias, charadas, los primeros cigarrillos, los primeros tragos, los primeros besos. Libros, libros, libros, de noche y de día, en las tardes de lluvia. En el fondo Bach, Beethoven, Mozart, Bartok, Chopin, Los Panchos, José Alfredo Jiménez, Serrat, Sosa. En la adolescencia todo se fue al diablo. Los adultos perdieron el control del ambiente que ellos mismos habían creado y se les volvió pedazos entre las manos. Los pequeños romances entre primos los aterrorizaron. Era apenas natural que en este ambiente cerrado con la entrada en la pubertad los niños comenzáramos a sentirnos atraídos por nuestros pares del otro sexo, o del propio. Nunca supe si le tenían miedo o ganas al incesto, pero terminaron peleados. Todos los intentos por entender o resolver el asunto fueron torpes y terminaron por confundir a todo el mundo. Obviamente el alcohol empeoraba las cosas y les hacía decir y hacer cosas sin sentido. Para mí fue una bendición que el estallido coincidiera con la entrada a la universidad porque me liberó de las ataduras con la familia grande y la obligación de la finca. Sin embargo, había quedado mal preparado. Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero Patricia Antes de entrar a clase de siete, la temperatura en el parqueadero del hospital es gélida. De pronto siento dos puntos duros clavados en mi espalda, dos brazos que me rodean y una oleada de perfume de efecto fulminante. Al dar la vuelta me la encuentro muerta de la risa tapándose los senos con los brazos y haciendo pucheros: — Es que tengo mucho frío… No era bella en el sentido habitual pero era impresionante, tenía conciencia de su atractivo y sabía sacarle partido a sus atributos. Como no era muy alta, no se bajaba de unos tacones enormes que le daban estatura y porte, para no decir nada del balanceo. La ropa con los detalles pensados para dejar ver poco, pero lo suficiente. No tendría dificultad para encontrarla entre una multitud por el perfume, la risa y una especie de emanación magnética poderosa y vital. También tenía unos melindres de niña chiquita que podían ser enloquecedores. Cuando entramos a la universidad me sorprendió la facilidad con que me dejó acercarme y al poco tiempo iniciamos una relación que pronto se hizo estrecha, fraterna. Estoy seguro de haber fantaseado con algo más, pero la reacción que producía en los hombres me hacía sentir inseguro. Ella nunca me vio con ojos distintos de los de la amistad, y poco tiempo después se ennovió con un compañero nuestro, que para mí no tenía otra gracia que una familia estable y rica. Estaba fascinado con su personalidad, su inteligencia y su humor. Gozaba y sufría en su compañía y con la forma como se enfrentaba a este mundo masculino que se rendía ante ella. Marta Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero Era su hermana, cuatro años menor. Seria, no sé si triste, inteligente, trascendental, tenía un temperamento fuerte. Cuando yo iba a su casa a estudiar con Patricia terminábamos conversando horas. Desde el comienzo sentí que se interesó por mí. Estar con ella era fácil y físicamente me atraía; bajita, el cuerpo bello y armonioso, el pelo negrísimo, los ojos almendrados y una sonrisa preciosa. Me encantaba como se vestía y se maquillaba, siempre bien cuidada, con una femineidad natural poco estudiada, sin histeria ni manipulación. Un toque discreto de perfume y podía estar lista en dos minutos con todo en su sitio. Cuando comenzamos el noviazgo yo estaba en tercer semestre y ella tenía dieciséis años, estaba terminando el bachillerato. Era directa en su conversación y tenía opiniones firmes. Compartíamos el gusto por los libros, la música y el cine. Pasábamos horas hablando de todo y de nada, o estudiando uno al lado del otro, callados sin que nos pesara el silencio. Sabía reírse conmigo y de mí. Si teníamos con qué, íbamos a cine, a comer o a bailar, si no, nos reuníamos con los amigos o nos quedábamos en su casa. Era una bailarina deliciosa, llena de gracia y soltura. Yo aprendí a hacerlo bien para camuflar mis complejos y evitar hablar idioteces a gritos. En mi mente un buen bailarín que no habla es superior a uno pasable pero locuaz; además, a las mujeres les gusta que las hagan lucir en la pista. Me encantaba oírla hablar y cantar en inglés. Había vivido parte de su infancia en Estados Unidos y no tenía acento. De esa época su familia conservaba una relación con un matrimonio sin hijos conformado por un médico de Carolina del Sur que fue profesor de su papá, un gentilhombre sureño y su esposa, que adoptaron a esta familia colombiana y que a pesar del tiempo y la distancia no rompieron el vínculo y se mantenían pendientes. Yo conocí al viejo doctor en una visita que hizo a Bogotá y nos sorprendió la corriente de Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero simpatía y complicidad que surgió entre los dos. Lo acompañamos a una corrida de toros porque quería volver a ver el paseíllo que abre la plaza; nos hizo salir apenas se terminó, las siguientes suertes no le interesaban. Poco antes de que nos conociéramos, el matrimonio de sus papás había terminado en malos términos. El adulterio del padre fue una traición personal. A pesar de la adoración que desde niña sentía por él, se resistía con furia y dolor al chantaje económico y moral al que las había sometido. No soportaba la idea de tener que frecuentarlo y acatarlo si quería recibir como un regalo lo que era una obligación. Tenía que tragarse el orgullo y la rabia e ir a visitarlo en su nuevo hogar en donde tenía instalada a la amante que le había dado un hijo muerto. Era duro el contraste entre el apartamento del papá, soleado y amplio, en el que todo olía a nuevo y se respiraba abundancia, junto a mil detalles de mal gusto, con la casa materna, en donde se pasaban trabajos y el mobiliario dejaba ver el paso de los años. Él era un cirujano prestigioso y controvertido, que no podía con el narcisimo. No concebía la vida sin una corte de aduladores que lo trataban como a un genio incomparable e incomprendido, lo más grande que había parido la medicina al sur del Río Grande. Así como esperaba su pleitesía, pretendía que sus hijas y quienes en esa época éramos sus parejas nos plegáramos a sus caprichos, inclinados ante su grandeza. Yo reconocía su talento y preparación, pero me parecía de un mal gusto que bordeaba la ordinariez. Además, los rasgos indígenas de esta familia de origen provinciano siempre causaron resistencia en la mía, que se preciaba de ancestros blancos. Yo mismo llegué a sentir escalofríos al descubrirme preguntándome por qué no había sido capaz de escoger distinto. La relación tuvo efectos sanadores. Ella parecía sentir menos dolor por la traición de su papá, y yo por la hostilidad y el desapego de mi familia. No me avergonzaba mi ternura Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero y era capaz de expresarle lo bella que me parecía, lo mucho que me gustaba su compañía. Podía ser dulce sin sentirme ridículo. Nunca dejé de sorprenderme ni de agradecerle que me buscara para el beso y el abrazo, que me hablara con voz amorosa, que fuera cariñosa y atenta, que me hiciera sentir deseado, o que yo le pareciera el tipo más querido e interesante que había conocido. *** Durante los primeros tres años la intimidad no pasó de unas sesiones de besos y caricias que nos dejaban exhaustos y hambrientos, y a mí adolorido, lleno de frustración y fantasías. Ninguno de los dos se atrevía a darle voz al deseo. Con el tiempo la exploración se volvió más atrevida y cada vez era más evidente que nos estábamos muriendo de ganas. Yo tenía mucho miedo de proponer y de que me dijera que sí, porque sabía que nuestra vida iba a dar un vuelco definitivo y a entrar en un territorio desconocido y peligroso. Su virginidad tenía peso. La mía era un estorbo. *** Entre semana la casa de la finca estaba sola, y los mayordomos vivían aparte. Salimos de Bogotá en el carro poco después del anochecer y atravesamos la Sabana casi sin hablar. Llevábamos algunas cosas de comer, nada muy elaborado. No pensábamos pasar la noche. — ¿Estás segura? — Sí ¿y tú? — También — ¿Por qué preguntas? — Pues, es que no hay afán. Si quieres, podemos aplazarlo. Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero — No, ya lo pensé. Me enredé con la abotonadura de su blusa, con las botas y los bluyines. No pude con el broche delantero del brasier, con el que había soñado tanto. — Déjame, mira, si es facilísimo. Me envolví en su pelo, me perdí en su olor, la suavidad, la calidez, la humedad. Nos abrazamos temblando, con la respiración entrecortada, sin decir nada, buscando a tientas. Una ligera resistencia y luego una sensación cálida y hermosa. Por favor, que dure un poco más, otro segundo, otro, pero no, no es posible, no puedo aguantar. No hubo los fuegos artificiales ni los desvanecimientos del placer de las novelas y las películas malas. Tampoco risa ni complicidad, todo solemne y silencioso. Nos miramos a los ojos tratando de definir la verdad de lo que sentíamos. Nos besamos con ternura, nos vestimos y nos devolvimos otra vez sin hablar. — ¿Te dolió? — Un poquito, pero mucho menos de lo que pensé, no te preocupes. Unos días más tarde revisamos su ciclo menstrual y se nos paró el corazón cuando nos dimos cuenta de que no habíamos calculado bien las fechas y no nos habíamos protegido. Con el miedo la regla se le atrasó y pasmos unos días terroríficos. En las semanas siguientes buscamos los momentos adecuados para volverlo a intentar, esta vez con más cuidado. No era fácil, en su casa y la mía siempre había gente. Unas veces disfrutábamos más, pero por alguna razón no había entrega. Nos acercábamos al sexo con ternura pero sin alegría, con el empeño y la seriedad de dos exploradores antárticos. Yo la veía distraída y sentía que no gozaba, que fingía para no hacerme sentir mal, nunca tomaba la iniciativa. Aunque la intimidad nos dio una nueva dimensión y nos Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero enriqueció en muchos aspectos, al poco tiempo parecíamos un matrimonio largo. Sexo en silencio, a escondidas, casi siempre de afán. Dos seres que guardan una apariencia de castidad, con un miedo terrible a aceptarlo y a que los demás se enteren, que sacrifican el gozo para pagar las culpas. *** Hasta ese momento de mi vida estaba convencido de que la deslealtad no era parte de mi naturaleza. Al final del semestre en que Marta y yo hicimos el amor por primera vez, organizamos con Juan y Jose, mis mejores amigos, una excursión a la costa atlántica, en Córdoba, a un lugar que otros compañeros solían visitar para hacer pesca submarina con arpón. Llegamos a Montería y pedimos instrucciones para llegar a Puerto Escondido, pero la carretera estaba cerrada por las lluvias. En la búsqueda alguien nos presentó a Gaspar, un muchacho de nuestra edad, estudiante de medicina de la Universidad de Cartagena, que también estaba de vacaciones. Era de un pueblito de la costa cordobesa en donde su papá, médico también, era el jefe político. En un gesto de hospitalidad que nos sorprendió nos invitó a quedarnos donde su mamá en Montería. Ella se mostró encantada y nos abrió las puertas de su casa. Esa tarde Gaspar estaba invitado a una fiesta de quince años en casa de unos vecinos e insistió en que lo acompañáramos. Aunque nuestra pesada educación andina nos hacía sentirnos cohibidos con tantas atenciones, terminamos aceptando. Entramos a un recinto grande a cielo abierto, lleno de gente, que conversaba bajo un sol ardiente de esta tarde que ya iba muriendo. Olía a fritanga y a pescado. Pasaban mujeres ofreciendo aguardiente o ron Córdoba, “ron tornillo” le decían por la forma retorcida del pico de la botella, mezclado con agua de coco biche que dejaba un sabor cremoso en la Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero boca y hacía que no se le sintiera el alcohol. Un peligro. Una banda de cobres y redoblantes tocaba porros. Al principio nadie bailaba. ― Ven acá, Mireya, enséñales a los cachacos a bailar el porro. Hermosa, jovencita, el pelo y los ojos zenúes, y el cuerpo y el olor de África. Mis dos amigos se hicieron los desentendidos porque no sabían bailar. Un par de tragos de un tirón para callarle la boca al guardián interior que me decía que iba a hacer el ridículo y me lancé a la pista. En el porro cordobés los cuerpos no se tocan. Es una danza de cortejo en la que la mujer va adelante invitando y coqueteando con el cuerpo y con los ojos, sonriendo y moviendo las caderas. Le seguí el paso sin perderme. Una delicia. Después cambiaron la música. Bebimos, nos reímos, bailamos hasta que se hizo la noche cerrada. Exhaustos y mareados buscamos un banco debajo de un árbol. Nos quedamos callados un rato oyendo los ruidos de la fiesta y la noche y en un movimiento coordinado como si nos hubiéramos puesto de acuerdo, nos dimos un beso profundo y nos enlazamos llenos de furia y deseo. Me cogió de la mano y me llevó a un lugar oscuro donde habían tendido unas hamacas. Tuvimos sexo vestidos y en silencio porque sentíamos otras presencias y no queríamos llamar la atención. ― No me cojas los senos que luego dicen que se ponen aguachentos y se caen… El trago, el censor, un orgasmo rápido y soso. Al día siguiente viajamos al pueblito de la costa y jamás la volví a ver. Juan también había hecho una conquista y se despertó sonriente y contento. Jose se había quedado dormido después de un par de tragos. Cuando volvimos a Bogotá tres semanas más tarde yo venía atenazado por la