A partir de estas definiciones y contribuyendo en la ampliación y discusión de los conceptos básicos iniciales, la década de 1980 vio el surgimiento en el mundo anglosajón de una historia ambiental que además de buscar visibilizar las interacciones entre las sociedades humanas y el mundo natural, era profundamente crítica del sistema económico dominante, y específicamente de la cultura materialista, racional, secular, progresista y científica del mundo que le daba sustento.1 A esta “revisión” del ecologismo popular podríamos agregar la valiosa observación que Manuel González de Molina hace al señalar que “el adjetivo ‘ecologista’ introduce un matiz ideológico que remite a los movimientos sociales posteriores a 1960, y no resulta adecuado para caracterizar conflictos en el pasado”.2 La visible contradicción entre insertar de manera racional y científica a la naturaleza en el mercado y a la vez protegerla de los excesos de este, nos va a acompañar hasta nuestros días, alimentada por una definición de “sustentabilidad” no solamente vaga, sino también reducida, finalmente, al sostenimiento de una actividad o un sistema económico,3 ayuna, casi por completo, de valoraciones sociales, culturales, humanas y en no pocas ocasiones inclusive ecológicas. Como bien lo ha señalado Donald Worster, al referirse a Bernard Fernow y Giffort Pinchot quienes importaron desde Alemania la idea del desarrollo sostenido hacia los Estados Unidos, basada en la firme creencia –tanto arrogante como antropocéntrica- de que la ciencia podría determinar las tasas de crecimiento biológico y que las cosechas periódicas podrían ajustarse a dichas tasas, e indicar “de manera precisa cuantos árboles podían ser utilizados sin disminuir al bosque 1 Cfr. Worster, Donald. Transformaciones de la tierra, ensayos de historia ambiental, selección, traducción y presentación Guillermo Castro H., primera edición, San José, C.R.: EUNED, 2006, pp. 137-172. Ver también: Merchant, Carolyn. The Death of Nature: Women, Ecology and the Scientific Revolution, San Francisco: Harper & Row, 1980. 2 González de Molina, Manuel. “Sociedad, naturaleza, metabolismo social. Sobre el estatus teórico de la historia ambiental”, en: Loreto López, Rosalva (Coord.) Agua, poder urbano y metabolismo social, Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, primera edición, Puebla: México, 2009, p. 240. 3 Para un análisis de las debilidades intrínsecas de este concepto, su origen y su evolución, Cfr. Worster, “La fragilidad del desarrollo sustentable”, en: Worster, Donald. Transformaciones de la tierra, ensayos de historia ambiental, selección, traducción y presentación Guillermo Castro H., primera edición, San José, C.R.: EUNED, 2006, pp. 173-200. Como señala con claridad este autor, en una de sus conclusiones, la “sustentabilidad es, sobre todo, un concepto económico sobre el cual los economistas no tienen dudas, y en torno al cual los ecólogos se encuentran en un estado de confusión”. (p. 196) mismo o afectar su capacidad biológica a largo plazo”,4 para ellos “la naturaleza era un poco más que un bien utilitario a ser administrado y cosechado para el bien común”.5 Aún más, estos promotores de la “ecoeficiencia”, según este mismo autor, “Habían hecho suya por completo la visión del mundo dominante en su época, para la cual el progreso económico –el incremento constante de la producción a largo plazo- era el objetivo primordial de la vida social, agregándole tan sólo que esa producción debía estar dirigida por el Estado y sus expertos, para evitar la destrucción del orden social orgánico”.6 (HASTA AQUÍ EL AUTOR) (A PARTIR DE AQUÍ, APORTE) Como se observa con claridad, en suma, la “lógica” de la conservación-explotación de los bosques costarricenses en nuestro período de estudio, se ajusta en buena medida a esta corriente del conservacionismo mundial, a pesar de las especificidades en intereses, estrategias y prácticas de las que hemos procurado dar cuenta. Ahora bien, teniendo claro lo anterior, y volviendo a nuestro argumento central, no cabe la menor duda de que la promulgación de leyes y el desarrollo de estrategias conservacionistas, –aún enmarcadas en la lógica recién expuestapudo haber incidido directamente en el carácter y el ritmo de la explotación forestal en Costa Rica. (Contextualización y reiteración del problema-hipótesis de investigación) Diversos autores han estudiado las múltiples dimensiones de los “productos estrella” del capitalismo agrario costarricense. En términos cuantitativos, empero, la producción no es homogénea y, debemos agregar, parece