Unidad 4 • Augusto Comte AUGUSTO COMTE LA FILOSOFIA POSITIVA PROEMIO REVALORACIÓN DE A. COMTE En la primera década del siglo XX tuvo efecto en algunos centros académicos del mundo una equivocada devaluación del positivismo, fundado por Comte y desarrollado por Littré, Mill, Spencer. . . En España y sobre todo en Latinoamérica, tal actitud tomó los perfiles de una crítica negativa, a veces el mal gusto del improperio. Ceguera histórica, de un lado; moda filosófica, de otro.1 Pero una vez conocida en estas tierras la corriente del neopositivismo y del empirocriticismo (Lass, Dürhug, Avenarius, Schuppe, Mach...) e, influido por ésta, la de la crítica de la ciencia (Boutroux, Poincaré, Deum…) se frenó aquella postura. El fondo científico que retroalimentó a estas corrientes y los elementos kantianos y neokantianos que reconocían, fueron signos de los objetivos rendimientos históricos de Comte y de sus continuadores. Si no el fundador, Comte es uno de los grandes representantes de la filosofía de las ciencias, de la filosofía científica. El positivismo es una etapa superior de las edades de la inteligencia, que dice Brunschvicg, y el positivismo lógico en la actualidad, subraya Abaganano, “como el positivismo clásico, se funda en la ciencia a la que considera como único conocimiento válido”. El impacto de la mente positiva va más allá de las corrientes que lo integran. Declara Demetrio Náñez: “Hasta los detractores de Comte se manifiestan, en gran parte, como positivistas, aunque teóricamente se crean muy lejos de ello.” Hay más: Aún se redactan historiografías y éticas de orientación positivista. La sociología en muchos autores se acuña con el troquel de “los hechos dados”, y el llamado positivismo jurídico (Kelsen), para no mencionar otras disciplinas, cuenta con eminentes investigadores en todas partes del globo. En Comte la ciencia se trueca en técnica, y la técnica ha de ponerse al servicio de la humanidad. “Saber para prever, prever para obrar”. El destino práctico del conocer es la exaltación de las dignidades humanas. La doctrina del fundador del positivismo es, sin asomo de duda, una suerte de filosofía de la práctica. No en vano se inspiró en la ideología del filósofo del industrialismo, de Saint-Simon. Mas éste su humanismo es inseparable de una concepción historicista. “Hegel y Comte, escribe Ortega y Gasset, fueron los primeros en salvar el pasado que los siglos 1 Sobre la moda filosófica en Iberoamérica, véase mi libro La Filosofía Iberoamericana, pp. 155 y s. Colección “Sepan Cuantos…”, Editorial Porrúa, S.A. anteriores habían estigmatizado con el carácter de puro error, de modo que el pasado no tiene derecho a haber sido. Ambos constituyen la historia como evolución, en que cada época es un paso insustituible hacia una meta…” La ley de los tres estados es la formulación sistemática de esta idea en Comte. Tal historicismo afecta en su base a la ciencia misma. Ésta no suministra verdades absolutas, sino relativas: “Todo es relativo: he ahí el único principio absoluto”. La ciencia es así una tarea interminable. El estadio positivo de la humanidad ha superado el estadio metafísico y el estadio teológico. Pero la ciencia positiva avanza, avanza sin cesar. Justo: la idea de progreso es un gozne de la doctrina comtiana, el módulo que permite descubrir y ponderar el devenir cambiante de la historia. La filosofía positiva tiene una meta: transformar la sociedad. Nada menos, nada más. Para ello, Comte inventa la sociología, la ciencia de la sociedad, la ciencia de lo humano. “La humanidad no está hecha para vivir sobre ruinas”. Pero hay que tener presente, declara una y otra vez Comte, “que no se destruye sino lo que se reemplaza”. La doctrina de Comte es el primer gran sistema filosófico de la sociedad industrial, en el siglo XIX; un sistema, por cierto, que declara, además que el hombre ha de ser alfa y omega de la existencia: la humanidad como fuente renovadora de valores; por ello, en el culto de ella funda el autor la religión, la religión de la humanidad. Como de toda gran doctrina filosófica del pasado, hay lo muerto y lo vivo en la filosofía comtiana. El dogma del naturalismo, producto de una deficiente crítica del conocimiento, no pocas de sus profecías y las elucubraciones místicas de sus últimas obras, han sucumbido. Pero la conciencia histórica, la inexcepcional vuelta al objeto (lo positivo de que habla el propio Husserl), la idea de que existe una interdependencia de las ciencias, el hecho de que el hombre es un ser explicable por el contexto social a que pertenece (R. Aron) son, entre otros, acierto que vitalizan la filosofía positiva. ESTUDIO INTRODUCTIVO LA FILOSOFÍA POSITIVA DE AUGUSTO COMTE ANTECEDENTES INMEDIATOS DE LA FILOSOFÍA DE AUGUSTO COMTE Ha sido llamado el siglo XIX “siglo de la cuestión social”. La filosofía positiva, fundada por Comte, es, en mucha parte, un producto vivo y característico de tal siglo. Así lo confirma su vocación social, dominante desde sus orígenes, y que hubo de abrirse camino entre una muchedumbre de variadas ideas que ofrece en su conjunto la época señalada. 1. CUADRO DE LA FILOSOFÍA DESDE EL SEGUNDO TERCIO DEL SIGLO XIX A PRINCIPIOS DEL XX Hegel muere en 1831. Su predominio en la filosofía, ya vigoroso en las primeras del siglo XIX, continúa en su escuela, que adquiere una triple tendencia: derecha, centro e izquierda. Pero al propio tiempo surgen pensadores en denodada lucha contra el hegelianismo (Comte, Kierkegaard…) o, por lo menos, en un plano de independencia intelectual (Nietzche, Lotze…) En torno de aquella polémica y de los nuevos aportes de los pensadores independientes, tienen lugar en el siglo XIX hechos de indudable importancia: Se separan para siempre de la filosofía las ciencias particulares, segregación que había comenzado a operarse desde el siglo XVII. No sólo a l s matemáticas, la astronomía, la física, la química y la biología se independizan de la filosofía, asimismo las llamadas ciencias del espíritu, la economía política, la sociología, la demografía, la historia de la filología. También se hace autónoma la psicología. El desarrollo que adquiere, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XIX, no es comparable ni remotamente con ninguno de sus anteriores avances: ha constituido de tal modo una especialización de investigaciones, y una complejidad de doctrinas propias que se requiere para cultivarla una preparación y un tecnicismo especiales, diferentes de las actitudes y de los estudios filosóficos en general. En tercer lugar, los temas y la filosofía de lo social cobran inusitada importancia. Era explicable. Los efectos del maquinismo se hicieron presentes de manera acuciante, y la filosofía, reflexiva, vino solícita, a justificar y orientar las reformas sociales de la vida. En fin, va creciendo la conciencia histórica de la existencia y de la cultura humanas. Ya se pudo tener una plena conciencia de que la verdad se conquista gradualmente, a través de la colaboración entre las generaciones que se suceden en el tiempo; y que, por lo tanto, la historia de la ciencia y de la filosofía no es una historia de errores que se pueden descuidar impunemente cuando se cree estar en posesión de la verdad, sino la historia de las etapas sucesivas a través de las cuales ha tenido que pasar necesariamente el espíritu humano para llegar al estado actual, etapas que llevan todas en sí algún elemento insuprimible de esa verdad, a la que se va aproximando en reiterado esfuerzo. Todos estos caracteres se funden en nuevas doctrinas, muchas de las cuales han llegado a tener una influencia vigorosa en la filosofía contemporánea. La rica variedad de tendencias filosóficas puede contemplarse en los siguientes grupos de doctrinas y escuelas: 1. El eclecticismo. V. Cousin (1792-1867). Sólo tomando lo aceptable de diversos sistemas puede integrarse una filosofía verdadera. 2. El tradicionalismo. De Bonald, De Maestre, Ballanche… Existen verdades de orden moral y metafísico (Dios, inmortalidad del alma…) transmitidas de generación a generación. 3. El socialismo utópico. Saint-Simon, C. Fourier, R. Owen, P. J. Proudhon, G. Weitling, F. Lasalle… Aunque inexacto el término, significa ya que es necesario socializar los medios de producción para bien de todos. 4. El positivismo social. A. Comte (1798-1857), P. Laffitte, E. Littré, C. Cattaneo… La clave de la reforma social de la humanidad, lo suministra la ciencia positiva, cuya culminación es la sociología que instituye la religión de la Humanidad. 5. El positivismo utilitarista. J. Bentham, John Stuart Mill (1806-1873). Muestra psicológicamente que la utilidad referida a los intereses permanentes del hombre como ser progresivo, es recurso y finalidad de la existencia. 6. El positivismo evolucionista. H. Spencer (1820-1903), T. E. Huxley (18251895)… La ciencia exhibe que la especie humana tiende evolutivamente a una meta de felicidad individual y social. 7. El evolucionismo biológico. C. Darwin (1809-1882), E. Haeckel (18341919)… Los organismos se transforman en la lucha por la existencia mediante la selección natural (sexual) y la supervivencia de los mejor adaptados. En Haeckel tal doctrina es un monismo naturalista y mecanicista. 8. El materialismo científico-natural. C. Vogt, L. Büchner (1824-1899). Cuando existe es materia o algo derivado de ella. Así lo enseña la ciencia natural. 9. Derecha e izquierda hegelianas. La derecha K. F. Göschel (1784-1867) utiliza la dialéctica hegeliana para justificar el cristianismo; la izquierda: L. Feuerbach (1804-1872) cae en un antropologismo y materialismo. 10. El socialismo científico. C. Marx (1818-1883), F. Engels (1829-1895)… Sale de la izquierda hegeliana. El materialismo dialéctico reduce la realidad a materia, mediante la dialéctica. Aplicado a la vida social surge el materialismo histórico, que ve la causa de la historia en hechos económicos. 11. Desarrollo del positivismo. E. Lass, H. Taine, E. Renan, R. Ardigó (18281920). El positivismo va tomando nuevos aspectos a tenor de nuevas ideas de la época. 12. Metafísica inductiva. G. T. Ferrer, T. H. Lotze, E. Von Hartmann (18421906)… Es dable por inducción de los hechos y de las ciencias, elevarse a la realidad metafísica. 13. El empiriocriticismo. R. Avenarius, E. Mach, G. Supe… La ciencia tiene un valor relativo al punto de vista del observador. Este es el resultado de la crítica de la experiencia empírica. 14. El espiritualismo y la metafísica de la libertad. C. Secretan, A. Fouillé. La existencia del espíritu lleva en su entraña la libertad humana. 15. Orígenes del existencialismo. Sören Kierkegaard (1813-1855). La existencia humana concreta ha de ser el módulo del filosofar, no las esencias abstractas. 16. El individualismo histórico. Tomás Carlyle (1795-1881). La historia es hecha por las grandes figuras humanas, a saber, los héroes. 17. La transmutación axiológica. Federico Nietzsche (1844-1900). Mutación de todos los valores; nueva cultura que tiene como paradigma al superhombre. 18. La vuelta a Kant. Otto Liebmann (1840-1912). La filosofía después de Kant recayó en viejos prejuicios. Hay que retornar a Kant. 19. El trascendentalismo norteamericano. R. U. Emerson (1803-1882). El mundo es una manifestación de algo trascendente, a saber, el espíritu. 20. El neocriticismo y el personalismo. F. Ravaison, C. Renouvier. Hay que poner al día el criticismo. Una de tales renovaciones es el personalismo, que hace centro de gravitación filosófico a la persona. 21. La vuelta a Aristóteles y a Santo Tomás. León XIII. Contra las desviaciones de la filosofía, en parte de orientación escolástica, hay que volver a Aristóteles y Santo Tomás. 22. Orígenes del historicismo. Guillermo Dilthey (1833-1911). El historicismo enseña que todo cuanto e xiste, real o ideal, está condicionado por el tiempo.* 2. TRADICIONALISMO Y PROFETISMO SOCIAL En Alemania y en Europa Central se superó la concepción del mundo de la Época de las Luces, gracias al vigoroso movimiento del Neohumanismo, con sus grandes filósofos y poetas. En Francia, la lucha contra aquella concepción del mundo, mecanicista en la ciencia y liberalista en la política, se libró entre la filosofía del tradicionalismo (St. Martin, De Maestre, De Bonald, Ballanche) y los ideólogos de la época. El tradicionalismo preconiza que la verdad eterna, de la que es portadora * Cfr. F. Larroyo, Historia y sistema de las doctrinas filosóficas. Colab. De E. Escobar. 2ª ed., Editorial Porrúa, S.A., 1978. legítima la Iglesia, ha sido dada al hombre en el pasado y, por tanto, debe mantenerse por la tradición. La doctrina tradicionalista en su exigencia y llamado teológicos, suele encontrarse con el fideísmo, por una parte; con el profetismo, por la otra. El fideísmo es la filosofía basada en la creencia. Por ello, la se concibe como fundada en la autoridad transmitida por la Iglesia. El fideísmo viene a identificarse con el tradicionalismo. La doctrina tradicionalista en su exigencia y llamado teológicos, suele encontrarse con el fideísmo, por una parte; con el profetismo, por la otra. El fideísmo es la filosofía basada en la creencia. Por ello, la fe se concibe como fundada en la autoridad trasmitida por la Iglesia. El fideísmo viene a identificarse con el tradicionalismo. La doctrina cristiana es inseparable asimismo del dogma del destino final del hombre y del mundo; tema capital de la escatología. Concepto esencial de esta doctrina es la profetización a título de carisma como acto de predecir por inspiración divina las cosas futuras. (Recuérdese, entre otros, el Libro canónico del Antiguo Testamento, que contiene los escritos de los doce profetas menores y que se intitula Libros proféticos.) A tono con la época, también los tradicionalistas ven la manera de conocer el futuro del mundo. La profecía, hoy como ayer, es recurso preferido, acaso invocado para anunciar el porvenir. Existe, en verdad, un movimiento de profetismo social. Dice Ballanche: “Quiero expresar el gran pensamiento de mi siglo. Este pensamiento dominante, profundamente simpático y religioso, que ha recibido de Dios mismo la misión augusta de organizar el nuevo mundo social, ha de ser buscado en todas las esferas de las facultades humanas, en todos los órdenes de sentimiento e ideas. Este pensamiento íntimo resulta asimilador, se sustenta en todo lo que ha sido, lo que es y lo que debe ser, y, por su naturaleza, tiende a convertirse en primer elemento de la civilización, a ser una creencia.” 3. LA FILOSOFÍA SOCIAL EN FRANCIA . EL LLAMADO SOCIALISMO UTÓPICO. Francia y, tras ella, Europa ha tenido importantes movimientos políticos y sociales en la primera mitad del siglo XIX. En 1820, el liberalismo se manifestó por reiteradas revoluciones en diversos países exigiendo a los reyes Constituciones Políticas. La Santa Alianza, empero, aún tenía poder. En 1830 ocurren luchas populares en París contra Carlos X, que fueron seguidas por agitaciones en todos los países europeos. La Revolución de 1848, iniciada también en París, estableció el sufragio universal, sin el lastre plutocrático que exigía para ser elector el pagar un minimun de 200 francos de contribución, y la proclamación de la república. Seguida por otros liberales en Europa, promovió la práctica política de gobiernos parlamentarios. Ante tal situación, que enfatizaba cada vez más los derechos de los pueblos, ciertos pensadores se dieron a la tarea de proponer reformas sociales y políticas. A favor de éstas fueron conociéndose nuevas ideas económicas, que ponían al descubierto los errores de los gobernantes, y que, junto al desarrollo de la ciencia natural, ofrecían nuevas bases para tan delicada empresa humanitaria. Del lado de la filosofía social se organiza un importante movimiento, el llamado socialismo utópico (según designación de Marx), designación, empero, que no es propia del todo, si, en efecto, se toma la utopía como una doctrina halagüeña pero irrealizable por no recurrir en su pensamiento a un saber científico de la realidad. En Francia, los representantes más destacados son Saint-Simon, Fourier, Proudhon y L. Leblanc. Como toda doctrina socialista, su pensamiento tiene perfiles ideológicos; pero todas ellas se esfuerzan ya por dar una explicación económico-social de las circunstancias de la época, a la luz de los nuevos métodos de la ciencia. Por ello rehúyen los supuestos metafísicos, sobre todo la actitud espiritualista y ecléctica que era en cierto modo la filosofía en la Francia de la Restauración. El socialismo que llega, se aleja de manera definitiva de la idea socialista anterior. Ésta, como se sabe, habló siempre de igualdad de bienes y de fortuna de vida en comunidad, de retorno a la naturaleza, ello es, de la abolición de la propiedad privada en obsequio de un ideal fraterno de existencia. En la idea predomina la especulación por sobre la observación, como lo exhiben los proyectos imaginarios de una sociedad igualitaria ya en la Utopía, de Tomás Moro; ya inclusive en la Nueva Atlántida, de Bacon; la Oceana, de Harrington, y la Ciudad del Sol, de Campanella. El socialismo moderno nace ya bajo los efectos de la revolución industrial, iniciada a fines del siglo XVIII, que vino a propiciar también el liberalismo económico con su grave consecuencia del empobrecimiento de grandes grupos del proletariado. Se ve claramente que la actitud debe ser la socialización de los medios de producción y el control y dirección estables de la actividad económica. Aún no se habla, es cierto, de lucha de clases, pero se advierte que a través de una reforma jurídica puede lograrse mucho a favor de los trabajadores. Las ideas de Saint-Simon, Fourier, Proudhon difieren en patentes aspectos, pero cabe señalar rasgos comunes que caracterizan en su conjunto a este socialismo: 1) Precisa abolir la propiedad privada, desde su raíz. Para ello la sociedad por medio de su representante, el Estado, ha de socializar los medios de producción. 2) Esto lleva directamente a un ideal de justicia, que frenará las reiteradas revoluciones políticas. 3) El disfrute colectivo de los bienes se convierte en desideratum propiciando y promoviendo un tipo de moral social utilitaria. 4) La ciencia moderna con su orientación empírica confirma y suministrará un sostén permanente a la implantación de la reforma. 5) Por su parte, la historia en su universalidad revalida la ley del progreso, cuyo uno de sus testimonios, acaso el principal, será la realización del socialismo. 