culpa. Lo que más miedo me daba era que a alguno de mis amigos se le saliera el cuento y que Marta se enterara por otra boca que no fuera la mía. Por eso terminé contándole, con pocos Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero detalles, apenas lo suficiente. No hizo escándalo, no lloró, no me insultó. Estuvo callada y triste varios días y de pronto, sin mediar palabra, volvió a ser la misma de antes. O por lo menos eso creía yo. *** En los meses que siguieron la atracción que siempre había sentido por Patricia aumentó de pronto, con una intensidad que me llenó de asombro. De un día para otro su compañía se volvió perturbadora, me dejaba sin respiración. Sabía que ella no iba a poner en riesgo su noviazgo para meterse en una aventura complicada, porque había invertido mucho en un matrimonio conveniente que sentía próximo, y en el que sabía que iba a obtener la seguridad y la estabilidad que necesitaba. Por eso, y porque ya sabía que la deslealtad sí estaba en mi naturaleza, comencé a evitarla y a rechazar su compañía con un apasionamiento que podría resultar sospechoso para cualquiera, pero que yo disfracé con cualquier excusa. Juan Nos conocíamos desde el kínder y teníamos mucho en común. Su papá, ginecólogo y profesor de la facultad de medicina como el mío, era un tipo querido, con un sentido del humor malicioso y una leve tartamudez que se le exacerbaba después del segundo whisky. Su mamá era una mujer hermosa y elegante, una anfitriona generosa. En su casa yo era bienvenido, aceptado, incluso admirado por mis logros académicos y por mis modales, siempre cuidadosos en su presencia. “Muchas gracias”, “por favor”, “un poquito más, está delicioso”. Un rico modelo de mujer y de casa para para buscar en el futuro. Siempre vivimos cerca y durante toda la infancia fuimos amigos, con los altibajos naturales del crecimiento. Al comienzo de la adolescencia nos apartamos, porque él se Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero desarrolló antes. Llegó de unas vacaciones con veinte centímetros más de estatura, afeitándose todos los días, los zapatos tres tallas más grandes, la voz gruesa, lleno de vellos y de músculos, una tortura. Yo envidiaba de lejos su independencia y aguardaba con ansiedad el relato de los lunes, sin saber qué tan cierto era, de cómo con sus amigos de ahora recogían a las muchachas fáciles que salían los viernes por la tarde en busca de plan en la carrera 15 y que a cambio de cualquier cosa se entregaban en el asiento de atrás del carro o en un motel cuando había con qué pagarlo. Más de una vez quiso que me uniera a su grupo pero yo me moría del miedo, se me salía el corazón y terminaba por dar cualquier disculpa idiota, la usual, que tenía que irme con mis papás para la finca durante el fin de semana. Hacia el final del bachillerato, una vez mis hormonas hicieron su trabajo y supimos que nos íbamos a presentar a la misma facultad de medicina, retomamos la amistad y durante toda la carrera volvimos a formar un equipo inquebrantable que ni siquiera mi noviazgo con Marta logró debilitar. No coincidíamos en todo, los gustos eran distintos y cada uno tenía amigos que no eran compatibles, pero nuestra relación se mantuvo firme. A él le costaba trabajo hablar de sus perplejidades, sus miedos, sus esperanzas, sufría una timidez dolorosa que le dificultaba relacionarse con las niñas decentes. Se escudaba detrás de una fachada de simpatía y de su afición por los chistes obscenos y escatológicos y la fotografía. Internado Juan, Patricia y yo decidimos hacer el primer semestre del internado fuera de Bogotá y nos inscribimos en un hospital de la zona cafetera del Tolima con un grupo de seis compañeros. Ella y yo tuvimos un acuerdo tácito de cuidarnos las espaldas y respetar Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero las relaciones que se quedaban en Bogotá. Mi problema era doble. Por una parte, en este momento compartir este espacio con ella me parecía complicado, pero por otra me moría de ganas de irme de mi casa esos seis meses. —Ignacio, le toca el turno de urgencias el 24 de diciembre. Lo trajeron casi inconsciente a las 11 de la noche; no tendría más de 17 años, venía cosido a machetazos, más de 20, en la cabeza, los brazos, el pecho y la espalda y yo no sabía si no respondía por la pérdida de sangre, por la borrachera o porque tenía una lesión cerebral. Al rato comenzó a despertarse y a pelear, agitando brazos y piernas, escupiendo obscenidades e incoherencias. Cuando dije que había que remitirlo al hospital departamental la enfermera de urgencias se atacó de la risa y me dijo: —Hoy 24 de diciembre a las 11 de la noche ¿Está loco, doctorcito? No hay ambulancia, y si la hubiera, a ese borracho no lo lleva nadie. Lo terminé de suturar a las 6 de la mañana. No se sabía cuál de los dos estaba más enfermo y asqueado. Al mediodía, después de que le dieron el almuerzo, se voló…No volví a saber de él. Qué paradoja, no sé nada del destino de aquellos que alguna vez estuvieron en mis manos para que los curara o me equivocara, pero no puedo olvidar las heridas, el olor, el miedo, el asco. *** A pesar de estar en el Tolima, este pueblo de montaña fue fundado por colonos caldenses. La comida, los apellidos, las costumbres, todo hacía referencia a la zona cafetera. Paisaje hermoso y quebrado, ríos, guaduales y plataneras. En las mañanas claras se alcanzaba a ver la cima del nevado del Ruiz. El clima era suave y el aire tenía la fragancia intensa de la tierra templada. El invierno era durísimo, aguaceros torrenciales y Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero tormentas eléctricas, derrumbes e inundaciones. Nos enteramos de que las lluvias de la pasada temporada habían dañado la floración de los cafetos y que se esperaba una cosecha pobre, que traería problemas a la comunidad porque no iba a haber dinero suficiente para los recogedores y los campesinos que vivían del beneficio del café. A los pocos días nos dimos cuenta de la violencia de la región. Supimos que los niños andaban armados con un machete desde los nueve años y se prometían la muerte bajo los efectos del aguardiente. Las niñas se embarazaban a los doce y les hacían abortos con gajos de cebolla o con agujas de tejer y llegaban al hospital muriéndose desangradas o a causa de la infección. Las mujeres que vivían en las zonas rurales alejadas del hospital todavía se morían de parto como en la Edad Media. Si lograban arrimar al hospital, las complicaciones que traían eran aterradoras, mucho más para nosotros, con los diez semestres de la carrera pero con poca experiencia práctica. Las carreteras terciarias de las veredas montañosas se habían trazado sobre antiguos caminos de herradura y en el invierno se convertían en lodazales intransitables. — Todos los internos a urgencias. Acaban de avisar que se rodó un camión lleno de obreros a un abismo y que hay más de veinte heridos. Esperamos. Unas horas más tarde llegó una volqueta del Ministerio de Obras y se estacionó frente a la morgue; traía veinte cadáveres arrumados unos encima de otros. La gente mayor tenía grabada en la retina la misma escena que en la época de la violencia política se había repetido hasta la náusea. Con las cabezas agachadas, todos callamos mientras descargaron los cuerpos. *** Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero La vieja enfermera de la sala de partos sabía más obstetricia que todos los médicos de la región. Para mí era una bendición coincidir con ella en el turno de noche. — Anita ¿no le parece que ese muchachito se está demorando mucho en nacer? — Ya llamé al anestesiólogo para la cesárea. — Anita ¿usted cree que ese bebé sale por ahí? — Si quiere, puede ponerle las espátulas. — Anita, esta niña está sangrando mucho… — Eso es un aborto. Si no la raspa rápido se le muere desangrada. *** Casi desde la llegada nos dimos cuenta de que esta pequeña comunidad de médicos jóvenes, internos y rurales que también vivían en el hospital, despertaba el apetito de las mujeres del pueblo, las que trabajaban en el hospital y las que tenían alguna conexión con él. En los años que llevaba la rotación se habían establecido unos rituales de cortejo ostensibles y hasta burdos por lo evidentes. No habían pasado dos semanas y mis compañeros comenzaron a desaparecerse por las noches y en el tiempo libre y a cruzarse miradas cómplices y sonrisas divertidas. A los que buscaban sexo ocasional, por diversión, se les daba casi sin esfuerzo, ahí, regalado. Las muchachas se prestaban al juego. A los que les gustaban las apuestas más altas apuntaban a las mujeres casadas, separadas, o las profesionales de la comunidad dispuestas a ceder a los encantos de la carne joven, algunas con la expectativa de conseguir un marido que las sacara del pueblo, promesas que nunca se concretaban. Patricia y yo nos encontramos aislados, gravitando uno alrededor del otro mientras los demás disfrutaban de su libertad sin importarles si en Bogotá habían dejado otras Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero relaciones estables, incluso uno que otro compromiso de matrimonio. Una parte de mí se moría de ganas de entrar en el juego, pero no podía permitírmelo, por más oportunidades reales o fantaseadas que se me presentaran. No quería volver a engañar a Marta porque mi relación con ella todavía estaba viva, no se había apagado la ternura. Para un observador externo Patricia y yo éramos pareja. A todas partes íbamos juntos, pendientes uno del otro. Cuando se sentía sola, venía a buscarme. Si le pasaba algo interesante o divertido corría a compartirlo conmigo, y yo hacía lo mismo. Los paseos, las invitaciones, las salidas a comer. Nuestra larga relación siempre había sido estrecha, pero ahora se le sumó un elemento de necesidad y una proximidad física que a mí me mantenía en un estado de excitación permanente y que ella parecía buscar y disfrutar. Más de una vez terminamos bailando abrazados, rojos, felices, jadeando, sin decir nada. Cuando no estábamos de turno nos íbamos con todo el grupo a un Club Campestre en la zona plana del valle del Magdalena. Una noche que estábamos en la piscina conversando y tomándonos unas cervezas, me buscó y se abrazó a mi cuerpo como una enredadera. Por la noche, subiendo para el pueblo en el carro, me dejó acariciarle el cuello y la espalda. Ni una palabra. *** — ¿Puedo pasar? — Entra ¿Qué tienes? — Me siento sola ¿Puedo quedarme un ratico contigo mientras pasan los truenos? — Claro, recuéstate aquí Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero Se tendió vestida a mi lado y me pidió que la abrazara, había llorado. Hablamos un rato largo, fumamos. Después, silencio. Al rato sentí su respiración rítmica y supe que se había dormido. Perfume, Eau de Métal, delicioso, ya leve a esta hora; crema humectante; aliento a yerbabuena; los vellos dorados en el cuello y los brazos; en el pelo, el tabaco rubio que ambos fumábamos, los hermosos senos al compás de la respiración, un átomo o dos de su sexo, nada más. Pasaron las horas. Inmóvil, dejé de respirar para no turbar el encanto y la tortura. Su cuerpo perfecto acunado en mis brazos sin soñar ni moverse. Al filo del alba se despertó descansada y contenta, había dormido toda la noche. Me dio las gracias con un suave beso en los labios y se fue a comenzar su jornada. Nunca hablamos de esa noche. Todavía siento su olor. *** Por las noches el ruido de sus tacones acercándose y alejándose una y otra vez y rebotando por los pasillos no me dejaba dormir. Solo imaginarla recorriendo el ala del hospital en la que estaban nuestros dormitorios me producía una mezcla tal de deseo y de furia que me dejaba aterrado; le rogué que no usara esos malditos zapatos por la noche, pero se negó, con su risa burlona, diciendo que a ella le encantaban porque eran comodísimos. Por fin, en un arranque súbito y aprovechando un descuido, entré a su habitación, le robé los zapatos y los tiré desde el quinto piso del edificio. *** Cuando regresé a Bogotá a hacer el segundo semestre del internado intenté retomar lo que aquí se había quedado en suspenso, pero algo no encajaba. No tenía que ver con mi Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero familia. Ahí seguían mis papás odiándose en silencio, mis hermanos con la misma hostilidad de siempre, mi abuela cada día más deteriorada, la casa cayéndose a pedazos. Era que no encontraba la llave de mi relación con Marta. En los meses pasados había visto unos aspectos míos que no conocía, y había empezado a experimentar una inquietud que me confundía. El segundo semestre del internado me sirvió de excusa para poner algo de distancia porque el trabajo era agotador, con turnos cada segundo o tercer día y muy poco tiempo para los dos. Marta también estaba ocupada. El afecto y la costumbre seguían intactos y pasábamos juntos el poco tiempo libre que nos quedaba y de vez en cuando hacíamos el amor. Sentíamos el placer que dan la ternura y el conocimiento, pero no íbamos más allá. Yo no sabía qué hacer para complacerla y ella nunca me dijo qué le gustaba y qué no, nunca logré estar seguro de si tenía orgasmos, la mayoría de las veces me parecía que no. Rural Pocos días después del grado, fuimos Juan y yo al hospital a recoger unos documentos. Cuando pasamos por el Departamento de Cirugía el Jefe de Residentes nos llamó a su oficina. — ¿Ya saben dónde van a hacer el rural? ¿Se van o se quedan? — No estamos seguros, estamos viendo si nos podemos quedar en Bogotá, en un hospital del distrito. — Necesito médicos recién graduados para atender las urgencias, los pacientes hospitalizados y ayudar en cirugía en una clínica privada. Se paga por los casos atendidos, por los turnos y las ayudantías; la plata puede ser interesante. Si ven que pueden combinar este trabajo con el “rural”, están invitados. Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero Quedamos de volverlo a llamar. A los pocos días firmé el contrato para prestar el servicio obligatorio en un hospital en los cerros surorientales, a gran distancia de la casa de mis papás, con turnos de Urgencias de 6 de la tarde a 6 de la mañana cada tercera noche. Hice los cálculos del tiempo y suponiendo que podía cumplir, acepté los dos trabajos. *** — Otro apuñaleado, doctor, pero estamos sin agua, y sólo lo puede coser si el paciente compra la sutura, la gasa, los guantes y el antibiótico por fuera y trae todo aquí porque en el hospital no hay. — Si no remitimos a ese niñito deshidratado se nos va a morir aquí; la mamá dice que no tiene plata para el equipo de venoclisis y el suero. Agua helada por las mañanas cuando había. La comida no estaba incluida en el contrato. Una comunidad trasplantada del campo por la violencia, sin cohesión, desarraigada y triste. El personal del hospital lejano, duro, ajeno. Tal vez por necesidad, porque en estas circunstancias prestar una buena atención era casi imposible. Los turnos de noche en Urgencias eran atendidos por enfermeros porque las mujeres se convertían en blanco fácil de los depredadores y sentían pavor de caminar por el barrio después del atardecer. Además, la gente sospechaba que el personal del hospital se robaba los insumos y se los vendía a los dueños de las farmacias para que los negociaran y que esta era la causa de la escasez. Otra vez la misma impotencia, las ganas de dejar todo tirado, de no volver nunca más, de no sentir este dolor en la piel, este nudo en la garganta. Completaba ya seis años en este mundo desposeído y violento, con la gente triste y desolada. Demasiado peso para mis hombros, ya no los podía cargar. No era la vida que yo quería. Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero Hice mil malabares para cumplir los turnos de cuarenta y ocho seguidas con una mañana de descanso, atravesando la cuidad de sur a norte varias veces al día al timón del viejo Land Rover de la finca que llevaba 17 años en la familia y le había dado la vuelta al mundo varias veces; consumía tanta gasolina y repuestos que amenazaba con arruinarme, pero en este momento era la salvación. Cargaba una maleta con tres mudas de ropa porque era imposible ir hasta la casa a cambiarme. Me bañaba y afeitaba en la clínica y comía cualquier cosa a cualquier hora. Vivía con náuseas. A las tres semanas me di cuenta de que no aguantaba más. Tenía que buscar dónde hacer el rural sin renunciar a la clínica porque la plata que me podía ganar allí me permitía hacer planes, soñar con algo distinto, largarme. *** — Papá, quiero aplazar seis meses la especialización. — ¿Para qué? — Quiero parar un rato — ¿A hacer qué? — No sé, pensar, viajar, quiero ir a Inglaterra. — Me parece una imbecilidad. —Mi hermana acaba de pasar seis meses en Europa y usted la apoyó. — Es muy distinto. — ¿Distinto? — Sí. Primero termine la especialización y después se puede ir para donde quiera. *** Comencé a dudar incluso de lo que hasta ahora pensaba que tenía claro. En un momento me apareció un recuerdo recurrente, como esos sueños que se repiten noche a Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero noche, sin variación. Estaba en quinto de bachillerato, en clase de Literatura con el profesor Iriarte, el poeta pálido y enjuto de maneras aristocráticas y pausadas que hablaba saboreando las palabras. Yo no entendía cómo, sin alzar la voz ni perder jamás la compostura, era capaz de controlar a este grupo de machos cabríos, algunos de los cuales le sacaban una cabeza o lo doblaban en el peso. Era tal la energía que emanaba que nos quedábamos lelos oyéndolo. Nos hizo escribir. Y de pronto, hasta los más dispersos, los futbolistas intoxicados de testosterona pasaron a ser poetas, ensayistas, narradores. Había que ver el espectáculo: Flores y pájaros, abrazos, cordilleras, perfumes y sombras largas. Música de alas. El amor y las palabras. A los tres o cuatro de nosotros que mostramos algo de talento nos estimuló a seguir, a ahondar, a insistir. En un almuerzo de domingo, ante una sonda tímida sobre la posibilidad de estudiar Filosofía y Letras: — Yo no voy a mantener muertos de hambre. Cuando llegó el momento de decidir, no fui capaz. Quizás después… quién sabe. Alfredo Varios años atrás a mi papá le habían encargado la creación del Departamento de Ginecología y Obstetricia de este hospital afiliado a mi facultad y todavía lo dirigía. Había sacado varias promociones de especialistas en un ambiente un poco menos viciado que el de otros hospitales universitarios, pero en donde la mediocridad era casi la norma. Su equipo estaba formado por un grupo de talentos menores elegidos con gran cuidado. Él era el sol. Despertaba admiración y lealtad, pero también temor por su lengua acerada que levantaba ampollas. Su hermosa figura, su inteligencia y el poder de su personalidad atraían Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero a hombres y mujeres por igual, pero ellas además se lo comían con los ojos. A mí, que tenía más información, y lo había sufrido en privado, me provocaba matarlo. Alfredo se especializó aquí. Poco después de graduarse se fue a Europa a hacer estudios avanzados y había regresado hacía cerca de tres años. Yo lo conocí durante mi rotación de noveno semestre y nos entendimos bien. No sé si fue por agradecimiento con mi papá, pero fue amable conmigo, y me dio a entender que yo tenía mis propios méritos para ser su amigo. Era intenso y ambicioso, bordeaba la genialidad y tenía sus rarezas. Echaba unos chistes malísimos que solo él entendía. Entonces se quedaba mirando a su víctima con los ojos salidos, balanceando la cabeza como un pájaro con Parkinson y soltaba una risita demente. Estaba empeñado en hacer investigación clínica, cosa poco usual y casi desconocida en nuestro medio. Mi papá hizo que lo recibieran en el hospital y lo apoyó en su proyecto, e incluso le ayudó a comenzar su práctica privada. Buscaron por todas partes los recursos para montar un laboratorio de hormonas y una unidad de investigación clínica en reproducción. En este momento de desespero me enteré por mis compañeros de que algunos hospitales universitarios estaban certificando el servicio social obligatorio. A la primera mañana que tuve libre me fui a hablar con él. Después de oírme me contó que la semana anterior la Secretaría de Salud le había aprobado dos cupos para médicos y dos para bacteriólogos. El problema era que el hospital no tenía cómo pagarles un sueldo y por eso podía certificar el cumplimiento con solo medio tiempo. Uno de los cupos para médicos ya se lo había dado a uno de mis compañeros de curso y el otro estaba vacante. Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero Era exactamente lo que necesitaba. Esto me permitiría conservar el trabajo de la clínica y hacer algo que de todas maneras me interesaba. Renuncié al día siguiente al hospital del distrito. Arturo Cada uno sabía de la existencia del otro desde la infancia. Nuestras mamás fueron juntas al colegio y seguían siendo íntimas. Su papá había muerto hacía muchos años en un accidente de aviación dejando tres hijos pequeños. Arturo era el mayor. La mamá era una mujer batalladora, amante de la música y la literatura, que se movía en el círculo intelectual de los amigos que dejó su esposo. Después de enviudar le tocó ponerse a trabajar para educar a sus tres hijos y mantener su hogar, con dificultades, pero con dignidad. Además de algunos encuentros sociales en la infancia de los que ninguno de los dos se acordaba, Arturo y yo nos volvimos a ver al entrar a la universidad y no nos entendimos. Él era dos años mayor, y nuestros mundos nunca se habían tocado. Era arrogante, lejano, con un aire de descuido que yo pensaba que era medio inventado. Las botas de gamuza, los jeans desteñidos, los sacos de lana virgen, la flauta dulce en la mochila, un cigarrillo sin filtro detrás de otro y un discurso sobre arte y música que parecía auténtico, pero que a mí me causaba desconfianza. Tenía en su casa un cuarto oscuro bien equipado y se suponía que era un excelente fotógrafo de paisajes, de naturaleza y de cuerpos de mujer; decían que tenía una bella colección de fotos de desnudos de sus amigas. Incluso el cuento de que su perro dóberman, que solo le hacía caso a él, había intentado saltarle al cuello varias veces, causaba cierta admiración. En las vacaciones hacía Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero viajes largos en motocicleta con un grupo de amigos del colegio. Habían visitado casi toda Colombia, y habían llegado hasta Ecuador, Perú, Chile y Bolivia. Las mujeres lo encontraban atractivo y misterioso, las hacía suspirar. Les gustaban su sonrisa y su barba descuidada, el pelo largo y rizado con grandes entradas y unos ojos oscuros, profundos, enmarcados por unas pestañas casi femeninas. En cuanto veía a una muchacha que le gustaba se le iba de frente y le soltaba un comentario directo y agresivo. Les invadía el espacio y aprovechaba su estatura para imponérseles, muy cerca, a centímetros del cuerpo. Tenía un olfato especial para los puntos débiles. Perseguía sobre todo a las que se las daban de independientes y liberadas, le parecía divertidísimo ponerlas en evidencia. Uno se quedaba esperando la cachetada o el desplante, pero no…Pocas se resistían. La novia era compañera de colegio de mi hermana mayor. Se rumoraba que la relación era caótica, que las peleas eran terribles, que había infidelidad, lágrimas y ruegos. Hasta las familias habían tenido que intervenir. Nunca supe si fue cierto, pero decían que la niña había amenazado con matarse. La razón del deslumbramiento era un misterio para mí. A las pocas semanas de entrar a primer semestre dos de mis compañeros que lo conocían desde el colegio se fueron a gravitar a su alrededor como satélites, y de pronto los vimos llegar vestidos como él, hablando de los mismos temas, con la misma mirada lejana, fumando cigarrillos sin filtro, tirándoselas de peligrosos y apasionados. De pronto se habían vuelto expertos en Bach y en fotografía, en motos, en viajes, en montañas, en mujeres. El Réquiem de Fauré les provocaba ideas de suicidio. A diferencia de sus imitadores, nadie oyó jamás de su boca la Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero identidad de sus conquistas. Una reserva tan grande solo podría ser interpretada como evidencia de que eran ciertas. *** A mediados del primer semestre murió su hermano menor. No tenía más de 16 años. Tenía una enfermedad degenerativa del corazón, pero no le habían contado a nadie. Se decía que los tres hermanos estaban afectados. Hicieron de la pérdida un espectáculo bochornoso. Los amigos lo tenían que sacar a rastras del lado de la tumba de su hermano a donde se iba a tocar la flauta y a llevarle música en una grabadora por las noches. Yo no tenía nada en contra de esas expresiones de dolor, pero el exceso de publicidad… *** Durante los seis años de carrera habíamos hablado muy poco. Nos saludábamos con un levantamiento de cejas. Las escasas veces que coincidimos para estudiar para los exámenes trimestrales o finales hablamos apenas lo necesario y solo sobre el tema que estábamos preparando. Cuando llegué al hospital a comenzar el rural él ya llevaba unos días trabajando. El saludo fue frío, pero tal vez por la familiaridad que dan seis años de verse todos los días no fue incómodo. La proximidad nos llevó a conversar, al principio sobre cosas triviales, pero luego comenzamos a profundizar. Extraño. — Tenga, Ignacio, mire lo que le grabé. Me alargó un casete de 120 minutos marcado con varias de sus obras preferidas de Bach. Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero — Son las partitas y sonatas para piano tocadas por Glenn Gould. Si le pone cuidado lo puede oír respirar y tararear mientras toca…es impresionante. El gesto me tomó por sorpresa. Al principio no supe si era por fanfarronear o si genuinamente quería transmitirme la pasión que sentía por el pianista canadiense que había causado un tumulto en la escena musical reinterpretando la obra para teclado de Bach de una manera única y revolucionaria. También me grabó unos preludios de corales y un par de obras para órgano. En los días siguientes oí el casete una y otra vez en el equipo de mi carro y la experiencia me trastornó; sobre todo las piezas para piano que nunca antes había oído con tanta atención; elevadas, exactas, espirituales, bellas; nunca pude volver a oírlas sin sentir ganas de llorar. *** Nuestro grupo incluía a dos bacteriólogas jóvenes, casadas y con hijos, que aprovecharon la oportunidad para quedarse a hacer el servicio obligatorio en Bogotá, y se encargaron del laboratorio de hormonas y reproducción y a una psicóloga dedicada a dar apoyo a las parejas con problemas de fertilidad. Además del trabajo de laboratorio, Arturo y yo debíamos acompañar a Alfredo y a los residentes de Ginecología a la consulta y a los procedimientos de la clínica de infertilidad y endocrinología ginecológica. Había en marcha varios proyectos sobre anticoncepción, menopausia, trastornos del ciclo menstrual, unos temas que casi nada se habían estudiado en el hospital por falta de conocimiento y rigor, y también por pereza intelectual. Me volví a encontrar con un área que me interesaba de verdad. Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero Mi proyecto principal era montar un examen de laboratorio para definir con algún grado de precisión la madurez del pulmón fetal, una variable crítica para la supervivencia de los bebés prematuros. Durante los primeros meses debía buscar la bibliografía, reunir los materiales y comenzar a desarrollar la técnica. La tarea no fue fácil, pero el primer resultado visible compensó todos los esfuerzos. Por primera vez en mi carrera (¿en mi vida?) sentí que tenía un lugar. El laboratorio era un poco rudimentario pero se podía trabajar. Alfredo orientaba sin interferir, reconocía los esfuerzos, estaba enterado del trabajo de cada uno. Aunque la universidad no me había preparado para ser investigador, poco a poco fui llenando los baches. Leí una enormidad, discutí los problemas, hice un ensayo tras otro hasta cuando pude dominar la técnica. Había poco tiempo, pero Arturo y yo podíamos tomar un descanso para el café a media mañana. Después de los tanteos iniciales, un poco cautelosos, la conversación comenzó a fluir, y de pronto nos dimos cuenta de que teníamos más en común de lo que jamás hubiéramos imaginado. Hablábamos de música. A él le apasionaban los compositores del barroco, por encima de todo la obra para teclado, las cantatas y los oratorios de Bach. Desde la muerte de su hermano menor la Pasión según San Mateo se le había vuelto una obsesión. Sentía que le permitía mantener fresco el sentimiento y poner a prueba su corazón. También Satie, Debussy, Fauré, Ravel. Tenía una devoción particular por Stravinski, la Petrushka lo llenaba de ternura. Una buena colección de discos y un equipo de sonido muy avanzado. Un amigo de su mamá, gran conocedor, lo orientaba y le regalaba grabaciones difíciles de encontrar. Mi gusto era parecido al suyo. Yo había sido un oyente menos dedicado y por eso aprendía y disfrutaba. Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero Hablábamos de libros. Casi todos mis compañeros de universidad se habían volcado sobre la carrera, y respiraban, digerían, sudaban medicina. Yo no concebía la vida sin la literatura. Me habría vuelto loco si no hubiera dejado un espacio para los libros, mi principal fuente de significado, mi refugio, mi casa. Nunca permití que el estudio me apartara de ellos más de unos pocos días. Arturo nunca fue un lector ávido, pero apreciaba mi búsqueda de esa época. Capra, los Upanishads, el Bhagavad Gita, Castaneda, Alan Watts, el I’Ching. A raíz de la muerte de su hermano menor, Arturo había comenzado a hacer psicoanálisis con un terapeuta freudiano ortodoxo, de diván. No discutíamos las sesiones, pero yo entendía su interés, que también era mío. Después de ver el seminario de psicoanálisis en el último semestre de la carrera se me había metido en la cabeza que algún día yo iba a explorar ese mundo. Como en tantas otras cosas, mis conocimientos eran solo teóricos, pero la mente, la última frontera, su funcionamiento y sus anomalías, siempre había sido para mí un imán. Incluso durante la carrera me había interesado mucho por la neurología y la psiquiatría. *** Hablábamos de viajes y excursiones y de su afición por la fotografía. Por esta época su interés estaba centrado en el campo abierto, las imágenes de la naturaleza, lo grande y lo pequeño. Sus amigos del colegio habían sido excursionistas toda la vida, y eran apasionados por los viajes y la aventura. Al norte de la ciudad, en Suesca, en un estrecho valle en donde el río Bogotá todavía joven se encañona y sus meandros se enmarcan en una bella formación de roca caliza, crearon un campo de entrenamiento y una escuela para principiantes bajo la guía de unos alpinistas europeos establecidos en Colombia. Fueron Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero abriendo las rutas, a las que calificaron por grados de dificultad. Algunos de ellos, impulsados por la emoción que les producían sus logros cada vez mayores, ya habían comenzado a escalar los picos más altos de Colombia, algunos de Suramérica, y todos soñaban por esa época con el Himalaya. Arturo entrenaba con ellos desafiando su problema cardiaco que supuestamente no le permitía las excursiones de largo aliento ni las grandes alturas. La compañía de sus amigos le daba sentido a su vida. Pasaban la mayor parte de su tiempo libre colgados de la pared de piedra aprendiendo las técnicas, abriendo rutas, retándose a superar dificultades cada vez mayores. Incluso pensaban adquirir un terreno en los alrededores para construir casas de recreo y estar siempre cerca de este lugar que los obsesionaba. *** Con raras excepciones, mis amistades de la universidad fueron escasas y superficiales, con pocos lazos duraderos. Pasado el primer deslumbramiento, en primer semestre supe que podía comunicarme con mujeres de mi edad con las que no mediaba un interés romántico. Entendí que además de encantadoras y generosas, podían ser ferozmente competitivas y aprovecharse de su condición femenina para conseguir calificaciones más altas, mejores rotaciones, horarios más favorables. La escuela de medicina era una isla. Solo de nombre pertenecía a una universidad porque toda la carrera transcurría en los hospitales sin ningún contacto con los estudiantes de otras carreras. El ambiente era cerrado y malsano. Gente compleja, llena de mañas, alcohólicos, drogadictos, promiscuos. El suicidio no era raro. *** Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero Crecí entre alcohólicos y terminé por aficionarme. Obviamente, nadie lo reconoció jamás; éramos “bebedores sociales”, de fin de semana. Adicción permitida, entroncada sin costuras en el tejido social, como el cigarrillo. Hacia el final del bachillerato cualquier reunión de primos o de compañeros de colegio tenía que acompañarse de trago, siempre había un motivo. En la universidad se hizo más frecuente para poder sostener la mentira de la vocación. Nunca me faltaban buenas excusas, los buenos y los malos resultados académicos, el final de las rotaciones, la presentación de los exámenes trimestrales o finales, cualquier cosa. Quería soltarme, desanudarme, bailar, hacer avances en los que sobrio no podía ni pensar. Me mentía sintiendo que tenía el control, pero con frecuencia no podía detenerme a tiempo. Pasé muchos malos ratos abrazado al inodoro, enfermo y asqueado. Las desventajas acumuladas durante el crecimiento me dificultaban establecer relaciones y sentir que tenía un lugar. Mi vida giraba alrededor del empeño de pasar los semestres y aguardar con ansia las vacaciones para darme un atracón de libros. Tratar de encontrarle algún sentido a lo que estaba haciendo. Con desesperante regularidad descarté las especializaciones que no me atraían y esperé sin éxito a que surgiera una conexión con algo que por fin lograra entusiasmarme. Mi larga relación con Marta me sirvió de excusa para creer que tenía un mundo propio, cuando en realidad me había sumergido en el suyo. En este momento el noviazgo había entrado en un periodo de calma tensa. En los últimos meses me había encontrado fantaseando con la libertad cada vez con más frecuencia. Los casi cinco años comenzaron a antojárseme largos y pesados y veía aproximarse una encrucijada. Aunque Marta no había abierto su boca, yo tuve la clara sensación de que hacia el final de este año me iba a tocar Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero tomar una decisión. Sin saber muy bien por qué, comencé a sentir que la idea del matrimonio aparecía en el horizonte, y venía con unas dudas tenaces ¿Y si Marta no fuera la indicada? ¿Estas ganas de conocer a otras mujeres, o de suspender la carrera e irme para Europa, no eran indicios de que yo no estaba preparado? ¿Qué tan justo era sostener un noviazgo de tantos años con una promesa que al final uno no está dispuesto a cumplir? *** Arturo y yo casi no hablábamos de cosas personales. Su vida privada estaba rodeada de silencio. Sin embargo, cuando la conversación entraba en otros terrenos, la transmisión de emociones nos sorprendía; llegábamos a un lugar en donde nos reconocíamos como iguales, en sintonía con lo que nos interesaba o nos conmovía. Lo que en realidad nos unía era una sensación de extrañamiento, de no pertenencia. Intrusos en un mundo que no acabábamos de comprender y al que no estábamos muy seguros de querer comprender. Nos identificaba la lucha por encontrar significados en el arte, la música, los libros, la montaña. Cualquier aspecto que tocábamos nos llevaba a descubrir que después de los años desérticos de la universidad, no estábamos solos ni éramos únicos o extraños. Aunque no hablamos abiertamente de la vocación, ambos sabíamos que nuestros intereses se centraban en otras búsquedas. Por primera vez en años volví a sentir que la amistad era posible, que yo era capaz de tender puentes, y que la llegada al mundo adulto podía hacerse en compañía. Abril Mientras recogía unas muestras de líquido amniótico en la sala de partos me avisaron que Arturo me necesitaba en el teléfono. — Se acaba de morir mi otro hermano. Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero La misma enfermedad del corazón que había matado al menor hacía seis años. La misma que él tenía y que también lo iba a matar. — ¿En dónde está? ¿Necesita algo? — Nada, solamente quería avisarle. Diego, de mi edad, acababa de graduarse en Derecho con honores. Unas pocas señales en las últimas semanas, nada grave. Se derrumbó esa mañana y se apagó en un instante. El entierro fue impresionante, todos los compañeros de colegio y universidad, la familia, horrorizados, mudos. Nadie entendía nada. Cuando a los pocos días Arturo volvió al hospital, venía callado, contenido, con los dientes apretados. Hizo el esfuerzo de sentarse conmigo pero sin conexión. Sin lágrimas, aislado, con una ira reconcentrada mezclada con desolación y miedo, y un dolor que no quiso dejar salir. Silencio. Se dedicó a acompañar a su mamá, y se apoyó en sus amigos de la infancia y en su novia, una muchacha un poco mayor que él, con quien tenía una relación problemática y dura. Ella hablaba de dejarlo, y él se resistía como un animal. Un domingo, yendo hacia Suesca, en medio de una gritería espantosa perdieron el control del automóvil y se estrellaron de frente contra un camión. A ella no le pasó nada, pero él sufrió una lesión grave en un ojo, se le clavó una esquirla del espejo retrovisor; se pensó por un momento que podía perderlo. Sin embargo, lograron salvárselo en cirugía y al poco tiempo regresó al trabajo. Venía rodeado de un aura de muerte. En los dos meses siguientes el trabajo continuó su curso. Yo intenté restablecer la comunicación, pero él se mantuvo en un aislamiento duro. La conversación comenzó a derivar hacia superficialidades, y ya no fue posible penetrar ese muro de silencio y dolor. Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero Lo dejé estar porque sentí que todo esfuerzo por indagar más, por acercarme, por buscarle una salida a esa pena iba a fracasar. *** Por las tardes en la clínica nos veíamos con Juan. Junto con otros compañeros que estaban en circunstancias parecidas nos encargaron el servicio de Urgencias, los pacientes hospitalizados y las ayudantías de cirugía. Cada cuarto día hacíamos turnos de doce horas los días de semana y veinticuatro los sábados, domingos y festivos. La experiencia era interesante, nos servía para tener una idea de cómo se ejercía la profesión en una clínica privada alejada casi del todo del rigor universitario que nosotros comenzamos a aportar. Esto causaba roces y conflictos con los médicos que no estaban acostumbrados a que les opinaran o les indicaran opciones de tratamiento para sus pacientes privados. Había de todo, clínicos talentosos, cirujanos hábiles de los que se podía aprender mucho, otros menos expertos, e incluso unos burros sin preparación ninguna con conductas que rozaban la negligencia o el dolo. La clínica estaba estrenando una administración que vio la necesidad de hacer cambios cuando se dio cuenta de que estos últimos eran un peligro incluso legal y de que tenían que encontrar la forma de salir de ellos. Nosotros éramos la punta de lanza de ese esfuerzo y la esperanza de tener en el futuro un grupo médico preparado y ético capaz de cambiar esta situación. Un lunes encontré a Juan envuelto en la cortina de la sala de médicos cuchicheando por el teléfono. Cuando colgó tenía una actitud rara, que yo nunca antes le había visto. — ¿Qué le pasa? — Nada — ¿Cómo así que nada? Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero Pocos días después me la presentó. Era una belleza, con los ojos azules más hermosos que yo hubiera visto, una risa de niño chiquito capaz de enamorar a cualquiera, llena de simpatía. Me dio una alegría inmensa ver a Juan enamorado por primera vez. Pero saber que estas delicias ya se habían apagado para mí me dejó un sabor triste. La noche Un viernes, a comienzos de junio, al despedirse para el fin de semana Arturo me dijo que al día siguiente era su cumpleaños y que había decidido pasarlo con sus amigos en Suesca. Iban a pasar la noche en unas hamacas colgadas en la pared de roca. Tuve una sensación desagradable, pero no le dije nada. El lunes me desperté con la noticia. Arturo estaba en cuidados intensivos debatiéndose entre la vida y la muerte, y las posibilidades de que sobreviviera eran muy pocas. Salí corriendo para la clínica a averiguar lo que había pasado. Sus amigos me contaron que Arturo y sus dos compañeros iniciaron la escalada al atardecer, guiados por el más experto. Paso a paso, fueron metiendo los seguros en la roca, probando las cuerdas, tanteando el terreno con manos y pies. Parece que eligieron una ruta inexplorada en una parte de la pared en donde sabían que las rocas no estaban muy firmes y podía haber desprendimientos. Por confiados o por evitarse la incomodidad no usaban cascos. Pasadas las diez de la noche, faltando pocos metros para alcanzar el lugar que habían definido para armar el campamento, el líder de la cordada sintió ceder un trozo de la pared en donde tenía apoyado el pie y gritó para advertirles que se había soltado una piedra. Como no recibió respuesta gritó cada vez más fuerte llamando a Arturo. Le pidió a su compañero que iba detrás de él que bajara y los dos se quedaron espantados al verlo desgonzado, colgando de la cuerda, inconsciente, con la cabeza llena de sangre. Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero No sabían si estaba vivo y en la oscuridad comenzaron a descender los más de cincuenta metros que los separaban de la base de la pared. No estaban seguros de que la cuerda alcanzara a llegar al suelo. Llorando de miedo le pedían en todos los tonos que no se les fuera a morir, le prometieron que lo iban a sacar de ahí. Las lámparas de cabeza no alcanzaban a alumbrar sino una pequeña fracción del mundo. Abajo los esperaba un matorral de moras silvestres llenas de espinas que les desgarraron la ropa y la carne. Hubo unos segundos de pánico cuando llegaron al campero de Arturo y ninguno se acordaba de dónde había dejado escondidas las llaves. Por fin las encontraron debajo del guardafangos y como un peso muerto lo montaron en la parte de atrás y recorrieron un par de kilómetros en reversa por entre las traviesas de la vía férrea abandonada que pasa por la base de la pared. Ya en la carretera corrieron a lo que les daba el motor. Cuentan que se tragaron la distancia con la sensación de que se les había vuelto infinita. Dejaron a Arturo en el servicio de urgencias de la clínica a cargo del neurocirujano que en minutos lo tuvo en el quirófano. Sacaron de la cama a un amigo médico para que los acompañara a darle la noticia a la mamá. Días después el neurocirujano, buen amigo de mi papá, me contó la intervención. Arturo llegó a la sala de cirugía casi muerto, con la tensión arterial muy baja y el corazón bombeando débilmente. Tenía una fractura deprimida en el cráneo y todas las señales de una hemorragia masiva que le oprimía el cerebro. Sentí como si yo mismo hubiese presenciado la operación. Pude palpar el pesado silencio que en estas ocasiones se cierne sobre la sala de cirugía. Apenas los ruidos acompasados del respirador de la máquina de anestesia, y las órdenes rápidas y cortantes: Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero — Bisturí; separador; pinza hemostática; cauterio; tijera de tejido; trépano; sierra de alambre; gasa; tijera… Pasaron varios minutos y, cuando separó los fragmentos de la fractura entre el hueso parietal y el temporal e incidió la duramadre, salió un chorro de sangre oscura, venosa, que venía de un desgarro del seno longitudinal. Los senos que recogen la sangre del cerebro y la sacan del cráneo confluyendo hacia las venas yugulares están hechos del mismo material de la duramadre, la más externa de las meninges, que es semirrígida, se parece a un pergamino. Cerrar un desgarro en uno de estos senos venosos es casi imposible, la cantidad de sangre que transcurre por ellos es impresionante y las paredes no se pueden cerrar con puntos, cada vez que se pasa una aguja queda un hueco y las suturas desgarran la membrana, lo cual agrava el problema; entonces hay que afrontar las paredes con agrafes de plata, una especie de grapas parecidas a las de las cosedoras de papel, colocándolas prácticamente a ciegas con una pinza dentro del lago de sangre que es imposible achicar del todo. Un segundo neurocirujano entró al quirófano a ver si podía ayudar en algo. El primero había comenzado a desesperarse al darse cuenta de que el seno estaba sangrando demasiado. Minutos angustiosos. El anestesiólogo ordenó bolsa tras bolsa de sangre y suero para reponer las pérdidas. El neurocirujano no podía ver nada dentro del charco de sangre y a pesar de que trataba de mantener la calma comenzó a desesperarse. Recuerda haber pensado: No puedo cerrar esto. Se me va a morir este muchacho…yo no sé qué le voy a decir a la mamá…No puedo hacer nada más… Al sentir la desesperación en la voz de su colega, el recién llegado que se había cambiado para ayudar le sugirió que le pusiera otro agrafe. Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero El neurocirujano le contestó: — No veo nada entre toda esa sangre…no puedo hacer más. Su colega le rogó que hiciera el último intento. Sin esperanza, accedió y con este último agrafe la hemorragia se detuvo. Con las manos temblando comenzó el cierre del cráneo y luego dejó al ayudante que terminara la operación. En la sala de espera abrazó llorando a su amiga de tantos años, que sintió la muerte. Sin embargo, alcanzó a oír al cirujano que le decía que su hijo había salido vivo. Sabiendo cómo es el cerebro no era posible predecir cómo o cuándo se iba a despertar, con qué problemas neurológicos iba a quedar, o hasta dónde se podía recuperar, pero lo importante era que estaba vivo y que tenía posibilidades. *** Salió de cirugía en muy malas condiciones y tuvo que permanecer varios días en la unidad de cuidados intensivos en un coma inducido a la espera de que cediera el edema cerebral. Luego de unas leves señales de mejoría comenzó a recuperar el conocimiento. Cuando lo pasaron a una habitación de cuidado intermedio y se le pudo visitar daba una impresión penosa. Estaba en otro planeta, no recordaba nada de su vida pasada. La mente trastabillaba con el lenguaje y las tareas más sencillas ¡Qué vaina…! fue lo primero inteligible que dijo al despertar. Tres semanas más tarde le dieron de alta y salió de la clínica caminando con sus propios pies. Empezó a reconocer a las personas más cercanas y poco a poco a darle el nombre correcto a las cosas, a los sentimientos y a las emociones. Todavía era muy pronto para saber si podría llenar las lagunas de la memoria, cada día una nueva esperanza y un nuevo retroceso. Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero Extrañamente, yo, que nunca fui su íntimo y que apenas había empezado a relacionarme con él en los últimos meses, terminé sirviéndole de lazarillo en el proceso de recuperación. Un mediodía salí del hospital con una hora medida antes de comenzar mi turno de la clínica y decidí pasar a verlo. — Hola, Posadita, gracias por venir…, me dijo esa primera vez que fui a visitarlo. El apellido que me dio al saludarme era el de uno de sus amigos de la infancia…Aterrador. Fatigado, macilento, con la mirada perdida y la atención dispersa, una terrible cicatriz en el cráneo en el que apenas comenzaba a apuntar el pelo, un cigarrillo tras otro, toleraba apenas la compañía de sus amigos más cercanos cuyos rostros y nombres comenzaban a formarse en la nube de ese cerebro lesionado y lento, transmitía lejanía y vacío. La casa estaba casi en penumbras, no demasiado limpia. Al llegar al segundo piso buscando a Arturo entré por error en la habitación de su hermano muerto hacía unos meses. Estaba tal como él la había dejado el día de su muerte. Los libros, el estilógrafo y unos papeles en el escritorio, el vestido de la víspera colgado en un solterón con las mancornas, un paquete de cigarrillos empezado con un encendedor de plástico en la mesa de noche, unas pocas monedas y billetes en un platillo, la corbata y los zapatos como si se los acabara de quitar, el resto de la ropa en el armario, los vestidos colgados en sus ganchos…todo en perfecto orden como si su dueño estuviera por ahí. Salí del cuarto sintiendo que había profanado un secreto o violado un santuario. Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero Después de hacerle compañía a Arturo me senté un rato con su mamá. Triste y perpleja, todavía indagando los porqués. Me dio las gracias por la compañía y yo le dije que iba a hacer todo lo posible para ayudar a Arturo a recuperarse. Le dije a Alfredo que pensaba dedicar la hora del almuerzo a visitar a Arturo y acompañarlo en su mejoría mientras pudiera. Me dijo que si quería podía irme un poco antes del mediodía, tan pronto terminara lo que tenía programado para la mañana. A partir de ese momento todos los días lo acompañaba durante una hora o algo más. Al poco tiempo ya sabía quién era yo y comenzó a hacerme unas preguntas vacilantes, de tanteo, interesándose por el trabajo, los conocidos, los amigos. Algunos términos médicos le causaban curiosidad y los seguía, al principio con vacilación. Comencé a repasar con él las materias de la carrera, aprovechando que había reunido bastante material de estudio para el examen de admisión a la residencia que ya se aproximaba. Lo estimulé con preguntas, ejemplos y casos usando mis cuadernos de apuntes y los libros que él tenía en su biblioteca. Al principio se cansaba rápido y ponía la mirada perdida. Yo lo dejaba en paz y al día siguiente repetía el proceso. La conversación fue ganando en coherencia y duración, incluso con algunos rasgos de humor entreverados con el entusiasmo que a ambos nos producían los progresos. El ritual duró cerca de dos meses. Con el tiempo cada vez fue más evidente que Arturo iba a recuperar del todo la memoria, la cognición y algunas destrezas motrices. A medida que iba haciéndose la luz en los rincones más olvidados y que iba recuperando los recuerdos más lejanos y puntuales, tuve la sospecha de que algo en él había sufrido una lesión más profunda. Los demonios que habían sido la fuente de esa identidad única e irrepetible, con su borde de genialidad y de locura, las cualidades más seductoras y las más Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero irritantes de su personalidad, las zonas de más sombra, no habían vuelto a aparecer. El Arturo que había regresado del olvido y la muerte era otro, mucho más dulce y sereno, con el fuego de la pasión convertido en una brasa, menos atosigado por el dolor y la muerte, más terreno, mucho menos interesante …amable y chato, pero funcional. Cuando vi que era poco más lo que podía hacer le dije a su mamá que sentía que había terminado mi tarea. Nos abrazamos y nos despedimos. ¿Y Marta? Llegó agosto y al ver que faltaban dos meses para el examen de admisión para la residencia, Juan y yo decidimos renunciar a la clínica para dedicar las tardes a prepararnos. Trazamos un plan de estudio y cuando le conté mi idea de entrar al Consejo Británico a estudiar inglés, él también se animó y nos presentamos. Mis resultados en la clasificación fueron muy buenos y logré ingresar a un nivel preparatorio para el examen de certificación de la Universidad de Cambridge. En secreto sabía que si pasaba esta prueba podría viajar a Inglaterra sin más requisitos de idioma. Nos reuníamos para repasar para el examen todos los días a las dos de la tarde y después nos íbamos a la clase de inglés. Durante todo este tiempo había visto poco a Marta. Hablábamos por teléfono todos los días, y nos esforzábamos por vernos de vez en cuando así fuera un rato. Yo la visitaba en su casa por la noche o ella venía a la clínica cuando yo estaba de turno y me hacía compañía si no estaba ocupado. Una mañana de domingo llena de sol pasó a recogerme para ir a desayunar. Venía hermosa, recién bañada, el pelo mojado, manejando mi Land Rover. Se veía tan chiquita y tan valiente encaramada en ese carro tan grandote que no quise cambiar de puesto para seguirla viendo… Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero Durante semanas le estuve dando vueltas a la idea de terminar el noviazgo y por fin decidí hablar con ella. Sentados en la sala de su casa le dije que no podía más, no quería seguir. Dentro de pocos meses iba a comenzar los tres años de la residencia, sin un peso, obligado a vivir en la casa de mis papás y a depender de ellos para lo indispensable, con todo lo que odiaba la idea. No estaba en mis planes independizarme y que nos casáramos. Esto no se lo dije, pero todavía pensaba en aplazar la especialización y viajar a Europa sin ella. Mil excusas para justificar el fin de la relación. En el fondo, estaba cansado. No más compromisos. La frialdad inicial de Marta me sorprendió. Ni una lágrima, ni un reclamo. Dijo que no se le hacía raro, porque me venía sintiendo distante, aburrido, desinteresado. — Tengo dos preguntas — Dime — ¿Hay otra persona? — No — ¿Ya no me quieres? — Te quiero mucho, pero no te puedo ofrecer nada. Tenía que irme porque si no iba a odiar en ella mi falta de agallas. A pesar de la enorme ternura que me despertaba, y de la cercanía afectuosa que todavía estaba viva, no era suficiente para mí. Una hora. En una hora deshicimos lo que habíamos construido en cinco años. Me fui de su casa sintiéndome triste pero sin la menor duda de que esto era lo que quería hacer. En los días siguientes saqué de mi closet los recuerdos, rompí las cartas, le hice llegar sus libros, sus fotos y sus discos y me dispuse a enfrentar el futuro sin su compañía, ya tan Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero habitual. Al comienzo tuve una sensación de asombro cuando vi que podía respirar en paz por primera