060419_utilitarismo_.. - CID - Universidad Nacional de Colombia

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UTILITARISMO Y CONTRACTUALISMO: LA JUSTICIA
DISTRIBUTIVA EN RAWLS Y NOZICK
Carolina Esguerra Roa*
Alberto Castrillón Mora**
RESUMEN
Este artículo ofrece una comparación de La teoría de la justicia de John Rawls con
Anarquía, estado y utopía de Robert Nozick como respuestas al utilitarismo. La referencia
al utilitarismo permite matizar las diferencias metodológicas en ambos autores y mostrar
dos visiones neocontractualistas que buscan responder a las críticas del utilitarismo. Se
hace énfasis en el criterio leximin de Rawls y en los principios de justicia en la adquisición,
la transferencia y la rectificación de Nozick, y se discuten las reglas de decisión que
fundamentan sus propuestas contractualistas. La comparación entre ambos autores muestra
que el equilibrio entre el Estado y el mercado depende de la relación que se establezca entre
la libertad, la justicia, la igualdad y la democracia.
*
Investigadora de la Universidad Externado de Colombia, carolina.esguerra@uexternado.edu.co
Profesor de la Universidad Externado de Colombia, jracastrillon@yahoo.com
**
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Nota: este es un documento de trabajo en procesos editoriales por parte del Centro de Investigaciones para el Desarrollo,
FCE, Universidad Nacional de Colombia y la Facultad de Economía, Universidad Externado de Colombia; se provee
exclusivamente como material de apoyo a la Cátedra Jorge Eliécer Gaitán 2006-1. Por favor no citar, copiar o distribuir
por ningún medio.
INTRODUCCIÓN
La discusión acerca del tamaño del Estado y su relación con el mercado sigue siendo fuente
de debate no sólo entre los economistas, sino también entre filósofos políticos y demás
científicos sociales. Para algunos, “el Estado ha crecido excesivamente a expensas del
mercado y ha usurpado derechos y libertades de los ciudadanos no sólo más allá de lo
económicamente convincente, sino también de lo políticamente lícito y lo moralmente
admisible” (Rodríguez Braun, 2000, 13); mientras que para otros la idea de un Estado
mínimo se encuentra revaluada, pues “el atractivo de tal posición minimalista se suele
confinar en la periferia de las políticas nacionales en la mayoría de los países del mundo”
(Sen, 2000, 30).
En las diferentes perspectivas, el equilibrio entre el Estado y el mercado depende de
la relación que se establezca entre la libertad, la justicia, la igualdad y la democracia, entre
otros. La capacidad de expansión del Estado frente al mercado es un problema de economía
política que involucra una discusión acerca de la legitimidad de los acuerdos colectivos, las
consideraciones de justicia distributiva y la eficiencia de la organización social.
La teoría de la justicia de John Rawls (1971) es considerada “un punto de inflexión
importante, que simboliza el resurgimiento de la filosofía política” (Parekh, 1996, 6), al
ofrecer una teoría del contrato social que establece las bases de la obligación social y
política, exigiendo que los individuos sean libres e iguales. Los principios de justicia de
Rawls se ofrecen como un punto de referencia de las discusiones de justicia distributiva.
Por su parte, Anarquía, estado y utopía de Robert Nozick (1974) surge como una respuesta
al contractualismo de Rawls para defender los derechos de propiedad individuales de
cualquier intromisión del Estado. La comparación teórica de ambos autores sirve para
comprender cómo la defensa del mercado y del Estado está inmersa en una discusión de
justicia distributiva, que implica establecer relaciones entre la libertad y la igualdad para
defender la legitimidad de las decisiones colectivas.
En este artículo se presentan ambas teorías como respuestas al utilitarismo,
propuesta consecuencialista cuyo criterio de distribución es la maximización de la utilidad.
La referencia al utilitarismo, tanto ordinal como cardinal, sirve para matizar las diferencias
metodológicas de procedimiento y de resultado en ambos autores. Además, sirve para
mostrar dos reacciones contractualistas que buscan responder a los resultados poco
intuitivos que exige el criterio de maximización del utilitarismo. La perspectiva
metodológica no pretende agotar el debate de las diferentes interpretaciones de Rawls y
Nozick. Por el contrario, tiene el objetivo de ofrecer un marco de referencia que muestra las
similitudes y diferencias de ambas propuestas en torno a la forma como se concibe la
relación entre el Estado y el mercado en cada una de ellas.
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FCE, Universidad Nacional de Colombia y la Facultad de Economía, Universidad Externado de Colombia; se provee
exclusivamente como material de apoyo a la Cátedra Jorge Eliécer Gaitán 2006-1. Por favor no citar, copiar o distribuir
por ningún medio.
El texto se divide en seis partes. La primera es esta introducción. La segunda, ubica
metodológicamente al utilitarismo, la teoría de Rawls y la propuesta de Nozick. La tercera,
muestra las respuestas de Rawls y Nozick al utilitarismo, para lo cual se hace énfasis en el
criterio leximin de Rawls y en los principios de justicia en la adquisición, la transferencia y
la rectificación de Nozick. La cuarta, muestra las diferencias contractuales en ambos
autores, resaltando la idea de igualdad de oportunidades en Rawls, y la aparición de las
agencias de protección dominante en Nozick. En la quinta, se discuten las reglas de
decisión que fundamentan el contrato, para lo cual se compara la unanimidad en Rawls con
la regla de mayoría en Nozick. Y en la sexta, se presentan las conclusiones.
LA JUSTICIA DISTRIBUTIVA
Según Campbell (2002), la justicia ocupa un lugar central en las teorías sociales y políticas,
aunque abunda el desacuerdo en cuanto a qué acciones se consideran justas o injustas. No
obstante, hablar de justicia, desde las diferentes ideologías, implica referirse a las relaciones
entre el individuo, la sociedad, la equidad y la libertad.
La Teoría de la justicia de John Rawls (1971), expresión del liberalismo
igualitarista, concede prioridad a los derechos individuales pero se interesa por la forma
cómo se distribuyen las cargas y beneficios en la sociedad, pues no sólo interesan los
procedimientos sino también los resultados de las acciones que se conciban como justas.
Por otra parte, textos canónicos del libertarismo, como Anarquía, estado y utopía de Nozick
(1974), parten de la existencia de individuos autónomos e independientes que tienen la
capacidad de elegir lo que más les conviene, y el respeto de sus decisiones es parte
fundamental de lo que se concibe como justo. A pesar de sus diferencias, ambas propuestas
son una defensa del liberalismo y de la visión contractualista de la sociedad, a la luz de la
cual se definen las relaciones entre el individuo y la sociedad.
En particular, la teoría de los derechos de propiedad de Nozick adopta una visión de
la justicia como virtud negativa, conservadora y mínima (Campbell, 2002). Es decir, lo
justo se refiere a la forma como las personas no deben tratarse las unas a las otras, para
garantizar los derechos de los individuos y sancionar su violación. Esto se relaciona con la
idea de que los individuos respeten las reglas fijadas por las relaciones sociales
establecidas. Así, su visión de justicia es conservadora, en la medida en que busca mantener
el statu quo de la sociedad. En contraste, hay autores que defienden la justicia como virtud
positiva. En estos casos, la definición de lo justo no sólo se limita a restringir las acciones
de los individuos, sino que se exigen acciones que vayan más allá de la corrección de los
errores cometidos e incluso requieren de “la promoción de un ideal de las relaciones
humanas justas como parte de una sociedad armónica y saludable” (ibíd., 14-15).
En distintos autores que tratan el tema de la justicia existe un acuerdo acerca de las
implicaciones de lo justo en cuanto a la distribución de cargas y beneficios entre los
individuos y los grupos sociales (Campbell, 2002). En este aspecto, Nozick hace explícito
su rechazo a la redistribución, por considerarla una forma de restringir las libertades
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individuales en la medida en que se obligue a las personas a desprenderse de aquello que
han adquirido de forma legítima para darlo a otros. Sin embargo, su definición de lo justo sí
contiene elementos de distribución relacionados con la apropiación ilegítima de la
propiedad. “Sin mencionar el término de justicia distributiva, Nozick es partidario de lo que
llama un enfoque histórico antes que un enfoque finalista de la justicia, una cuestión de
cómo la gente llegó a poseer sus propiedades antes que una cuestión relativa a la medición
de dichas propiedades con respecto a algunas características de los poseedores…” (ibíd.,
30).
De esta forma, Nozick participa en las discusiones acerca de la legitimidad de la
distribución de las cargas y beneficios entre los individuos, y a su vez, en el debate de si el
concepto de justicia es un valor prioritario, o si es simplemente una virtud entre otras “que
podría tener que ceder al paso a lo que, en ocasiones, son valores más importantes y
apremiantes, tales como la libertad o la lealtad, especialmente fuera de la esfera del derecho
y la política” (ibíd., 17).