guardar relación con el impacto que a dichos productos se les ha atribuido en las transformaciones de la sociedad y la economía costarricenses. El café, ha sido sin duda el que mayor atención ha recibido por parte de la historiografía costarricense. De él se han estudiado en diversos y valiosos trabajos, desde sus orígenes y bases económicas y sociales, la dinámica de su comercialización, su relación con el poder político y la construcción del Estado-nación en Costa Rica, la modernización del proceso productivo, hasta, incluso, el impacto ambiental derivado del beneficiado del grano y, en el otro extremo, las consecuencias 4 Ibid. 177-178 Ibid. 180 6 Ibid. 5 socioeconómicas derivadas del influjo de enfermedades y epidemias que históricamente han afectado la producción cafetalera, como la Roya.7 En suma, ya fuese por la demanda creciente de materias primas y productos derivados de la reorganización del medio biofísico, o por el carácter imprescindible de la madera en los centros capitalistas, el mercado mundial, como un todo, “exigía” la deforestación creciente en zonas y regiones cada vez más distantes del planeta, ejerciendo una presión global sobre los recursos naturales, aunque de manera diferenciada. Visto desde la perspectiva de la economía ecológica, lo anterior implicaba que los centros capitalistas expropiaran cada vez “más ambiente” de las regiones y países periféricos al expandirse de forma incesante su huella ecológica8 sobre el planeta. 7 Sin pretender ser exhaustivos, algunos de los aportes más destacables en estos y otros ámbitos de la caficultura costarricense, los encontramos en los siguientes trabajos: Gudmunson, Lowell. Costa Rica before coffee: society and economy on the eve of agro-export expansion, Minnesota, Estados Unidos: Tesis doctoral, 1982; Molina Jiménez, Iván. La alborada del capitalismo agrario en Costa Rica, 1ª ed., San José, C.R.: Editorial de la Universidad de Costa Rica, 1988; Samper, Mario. Producción Cafetalera y Poder Político en Centroamérica, San José: EDUCA, 1998; Ibid., Generations of Settlers: Rural Households and Markets on the Costa rican Frontier, 1850- 1935, Boulder: Westview Press, 1990; Pérez Brignoli, Héctor. “Crecimiento agroexportador y regímenes políticos en Centroamérica. Un ensayo de historia comparada”. En: Pérez Brignoli, Héctor y Samper, Mario (compiladores): Tierra, café y sociedad, Costa Rica: Flacso, 1994; Hall, Carolyn. El café y el desarrollo histórico-geográfico de Costa Rica. San José: Editorial Costa Rica, 2. Ed., 1982; Cardoso, Ciro. “La formación de la hacienda cafetalera en Costa Rica (siglo XIX)”, en: Avances de Investigación. Proyecto de historia social y económica de Costa Rica. 1821-1945. San José, C.R.: 1976, pp. 161. Naranjo Gutiérrez, Carlos. La modernización de la caficultura costarricense, 1890-1950. Tesis de Maestría en Historia, Costa Rica: Universidad Nacional, 1997; Fallas Santana, Carmen. Elite, negocios y política en Costa Rica, 1849-1859, San José: Museo Histórico Cultural Juan Santamaría, 2004; Rojas Chaves, Gladys. Café, ambiente y sociedad en la cuenca del Río Virilla, Costa Rica (1840-1955), San José: Editorial de la Universidad de Costa Rica, 2000; Ramírez Boza, Mario. “Problemas, Protestas y Conflictos Ambientales en la Cuenca Del Río Virilla: 1850-1900”, Diálogos, Revista electrónica de historia, Vol. 4, Nº 2, (noviembre 2003 – marzo 2004): Escuela de Historia, Universidad de Costa Rica, http://historia.fcs.ucr.ac.cr/dialogos.htm; Montero Mora, Andrea y Sandí Morales, José Aurelio. “La contaminación de las aguas mieles en Costa Rica: un conflicto de contenido ambiental (1840-1910)”, Diálogos, Revista electrónica de historia, Vol. 10, N° 1, Escuela de Historia, Universidad de Costa Rica, http://historia.fcs.ucr.ac.cr/articulos/2009/vol1/01andreajoseaurelioeco.pdf ; Mc Cook, Stuart. “La Roya del café en Costa Rica: epidemias, innovación y medio ambiente, 1950-1995”, en: Revista de Historia Nº 59-60, EUNA/EUCR, Enero - Diciembre 2009, pp. 99-117. 