la otra mano invisible de aylwin

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LATERCERA Domingo 1 de mayo de 2016
COLUMNA
LO DIJO
LA OTRA MANO INVISIBLE
DE AYLWIN
Juan Eduardo
Errázuriz
PRESIDENTE SIGDO
KOPPERS
POR LEONIDAS MONTES
M
ucho se ha escrito después de la
partida del Presidente Aylwin. Se
han destacado
sus virtudes de
estadista y también sus virtudes
humanas. Pasó
de su hogar a La Moneda. Después de cuatro años, volvió a su hogar, a su familia y
a su escritorio. Una persona austera, sencilla, que reflejaba lo mejor de nuestra tradición republicana. Y si bien fue “the right
man at the right place with the right people”, fue también un hombre prudente y
sensato. Vivió y practicó esa máxima política aristotélica de hacer “lo prudente y
lo oportuno”. Su famosa frase -“en la medida de lo posible”- representa ni más ni
menos que esa prudencia. Una prudencia
que entiende y evalúa el contexto y las circunstancias. Supo escuchar, entender y
aquilatar el contexto y los actores. En ese
teatro de la vida y la política, Aylwin fue
un eximio conocedor de la realidad y de la
naturaleza humana. De ahí su exitosa política de consensos.
Ciertamente, como miembro de la falange, era más amigo de la justicia social que del
mercado. Su Ley 17.280, conocida como la
tercera ley de la reforma agraria o Ley
Aylwin, fue polémica. No fue un entusiasta
o ferviente admirador del mercado o de la
mano invisible de Adam Smith. Tampoco
amigo de los malls y del consumo. Pero después de la caída del Muro de Berlín, tuvo visión de futuro. Como presidente, permitió
que la mano invisible del mercado funcionara. ¡Y vaya crecimiento que tuvo el país durante su gobierno! Pero hay una característica de su personalidad que no se ha destacado. Me refiero a esa otra mano invisible:
la “simpatía” que Smith desarrolla en su
Teoría de los Sentimientos Morales (TSM).
Esta fue la obra que hizo famoso al padre de
la economía. E irónicamente, esa otra mano
invisible de Adam Smith es la que explica
gran parte del éxito de Aylwin. Y de lo que
es Chile hoy.
La simpatía smithsiana no quiere decir que
Aylwin era simpático o buena onda. Esta se
relaciona con los sentimientos. Smith acla-
ra que la simpatía no es sólo un contagio de
emociones o una transmisión de sentimientos. Como espectadores imparciales que interactuamos en la sociedad necesitamos algo
más para juzgar al otro. Si la simpatía se inicia con un sentir con el otro, lo importante
son las motivaciones. Sólo simpatizamos y
aprobamos si entendemos la conducta y sus
circunstancias. La simpatía es el proceso de
ponerse en los zapatos del otro y saber dónde están pisando esos zapatos. En otras palabras, la simpatía combina sentimientos y
razón. Aylwin, a mi juicio, manejaba muy
bien esta virtuosa combinación.
Sin lugar a dudas, Aylwin tenía esa capacidad humana de sentir con el otro. Y también esa capacidad intelectual para entender
el contexto las circunstancias. De ahí su realismo y pragmatismo. Pero si la simpatía
smithsiana le permitió conocer la naturaleza humana con sus defectos y virtudes, como
hombre de principios y valores claros no cedió a sus convicciones. Esa virtud forjó su
gran habilidad política.
Con el surgimiento del utilitarianismo y
el kantianismo surgieron dos poderosas corrientes morales que eclipsaron al concepto smithsiano de simpatía. El utilitarismo se
enfocaba en las consecuencias, en la maximización de la utilidad personal y en la mayor felicidad del mayor número. En cambio,
la deontología kantiana ponía el foco en las
intenciones, en el imperativo categórico que
Aylwin brilló por sentir y
entender con un buen
corazón y una buena cabeza.
Y vaya que dio resultados
para su gobierno.
Qué sano sería que esa
idea de simpatía, esa otra
mano invisible de Adam
Smith, permeara hoy a
nuestros líderes y a nuestra
sociedad.
se convierte en una ley moral universal y nos
indica lo que es correcto e incorrecto. Ambas corrientes racionales dejaron de lado
los sentimientos que el padre de la economía destacaba. Sólo en los últimos 30 años
filósofos, cientistas políticos, sociólogos y
economistas han revalorado la riqueza del
pensamiento moral de Adam Smith. Y, por
supuesto, el concepto de simpatía es el protagonista. Esta capacidad para simpatizar,
que Aylwin rebosaba, es lo que se ha perdido en Chile. En nuestra historia reciente vivimos un utilitarismo a ultranza. Y hoy, un
kantianismo de fariseos.
Sabemos que el mundo no se reduce sólo
a cifras. Durante años, el énfasis en el éxito
económico fue en desmedro de las ideas, de
la filosofía, de la historia, de la cultura y del
arte. Pero ahora nuestro país es víctima de
las arengas de una multitud de sacerdotes de
lo correcto o lo incorrecto. Pléyades de iluminados dictan cátedra acerca de lo bueno
y lo malo. Rasgan vestiduras y juzgan desde
diversos púlpitos. Si vivimos un excesivo énfasis en las cifras, ahora vivimos una especie de integrismo dogmático. Han llegado los
pequeños savonarolas del ala radical de la
Nueva Mayoría y su acólitos.
La simpatía es esa dosis de humanidad y
diálogo que tiende al equilibro, a esa mesotes aristotélica, a esa moderación que hemos
perdido. Aylwin brilló por sentir y entender
con un buen corazón y una buena cabeza. Y
vaya que dio resultados para su gobierno.
Qué sano sería que esa idea de simpatía, esa
otra mano invisible de Adam Smith, permeara hoy a nuestros líderes y a nuestra sociedad. Por cierto, no tendríamos honorables
diputados sacando la madre. Qué sano sería que al unísono de lo que sucede en Latinoamérica los savonarolas vieran las consecuencias del socialismo trasnochado. Y que
nuestro gobierno no siguiera anclado en el
anacronismo laboral y viera el empleo a la
luz de los cambios tecnológicos. Y que nuestros jóvenes universitarios valoraran tanto
sus derechos como sus deberes. En fin, el legado moral y político de Aylwin es un bálsamo para un Chile que se ha radicalizado.
Y que añora esa moderación y sensatez.
Académico Escuela de Gobierno, UAI.
“Los empresarios
hemos cometido
errores; todos hemos
cometido errores, pero
aquí lo importante es
el progreso y generar
confianza. No
podemos denostar a la
gente gratuitamente”.
Michelle Bachelet
PRESIDENTA
“Nos corresponde
acatar el fallo, pero
la verdad es que no
lo compartimos”.
Hermann von
Mühlenbrock
PRESIDENTE DE SOFOFA
“Por primera vez no
les echan la culpa a
los empresarios (por
alto desempleo)”.
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