Un recorrido por la muestra “El color en toda su diversidad” curada por Philippe Cyroulnik. Descomposiciones analíticas de color de Silvia Gurfein b D O CE AR T I S T AS MO S T R AR O N E L USO D E L C O L O R M E D IA NT E 9 0 O B R A S ienvenidos al mundo del arte en colores Por Martín Bonadeo C “ arozo es azul!” grité cuando vi por primera vez la imagen del show de Carozo y Narizota -dos títeres infantiles que hoy relatan turf en CrónicaTV- en el primer televisor color que apareció en mi casa, allá por 1979. Hasta ese momento, todos los personajes de la tele para mí eran grises. Me estaba perdiendo la magia del color. El placer que producen los colores –hoy explotado comercialmente por Sony Bravia y otros- queda evidenciado en el arte más abstracto. Cuando el color queda desnudo y despojado de la representación figurativa, las formas, la combinación de tonos y el ritmo se transforman en protagonistas. En esta nota propongo un recorrido por estas temáticas a través de la muestra “El color en toda su diversidad”, expuesta en el Centro Cultural Borges de Buenos Aires y curada por el prestigioso crítico de arte francés Philippe Cyroulnik. Diez artistas argentinos de diferentes generaciones y dos artistas franceses que a través de noventa obras dan una lección sobre el uso del color. lectual que las sostenga. Pueden verse conocimiento y emoción codificados en cada brochazo, algo que pocos pueden hacer con este nivel de precisión. La selección de Philippe Cyroulnik es exquisita. Si fuera una comida en un restaurant japonés, lo de Casanova funciona como ese platito de cortesía muy sabroso que te traen anticipando lo que va ser una fiesta para los sentidos. Frente a la explosión de Ana Casanova se ubican dos dípticos monocromáticos de Fabián Burgos. El clima es mucho más cerebral; cuatro telas pintadas en forma muy cuidada, en las que no se ve la pincelada, pero sí las líneas de doblado de la tela que divide su superficie de en una grilla de 4 x 4 cuadrados, como si fuera una sábana. Estas líneas se ven por la forma particular en la que están colgadas, en vez de estar tensadas en un bastidor, se encuentran frágilmente clavadas al muro con dos clavos. El díptico de la izquierda son dos telas –una blanca y una amarilla- de iguales dimensiones, cada una con dos agujeros redondos perfectos dispuestos en el eje medio horizontal, como si fueran dos ojos o los faros de un automóvil. El par de lienzos de la derecha se llama desplegables y es de dimensiones mucho mayores: un plano totalmente rojo y otro, totalmente blanco. Ambos cuadros blancos en una muestra de color hacen un guiño al famoso blanco sobre blanco de Malevich allá por los años 20 y dan, en el principio de la muestra, la idea de la tela despojada de color por completo, como las paredes de la sala antes del montaje. Más adelante, nos encontramos con otra obra de Burgos. También está sostenida con clavos; son cuatro dispuestos uno en cada esquina y se trata de una especie Pinturas sobre textos Sindicalistas del francés Robert Janitz Grandes pinceladas y planos cromáticos Una galería de arte contemporáneo se suele definir como cubo blanco. Un espacio virgen que está esperando que sus paredes se cubran de color, algo que esta muestra logra de un modo impactante. La sala nos recibe con una serie de obras de Ana Casanova, quien con una paleta reducida trabaja la pincelada. Trazos muy anchos, modulados, juguetones, abstractos que parten de una grilla y la rompen con superposiciones, chorreadas de pintura y rayaduras generando arco iris caprichosos y cargados de sentimiento. Las pinturas se ven como un impulso, como un momento de expresión puro. Uno disfruta enormemente frente a estas piezas más allá de cualquier aparato inte177 1. Algunas paredes de la muestra. 2. La línea toma cuerpo en el trabajo de Beto de Volder. 3. “Tres o cuatro maravillas” de Tulio de Sagastizabal. 4. Una de las inmensas obras de Graciela Hasper. 5. Detalle de la obra de Fabián Burgos. 6. Monocromos de Fabian Burgos. 