A partir de la defensa de la justicia como virtud negativa, Nozick elabora una teoría
de los derechos de propiedad en la que se prioriza la libertad por encima de la igualdad;
considerándose así un representante de las posturas libertarias. Argumenta en favor de una
igualdad formal de los individuos con respecto a su igual posesión de derechos idénticos,
pero no sostiene que esta igualdad se deba reflejar en la posición social o económica de
cada uno de ellos. Su teoría se centra en la defensa de los derechos de propiedad que
garantizan la libertad de las personas. De allí que su discusión libertaria se enfrente a los
argumentos de los liberales del bienestar, comunitaristas y socialistas.
Es precisamente en este marco de referencia que se encuentra la mayoría de las
referencias a Nozick, y principalmente su relación con Rawls (1971). Textos como los de
Campbell (2002), Gargarella (1999) y Kymlicka (1995), entre otros, dedican un breve
capítulo a Nozick, que generalmente es el preámbulo o la continuación del capítulo sobre la
teoría de la justicia de Rawls. Se reitera que Anarquía, estado y utopía fue una de las
primeras críticas a la Teoría de la justicia, y que la relación que establece entre los
derechos individuales y las funciones y legitimidad del Estado es la respuesta de Nozick al
Estado de bienestar de Rawls. En buena parte, esto responde a que dos terceras partes del
libro se dedican a demostrar que el Estado mínimo es el único legítimo y que un Estado
más extenso no es justo.
En Campbell (2002), por ejemplo, el capítulo sobre Nozick se encuentra antes que
el de Rawls, con el propósito de evidenciar la poca complejidad de la teoría de la justicia de
Nozick y el limitado alcance de sus supuestos individualistas. En Kymlicka (1995), en
cambio, la teoría de Nozick se presenta en un capítulo extenso sobre el libertarianismo,
posterior al capítulo de Rawls, que destaca la relación entre justicia y propiedad, y los
alcances de la consideración de la idea de ser dueño de uno mismo. En los diversos casos,
se compara la justicia como derechos con el principio de diferencia de Rawls, según el cual
sólo se justifican las desigualdades cuando éstas benefician a las personas menos
favorecidas.
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En Domènech (1996) se plantea la diferenciación entre Rawls y Nozick en cuanto a
las características formales de sus teorías normativas. Para él, las pretensiones
consecuencialistas de Rawls, derivadas del cumplimiento de sus principios de justicia y el
criterio leximin, superan la intención procedimental que se introduce con la posición
original, en donde se acepta el carácter cambiante de los principios de justicia y el acuerdo
colectivo. Por ello, según Doménech, es posible distinguir en Rawls un distribuendum
–aquello que hay que distribuir entre los componentes de la sociedad– que son los bienes
primarios, y un criterio de distribución, que es el leximin. En términos generales, “lo que
hay que distribuir no son utilidades sino bienes objetivos de uso universal” (Domènech,
1996, 211). Se entiende que la sociedad debe compensar a los individuos por aquellas cosas
de las que no son responsables, de tal manera que las desigualdades del azar social
justifiquen la distribución de bienes primarios. Dentro de los bienes primarios se incluyen
las libertades, las oportunidades, el poder, la riqueza y los ingresos. El criterio leximin
implica, primero, una sociedad con máximas libertades públicas e iguales para todos,
segundo, una sociedad que garantice la igualdad equitativa de oportunidades, y tercero, una
sociedad que distribuya su riqueza de tal manera que se maximicen los ingresos de los más
pobres.
Por otro lado, según Domènech (1996), Nozick ofrece una teoría procedimentalista
de la justicia distributiva que no contiene esta caracterización normativa. Se sigue de una
concepción liberal que se preocupa por entender cómo surgen los acuerdos sociales de
forma espontánea. Además, apela a la separabilidad del individuo y deriva la noción de lo
justo en un contexto de Estado mínimo que protege los derechos de propiedad.
Como se puede observar, en las referencias a la teoría de la justicia de Nozick se
destacan, generalmente, la descripción metodológica de su teoría y la comparación de su
propuesta con la teoría de Rawls. En algunos casos, se encuentran comparaciones entre la
propuesta de Nozick y el utilitarismo clásico, el cual se contrapone también a la propuesta
de Rawls. No obstante, estas discusiones sólo se refieren al intento de Nozick por ofrecer
una teoría que sea afín a intuiciones morales que el utilitarismo desconoce.
La relación entre Nozick y el utilitarismo clásico también se puede establecer a
través de la comparación de la propuesta procedimentalista o deontológica del primero, y la
consecuencialista o teleológica del segundo. Se entiende por procedimentalistas aquellas
posturas que “definen un conjunto de derechos y llaman justa a cualquier sociedad que
respete esos derechos, sean cuales fueran las consecuencias que el respeto de los mismos
traiga consigo” (Domènech, 1996, 192), y se entiende por consecuencialistas aquellas que
“determinan substantivamente un resultado al que debe llegar cualquier sociedad que quiera
merecer la clasificación de justa” (ibíd.). Es necesario identificar las definiciones de lo justo
en cada caso y ubicar la respuesta de Nozick al utilitarismo en una discusión de justicia
distributiva, que muestre las diferencias entre el libertarismo y el utilitarismo con respecto a
la libertad y la igualdad.
Consideramos pertinente tomar las categorías de Domènech para caracterizar el
utilitarismo clásico y, con ello, enfrentar las posturas de Rawls y Nozick desde esta
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perspectiva. Ello implica que estamos de acuerdo con Doménech en destacar la perspectiva
consecuencialista de Rawls y, por tanto, que sus principios de justicia fijan resultados, a
pesar de que las condiciones de la posición original abren la renovación permanente del
acuerdo colectivo1. Además, nos parece útil la distinción del distribuendum y el criterio de
distribución para explicar metodológicamente las relaciones de Rawls y Nozick con el
utilitarismo.
Para el utilitarismo clásico, específicamente los desarrollos de la primera economía
del bienestar, el distribuendum es la utilidad cardinal, entendida como el grado de
satisfacción de las preferencias de los individuos que son cardinalmente medibles e
interpersonalmente conmensurables; y el criterio de distribución es maximizar la suma de
las utilidades de todos los individuos.
Esta propuesta tiene limitaciones relacionadas tanto con el distribuendum como con
el criterio de distribución. El distribuendum presenta tres problemas. Primero, “la
información sobre el origen de las funciones de utilidad de los individuos queda por fuera
del alcance valorativo de la teoría” (ibíd., 199), es decir que las preferencias se toman como
dadas y no es posible reflexionar acerca del origen o la legitimidad de las funciones de
utilidad. Segundo, los individuos no son responsables de sus preferencias, haciendo posible
que las preferencias de algunos dejen a otros en situaciones precarias. Y tercero, la función
de utilidad social se agrega sobre un dominio no restringido, es decir que no se tienen en
cuenta los afectos especiales, como la preferencia por el bienestar de los seres queridos. Por
su parte, la maximización de la suma de las utilidades puede generar resultados
inconsistentes con los deseos de los individuos particulares. Se podría pensar en una
sociedad que someta a esclavitud al 10% de la población si así se logra maximizar la
función de bienestar social. (De la escasa sensibilidad del utilitarismo por los derechos
habla la famosa consideración de Bentham acerca de los derechos humanos como non
sense upon stilts).
Estas limitaciones condujeron a la formulación de la propuesta utilitarista ordinal.
En esta última, el distribuendum es la utilidad ordinal y el criterio de distribución es la
optimalidad de Pareto. En este caso, sólo interesa el ordenamiento de las preferencias de los
individuos, se renuncia a obtener información acerca de la intensidad de dichas
preferencias, y se deja de lado la posibilidad de sumar las preferencias en una función de
utilidad agregada. Por ello, se modifica el criterio de distribución y se introduce la
optimalidad paretiana, según la cual se debe mejorar el bienestar de alguien siempre y
cuando no se perjudique a otros. No obstante, este criterio tiene problemas metodológicos
como criterio de distribución, pues “es compatible con las estructuras socioeconómicas más
dispares desde el punto de vista distributivo” (ibíd., 205); no hay forma de escoger entre los
diversos resultados óptimos pero divergentes en términos distributivos.
En consecuencia, se hace necesario un concepto complementario o alternativo al
criterio de Pareto que de solución a los problemas de elección colectiva. Allí, sobresale la
1
Ver el texto de Jimena Hurtado en esta obra para profundizar en este punto.
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discusión del teorema de imposibilidad de Arrow (1963) que muestra que no es posible
encontrar una función de bienestar social que cumpla con las condiciones que se imponen
sobre las preferencias de los individuos. La imposibilidad de Arrow abrió un amplio campo
de investigación, al hacer evidente las dificultades de una propuesta utilitarista de la justicia
distributiva.
En este contexto, es posible utilizar el utilitarismo como punto de referencia tanto
de Rawls como de Nozick, para caracterizar dos opciones contractualistas que buscan dar
solución al problema de la elección colectiva; en particular, buscan ofrecer una explicación
de la legitimidad del Estado y de su interferencia en la esfera de decisión individual.