4. SAINT-SIMON. EL SOCIALISMO HUMANITARIO INDUSTRIAL. El primero y más influyente pensador de la filosofía social en Francia hacia esta época, es Claudio Enrique de Rouvroy, conde de Saint-Simon (1760-1825). En su juventud participó en la guerra de independencia americana (1779-82). De retorno a Francia, tras una estancia de dos años en España (1787-89), se inclinó a favor de la Revolución (1789). Más tarde fue industrial. Desde 1798 se consagró a la filosofía. Dos fases se advierten en su pensamiento. En la inicial estudia la importancia y aplicación de las ciencias, con la mira de obtener de sus principios el camino para resolver los agudos problemas sociales. Escribió entonces; Cartas de un habitante de Ginebra a sus contemporáneos (1802-1803); Introducción a los trabajos científicos del siglo XIX (2 vols. 1807-1808); Esquema de una nueva Enciclopedia (1810): Memoria sobre la ciencia del hombre (1913); Trabajo sobre la gravitación universal (1815). Reorganización de la sociedad europea (1814). El hombre en su integridad y, consecuentemente, la sociedad han de estudiarse como lo hacen las ciencias naturales, a saber, echando mano de métodos empíricos. Hay innegable unidad en el saber científico, incluyendo los hechos de la vida humana en sociedad. Acaso la síntesis buscada pueda derivarse de la ley de la gravitación, que venga a comprender la unidad del universo, dentro del cual figura el desarrollo de la especie humana. La historia humana, a decir verdad, muestra un progreso continuo e ineludible. “Todas las cosas que han sucedido y todas las que sucederán forman una sola misma serie, cuyos primeros términos constituyen el pasado; y los últimos el futuro. La historia está regida por una ley general que determina la sucesión de épocas críticas y épocas orgánicas. La época orgánica es la que descansa sobre un sistema de creencias bien establecido, se desarrolla de conformidad con él y progresa dentro de los límites por él establecidos. En un cierto momento, este mismo progreso hace cambiar la idea central sobre la cual la época estaba anclada y determina así el comienza de una época crítica. De esta manera, la edad orgánica de la Edad Media hizo crisis con la Reforma y, sobre todo, con el nacimiento de la ciencia moderna.” “El progreso científico, al destruir las doctrinas teológicas y metafísicas, privó de fundamento a la organización social de la Edad Media. A partir del siglo XV cristalizó la tendencia a fundar todo raciocinio sobre hechos observados y debatidos, y esta tendencia condujo a la reorganización de la astronomía, de la física y de la química sobre una base positiva. Tal tendencia había de extenderse a todas las demás, ciencias y, por tanto, a la ciencia general, que es la filosofía. Vendrá, pues, una época en la cual la filosofía será positiva, y la filosofía positiva será el fundamento de un nuevo sistema de religión, de política, de moral y de instrucción pública. Sólo en virtud de este sistema el mundo social podrá volver a adquirir su unidad y su organización, que no pueden ya fundarse en creencias teológicas o en teorías metafísicas.” La segunda etapa de su pensamiento comienza con la obra La industria (1817), seguida de La política (1819), El organizador (1820), Del sistema industrial (1822), El Catecismo de los industriales (1824) y El nuevo cristianismo (1825). En ésta su segunda fase predomina la tarea de configurar una nueva etapa orgánica de claros perfiles socialistas. También son significativas estas obras por sus apreciaciones en torno de la técnica como fuerza decisiva para reorganizar la sociedad en tal sentido. La industria, piensa Saint-Simon, es inseparable de la ciencia, cuya aplicación representa, y la ciencia a su vez en el estado “positivo” que debe alcanzar, se convierte en una “política positiva” encaminada a resolver las cuestiones de organización social. El antiguo sistema social –explicaba en El Organizador- partía de la idea de que el país es el patrimonio de los gobernantes, quienes lo administran en su provecho; pero el sistema político debe tender a la felicidad de los gobernados, es decir, a la satisfacción de sus necesidades físicas y morales, lo cual depende del desenvolvimiento de las artes y de los oficios. Científicos y productores deben ser los dirigentes de la sociedad política, fundada sobre el trabajo, el cual crea un orden que expresa la colaboración colectiva de las clases productoras en conformidad con las exigencias de la técnica. Condenados los “ociosos”, privilegiados del antiguo régimen, se asigna a los productores, es decir, a los industriales (el neologismo es suyo) la función política central de la nueva sociedad. Los científicos conservan la misión teórica de establecer las leyes del cuerpo social. En una elocuente parábola muestra la conveniencia de confiar a los técnicos y a la clase productiva el poder político. “Si Francia perdiera de improviso los tres mil individuos que cubren los cargos político, administrativos y religiosos más importantes, el Estado no sufriría ningún daño; en efecto, sería fácil sustituir a tales individuos con otros tantos aspirantes, que no faltan nunca. Pero si Francia perdiera de pronto los tres mil científicos más expertos y hábiles, los artistas y artesanos que posee, el daño para la nación sería irreparable. Puesto que estos hombres son los ciudadanos más esencialmente productores, los que ofrecen los productos más necesarios, dirigen los trabajos más útiles para la nación y la hacen productiva en las ciencias, en las artes y en los oficios, la nación, sin ellos, se convertiría en un cuerpo sin alma: caería inmediatamente en un estado de inferioridad frente a las naciones de las que ahora es rival y continuaría siendo inferior respecto a ellas hasta que hubiera reparado la pérdida y hubiera vuelto a tener cabeza.” Saint-Simon propone un nuevo orden político socializado fundado en la producción industrial. En un consejo industrial los fabricantes, comerciantes y agricultores sustituirán a los parlamentos, compuestos de leguleyos y militares, que tradicionalmente centralizan el poder y disminuyen la libertad de la nación. La actividad política se reducirá al mero mantenimiento de la tranquilidad pública y a la administración del capital de la sociedad, es decir, de las energías productivas de la nación, cuyos intereses se coordinarán entre sí contribuyendo todas al bienestar común y asegurando la perfecta racionalidad del sistema. En esa colaboración pacífica de todas las fuerzas se cumplirá el principio de justicia: “A cada uno según su capacidad; a cada capacidad según sus obras.” Esta sociedad justa, socializada y pacífica, será el resultado necesario del progreso inmanente de la historia humana, no un ideal regulativo como lo sugiere Kant. En efecto, en Saint-Simon predomina una concepción naturalista que trata de armonizar con el cristianismo que, define a manera de una moral social cuya meta es “el mejoramiento de la condición moral y física de los más pobres”. Se trata de un socialismo humanitario-industrial fundado en el trabajo y en la redención del proletariado por la producción. En su proyecto Reorganización de la sociedad europea habla de una posible federación europea bajo un parlamento y gobierno comunes. Dice: “Vendrá, sin duda, un tiempo en que todos los pueblos de Europa sentirán la necesidad de regular los puntos de interés general antes descender a los intereses nacionales; entonces los males empezarán a disminuir, las turbulencias a calmarse y las guerras a extinguirse. Esta es la meta a la que tendemos sin descanso, a la que nos arrastra el curso del espíritu humano. Pero ¿qué es más digno de la prudencia humana: dejarse arrastrar hacia esta meta o correr hacia ella?” La alternativa está, pues, entre dejarse arrastrar o correr hacia ella; pero el curso de los acontecimientos es fatal. Y este curso tiene un carácter esencialmente religioso. El último escrito de Saint-Simon, el Nuevo cristianismo (1825), anuncia el advenimiento de la sociedad futura como un retorno al cristianismo primitivo. Después de haber acusado de herejía a los católicos y a los luteranos, porque uno y otros han quedado cortos ante el precepto fundamental de la moral evangélica, según el cual los hombres deben considerarse como hermanos y trabajar para el mejoramiento de los más pobres.* Comte fue uno de los muchos discípulos de Saint-Simon, quien a su muerte (1825) dejó numerosos adeptos, “los cuales se unieron por un vínculo cuasi religioso y se dedicaron a difundir y desarrollar sus ideas, tratando asimismo de realizar su ideal de renovación social. Los primeros años fuero de activa propaganda de las doctrinas a través de los periódicos Le producteur, Le globe, Le cédit y de reuniones o lecciones privadas y públicas, que dieron como resultado la publicación colectiva Exposition de la doctrine de Saint-Simon (1829-30)”.** Haciendo un inventario de las ideas de la doctrina del sansimonismo, se advierte la poderosa y decisiva influencia de Saint-Simon sobre Comte, descontando el hecho de que este último fue asimismo colaborador de aquél. El nombre de filosofía positiva, las etapas orgánicas y críticas, teológicas y científicas, la ciencia como capacidad de previsión, la reforma social como meta del pensamiento, una nueva religión, etc., son ideas fundamentales en la doctrina comtiana. 5. CARLOS FOURIER Y EL FOURIERISMO. EL SOCIALISMO COOPERA TIVO Otro partidario de una reforma socialista en Francia es Carlos Fourier (17721837, nacido en Besancon). Primero soldado, después trabajó como cajero y agente comercial en Lyon y París. Descontento de la situación social, Saint-Simon, de quien fue asiduo lector, se interesó de temas económicos, para propiciar una existencia menos ingrata de los más. Escribió: Teoría de los cuatro movimientos y de los destinos, 1808; Tratado de la asociación doméstica y agrícola o Teoría de la unidad universal, 1822; *Cfr. N. Abbagnano, Historia de la Filosofía, IIII. ** Cr. T. Urdanoz, O. P., Historia de la Filosofía V. El nuevo mundo industrial, 1829; Trampa y charlatanismo de las sectas, Saint-Simon y Owen, 1831; La falsa industria, 1835. Fourier es creyente. Existe en el mundo un plan providencial que rige los movimientos entre los cuerpos celestes, los de la vida orgánica y los relativos a la vida animal, movidos por el instinto. Frente a estos tres movimientos, “el movimiento social”, o conjunto de relaciones entre los hombres en la sociedad, aparece caótico y desordenado. Pero la providencia divina no sería tal, si no garantizara también una ordenación entre las actividades del hombre para lograr su felicidad. Es menester, pues, buscar los principios de armonía que de hecho existen en la naturaleza humana. En el pasado se veía el trabajo humano como una necesidad penosa. Error de tal juicio proviene de que no comprendió el hecho de que las pasiones humanas determinan la conducta del hombre, para bien o para mal. Puede, en verdad, llevar a los vicios morales y religiosos, pero acertadamente encauzadas constituyen fuentes de actividad bienhechora. Un trabajo realizado compasión es muy superior al que se practica de manera obligada, acaso con desagrado y hastío. Hay que introducir y organizar el trabajo social tratando de que se éste sugestivo, agradable, mediante un “código pasional”, que logre hacer el trabajo atrayente, capaz de traer la prosperidad económica. Porque no se han de reprimir las pasiones ni su insoslayable tendencia al placer, sino que deben utilizarse para su máximo rendimiento. Ahora bien, el trabajo asociado tiene motivos que le hacen atractivo, gracias a tres pasiones: el “esmero”, que es el afán de superarse; “la emulación” o rivalidad entre los grupos, y “la variación” (la papillonne), o deseo de cambio, que proviene de la saciedad y multiplicidad de los gustos. Es necesario, pues, constituir una nueva asociación de trabajo, formada de todas las aficiones posibles, que ejerza, por lo tanto, “todos los oficios, según la ley providencial de armonía, que produzca el bien de todos”. Tal asociación es la falange, comunidad, ciertamente utópica, que imagina Fourier y describe detalladamente. Consta de 1620 miembros, número que reúne a su parecer, las combinaciones posibles de los oficios y gustos y que viven en un falansterio. “Grande libertad reina en esta comunidad, ya que, según el postulado fundamental, las varias inclinaciones de sus miembros se armonizan por sí mimas. Son reconocidas la propiedad, aunque en forma cooperativa y con reglamentación de la producción y consumo. Y también la familia, si bien con libertad de relaciones sexuales; la mujer no está obligada a la fidelidad conyugal y nada le prohíbe practicar aquí la papillone. La educación de los hijos habrá de ser también conjunta, con el aprendizaje de los varios oficios según los gustos. La agrupación de falanges (al mando cada una de un etnarca electivo) constituiría la nueva sociedad, regida por un jefe supremo u omnarca. Trata Fourier de formar la falange, persuadido de que se experiencia será rápidamente imitada y acabaría por transformar esta sociedad civilizada en una constelación de innúmeras falanges; constaba con que el paso de la civilización a la “armonía” iría acompañado de una revolución profunda, análoga a las descritas por Cuvier para la naturaleza de las especies orgánicas en el pasado.* *Op cit. Fourier tuvo fieles discípulos (J. Lachavalier, J. Muiron, A. Pager, A. Transon, H. Renaud, V. Hannequí, E. Pelleton, V. Considérant). El más destacado de ellos fue este último. Víctor Considérant (1808-1893) difunde la doctrina del maestro con su actuación práctica. Fundó Le Phalanstère, transformándolo más tarde en La Phalange. Publicó varias obras: Destino social, 3 vols., 1934-44; Teoría de la educación social y atrayente, 1845; Principios del socialismo, 1847; El socialismo frente al viejo mundo, 1849. En su programa La democracia pacífica, anuncia que la humanidad formará en un futuro próximo “una asociación cada vez más fuerte de individuos, familias, clases, naciones y razas…”. La falange es, por su organización y finalidades, una asociación cooperativa. Por ello, el de Fourier y sus discípulos puede ser llamado un socialismo cooperativo. El individuo forma parte de la falange (o falansterio), la cual constituye la unidad de la organización social y política. 6. PROUDHON. EL SOCIALISMO FEDERATIVO En Pedro José Proudhon (1809-1865) llega a un extremo la actitud crítica, polémica y revolucionaria de la filosofía social en Francia en esta época. Autodidacta, Proudhon lucha contra todo y contra todos, haciendo ostentación de un lenguaje áspero e incisivo. Tipógrafo en su adolescencia y juventud (lo que le llevó a una lectura variada y abundante) se convirtió a los treinta años de edad en un escritor reputado. Fue justamente su libro ¿Qué es la propiedad?, 1840, lo que le granjeó creciente fama y la oportunidad de afirmarse como un reformador revolucionario. Antes había publicado La utilidad de la celebración del domingo (1839). Después se editaron entre otros de sus escritos: La creación del orden de la humanidad (1843), Sistema de las contradicciones económicas o Filosofía de la miseria (1846); Demostración del socialismo teórico y práctico (1849); Idea general de la revolución en el siglo XIX (1851); Filosofía del progreso (1853); La justicia en la Revolución y en la Iglesia (3 vols., 1858), su obra principal; El principio federativo y la necesidad de formar el partido de la Revolución (1863); La capacidad de la clase obrera (1865), obra póstuma como lo fueron también, La Biblia anotada (1865); El principio del arte y del destino social (1875); Jesús y los orígenes del cristianismo (1896). Proudhon editó asimismo algunos periódicos: El Representante del Pueblo (1847 y ss.); El Pueblo (1848 y ss.); La Voz del Pueblo (1848 y ss.). En su obra ¿Qué es la propiedad? o Investigación acerca del principio del derecho y del gobierno formula Proudhon la famosa tesis de que la propiedad es un robo. En esta obra el autor trata de probar que todos los males sociales derivan de la propiedad privada. El robo de la expresada tesis no se refiere a la violenta, directa y fraudulenta rapiña de cosas, sino a la expoliación (o apropiación) del beneficio del trabajo de los demás, que el derecho justifica y que los gobernantes sancionan. No es otro el origen de la riqueza de los poderosos. Son inconsistentes y contradictorias las doctrinas que acreditan la propiedad en el derecho natural, la originaria ocupación, la personal faena diligente, el consenso universal y demás asertos interesados. Proudhon reconoce que la propiedad es un bien, que han de disfrutar todos; lo que se rechaza es la propiedad capitalista, que permite al poderoso obtenerla a costa del trabajo ajeno. Arguye: Siendo la aptitud para el trabajo, lo mismo que todo instrumento para el mismo, un capital acumulado, una propiedad humana, la desigualdad de remuneración y de fortuna, so pretexto de desigualdad de capacidades, es injusticia y robo. Los trabajadores han de ser necesariamente iguales en salarios, como lo son en derechos y deberes. Los productos sólo se adquieren mediante productos; pero siendo condición del cambio la equivalencia de los productos el lucro es imposible e injusto… La asociación libre, la libertad, que se limita a mantener la igualdad en los medios de producción y la equivalencia en los cambios, es la única forma posible de sociedad, la única justa, la única verdadera. La política es ciencia de la libertad. El gobierno del hombre por el hombre… es tiranía; el más alto grado de la sociedad está en la unión del orden y de la anarquía. Esta obra inicial de Proudhon fue saludada con simpatía, incluso por Marx, quien, más tarde, como se sabe, se opuso violentamente a él en su obra, La Miseria de la filosofía, réplica a la Filosofía de la miseria, ya citada. En forma ya positiva, ya negativa, influyó Proudhon en los socialistas teóricos de la época. Apasionado polémico, censuró con burla a los sansimonianos, y veía en el pensamiento de Fourier “la máxima mistificación de la época”. A Blanc le reprueba el haber envinado la doctrina con fórmulas quiméricas, a Marx llama “la tenia del socialismo”; llegan, en fin, a concebir al comunismo como un “absurdo antediluviano”… ¿Qué propone Proudhon? Su respuesta es doble y solidaria: la justicia social y el socialismo federativo (o sindicalista). Parte, como los filósofos sociales de la época (incluyendo a Comte), de que la humanidad se desenvuelve acorde a una inseparable ley de progreso. Esta ley, es la justicia, a saber, una fuerza del alma individual y de la vida social, de manera que puede aparecer “como la primera y la última palabra del destino humano individual y colectivo, la sanción inicial y final de nuestra felicidad” (De la justice, I, 1958, p. 73). Con todo “la justicia puede concebirse de dos maneras diversas: 1ª, como presión del ser colectivo sobre el yo individual, presión por la cual el primero transforma al segundo a su imagen y le convierte en instrumento suyo; 2ª, como facultad del yo individual que, sin salir de su fuero interno, siente su dignidad en la persona del prójimo con la misma vivacidad con que la siente en su propia persona, y se encuentra así, aunque conservando su individualidad, idéntico y conforme con el ser colectivo. En el primer caso, la justicia es externa y superior al individuo y reside en la colectividad social, considerada como un ser sui generis, o en el ser trascendente de Dios. En el segundo caso, la justicia reside en la intimidad del yo, homogénea a su dignidad, igual a esta misma dignidad multiplicada por la suma de las relaciones que constituyen la vida social: el primer sistema es el de la revelación, y el segundo, el de la revolución. Todas las religiones están fundadas en la transcendencia de la justicia, es decir, en la exterioridad, respecto al hombre y a su vida social, de la ley que debe regularlas. El segundo sistema, el de la revolución, afirma la inmanencia de la justicia en la conciencia y en la historia humana.” En su libro El principio federalista se halla el desarrollo de la segunda idea. “La sociedad es pluralidad de grupos y clases, no jerarquizadas, sino en relaciones libres y contractuales con las otras; se trata de asociaciones de cooperación, no de subordinación y de dominio. La sociedad económica se organiza a través de una federación agrícola-industrial, un agregado de grupos económicos. Las asociaciones obreras son los modelos que deben proponerse a la industria y al comercio. Los grupos se asocian en federación, partiendo de las exigencias de la base y organizando el derecho de integración. La soberanía no es el poder de uno, ni de muchos, sino de los grupos naturales que en el mismo territorio desarrollan una solidaridad espontánea en la divergencia de actividades. Las ciudades se asocian por cambios de servicios, realizando una justicia conmutativa que debe sustituir a la distributiva; las pequeñas comunidades se unen a otras más vastas, nacionales e internacionales. Condiciones de la federación son la libertad interna de todo grupo o nación, la libertad y la descentralización administrativa, pues los atributos de la autoridad central deben restringirse. A través de una serie de formaciones políticas intermedias se realiza el ideal federalista, que representa una serie de círculos concéntricos donde cada colectividad desarrolla una fundación autónoma.” Bien vistas las cosas, esta idea postula una organización sindicalista. “Otros motivos que anticipan el sindicalismo revolucionario se encuentran en la obra póstuma De la capacidad de las clases obreras (1865), donde Proudhon expresa la confianza de un futuro acercamiento de las clases medias a los trabajadores para la realización de su federalismo. Pero la revolución, si ha de traer violencias para subvertir el orden actual, fundado en la propiedad y el dominio, deberá da paso a la nueva sociedad pacífica. Proudhon es pacifista, y su ideal utópico es el de una sociedad basada en la armonía de voluntades libres que se unen en el trabajo. En su obra De la guerra y la paz expone este ideal pacifista, donde la guerra aparece como una especie de juicio de Dios. Marx no le perdonará el no haber aceptado su teoría de la lucha de clases.”