El agua en la casa romana Claudia Macías Alemán 4º C Llamada también domus itálica, la casa romana es fruto del desarrollo de la cabaña primitiva. Su centro es el atrio; en él pervive la cabaña originaria. En ésta los antiguos latinos dormían, comían, descansaban, sacrificaban a los dioses, conservaban el fuego y el agua, aderezaban sus viandas. En medio estaba el atrio rectangular con una abertura en el centro del tejado, el compluvium. El agujero que servía al principio para dar salida al humo se utilizó más tarde para dar a la casa, luz, aire y recoger el agua de la lluvia que discurría por las cuatro vertientes del techo inclinadas hacia dentro y se vertía en el impluvium, la taza rectangular rehundida en el centro de la solería del atrio. Así el antiguo romano no dependía de nadie ni a nadie imponía su servidumbre. Junto al impluvium se encuentra a menudo un puteal, el brocal de un pozo que recordaba al antiguo recipiente del agua doméstica, y junto a él, el cartibulum, la mesa de mármol en que se comía. El tipo más sencillo de atrio, el tuscánico, tenía el compluvium del tejado enmarcado por cuatro vigas que se cruzaban en ángulo recto. Con el tiempo se hizo frecuente el uso de cuatro columnas en los ángulos del compluvium para reforzar aquellas vigas, de donde nació el atrium tetrastilum, e incluso el de seis columnas llamado corinthium. Aunque no se haya podido reconstruir ningún ejemplo, la falta de impluvium en algunos atria permite considerar que éstos pertenecían a una variedad denominada atrium testudinatum, cubierto de tejados que vertían hacia el exterior y se iluminaban por ventanas. Se perdía con ello la intimidad y la suavidad, la luz de iglesia, tan agradable, de los atrios compluviados, pero el gusto y las necesidades del dueño podían aconsejarle prescindir de aquella calidad estética. Al fondo del atrio, y como habitación principal de la casa, se encontraba el salón, el tablinum, que en algún caso, como la Casa de Salustio, en Pompeya, tenía en la pared del fondo una ventana ancha que daba al hortus, el huerto trasero. Se pasaba a éste por un pasillo o por una de las habitaciones fronteras, una de ellas triclinio, la otra cocina. Los lados del atrio estaban ocupados por los dormitorios (cubicula), carentes de ventanas y sin más abertura que la de la puerta. Detrás de ellos, el atrio se ensanchaba en dos alae hasta las paredes de uno y otro lado de la casa, dejando exento y visible el tablinum y las estancias anejas al mismo. La puerta de la calle (ostium), precedida a veces de un vestibulum (versión urbana de la cuadra que ocupaba aquella zona de la domus en las casas labriegas, y se llamaba stabulum), daba acceso al zaguán del atrio como embocadura (fauces) del mismo. El atrio era así el centro de la antigua domus; en él se desenvolvía casi toda la vida diaria, especialmente la de las mujeres, ocupadas de las faenas caseras. El hecho de que un personaje como Augusto tuviera a gala no vestir prenda alguna que no estuviera hecha enteramente en su casa, y por su mujer, revela la fuerza casi supersticiosa de aquella tradición. Aun respetando la parte antigua de la casa, las nuevas necesidades y el afán de comodidad impusieron la ampliación del esquema tradicional, manifiesto ya a finales del siglo II a. C.: el modesto hortus de la parte trasera se convierte en centro de un segundo ámbito, rodeado de un pórtico o peristilo al que se suman nuevas habitaciones. No sólo el nombre de peristilo, sino otros varios de esta parte de la casa, el andron, como se llama el pasillo de comunicación del peristilo con el atrio, el oecus, el comedor de gala, la exedra, el gran salón…etc En los hogares romanos, se captaba el agua de la lluvia haciéndola converger hacia los patios interiores. Con esta intención se impermeabilizaba con betún o grasa los tejados de las casas, cubriéndolos a continuación con tejas. Las cuatro vertientes de los tejados que daban a los patios interiores estaban inclinados hacia ellos –es lo que se ha denominado el compluvium–. De esta manera, bien directamente o por medio de canalones, se lograba que las lluvias convergieran, en el patio inferior – impluvium–, por donde entraban las aguas de la lluvia, que eran recogidas en un depósito que había en el centro o en una cisterna subterránea, origen griego de los añadidos. El agua iba depositando sus impurezas en la cisterna hasta quedarse limpia y apta para el consumo humano; además, su emplazamiento, aislada del calor, le permitía permanecer fresca. Habitualmente, estas cisternas tenían un orificio de extracción, con un brocal de cerámica o mármol para poder dar salida al agua de consumo.