7. Grandes pinceladas de color en la obra de Ana Cassanova. de marco de un par de centímetros que encierra un cuadrado de grandes dimensiones. Da la sensación de ser una pintura calada a la que sólo le dejaron un marco. En este fragmento de tela puede verse un degradé que pasa por varios tonos y “enmarca el blanco de la pared”. Es un gesto muy raro y divertido a la vez que no desentona para nada con el espíritu de la muestra curada por Cyroulnik. Bombardeo de color Luego de esta introducción, nos invaden los tonos más intensos. Tulio de Sagastizabal presenta varios trabajos con líneas verticales de colores, otros con formas curvas, burbujas y elementos que por momentos podrían aparecer en un microscopio un poco psicodélico. Todos son cuadros vivos, alegres, de ese tipo de pintura -sin ser despectivo en absolutode la que a mí me gustaría tener en el living de casa. Funcionan irradiando energía, como un hogar con su fuego que es siempre igual y siempre distinto. Estamos ante una pintura de líneas mucho más prolijas que las de Casanova, pero que no llegan a la obsesión y perfección de Burgos. Cerca del área de pinturas de Tulio se ubican unos diez cuadros mucho más pequeños de Fabianne Gaston Dreyfus con fondo blanco predominante y manchas coloridas que avanzan en borbotones. Están colgadas en la pared generando un ritmo irregular similar al que se representa en cada uno de los cuadros. Por momentos uno puede adivinar algunas figuras en estas manchas, pero son claramente proyectivas, como quien trata de ver conejos en las nubes. Si bien la sala entera del Borges huele a pintura, detrás de un tabique se encuentra una zona oscura iluminada por dos obras: dos piezas luminosas de Karina Peisajovich. Cada una está compuesta por marcos de madera que forman dos rombos con luces ocultas en su interior. Estas luces de tonos rosas, verdes y violetas iluminan y transforman los trozos romboidales de pared blanca enmarcados. A diferencia del resto de las piezas, el color aparece como fuente de luz y modifica el ambiente. Doblando la esquina La sala tiene forma de ‘L’ y en el ángulo entre los dos volúmenes están ubicadas de un modo estructural y sutil las Simetrías de Verónica di Toro. Cuatro piezas –dos más grandes y dos más pequeñasque trabajan como un cruce de calles con cuatro formas cuadradas que aparecen desde las esquinas. Cada uno de estos cuadrados está compuesto por líneas concéntricas de diversos espesores y colores sobrios que juegan con el rombo y las diagonales. Este movimiento –uno de los cuadros grandes está dispuesto como un rombo en la pared, apoyado sobre un ángulo- sigue la propuesta de Peisajovich materializando la luz en objeto. Frente a di Toro y ya en la sala transversal, se encuentra la obra de Beto de Volder, quien hace un planteo sobre el color acercándonos al dibujo y a la abstracción que propone la línea. Estos trabajos muestran una maraña de trazos elípticos formando algo similar a un nido o el mamarracho que hace una sola línea cuando uno está probando una lapicera que no funciona bien. El orden y el caos se ponen en tensión, cuando la forma aleatoria de una línea es digitalizada, aumentada de tamaño y cortada en un material que le da cuerpo. Si las miramos en detalle vemos que se trata de dos pares de dibujos espejados. Hay una clave que da la diferencia de color: hay tres formas amarillas y una gris. La posición oblicua de la espiral y el contraste entre la gris y la amarilla nos hace ver que están espejadas con mayor obviedad; luego es fácil deducir que las amarillas también están espejadas. Son gestos aparentemente únicos e irrepetibles que se multiplican gracias a la máquina. Un nuevo contrapunto a la tecnología de la pintura aplicada con pincel que es la que domina en la sala. Algo de esta idea se continúa en la pared de enfrente, en la que el francés Robert Janitz pinta manchas con alegres colores acrílicos sobre papeles con información sindical escrita en francés y fotocopiados evidenciando la tensión entre la burocracia y la plástica. Siguiendo el recorrido está Silvia Gurfein y sus estudios abstractos del color. Estamos frente a una pintura que por momentos nos remite a los pixeles, a lo digital, pero con una variación sobre el trabajo de De Volder; las pinturas de Gurfein son 100% analógicas. Ella lee la historia del arte y representa sus colores, los expande, hace formas cuadradas y bandas que van generando generosos degradé que pasan por muchos tonos, y vibran en muchas frecuencias componiendo armónicos de color que resuenan en todas y cada una de las piezas que están en la sala. A estos planos de color superpone otra capa de rayaduras dibujadas con obsesivas líneas paralelas. Además de obras en formatos rectangulares Gurfein presenta otras que 1 2 3 4 6 5 7 179 1 2 3 4 1. detalle de la obra de Graciela Hasper. 