* 7. L. BLANC Y EL DERECHO AL TRABAJO Carlos Luis Blanc (1811-1882) aporta también a la causa de la reforma social ideas interesantes dentro de los marcos de la filosofía social de la época. Se percibe en su pensamiento más influencia de Fourier que de Proudhon. Es un historiador, además. Escribió, de 1847 a 1862, una Historia de la Revolución Francesa, en 12 vols. Su doctrina social figura en su obra Organización del trabajo, 1839. Denuncia la miseria de las clases populares, cuya causa fundamental cree descubrir en la libre concurrencia, censurando así el liberalismo económico. Formula la tesis del derecho al trabajo de todos, en una sociedad capitalista en la cual sólo el beneficio de tal derecho es el medio económico de la vida. El Estado tiene el deber de proporcionar medio de subsistencia a todos; lo que supone una preparación educativa de los ciudadanos y una reforma social, poco importa que sea necesario expropiar a los capitalistas. * T. Urdanoz, op. cit. Sólo por esta vía es dable desterrar la libre concurrencia, ya que los medios de producción serán asignados a grupos de trabajadores organizados llamados ateliers sociaux, elementos o células de la nueva sociedad. Se trató de realizar la idea en 1848 en los ateliers nationaux, sin resultado práctico alguno. Con todo, el principio de la asociación entre los obreros se fortalecía en los medios europeos, así como la exigencia de que el Estado habría de intervenir en la reforma social. ANÁLISIS Este opúsculo (publicado en 1827 en el Catecismo de los Industriales, de SaintSimon), el tercer de los seis de sus iniciales trabajos que considera Comte importantes en su evolución filosófica, es una manera de entender la constitutiva relación que ha de existir entre el saber y el obrar humanos. Los otros cinco opúsculos son los siguientes: I. La separación entre las opiniones y los deseos (aparecido en 1819), en donde propugna que la política se convierta en una ciencia de observación. Han de ser conocidos y considerados los deseos del pueblo en las opiniones de los filósofos, con la mira de realizar la felicidad de los hombres. II. Sumaria apreciación del conjunto del pasado humano (1820), que ventila el tema del tránsito de la política teológica a la política positiva, tras de caracterizar una y otra. IV. Consideraciones filosóficas sobre las ciencias y los sabios (1825), que desarrolla y precisa el contenido del opúsculo III, haciendo ver al propio tiempo cómo la ley de los tres estados (teológico, metafísico y científico), va de la mano de la evolución de las ciencias. V. Consideraciones sobre el poder espiritual (1826), primer fórmula del cientificismo. Al lado de los poderes temporales, es consecuente crear un poder regulador, confiado a los sabios. VI. Examen del tratado de Broussais sobre la irritación (1828), vivo testimonio de cómo la ciencia positiva desenmascara al saber metafísico, hoy en día, dice, resucitado en Alemania, bajo el nombre de psicología. Los seis opúsculos, que el propio Comte considera concernientes a filosofía social, fueron reeditados bajo el título de Opuscules de philosophie sociale en 1854 como apéndice del cuarto y último volumen de su Política positiva (En español se han traducido bajo el epígrafe de Primeros Ensayos).1 Comte omitió otros trabajos de su primera etapa, ya porque no encajaban en la línea general de su evolución intelectual bien porque los juzgara ajenos al desarrollo de su doctrina. Declara: “Al volver a poner en manos del público estos escritos enterrados en colecciones olvidadas desde hace mucho tiempo, este apéndice podrá facilitar la iniciación positivista de aquellos espíritus dispuestos a seguir con puntualidad el mismo camino que yo. Pero aquí están destinados, sobre todo, a poner de manifiesto la perfecta armonía de los esfuerzos que caracterizan mi juventud con los trabajos que mi madurez lleva a e fecto.” En otro orden de ideas, el Plan de los trabajos científicos es relevante. Se sabe que este trabajo fue, si no la causa principal, al menos la ocasión de la ruptura entre Comte y Saint-Simon. Es un momento decisivo de su desarrollo histórico. Toda su doctrina futura figura ya en in nuce en este opúsculo. Expresa: “A la vez filosófica y social, mi dirección irrevocable fue determinada en mayo de 1882 por el tercer 1 Editado por el Fondo de Cultura Económica, México, 1947. opúsculo, en el que aparece mi descubrimiento de las leyes sociológicas. Su propio título, que sólo había de figurar aquí, sería suficiente para indicar la íntima ligazón entre los dos puntos de vista, científico y político, que hasta entonces me habían preocupado paralelamente pero no separados. La publicidad de este trabajo decisivo quedó limitada en un principio a cien ejemplares, repartidos gratuitamente como pruebas. Cuando en el año 1824 se reeditó en mil ejemplares con algunas adiciones secundarias, creí un deber anteponer a su título especial el prematuro título de Sistema de política positiva, desde entonces destinado al conjunto de mis trabajos. Al ver así prometida, ya desde mis comienzos, la sistematización que sólo el presente tratado podía efectuar, no puede desestimarse la unidad de mi carrera.” Comte repetía que sólo se destruye algo cuando se le reemplaza. La ley de los tres estados es el reemplazo de la anterior concepción de la historia. El nuevo principio interpreta el hecho de la civilización como regido por una ley general sacada de la naturaleza humana. La civilización actual va a depender del predominio del espíritu de observación sobre las construcciones sentimentales e imaginarias. En efecto, todos los conocimientos humanos pasan sucesivamente por tres estados diferentes: teológico, metafísico y positivo. “Los sabios –dice- deben hoy elevar la política al rango de las ciencias de observación.” En el estado positivo, las ciencias se basan en hechos observados. Partiendo de allí se organizan en sistemas que interpretan la realidad. Dentro de las ciencias no hay sitio para la libertad como facultad de elegir. La imaginación predomina en el estado teológico y en el estado metafísico. Así lo exhibe la historia, que, con buen éxito, emplea la filosofía positiva. Las ciencias en su evolución han seguido la ley de los tres estados. Por otra parte, se hallan entrelazadas unas con otras. “La historia de los conocimientos humanos prueba que todos los trabajos se encadenan en las ciencias y en las artes.” El Plan de los trabajos científicos para organizar la sociedad consta de tres partes: Introducción, Exposición general y Primera serie de trabajos. En la Introducción hace un llamado pertinente para reformar la vida social. El destino de la sociedad, llegada a su madurez, no es el de habitar la vieja casucha que se construyó en el pasado. Con los recursos de la ciencia positiva ha de “construirse un edificio apropiado a sus necesidades y sus goces”. En la Exposición general (que se inserta como texto a continuación) examina los principios filosóficos de los medios científicos para colmar tales necesidades, explicando, primero, por qué hasta ahora han fracasado todos lo intentos de cambio social, y señalando, después, que la tarea reside en “elevar la política al rango de ciencia de observación”, es decir, a política positiva. Como medida de orden práctico, se atreve Comte a convocar a los sabios europeos, en nombre de la sociedad, para que juzguen del programa de trabajos orgánicos que presenta, encaminados a tal propósito. Éstos se articularán en tres series, de las cuales sólo figura en el Plan de la Primera serie, cuyo objeto es el sistema de observaciones históricas acerca de la marcha por seguir para construir la base positiva de la política. La segunda, daría el sistema de educación para generar y mantener la reforma, y la tercera, la acción colectiva de los hombres para aprovechar técnicamente o de mejor manera las fuerzas de la naturaleza. El Plan de los trabajos científicos necesarios para reorganizar la sociedad, llevó en 1822 el título de Prospectus des travaux scientifiques pour réorganiser la société. Ya desde la edición de 1828, el de Plan des travaux… Desde la primera edición de este Opúsculo se habla también de una física social, a la luz de un expreso naturalismo, después de criticar las ideas históricas de Montesquieu, Condorcet, Laplace y Cabanis. Tocante a la historia, asimismo censura el método de la mera compilación de anales, en vez de encomendar a ella el descubrimiento de las leyes que presiden el desarrollo social. Habiéndose demostrado que es imperfecto el espíritu con que los pueblos y los reyes han concedido hasta el presente la reorganización de la sociedad, debe necesariamente concluirse que unos y otros han procedido mal en la formación del plan de reorganización. Esta es la única explicación posible de un hecho semejante, pero es importante establecer este aserto de una manera directa, especial y precisa. POR QUÉ HAN FRACASADO LAS REFORMAS SOCIALES * La insuficiencia de la opinión de los reyes y de la de los pueblos prueba la necesidad de una doctrina nueva verdaderamente orgánica, la única capaz de terminar con la crisis terrible que atormenta a la sociedad. El examen de la mera de proceder que ha llevado a una y otra parte a estos resultados imperfectos, señalará igualmente la marcha que debe ser adoptada para la formación y para el establecimiento de la nueva doctrina, y qué fuerzas sociales son las llamadas a dirigir esta gran tarea. El defecto general de la marcha seguida por los pueblos y por los reyes en la persecución del plan de reorganización reside en que unos y otros se han formado hasta ahora una idea extremadamente falsa de la naturaleza de un trabajo semejante, y, en consecuencia, han confiado esta importante misión a hombres incompetentes. Esta es la causa primera de los errores fundamentales comprobados. Aunque esta causa sea igualmente verdadera para los reyes y para los pueblos, es, sin embargo, inútil considerarla de manera especial en relación con los primeros, porque, no habiendo inventado nada los reyes, y habiéndose limitado a reproducir en el estado social nuevo la doctrina del antiguo, su impotencia para concebir una reorganización verdadera está suficientemente establecida con ello sólo. Por otro lado, y por el mismo motivo, aunque haya sido tan absurdo en su principio como la de los pueblos, su marcha ha debido ser naturalmente más metódica, como estando toda señalada en sus menores detalles por adelantado. Habiendo sido sólo los pueblos los que han producido una especie de doctrina nueva, es su manera de proceder la que es necesario examinar principalmente, con el fin de descubrir en ella la fuente de los errores de esta doctrina. Será fácil además para todos el trasladar luego a los reyes, con las modificaciones convenientes, las observaciones generales hechas respecto a los pueblos. La multiplicidad de las pretendidas constituciones creadas por los pueblos desde el comienzo de la crisis, y la minuciosidad excesiva de la redacción que se encuentra más o menos en todas, serían bastante por sí solas demostrar, con plena, evidencia, a todo espíritu capaz de juzgarlas, cómo se han desconocido hasta el presente la naturaleza y la dificultad de la formación de un plan reorganizador. Cuando la sociedad esté verdaderamente reorganizada, será profundo motivo de asombro para nuestros nietos el que se hayan producido en un intervalo de treinta años diez constituciones, siempre proclamadas, una tras otra, como eternas e irrevocables, muchas de las cuales * Los subtítulos han sido puestos por F. Larroyo, con la mira de orientar la lectura del texto. contienen más de doscientos artículos muy detallados, sin contar las leyes orgánicas que se relacionan con ellos. Una verborrea semejante sería la vergüenza del espíritu humano en política si no fuera una inevitable transición hacia la verdadera doctrina final en el progreso natural de las ideas. No es en absoluto así como marcha ni como puede marchar la sociedad. La pretensión de construir de un solo golpe, en algunos meses, o incluso en algunos años, toda la economía de un sistema social en su desarrollo integral y definitivo, es una quimera extravagante, incompatible por completo con las fuerzas del espíritu humano. Observemos, en efecto, su manera de proceder en casos análogos, pero infinitamente más sencillos. Cuando una ciencia cualquiera se reconstituye de acuerdo con una teoría nueva suficientemente preparada ya, se produce, se discute y se establece en primer lugar el principio general; después, mediante un largo encadenamiento de trabajos, se consigue llegar a formar en todas las partes de la ciencia una coordinación que nadie en su comienzo hubiera estado en disposición de concebir, ni aun siquiera el inventor del principio. Así, por ejemplo, después que Newton hubo descubierto la ley de la gravitación universal, fue necesario cerca de un siglo de trabajos muy difíciles por parte de todos los geómetras de Europa para dar a la astronomía física la constitución que debía resultar de esa ley. Ocurre lo mismo en las artes. Para no citar más que un solo ejemplo: cuando se concibió la fuerza elástica del vapor de agua como un nuevo motor aplicable a las máquinas, se necesitó igualmente cerca de un siglo para desarrollar la serie de reformas industriales que eran las consecuencias más directas de ese descubrimiento. Si la marcha necesaria e invariable del espíritu humano en revoluciones que no son sino particulares a pesar de su enorme importancia y de su dificultad, es así evidentemente, ¡qué frívola debe parecer la marcha presuntuosa que se ha seguido hasta el presente en la revolución más general, más importante y difícil de todas: la que tiene por objeto la refundición completa del sistema social! Si de estas comparaciones indirectas pero decisivas se pasa a las comparaciones directas, el resultado será el mismo. Estudiemos la fundación del sistema feudal y teológico, revolución de la misma naturaleza que la de la actual época. Lejos de haber sido producida de un solo golpe, la constitución de este sistema no tomó su propia y definitiva forma hasta el siglo XI, es decir, cinco siglos después del triunfo general de la doctrina cristiana en la Europa occidental y del establecimiento completo de los pueblos del norte en el imperio de occidente. Sería imposible concebir que algún hombre de genio hubiese estado en disposición durante el siglo y de trazar en forma un poco detallada el plan de esta constitución, aunque el principio fundamental, de que ella no ha sido sin desarrollo necesario, estuviera ya desde entonces establecido sólidamente lo mismo en el aspecto temporal que en el aspecto espiritual. Sin duda, la organización total del sistema a establecer en la actualidad puede hacerse con mucha más rapidez, a causa del progreso de las luces y de la esencia más natural y sencilla del nuevo sistema. Pero como, en el fondo, la marcha de la sociedad es siempre la misma necesariamente, con más o menos velocidad, porque depende de la permanente naturaleza de la constitución humana esta gran experiencia no deja de probarnos que es absurdo querer improvisar el plan total de la reorganización social hasta en el más insignificante detalle. Si fuera necesario ratificar esta conclusión, sería ratificada observando la forma en que se ha establecido la doctrina crítica adoptada por los pueblos. Esta doctrina no es evidentemente sino el desarrollo general y la aplicación completa del derecho individual de examen, establecido en principio por el protestantismo. Ahora bien, después del establecimiento de este principio, han hecho falta cerca de dos siglos para que se hayan deducido todas las consecuencias importantes y para que se haya formado la teoría indiscutible que la resistencia del sistema feudal y teológico ha influido mucho en la lentitud de esta marcha, pero no es menos evidente que esta resistencia no ha podido ser la única causa y que esa lentitud se ha debido en gran parte a la naturaleza misma del trabajo. Lo que es verdadero en una doctrina puramente crítica debe serlo, con mucha más razón, en la doctrina orgánica real. Por tanto, hay que concluir de esta primera clase de consideraciones que los pueblos no han comprendido hasta el presente el gran trabajo de la reorganización social. Tratando de precisar por qué se ha desconocido la naturaleza de este trabajo, nos encontramos que ha sido por haber considerado como puramente práctica una empresa esencialmente teórica. La formación de un plan cualquiera de organización social se compone necesariamente de dos series de trabajos, totalmente distintas en su fin así como en el género de capacidad que exigen. Una, teórica o espiritual, tiene como fin el desarrollo de la idea principal del plan, es decir, del principio nuevo según el cual deben estar coordinadas las relaciones sociales, y la formación del sistema de ideas generales destinado a servir de guía a la sociedad. La otra, práctica o temporal, determina la manera de repartirse el poder y el conjunto de las instituciones administrativas más en relación con el espíritu del sistema, tal y como han sido fijados por los trabajos teóricos. Habiéndose fundado la segunda serie sobre la primera, de la cual no es más que la consecuencia y la realización, es por esta última por donde debe comenzar el trabajo general. Es el alma, la parte más importante y más difícil, aunque sea solamente preliminar. Por no haber adoptado esta división fundamental, o, en otros términos, por haber fijado exclusivamente su atención sobre la parte práctica, es por lo que los pueblos han sido conducidos en forma natural a concebir la reorganización social según la errónea doctrina examinada en el capítulo precedente. Todos sus errores son la consecuencia de esta gran desviación primitiva. Fácilmente puede establecerse este proceso. En primer lugar, de esta infracción a la ley natural del espíritu humano resulta que los pueblos se han quedado encerrados en el sistema antiguo, creyendo construir un nuevo sistema social. Era inevitable, puesto que no se habían determinado el fin y el espíritu del sistema nuevo. Siempre será así mientras esta condición indispensable no haya sido previamente llenada. Un sistema cualquiera de sociedad, esté hecho por un puñado de hombres o por varios millones, tiene por objeto definitivo el dirigir hacia un fin general de actividad todas las fuerzas particulares. Porque no hay sociedad más que allí donde se ejerce una acción general y combinada. En otro supuesto cualquiera, hay solamente una aglomeración de un cierto número de individuos sobre un mismo suelo. Es esto lo que distingue a la sociedad humana de las de otros animales que viven en manadas. De esta consideración se sigue que la determinación neta y precisa del fin de actividad es la condición primera y más importante de un verdadero orden social, puesto que fija el sentido en el cual debe concebirse todo el sistema. Por otro lado, no hay más que dos fines de actividad posibles lo mismo para una sociedad, por numerosa que sea, que para un individuo aislado. Son la acción violenta sobre el resto de la especie humana, o la conquista, y la acción sobre la naturaleza, para modificarla a favor del hombre, o la producción. Toda sociedad que no esté claramente organizada para uno y otro de estos fines no será sino una asociación híbrida y sin carácter. El fin militar era el del antiguo sistema; el fin industrial es el del nuevo. El primer paso a dar en la reorganización social era, pues, la proclamación de este fin nuevo. Por no haberlo dado, no se ha salido todavía del sistema antiguo, aunque se haya creído haberse deparado de él lo más posible. Ahora bien, está claro que esta extraña laguna de nuestras pretendidas constituciones, se debió a haber querido organizar en detalle antes de que se hubiese concebido el conjunto del sistema. En otros términos, es el resultado de haberse dedicado exclusivamente a la parte reglamentaria de la organización, sin que hubiese sido fijada la parte teórica y sin que incluso se hubiese pensado en establecerla. PODER ESPIRITUAL Y PODER TEMPORAL Como consecuencia necesaria de este error primero, se han tomado por cambio total del sistema antiguo simples modificaciones. El fondo ha quedado intacto esencialmente. Todas las alteraciones no se han llevado más que sobre la forma. Se han preocupado únicamente en fraccionar los antiguos poderes y en oponer entre ellos las diferentes ramas. Las discusiones dedicadas a este objeto se han considerado y se consideran todavía, como lo sublime de la política, de la que no son sino un detalle muy secundario. La dirección de la sociedad, la naturaleza de los poderes se han concebido siempre como los mismos. Es además esencial señalar que las discusiones sobre la división de los poderes, las únicas de que se han ocupado, han sido, como otra consecuencia de la desviación primitiva, lo más superficiales posible, porque se ha perdido de vista la gran división en poder espiritual y en poder temporal, el principal perfeccionamiento que había introducido en la política general el sistema antiguo. Habiéndose dirigido por entero la atención hacia la parte práctica de la reorganización social, se ha llegado naturalmente a la monstruosidad de una constitución sin poder espiritual, que sería un verdadero e inmenso retroceso hacia la barbarie si pudiera ser duradero. Todo ha sido llevado hacia lo temporal. No