Algunas reflexiones sobre Bachelet y la paridad

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ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE BACHELET Y LA PARIDAD
Marta Lamas
Entre los cambios políticos y culturales de la llegada de Michelle Bachelet a la presidencia de Chile
destaca su designación de mitad mujeres y mitad hombres en los tres niveles más altos de gobierno:
ministerios, subsecretarías e intendencias (gubernaturas regionales). Esta medida ha convertido a
Chile en el primer gobierno latinoamericano en su esfuerzo de igualdad entre los sexos en puestos de
decisión política.
La paridad lleva al extremo la lógica de la acción afirmativa y establece una “cuota” que refleja la
realidad demográfica de la condición humana: 50% mujeres- 50% hombres. Visto hoy en día como
una vía radical para acabar con el monopolio masculino en la política. El concepto de paridad cobra
fuerza cuando la OCDE, preocupada por la forma en que las desigualdades persistentes entre los
sexos contribuyen a la rigidez de los sistemas socioeconómicos, realiza el estudio Las mujeres y el
cambio estructural (OCDE 1991). Un párrafo sobre la toma de decisiones se convierte en la punta de
lanza de la campaña por la paridad:
“Las decisiones que determinan los grandes ejes de las políticas sufren las consecuencias de la no
contribución de las mujeres. Estas decisiones se toman en instancias y grupos de predominio
masculino y tienden a reflejar los valores, los puntos de vista y la experiencia personal de los
autores. Si las mujeres participaran más en la toma de decisiones colectivas, probablemente las
políticas de ajuste estructural responderían mejor a su situación y a la diversidad creciente de
modos de vida y modalidades de empleo. Para crear un ambiente más propicio a la participación y a
las iniciativas de las mujeres hay que combatir los obstáculos estructurales que actualmente se le
oponen. Esto implica medidas de acción positiva para dar a las mujeres un poder de decisión y
mejorar su eficacia política; también hay que tornar más transparente y más accesible el proceso de
decisión” (OCDE 1991:45).
Por primera vez la composición monosexuada de los lugares de poder político cobra importancia a
partir de un análisis de la situación económica, y convierte a la paridad en un argumento de peso. Al
plantear que la escasez de mujeres en puestos de dirección es un freno al desarrollo económico, este
informe de la OCDE se vuelve al punto de apoyo para la Comisión Europea en su preparación del
plan quinquenal (1990-1995) de igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres. La idea de que
mujeres y hombres compartan paritariamente los procesos de decisión se perfila dentro de la C.E.
como un elemento de peso para lograr un mejor desarrollo económico.
A nivel informal, el concepto de paridad se esparce como reguero de pólvora entre grupos de
feministas europeas. Estas visualizan la paridad como el mecanismo para repartir verdaderamente el
poder entre mujeres y hombres, y así acabar con el monopolio masculino en la política. A esta
aspiración de compartir el poder político con los hombres se suma la insatisfacción de muchas
mujeres ante el mecanismo de las cuotas. De entrada, se ha comprobado que no basta tener cuerpo de
mujer para tener una conciencia crítica que se proponga transformar la discriminación de género.
“Cuerpo de mujer no garantiza pensamiento feminista”. Por eso mismo el que haya más mujeres en
puestos de dirección no significa, por sí solo, un cambio de orientación política. Ahora bien, también
es cierto que hay más posibilidad de que personas con cuerpo de mujer planteen los problemas,
deseos y necesidades de la mayoría de las mujeres. De ahí la importancia de que haya más mujeres en
puestos de dirección política.
Hartas de quejarse de que el poder político no representa a las mujeres, las francesas dan un salto
ambicioso y en 1996 exigen paridad en los órganos de decisión política, y tambalean el tranquilo
consenso que existía sobre las cuotas. Cuatro años después, en enero de 2000, la Asamblea Nacional
francesa aprueba un proyecto de ley destinado a instituir la paridad entre mujeres y hombres en las
listas electorales, bajo pena de reducción en la subvención al partido que no lo acate. Pretender
corregir por ley una desigualdad histórica acarreó debates acalorados y duros. El debate público en
Francia fue apasionante. Una reconocida filósofa, Sylviane Agacinski, esposa del entonces primer
ministro Lionel Jospin, se sumó a la batalla publicando un alegato a favor de la paridad con el cual
pretendía desactivar posibles malinterpretaciones (Agacinski, 1998).
Agacinski partía del supuesto de que la paridad entraña dos ideas en una: un nuevo concepto de la
diferencia de sexos y una nueva concepción de la democracia. La demanda de paridad reconoce la
diferencia entre los sexos sin jerarquizarlos y plantea que la responsabilidad pública atañe igualmente
a mujeres que a hombres. Aunque las mujeres no tienen una esencia distinta a la del hombre, sí
constituyen una categoría cultural e histórica distinta. Las vidas concretas de hombres y mujeres son
distintas, sus experiencias laborales, sus necesidades, sus tiempos. La mujer ha estado
tradicionalmente excluida del poder; el hombre, del ámbito familiar/doméstico. Ser mujer constituye
una de las dos maneras básicas de ser persona. Por ello es que se requiere una inclusión deliberada,
50/50, en el ámbito donde se toman las decisiones de la vida colectiva.