En el diagrama 1 se dividen los problemas de justicia distributiva,
metodológicamente, en dos: los consecuencialistas y los procedimentalistas. Dentro de los
primeros está el utilitarismo clásico, y sus versiones ordinales posteriores, y la teoría de la
justicia de Rawls, cuyo distribuendum y criterio de distribución difiere de los anteriores.
Nozick entre los procedimentalistas, con su propuesta contractual basada en la defensa de
los derechos individuales, se enfrenta, tanto al utilitarismo carente de derechos, como a la
propuesta de Rawls basada en la distribución de bienes primarios.
Diagrama 1
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Fuente: elaboración propia a partir de Domènech (1996).
RESPUESTAS AL UTILITARISMO
La teoría utilitarista clásica es un punto de referencia de las propuestas de Rawls y Nozick
porque ofrece una teoría informativa que selecciona de un conjunto infinito de mundos
sociales posibles aquél que maximiza la función social de utilidad agregada, excluyendo
todos los demás (Domènech, 1998, 193). El utilitarismo cardinalista logró proponer una
regla única de decisión a partir de una construcción axiomática de las preferencias
individuales. Con ello, se constituyó en una teoría sólida capaz de enfrentarse a la crítica
con argumentos fuertes, sustentados en la coherencia de su construcción lógica. Como
teoría social normativa, tiene “el importante mérito de haber afinado la definición de una
única regla de decisión, la cual indica que el agente optará por la maximización de las
utilidades… La construcción de esta regla ha supuesto un arduo trabajo dirigido, en primer
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lugar, a la búsqueda de una definición de la estructura primitiva de la teoría de la utilidad”
(Barragán, 1998, 146).
Así, la métrica de la justicia distributiva, la utilidad cardinal, es el punto central de
discusión. La utilidad cardinal se puede entender de dos maneras: “a) como el grado de
satisfacción de los deseos o preferencias de los individuos, o b) como la cantidad de placer
de los individuos” (Domènech, 1996, 193). En la economía normativa se impuso la primera
interpretación. Con esta alternativa, la utilidad se refiere al grado de satisfacción de los
deseos de los individuos, y lo que se debe “distribuir entre los miembros de la sociedad es
el bienestar o la felicidad así entendidos” (ibíd.).
Además, la utilidad tiene dos propiedades: es cardinalmente medible, e
interpersonalmente conmensurable. Es decir, se puede establecer qué tanto un individuo
prefiere un bien a otro, y, con esta medida, comparar su preferencia frente a la de otro
individuo por el mismo bien, o por otro distinto. Con estas mediciones, se define como
justa una “sociedad que consigue maximizar la suma de las utilidades de todos los
individuos, es decir, maximizar la felicidad del conjunto de la sociedad” (ibíd., 194).
Cabe mencionar que el criterio de maximización depende de las propiedades
métricas atribuidas a la utilidad. La maximización de la suma de utilidades, o de cualquier
operación de agregación, sólo se puede obtener si las utilidades individuales son medibles y
comparables entre los individuos. Por ello, la medida de la utilidad es central. “Aunque el
distribuendum sea la utilidad, no se puede ir distribuyendo y redistribuyendo directamente
utilidades; hay que hacerlo indirectamente mediante recursos generadores de utilidad”
(ibíd.). De allí surge una relación entre la utilidad subjetiva y los recursos objetivos, de
donde se desprende el concepto de marginalidad: mientras más recursos se tengan, menos
utilidad generará una unidad adicional de ellos, y viceversa. La cardinalidad se convierte en
una guía redistributiva donde “la maximización de la felicidad de la sociedad es posible
porque las utilidades marginales son diferentes. Para que se cumpla el axioma fundamental
es necesario hacer transferencias de recursos a favor de los menos afortunados” (González,
2003, 101). En este caso, “por una partícula de riqueza, si se agrega a la riqueza del que
tiene menos, se producirá más felicidad que si se agrega a la riqueza del que tiene más”
(Bentham, 1786, 186). Con este resultado siempre existirá la posibilidad de alcanzar un
punto más alto en el bienestar social, y la asignación redistributiva parece no tener límite.
La redistribución es indispensable para alcanzar la máxima felicidad y, por ello, cualquier
aumento marginal del bienestar de los menos favorecidos aumentará la felicidad total.
Los supuestos y las definiciones que sustentan la utilidad cardinal hicieron de esta
teoría una propuesta sólida en términos de informatividad, logrando caracterizar un mundo
ético-socialmente deseable. Con ello, además, se ofrecía una teoría de la elección colectiva
coherente con los argumentos individualistas que fundamentan la propuesta. No obstante, al
cambiar la utilidad cardinal por la ordinal, el utilitarismo perdió su atractivo como teoría
informativa. El cambio de distribuendum implicó modificar el criterio de distribución e
introducir un concepto ordinal de las preferencias individuales.
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A pesar de la pérdida de informatividad, el utilitarismo ordinal mantiene su carácter
consecuencialista, lo que le permite proveer un método consistente para resolver cuestiones
morales. “Encontrar la respuesta moral correcta se convierte en una cuestión de medir
cambios en el bienestar humano, no de consultar a líderes espirituales, ni de apoyarse en
oscuras tradiciones. En su formulación más válida, el utilitarismo constituye un arma muy
poderosa contra los prejuicios y la superstición, ofrece un criterio y un procedimiento que
desafía a aquellos que, en nombre de la moralidad, reclaman tener autoridad sobre
nosotros” (Kymlicka, 1995, 23).
No obstante, el criterio de maximización deja de lado la referencia a los derechos
individuales y a todo tipo de acuerdo colectivo dentro del cual se manifiestan las
preferencias de los individuos. Esto conduce a resultados que fácilmente pueden estar en
contra de intuiciones “ético-personales y ético-sociales que parecen básicas. Y aunque una
buena teoría normativa puede legítimamente aspirar a encauzar, a reformar o aún a podar
alguna de nuestras intuiciones éticas espontáneas, ninguna teoría normativa que choque
frontalmente con el grueso de esas intuiciones puede ser correcta, pues precisamente es
tarea central de cualquier teoría normativa capturarlas conceptualmente y articularlas
consistente y sistemáticamente” (ibíd., 196).
Además, en términos de consistencia interna, el utilitarismo no es una teoría estable
porque produce algunos incentivos que llevan a los agentes a violar los principios básicos
de la teoría. Por una parte, la exigencia moral de la maximización social requeriría que los
individuos actuaran a favor del colectivo sacrificando incluso sus más sentidas preferencias.
El ejemplo clásico de esta exigencia se presenta cuando un individuo se enfrenta a la
siguiente situación: su hijo, que tiene problemas físicos, y un amigo, dotado con altas
capacidades físicas y mentales, se ahogan en el mar. ¿A quién debe salvar? La regla
utilitarista exigiría, en el contexto de las decisiones colectivas, que el individuo salve al
niño mejor dotado y deje morir a su hijo, puesto que ésta sería la mejor solución para la
sociedad. ¿Quién actuaría realmente de esta manera? Cabe aclarar que, en términos de la
elección individual, la regla utilitarista admitiría que el padre salve a su hijo enfermo,
puesto que se busca maximizar el bienestar individual. No obstante, la maximización social
sí requeriría un sacrificio individual a favor del colectivo.
La carencia de estabilidad también se observa en el utilitarismo de la regla, según el
cual la maximización de la utilidad social se realiza sobre determinadas reglas y no de la
realización de determinados actos. En este contexto, se evalúan las reglas, y la
maximización de la utilidad social podría plantear la posibilidad de cumplir o violar
determinada regla. Aunque las reglas son el objeto de análisis, su cumplimiento está sujeto
al criterio de maximización. Con ello, las reglas no son absolutas y están sujetas al proceso
de elección colectiva. No obstante esta es la característica distintiva del utilitarismo de la
regla, la misma teoría –en términos de consistencia– produce incentivos para la violación
de sus principios. “La teoría consecuencialista del utilitarismo de las reglas no parece
estable, pues cualquier sospecha bien fundada de que una regla no promueve la utilidad
social es un incentivo para violarla” (ibíd., 197).
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LA RESPUESTA DE RAWLS: EL LEXIMIN
A pesar de la coherencia informativa del utilitarismo, su exigencia moral, en cuanto al
criterio de maximización, produjo la reacción de los intuicionistas, quienes proponían una
explicación del comportamiento individual y colectivo con “un conjunto de anécdotas
basadas en intuiciones particulares acerca de problemas particulares” (Kymlicka, 1995, 63).
Sin embargo, “el intuicionismo nunca fue más allá de dichas intuiciones iniciales para
mostrar cómo están relacionadas entre sí, ni para ofrecer principios que las apoyasen o les
diesen una estructura” (ibíd., 64).
La tarea de Rawls (1971), en La teoría de la justicia, consiste en aproximarse a una
teoría política que estructure nuestras intuiciones, de tal manera que se establezca algún
orden de prioridad entre las distintas intuiciones relacionadas con la igualdad, la libertad y
la eficiencia. “La justicia de los principios de la organización social básica no provienen
sino del procedimiento a través del cual se ha llegado a un acuerdo acerca de ellos”
(Massini Correas, 2004, 24).