se ha visto más que la división en poder legislativo y poder ejecutivo, que no es, evidentemente, más que una subdivisión. Para dirigir su espíritu en las modificaciones del sistema feudal y teológico es para lo que los pueblos han sido llevados necesariamente a concebir como orgánicos los principios críticos que les habían servido para combatir contra el sistema antiguo, desde la época en que su decadencia se había hecho sensible y que, por ello mismo, estaban destinados a modificarlo. No olvidemos observar a este respecto que, desconociendo en el trabajo general de la reorganización la división en serie teórica y en serie práctica, los pueblos han constatado involuntariamente la necesidad de esta ley, dictada por la imperiosa naturaleza de las cosas, obedeciéndola por sí mismos en sus empresas de modificación del antiguo sistema. Tal es el riguroso encadenamiento de resultados derivado del error fundamental de haber considerado como puramente práctica la obra esencialmente teórica de la organización social. Es así como los pueblos han llegado gradualmente a considerar como un verdadero sistema social nuevo, producto de la civilización perfeccionada, lo que no es sino el antiguo sistema despojado por la doctrina crítica de todo lo que constituía su fuerza y reducido al miserable estado de un descarnado esqueleto. Esa es la verdadera generación de los errores capitales señalados en el precedente capítulo. Como siempre se hace sentir la necesidad de una verdadera reorganización, lo que sucederá inevitablemente hasta que haya sido satisfecha los espíritus de los pueblos se agitan, se esfuerzan en la búsqueda de combinaciones nuevas, pero, retenidos por un destino inflexible en el estrecho círculo en que les han colocado primeramente su marcha errónea, y del que la civilización les empuja en vano para salir, creen encontrar el término de sus esfuerzos en las modificaciones nuevas del sistema antiguo, es decir, en las aplicaciones todavía más completas de la doctrina crítica. Así, de modificación en modificación, es decir, destruyendo cada vez más el sistema feudal y teológico sin reemplazarlo nunca, marchan los pueblos a grandes pasos hacia una completa anarquía, único fin natural de un camino semejante. NUEVOS CAMINOS Tal conclusión prueba evidentemente la urgente e inevitable necesidad de adoptar para el gran trabajo de la reorganización social la marcha que de una manera tan clara dicta la naturaleza del espíritu humano. Es éste el único medio de escapar a las consecuencias desastrosas que amenazan a los pueblos por haber seguido una marcha diferente. Como esta afirmación es fundamental, puesto que determina la verdadera dirección de los grandes trabajos políticos que deben ser emprendidos hoy, no se podría rodearla de demasiada luz. Es útil, pues, recordar sumariamente las consideraciones filosóficas directas sobre las que está fundada, aunque podamos considerarla como demostrada suficientemente por el examen de la marcha errónea seguida por los pueblos hasta el presente que acaba de ser trazado. Es poco digno para la razón humana que se esté obligado a probar metódicamente, en cuanto a la empresa más general y difícil, la necesidad de una división que hoy está universalmente reconocida como indispensable en los casos menos complicados. Se admite como una verdad elemental que la explotación de una fábrica cualquiera, la construcción de una carretera, de un puente, la navegación de un barco, etc., deben estar dirigidas por conocimientos teóricos preliminares, ¿y se quiere que la reorganización de la sociedad sea un asunto de pura práctica, que se puede confiar a los rutinarios? Toda operación humana completa, desde la más sencilla hasta la más complicada, ejecutada por un solo individuo o por un número cualquiera de ellos, se compone inevitablemente de dos partes, o, en otras palabras, da lugar a dos clases de consideraciones: una teórica, otra práctica; una de concepción, otra de ejecución. La primera precede necesariamente a la segunda, a la que está destinada a dirigir. En otros términos, no hay jamás acción sin una especulación preliminar. En la operación que parezca más puramente rutinaria puede observarse este análisis. La única diferencia reside en que la teoría esté bien o mal concebida. El hombre que pretende, sobre el punto que sea, no dejar dirigir su espíritu por teorías, se limita, como sabemos, a no admitir los progresos teóricos realizados por sus contemporáneos, conservando teorías que han llegado a ser anticuadas mucho antes de que hubiesen sido sustituidas. Así, por ejemplo, los que afectan con altanería no creer en la medicina, se entrega de ordinario, con una avidez estúpida, al más torpe charlatanismo. En la primera infancia del espíritu humano el mismo individuo ejecuta en todas las operaciones los trabajos teóricos y los trabajos prácticos, lo que no impide que, incluso entonces, su distinción, aunque menos sobresaliente, sea real. Muy pronto comienzan a separarse estas dos clases de trabajos, como exigiendo capacidades y culturas diferentes y, en cierto modo, opuestas. A medida que se desarrolla la inteligencia colectiva e individual de la especie humana, esta división se pronuncia y se generaliza cada vez más, y se convierte en fuente de nuevos progresos. Desde el punto de vista filosófico, puede verdaderamente medirse el grado de civilización de un pueblo por el grado en que se encuentra desarrollada la división de la teoría y de la práctica, combinando con el grado de armonía que entre ellas exista. Porque el gran medio de la civilización es la separación de los trabajos y la combinación de los esfuerzos. Con el establecimiento definitivo del cristianismo, la división de la teoría y de la práctica se constituyó de una manera regular y completa para los actos generales de la sociedad, como lo estaba ya para todas las operaciones particulares. Fue vivificada y consolidada con la creación de un poder espiritual distinto e independiente del poder temporal y que tenía con él las relaciones naturales de una autoridad teórica con una autoridad práctica, modificadas de acuerdo con el carácter especial del sistema antiguo. Esta grande y hermosa concepción fue la causa principal del vigor y de la consistencia admirables que distinguieron al sistema feudal y teológico en su época de esplendor. La caída inevitable de este sistema ha hecho perder de vista momentáneamente esta importante división. La filosofía superficial y crítica del siglo último no ha sabido apreciar su valor. Pero es evidente que debe ser cuidadosamente conservada con todas las otras conquistas que ha realizado el espíritu humano bajo la influencia del sistema antiguo y que no podían perecer con él. Debe figurar en primera línea, entre los poderes espiritual y temporal de otra naturaleza, en el sistema a establecer hoy. Sin duda, la sociedad no podrá estar menos organizada en el siglo XIX de lo que lo estaba en el siglo XI. 1 Si es necesario reconocer la necesidad de la división en los trabajos teóricos y prácticos de las operaciones políticas diarias y comunes ¿con cuánta mayor razón no será indispensable esta división principalmente motivada por la debilidad del espíritu humano, en la vasta obra de la reorganización total de la sociedad? Es ésta la primera condición necesaria para tratar este gran problema de la única manera proporcionada a su importancia. UTILIDAD DE LA HISTORIA Lo que indica la observación filosófica lo confirma la experiencia directa. Ninguna innovación importante se ha introducido nunca en el orden social sin que los trabajos relativos a su concepción hayan precedido a aquellos cuyo objeto inmediato era su puesta en acción, y le hayan servido de guía y apoyo al mismo tiempo. La historia presente a este respecto dos experiencias decisivas. La primera se refiere a la formación del sistema teológico y feudal, acontecimiento que hoy debe ser para nosotros una fuente inagotable de enseñanza. El conjunto de instituciones mediante el cual se ha constituido por completo este sistema en el silgo XI, evidentemente había sido preparado por los trabajos teóricos llevados a cabo en los siglos precedentes sobre el espíritu de este sistema, trabajos que datan de la elaboración del cristianismo por la escuela de Alejandría. El establecimiento del poder pontificio como autoridad europea suprema era la continuación necesaria de este desarrollo anterior de la doctrina cristiana. La institución general del feudalismo, fundada sobre la reciprocidad de obediencia a protección, del débil al fuerte, no era igualmente sino la aplicación de esta doctrina al reglamento de las relaciones sociales en el estado de civilización de entonces. ¿Quién no ve que una y otra fundación no habrían podido tener lugar sin el desarrollo preliminar de la teoría cristiana? La segunda experiencia, todavía más evidente, porque la tenemos casi bajo nuestros ojos, nos lleva sobre la marcha misma de las modificaciones efectuadas por los pueblos en el sistema antiguo desde el comienzo de la crisis actual. Está claro que estas modificaciones se han fundado completamente sobre el desarrollo y el arreglo sistemáticos dados por la filosofía del siglo XVIII a los principios críticos. Aunque de un género de teoría subalterno, estos trabajos, en tanto que críticos, tenían tan marcado el carácter teórico, eran tan distintos de los trabajos prácticos subsecuentes, que ninguno de los hombres que han cooperado en ellos se figuraba de una manera un poco clara y extendida las modificaciones que habían de producir en la generación siguiente. Esta reflexión debe haber asombrado a cualquiera que haya comparado atentamente sus obras con las modificaciones prácticas que las han sucedido. Y a pesar de que en los 1 Esta gran cuestión de la división del poder espiritual y del poder temporal será más tarde objeto de un trabajo particular. escritos y en los discursos de los hombres más entendidos, entre los que han llevado los trabajos de nuestras constituciones, se haya ensayado el suprimir las ideas adoptadas de los filósofos del silgo XVIII, veremos qué es lo que queda. Examinando desde el punto de vista histórico la cuestión que nos ocupa, puede ser decidida fácilmente mediante las consideraciones que siguen y que nosotros nos limitaremos a indicar aquí, debiendo desarrollarlas en otra parte. La sociedad está hoy desorganizada lo mismo en el aspecto espiritual que en el aspecto temporal. La anarquía espiritual ha precedido y engendrado la anarquía temporal. Incluso el malestar social depende hoy mucho más de la primera causa que de la segunda. Por otra parte, el estudio cuidadoso de la marcha de la civilización prueba que está ahora más preparada la reorganización espiritual de la sociedad que se reorganización temporal. Así, la primera serie de esfuerzos directos para terminar con la época revolucionaria debe tener por objeto el reorganizar el poder espiritual, mientras que, hasta el presente, la atención no se ha fijado nunca más que en la reforma del poder temporal. De todas las consideraciones anteriores hay que sacar evidentemente la conclusión de que es de absoluta necesidad el separar los trabajos teóricos de la reorganización social prescrita a la época actual, de los trabajadores prácticos, es decir, concebir y ejecutar los que se relacionan con el espíritu del nuevo orden social, con el sistema de ideas generales que debe sistema de ideas generales que debe corresponderle, con aislamiento de los que tienen por objeto el sistema de relaciones sociales y el modo administrativo que deben resultar. No puede hacerse nada esencial ni sólido en cuanto a la parte práctica en tanto que no esté establecida, o al menos muy adelantada, la parte teórica. Proceder de manera distinta sería construir sin asientos, hacer pasar la forma antes que el fondo; sería, en una palabra, prolongar el error fundamental cometido por los pueblos, que acaba de ser considerado como la fuente primera de todas sus imperfecciones, el obstáculo que es necesario destruir antes que nada para que pueda al fin realizarse el deseo de ver organizada la sociedad de una manera proporcionada al estado presente del saber. Habiendo establecido la naturaleza de los trabajos preliminares que deben ser ejecutados para la organización del sistema social nuevo esté fundada sobre sólidas bases, es fácil determinar cuáles son las fuerzas sociales destinadas a cumplir esta importante misión. Es esto lo que resta aún por precisar antes de exponer el plan de trabajos que hay que efectuar. Puesto que ya está demostrado que la manera en que han procedido los pueblos hasta hora en la formación del plan de reorganización es radicalmente errónea, sería superfluo insistir mucho para dejar sentir que eran incompetentes por completo los hombres a quienes estaba confiado este gran trabajo. Está claro, en efecto, que lo uno es la consecuencia inevitable de lo otro. Habiendo desconocido los pueblos la naturaleza del trabajo, no podían dejar de equivocarse en la selección de los hombres llamados a ejecutarlo. Por lo mismo que estos hombres eran apropiados para el trabajo tal y como lo concebían los pueblos, no podían ser capaces de dirigirlo en la forma en que debió haber sido concebido. La incapacidad de estos mandatarios sólo así debió ser, ya que nadie puede estar dispuesto para dos cosas opuestas en absoluto. JURISPRUDENCIA, METAFÍSICA, CRÍTICA Ha sido principalmente la clase de los hombres de leyes la que ha suministrado las personas llamadas a dirigir los trabajos de las pretendidas constituciones establecidas por los pueblos de treinta años a esta parte. La naturaleza de las cosas les ha investido necesariamente de esta función en la forma en que ésta ha sido concebida hasta ahora. En efecto, como hasta el presente los pueblos no han tratado más que de modificar el sistema antiguo, y puesto que los principios críticos destinados a dirigir estas modificaciones estaban plenamente establecidos, la elocuencia ha debido ser la facultad especial puesta en juego en este trabajo y es por los hombres de leyes, sobre todo, por quienes esta facultad está habitualmente cultivada. Aunque no sea más que subalterna, puesto que se propone únicamente hacer triunfar una opinión dada sin participar en su formación ni en su estudio, es, por ello mismo, eminentemente apropiada para su propagación. No son los hombres de leyes los que han combinado los principios de la doctrina crítica, sino los metafísicos, que, por lo demás, constituyen en el aspecto espiritual la clase correspondiente a la de los hombres de leyes. La escena política ha estado principalmente ocupada por ellos durante toda la duración de la lucha inmediata contra el sistema feudal y teológico. Así, pues, era de ellos de donde debía salir naturalmente la dirección de las modificaciones a introducir en ese sistema, de acuerdo con la doctrina crítica que sólo ellos estaban acostumbrados a manejar. No podría evidentemente ser lo mismo respecto a los trabajos orgánicos de verdad, cuya necesidad acaba de ser demostrada. No es ya la elocuencia, es decir, la facultad de persuasión, la que debe estar especialmente en actividad; es el razonamiento, es decir, la facultad de examen y de coordinación. Por lo mismo que los hombres de leyes son en general los más capaces en la primera, son los menos capacitados para la segunda. Al hacer profesión de buscar los medios para convencer de una opinión cualquiera, mientras más habilidad adquieren con el ejercicio en este género de trabajo, más inadecuadados llegan a ser para coordinar una teoría de acuerdo con sus principios verdaderos. No es en absoluto de una cuestión vana de amor propio de lo que aquí se trata. Todo se reduce a la relación necesaria y exclusiva que existe entre cada clase de capacidad y cada naturaleza de trabajo. Los hombres de leyes han dirigido la formación del plan de reorganización cuando estaba concebido con un espíritu absoluto erróneo. Han hecho lo que debían hacer. Llamados a modificar y a criticar, han modificado y criticado. Sería injusto reprocharles los defectos de una dirección que ellos no han escogido y que no les corresponde rectificar. Su influencia ha sido útil, e incluso indispensable, en tanto que esa dirección misma lo ha sido. Pero al mismo tiempo hace falta reconocer que esta influencia tiene que cesar cuando debe prevalecer una dirección completamente opuesta. Es, sin duda, absurdo pretender verificar la organización de la sociedad concibiéndola como un asunto puramente práctico y sin que se ejecute previamente ninguno de los trabajos teóricos necesarios. Pero sería un absurdo todavía mayor la singular esperanza de ver efectuar una verdadera reorganización por una asamblea de oradores, extraños a toda idea teórica positiva, y escogidos sin ninguna condición determinada de capacidad por hombres que en su mayoría son todavía más incompetentes.2 La naturaleza de los trabajos a ejecutar indica por sí misma, lo más claramente posible, a qué clase corresponde emprenderlos. Siendo teóricos estos trabajos, está claro que los hombres que hacen profesión de formar las combinaciones teóricas seguidas metódicamente, es decir, los sabios ocupados en el estudio de las ciencias de observación son los únicos que llenan las condiciones necesarias por el género de capacidad y de cultura intelectual. Puesto que la más urgente necesidad de la sociedad da lugar a un trabajo general de primer orden de importancia y dificultad, sería evidentemente monstruoso que este trabajo no fuera dirigido por las más grandes fuerzas intelectuales existentes por aquéllas cuya manera de proceder está reconocida como la mejor universalmente. Sin duda, se encuentran en los otros sectores de la sociedad hombres de una capacidad teórica igual e incluso superior a la de la mayoría de los sabios, por que la clasificación verdadera de los individuos está lejos de estar de acuerdo en todo con la clasificación natural o fisiológica. Pero en un trabajo tan esencial son las clases las que es necesario considerar y no los individuos. Además, entre estos mismos la educación, es decir, el sistema de hábitos intelectuales que resulta del estudio de las ciencias de observación, es la única que puede desarrollar su capacidad teórica natural de una manera conveniente. En una palabra, todas las veces que la sociedad tiene necesidad de trabajos teóricos en una dirección particular cualquiera, está reconocido que es a la clase de los sabios correspondiente a la que debe dirigirse. Así pues, es el conjunto del cuerpo científico el que está llamado a dirigir 2 Estoy muy lejos de concluir de las precedentes consideraciones que la clase de los hombres de leyes no deba tener en la actualidad actividad política. Sólo he querido establecer que su acción debe cambiar de carácter. De acuerdo con los razonamientos que acabo de exponer, el estado presente de la sociedad exige que la dirección suprema de los espíritus deje de pertenecer a los hombres de leyes. Pero, por su naturaleza, no dejan de estar llamados a secundar, bajo aspectos muy importantes, la dirección general nueva que será impuesta por otros. Primero, debido a sus medios de persuasión y a la costumbre que tiene todavía, más que ninguna otra clase, de colocarse en los puntos de vista políticos, deben colaborar poderosamente en la adopción de la doctrina orgánica. En segundo lugar, los hombres de leyes, y sobre todo aquéllos de entre ellos que han hecho un profundo estudio del derecho positivo, poseen de modo exclusivo la capacidad de reglamentar, que es una de las grandes capacidades necesarias para la formación del sistema social nuevo, y que se pondrá en juego tan pronto como esté terminada o adelantada lo suficiente la parte puramente espiritual del trabajo general de reorganización. los trabajos teóricos generales cuya necesidad acaba de comprobarse.3 Por lo demás, convenientemente interrogada, la naturaleza de las cosas evita en este punto toda divagación, porque prohíbe en absoluto la libertad de elección al mostrar a la clase de los sabios, desde varios puntos de vista distintos, como la única adecuada para ejecutar el trabajo teórico de la reorganización social. En el sistema a constituir, el poder estará en manos de los sabios y el poder temporal corresponderá a los directores de los trabajos industriales. Estos dos poderes debe, pues, proceder naturalmente para la formación de ese sistema como procederán, cuando esté establecido, con su aplicación diaria, con la diferencia de la importancia superior del trabajo que hay que ejecutar hoy. En este trabajo hay una parte espiritual que debe tratarse primero, y una parte temporal que se tratará a continuación. Así, son los sabios los que tienen que emprender