Lección 2 para el 9 de julio de 2016 EL ORIGEN LOS PRIVILEGIOS LA RESTAURACIÓN EL DOMINIO SOBRE LA TIERRA LA RESPONSABILIDAD LOS LÍMITES «Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra» (Génesis 1:26) La Biblia es clara respecto al origen y razón de ser del hombre sobre la tierra: el hombre fue creado por Dios para dominar sobre el resto de la creación. Éste es un dominio delegado. Fuimos creados como fieles mayordomos que debían dominar la tierra en lugar de su verdadero Dueño. Al igual que la raza humana fue creada con un propósito, cada uno de nosotros viene a esta vida con un propósito divinamente delineado. Dios dice de cada uno de nosotros: «para gloria mía los he creado, los formé y los hice» (Isaías 43:7). Rindamos nuestras vidas a Él y permitamos que realice su propósito en nosotros. «Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra» (Génesis 1:28) Dios añade al dominio el permiso para sojuzgar la tierra. Esto implica una jerarquía de poder que permite al hombre utilizar para sus necesidades los vastos recursos de la tierra. Aunque después del pecado este poder jerárquico se ha usado para violentar y explotar los recursos naturales, en un principio no era así. La mayordomía del hombre sobre la tierra y los animales debía ser realizada como un servicio amoroso (Marcos 10:43) que redundara en un beneficio mutuo. Esta relación entre el hombre y el resto de la creación debería reflejar el tierno y amante cuidado de Dios por sus criaturas. «Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás» (Génesis 2:16-17) Dios no dio al hombre un dominio ilimitado sobre la creación. La prohibición de comer del árbol de la ciencia del bien y del mal fue un límite claro que no debía ser traspasado. La creación todavía sufre las consecuencias que produjo que Adán y Eva traspasaran los límites que Dios les impuso. En este mundo de pecado, la Ley de Dios nos marca los límites de nuestra relación con Dios y con nuestros semejantes. «Y se le permitió infundir aliento a la imagen de la bestia, para que la imagen hablase e hiciese matar a todo el que no la adorase» (Apocalipsis 13:15) Los hombres han sobrepasado los límites del dominio que Dios les da de dos maneras distintas: ¿Qué principios podemos usar para saber cuáles son los límites de nuestro dominio? Ver Mateo 7:1, 12. «Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase» (Génesis 2:15) Junto al dominio, Dios dio a Adán la responsabilidad de guardar la creación como fiel mayordomo. En un principio, animales y plantas reconocían la autoridad de Adán para cuidar de ellos, y le entregaban su afecto y sus frutos. Tras el pecado, la naturaleza misma se rebeló contra la autoridad del hombre. Sin embargo, como mayordomos de Dios, aún tenemos hoy la responsabilidad de cuidar de la creación. Explotar indebidamente los recursos del planeta es ser irresponsables con la tarea que Dios nos encomendó. La ecología es un tema moral, ético y teológico, ya que la explotación de la Tierra puede conducir a grandes penurias para otros. «Los adventistas abogan por un estilo de vida sencillo y sano, en el que la gente no entra en la rutina del consumo sin límites, la acumulación de bienes y la producción de basura. Se necesita una reforma en el estilo de vida, basada en el respeto por la naturaleza, la restricción del uso de los recursos humanos, la evaluación renovada de las necesidades personales y la reafirmación de la dignidad de la vida creada» Declaración oficial de los adventistas del séptimo día sobre la mayordomía del medioambiente, 1996 «El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo» (Apocalipsis 21:7) Cristo vino a restaurar el dominio que nosotros perdimos. Aunque esta restauración no será completa hasta la Venida final de Jesús (1ª de Corintios 15:24), podemos hacer mucho por comenzar la restauración ahora mismo al alcanzar y ayudar a los necesitados. Como iglesia y como individuos, se nos pide que nos preocupemos por el bienestar físico, mental y espiritual de los que nos rodean. Esto es especialmente importante en el trato con los menesterosos. Somos llamados a ser una luz que traiga esperanza a este mundo y le abra la puerta a la salvación. (Ver Dt. 15:7-12; Lc. 14:12-14; 1P. 3:15; Stg. 1:27; Is. 58:7; 2Ts. 3:10). ¿Qué debemos hacer ahora que somos conscientes de los privilegios, límites y responsabilidades del dominio que Dios nos ha dado sobre su creación? Reconocer el lugar que, como seres humanos, ocupamos en la creación y la importancia de dar a Dios su lugar como Creador del universo. Ser humildes y fieles mayordomos ante el Creador, cuidando de las personas y de las criaturas con amor y bondad.