8 Martínez Alier nos muestra con claridad cómo el concepto de huella ecológica surgió de la interrogante planteada por H.T. Odum sobre la carga ambiental de la economía en términos de espacio. Autores como Opschoor y Rees buscaron brindar algunas respuestas. En lugar de plantearse cuál era la población máxima que se podía mantener de forma sustentable en una región o país, la cuestión se convirtió en “¿cuánta tierra productiva se necesita (como fuente y sumidero) para sostener una población dada en su nivel actual de vida en las condiciones actuales?” Para brindar algunas respuestas a esta interrogante, en la huella ecológica de una persona se toman en cuenta cuatro tipos de uso del suelo: a) la tierra usada para alimentar a una persona, b) La tierra utilizada para la producción de madera, papel y otros usos, c) La tierra edificada y pavimentada para calles, carreteras y otros, y d) La tierra que de manera hipotética serviría para la producción energética en forma de biomasa equivalente al uso actual de energía de combustibles fósiles (y nuclear) de una persona determinada. En otras palabras, al conocer el uso de la energía de biomasa y de los combustibles fósiles ya se podría afirmar que se conoce la huella ecológica. La huella ecológica ha sido criticada, por, según mencionan algunos, querer incluir demasiadas variables en un sólo índice. Empero, su popularidad radica en el hecho de que permite establecer relaciones territoriales. La “huella ecológica” nos permite dimensionar, de esta manera Ahora bien, no siempre las denuncias por la explotación ilegal de los bosques ribereños, con argumentos explícitamente conservacionistas, provenían del Estado. En una carta fechada el 23 de marzo de 1920, un vecino de la Colonia Carmona en Guanacaste de apellido Campos enviaba una carta al Ministerio de Fomento9 en la que notificaba a dicha dependencia, “…algo de lo que observamos con bastante repugnancia. Quiero exponerle en brebe que aquí en esta se (ilegible) se abusa demaciado de la libertad de que gosamos. El señor Eduardo Méndez vecino de esta colonia se a propuesto hasér una derriba de montaña en las horillas del Río Andayúre siendo éste bastante escaso de aguas y el mas importante de éste lugar. Con sus aguas tiene que abasteser la colonia y el trayécto asta San Pablo”.10 D ES C RI P CI Ó N Tras la recepción de la queja, el Ministerio consultó al Agente de Policía del lugar, Félix Alpízar sobre la veracidad de lo denunciado por Campos. El oficial confirmó que se estaba volteando bosque a la orilla del río Nandayure, “destruyendo totalmente la arboleda y perjudicando con esto a todo un vecindario”.11 La queja fue remitida a la Secretaría de Gobernación y Policía y a partir de ahí se desconoce el resultado de la denuncia. Lo cierto es que la deforestación en la Colonia Carmona parece haber continuado de manera acelerada, dado que en 1935, es decir quince años después de la queja de Campos, se presentó en el Congreso un proyecto de ley para expropiar el terreno situado desde el cuadrante de la Colonia Carmona hasta la cabecera del río cómo países densamente poblados como el caso de gran parte de los países europeos y Japón o Corea del Sur, ocupan en la actualidad ecoespacios diez o quince veces mayores que sus territorios. Este excedente se constituye, según lo señala Martínez Alier en la capacidad de carga expropiada de la que surge una deuda ecológica. Cfr. Martínez Alier, El ecologismo…Op. cit., pp. 63-64. Lo anterior implica, por tanto, que para mantener el nivel de vida con las tecnologías actuales, gran parte de los países “desarrollados” deben apropiarse de un cuantioso volumen de capital natural proveniente de aquellos países y/o regiones dotados aún de abundantes recursos que no tienen más opción en el contexto del capitalismo como sistema económico mundial, que venderlos “baratos” o inclusive sin costo a cambio de los bienes industriales supuestamente “caros”, reproduciendo así el patrón del intercambio ecológicamente desigual. Con lo anterior queda claro que la huella ecológica es histórica, y se encuentra relacionada, finalmente con el proceso de consolidación de las relaciones capitalistas alrededor del globo. 9 ANCR, Fomento, N° 5399, folio 21. 10 ANCR, Fomento, N° 5399, folio 19. 11 ANCR, Fomento, N° 5399, folio 20. T E S I S Nandayure, -justo el lugar denunciado por campos- con el fin explícito de proteger los bosques.12 Ese mismo año de 1920, Carlos Monge, -del cuál desconocemos si se trataba de un funcionario público o un vecino preocupado por la tala de los bosques- enviaba un telegrama al Ministerio de Fomento en el que denunciaba una situación similar a la recién expuesta.13 Monge mencionaba tener información sobre la tala ilegal de bosques nacionales que en Coronado llevaba adelante Francisco Campos. Fomento dio parte del hecho a la Secretaría de Gobernación y Policía, que instó al Jefe Político de Coronado, para que girara “las órdenes conducentes a fin de impedir la corta de árboles”14 en ese cantón josefino que parece haber sido, como vimos en un capítulo anterior, un importante D E S C R I P C I Ó N reservorio de maderas para usos