la primera serie de trabajos, y los industriales más importantes los que tiene que organizar el sistema administrativo, según las bases que habrá establecido aquélla. Tal es la sencilla marcha indicada por la naturaleza de las cosas, que enseña que las clases mismas que son los elementos de los poderes de un nuevo sistema y deben colocarse algún día a su cabeza, pueden por sí solas constituirlo, porque son capaces de comprender perfectamente el espíritu y son las únicas que están empujadas en ese sentido por el combinado impulso de sus hábitos y de sus intereses. Otra consideración hace todavía más palpable la necesidad de confiar a los sabios positivos el trabajo teórico de la reorganización social. Ha sido observado en el capítulo anterior que la doctrina crítica ha creado en la mayoría de las mentes, y tiene a fortalecerlo cada vez más, el hábito de establecerse en juez supremo de las ideas políticas generales. Erigido en principio fundamental, este estado anárquico de las inteligencias es un obstáculo evidente para la reorganización de la sociedad. Por tanto, sería inútil que las capacidades realmente competentes formasen la verdadera doctrina orgánica destinada a dar término a la crisis actual, si por su situación anterior no poseyeran de hecho el poder reconocido de ser autoridad. Sin 3 Conforme a la costumbre ordinaria, incluimos aquí entre los sabios a los hombres que, sin consagrar su vida al cultivo especial de ninguna ciencia de observación, son poseedores de capacidad científica y han hecho un estudio lo bastante profundo del conjunto de los conocimientos positivos como para estar penetrados de su espíritu y familiarizados con las principales leyes de los fenómenos naturales. Sin duda, es a esta clase de sabios, demasiado pequeña en número todavía a la que le está reservada una actividad esencial en la formación de la doctrina social nueva. Los otros sabios está demasiado absorbidos por sus ocupaciones particulares, e incluso demasiado afectados todavía por determinados hábitos intelectuales equivocados que resultan hoy de esa especialidad, para que puedan ser verdaderamente activos en el establecimiento de la ciencia política. Pero no dejarán de llenar en esa gran fundación un papel muy importante aunque sea pasivo: el de jueves naturales de los trabajos. Los resultados obtenidos por los hombres que sigan la nueva dirección filosófica no tendrán valor ni influencia mientras no sean adoptados por los sabios especialistas, como teniendo el mismo carácter de sus trabajos habituales. He creído un deber dar esta explicación para adelantarme a una objeción que se presentará naturalmente en el espíritu de la mayoría de los lectores. Pero, por lo demás, es evidente que esta distinción entre el sector de la clase científica que debe estar activo y el sector que debe ser simplemente pasivo en la elaboración de la doctrina orgánica, es completamente secundaria y no afecta en nada la afirmación fundamental establecida en el texto. esta condición, su trabajo, sometido al control arbitrario y vanidoso de una política de inspiración, no podría jamás ser adoptado con uniformidad. Ahora bien, si se echa un vistazo sobre la sociedad, se reconocerá en seguida que esta influencia espiritual se encuentra hoy exclusivamente en manos de los sabios. En materia de teoría son los únicos que ejercen una autoridad indiscutible. Así, independientemente de que son ellos los únicos con competencia para formar la nueva doctrina orgánica, están investidos de manera exclusiva de la fuerza moral necesaria para determinar la admisión de ella. Los obstáculos que presente para esto el prejuicio crítico de la soberanía moral, concebida como un derecho innato en todo individuo, serían insuperables a cualesquiera que no fuesen ellos. La única palanca que puede derribar este prejuicio está en sus manos. Es ésta el hábito contraído poco a poco por la sociedad, desde la fundación de las ciencias positivas, de someterse a las decisiones de los sabios en todas las ideas teóricas particulares, hábito que los sabios extenderán con facilidad a las ideas teóricas generales cuando estén encargados de coordinarlas. Así, con exclusión de todas las otras clases, los sabios poseen hoy los dos elementos fundamentales del gobierno moral: la capacidad y la autoridad teóricas. ORGANIZACIÓN EUROPEA Un último carácter esencial, no menos propio de la fuerza científica que los precedentes, merece todavía ser señalado. La crisis actual es evidentemente común a todos los pueblos de la Europa occidental, aunque no todos participen de ella en el mismo grado. Sin embargo, cada pueblo la trata como si fuera simplemente nacional. Pero es evidente que una crisis europea necesita un tratamiento europeo. Este aislamiento de los pueblos es una consecuencia necesaria de la caída del sistema feudal y teológico, por la que se han encontrado desechos los lazos espirituales que aquel sistema había establecido entre los pueblos de Europa, y que se han intentado vanamente sustituir con un estado de recíproca oposición hostil disfrazado con el nombre de equilibrio europeo. La doctrina crítica es incapaz de restablecer la armonía que ha destruido en su principio fundamental antiguo y, por el contrario, la aleja. Primero, por su naturaleza, tiende al aislamiento, y, en segundo lugar, los pueblos no podrían entenderse por completo sobre los principios mismos de esta doctrina porque cada uno de ellos pretende, de acuerdo con ella, modificar el sistema antiguo en diferentes grados. La verdadera doctrina orgánica puede, por sí sola, producir esta unión, tan imperiosamente reclamada por el estado de la civilización europea. Debe forzosamente determinarla presentando a todos los pueblos de la Europa occidental el sistema de organización social a que están llamados todos en la actualidad, y del que cada uno gozará de una manera completa en una época más o menos cercana, según el estado especial de sus luces. Por otra parte, es necesario observar que esta unión será más perfecta que la producida por el sistema antiguo, la cual no existía más que en el aspecto espiritual, mientras que la de hoy debe tener lugar igualmente en el aspecto temporal, de suerte que los pueblos están llamados a constituir una verdadera sociedad general, completa y permanente. Y, en efecto, si fuera éste el sitio para emprender un estudio semejante, sería fácil demostrar que cada uno de los pueblos de la Europa occidental, por la gradación particular de su estado de civilización, está colocado en la situación más favorable para tratar ésta o aquella parte del sistema general. De donde resulta la utilidad inmediata de su colaboración. Así, pues, se sigue de esto que los pueblos deben trabajar en común y por igual en el establecimiento del sistema nuevo. Considerando la doctrina orgánica nueva desde este punto de vista, está claro que la fuerza destinada a formarla y a establecerla debe ser una fuerza europea, si ha de satisfacer la condición de determinar la combinación de los diferentes pueblos civilizados. Ahora bien, ésta es todavía la propiedad especial, no menos exclusiva que todas las enumeradas antes, de la fuerza científica. Es notorio que los sabios solos forman una verdadera coalición, compacta, activa, en la que todos los miembros se entienden y se corresponden con facilidad y de una manera continua de un extremo al otro de Europa. Esto se debe a que hoy en día son ellos los únicos que tiene ideas comunes, un lenguaje uniforme un fin de actividad general y permanente. Ninguna otra clase posee esta poderosa ventaja, porque ninguna llena estas condiciones en su integridad. Incluso los industriales, llevados de una manera tan eminente a la unión por la naturaleza de sus trabajos y de sus costumbres, se dejan todavía dominar demasiado por las inspiraciones hostiles de un patriotismo salvaje, para que sea posible ya el establecer entre ellos una verdadera combinación europea. A la acción de los sabios es a la que está reservado el producirla. Sin duda, es superfluo demostrar que la unión actual de los sabios alcanzará una intensidad mucho mayor cuando dirija sus fuerzas generales hacia la formación de la doctrina social nueva. Esta consecuencia es evidente, puesto que la fuerza de un lazo social está proporcionada necesariamente a la importancia del fin de la asociación. Para apreciar bien, en toda su extensión, el valor de esta fuerza europea particular de los sabios, es necesario comparar la conducta de los reyes con la de los pueblos en el aspecto que nos ocupa. Ya hemos observado más arriba que los reyes, aun rigiéndose de acuerdo con un plan absurdo en su principio, proceden a su ejecución de una manera mucho más metódica que los pueblos, porque la línea que siguen está por completo descrita en el pasado del modo más detallado. Así, en el aspecto que consideramos, los reyes combinan sus esfuerzos en toda Europa mientras los pueblos se aíslan. Por este solo hecho, tienen los reyes una ventaja relativa sobre los pueblos, contra la cual éstos no pueden luchar con ningún otro medio, lo que alcanza una importancia extrema. Los directores de la opinión de los pueblos no tienen otro recurso que el de protestar contra semejante superioridad de posición, la cual no disminuye por esto. Como tesis general proclaman que los distintos estados no tienen derecho alguno para intervenir en las reformas sociales de los otros. Ahora bien, este principio, que no es otra cosa que la aplicación de la doctrina crítica a las relaciones exteriores, es absolutamente falso como todos los demás dogmas que la componen; no es, como ellos, sino la generalización errónea de un hecho transitorio: la disolución de los lazos que existían entre las naciones europeas bajo la influencia del sistema antiguo. Está claro que los pueblos de la Europa occidental, debido a la conformidad y al encadenamiento de su civilización, considerados en su desarrollo sucesivo o en su estado actual, forman una gran nación, cuyos miembros tienen recíprocamente derechos, menos extendidos sin duda, pero de la misma naturaleza que los de los distintos sectores de un estado único. Además, aunque fuera verdadera, se ve que esta idea crítica no alcanza su fin, lo aleja incluso, puesto que tiende a impedir que se unan los pueblos. Como una fuerza no puede ser contenida más que por otra fuerza, en el aspecto europeo los pueblos estarán evidentemente en una situación de inferioridad con respecto a los reyes mientras la fuerza de los sabios, que es la única europea, no presida el gran trabajo de la reorganización social. Sólo ella puede ser para los pueblos el verdadero equivalente de la santa alianza, con la excepción de la necesaria superioridad de una coalición espiritual sobre una coalición puramente temporal. POLÍTICA, CIENCIA DE OBSERVACIÓN Así, en último análisis, la necesidad de confiar a los sabios los trabajos teóricos preliminares reconocidos como indispensables para reorganizar la sociedad se encuentra sólidamente fundada sobre cuatro consideraciones distintas, cada una de las cuales sería suficiente por sí sola para establecerla: 1ª, los sabios, por su género de capacidad y de cultura intelectuales, son los únicos con competencia para ejecutar estos trabajos; 2ª, esta función les está destinada por la naturaleza de las cosas, en cuanto poder espiritual del sistema a organizar; 3ª, poseen de modo exclusivo la autoridad moral hoy necesaria para determinar la adopción de la nueva doctrina orgánica cuando ésta esté formada; por último, 4ª de todas las fuerzas sociales existentes, la de los sabios es la única europea. Indudablemente, un conjunto de pruebas como éste, debe colocar la gran misión teórica de los sabios al abrigo de toda incertidumbre y de toda discusión. De todo lo que precede, se sigue que los errores capitales cometidos por los pueblos en su manera de concebir la reorganización de la sociedad, tienen por causa primera la marcha equivocada según la cual ha n procedido a esa reorganización; que la equivocación de esa marcha consiste en que la reorganización social ha sido considerada como una operación puramente práctica, siendo como es esencialmente teórica; que la naturaleza de las cosas y las experiencias históricas más convincentes prueban la absoluta necesidad de dividir el trabajo total de la reorganización en dos series, una teórica y otra práctica, la primera de las cuales debe ejecutarse previamente, estando destinada a servir de base a la segunda; que la ejecución preliminar de los trabajos teóricos exige poner en actividad una fuerza social nueva, distinta de las que hasta ahora han ocupado la escena y han sido por completo incompetentes; en fin, que, por varias razones decisivas, esta nueva fuerza debe ser la de los sabios dedicados al estudios de las ciencias de la observación. El conjunto de estas ideas puede considerarse como habiendo tenido por objeto el conducir por grados el espíritu de los hombres meditadores al punto de vista elevado desde el que se puede abarcar, con un solo vistazo general, lo mismo las equivocaciones de la marcha seguida hasta el presente para reorganizar la sociedad, como el carácter de la que debe ser adoptada en la actualidad. Todo se reduce, en último caso, a hacer establecer para la política, mediante las fuerzas combinadas de los sabios europeos, una teoría positiva distinta de la práctica, teniendo por objeto la concepción del sistema social nuevo correspondiente al estado presente de las luces. Así, pues, reflexionando sobre ello, se verá que esta conclusión se resume en una sola idea: hoy en día los sabios deben elevar la política al rango de las ciencias de observación. LA LEY HISTÓRICA DE LOS TRES ESTADOS Ese es el punto de vista culminante y definitivo en el que es necesario situarse. Desde este punto de vista es fácil encerrar la sustancia de todo lo que se ha dicho desde el comienzo de este opúsculo en una seria de consideraciones muy sencillas. Queda por hacer esa importante generalización, que es la única que puede facilitar los medios de ir más lejos al permitir hacer más rápido el pensamiento. Por la naturaleza misma del espíritu humano, cada rama de nuestros conocimientos está obligada en su marcha a pasar sucesivamente por tres estados teóricos distintos: el estado teológico o ficticio; el estado metafísico o abstracto; por último, el estado científico o positivo. En el primero, las ideas sobrenaturales sirven para ligar el pequeño número de observaciones aisladas de que entonces se compone la ciencia. En otros términos, los hechos observados son explicados, es decir, vistos a priori, según hechos inventados. Este estado es necesariamente el de toda ciencia en mantillas. Por imperfecto que sea, es el único modo de unión posible en esta época. Por consiguiente, proporciona el único instrumento por medio del cual se puede razonar sobre los hechos, sosteniendo la actividad del espíritu que tiene necesidad, por encima de todo, de un punto de reunión cualquiera. En una palabra, nos es indispensable para poder ir más lejos. El segundo estado tiene por único destino el servir de medio de transición del primero al tercero. Su carácter es híbrido: liga los hechos según ideas que no son ya en absoluto sobrenaturales por entero. En una palabra, estas ideas son abstracciones personificadas, en las que el espíritu puede ser a su voluntad el nombre místico de una causa sobrenatural, o la enunciación abstracta de una simple serie de fenómenos, según esté más cerca del estado teológico o del estado científico. Este estado metafísico supone que los hechos, cada vez más numerosos, han sido aproximados al mismo tiempo de acuerdo con las analogías más extendidas. El tercer estado es el modo definitivo de una ciencia cualquiera. Los dos primeros no estaban destinados más que a prepararlo gradualmente. Los hechos están ligados de acuerdo con ideas o leyes generales de un orden enteramente positivo sugeridos o confirmados por los hechos mismos, y que con frecuencia no son sino simples hechos lo bastante generales como para convertirse en principios. Se procura reducirlas siempre al menor número posible, pero sin instituir ninguna hipótesis que no sea de una naturaleza comprobable algún día por la observación, y no considerándolas en todos los casos más que como un medio de expresión general de los fenómenos. Los hombres familiarizados con la marcha de las ciencias pueden fácilmente comprobar la exactitud de este resumen histórico general en relación con las cuatro ciencias fundamentales hoy en día positivas: la astronomía, la física, la química y la fisiología, tanto como en las ciencias que le son relativas. Incluso aquellos que no han considerado las ciencias más que en su estado actual, pueden hacer esta comprobación en la fisiología, que, aunque ha llegado a ser al fin positiva como las otras tres, existe todavía bajo las tres formas en las diferentes clases de espíritu desigualmente contemporáneas. Este hecho se pone de manifiesto, sobre todo, por el sector de esta ciencia que considera los fenómenos especialmente denominados morales, concebidos por unos como el resultado de una acción sobrenatural continua, por otros como los efectos incomprensibles de la actividad de una abstracto, y por otros, en fin, como dependiendo de condiciones orgánicas susceptibles de ser demostradas y más allá de los cuales no podría irse. Considerando la política como una ciencia, y aplicándole las observaciones precedentes, nos encontramos con que ha pasado ya por los dos primeros estados y que está presta en la actualidad para alcanzar el tercero. La doctrina de los reyes representa el estado teológico de la política. En efecto, en último análisis, está fundada sobre ideas teológicas. Presenta las relaciones sociales como apoyadas sobre la idea sobrenatural del derecho divino. Explica los cambios políticos sucesivos de la especie humana mediante una dirección sobrenatural inmediata, ejercida de una manera continua desde el primer hombre hasta el actual. Fue así como estuvo concebida la política únicamente, hasta que el sistema antiguo comenzó a declinar. La doctrina de los pueblos expresa el estado metafísico de la política. Está fundada en su totalidad sobre la suposición abstracta y metafísica de un contrato social primitivo, anterior a todo desarrollo de las facultades humanas por la civilización. Los medios habituales de razonamiento que emplea son los derechos, considerados como naturales y comunes en el mismo grado a todos los hombres, que hace garantizar por este contrato. Esa es la doctrina primitivamente crítica, sacada en su origen de la teología, para combatir contra el sistema antiguo, y que después ha sido considerada como orgánica. Ha sido Rousseau principalmente quien le ha resumido en forma sistemática, en una obra que ha servido y que todavía sirve de base a las consideraciones vulgares sobre la organización social. Por último, la doctrina científica de la política considera el estado social, en el cual la especie humana ha sido siempre hallada por los observadores como la consecuencia necesaria de su organización. Concibe el fin de este estado social como determinado por el rango que ocupa el hombre en el sistema natural, tal y como ha sido fijado por los hechos y sin ser considerado como susceptible de explicación. En efecto, ve resultar de esta relación fundamental la tendencia constante del hombre a actuar sobre la naturaleza para modificarla en su favor. Considera a continuación el orden social como teniendo por objeto último el desarrollar colectivamente esta tendencia natural, el regularizarla y concertarla para que la acción útil sea lo más grande posible. Establecido esto, trata de relacionar con las leyes fundamentales de la organización humana, mediante observaciones directas sobe el desarrollo colectivo de la especie, la marcha que ha seguido y los estados intermedios por los cuales se ha visto obligada a pasar antes de alcanzar este estado definitivo. Dirigiéndose de acuerdo con esta serie de observaciones, considera los perfeccionamientos reservados a cada época como dictados, al abrigo de toda hipótesis, por el punto de ese desarrollo a que ha llegado la especia humana. Después concibe para cada grado de civilización las combinaciones políticas, teniendo como objeto único el facilitar los pasos que tienden a darse luego de haber sido determinados con precisión. Ese es el espíritu de la doctrina positiva que hoy se trata de establecer, proponiéndose como fin aplicarlo al estado presente de la especie humana civilizada y no considerando los estados anteriores más como necesarios de observar para establecer las leyes fundamentales de la ciencia. Es fácil explicarse al mismo tiempo por qué la política no