Para Rawls, todos los bienes primarios sociales –libertad y oportunidad, ingresos y
riqueza, y los fundamentos de la propia estima– tienen que distribuirse de modo igual a
menos que una distribución desigual de alguno de estos bienes o de todos ellos resulte
ventajosa para los menos favorecidos (Kymlicka, 1995, 65-66). Esta interpretación de la
justicia acepta cierto tipo de desigualdades, aquellas que benefician a todos. De esta forma,
la idea central es el reparto de distintos bienes, los cuales deben obedecer a un orden
lexicográfico, compuesto por los siguientes principios:
Primer principio: cada persona ha de tener un derecho igual al más amplio y total sistema de
libertades básicas, compatible con un sistema similar de libertades para todos.
Segundo principio: las desigualdades económicas y sociales se tienen que estructurar de manera que
redunden en:
1. mayor beneficio de los menos aventajados, de acuerdo con un principio de ahorro justo,
2. unido a que los cargos y las funciones sean asequibles a todos, bajo condiciones de justa
igualdad de oportunidades (ibíd., 67).
El primer principio corresponde a la prioridad de la libertad, la cual sólo se puede limitar a
favor de la libertad en sí misma. El segundo principio corresponde a la prioridad de la
justicia sobre la eficacia y el bienestar, y se conoce como el principio de diferencia, el cual
rige la distribución de los recursos económicos. “De acuerdo con estos principios, algunos
bienes sociales son más importantes que otros y, por lo tanto, no pueden ser sacrificados a
favor de una mejora de esos otros bienes. La igualdad de libertades tiene prioridad sobre la
igualdad de oportunidades, que a su vez tiene prioridad sobre la igualdad de recursos”
(ibíd.). Así, la desigualdad sólo se puede admitir cuando se beneficia a los menos
favorecidos.
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Como resultado, la distribución de cargas y beneficios en la sociedad es una de las
principales preocupaciones de Rawls. Esta perspectiva tiene “algunas afinidades con la
teoría moral del utilitarismo, de acuerdo con la cual el criterio moral último es la utilidad
máxima, de modo que las decisiones morales se reducen a calcular que es lo que produce la
mayor felicidad del mayor número, que en la práctica significa priorizar el alivio del
sufrimiento” (Campbell, 2002, 19). No obstante, la propuesta de Rawls es agnóstica en el
sentido de que supone “la existencia de múltiples concepciones del bien conflictivas e
inconmensurables, cada cual compatible con la plena racionalidad de los seres humanos”
(Rawls, 1996, 43), mientras que el utilitarismo defiende una concepción única del bien,
donde el propósito de la filosofía moral es definir su naturaleza.
La idea del reparto equitativo de recursos económicos tiene bastantes opositores, y
quienes la aceptan difieren en la forma en que se debe llevar a cabo. Esta propuesta es
central en la discusión frente al utilitarismo, puesto que el objeto de distribución ya no son
las utilidades sino los bienes sociales prioritarios.
LA RESPUESTA DE NOZICK: LA ADQUISICIÓN, LA TRANSFERENCIA Y LA RECTIFICACIÓN
La teoría de la justicia de Robert Nozick, en particular su obra Anarquía, estado y utopía
(1974), ofrece una visión del deber ser de la sociedad desde una perspectiva individualista
que hace énfasis en la libertad y la igualdad. Nozick (1938-2002) fue profesor de filosofía
de la Universidad de Harvard, y es reconocido como uno de los pensadores más influyentes
del siglo XX en el campo de la filosofía política, al menos en el mundo angloamericano.
Traspasó las barreras académicas de las disciplinas y enseñó en las facultades de derecho,
sicología y economía, de allí sus trabajos sobre la propiedad, la racionalidad y el mercado.
Sus propuestas hacen parte de la tradición estadounidense que deriva la noción de lo justo
de la protección y respeto de los derechos de propiedad, y en la que la relación entre el
Estado y los individuos se limita a garantizar estos derechos. Se contrapone, así, a las
concepciones de justicia distributiva, como la de Rawls (1971), y al criterio de
maximización del utilitarismo.
En Nozick (1974), la justicia tiene tres elementos constitutivos: la adquisición, la
transferencia y la rectificación. El principio de justicia en la adquisición consiste en
caracterizar la adquisición original de las pertenencias. Se considera justo un proceso de
adquisición original cuando la apropiación de un objeto por una persona no viola el derecho
de otra a adquirirlo. Logrado esto, se supone que el objeto adquirido de forma justa puede
ser transferido a otra persona, con el mismo requisito de no violar en la transferencia los
derechos de propiedad establecidos. Se supone que “los medios de transición de una
situación a otra especificados por el principio de justicia en la transferencia tienen la
característica de conservar la justicia; y cualquier situación que surja realmente de
transiciones repetidas a partir una situación justa es también justa” (ibíd., 155). Además,
para Nozick, la justicia de las transferencias es histórica, en la medida en que depende de lo
que ha ocurrido con anterioridad. Esto implica la necesidad de un tercer principio, el de
12
Nota: este es un documento de trabajo en procesos editoriales por parte del Centro de Investigaciones para el Desarrollo,
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por ningún medio.
“rectificación” de injusticias, que proporciona un criterio frente a aquellas situaciones en
las que la adquisición o transferencia no fue justa.
Esta conceptualización de la justicia deja varios interrogantes. ¿Cómo llevar a cabo
el principio de rectificación? ¿Hasta dónde nos debemos remontar para corregir los
acontecimientos del pasado? ¿Bajo qué procedimientos es posible reconstruir los daños
causados por la violación de los derechos de propiedad? ¿Cómo determinar a quién
pertenecen los bienes en una situación original?
Aunque la metodología que utiliza Nozick para articular su teoría se basa en la
historia conjetural, estas preguntas son fundamentales para entender la aplicación de sus
principios de justicia. Parece viable suponer que lo que se adquiera de forma legítima, se
puede transferir de igual manera, manteniendo en el proceso de transferencia su carácter
justo. Sin embargo, pensar en las posibilidades de rectificar las adquisiciones pasadas para
que contengan el carácter de justicia necesario para poderlas transferir, parece inviable. El
mismo Nozick afirma que no conoce ningún tratamiento teórico para abordar estos
problemas, sólo nos invita a suponer que la investigación teórica produce un principio de
rectificación.
En este punto, se presentan las críticas más contundentes a la consistencia de su
teoría2, puesto que además de inviable, el principio de rectificación supone la utilización de
información perfecta sobre los acontecimientos de las injusticias presentes y pasadas; un
supuesto que va en contravía de su idea descentralizada de justicia. No parece que exista
coherencia entre la aplicación de este principio y sus argumentos individualistas de
protección de los derechos de propiedad.
Nozick califica su teoría de justicia como una teoría retributiva, para diferenciarla
de las teorías distributivas; entre ellas el utilitarismo. El propósito de esta distinción es
mostrar que hablar de justicia no necesariamente implica hablar de distribución.
Primero, la teoría retributiva es histórica, pues el carácter justo de la distribución
depende de cómo ésta se produjo. En contraste, los principios de justicia distributiva
“sostienen que la justicia de una distribución está determinada por cómo son distribuidas
las cosas (quién tiene qué) juzgando de conformidad con algún(os) principio(s)
estructural(es) de distribución justa” (ibíd., 157). Para Nozick, los utilitaristas utilizan un
principio de justicia distributiva de porciones actuales; es decir, juzgan sobre los resultados
de la aplicación de su criterio de maximización. Lo único que se necesita tener en cuenta al
juzgar la justicia de una distribución es quién termina con qué. Con esto, Nozick evidencia
las diferencias metodológicas entre ambas teorías. Su teoría de justicia es
procedimentalista, mientras que el utilitarismo es consecuencialista.
Lo que se busca resaltar con esta diferenciación es que las teorías distributivas
utilizan principios de justicia de estado final, que son ahistóricos; mientras que las teorías
2
Según Campbell (2002), el principio de justicia en la rectificación que propone Nozick es atractivo en
relación con los ejemplos simples de devolución de cosas robadas, pero presenta grandes problemas cuando
se trata de reponer bienes que han sido destruidos o cuando se ha producido un daño contra la vida humana y
la libertad.
13
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retributivas utilizan principios históricos caracterizados por la adquisición, transferencia y
rectificación que se encuentren implícitos en ellas. Se establece que los principios de
justicia distributiva siguen una pauta “a cada quien según su mérito moral, o sus
necesidades, o su producto marginal; o según lo intensamente que intenta, o según la suma
de pesos de lo anterior, etc.” (ibíd., 160); mientras que el principio retributivo no tiene una
dimensión de estado final sobre la cual juzgar los resultados.
Nozick aclara que su teoría de justicia procedimentalista obedece a un criterio de
distribución conforme a los beneficios que percibe cada individuo al garantizarse sus
derechos de propiedad. Aunque se supone que “la distribución de acuerdo con los
beneficios para los demás es una línea pautada principalísima en una sociedad capitalista
libre”3 (ibíd., 162), ésta sólo actúa como un hilo del sistema de derechos que lo sustenta,
pero no es una pauta completa que se expresa como una norma que la sociedad debe seguir.
