Regreso a clases en crisis Alvaro Bracamonte Sierra* Millones de niños regresan esta mañana a clases en el país. Se tratará del regreso más incierto en muchos años a propósito de las brutales dificultades económicas que atravesamos. Apenas el jueves el INEGI informó del comportamiento del PIB en el segundo trimestre, y aunque se sabía que la caída sería fuerte, ni los más pesimistas imaginaron que el desplome alcanzaría tal magnitud. La producción cayó en 10.3 por ciento; es la mayor contracción en 75 años y sitúa al principal indicador de la economía en el nivel registrado en 2004. Entre los orígenes del derrumbe, los especialistas ubican aspectos de carácter estructural (la descuidada apertura comercial y la recesión de la economía de Estados Unidos), pero enfatizan la influencia de causas coyunturales como el impacto de la emergencia sanitaria de abril y mayo. Ambas explicaciones son válidas y sobre ellas tienen que actuar rápido las autoridades. Uno de los renglones más afectados es el sector de los servicios cuyo retroceso fue superior al de la economía en su conjunto. Específicamente preocupa el desempeño mostrado por los Servicios Educativos (SE), que en el segundo trimestre tuvo un decremento de 17.3 por ciento, porcentaje sólo superado por el que tuvo la actividad comercial. Inquieta sobre todo porque ese deterioro no se explica únicamente a consecuencia de la influenza sino por dificultades previas a la pandemia. En SE participan particulares y el gobierno. Ambos ofrecen educación en distintos niveles: quien tiene posibilidades y así lo desea inscribe a sus hijos en escuelas privadas; la inmensa mayoría acude a instituciones públicas entre las cuales hay muchas de indiscutible calidad. La crisis ha golpeado particularmente al mercado laboral. Cada vez que se dan a conocer las cifras de desempleo se rompe con el registro anterior, esto es, aumenta la población sin trabajo. Los afectados no son sólo obreros despedidos tras el cierre de una maquiladora o de un pequeño o gran negocio; están también profesionistas y altos funcionarios de empresas nacionales y trasnacionales. Muchos de éstos tenían inscritos a sus hijos en colegios privados y, dadas las circunstancias económicas, cada vez en mayor proporción se han visto forzados a cambiarlos a escuelas del gobierno. Aunado a ello, la demanda en escuelas públicas se ha elevado súbitamente debido a que se han dado de alta niños y adolescentes que estudiaban en Estados Unidos pero que se han regresado debido a que sus padres llevan tiempo sin ocuparse y no pueden sostener el ritmo de gasto que implica estar fuera del país. Los SE, especialmente los que ofrecen los particulares, resienten los trastornos de las dificultades económicas desde el año pasado. La migración de escolapios a escuelas del gobierno evidencia esos problemas. Al tiempo que estrangula financieramente a la educación privada a consecuencia de la caída en el ingreso por la disminución de la matrícula, mete en un callejón a las escuelas públicas considerando que éstas no cuentan con recursos que permitan soportar incrementos sustanciales en el número de estudiantes. En ambas, la calidad de la educación eventualmente mermaría: en las primeras, porque el desplome de la matrícula cancela la posibilidad de contratar más y mejores profesores; en las públicas, porque tener salones repletos de estudiantes perjudica el proceso de enseñanza aprendizaje. Pese a que estos aprietos son por sí solos importantes, quizá lo peor está por venir. Los apuros económicos han sacudido las finanzas públicas del país. El propio Carstens hace apenas unas semanas anunció el recorte de alrededor de 85 mil millones de pesos en el presupuesto de 2009; se desconoce si alguna partida de la educación fue tocada. Lo que sí se sabe es que el paquete económico 2010 vendrá con reducciones para la educación. El titular de la SEP, Alonso Lujambio, adelantó en una reunión con rectores de las universidades, que la Secretaría asumiría una disminución de poco más de 7 mil millones de pesos. Frente a la creciente demanda que registran los centros educativos que dependen del apoyo oficial y ante la certeza de que sólo se garantiza el desarrollo económico en el largo plazo fortaleciendo la educación universal y de calidad, la disminución anunciada por Lujambio puede ser calificada como un balde de agua fría. Con ello se cancela o, en el mejor de los casos se pospone, la reconstrucción de la economía mexicana sobre la base de un crecimiento autosostenible en el largo plazo. En fin que los males, como dice la sabiduría popular, no vienen solos. Por lo pronto, como hace aquel padre en la película “La vida es bella”, hagamos el esfuerzo para transmitir a nuestros niños un buen ánimo y que se dispongan a disfrutar el nuevo ciclo escolar. *Profesor-investigador del Centro de Estudios de América del Norte de El Colegio de Sonora, abraca@colson.edu.mx