ha podido convertirse antes en una ciencia positiva y por qué está llamada a ello en la actualidad. CLASIFICACIÓN DEL SABER CIENTÍFICO Dos condiciones indispensables para ello. fundamentales, distintas aunque inseparables, eran En primer lugar, era menester que todas las ciencias particulares, se hubieran sucesivamente hecho positivas, porque el conjunto no podría ser positivo en tanto que todos los elementos no lo fueran. Esta condición está hoy cumplida. Las ciencias han llegado a ser positivas una tras otra en el orden en que era natural que se operase esta revolución. Este orden es el del grado de complicación mayor o menor de sus fenómenos, o, en otros términos, de su relación más o menos íntima con el hombre. Así, primero los fenómenos astronómicos, por ser los más simples, y a continuación sucesivamente los físicos, los químicos y los fisiológicos, han sido conducidos a teorías positivas; estos últimos en una época muy reciente. La misma reforma no podía efectuarse sino en último lugar para los fenómenos políticos que son los más complicados, puesto que dependen de todos los demás. Pero evidentemente es tan necesario que se efectúe ahora, como imposible ha sido que llegara antes. En segundo lugar, hacía falta que el sistema social preparatorio, en el cual la acción sobre la naturaleza no era sino el fin indirecto de la sociedad, hubiera llegado a su época última. En efecto, por un parte, la teoría no puedo establecerse hasta entonces porque hubiera estado demasiado por delante de la práctica. Estando destinada a dirigirla, no hubiera podido precederla hasta el punto de perderla de vista. Por otra parte, no hubiera tenido antes una base experimental suficiente. Era menester el establecimiento de un sistema de orden social, admitido por una población muy numerosa y compuesto por varias grandes naciones, y la duración máxima posible de ese sistema, para que hubiese podido fundarse una teoría sobre esta vasta experiencia. Esta segunda condición se satisface hoy tan bien como la primera. El sistema teológico destinado a preparar el espíritu humano para el sistema científico, ha llegado al término de su carrera. Esto es indiscutible, puesto que el sistema metafísico, cuyo único objeto es destruir el sistema teológico, ha avanzado en general la preponderancia entre los pueblos. La política científica debe establecerse naturalmente, puesto que, vista la imposibilidad absoluta de abstenerse de una teoría, se ésta no tuviera lugar, habría que suponer que la política teológica se iba a reconstruir al no ser la política metafísica, propiamente hablando, una teoría verdadera, sino una doctrina crítica solamente útil para una transición. MEDIDAS DE ORDEN PRÁCTICA En resumen, no ha habido nunca una revolución moral más inevitable, más madura y más urgente a la vez que la que debe ahora elevar a la política al rango de las ciencias de observación en manos de los sabios europeos coordinados. Sólo esta revolución puede hacer intervenir en la gran crisis actual una fuerza verdaderamente preponderante, la única capaz de regularla y de preservar a la sociedad de las explosiones terribles y anárquicas de que está amenazada, al colocarla en el verdadero camino del siste ma social perfeccionado que reclama imperiosamente el estado de sus inteligencias. Para poner en actividad lo más prontamente posible a las fuerzas científicas destinadas a llenar esta saludable misión, sería necesario presentar el programa general de los trabajos teóricos a ejecutar para reorganizar la sociedad elevando la política al rango de las ciencias de observación. Yo me he atrevido a concebir este plan y lo propongo solemnemente a los sabios de Europa. Profundamente convencido de que, cuando este estudio sea emprendido, mi plan, adoptado o rechazado, conducirá necesariamente a la formación del plan definitivo, no temo convocar a todos lo sabios europeos en nombre de la sociedad, amenazada de una larga y terrible agonía, de la que sólo puede salvarse por su intervención, para que emitan pública y libremente la opinión que les merece el cuadro general de trabajos orgánicos que expongo a su consideración. Este programa se compone de tres series de trabajos. La primera tiene por objeto la formación del sistema de observaciones históricas sobre la marcha general del espíritu humano, destinado a ser la base positiva de la política, en forma tal que le haga perder por completo el carácter teológico y el carácter metafísico y le imprima el carácter científico. La segunda tiende a fundar el sistema completo de educación positiva que es conveniente para la sociedad regenerada, constituyéndose para actuar sobre la naturaleza; o, en otros términos, se propone perfeccionar esta acción mientras dependa de las facultades del agente. Por último, la tercer consiste en la exposición general de la acción colectiva que, en el estado presente de todos sus conocimientos, pueden ejercer los hombres civilizados sobre la naturaleza para reformarla a su favor, dirigiendo todas sus fuerzas hacia este fin y no considerando las combinaciones sociales más que como medios de alcanzarlo.* * Versión española de Francisco Giner de los Ríos. CURSO DE FILOSOFÍA POSITIVA SELECCIÓN ANÁLISIS En 1826 Comte se halla en aptitud, merced a su interna evolución, de ofrecer una nueva doctrina. Está maduro, por así decirlo, para redactar el Curso de Filosofía Positiva, su obra mayor, en la que presenta los materiales, ya ordenados, del positivismo. El autor, en efecto, expone en ella una imagen de la realidad desde un punto de vista positivo, ello es, una actitud que rehúye con desenfado y rechaza con énfasis toda respuesta metafísica. En el mencionado año (1826) recuerda Comte que compuso el programa de un Curso de Filosofía Positiva que habría de impartirse en 72 lecciones, del 1º de abril del propio año al 1º de abril del año siguiente (1827). Constaba de cuatro partes. I. Preliminares generales (2 lecciones). 1. Exposición del objeto del curso (1). 2. Exposición del p lan (1). II. Matemáticas (16 lecciones). 1. Cálculo (7). 2. Geometría (5). 3. Mecánica (4). III. Ciencias de los cuerpos simples (30 lecciones). 1. Astronomía (10). 2. Física (10). 3. Química (10). IV. Ciencia de los cuerpos organizados (24 lecciones). 1. Fisiología (10). 2. Física Social (14). El Curso no se inició en la fecha anunciada, sino en 1828; además, hubo de interrumpirse. El exceso de trabajo le produjo a Comte una inesperada crisis mental seguida de aguda depresión nerviosa. Por fortuna supera pronto tan inoportuna peripecia y, ya restablecido, reemprende en 1829 el Curso, con tan creciente éxito que vino a prodigarle pública fama y numerosos discípulos. Fruto de su labor docente fue la publicación del definitivo, Curso de Filosofía Positiva, cuyo primer volumen (de los seis de que consta) tuvo efecto en 1830. Los cinco restantes, también publicados en París, se editaron a intervalos: 1833, 1835, 1838, 1839, 1842. Esta edición (la princeps) consta de 60 lecciones, repartida en cinco tomos, París, Bachelier, Imprimeur, Libraire pour les sciences (Quai des Agustins, 55), que la Sociedad positivista de enseñanza popular Superior, de París, dirigida por su fiel discípulo Pedro Laffite, reeditó varias veces garantizando su autenticidad y difusión. El tomo primero contiene, tras una Advertencia, de suyo importante, del autor, las nociones preliminares y los fundamentos de la filosofía matemática (lecciones 1-18). La primera lección expone el objeto general del curso o sea la naturaleza e importancia de la filosofía positiva. La segunda, el plan o sea la caracterización y jerarquía de las ciencias. Los temas de la filosofía matemática se extienden de la tercera a la decimocuarta lección (cálculo y geometría). De la decimoquinta a la decimoctava, en fin, se acomete el estudio de la mecánica racional en sus dos formas: la estática y la dinámica. La filosofía positiva es inseparable de las ciencias particulares; más: es la enciclopedia sistematizada del saber científico. Esta noción ya está preformada claramente en los Opuscules. Ahora se extiende y profundiza en el Cours. El tomo segundo está consagrado a la filosofía astronómica y la filosofía física (19-34 lecciones). Manera de decir, conforme a su concepto científico de la filosofía. Después de hablar de la filosofía de la astronomía en general, se pasa a considerar en particular los temas del método de observación, de las aplicaciones de la geometría a los movimientos de los cuerpos celestes (incluyendo a la Tierra), de la ley de gravitación universal, de la estática y de la dinámica asimismo celestes. De la lección 28 a la 34, de la filosofía física, en oportunas reflexiones concernientes a la barología, térmica, acústica, óptica y electricidad. Llenan el tomo tercer (lecciones 35-45) consideraciones acerca de la filosofía química y la filosofía biológica. Respecto de la primera, la meditación toca de frente la química inorgánica (sin omitir la electroquímica y la química orgánica). Desde la lección 40 a la 45 se aborda la biología en su aspecto filosófico. De inmediato se ofrece un examen filosófico de las ciencias biológicas (de anatomía y fisiología). En seguida, se manipulan en su orden problemas de la vida vegetativa y la vida animal. Muy atendible es la lección 45 en donde se habla en tono elocuente de las funciones intelectuales en nexo con la vida orgánica. Desde la biología se está ya dentro del grupo de las ciencias de los cuerpos organizados. La filosofía biológica trae consigo peculiares nociones de suyo importantes. Aparece, preformado, el principio metodológico de análisis y síntesis científicos que en la tercera etapa de la evolución filosófica de Comte (en el Système) será desenvuelto ampliamente por su aplicación conjunta a biología y sociología. Los conceptos de órgano, función y medio llevan al autor a la idea de que en biología la visión sintética (correlativa) del saber es imprescindible. Sólo relacionando las partes que lo constituyen dentro de un medio ambiente, se tiene una noción exacta de un organismo. Dice Comte: “Dado el órgano o la modificación orgánica, hallar la función o el acto, y a la recíproca”. Pero todo organismo, a su turno, nace y se desarrolla en un medio. Este es el conjunto de las circunstancias exteriores necesarias para la existencia de la vida orgánica. La biología, en suma, ha de proceder correlacionando órganos, funciones y medio, ello es, ha de proceder de manera sintética. En las ciencias precedentes (astronomía, física, química) predomina la concepción analítica. El tomo cuarto se ocupa de la parte dogmática de la filosofía social (lecciones 4651). (El término dogmático está concebido en su acepción de punto fundamental de doctrina). Se inicia el tomo haciendo ver la necesidad y oportunidad de la física social, ello es, la consideración de los hechos sociales conforme a los métodos de la ciencia natural. Tras de enjuiciar los caminos hasta entonces seguidos por la filosofía en el estudio de las ciencias sociales, muestra cómo procede el método positivo en tal empresa (lección 48). Ante todo, precisa establecer, las relaciones de la física social con las otras ramas de la filosofía positiva (lección 49). Las lecciones 50 y 51, respectivamente, abordan los fundamentos de la estática social (orden natural de las sociedades humanas) y la dinámica social (el progreso natural de la humanidad). El tomo quinto (lecciones 52-55) contempla en especial la parte histórica de la filosofía social en todo lo que concierne al estado teológico y al estado metafísico. Del tercer estado por el que ha atravesado la humanidad, el estado positivo, se ocupará el tomo sexto. Para el estudio de las tres edades del estado teológico, a saber, el fetichismo, el politeísmo y el monoteísmo, están consagradas, en su orden, las lecciones 52, 53 y 54. A la concepción teológica corresponde un régimen sacerdotal y militar, a la vez. Con el fetichismo nace este régimen; con el politeísmo, se desenvuelve, y se consolida y legaliza con el monoteísmo. El estado metafísico (lección 55) es crítico al respecto al teológico y se prolonga hasta las sociedades modernas. Con el tiempo, empero, apunta a una época revolucionaria, la cual va minando al régimen teológico y militar en su conjunto. El gobierno militarista cede el lugar poco a poco a un gobierno de legistas. El tomo sexto y último contiene, tras un Prefacio Personal (en donde Comte, ante los peligros que entraña una nueva doctrina, asegura “mantener con energía” su pensamiento) las lecciones 56-60, divididas en dos partes: la parte histórica del estado positivo de la filosofía social (56 y 57), y las Conclusiones generales (58-60). En el estado positivo de la humanidad: dentro del saber surge, poderosa, la creciente especialización de las ciencias, y en la política se opera una convergencia progresiva en favor de un régimen racional y pacifista. Contemplando orígenes, proceso y resultados de la Revolución Francesa, o europea, se advierte el inmediato futuro del género humano. A la luz de las nuevas circunstancias se formula en la lección 58 una apreciación de conjunto acerca de las posibilidades y eficacia del método positivo. Finalmente se valora (lección 59) la filosofía positiva en general, y de ahí se obtiene un juicio de la acción consecuencia e inseparable que conlleva el positivismo (lección 60). Unas palabras finales sobre esta obra. El texto regulativo del Curso de filosofía positiva es el de la primera edición, la única que apareció en vida de Comte. En 1852, aún en vida del autor, tuvo efecto una exacta reimpresión del primer volumen, autorizada. Muerto Comte, Emilio Littré dirigió tres reediciones sucesivas de toda la obra. Por desgracia, aparecieron con no pocas faltas tipográficas, sobre todo la última. En 1892, el discípulo ortodoxo de Comte, Pedro Laffitte, reeditó nuevamente la obra estrictamente conforme a la primera, corrigiendo las erratas de imprenta. Desde entonces, ésta es la más consultada. NOCIÓN DE LA FILOSOFÍA POSITIVA Dado el empleo constante (dentro de una acepción invariable) del vocablo filosofía, en este curso, me ha parecido superfluo definirla de otro modo que por el uso uniforme que hago de ella. La primera lección puede ser considerada, en particular como el análisis de la definición exacta de lo que denomino filosofía positiva. Lamento, sin embargo, haber tenido que aceptar el término filosofía, tan abusivamente empleado en multitud de acepciones diversas; pero el adjetivo positiva con que modifico su sentido, me parece suficiente para deshacer desde luego todo equívoco, al menos para quienes conozcan bien su significación. Me limitaré, por ello, a declarar que uso la palabra filosofía como la emplearon los antiguos, especialmente Aristóteles, en su significación de sistema general de las concepciones humanas. Añadiendo la palabra positiva, anuncia esta manera especial de filosofar, que consiste en ver en las teorías, cualquiera sea su orden de ideas, como dirigidas a la coordinación de los hechos observados, lo cual constituye el tercero y último estado de la filosofía general, primitivamente teológico y después metafísico, según explico desde la primera lección. Hay sin duda demasiada analogía entre mi filosofía positiva y lo que los sabios ingleses entienden, sobre todo desde Newton, por filosofía natural. Pero no acepté esta denominación, ni la de la filosofía de las ciencias –quizá más precisa- porque ni una ni otra abarcan todas las especies de fenómenos, mientras que la filosofía positiva en la que implico el estudio de los fenómenos sociales además de todos los otros, designa un modo uniforme de razonar aplicable a cualesquiera temas sobre los que puede ejercitarse el espíritu humano. Además, la expresión filosofía natural es usada en Inglaterra para designar el conjunto de las diversas ciencias de observación, incluyendo conocimientos muy especiales, mientras que por filosofía positiva, y frente a ciencias positivas, entiendo sólo el estudio de las generalidades de las diversas ciencias, interrogándolas como sumisas a un método único y comprensivas de las diferentes partes de un plan general de investigaciones. La expresión que he debido construir es, así, a la vez, más extensa y más restringida que dichas denominaciones análogas, las que en su fundamental carácter, a primera vista podrían verse como equivalentes.* LA LEY DE LOS TRES ESTADOS Con la mira de explicar de modo conveniente la verdadera naturaleza y el carácter propio de la filosofía positiva, es indispensable contemplar en general la marcha progresiva del espíritu humano, considerado en su conjunto: pues ninguna concepción puede elaborarse con acierto si no es por su historia. Estudiando el desarrollo total de la inteligencia humana en las diversas esferas de su actividad, desde su primer y simple manifestación hasta nuestros días, creo haber descubierto una gran ley fundamental, a la que se halla sometido por una necesidad * Advertencia preliminar. Versión de F. Larroyo. Invariable, y que me parece poder determinar, sea sobre las pruebas racionales suministradas por el conocimiento de nuestra organización, sea sobre las verificaciones históricas resultantes de un examen atento del pasado. Esta ley expresa que cada una de nuestras concepciones principales, cada rama de nuestros conocimientos, pasa sucesivamente por tres estados teóricos diversos: el estado teológico o ficticio; el estado metafísico o abstracto, y el estado científico o positivo. En otros términos: el espíritu humano por su naturaleza emplea sucesivamente en cada una de sus investigaciones tres métodos de filosofar, cuyo carácter es esencialmente diferente, e incluso radicalmente opuesto: primero el método teológico, después el método metafísico y al fin el método positivo. De ahí tres clases de filosofía, o de sistemas generales de concepciones sobre el conjunto de los fenómenos, que se excluyen mutuamente: el primero es el punto de partida necesario de la inteligencia humana: el tercero su estado fijo y definitivo; el segundo está destinado únicamente a servir de transición. En el estado teológico, el espíritu humano, dirigiendo esencialmente sus búsquedas hacia la naturaleza íntima de los seres, las causas primeras y finales de todos los hechos que percibe, dicho brevemente, hacia los conocimientos absolutos, se imagina los fenómenos como provocados por la acción directa y permanente de agentes sobrenaturales más o menos copiosos, cuya arbitraria influencia explica las aparentes irregularidades del universo. En el estado metafísico, que no es en verdad sino una mera modificación general del primero, se sustituyen los agentes sobrenaturales por fuerzas abstractas, verdaderas entidades (abstracciones personificadas) propias de los diversos seres del mundo y concebidas como capaces de engendrar por ellas mismas todos los fenómenos observados, y cuya explicación consiste entonces en atribuir a cada uno de ellos cierta entidad. Al fin, en el estado positivo, el espíritu humano, reconociendo la imposibilidad de llegar a nociones absolutas, renuncia a buscar el origen y el destino del universo y a conocer las causas íntimas de los fenómenos, para ver únicamente de descubrir, mediante el empleo bien combinado del razonamiento y de la observación, sus leyes efectivas, es decir, sus relaciones invariables de sucesión y de similitud. La explicación de los hechos, reducida entonces a sus términos reales, no es ya sino la relación establecida entre los diversos fenómenos particulares y ciertos hechos generales que el progreso de las ciencias aspira cada vez más a reducir en número. La doctrina teológica llegó a la más alta evolución de que es susceptible cuando vino a sustituir el juego vario de las numerosas divinidades independientes que habían sido ideadas primitivamente, por la acción providencial de un ser único. Asimismo, el último término de la doctrina metafísica consiste en concebir, en vez de entidades particulares diversas, una entidad muy general y única, la naturaleza, considerada como fuente única de todos los fenómenos. De parecida manera, la perfección del sistema positivo hacia la que tiende sin cesar, aun cuando sea muy probable que no lo logre nunca, será el poder representarse todos los fenómenos observables como casos particulares de un solo hecho general, acaso el de la gravitación.