Con esta aclaración, Nozick insiste en que el carácter procedimental no se puede mezclar
con el consecuencial, respondiendo a autores, como Sen (1976), que buscan salir de esta
disyuntiva proponiendo una teoría que contenga ambas visiones. Su propósito es defender
la idea de que ningún principio de estado final se puede realizar sin intervención continua
en la vida de las personas; este tipo de intervención en la libertad individual se considera
ilegítima.
El énfasis en los derechos individuales obedece a la idea de excluir de su teoría de la
justicia las pautas de organización social. Los derechos individuales “no determinan un
ordenamiento social sino que establecen los límites dentro de los cuales una opción social
debe ser hecha excluyendo ciertas alternativas, fijando otras, etc.” (ibíd., 168). Así, desde
esta perspectiva, las personas tienen el derecho de decidir qué hacer con lo que tienen, y
esto perfila su defensa de la libertad. Por el contrario, los principios de justicia distributiva
“concentran su atención en las normas para determinar quién debe recibir las pertenencias:
consideran las razones por las cuales alguien debe tener algo y, también, el cuadro
completo de las pertenencias” (ibíd., 170). Como resultado, la justicia en las teorías
distributivas es receptiva; lo que interesa es definir la forma de recibir, no de dar; lo que
supone la apropiación de las acciones de otras personas con el propósito de alcanzar la
pauta establecida.
Nozick rechaza la idea de que los resultados del trabajo de alguien sean apoderados
por otros. El proceso mediante el cual el cumplimiento de una pauta le impide al individuo
tomar decisiones sobre los resultados de su trabajo, es una forma de ceder la propiedad
sobre sí mismo. De allí, que los derechos de propiedad que él defiende se originen en el
trabajo que lleva implícita dicha apropiación. Nozick sigue a Locke en su consideración de
que los derechos de propiedad sobre un objeto son originados por el trabajo incorporado en
él.
La idea de derechos de propiedad, originados en el trabajo, se extiende para
conceptualizar el derecho sobre uno mismo, y con él, todo lo que se relacione con el
3
Esta idea es tomada de Hayek (1976).
14
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espacio de decisiones individuales. Se supone que uno es dueño de su propio trabajo y, con
ello, se puede apropiar de otras cosas en la medida en que las mejora y les introduce un
nuevo valor. El individuo, por tanto, tiene derecho a poseer el objeto que adquiere un
mayor valor gracias a su trabajo. La propiedad se extiende a todo el objeto, y no sólo al
valor agregado, en la medida en que su adquisición no empeore la situación de otros
individuos.
Nozick aclara que la situación de empeoramiento de otros, por la adquisición de un
bien no poseído, no incluye “el empeoramiento debido a oportunidades más limitadas de
asignar” (ibíd., 181); es decir, que las restricciones en las oportunidades derivadas de la
competencia, por ejemplo, no son consideradas como impedimentos para la apropiación y
transferencia de bienes. En este caso, las desigualdades generadas por las diferencias en las
capacidades de las personas, que les permite aprovechar ciertas circunstancias, no son
limitantes de los derechos de propiedad.
Esta postura se enfrenta a la de Rawls (1971), quien plantea una preocupación por
disminuir las diferencias que surgen a causa de la distribución inicial –de bienes y
capacidades– que posee cada individuo. De aquí que Rawls proponga una situación
originaria, en donde los individuos están bajo un velo de ignorancia acerca de la posición
que ocuparán en la sociedad, y de sus ventajas y desventajas frente a otros individuos. La
idea es buscar qué tipo de sociedad diseñarían estos individuos para que, sea cual fuere su
situación, minimicen el riesgo de estar entre los menos favorecidos.
Nozick considera que este tipo de preocupación es una invasión a la privacidad, y
por ende no es legítima en su esquema de justicia distributiva. Piensa que Rawls se
equivoca en beneficiar a un grupo en particular, y defiende a quienes estarían en la mejor
situación que se tendrían que sacrificar para mejorar el bienestar de los menos favorecidos.
Considera que la propuesta de Rawls no es factible, porque los individuos en la mejor
situación no estarían dispuestos a llegar a un acuerdo sobre un tipo de sociedad que los
esclaviza. Para él, es más importante la defensa de la libertad individual que las condiciones
que puedan atravesar los menos favorecidos.
Este resultado parece desconcertante cuando se piensa que la libertad va más allá de
las decisiones individuales. ¿Por qué pensar que el bienestar del individuo es ajeno a la
situación de otros? ¿Por qué atribuirle tan alto precio a la libertad? En nuestro concepto, la
defensa de Nozick por los espacios individuales es fundamental para reconocer que el
individuo es dueño de sus decisiones y de los resultados que ellas producen. Es
indispensable para entender que el individuo es responsable de sus actos y que sólo en él
radican las posibilidades de crecer y mejorar. Pero suena facilista desconocer la situación
de quienes por diversas circunstancias no pueden ejercer su libertad. Es facilista, además,
suponer que el individuo no necesita de alguien para superarse, pues tratar de explicar las
formas de interacción es más complejo. Compartimos su defensa de la individualidad,
incluso la idea de que “los talentos y las habilidades de las personas son un haber para la
sociedad libre” (ibíd., 224), y que quienes los poseen no se deben sentir culpables por ello.
Pero no estamos de acuerdo en que la obtención de la libertad individual se alcance a tan
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alto costo: el desconocimiento de que existen personas que requieren de la ayuda, no sólo
caritativa, de quienes tienen los medios para hacerlo.
Nozick, incluso, reconoce que pueden existir momentos en que un Estado más que
mínimo se justifique. “Aunque introducir el socialismo como castigo por nuestros pecados
sería ir demasiado lejos, las injusticias pasadas podrían ser tan grandes que hicieran
necesario, por un lapso breve, un Estado más extenso con el fin de rectificarlas” (ibíd.,
227). Pero, al ser su principio de rectificación sólo un supuesto, esta afirmación muestra la
debilidad de su argumentación, pues el resultado final no parece convencerlo tampoco a él4.
CONTRATO SOCIAL HIPOTÉTICO
RAWLS: LA IGUALDAD DE OPORTUNIDADES
Para Rawls, sus principios de justicia son el resultado de un contrato social hipotético que
tendría lugar en un Estado presocial, en donde las personas los elegirían para regular la
cooperación social. En otras palabras, se supone que estos principios representan los
intereses de los individuos y justifican la distribución de recursos basada en la igualdad de
oportunidades.
La idea de la igualdad de oportunidades se fundamenta en la libre elección de los
individuos, de tal manera que el “destino de las personas está determinado por sus
elecciones, y no por sus circunstancias. En una sociedad en la que nadie se encuentra
privilegiado o desfavorecido por sus circunstancias sociales, el éxito de la gente será el
resultado de sus propias elecciones y esfuerzos” (Kymlicka, 1995, 69).
Como resultado, se considera justo “que los individuos tengan porciones desiguales
de bienes sociales, en la medida en que dichas desigualdades hayan sido ganadas y
merecidas por los individuos, esto es, en la medida en que sean el resultado de sus acciones
y decisiones” (ibíd., 69-70).
Rawls adopta esta idea para permitir la existencia de desigualdades económicas. No
obstante, existen otras fuentes de desigualdades que no se tienen en cuenta, como por
ejemplo, las discapacidades físicas. Para Dworkin (2000), la eliminación de las
desigualdades sociales permite que cada persona adquiera beneficios sociales como
resultado de sus elecciones individuales. No obstante, quienes presenten alguna
discapacidad no tienen esta oportunidad y su desgracia no está relacionada con sus
elecciones individuales. Para Rawls, quienes tienen mayores aptitudes podrán disfrutar de
sus mayores recursos siempre y cuando esto mejore a los menos favorecidos. Esta respuesta
ha sido objeto de crítica y discusión entre quienes sostienen que las discapacidades físicas
impiden cualquier forma de igualdad de oportunidades.
4
“Anarquía, estado y utopía fue algo accidental. Lo escribí entre 1971 y 1972, año que pasé en el Centro de
Estudios Avanzados de las Ciencias de la Conducta, anexo a la Universidad de Stanford, y mis planes para
ese año consistían en escribir acerca del tema del libre albedrío. La filosofía social y política tenía para mí un
interés importante, pero no predominante” (Nozick, 1999, 12).
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En la posición original de Rawls, el Estado presocial, “cada persona vive por su
cuenta propia, en el sentido de que no existe una autoridad superior con el poder de exigir
obediencia a los demás, ni con la responsabilidad de proteger sus intereses o posesiones”
(Kymlicka, 1995, 73). En este contexto, Rawls se pregunta qué tipo de contrato aceptarían
estos individuos para organizarse socialmente. La idea no es suponer si este contrato existe
o no, sino ¿qué tipo de reglas elegirían las personas libremente? ¿Cómo se legitima el
Estado? “Por supuesto que la posición original no está pensada como un estado de cosas
históricamente real, y mucho menos como una situación primitiva de la cultura. Se
considera como una situación puramente hipotética, caracterizada de tal modo que
conduzca a una cierta concepción de la justicia” (Rawls, 1971, 12).