vez en muchos años, tal vez en la vida. Sentí que estaban abiertos todos los caminos. Los dos meses siguientes fueron de trabajo intenso en el hospital por las mañanas, con un rato para almorzar y reposar en la casa, y las tardes de estudio con Juan. El primero de octubre presentamos el examen y la entrevista para la residencia y pocos días más tarde nos avisaron que habíamos ocupado los dos primeros puestos entre 64 aspirantes a cuatro cupos. La especialización estaba asegurada. Teníamos por delante tres meses de tardes libres que Juan pensaba dedicar a disfrutar de su noviazgo y yo a leer, a descansar, a estudiar inglés y a experimentar la libertad recién ganada. Las perspectivas eran deliciosas. Desasosiego Pocos días después de conocer los resultados del examen me enteré de que Marta me había encontrado remplazo. Un compañero suyo, al que yo conocía de vista pero con el que no había tenido trato. Su papá se había hecho rico con un negocio de parqueaderos. Tenía fama de ser un estudiante dedicado, un tipo serio e inteligente. La noticia me dejó helado. Tenía que enterarme por mí mismo. Una noche salí del Consejo Británico en el Land Rover y decidí pasar por su casa, y allí, en el garaje, otro Land Rover de modelo mucho más reciente que el mío. Yo sentí un chasquido en la parte de atrás de mi cabeza y en ese instante la ilusión de tener una mente mía, sólida, única, sin resquicios, en la cual podía confiar incluso para los errores habituales de la percepción se rompió y sentí que perdía mi identidad y mi forma. En los días que siguieron una parte de mí continuó funcionando con normalidad, mientras que otra divagaba, daba saltos, del hueco más profundo del dolor y la desolación a Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero una furia fría, sólida. De la obsesión a la fantasía del perdón. Deseos de reconciliación y olvido. Pasé muchas noches por la casa de Marta para verificar desde lejos con las luces del carro apagadas que era verdad, que yo ya no existía, que no era irreemplazable, que no era único. Regresaba a mi casa cuando mi sustituto terminaba su visita, casi siempre entre diez y once de la noche, a veces mucho más tarde. Horas y horas de tortura imaginándolos sentados conversando, comiendo, riéndose, tocándose, gozando. Pasaba la noche en blanco garabateando una especie de diario lleno de ideas circulares en las que trataba de encontrarle algún sentido a mi situación. Tras de un par meses de asombro y gozo con una independencia que parecía posible y un camino que se veía despejado, de repente, un día, la fantasía de la libertad se volvió añicos. Me mató saberme prescindible, remplazable. Narciso con los pulmones llenos del agua de su pozo que tan bien lo reflejaba. Yo ocasioné la separación, sin dudar un instante de que esa era la decisión correcta. Yo forcé la salida, yo era quien buscaba la libertad y quien había vivido dos meses saboreándola lleno de planes y futuro. Y ahora estaba aquí hecho un imbécil, muerto de ganas de mandar todo al diablo, de recuperarla, sin dormir, sin ganas de seguir. Un esclavo llorando en el dintel de la puerta de su amo clamando por las cadenas porque no puede vivir sin ellas. De repente, por primera vez en la vida me di cuenta de lo solo que estaba. Arturo seguía incapacitado. Juan, en su nube rosada, me sacaba el cuerpo. No lo podía culpar, me había vuelto un plomo con el sonsonete y mi compañía tenía que ser insoportable. Patricia se solidarizó con su hermana y rompió la comunicación conmigo. Con mi familia no había contado nunca, menos en este momento. Cuando les conté que el noviazgo se había Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero acabado respondieron con indiferencia que bueno, que estaba bien, que al fin y al cabo Marta nunca les había parecido gran cosa. De vez en cuando hablaba con Fernando, otro de mis amigos de la universidad, al que también usé como confidente. Me enteré de que hacía poco tiempo había comenzado psicoanálisis supuestamente para arreglar el desastre de matrimonio que arrastraba desde la universidad y que se le estaba acabando a pedazos, pero en realidad detrás de las faldas de una médica mayor que él a la que quería como amante. En un papelito que todavía conservo me anotó el número de teléfono de su psicoanalista. Agustín En ese 26 de noviembre, con veinticuatro años de edad, no tenía ni idea de qué hacer. Todo en lo que había creído se me estaba desarmando entre las manos. No podía confiar en las decisiones que había tomado en los últimos meses pensando en el futuro. Mi capacidad de discernir se nubló. Los nudos que tenía en la garganta y en la boca del estómago estaban también en mi mente, se habían convertido en mi mente. Una mañana, después de otra noche de vueltas y revueltas, supe que sin ayuda no iba a poder armar el rompecabezas. Marqué varias veces el número, y otras tantas colgué antes de que me contestaran. Por fin me decidí y la secretaria me pasó de inmediato a Agustín porque él manejaba su agenda de citas. Me saludó con una voz cálida, con un inconfundible acento antioqueño y después de un par de comentarios me citó para el día siguiente. Llegué al consultorio con temblores en todo el cuerpo y las manos empapadas de sudor. Me dolía el estómago, tenía la espalda rígida y no lograba inhalar todo el aire que Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero necesitaba. Entré en la sala de espera y traté de calmarme. El lugar era confortable, con el suelo cubierto por un tapete de lana virgen y los muebles tapizados en cuero. A un lado, un acuario grande con cuatro o cinco bailarinas. Las puertas, de anchura superior a la normal, tenían un sistema de aislamiento de sonido. El techo era un bello artesonado de madera que daba una sensación acogedora. En la mesita auxiliar una cafetera y varias tazas grandes y pequeñas; en unos platos medianos servidas unas porciones de ponqué blanco. Pensé que tal vez se estaba celebrando algo. Al poco tiempo abrió su puerta, me invitó a seguir y me dio la mano sin quitarme la mirada de los ojos. Me señaló un sillón situado frente al suyo. De estatura mediana y complexión atlética, se movía con agilidad. La frente amplia con entradas profundas, una mirada franca y penetrante y una sonrisa mitad cálida, mitad divertida. Acababa de cumplir 51 años y su claridad mental era apabullante. A pesar de que no ha pasado mucho tiempo, no podría reconstruir la entrevista, nada de lo que él me preguntó ni de lo que yo le contesté. Apenas unas sensaciones mezcladas de miedo y emoción. La impresión definitiva me la dio su risa cuando nos despedimos. Por una parte, me quedó claro que no se estaba riendo de mí, se estaba burlando de la importancia que yo le estaba dando a mi problema, y en ese instante tuve la certeza de que este tenía solución. Por otra parte, además del humor, percibí en su voz un tono afectuoso genuino. El cambio en mi estado emocional fue tan rápido que me sorprendió. En unos instantes pasé de la angustia y la desolación a la emoción del descubrimiento de esta nueva vida, de esta puerta. Y en ese momento supe que me iba a quedar, sin importar el costo, porque aquí era donde iba a poder entender, crecer, vivir. Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero Cuando yo lo conocí Agustín estaba rodeado de un grupo de médicos jóvenes interesados en el psicoanálisis como disciplina profesional. Llevaba más de 20 años de ejercicio independiente, tenía una clientela numerosa e interesante y vivía con holgura, incluso con lujo. Había cortado toda relación con el establecimiento psiquiátrico y psicoanalítico local y había decidido formar su propia escuela y empezar a transmitir sus experiencias. Su idea era formar personas que se aguantaran la libertad, que no le tuvieran miedo al éxito. No era un discurso, era una práctica. Igual que Erich Fromm, quien fue su maestro en México en los años sesenta, aunque respetaba la teoría de Freud, no compartía muchos aspectos de la ortodoxia que habían convertido a esta disciplina en un desierto árido y ajeno, bueno solo para los conflictos de los burgueses de la Viena de finales del siglo XIX. Me recetó tres sesiones de terapia de grupo a la semana, dos de psicoanálisis didáctico y seminario de teoría los sábados por la mañana. Había comenzado su experimento educativo con el grupo de médicos y algunos de sus pacientes que se habían mostrado interesados. Consiguió un profesor de castellano y latín, y pidió a uno de sus discípulos que hablaba perfecto francés y a otro que tenía nociones de griego, que nos enseñaran lo que sabían. Él se encargaba de dirigir los seminarios sobre la obra de Fromm y sobre Platón y Aristóteles, su interés de esa época. Además, encargó a su esposa que nos enseñara a cocinar. Se reía diciendo que el psicoanálisis del colombiano es de “huevo frito”. Si se tiene en cuenta el pánico que nos produce la persona que nos cuida o nos da de comer, ya sea la mamá o la empleada del servicio, la curación comienza por aprender a cocinar, a pegar botones, a planchar una camisa o un pantalón porque así se acaba la dependencia enfermiza y se obtiene la libertad. Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero El aspecto económico, fundamental en toda relación terapéutica, lo tenía cubierto por el momento pues había logrado hacer un buen ahorro durante los meses de trabajo en la clínica. Si hacía economías, era frugal, y seguía arrimado en la casa paterna, podía hacerla durar un año, o un poco más. Después, ya vería. Casi de inmediato se me ocurrió que debía renunciar al cupo de residencia en Ginecología y presentarme a Psiquiatría al semestre siguiente. Cuando se lo mencioné, Agustín me paró en seco y me dijo que esa no ese tipo de decisiones no se deben tomar apenas comenzando la terapia. Con su modo risueño me llevó a preguntarme si no sería más bien un acto suicida para ponerle zancadilla al nuevo comienzo. No pasa nada con esperar, calmarse, respirar, contar hasta 100, tomar agua… Haga la residencia y vaya buscando su camino, aquí también se va a formar como psicoanalista por si alguna vez le interesa ejercerlo. Me abrió la puerta de su biblioteca, llena de tesoros. Todos los clásicos, todo el psicoanálisis, toda la literatura moderna. No podía pedir más. *** Una revelación. Las personas que llegan por primera vez a una terapia de grupo avanzada saben lo intensa y aterradora que puede ser la experiencia. Todo es nuevo, extraño. Dolor y alegría, angustia y liberación. Miedo. En el grupo la gente abre su vida, se desgarra, y expone sus secretos, y termina por sentirse mejor, a veces sin querer. Es emocionante. Sombras chinescas; una mirada, una respiración, un comentario desatan una tempestad de recuerdos y sentimientos. Miles de asociaciones y sueños que nos llenan de asombro. Nace la conciencia de la sincronía, en que los hallazgos y los encuentros dejan de parecer casuales. Todo adquiere significado. Tanto, que uno vive lleno de sobrecogimiento y entusiasmo. Si esto no era llegar a puerto no sé qué pueda serlo. Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero Retroceso Entrado el mes de diciembre Agustín se fue de vacaciones. Casi al mismo tiempo terminé el año del servicio social obligatorio y dejé el hospital. Tenía vacaciones hasta el día en que debía comenzar la residencia, el primero de febrero. En ese instante toda mi familia estaba ocupada en Bogotá, y yo era el único que tenía asueto. Resolví irme para la finca, llevarme mi música y mis libros y pasar unos días solo. Tenía mucho que reflexionar. Pensé en Arturo, el otro intruso con el que había forjado un vínculo de soledades que nos había hecho creer que podíamos cruzar acompañados el umbral de la edad madura. Con el accidente su mente volvió a barajar. Puede que en realidad no hubiera querido morirse, sino ser otro al que la vida le doliera menos. También para eso es la libertad. Pensé en Marta, en la terminación del noviazgo y en la crisis que me había causado la ruptura, o mejor, la sustitución. Todavía no entendía qué había pasado. Tal vez quería dejar de estar suspendido y supuse que me había soltado. La mente, la consciencia, el yo, se habían quedado momentáneamente al otro lado de una membrana al que yo no tenía acceso. Una pantalla de látex que deja traslucir los cuerpos que se mueven detrás, pero no los deja pasar; se pueden tocar a través de esta sustancia elástica, viscosa y neutra pero no hay conexión. Los sonidos están amortiguados, apenas un murmullo suave y lejano. Lo único que queda son las ganas de acurrucarse en un lugar oscuro, dejar de sentir, dejar de pensar, dejar de ser. Que crezca otra vez el cordón umbilical y se conecte a una placenta, a cualquiera, para volver a ser solo silencio. Había pretendido cambiar el futuro y creí por un momento que tenía la fuerza para intentarlo. Como pude, había reunido los pedazos y se los había llevado a Agustín para que me los ayudara a armar. El resultado había sido esta nueva esperanza de una vida que prometía llegar a ser plena. Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero Sin embargo, a los pocos días de estar en la finca volví a las estupideces. Marta se me apareció bajo una luz diferente. Entonces, se me ocurrió que la solución más inteligente para todos los problemas era casarme con ella y convencerla de que hiciéramos juntos la terapia. Con una foto que había conservado le hice un retrato a carboncillo para llevárselo de regalo de Navidad. Una tarde me monté en el Land Rover y me fui a buscarla. A las cinco, saliendo apenas de la finca, el cielo se volvió de tinta china. En segundos se desgajó una tormenta eléctrica de una magnitud que yo jamás había visto en la sabana de Bogotá. En medio del diluvio, cegado por los rayos y las luces de mercurio, atravesé la ciudad. Había averiguado la dirección del hospital en el que Marta acababa de comenzar el internado. Lo encontré a tientas. Cuando llegué acababa de oscurecer y ya no llovía. Alguien me indicó que llamara al pabellón de Maternidad en donde estaba de turno. Sorprendida y fría. — ¿Qué haces aquí? — Me equivoqué, Marta. Vengo a pedirte que me perdones y te cases conmigo. Le entregué el regalo. Le conté mis planes, traté de sonar convincente, decidido. En mi fantasía había previsto una escena de reconciliación de película. — Me da mucha pena, no pienso volver contigo. — ¿Por qué? — No tienes ni idea de lo que me hiciste. Su mirada dura me confirmó que hasta aquí habíamos llegado y que no debía insistir. A medida que recorría el camino de regreso a la finca, sin saber muy bien de dónde ni por qué, comencé a experimentar una sensación de liviandad, un extraño cosquilleo en donde comienza la risa ¿Alivio? Sí, alivio. También miedo cuando comprendí la enormidad Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero del error que había estado a punto de cometer ¡Qué bestia! ¿Qué tal que me hubiera dicho que sí? ¿A dónde habríamos ido a parar? Cuando atravesé la portada de la finca iba lleno de claridad y excitación. Ahora sí sabía sin la menor sombra de duda que el capítulo se había cerrado para siempre. Resolví pasar las fiestas de fin de año en la finca con mi familia siguiendo el ritual de todos los años. La montaña El cuatro de enero, una llamada inesperada. Marco, uno de los amigos de infancia de Arturo, quería saber si los podía acompañar a la Sierra Nevada del Cocuy. En su preparación para el Himalaya habían planeado un entrenamiento en tres frentes. Él y Luis iban a intentar la pared de roca del Ritak u’wa Blanco, Christian y Ricardo la pared de hielo del Ritak u’wa Negro y Pablo la travesía de la sierra en solitario, tres días de caminata de roca y nieve. Querían que Arturo fuera con ellos porque pensaban que el viaje le podía hacer bien. Quizás abrigaban la idea de que la montaña podría devolverlo a la normalidad. Sabían que la salud de Arturo todavía era delicada y que su estado físico no era el mejor. Por eso, él y yo iríamos a un paso mucho más relajado, con tiempo para tomar fotografías, empaparnos del paisaje, respirar el aire frío de la sierra y reunirnos con ellos en el campamento base desde donde emprenderían sus expediciones separadas. Durante los meses que pasaron después del accidente mis sentimientos hacia Marco y los otros los amigos de Arturo habían sido ambivalentes. Pensaba que podrían haberlo evitado; me parecía que habían pecado de imprevisión por no usar cascos para escalar, por haber elegido una ruta desconocida para hacer el vivac, sabiendo que podía haber piedras sueltas. En fin, nada que ellos mismos no sintieran y que no hubieran expresado con dolor Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero durante este tiempo. Les tenía incluso resentimiento por haber matado la que en mi imaginación prometía ser una amistad profunda y duradera. Sin embargo, había visto el cariño y la ternura con que lo habían cuidado. Era evidente que la que los unía era una amistad real, de las eternas e indestructibles. Esto me acercaba a ellos, no sin envidia. Si en los pocos meses de nuestra relación yo había llegado a querer a Arturo, a encontrar el lado amable y gracioso de este ser complejo, podía entender lo que sentían estos que habían sido como sus hermanos desde los cuatro años. La invitación además de sorprenderme, me halagó y la acepté de inmediato. Me parecía interesante compartir la experiencia con estos excursionistas expertos. Los acompañé a comprar las provisiones y a preparar los equipos de alta montaña que conocían como si fueran prolongaciones de sus sentidos, y me impresionaron la diligencia y el orden casi militar de sus preparativos. Los vi tomar decisiones en un estilo curiosísimo, lleno de humor y ligereza, de sobreentendidos y dobles sentidos, pero totalmente centrados, con una determinación imperturbable. Pasión bajo control. Realmente había algo místico en esta combinación de deportistas de alto rendimiento con monjes tibetanos y adolescentes desquiciados a cual más particular y excéntrico. Tal vez la estrecha proximidad con la muerte les hacía apreciar la vida de una forma diferente. La anticipación del viaje los ponía eléctricos pero no perdían el foco. Habían logrado conservar el entusiasmo que se siente a los catorce años cuando uno se va de excursión con los amigos, y el recuerdo genético de las expediciones de caza, el atavismo de la caverna. Al caer la tarde tomamos la carretera central del norte en tres carros cargados de equipos y víveres y durante el trayecto cambiamos varias veces de carro y compañía. Yo hice los turnos dobles en el campero de Arturo porque su visión nocturna no era buena y el Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero viaje por estas carreteras en gran parte destapadas era bastante peligroso. En mitad de la noche atravesamos el páramo de Guantiva en Boyacá a casi 4000 metros de altura, al amanecer bajamos hasta el cañón ardiente del río Sogamoso en Capitanejo, Santander, y volvimos a subir por la falda de la cordillera oriental hacia los pueblos de El Espino y Güicán de nuevo cerca de los 3500 metros. Toda una prueba de resistencia para los carros y sus ocupantes. Desde que tenían sus carros propios habían diseñado este estilo de viaje nocturno en el que turnaban el piloto y el copiloto cada dos horas, dormían a ratos y llegaban todos más o menos descansados para aprovechar el día. Yo, que los conocía poco, pasé de un descubrimiento a otro, cada cual más interesante. Marco y Pablo eran los líderes. El primero era un muchacho delgado y taciturno, con una cara de apóstol como salida de una pintura de El Greco y manos de picapedrero deformadas por los muchos años de fricción con las rocas. El genio vivo y la determinación inquebrantable, sumada a la idea fija de la montaña. El estratega, el planificador, el que permanece frío cuando los demás pierden la calma. Pablo ejercía una autoridad basada en el carisma y la simpatía. Sus proezas de fuerza y resistencia física y psicológica casi sobrehumanas lo habían convertido en la voz indispensable a la hora de solucionar dificultades y tomar decisiones complejas. Gracias a la amistad que los unía desde niños habían logrado que el poder de sus individualidades y sus dotes de liderazgo no chocaran sino que se complementaran y esto los convertía en una unidad de enorme eficiencia, una máquina de logros. Parecían haber desarrollado una forma de comunicación extrasensorial, telepática. Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero Christian, Luis y Ricardo eran simpáticos, descentrados, con las perplejidades de la adolescencia sin acabar de resolver. El primero tenía una chispa impresionante. Sus amigos lo importunaban solo por el placer de recibir sus réplicas, magníficas como trallazos, la respuesta perfecta en un destello de tiempo. Era un estupendo contador de chistes y de unas anécdotas loquísimas de sus expediciones que sonaban inverosímiles pero que al confrontarlas con los otros habían sucedido en verdad. Los otros dos eran difíciles de concretar, buenos conversadores y ocurrentes, y cerrados a la hora de una indagación más profunda. En todos era evidente la pasión. Detrás de la apariencia desenfadada y deportiva eran unos alucinados. Obraban bajo los efectos de un encantamiento. La montaña se había apoderado de ellos desde la infancia y no los iba a soltar nunca. Era su único tema de conversación, su forma de vida. No había espacio para nada más. A alguno de ellos le oí describir lo que sentía frente al reto físico de la escalada: “Se sienten cosquillitas en las pelotas”. La montaña era un objeto de deseo, y además les permitía vencer el miedo. El romance no era con la muerte. Como todos los adictos, la adrenalina que les corría por las venas cuando coqueteaban con el peligro era el juego previo, la conquista física de la meta era el orgasmo y las endorfinas del final del esfuerzo la relajación posterior al coito. Había más. Lo que nos identificaba a todos era que estábamos llenos de miedo y de furia. Miraba con curiosidad a Arturo, que iba callado, fumando. Aunque nunca lo había visto interactuar con su grupo, sabía que su excentricidad había hecho el case perfecto aquí. Esta era, o había sido, su manada, no cabía duda. Hacía un esfuerzo notorio por seguir el ritmo de la conversación, y de vez en cuando aventuraba algún comentario, más bien una Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero pregunta, un minero que avanza a tientas en la oscuridad con un pequeño foco. Me daba un gran dolor y pensé que si mi pérdida había sido terrible, la de ellos era espantosa. Luego de desayunar en Güicán seguimos hasta una finca en las afueras del pueblo en donde se iban a quedar los carros. Organizamos los equipos en los morrales y cargamos lo más pesado en unos caballos alquilados. Los cinco de la avanzada sabían que de aquí a la Laguna del Avellanal, en el corazón de la Sierra Nevada, se gastarían unas seis horas a buen paso, el tiempo exacto para llegar todavía con luz de día a instalar el campamento base. Desde el comienzo habíamos planeado que Arturo y yo iríamos a otro ritmo. Los trayectos de ida y vuelta que ellos harían en una sola jornada, nosotros los recorreríamos en dos, con una parada a mitad de camino para pasar la noche en la Laguna Grande de los Verdes. Apartamos las provisiones, los avíos de cocina, una carpa y dos sacos de dormir, armamos los morrales y comenzamos a caminar. Tenía reservas por el estado físico de Arturo y los posibles efectos que la altura, el problema cardiaco y los muchos años de cigarrillo podían tener en su cerebro lesionado. También me preocupaban los baches de la memoria. Al poco tiempo de comenzar a caminar me di cuenta de que los recuerdos de sus excursiones pasadas, de los tiempos y accidentes del camino y su orientación en la trocha, estaban intactos. Parecía tener la memoria en los pies. Muy pronto el grupo se dividió. Todos comenzamos haciendo el mismo esfuerzo, pero estos tipos sabían caminar de una forma impresionante ¡Qué pulmones! Yo llevaba nueve meses sin fumar, y siempre había sido un buen caminante, pero el año del rural casi sin actividad física me había dejado en una condición lamentable. A los cinco minutos nos Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero llevaban varios cientos de metros de ventaja y los dos resollábamos y jadeábamos como locomotoras. A los veinte minutos ya no los volvimos a ver y entendimos que había que tomarlo con calma, caminar despacio, sacar fotos, y disfrutar de la hermosura del paisaje. *** Nueve años atrás, en quinto de bachillerato, yo había venido a la sierra con mis compañeros de colegio. Llegamos por otra ruta que comienza en el pueblo de El Cocuy, y caminamos unas seis horas hasta unos pocos metros de la nieve, en un punto desde donde se divisaba el Púlpito del Diablo, una torre cilíndrica de piedra de 150 metros de altura y treinta o cuarenta de diámetro. Las diferencias entre las dos excursiones eran abismales. Aquella vez subimos con unos equipos insuficientes y reunidos de cualquier manera, con carpas de lona, sacos de dormir de algodón que no eran impermeables, cobijas o ruanas y medias dobles de lana para el frío, lentes ahumados para evitar el reflejo de la nieve y sogas de fique para amarrarnos en el ascenso. Mi mamá me tejió un gorro de lana de alpaca del que estaba orgullosísimo, pero me daba tanta rasquiña en la cabeza que no lo podía soportar sino unas pocas horas por la noche. Estrené unas botas de cuero Grulla de obrero que lucían fantásticas pero tenían unas suelas lisas que eran un peligro y me sacaron unas ampollas de miedo. Pasamos dos noches en un roquedal al borde de la nieve, una verdadera tortura, con las medias, la ruana y el saco de dormir mojados, la temperatura bajo cero y un dolor en los pies que me hacía llorar. La única solución fue descalzarme y darme fricciones con una toalla seca hasta que pude volverlos a sentir. De comida, salchichón, panela, galletas de soda, café instantáneo, enlatados. Poquito y malo. Al regreso, una borrachera espantosa con aguardiente, con vomitada en el bus. *** Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero Arturo y su grupo habían adquirido mucha experiencia en sus años de excursionistas, y con esfuerzo habían conseguido equipos de alta montaña de buenas especificaciones. Algunos de los escaladores europeos que entrenaban con ellos en las rocas de Suesca les dejaron de herencia, además de cientos de trucos del oficio, cuerdas sintéticas, crampones, piolets, seguros de roca y nieve, botas de escalar, morrales de diseño, ropa interior térmica, rompevientos, gorros, medias impermeables, sacos de dormir de plumas y carpas como iglús para la alta montaña, capaces de conservar el calor en su interior a pesar de temperaturas externas de muchos grados bajo cero. Se habían hecho expertos en nutrición. La comida estaba pensada para ser de poco volumen y peso, rica en carbohidratos y proteínas, tener buen sabor y aguantar sin descomponerse. Nueces, huevos deshidratados, carnes en conserva, frutos secos, leche condensada, panela, bocadillo de guayaba, arroz preparado, y unas estufitas de gas de una sola hornilla que se podían usar dentro o fuera de la carpa para calentar agua y cocinar. Era la primera vez en toda mi vida de excursionista en que todo estaba previsto, no se dejaba nada al azar y se tenían las herramientas indispensables para la supervivencia y la comodidad en las duras condiciones del páramo. *** Nuestra jornada, de unos diez kilómetros, comenzó a las afueras de Güicán, a cerca de 3900 metros de altura. El ángulo de ascenso era tan exigente que nos obligaba a detenernos para recobrar el aliento cada pocos cientos de metros. La vista sobre la cordillera oriental era para quedarse sin aliento, con su colcha de retazos que abriga las paredes y el abismo que se precipita hasta el Río Sogamoso, que se había convertido en el motivo recurrente de mis sueños de caída libre desde mi excursión anterior. Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero Cuando comenzó a ralear la vegetación, aparecieron los frailejones y pajonales y la trocha se fue despejando con tramos cada vez mayores de piedras desnudas. Luego de un par de horas nos detuvimos para almorzar a la orilla del río Cardenillo que discurre por un estrecho valle y recoge las aguas dulces y transparentes del deshielo de la sierra. Dejamos al lado izquierdo la impresionante morrena, el río de piedras que deja un glaciar que ya no existe, y subimos hasta los 4450 metros del Boquerón del Cardenillo para descolgarnos desde allí hasta la Laguna Grande de los Verdes. Vista desde arriba la laguna tiene tonos de verdes oscuros que aclaran en las orillas, y está rodeada por una franja de pasto que usan los campesinos para apacentar ovejas. Allí reposamos un rato y luego armamos el campamento. El sol de la tarde calentaba tanto el interior de la carpa que nos tuvimos que salir después de un rato. Aprovechamos para recorrer la orilla y tomar algunas fotos. Cuando por fin se puso el sol tras las paredes de piedra la temperatura bajó en segundos y nos obligó a abrigarnos después de comer algo caliente. Las once horas de carretera sumadas a las seis de la caminata nos dieron un mazazo en la cabeza. Nos despertó el sol. Desayunamos y desmontamos el campamento para emprender la segunda jornada hasta la laguna del Avellanal, otra vez en ascenso hasta el alto de los Frailes y el Boquerón de la Sierra a 4650 metros. Desierto de rocas y agua, donde solo unos pocos frailejones anémicos aguantan la altura y el frío. Piedras lunares, jadeo, piedras y piedras, jadeo. El morral talla por todos lados, cada cinco minutos hay que cambiar el lugar de apoyo de las correas que empieza a arder y a adormecerse. La falta de oxígeno hace que incluso los esfuerzos pequeños se vuelvan dolorosos. No dan ganas de hablar. La trocha no tiene pierde, está marcada por huellas de caminantes y aquí y allá torrecitas de piedras. Después de unas horas se adquiere un ritmo particular. El cuerpo se adapta y responde casi Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero automáticamente a los accidentes del camino y la mente se aquieta. La turbulencia del pensamiento cesa y da lugar a baches largos de silencio. Solo me volteo para comprobar que Arturo me sigue, a paso lento pero firme. Las miradas se encuentran, me sonríe, sus ojos me dicen “tranquilo, vamos bien…” Después de cuatro horas bajamos hasta la laguna del Avellanal, un precioso espejo redondo en el corazón mismo de la sierra rodeado por los dos Ritak u’was, los dos San Pablines, el cerro de El Castillo, el pico la Aguja y los picos Sin Nombre. A pocos metros de la orilla de la laguna estaba el campamento base dentro de un abrigo rocoso, una caverna natural hecha por dos lajas inmensas inclinadas en ángulo recto que crean un espacio protegido. En el suelo varias expediciones habían hecho una plataforma con troncos y hojas de frailejón sobre la cual se armaban las carpas y servía de aislante para el frío. A esta hora ya los compañeros lo habían abandonado. A lo lejos pudimos ver a Marco y Luis al final de la base del Ritak u’wa Blanco, una pared de roca de ochocientos metros en vertical desnuda hasta la cumbre que iban a intentar escalar en tres días. Las rutas de los otros iban por la otra pared que desde aquí no era visible. Nos habían dejado comida preparada. El silencio se apodera de nosotros de forma natural. La propia pequeñez nos hace enmudecer y el alma solo quiere contemplar. Cielo de índigo profundo, apenas unos jirones de blanco a gran altura, siluetas recortadas de los picos rocosos, toda la paleta de la piedra, y la luz sobre la nieve que cambia por minutos. Pequeñas formas se aferran a la vida, insectos, plantas, algas, cojines de musgo que aguantan el peso de una persona y emanan una capa iridiscente encima del agua, agua quieta, agua que corre, agua que canta, reflejos del cielo y la montaña en la laguna rizada por un soplo leve de viento. Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero Arturo y su cámara buscan la luz, el color y las formas. Aquí no hay dolor, ni pérdida, todo es sencillo y claro, nítido como el filo de un cuchillo. Noche de luna. Al comienzo, un leve resplandor por encima del pico de la Aguja, cuya silueta de pronto se recorta límpida. La luz juega sobre la nieve alta en los picos. Luego, sueño sin sueños, hoyo negro, silencio nocturno casi completo, solo el viento. No hace tanto frío. Al despertar voy a la orilla de la laguna por agua para el café. Con pesar fracturo la capa de hielo de colores, prismas y cristales formados antes de salir el sol. No he podido leer, me cuesta trabajo concentrarme, solo quiero mirar, el silencio me sirve tanto…no sé siquiera si estoy pensando, me parece que no. Marco y Luis regresaron al atardecer del segundo día. Después de la primera noche en la pared de roca decidieron no continuar. Luis no estaba en muy buena forma y el miedo resolvió por él. Le comenzaron unos retorcijones que pronto se convirtieron en una diarrea incontrolable. A pesar de las sales hidratantes y el antidiarreico, comenzó a perder fuerzas. Seguir era una locura, y la bajada era problemática. Llegaron al campamento base, Luis avergonzado y descompuesto, y Marco haciendo esfuerzos por ocultar su molestia porque sabía que estaba bien preparado y le dolía perder la oportunidad de este entrenamiento. De todas maneras lo tomó con filosofía, al fin y al cabo la montaña es así y los escaladores se tienen que volver expertos en miedos y frustraciones. El silencio dominó el resto del día. Luego de una noche de reposo Luis amaneció mucho mejor. Entrada la mañana del día siguiente un sol esplendoroso caía sobre la laguna y reproducía el anillo de los cerros y el cielo. Lucía tan hermosa el agua que resolví darme un chapuzón. Me metí desnudo y sentí el impacto del agua gélida en todo el cuerpo. Al comienzo es una tortura, no se puede respirar, duele el contacto, después va pasando. De Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero todas formas uno no aguanta mucho rato. Me sequé al sol tendido sobre una roca. Al volver al campamento con risa me di cuenta del error. Después de cuatro días de viaje, caminata, escalada, miedo, hoguera, el hedor de mis compañeros era insoportable. Hasta el momento no me había dado cuenta porque olía igual, pero después del baño la diferencia era notoria. Al día siguiente regresaron Ricardo y Christian, felices, parloteando como loras. Ellos sí habían conseguido su propósito. En un instante cambió el estado de ánimo del campamento. Cómo nos reímos con el relato de la angustia y el pavor que habían experimentado las dos noches que estuvieron colgados de la pared de hielo. Es un misterio la diversión que nos causa el sufrimiento nuestro o de otros cuando ya es pasado. Última noche. Después de comer nos quedamos un rato largo alrededor del fuego. Una sola carcajada, un ataque de risa incontrolable. Magia antigua, conjuro, candela, noche, caverna, tribu, palabra, las voces rebotando en la montaña. Después de almorzar Arturo y yo armamos los morrales y desanduvimos el camino hasta la Laguna Grande de los Verdes, despacio y en silencio. La sierra nos despidió con una tarde nublada y fría que hacia el final se despejó y nos regaló la vista de la laguna desde el boquerón, esmeralda engastada en su estrecho valle. Cuando llegamos estaba atardeciendo. Arturo se acordó de un abrigo rocoso en el lado norte de la laguna que había usado en excursiones anteriores. Un espacio en forma de embudo. El talud de la montaña formaba una pared y el techo era una losa grande de piedra inclinada. La otra pared daba al valle, estaba hecha de troncos de frailejones y forrada, al igual que el suelo, con sus hojas vellosas y fragantes. La entrada, de un metro de altura, no tenía puerta. Había que meterse reptando y cabían dos personas acostadas una a los pies de la otra. Lo usaban los campesinos y excursionistas para pasar la noche o protegerse de las nevadas o los Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero aguaceros. Decidimos pasar la noche allí. Después de comer nos metimos en los sacos de dormir y encendimos una vela. Conversación adormilada y superficial, unas pocas impresiones de la montaña y los amigos, bostezos sonoros. Cuando se hizo el silencio intenté leer un rato, pero no me pude concentrar. Estuve un rato largo oyendo los ruidos nocturnos, el leve chapaleo del agua en la orilla, el viento que baja silbando de las rocas altas a juguetear sobre el pasto. Los sucesos de este año raro daban vueltas y vueltas, y supe que mi vida había llegado a un umbral definitivo. La idea de la huida había comenzado a achicarse. Al llegar a Bogotá iba a comenzar la residencia en Ginecología y mi psicoanálisis, sin importar el esfuerzo ni el costo. Tenía clara la decisión de recorrer ese camino. Por primera vez en mi vida, una especie de certeza. En el duermevela miré hacia el techo renegrido por el humo a pocos centímetros de mi cabeza. Mi tumba. Nos levantamos temprano, desayunamos y comenzamos a bajar hacia la finca donde habían quedado los carros. Tres horas más tarde, atravesando el río Cardenillo, nos alcanzaron los demás y apretando un poco el paso llegamos todos juntos. Al final Accedí a acompañarlos en esta excursión porque todos, sus amigos y yo, teníamos la esperanza de que el viaje, las privaciones, el esfuerzo físico y mental, la belleza y la dureza del paisaje le iban a ayudar a Arturo a recuperar lo que le hacía falta para volver a estar completo. El último jalón en esta jornada hacia su curación que habíamos emprendido juntos al poco tiempo de su accidente hacía ya siete meses. No podía saber que el contacto con la montaña iba a ser profundo y definitivo para mi propia alma, y leve para esa mente trocada al parecer ya sin regreso. Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero Después de estas noches alucinadas, con la luna por encima de los picos nevados, de estos días de exaltación ante la enormidad de este lugar casi desprovisto de vegetación salvo los últimos frailejones y los cojines de musgo entre las rocas desnudas, al lado de las lagunas de cielo, volvimos al pueblo de Güicán, sentado en frágil equilibrio sobre los contrafuertes de la sierra y nos fuimos a buscar las aguas termales. Despacio, en silencio, con torpeza y dolor en cada uno de los músculos, me quité la ropa y la dejé en orden al lado del morral. Once de la mañana de un día perfecto, el cielo azul sin una sola nube, el aire frío y enrarecido del páramo en lo más hondo de los pulmones, el sol en la piel, los ojos llenos de las montañas de colores y el viento cantando en los eucaliptos. Casi desnudo me acerqué a la boca del tubo que sobresalía del barranco y del que brotaba con fuerza un chorro de más de dos pulgadas de agua azufrada muy caliente y dejé que mi cuerpo agradecido gozara la caricia. A este lugar acudían siempre mis compañeros al final de sus expediciones en un ritual de purificación. Guerreros prehistóricos que celebran la amistad, con amor y gratitud por la montaña por haber cuidado de sus pasos en esta nueva visita. Nos turnamos el chorro y el jabón que se resistía a hacer espuma hasta quedar relucientes y rojos, con los ojos brillantes. Ellos gritando y parloteando y yo callado, saboreando el silencio recién inventado. La muda limpia que había reservado para el viaje de regreso me dio la sensación de estar estrenando la vida. De pronto, comenzaron a formarse en mi mente las imágenes del sueño que tuve la noche anterior en el abrigo rocoso. Llevaba años sin recordar mis sueños, pero este había sido tan vívido, tan claro. Vi un caballero en una armadura negra y oro que se aproximaba en un enorme caballo de batalla. Sentí la enorme presencia de la bestia. El Universidad Nacional de Colombia Maestría en Escrituras Creativas Jaime Ignacio Pedraza Forero jinete se apeó y se agachó para recoger del suelo un bulto pesado, un hombre desnudo al que cargó sin esfuerzo como a un niño dormido. Se dirigió con pasos de autómata hacia una especie de altar de piedra, depositó su carga con delicadeza y se alejó. El muerto era yo. En la bruma oí que una voz recitaba a gritos un poema antiguo en un idioma desconocido. Está bien, pensé, no hay mejor lugar que esta montaña para dejar el cadáver expuesto. Que se pare el corazón, que ya no corra más la sangre por mis vasos, que se congele la linfa que baña mis entrañas, que no vean más mis ojos, que se desprenda de una vez mi piel de serpiente. FIN