* *Tomo I. Versión de F. Larroyo. IMPORTANCIA DE LAS IDEAS Las ideas gobiernan o desarreglan al mundo, o, en otros términos, el mecanismo social en general reposa en definitiva sobre opiniones... La gran crisis política y moral de las sociedades actuales se origina, en último análisis, en la anarquía intelectual. Nuestro mayor de los daños consiste, en efecto, en la profunda divergencia que existe ahora entre todos los espíritus con respecto a todas las máximas fundamentales cuya fijeza es la primera condición de un verdadero orden social. Mientras las inteligencias individuales no reconozcan y acepten mediante un sentimiento unánime, cierto número de ideas generales capaces de constituir una doctrina social común, no es posible ignorar que el estado de las naciones continuará siendo, de modo inexorable, esencialmente revolucionario, a pesar de todos los paliativos políticos que podrán adaptarse, y que, de hecho, sólo traerán consigo modificaciones precarias. RELACIONES (LEYES) DE SUCESIÓN Y SIMILITUD, NO CAUSAS Se advierte, así, por esta serie de consideraciones, que si la filosofía positiva es el verdadero estado definitivo de la inteligencia humana, hacia el cual propende cada vez más, no por ello se ha dejando de emplear primero y necesariamente, y a lo largo de muchos siglos, ya como método, ya como doctrina provisional, la filosofía teológica, filosofía cuyo carácter es la espontaneidad, y por esto mismo la única que puede ofrecer un interés suficiente a nuestro espíritu naciente. Es fácil admitir ahora que, para pasar de esta filosofía provisional a la filosofía definitiva, el espíritu humano ha tenido que adoptar naturalmente, como filosofía transitoria, los métodos y las doctrinas metafísicas. Esta última consideración es indispensable para completar la visión general de la gran ley que vengo señalando. Compréndese así, en efecto, que nuestro entendimiento, obligado a avanzar por gradaciones casi insensibles, no podía pasar, bruscamente y sin intermediarios, de la filosofía teológica a la filosofía positiva. La teología y la física son tan hondamente incompatibles, sus concepciones tienen un carácter tan radicalmente opuesto, que antes de renunciar a las ideas de una para emplear las de la otra, la inteligencia humana ha tenido que servirse de concepciones intermedias, de un carácter híbrido, adecuadas por ello para lograr gradualmente una transición. Tal es el destino natural de las concepciones metafísicas: no tienen otra utilidad efectiva. Al sustituir la acción sobrenatural directriz por una entidad correspondiente e intrínseca, aun cuando ésta no sea concebida en un principio más que como una emanación de la primera, el hombre se ha habituado poco a poco a no considerar en el estudio de los fenómenos sino los hechos en sí, mismos, habiéndose utilizado gradualmente las nociones de estos agentes metafísicos, hasta llegar a ser, para cualquier espíritu recto, tan sólo nombres abstractos de fenómenos. No es posible imaginar por qué otro procedimiento hubiera podido pasar nuestro entendimiento de las consideraciones sobrenaturales a las consideraciones puramente naturales, ello es, del régimen teológico al régimen positivo. Establecido de esta manera, una vez más, hasta donde me es posible hacerlo sin caer en una decisión especial que no sería oportuna ahora, la ley general del desarrollo del espíritu humano, tal como lo concibo, nos será ahora ya fácil determinar con precisión la naturaleza propia de la filosofía positiva, objeto esencial de este discurso. Por todo lo dicho, vemos que el carácter fundamental de la filosofía positiva consiste en captar todos los fenómenos como sujetos a leyes naturales invariables, cuyo descubrimiento preciso y reducción al menor número posible son la meta de todos nuestros esfuerzos, considerando como absolutamente inaccesible para nosotros y vacía de sentido la búsqueda de lo que se llaman causas sean primeras, sean finales. Es inútil insistir demasiado en una actitud que hoy día se ha hecho familiar a todos aquellos que han estudiado un poco a fondo las ciencias de observación. Ellos saben, en efecto, que en nuestras explicaciones positivas, aun en las más perfectas, no tenemos en modo alguno la pretensión de exponer las causas generadores de los fenómenos, puesto que jamás haríamos nada más sino retrasar la dificultad; queremos, por el contrario, examinar con exactitud las circunstancias que la han producido, y enlazar las unas con las otras mediante relaciones normales de sucesión y similitud. RECORRIDO DE LA FILOSOFÍA POSITIVA Una vez caracterizada la tarea de la filosofía positiva lo más exactamente que me es dado hacerlo en este panorama de conjunto que desarrollo a lo largo de este curso, debo examinar ahora a qué nivel de formación ha llegado hoy día y qué es lo que falta para que acabe de constituirse. Respecto de esto, precisa considerar primero que las diferentes ramas de nuestros conocimientos no han realizado con la misma velocidad las tres grandes fases de su desarrollo mencionadas. Tampoco han llegado simultáneamente al estado positivo. Tocante a ello existe un orden invariable y necesario, que nuestros diversos modos de concepción han seguido de manera obligada en su progresión, y cuyo examen preciso es el complemento indispensable de la ley fundamental enunciada anteriormente. Este orden será el tema principal de la próxima lección. Por ahora bástenos saber que esta de acuerdo con la variada naturaleza de los fenómenos y que esta determinado por su grado de generalidad, de simplicidad y de independencia recíproca, tres consideraciones que, aunque distintas, concurren a un mismo fin. Así, los fenómenos astronómicos primero, por ser los más generales, los más simples y los más independientes de todos los demás; y sucesivamente por las mismas razones han sido aproximados a teorías positivas los fenómenos de la física terrestre propiamente dicha, los de la química y finalmente los fenómenos fisiológicos. No es dable señalar el origen preciso de esta revolución; pues puede decirse con exactitud como de todos los demás acontecimientos humanos, que se han realizado constantemente y de más en más, principalmente después de los trabajos de Aristóteles y de la escuela de Alejandría, y mas tarde cuando se introdujeron las ciencias naturales en la Europa occidental por los árabes. Con todo, puesto que conviene fijar una fecha para precisar las ideas, señalaré la del gran movimiento dado el espíritu humano desde hace dos siglos por la acción combinada de los preceptos de Bacon, las concepciones de Descartes y los descubrimientos de Galileo, como el momento en que empezó a manifestarse en el mundo este espíritu de la filosofía positiva, en oposición evidente con el espíritu teológico y metafísico. A la sazón, en efecto, las concepciones positivas se apartaron, de cierto, de la mezcla supersticiosa y escolástica que más o menos ocultó el verdadero carácter de todos los precedentes trabajos. FUTURO DE LA FILOSOFÍA POSITIVA, EL ESPECIALISMO Es ley necesaria. Cada rama del sistema científico se desprende poco a poco del tronco cuando adquiere bastante consistencia para emprender un estudio separado, es decir, cuando ha llegado al punto en que puede ocupar por ella sola la actividad permanente de ciertas inteligencias. Sin duda alguna, a esta repartición de las diversas investigaciones entre diferentes clases de científicos se debe el desarrollo tan extraordinario que ha alcanzado al fin en nuestros días cada diversa clase de conocimientos humanos, y que manifiesta la imposibilidad, para los modernos, de aquella universalidad de las investigaciones especiales, tan fácil y frecuente en los tiempos antiguos. En una palabra, la división del trabajo intelectual cada vez más perfeccionada, es uno de los atributos característicos muy significativo de la filosofía positiva. Reconociendo las consecuencias prodigiosas de esta división, y viendo ahora ya en ella la verdadera base fundamental de la organización general del conjunto del saber, es imposible, por otra parte, no conmoverse ante los graves inconvenientes que engendra en su estado actual, por el excesivo particularismo de las ideas que ocupan exclusivamente a cada inteligencia individual. Tal resultado es inevitable, sin duda, como inherente al principio mismo de la división; es decir, que de ninguna manera podremos equipararnos en este respecto a los antiguos, en los que semejante superioridad no se debía sino al exiguo desarrollo de sus conocimientos. Con todo, me parece que podemos evitar con medios adecuados los efectos más perniciosos de la especialización exagerada, sin entorpecer la influencia vivificante de la separación de las investigaciones. Hay que acometer el problema con toda seriedad, porque estos inconvenientes, que por su naturaleza tienden a acrecentarse sin límite, comienzan ya a ser muy perceptibles. Todos confiesan que las divisiones establecidas para un mayor perfeccionamiento de nuestros trabajos entre las diferentes ramas de la filosofía natural acaban por ser artificiales. No ignoremos que a pesar de esta confesión, es ya muy pequeño en el mundo científico el número de inteligencias que abarcan en su concepción el conjunto incluso de una sola ciencia, que a su vez no es más que una parte del todo. La mayoría se limita ya por completo a la consideración aislada de una sección más o menos extensa de una ciencia determinada, sin preocuparse demasiado a la relación de estos trabajos particulares con el sistema general de los conocimientos positivos. Es muy urgente el remediar este mal antes de que se torne mucho mayor. Hay que temer que el espíritu humano acabe por perderse en medio de trabajos de detalle. No nos engañemos; éste es el punto señaladamente débil por el que los partidos de la filosofía metafísica pueden combatir a la filosofía positiva con algunas perspectivas de éxito. El idóneo recurso de atajar la influencia corrosiva que parece amenazar al futuro intelectual, a consecuencia de una especialización demasiado grande en las investigaciones individuales, evidentemente no podrá ser la vuelta a la antigua confusión de los trabajos encaminada a retrogradar el espíritu humano, y que felizmente hoy día se ha hecho imposible. A la inversa, consiste en el perfeccionamiento de la división misma del trabajo. Basta, en efecto, con hacer del estudio de las generalidades científicas una gran especialidad más. Que una nueva clase de científicos, preparados por una educación adecuada, sin entregarse al estudio especial de ninguna rama particular en la filosofía natural, se ocupen únicamente, considerando en su estado actual las diversas ciencias positivas, en determinar exactamente el espíritu de cada una de ellas, de descubrir sus relaciones y enlaces, de resumir, si es posible, todos los principios propios en un número de principios comunes, sin descuidar jamás las máximas fundamentales del método positivo. Por otro lado, que los otros científicos, antes de entregarse a sus investigaciones respectivas, se hayan capacitado mediante una educación que se ocupe del conjunto de los conocimientos positivos, para aprovecharse desde luego de las luces que provengan de estos científicos entregados al estudio de las generalidades, y recíprocamente para rectificar sus resultados, situación a la que los científicos se aproximan ostensiblemente día con día. Cuando se satisfagan estas dos grandes condiciones, y es claro que pueden cumplirse, la división del trabajo en las ciencias podrá llegar, sin ningún peligro, tan lejos como exija el desarrollo de los diversos órdenes de conocimiento. Una clase diversa, en contacto permanente con todas las demás, que tenga como función propia y continua el vincular cada nuevo descubrimiento particular al sistema general, y no habrá ya que temer el que una señalada preferencia concedida a los detalles impida jamás ver el conjunto. Dicho brevemente: se habrá constituido la organización moderna del mundo científico y no quedará sino desarrollarla, indefinidamente, conservando siempre el mismo carácter. Formar del estudio de las generalidades científicas una sección aparte del gran trabajo intelectual, es simplemente extender la aplicación del mismo principio de división que sucesivamente ha ido separando las diversas especialidades; pues mientras las diversas ciencias positivas han estado poco desarrolladas, sus relaciones mutuas no podían tener importancia suficiente para dar lugar, por lo menos de un modo permanente, a una clase particular de trabajos, y al mismo tiempo la necesidad de este nuevo estudio era mucho menos urgente. Mas por ahora cada una de las ciencias ha adquirido por separado una extensión suficiente para que sus mutuas relaciones puedan dar lugar a trabajos continuados, al mismo tiempo que este nuevo orden de estudios se hace indispensable para prevenir la dispersión de las concepciones humanas. Es éste la manera como yo concibo el futuro de la filosofía positiva, dentro del sistema general de las ciencias positivas propiamente dichas. Es ésta, por lo menos, la finalidad de este curso. SISTEMA Y UNIDAD DEL MÉTODO Al señalar por tarea a la filosofía positiva el resumir en un solo cuerpo de doctrina homogénea el conjunto de los conocimientos adquiridos propios de los diferentes órdenes de fenómenos naturales, estaba lejos de mi pensamiento el querer proceder al estudio general de estos fenómenos, considerando a todos ellos a manera de efectos múltiples de un principio único, como sujetos a una misma y sola ley. Si bien es preciso tratar en especial esta cuestión en la lección próxima, creo desde ahora deber manifestarla, a fin de prevenir los reproches muy mal fundados que podrán dirigirme quienes, a partir de una visión falsa, clasificarían este curso entre los intentos de explicación universal que aparecen a diario de espíritus completamente extraños a los métodos y a los conocimientos científicos. No se trata de nada semejante; y el desarrollo de este curso dará una prueba fehaciente a todos aquellos a quienes las aclaraciones contenidas en este discurso hayan dejado alguna duda sobre el particular. A tenor de mi convicción personal, considero esto intentos de explicación universal de todos los hechos mediante una ley única como de sobra quiméricos, aun cuando sean intentados por las inteligencias más competentes. Creo que los recursos del espíritu humano son demasiado débiles y el universo demasiado complicado para lograr semejante perfección científica, nunca a nuestro alcance, y además considero que es una idea demasiado halagüeña de los resultados que se obtendrían en caso de ser factible. ...................................................................... Ya no es forzoso emitir más argumentos para mostrar que la finalidad de este curso no es presentar todos los fenómenos naturales como siendo idénticos en el fondo, excepto la variedad de sus circunstancias. La filosofía positiva, sería, claro, más completa si pudiera ser así. Mas esta condición no es en absoluto necesaria para su elaboración sistemática ni ara la realización de grandes y gratas consecuencias para las que esta sin duda destinada. No hay, en efecto, más unidad necesaria que la unidad de método, la cual puede y debe existir evidentemente, y se halla ya establecida en su mayor parte. Tocante a la doctrina no es necesario que sea una, basta con que sea homogénea. Por ello, desde el doble punto de vista de la unidad de método y de la homogeneidad de doctrinas, consideremos en este curso las diferentes clases de teorías positivas. Con la mira de disminuir, en la medida de lo posible, el número de leyes generales necesarias para la explicación positiva de los fenómenos naturales, lo cual es, en efecto, el fin filosófico de la ciencia, estimamos como infundado aspirar nunca, aun en el futuro más alejado, al intento de reducirlas rigurosamente a una sola ley. ENCICLOPEDIA DE LAS CIENCIAS POSITIVAS Las ciencias ofrecen en su variedad un carácter evidente. Constituyen una enciclopedia, que proviene de las diversas clases de fenómenos naturales que estudian. Es obvio, en efecto, que antes de emprender el estudio metódico de alguna de las ciencias fundamentales hay que prepararse necesariamente por el examen de las relativas a los fenómenos anteriores de una escala enciclopédica, puesto que éstas influyen siempre de modo preponderante sobre aquellas cuyas leyes se propone uno conocer. Dicha circunstancia es de tal modo sorprendente que, a pesar de su extrema importancia práctica, no precisa insistir en este momento sobre un principio que más tarde se reproducirá en otro sitio consecuentemente en orden a cada ciencia fundamental. Sólo habré de limitarme a hacer observar que, si es de suyo aplicable a la educación general, lo es también particularmente a la educación especial de los hombres de ciencia. Por ej., los físicos que no han estudiado antes astronomía, al menos desde un punto de vista general; los químicos que antes de ocuparse de su ciencia propia no han estudiado con anterioridad astronomía y después física; los fisiólogos que no se han preparado para sus trabajos especiales con un estudio preliminar de astronomía, de la física y de la química, han omitido una de las condiciones fundamentales de su formación intelectual. Esto es aún mucho más obvio para los espíritus que quieren entregarse al estudio positivo de los fenómenos sociales sin haber adquirido primero en conocimiento general de la astronomía, de la física, de la química y de la fisiología. Dado que dichas exigencias raramente se cumplen en la actualidad y ninguna institución regular se ha organizado para cumplirlas, se puede decir que aún no existe para los científicos una educación verdaderamente racional. Apreciación tal es a mis ojos de tan gran importancia que no temo atribuir, en parte, a este vicio de la educación el actual estado de imperfección extrema en que aún vemos las ciencias más difíciles, estado verdaderamente inferior a lo que prescribe, en efecto, la naturaleza más complicada de los fenómenos estudiados. En relación con la educación general, esta exigencia es aún mucho más necesaria. Me parece de tal modo indispensable, que ve la enseñanza científica como incapaz de realizar los resultados generales más esenciales que está destinada a realizar en la sociedad para poder renovar el sistema intelectual, si las diversas ramas principales de la filosofía natural no se estudian en un orden conveniente. No se olvide que en casi todas las inteligencias, incluso las más elevadas, las ideas permanecen de ordinario aprisionadas, según el orden de su primera adquisición; y que, por consiguiente, es un mal, las más de las veces irremediable, no haber empezado por donde se debe.