diversos. Para 1926 dimos con un expediente de Gobernación en el que se hacía referencia a una serie de denuncias por la explotación de los bosques ribereños presentadas por comunidades en diversas partes del país. Los quejosos reclamaban la acción del gobierno para hacer cumplir la “ley de bosques” con el propósito de evitar la tala y quema de los bosques.15 Como se observa, y a diferencia de los procesos llevados adelante por el Estado por el incumplimiento de la legislación forestal vigente, en las quejas recién expuestas fueron las propias comunidades o los propietarios particulares quienes, compartiendo la visión conservacionista del Estado costarricense, denunciaron a los individuos que trasgredían las leyes encaminadas a proteger de manera absoluta los bosques situados en las márgenes de los ríos y fuentes de agua. Seguimos hablando, entonces, de conflictos reproductivos, es decir entre dos actores dotados de visiones contrapuestas sobre lo que representaban los bosques para la reproducción del grupo social al que pertenecían, visiones que, debemos agregar, estaban relacionadas tanto con el conocimiento que dichos actores tuvieran sobre la relación tala-disminución del caudal de las fuentes de agua, como, en el otro lado, con la satisfacción de necesidades inmediatas de energía, construcción, el desarrollo de cultivos de subsistencia o simplemente la necesidad de obtener ganancias. Parece evidente, especialmente a partir de la denuncia 12 ANCR, Congreso, N° 017454, año, 1935. ANCR, Fomento, N° 5399, folio 23. 14 ANCR, Fomento, N° 5399, folios 24-25. 15 ANCR, Gobernaciones, N° 007889, año, 1926. 13 I N T E R P R E T A C I Ó N presentada por el mencionado M. Campos, que la relación entre el caudal de los ríos y los bosques ribereños estaba interiorizada, al menos en parte, en individuos y comunidades, al tiempo que inferimos que quienes “volteaban montaña”, requerían de la madera y otros productos forestales para la satisfacción de las necesidades mencionadas, a pesar de que sobre estos actores no contamos, desafortunadamente, con información que nos permita acceder a sus justificaciones o argumentos para el proceso de deforestación que llevaban adelante. Quizás en lo que se diferencian los conflictos liderados por el Estado en contra de individuos particulares de aquellos que enfrentaron a las comunidades o individuos con estos agentes deforestadores, es el énfasis en el carácter colectivo atribuido a las consecuencias de la deforestación por parte de los segundos. En efecto, si bien tanto el Estado como estos representantes comunales enfatizaban en el peligro que representaba la tala de la cobertura forestal situada en las cercanías de las fuentes de agua, así como en la necesidad de hacer cumplir las leyes forestales, la mención de que la destrucción de una arboleda perjudicaría “a todo un vecindario”, no parece dejar dudas sobre el peso de la reproducción social de la comunidad, en las motivaciones para proteger el bosque, algo apenas insinuado en los procesos seguidos por el Estado contra quienes trasgredieran las leyes de protección de los bosques. De hecho el Estado centraba sus esfuerzos más en la verificación de las consecuencias desde una perspectiva racional y científica, como dictaban los preceptos de la ecoeficiencia en boga, que en la determinación de las implicaciones sociales de la destrucción de los bosques ribereños. En algunos casos, sólo para citar un ejemplo, las autoridades indicaban a los testigos que señalaran cuánto calculaban se reduciría el caudal de un río a partir de la corta de árboles que habían presenciado.16 Ahora bien, de los conflictos generados por los bosques en nuestro período de estudio, aquellos que enfrentaron a dos formas distintas de concebir y relacionarse con el mundo natural, parecen haber sido más la excepción que la regla. La mayor parte de las causas judiciales llevadas adelante tanto por particulares como por el Estado, sin duda estaban guiadas por la distribución de los recursos forestales en su apropiación y explotación, sin intenciones explícitas de conservación o sustentabilidad por parte de ninguno de los actores en conflicto. Esto por cuanto, vale recordar, la protección absoluta de los bosques por parte del Estado, se extendía únicamente a aquella parte de la 16 ANCR, Alcaldía Única de Barva, N° 540, folios 2-2v. I N T E R P R E T A C I Ó N C O M P A R A C I Ó N C O N T E X T U A L I Z A C I I cobertura forestal cuya eliminación, dada su cercanía respecto de los ríos, manantiales, quebradas u otras fuentes de agua, representaba un serio