2. Desde la oscuridad brilla la obra de Karina Piesajovich. 3. el colorido muro de Ana Cassanova. 4. Una de las simetrías de Verónica Di Toro. funcionan como bastones en las que se leen “estratos” de color. Se produce un diálogo de complicidad especial con la obra de Burgos del marco que mencioné anteriormente y físicamente se encuentra muy cerca. Un cierre ecléctico Si bien la sala es abierta, la muestra está dividida por tabiques en unidades de sentido. El inicial, en el que se discute la pincelada o el plano de color; la esquina en segundo lugar; los diálogos entre la máquina y la mano, y el último tramo es el más complejo de definir y lo voy a describir para que simplemente pueda disfrutarse sin categorizaciones. Empieza con dos propuestas complementarias de Andrés Sobrino. Por un lado hay una serie de fotografías de toma directa de gradientes fuera de foco, que van desde colores más o menos intensos hacia el blanco o hacia el negro. Son un total de diez imágenes de pequeño formato con marco de aluminio que están ordenados en una grilla irregular que nos muestran las manchas de color que produce la luz y pueden ser atrapadas por una máquina fotográfica. A su lado se encuentra otro grupo de obras de Sobrino que funciona como una instalación. Nueve pinturas con formas rectangulares puras que combinan colores bastante oscuros con el blanco. A diferencia de las fotos, los pasajes de un color a otro son con cortes rígidos. Frente a las obras de Sobrino se ubican unas inquietantes acuarelas sobre papel de Martín Reyna. Son formalmente muy similares, pero unas son en blanco y negro y otras en color. Las composiciones son manchas que gotean y se conectan verticalmente con otras manchas, los colores se suman, se superponen y se transforman en una retícula anómala y orgánica que varía notablemente en su versión acromática. El gran final de esta muestra es un enorme lienzo apaisado de Gachi Hasper. Sobre un fondo blanco se produce un tejido de recuadros de colores con distintas proporciones e inclinaciones unidos en una cadena que cubre todo el lienzo. Este trabajo de línea comienza un diálogo con la obra de De Volder que se culmina en otra obra de Hasper hecha a partir de curvas, pero con las intersecciones rellenas de color. La sensación general en la sala es que todo cierra y se logra un equilibrio entre lo expresivo, la emoción y la estructura racional más extrema. Philippe Cyroulnik sintetiza muy bien su trabajo cuando dice que presenta un diálogo entre artistas muy variados que trabajan el tema del color a través de un medio clásico como el óleo y con la utilización de materiales industriales y no específicamente pictóricos como la fotografía. Si en algún momento se planteó la muerte de la pintura, esta exposición es una prueba que indica que está más viva que nunca. y es que hubo cuatro artistas que estuvieron en ambas muestras: Andrés Sobrino, Karina Peisajovich, Tulio de Sagastizabal y Verónica di Toro. Esto hace evidente que el trabajo de los artistas escapa a las categorizaciones y puede funcionar para ilustrar más de un discurso. Existe otro factor común y es la coordinadora, Lía Cristal, quien estuvo detrás de la producción de ambas muestras. Cuando hablé con Lía me comentó que Philippe Cyroulnik propuso una tercera muestra para cerrar la trilogía con el tema nocturnos. Esperemos que salga, ya que sus dos antecesoras fueron muy intensas. La luz blanca contiene la suma de todos los colores, ¿qué pasará de noche, cuando las únicas fuentes de luz sean la luna, las estrellas, el fuego y otros artificios? Precuela y secuela Mientras recorría la muestra tuve una extraña sensación de déjà vu, de haber visto algo similar pero distinto. Cuando llegué a mi taller, encontré un catálogo de una muestra colectiva que hubo en el verano de 2008 en la misma sala. Una exposición que también me encantó y me resultó muy adecuada para el verano, titulada “Blanco” con curaduría de Florencia Braga Menéndez y Gachi Prieto, en la que más de 30 artistas respondían con sus obras a la construcción de un relato a partir del color blanco. Existe un punto que me interesa destacar El francés Philippe Cyroulnik (1949) es director de Le 19, Centro Regional de Arte Contemporáneo de la ciudad de Montbéliard, en el noreste de Francia. Es crítico, curador y fue profesor de Arte. Desde fines de los 80 promueve a artistas argentinos en Europa con muestras y publicación de catálogos. 181