Desde la perspectiva liberal, herencia de Locke, se supone que los individuos se
sienten indefensos frente a las agresiones de otros y, por tanto, deciden “ceder ciertos
poderes al Estado, pero sólo si dicho Estado usa tales poderes en fideicomiso, para la
protección de los individuos frente a tales incertezas” (Kymlicka, 1995, 74). Así, “el objeto
del contrato es determinar principios de justicia desde una posición de igualdad” (ibíd., 75).
“La función general del contrato social en Locke, Rosseau, Kant y Rawls consiste en
mostrar claramente lo que exigen la igualdad y la libertad en materia de justicia política y
social. Si las personas libres pudieran, o quisieran, ponerse todas de acuerdo a partir de una
posición de igualdad convenientemente definida, las normas que aceptarían representarían
las exigencias de la justicia democrática que se nos aplica hoy, por lo que trataríamos de
vivir unidos en condiciones de libertad y de justicia iguales para todos” (Canto-Sperber,
2001, 328).
Para lograr esta posición de igualdad, Rawls introduce la idea del velo de
ignorancia, el cual cubre a todos los individuos y supone que nadie sabe cuál es su lugar o
status social, en la sociedad; esto para garantizar que “los resultados del natural azar o de
las contingencias de las circunstancias sociales no darán a nadie ventajas ni desventajas al
escoger los principios” (Rawls, 1971, 12). De esta forma, los individuos elegirán los
principios de justicia de Rawls, en la medida en que desearán protegerse en caso de resultar
entre los menos favorecidos; tal que se garantice el mayor beneficio para los menos
aventajados y las condiciones de igualdad de oportunidades.
NOZICK: LA AGENCIA DE PROTECCIÓN DOMINANTE
“La naturaleza del Estado, sus funciones legítimas y sus justificaciones” (Nozick, 1974, 7)
son el tema central de la teoría de Nozick, la cual ofrece una respuesta a las inquietudes
anarquistas que se fundamentan en la imposibilidad de concebir un Estado legítimo.
“Algunos anarquistas han afirmado no sólo que estaríamos mejor sin un Estado, sino que
cualquier Estado viola necesariamente los derechos morales de los individuos y, por tanto,
es instrínsecamente inmoral” (ibíd., 19).
El autor muestra cómo puede surgir un Estado legítimo de una situación anárquica
sin violar los derechos individuales. Su metodología se basa en proporcionar una historia
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hipotética acerca de la organización social; es decir una descripción abstracta de las
acciones que emprenden los individuos para vivir en sociedad.
Nozick sigue la línea de Locke, en la medida en que supone que los individuos en el
estado de naturaleza se encuentran en “perfecta libertad para ordenar sus actos y disponer
de sus posesiones y personas como juzguen conveniente, dentro de los límites del derecho
natural, sin requerir permiso y sin depender de la voluntad de ningún otro” (Locke en
Nozick, 23). Así, el individuo tiene la capacidad de exigir sus derechos de propiedad, que le
son propios en el estado de naturaleza. Como consecuencia, se puede defender de quienes
violen sus derechos y, por ende, castigar a los infractores.
Este escenario inicial le sirve al autor para delimitar su discusión del origen del
Estado a un contexto de elecciones individuales, en donde los derechos juegan un papel
fundamental. La idea del individuo autónomo capaz de defender lo que es suyo, en
particular, lo que ha conseguido por medio de su trabajo, es el eje central de la teoría. De
allí, se desprenden las acciones que los individuos deben emprender para proteger estos
derechos.
Aparece, entonces, la conformación de agencias de protección mutua, que se
caracterizan por ser asociaciones de individuos que buscan proteger los derechos de sus
integrantes, frente a las posibles trasgresiones de otros. La asociación entre individuos para
defender los intereses particulares se muestra más efectiva que la defensa individual de los
mismos. Cada agencia actuará a favor de sus afiliados, respondiendo a los intereses de cada
grupo. Esto implica que los conflictos de intereses se resolverán en el enfrentamiento, ya no
de individuos, sino de agencias. Nozick describe tres escenarios que se podrían derivar de
la lucha de poder entre las organizaciones.
Primero, una de las agencias, en un territorio determinado, gana prestigio en la
medida en que resulta vencedora en la mayoría de los casos. Los clientes de las demás
agencias desearán afiliarse a dicha agencia para garantizar la protección de sus derechos, y
la fuerza de la agencia ganadora irá mermando la aparición de nuevas organizaciones.
Segundo, las agencias más fuertes encuentran predominancia en áreas geográficas
delimitadas, volviéndose representativas de su área de influencia. Y tercero, dos grandes
agencias pelean fuertemente y ninguna logra superar a la otra de manera permanente. En
este caso, para evitar los costos del enfrentamiento, acuerdan someterse a la decisión de un
tercero (un tribunal) cuando sus veredictos difieran.
A pesar de que los individuos establecen un contrato con su agencia de protección,
Nozick muestra que la aparición de la agencia de protección dominante se desarrolla de
forma espontánea, sin una pauta o diseño deliberado por un individuo o grupo particular.
En este argumento, el autor apela al concepto de mano invisible, según el cual el proceso de
fortalecimiento de las agencias de protección se logra mediante la interacción
descentralizada de los intereses de cada asociación.
De esta forma, las agencias de protección que ganan representatividad y se
convierten en dominantes son también legítimas, puesto que congregan las necesidades de
todos sus afiliados y su poder se deriva únicamente de ellos. Así, aunque la dinámica de
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interacción entre las diversas agencias conduzca al fortalecimiento de una sola, ésta no
adquiere más poder que el que le otorgan sus afiliados. Por ello, el monopolio es una de las
características distintivas de la agencia de protección dominante, que se adquiere de forma
espontánea sin sobrepasar las funciones que los individuos le han adjudicado.
En suma, la aparición de una agencia de protección dominante obedece a la
necesidad de protección contra la violación de los derechos –en especial los derechos de
propiedad– de los individuos. Nozick denomina Estado ultramínimo al que surge de una
agencia de protección dominante. Los defensores del Estado ultramínimo están
“interesados en proteger los derechos contra su violación, hacen de ésta la única función
legítima del Estado y proclaman que todas las otras funciones son ilegítimas porque
implican en sí mismas la violación de derechos” (ibíd., 40). El Estado mínimo, que Nozick
defiende, requiere incluir un principio de compensación para quienes no pertenecen a la
agencia de protección dominante, pues ellos se verán restringidos por las acciones de la
agencia de forma involuntaria.
Vale la pena comparar la concepción de los derechos de propiedad de Nozick con la
del utilitarismo5. El criterio de maximización utilitarista se puede presentar como un
problema de minimización de la violación de derechos en el estado final que se desea
alcanzar. Según Nozick, la no violación de los derechos reemplazaría a la felicidad como
fin último a alcanzar. Sin embargo, esto permitiría que se violaran “los derechos de algunos
cuando al hacerlo así, minimizáramos la cantidad total de la violación de derechos en la
sociedad (ibíd., 41). Nozick rechaza la idea de que la sociedad acepte “castigar a un hombre
inocente para salvar a todo un vecindario de una venganza violenta” (ibíd.).
Por ello, el autor sugiere que los derechos se incorporen en la teoría como
restricciones indirectas a la acción por realizar, y no en el estado final por alcanzar. Con
ello, las restricciones indirectas prohíben “violar las restricciones morales en la consecución
de nuestros fines” (ibíd.). Así, hace evidente el carácter procedimentalista de su propuesta,
haciendo énfasis en las restricciones más que en los resultados de la acción conjunta de los
individuos.
Además, las restricciones indirectas a la acción reflejan la idea de que los
“individuos son fines no simplemente medios; y no pueden ser sacrificados o usados sin su
consentimiento, para alcanzar otros fines (ibíd., 43). Nozick reitera continuamente la
necesidad de respetar los espacios individuales y la violación en que se incurre cuando se
usa a uno de ellos en beneficio de otros. Su postura es radical en contra de las ideas de
sacrificar a uno en función de muchos. Defiende la separabilidad de las personas, en cuanto
seres únicos que no tienen por qué someterse a un colectivo que tome las decisiones por
ellos. En esto, critica al utilitarismo por subordinar las decisiones individuales al criterio de
maximización, y por exigirle al individuo supeditar sus decisiones individuales al bienestar
5
Las referencias al utilitarismo se establecen a través de su carácter consecuencialista, sin discriminar los
diferentes énfasis que de él existen (ver Guisán, 1992). La comparación apela a los aspectos metodológicos y
las principales conclusiones generales de la perspectiva utilitarista.
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colectivo. Para Nozick, la esfera individual se debe defender de cualquier tipo de
intromisiones que condicionen las decisiones individuales.