peligro para el abastecimiento hídrico tanto de importantes poblaciones como de actividades productivas clave en la modernización capitalista impulsada por los gobiernos liberales.17 Por tanto, los bosques que no tuvieran esta condición podían –y debían- ser explotados, eso sí, con la debida regulación del Estado como parte interesada en el negocio maderero, regulación que era ejercida a través de sendas concesiones de explotación, otorgadas tanto a empresas como a particulares.18 Buena parte de los conflictos se generaron, entonces, por la explotación ilegal de los bosques como bien público, donde el Estado, como demandante, acusaba a diversos individuos e inclusive empresas por hacerlo de manera irregular, lo que representaba pérdidas ostensibles para el fisco. 17 Además de las leyes reseñadas en apartados anteriores, llaman la atención otras iniciativas conservacionistas con un marcado cariz regional, no todas ellas concretadas o llevadas a la práctica de manera efectiva. Entre ellas destacan el Decreto N° 37 de 1908, en el que se declaraban inalienables a perpetuidad las dos riberas del río Banano, diez kilómetros aguas arriba en una extensión de 300 metros de cada lado, donándose a la Municipalidad de Limón 200 hectáreas de terrenos baldíos que incluían aquellos donde se situaban los tanques de la cañería de la ciudad. Este decreto que como se observa estaba claramente imbuido del conservacionismo progresista de raigambre decimonónica, señalaba además que dichos terrenos debían aprovecharse de manera exclusiva para la protección de las fuentes de agua que surtían o surtiesen en un futuro la cañería de Limón, por lo que debían mantenerse perpetuamente como bosques. Cfr. ANCR, Congreso, N° 010097, año, 1908. Términos e intereses similares los encontramos en el Decreto N° 93 de 1921, en el que se autorizaba a la Municipalidad de Barva a vender total o parcialmente varias fincas a las demás municipalidades de la provincia de Heredia interesadas en la conservación de las aguas potables. Estas debían mantener dichas propiedades pobladas de bosques, prohibiéndose su venta, hipoteca o arrendamiento a particulares. Cfr. ANCR, Congreso, N° 012460, año, 1921. En 1924 se propuso en el Congreso, la creación de un Fondo Nacional de Cañerías. Uno de los objetivos del proyecto era declarar de utilidad pública, entre otros aspectos, la formación de “bosques protectores”. Cfr. ANCR, Congreso, N° 013408, año, 1924. 18 En vista de que las concesiones para la explotación forestal se constituyen en el opuesto de los conflictos que aquí analizamos, dado que se trata precisamente de la forma legal e institucionalizada de explotar comercialmente los bosques, no serán expuestas con detalle en este trabajo. Sin embargo, hemos decidido incluir aquí algunos ejemplos llamativos por sus características de manera sucinta. En algunos casos estas concesiones eran legalizadas mediante Decretos. El Decreto N° 61 del 12 de agosto de 1905 es particularmente revelador sobre el interés estatal de favorecer el negocio maderero, subsidiando mediante el otorgamiento de tierras forestales la construcción de los aserraderos y establecimientos dedicados a la transformación productiva de la madera. Este abusivo Decreto otorgaba a los industriales de la madera de construcción el derecho a solicitar ante la Gobernación o Jefatura Política local, se reservase a su favor para la extracción de maderas de construcción, cincuenta hectáreas de terreno baldío de bosque virgen por cada millar de colones que el costo de la respectiva planta de labrar maderas representase. Cfr. ANCR, Congreso, N° 003042, año, 1904. En 1890 tenemos la solicitud de Gueriz y Hoyme (alemanes) para que se les otorgara el privilegio en la extracción de resina de los árboles de guapinol y Guanacaste situados en los bosques nacionales por un período de quince años con fines exportables, lo que da cuenta de que no era la madera el único producto forestal en el que se interesaban quienes se dedicaban a la explotación forestal. Cfr. ANCR, Fomento, N° 001239, año, 1890. En 1935 Sofía Sáenz Lara de Fesley y Guadalupe Gatgens Cabezas, solicitaron concesiones de explotación de madera en distintas regiones. Lo llamativo de esta solicitud es que acompañaba al Decreto N° 111 del 26 de julio de 1935 en el que se establecía una nueva reglamentación para la explotación de los bosques. En otras palabras, todo parece indicar que en alguna medida, parte de las regulaciones en la explotación forestal estaban hechas “a la medida” de los concesionarios. Cfr. ANCR, Congreso, N° 017306, año, 1935.