Tal concepción no se ampara en una supuesta “neutralidad” de la gestión política sino que, al
contrario, reconoce el peso del género, entendido como el conjunto de costumbres, reglas y creencias
sobre lo “propio” de las mujeres y lo “propio” de los hombres. Hoy en día cualquier legislador
hombre negaría que él representa sólo los intereses masculinos. Sin embargo, la proporción
mayoritaria de legisladores hombres vuelve un hecho la ausencia o debilidad de los intereses
femeninos en la Cámara de diputados.
El objetivo de la paridad es garantizar una proporcionalidad entre hombres y mujeres en los espacios
donde verdaderamente son tomadas las decisiones políticas: el gobierno y el parlamento. Lo que es
tal vez lo más importante a comprender es que en la representación paritaria las mujeres no van a ser
las exclusivas portavoces de las demandas femeninas, sino que mujeres y hombres deberán tratar en
conjunto todos los temas que afectan a la sociedad. Al existir un reflejo real de la composición de la
sociedad, todos los temas y preocupaciones estarán presentes.
Desde el punto de vista de la democracia, la paridad, o sea, una proporción igual de mujeres y
hombres, aspira a reflejar esa doble manera de ser humano en la representación política. Aceptar la
paridad implica reconocer la distancia entre la ley y la realidad del hecho político, y conduce a una
más exacta representatividad de la nación. Pero la representación paritaria de las mujeres no implica
un fraccionamiento categorial absurdo. La paridad significa que las asambleas, los parlamentos,
deben representar cabalmente la mixitud básica humana: somos una especie mixta, una sociedad
mixta, por lo tanto el conjunto de órganos del poder deben también ser mixtos. Si no se quiere que un
sexo tenga poder sobre el otro, ambos deberían compartir equitativamente los distintos poderes
públicos y privados. Esa es la argumentación de Agacinski.
Aunque la idea de paridad contiene una exigencia de reparto de las posiciones para ejercer el poder
público, hoy por hoy en algunos países de Europa se ha conquistado sólo la paridad de candidatos,
que se aplica a las formaciones de las listas. Y aunque no se han hecho esperar los reclamos de que
no hay suficientes mujeres para cubrir la paridad de los puestos, estos rezongos resultan una variante
mucho más agradable que el anterior rechazo a incluir más mujeres.
Multitud de personas en todo el mundo desean que el poder político esté mejor repartido entre
hombres y mujeres. En España, José Luis Rodríguez Zapatero nombró paritariamente a las personas
que ocuparían los ministerios. Este año, la presidenta chilena decidió ir más lejos, al incluir los tres
primeros niveles de la administración pública. Es de suponerse que en poco tiempo esta “prueba
piloto” se generalizará a otros países y las cuotas quedarán atrás, como marcas tímidas de un pasado
remoto.
En México es necesario empezar a hablar de paridad, no sólo por una razón poética –los sueños,
cuánto más guajiros, más atractivos– sino también porque si colocamos a la paridad entre las figuras
de lo pensable, pronto se convertirá en una exigencia de lo posible. Compartir la política tal como es
la vida –mitad hombres y mitad mujeres– es alcanzar esa doble manera de ser humano en la
representación política.
Al margen de muchas otras consideraciones políticas, una gran interrogante es si la paridad producirá
por sí sola un cambio en el ejercicio tradicionalmente masculino de la política. Si bien es difícil saber
ahora qué ocurrirá, lo que ya está logrando es instalar una actitud distinta en la ciudadanía. El triunfo
de Michelle Bachelet obliga no sólo a pensar sobre una nueva forma de entender la composición
sexuada de los puestos políticos, sino a reflexionar sobre una transformación de la subjetividad
social. Si bien todavía es muy pronto para calcular el alcance de dicha decisión, ya es posible valorar
el mensaje simbólico que emite.
Por último, y no por ello menos importante. Tal parece que la paridad implica, en cierta medida,
ampliar su registro al ámbito privado. Democracia en el país y en la casa lleva a plantear Paridad en
los puestos y en las tareas domésticas. Es necesario un desplazamiento masculino al ámbito
doméstico para alcanzar así una verdadera conciliación trabajo-familia. Los países escandinavos
marcan ya ese rumbo al volver obligatorio que los varones tomen el permiso paterno. De esa forma la
paridad política va de la mano de la paridad doméstica. Como ven, todavía hay mucho trecho por
recorrer.
Referencias:
Sylviane Agacinski. 1998. Política de sexos. Editorial Taurus, Madrid.
OCDE. 1991. Les Femmes et le changement structurel. Nouvelles perspectives. Paris.
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