Su individualismo extremo ha causado rechazo6 por insistir en que el individuo
siempre puede tomar distancia de las prácticas sociales y considerarse incluso anterior a
ellas7. Pero su preocupación por defender la libertad individual y la asociación voluntaria
todavía se mantiene vigente, especialmente cuando se discuten las políticas tributarias y
redistributivas de los Estados de bienestar. Por ello, la teoría de Nozick, aunque extrema, es
útil para defender la libertad de elección e impedir que los condicionamientos sociales
traspasen ciertos límites que se consideran legítimos.
Esta afirmación, además de crear bastante controversia, es una respuesta directa a la
propuesta de Rawls (1971), en particular a su principio de diferencia, según el cual sólo se
justifican las desigualdades cuando éstas benefician a las personas menos favorecidas; y al
utilitarismo, en la medida en “la teoría parece requerir que todos nosotros seamos
sacrificados para incrementar la utilidad total” (ibíd., 52). Su visión procedimentalista se
sobrepone a cualquier perspectiva de resultado final, e incluso rechaza la visión de Amartya
Sen de superar esta disyuntiva para construir una teoría que incluya tanto los
procedimientos como las consecuencias.
UNANIMIDAD Y MAYORÍA
RAWLS: LOS BIENES PRIMARIOS
Como se mencionó, el contrato hipotético en Rawls permite introducir la igualdad de
oportunidades en la elección de los principios de justicia, suponiendo, además, que los
individuos elegirán estos principios de forma unánime. Para Rawls (1996, 34) “las personas
libres e iguales, deben alcanzar el acuerdo en circunstancias equitativas, y ninguna de ellas
debe contar con mayor poder de negociación que las demás”. A pesar de que los acuerdos
se realizan dentro de un marco institucional definido, la tarea de Rawls “es extender la idea
del acuerdo para que también abarque el proceso de definición de los principios que
regularán el marco básico” (ibíd.). No obstante, la dificultad está en encontrar un punto de
vista desde el cual se pueda alcanzar el acuerdo. La posición original, junto con el velo de
ignorancia, definen dicho punto de vista.
Según Rawls, el velo de ignorancia garantiza que los individuos, a pesar de sus
diferencias en cuanto a su concepción de la buena vida, reconozcan algunas cosas que son
necesarias para alcanzar su objetivo. “Los contrayentes conocen los hechos generales de la
existencia y de la sociedad humana, pero les está vedado el conocimiento de su situación
particular en la sociedad y de sus dotes personales” (Rubio Carracedo, 1990, 184).
6
Ver Coleman (1976), Frankel (1976) y Vallespín (1985), entre otros.
Los comunitaristas rechazan la idea liberal de que los individuos son libres de cuestionar su participación en
las prácticas sociales; para ellos, el yo se encuentra enmarcado en las prácticas sociales existentes y no
siempre pueden tomar distancia de ellas (Kymlicka, 1995, 329).
7
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Para Rawls, estas cosas se denominan bienes primarios, los cuales se clasifican en
sociales y naturales.
1.
2.
Bienes primarios sociales: bienes que son directamente distribuidos por las instituciones
sociales, como los ingresos y la riqueza, las oportunidades, los poderes, los derechos y las
libertades.
Bienes primarios naturales: bienes como la salud, la inteligencia, el vigor, la imaginación, y las
aptitudes naturales, que resultan afectados por las instituciones sociales, pero que no son
directamente distribuidos por ellas (Kymlicka, 1995, 78).
La idea de unanimidad en la elección de estos bienes se fundamenta en la posibilidad de
que los individuos, bajo el velo de ignorancia, se pueden poner en el lugar de cualquier
persona en la sociedad para decidir qué es lo que más les conviene; tal que el acceso a los
bienes primarios les garantice una buena vida. Según Rawls, el principio utilitarista de la
maximización de la utilidad no es viable, en la medida en que permitiría que algunos
resultaran sacrificados a favor de un bien común; lo que no sería deseable por ninguno en la
posición original. El utilitarismo, a pesar de defender la maximización de la elección
individual, en el ámbito público exige que el individuo actúe a favor del resultado
colectivo, incluso sacrificando sus más sentidas preferencias.
Así, la mejor estrategia que los individuos pueden adoptar para elegir los principios
de justicia es aquella que maximiza lo que se recibirá en el caso de estar en la peor
posición. Con esto, el proyecto de Rawls “aspira a unificar moral y derecho, política y
sociedad, sobre el horizonte utópico del consenso público sobre la ‘sociedad bien
ordenada’” (Rubio Cariacedo, 1990, 154).
NOZICK: EL PRINCIPIO DE COMPENSACIÓN
En Nozick, por el contrario, la introducción del principio de compensación para realizar la
transición del Estado ultramínimo –una agencia de protección dominante con el monopolio
de la fuerza– al Estado mínimo –el único legítimo– se fundamenta en una elección por
mayoría, en donde lo que se busca es que la agencia de protección dominante proteja a los
independientes; es decir, que los deseos de la mayoría se impongan a los grupos
minoritarios.
Para hacer la transición desde el Estado ultramínimo hacia el Estado mínimo,
Nozick debe responder al siguiente problema. En el Estado ultramínimo existe una agencia
de protección dominante que posee el monopolio de la fuerza, ejerciendo su poder para
defender a sus asociados en contra de quienes violen sus derechos. Cabe esperar que
existan personas independientes que no estén asociadas a dicha agencia, y que se deban
someter de forma involuntaria a las decisiones que ella imponga. Se presenta, entonces, la
necesidad de introducir algún tipo de compensación para las desventajas en que incurren
los independientes, al no poder ejercer su autoayuda en contra de los clientes de la agencia.
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La compensación, según Nozick, implica definir qué se entiende por prohibición, y
qué actos se deben considerar prohibidos, de tal forma que si se cruzan los límites, las
personas deben ser compensadas por los perjuicios que esto les pueda causar. Para entender
los límites de la prohibición, Nozick introduce el concepto del miedo. Afirma que existen
actos de los cuales tenemos miedo de que nos ocurran a nosotros, “aún si sabemos que
seríamos compensados completamente por ellos. Para evitar tal agresión y miedo generales,
estos actos son prohibidos y declarados punibles” (Nozick, 1971, 73-74).
Con esto, Nozick proporciona un argumento para distinguir entre los daños privados
y los daños que tienen un componente público. Los daños privados “son aquellos en que
únicamente hay que compensar a la parte agraviada. Los daños públicos son aquellos a los
que las personas les tienen miedo, aún cuando sepan que serán compensados por completo
si el daño ocurre” (ibíd., 74). Así, no basta aceptar cualquier traspaso de límites con tal que
se indemnice a la persona perjudicada. De hecho, el principio de compensación que Nozick
desea introducir no obedece a una transacción entre el daño y el castigo del trasgresor. No
se trata de establecer parámetros que permitan comparar los castigos óptimos para quienes
cruzan el límite, y las compensaciones para quienes se ven afectados. Nozick se niega a
equiparar la infelicidad del castigo con la infelicidad de la víctima, pues considera que esta
forma de solucionar las infracciones es arbitraria.
Por ello, afirma que las consideraciones de eficiencia, que abordan el problema
desde una perspectiva de minimización del delito y maximización de la pena, son
insuficientes “para justificar traspasos de límites no penalizados por beneficios marginales,
aún si la indemnización es más que completa, de manera que el beneficio del intercambio
no redunde solamente a favor de aquel que cruce el límite” (ibíd., 79-80). Además, “hacer
efectivamente el pago y determinar el riesgo preciso que se crea en los demás, así como la
indemnización apropiada, parecería implicar enormes costos de transacción” (ibíd., 83). La
información requerida para tal fin y los procedimientos para llevar a cabo una
compensación de este tipo serían muy costosos.
De esta forma, para llegar al principio de compensación deseable para la transición
hacia el Estado mínimo, Nozick delimita el tipo de acciones que pueden ser cubiertas por la
reclamación, para concretar su cumplimiento. El principio de compensación se formula de
la siguiente manera: “cuando una acción se prohíbe a alguien porque podría causar daño a
otro, y es peligroso cuando la realiza, entonces aquellos que prohíben con el propósito de
obtener un incremento en su seguridad tienen que indemnizar a la persona a la que se le
prohíbe dicha acción, por la desventaja en que la sitúan” (ibíd., 88).
Como resultado, el principio de compensación se introduce para ampliar el ámbito
de poder de la agencia de protección dominante, para que quienes se encuentran por fuera
de la asociación también estén protegidos por la agencia. La compensación se refiere a
extender este derecho a los independientes, quienes al verse sometidos a las decisiones de
la agencia de protección pierden su derecho a ejercer la fuerza por sus propios medios. Esto
resulta menos costoso que pretender indemnizar a cada uno de ellos por los daños causados.
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La agencia de protección dominante se convierte en un Estado legítimo cuando
satisface dos condiciones necesarias: “posee el tipo requerido de monopolio del uso de la
fuerza en el territorio y protege los derechos de cualquiera en el territorio, aún si esta
protección universal se pudiera proporcionar únicamente a través de una forma
redistributiva” (ibíd., 117). Con ello, se hace frente a la crítica anarquista que considera que
este proceso de conformación del Estado mínimo es ilegítimo. La combinación del proceso
de mano invisible que hace posible la aparición de una agencia de protección dominante, de
carácter monopólico, junto con el principio de compensación aplicado al ejercicio de dicho
poder, legitima, según Nozick, la aparición de un Estado cuyas funciones se limitan “a la
protección contra la violencia, el robo, el fraude, etc.” (ibíd., 7).
El Estado legítimo, según Nozick, no se puede extender más allá de las funciones
del Estado mínimo, pues un Estado más extenso violaría “el derecho de las personas de no
ser obligados a hacer ciertas cosas y, por tanto, no se justifica” (ibíd.). Con ello, continúa
Nozick, no se desconoce que seamos productos sociales beneficiarios de unas normas e
instituciones sociales que configuran nuestras formas de hacer las cosas. Lo que se destaca
es que dichos condicionamientos sociales no crean “en nosotros una deuda pública que la
sociedad presente puede cobrarnos y usarla como quiera” (ibíd., 101). Es precisamente la
defensa de la individualidad lo que caracteriza el concepto de libertad de Nozick. Sólo un
Estado mínimo garantiza los espacios de libertad que requieren los individuos para
desarrollarse como personas.
La consideración de obligatoriedad frente a la situación de los menos favorecidos se
deja de lado, y no hace parte de las funciones que un Estado legítimo debe cumplir. En este
resultado recaen varias dudas sobre la viabilidad de la propuesta de Nozick. Por un lado, las
situaciones de pobreza y precariedad son evidentes en las diversas épocas y lugares y,
aunque conceptualmente se pueden evadir, estas situaciones prevalecen. En mi concepto, la
preocupación por las condiciones de los menos favorecidos es tan válida como la defensa
de los espacios individuales, y requiere de la misma atención. Para Nozick la protección de
los derechos de propiedad individuales prima sobre estas consideraciones, y es por esto que
su propuesta del Estado mínimo no se considera apta para ser aplicada en la práctica8.
Además de las dudas sobre la aplicabilidad de la teoría de Nozick, hay dos puntos
críticos en su argumentación del Estado mínimo. El primero se refiere a la utilización de la
mano invisible, como elemento que garantiza la legitimidad de la transición hacia el Estado
mínimo. El paso del estado de naturaleza hacia el Estado ultramínimo se legitima por el
carácter espontáneo que se le adjudica a la agencia de protección dominante. Algunos
8
Según Vallespín (1985), Nozick no se refiere a la naturaleza institucional del Estado, como tampoco a su
procedimiento de elección y control, y sólo caracteriza al Estado como el resultado de un proceso sometido a
determinados postulados de libertad. Por esto, se considera que “nos encontramos ante una exploración
filosófica de temas, pero no ante una coherente teoría contractual, ni sobre el Estado ni sobre los derechos
individuales, pues éstos son incomprensibles sin una específica delimitación del otro compañero de viaje: el
pequeño o gran Leviatán” (165).
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críticos9 afirman que la transición hacia el Estado mínimo parece desconocer las virtudes de
descentralización de la mano invisible, y la introducción del principio de compensación no
es compatible con el elemento legitimador de la primera transición10. No es claro cuál es el
campo de acción de la espontaneidad, y por qué sí es legítimo introducir la compensación
para el uso de la fuerza y no para ayudar a los individuos menos favorecidos.
Segundo, la legitimidad del Estado mínimo no parece convencer a los anarquistas.
Según Barnett (1977) la propuesta de Nozick carece de una teoría de los derechos que
establezca las bases morales y defina su naturaleza. Sin esto, tanto el recurso de la mano
invisible como el principio de compensación carecen de sentido, pues se fundamentan en
un carácter objetivo de los derechos, que no ha sido explicado.
A pesar de las inconsistencias mencionadas, lo que interesa destacar de la teoría de
Nozick es su propuesta individualista de legitimidad del Estado, cuyo proceso de
conformación no requiere de un acuerdo unánime, ni de un contrato social; así como
tampoco de un diseño preestablecido. Su defensa del individualismo como soporte de la
creación del Estado es la idea central que vale la pena rescatar, para identificar los alcances
de su propuesta. Para ello, es necesario examinar la definición de justicia que subyace en su
argumentación, lo que a su vez es el fundamento de su teoría normativa.
CONCLUSIONES
La reflexión sobre la legitimidad del Estado evidencia las tensiones entre los espacios
individuales y colectivos de decisión, así como los criterios de justicia que la sustentan.
Esto conduce a preguntarnos sobre el funcionamiento de la sociedad, y sus formas de
intromisión en los espacios individuales de acción.
La teoría de Nozick se sitúa en las discusiones de la justicia como virtud negativa,
ofreciendo una perspectiva conservadora y mínima. El individualismo plasmado en su
teoría defiende la separabilidad del individuo frente a la sociedad, rechazando los
resultados anti-intuitivos del utilitarismo. La relación que establece Nozick entre justicia,
individualismo y Estado muestra el predominio del pensamiento liberal de mediados de los
años setenta, y el resurgir de una tradición política que establece las relaciones entre el
individuo y la sociedad desde una perspectiva que defiende el predominio de la libertad
individual en un contexto de libre mercado, limitando las funciones del Estado a
proporcionar seguridad y proteger los derechos de propiedad.
La argumentación de la legitimidad del Estado mínimo defiende la libertad
individual ante cualquier intromisión de la colectividad, ofreciendo una perspectiva
procedimentalista fundamentada en la garantía de los derechos de propiedad. Los principios
9
Entre ellos, Vallespín (1985), Frankel (1976) y Coleman (1976).
Además, “la descripción del mercado debe incluir una descripción de la asignación inicial de las dotaciones,
y la teoría de Nozick (y de Locke) arroja escasa luz sobre la determinación de tal asignación (Varian, 1986,
289). La relación entre eficiencia y equidad de Varian (1986), responde a esta inconsistencia de la teoría de
Nozick.
10
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de justicia en la adquisición, la transferencia y la rectificación, a pesar de no ser muy
consistentes, sientan las bases procedimentales que diseñan el marco de garantías de los
derechos de propiedad, y articulan la defensa de la libertad individual con el rechazo a las
posturas consecuencialistas, como el utilitarismo, que dan prioridad al resultado colectivo.
Por su parte, la teoría de Rawls se fundamenta en la distribución de bienes de uso
universal, dentro de los cuales se incluyen las libertades, las oportunidades, el poder, la
riqueza y los ingresos. Con su criterio leximin, busca diseñar una sociedad con máximas
libertades públicas que garantice la igualdad equitativa de oportunidades y que distribuya la
riqueza de tal manera que se maximicen los ingresos de los más pobres. Su preocupación
por la distribución de cargas y beneficios lo acerca al utilitarismo; sin embargo, Rawls
ofrece una teoría que permite múltiples concepciones del bien, evitando la defensa de un
único criterio como el de la maximización. Rawls concibe la sociedad como un sistema de
cooperación entre individuos libres e iguales, cuya unidad no supone que todos aceptan la
misma concepción del bien, sino “que todos aceptan públicamente una concepción política
de la justicia que regula la estructura básica de la sociedad. El concepto de justicia es
independiente de, y previo a, el concepto del bien en el sentido de que sus principios
limitan las concepciones del bien que son permisibles” (Rawls, 1996, 44).
El velo de ignorancia que cubre a todos los individuos en la posición original
garantiza, para Rawls, que los individuos elegirán el principio del mayor beneficio para los
menos afortunados, con el propósito de protegerse en el caso de resultar entre los menos
favorecidos. Así, Rawls logra garantizar las condiciones de igualdad y libertad que son el
fundamento de su concepción de la justicia, la cual requiere de una regla de decisión
unánime que legitime la elección de dichos principios. Con ello, se separa del utilitarismo,
para el cual es justo el sacrificio de algunos para lograr el bienestar social.
Con respecto a la igualdad, Rawls da prioridad a la justicia y no a la libertad, por lo
que la equidad debe regir las relaciones entre los hombres. Para Nozick, en cambio, la
libertad es el bien supremo, y la búsqueda de la equidad socava la libertad, en la medida en
que la redistribución de bienes supone un atentado contra las personas, por cuanto la
propiedad es una extensión de las mismas.
La comparación entre ambos autores, y a su vez su referencia frente al utilitarismo,
muestra que el equilibrio entre el Estado y el mercado depende de la relación que se
establezca entre la libertad, la justicia, la igualdad y la democracia, entre otros. La reflexión
sobre la legitimidad del Estado evidencia las tensiones entre los espacios individuales y
colectivos de decisión, así como los criterios de justicia que la sustentan. Esto conduce a
preguntarnos sobre la relevancia de las doctrinas económicas como teorías normativas,
cuya visión de justicia y orden social se debe comparar con propuestas metodológicas
alternativas. La prioridad hoy en día, según Sen (1999, 12) debe ser la responsabilidad
social, y las preguntas relevantes son: ¿el Estado de bienestar es un Estado racional? ¿por
qué es necesario? ¿qué forma ha de tener?
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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