* * Tomo I. Versión de F. Larroyo CIENTIFICIDAD Y METODO POSITIVO Cuando se trata no sólo de saber lo que es el método positivo, sino de tener de él un conocimiento lo bastante claro y profundo como para utilizarlo efectivamente, hay que considerarlo actuando: hay que estudiar las diversas y grandiosas aplicaciones bien comprobadas que de él ha hecho ya el espíritu humano. En una palabra, sólo es posible llegar a él mediante el examen filosófico de las ciencias. No es posible estudiar el método aisladamente de las investigaciones en que se emplea, o resulta un estudio muerto, incapaz de fecundar el espíritu que a él se dedique. Todo lo real que de él se puede decir cuando se le enfrenta en abstracto, se reduce a generalidades tan vagas que en nada influirán sobre el régimen intelectual. Si alguien establece lógicamente que nuestros conocimientos deben fundarse en la observación, que debemos proceder a veces de los hechos a los principios y a veces de los principios a los hechos, u otros aforismos análogos, conocerá mucho menos al método que se ha estudiado un poco profundamente una sola ciencia, creyendo comprender el método positivo por haber leído los preceptos de Bacon o los discurso de Descartes. No sé si más adelante ase podrá hacer a priori un verdadero curso de método totalmente independiente del estudio filosófico de las ciencias; pero estoy seguro de que hoy es irrealizable, pues los grandes procedimientos lógicos no pueden aún ser explicados con la precisión suficiente aisladamente de sus aplicaciones. Me atrevo a añadir, además, que, aun cuando tal empresa pudiese realizarse inmediatamente –lo que, en efecto, es concebible-, sólo por el estudio de las aplicaciones regulares de los procedimientos científicos podríamos llegar a formarnos un buen sistema de hábitos intelectuales, objeto esencial del método. ...................................................................... Considerando, a través de este curso, la sucesión de las diversas clases de fenómenos naturales, haré resaltar cuidadosamente una ley filosófica muy importante y totalmente inadvertida hasta hoy, cuya primera aplicación quiero señalar aquí. Consiste en que, a medida que los fenómenos que hay que estudiar son más complicados, resultan más susceptibles, por su naturaleza, de medios de exploración más extensos y variados, sin que, desde luego, haya exacta compensación entre el crecimiento de las dificultades y el aumento de éstos; por ello, a pesar de esta armonía, las ciencias dedicadas a los fenómenos más complejos –siguiendo la escala enciclopédica establecida desde el comienza de esta obra- son las más imperfectas. Así, los fenómenos astronómicos, por ser los más simples, deben ser los que se encuentren con medios de exploración más limitados. Nuestro arte de observar se compone, en general, de tres procedimientos diferentes: 1º, observación propiamente dicha, o sea, examen directo del fenómeno tal como se presenta naturalmente; 2º, experimentación, o sea, contemplación del fenómeno más o menos modificado por circunstancias artificiales que intercalamos expresamente buscando una exploración más perfecta; y 3º, comparación, o sea, la consideración gradual de una serie de casos análogos en que el fenómeno se vaya simplificando cada vez más. LA CLASIFICACIÓN DE LAS CIENCIAS Para obtener una clasificación natural y positiva de las ciencias fundamentales, debemos buscar su fundamento en la comparación de los diversos órdenes de fenómenos cuyas leyes procuran descubrir. Lo que queremos determinar es la dependencia real de los diversos estudios científicos, y sólo surgirá de la dependencia de los fenómenos correspondientes. Considerando así a todos los fenómenos observables, veremos que es posible clasificarlos en un pequeño número de categorías naturales, dispuestas de tal manera que el estudio racional de cada categoría precedente y sea el fundamento del estudio de la siguiente. Este orden es determinado por el grado de simplicidad o, lo que equivale a lo mismo, por el grado de generalidad de los fenómenos, de donde resulta su dependencia sucesiva y, por ella, la mayor o menor facilidad de su estudio. En efecto, a priori se ve que los fenómenos más simples, los que menos se complican con otros, son también los más generales, pues lo que se observa en la mayoría de los casos está, por esto mismo, desprendido todo lo posible de las circunstancias propias de cada caso separado. Hay, pues, que comenzar por el estudio de los fenómenos más gene rales o más simples, continuando sucesivamente hasta los más particulares o más complicados, si queremos concebir la filosofía natural de un modo verdaderamente metódico; porque este orden de generalidad o de simplicidad al determinar necesariamente el encadenamiento racional de las diversas ciencias fundamentales por la dependencia sucesiva de sus fenómenos, fija su grado de facilidad. A la vez, por una consideración auxiliar que crea importante señalar aquí y que converge exactamente con todas las precedentes, los fenómenos más generales o más simples, por ser necesariamente los más extraños al nombre, deben ser estudiados con una disposición de espíritu más serena, más racional, lo que constituye un nuevo motivo para que las ciencias correspondientes se desarrollen más rápidamente. Habiendo indicado así la regla fundamental que debe presidir la clasificación de las ciencias, puedo pasar inmediatamente a la construcción de la escala enciclopédica conforme a la cual debe ser determinado el plan de este curso y que cualquiera podrá apreciar valiéndose de las consideraciones precedentes. Una primera contemplación del conjunto de los fenómenos naturales nos lleva a dividirlos en seguida, conforme al principio recién establecido, en dos grandes clases principales: La primera comprende los fenómenos de los cuerpos brutos; la segunda, los de los cuerpos organizados. Estos últimos son, evidentemente, más complicados y particulares que los otros, y dependen de los precedentes, los que, por el contrario, en modo alguno dependen de éstos. De aquí la necesidad de no estudiar los fenómenos fisiológicos sino después de hacerlo con los de los cuerpos inorgánicos. De cualquier modo que se expliquen las diferencias que hay entre estas dos clases de seres, lo cierto es que se observan en los cuerpos vivos todos los fenómenos –mecánicos o químicos- que se dan en los cuerpos brutos, más un orden especial de fenómenos: los vitales propiamente dichos, los que tienden a la organización. No se trata aquí de examinar si las dos clases de cuerpos son o no de la misma naturaleza , cuestión insoluble que se agita mucho en nuestros días, por resabios de hábitos teológicos y metafísicos; tal cuestión no cabe en la filosofía positiva, que hace profesión formal de ignorar en absoluto la naturaleza íntima de un cuerpo cualquiera. Pero no es indispensable considerar a los cuerpos brutos con naturaleza esencialmente diferente de la de los vivos, para reconocer la necesidad de la separación de sus estudios. Sin duda, no están aún suficientemente fijas las ideas sobre el modo general de interpretar los fenómenos de los cuerpos vivos; pero, sea cualquiera el partido que a tal respecto se pudiera tomar como consecuencia de ulteriores progresos de la filosofía natural, la clasificación que de ellos establecemos aquí no se vería afectada. En efecto, dése por demostrado –lo que apenas permitiría entrever el estado presente de la fisiología - que los fenómenos fisiológicos son siempre meros fenómenos mecánicos, eléctricos, químicos, modificados por la estructura y composición propias de los cuerpos organizados, y nuestra división fundamental no se conmovería. Porque continúa siendo cierto, aun con tal hipótesis, que los fenómenos generales deben ser estudiados antes de proceder al examen de las modificaciones especiales que experimentan en ciertos seres del universo, como consecuencia de una disposición particular de las moléculas. Así, la división, que la mayoría de los espíritus cultos fundan hoy en la diversidad de las leyes, se mantiene, por naturale za, indefinidamente a causa de la subordinación de los fenómenos y, por tanto, de los estudios sea cualquiera la vecindad que pudiera establecerse entre ambas clases de cuerpos. No hay lugar aquí a desenvolver en sus diversas partes esenciales la comparación general entre los cuerpos brutos y los vivos, pues será examinado profundamente en la sección fisiológica de este curso. Basta ahora haber reconocido, en principio, la necesidad lógica de separar la ciencia de los primeros de la que se refiere a los segundos, y de no proceder al estudio de la física orgánica sino después de haber establecido las leyes generales de la física inorgánica. Pasemos ahora a la determinación de la subdivisión principal de que es susceptible, según la misma regla, cada una de a l s grandes mitades de la filosofía natural. Respecto a la física inorgánica, vemos primero –ajustándonos siempre al orden de generalidad y dependencia de los fenómenos- que debe ser dividida en dos secciones distintas, según que considere los fenómenos generales del universo o que estudie en particular los de los cuerpos terrestres. De aquí la física celeste o astronomía –geométrica o mecánica- y la física terrestre. La necesidad de esta división es exactamente semejante a la de la anterior. Siendo los fenómenos astronómicos los más generales, simples y abstractos de todos, la filosofía natural debe comenzar, evidentemente, por su estudio, ya que las leyes a que están sujetos influyen sobre las de todos los demás fenómenos, de los que son, a su vez, esencialmente independientes. En efecto, en todos los fenómenos de la física terrestre se observan los efectos generales de la gravitación universal, a más de los otros efectos que les son peculiares y que modifican a los primeros. De aquí que, cuando se analice el fenómeno terrestre más simple –no ya uno químico sino uno meramente mecánico-, se le halle siempre más complejo que el fenómeno celeste más complicado. Por eso, por ejemplo, el mero movimiento de un cuerpo grave, aun tratándose de un sólido, presenta en realidad, teniendo en cuenta todas sus circunstancias determinantes, un conjunto de investigaciones más complicado que la más difícil cuestión astronómica. Tal consideración muestra claramente cuán indispensable es separar con precisión la física celeste de la terrestre, y no proceder al estudio de la segunda sino después del de la primera, cuya base racional es. La física terrestre se subdivide, a su vez y según el mismo principio, en dos porciones distintas, según que estudie a los cuerpos desde el punto de vista mecánico o desde el químico; de donde surgen la física propiamente dicha y la química. La concepción metódica de ésta supone evidentemente el conocimiento previo de la otra, porque todos los fenómenos químicos son necesariamente más complicados que los físicos, de los que dependen sin influir sobre ellos. Se sabe, en efecto, que toda acción química, está sometida previamente a la influencia de la gravedad, del calor, de la electricidad, etc., presentando además algo peculiar que modifica la acción de los agentes precedentes. Esta consideración que presenta a la química como incapaz de marchar sino después de la física, la presenta a la vez como ciencia distinta; porque, sea cualquiera la opinión que se adopte respecto a las afinidades químicas, y aun no viendo en ellas –como es concebible- sino modificaciones de la gravitación general producida por la figura y disposición mutua de los átomos, resultaría evidente que la necesidad de enfrentarse continuamente con esas condiciones especiales no permitiría tratar a la química como un mero apéndice de la física. Se estaría, pues, obligado en todos los casos, aunque sólo fuera por facilitar el estudio, a mantener la división y encadenamiento que hoy se considera decisivo para la heterogeneidad de los fenómenos. Tal es la distribución racional de las principales ramas de la ciencia general de los cuerpos brutos. Análoga división se establece, del mismo modo, en la ciencia general de los cuerpos organizados. Todos los seres vivos presentan dos órdenes de fenómenos esencialmente distintos: los relativos al individuo, y los que conciernen a la especie, sobre todo cuando es sociable. Referida al hombre, esta distinción es fundamental. El último orden de fenómenos es evidentemente más complicado y particular que el primero, del que depende sin influir sobre él. De aquí, dos grandes secciones en la física orgánica: la fisiología propiamente dicha y la física social, fundada en la primera. En todos los fenómenos sociales se observa en primer término la influencia de las leyes fisiológicas del individuo y, además, algo peculiar que modifica los efectos de aquélla, y que es debido a la acción de los individuos entre sí, especialmente complicada en la especie humana por la acción de cada generación sobre la que la sigue. Es, pues, evidente que, para estudiar convenientemente los fenómenos sociales, hay que partir de un conocimiento profundo de las leyes referentes a la vida individual. Por otra parte, esta subordinación necesaria entre los dos estudios no determina –como han creído algunos fisiólogos de primer orden- que la física social sea un simple apéndice de la fisiología. Aunque los fenómenos sean en verdad homogéneos, no son idénticos, y la separación entre las dos ciencias es verdaderamente fundamental, pues sería imposible tratar el estudio colectivo de la especie como una pura deducción del estudio del individuo, ya que las condiciones sociales que modifican la acción de las leyes fisiológicas son precisamente entonces la consideración más esencial. Así, la física social debe fundarse en un cuerpo propio de observaciones directas, sin dejar de considerar como es debido su necesaria relación íntima con la fisiología propiamente dicha. Podría establecerse fácilmente una simetría perfecta entre la división de la física orgánica y la antes expuesta para la inorgánica, recordando la distinción vulgar de la fisiología propiamente dicha en vegetal y animal. Sería fácil referir esta subdivisión al principio de clasificación que constantemente hemos seguido, ya que los fenómenos de la vida animal se presentan, en general al menos, como más complicados y especiales que los de la vegetal; pero la búsqueda de esta simetría precisa tendría algo de pueril si nos llevase a desconocer o exagerar las analogías reales o las diferencias efectivas de los fenómenos. Además, la distinción entre la fisiología vegetal y la animal, que tiene gran importancia en lo que he denominado física concreta , apenas tiene alguna en la física abstracta, única de que aquí se trata. El conocimiento de las leyes generales de la vida, que debe ser –a nuestro entender- el verdadero objeto de la fisiología, exige la consideración simultánea de toda la serie orgánica sin distinción entre vegetales y animales, distinción que, por otra parte, se borra de día en día a medida que los fenómenos son estudiados más profundamente. Persistiremos, pues, en no considerar sino una división en la física orgánica, aunque hayamos establecido dos, sucesivas, en la inorgánica. Como resultado de esta disquisición, la filosofía positiva se halla, por tanto, naturalmente dividida en cinco ciencias fundamentales, cuya sucesión es determinada por una subordinación necesaria e invariable, fundada, independientemente de toda opinión hipotética, sobre la mera comparación profundizada de los fenómenos correspondientes; a saber: astronomía, física, química, fisiología y física social. La primera considera los fenómenos más generales, simples, abstractos y alejados de la humanidad; éstos influyen sobre todos los demás sin ser influidos por ellos. Los fenómenos considerados por la última son, al contrario, los más particulares, complicados, concretos y directamente interesantes para el hombre, dependen en más o en menos de todos los precedentes, sin ejercer sobre ellos influencia alguna. Entre estos dos extremos, los grados de especialidad, complicación y personalidad de los fenómenos van en aumento gradual y en dependencia sucesiva. Tal es la íntima relación general que la verdadera observación filosófica, convenientemente empleada, en vez de vanas distinciones arbitrarias, nos lleva a establecer entre las diversas ciencias fundamentales.* *Tomo I. Versión de Demetrio Náñez. Comte. Selección de textos precedidos de un estudio de René Hubert. LA MATEMÁTICA EN LA CLASIF ICACIÓN DE LAS CIENCIAS (...) Queda por considerar ahora una laguna inmensa y capital, que intencionalmente pospuse en la fórmula enciclopédica, y que de seguro ha percibido el lector. De cierto no se ha señalado en nuestro sistema científico el lugar de la ciencia matemática. La razón de omitirlo se explica por la importancia misma de esta ciencia, tan vasta y tan fundamental, al punto que la lección siguiente se consagrará por entero a la determinación exacta de su verdadero carácter general, y, por consiguiente, a la fijación precisa de su rango enciclopédico. Mas para no dejar incompleto, visto desde este ángulo tan esencial, el gran cuadro que he tratado de esbozar en esta lección, debo indicar aquí someramente, de antemano, los resultados generales del asunto. Dado el actual desarrollo de nuestros conocimientos positivos, creo que conviene mirar la ciencia matemática menos como una parte constitutiva de la filosofía natural propiamente dicha que como siendo, desde Descartes hasta Newton, la verdadera base fundamental de esta filosofía, aun cuando, para hablar con rigor, sea a la vez ambas cosas. Hoy por hoy, de fijo la ciencia matemática es mucho menos importante por los conocimientos muy reales y muy precisos, que, sin embargo, la componen directamente, como constituyendo el instrumento más poderoso que puede emplear el espíritu humano en la investigación de las leyes de los fenómenos naturales. Tratando de dar a este respecto una concepción perfectamente clara y exacta, se verá que hay que dividir la ciencia matemática en dos grandes ciencias, cuyo carácter es esencialmente distinto: la matemática abstracta o el cálculo, tomando esta palabra en su mayor extensión, y la matemática concreta, que se integra de un lado, de la geometría general y, por otra, de la mecánica racional. La parte concreta se halla necesariamente fundada en la parte abstracta, y se convierte a su vez en base directa de toda la filosofía natural, al contemplar, en la medida de lo posible, todos los fenómenos del universo como geométricos o como mecánicos. La parte abstracta es la única puramente instrumental, ya que cubre una gran extensión admirable de la lógica natural de un cierto orden de deducciones. La geometría y la mecánica, deben, por el contrario, ser consideradas como verdaderas ciencias naturales, fundadas, como todas las demás, en la observación, aun cuando por la extremada simplicidad de los fenómenos lleva un grado de sistematización infinitamente más perfecto, lo que de continuo ha llevado a desconocer el carácter experimental de los primeros principios. Estas dos ciencias físicas tienen, empero, esto de particular: en el estado presente del espíritu humano son ya, y serán cada vez más, empleadas como método mucho más que como mera doctrina. Hay más: es evidente que, colocando así la ciencia matemática a la cabeza de la filosofía positiva, no se hace sino extender más aún la aplicación de este mismo principio de clasificación, fundado sobre la independencia sucesiva de las ciencias como resultado del grado de abstracción de sus fenómenos respectivos, que nos ha proporcionado la serie enciclopédica establecida en esta lección. No se hace ahora sino restituir a esta serie su verdadero primer término, cuya importancia propia exigía un examen especial más amplio. De cierto, se ve que los fenómenos geométricos y mecánicos son los más generales, los más simples de todos, los más abstractos, los más irreductibles y los más independientes de los demás, de los cuales, por el contrario, son la base. De manera parecida se concibe que su estudio sea un preliminar indispensable para todos los demás órdenes de fenómenos. Por tanto, es la ciencia matemática la que debe constituir el punto de partida de toda educación científica racional, sea general, sea especial, lo cual explica el uso universal que se ha establecido desde hace largo tiempo a este respecto, de una manera empírica; aunque primitivamente no tuviera más causa que la mayor antigüedad en el desarrollo del saber. (...) Este es el plan racional que guiará constantemente el estudio de la filosofía positiva. Resultado definitivo: la matemática, la astronomía, la física, la química, la fisiología, y la física social; tal es la fórmula enciclopédica que, entre un gran número de clasificaciones que comprende las seis ciencias fundamentales, es lógicamente la sola conforme a la jerarquía natural invariable de los fenómenos.* LA MATEMÁTICA Para formarse una idea justa del objeto de la ciencia matemática considerada en su conjunto, se puede partir, a falta de otra, de la definición vaga e insignificante de ella se da ordinariamente, diciendo que es la ciencia de las magnitudes, o –lo que es más positivo- la ciencia que tiene por objeto la medida de las magnitudes. Este anticipo didáctico exige más precisión y profundidad, pero la idea es justa, en el fondo, y hasta suficientemente extensa, si se la concibe convenientemente. Interesa en tal materia, cuando nada lo prohíba, apoyarse en nociones generalmente admitidas. Veamos cómo, partiendo de tan grosero esbozo, es posible ele varse a una verdadera definición de las matemáticas que corresponda a la importancia, extensión y dificultad de la ciencia. La cuestión de medir una magnitud no presenta al espíritu otra idea que la de la mera comparación inmediata de tal magnitud con otra semejante que se supone conocida y es tomada por unidad entre todas las de su especie. Así, al limitarse a definir las matemáticas diciendo que tienen por objeto la medida de las magnitudes, se da de ellas una idea muy imperfecta, pues es imposible ver así cómo hay lugar, en tal sentido, para una ciencia cualquiera, y más para una ciencia tan vasta y profunda como la matemática. En vez de un inmenso encadenamiento de trabajos racionales amplísimos, que ofrecen a nuestra actividad intelectual un alimento inagotable, la ciencia parecería consistir sólo, según tal enunciado, en una mera sucesión de procedimientos mecánicos, para obtener directamente, valiéndose de operaciones análogas a la superposición de líneas, las relaciones de las cantidades que hay que medir con aquellas por las cuales se quiere medirlas. Sin embargo, esta definición no tiene en realidad otro defecto que el no ser suficientemente profunda; no induce a error * Tomo I. Versión de F. Larroyo. acerca del verdadero objeto final de las matemáticas, sino que presenta como directo a un objeto que es, al contrario, casi siempre, muy indirecto, por lo que no refleja la verdadera naturaleza de la ciencia. Para reflejarla, hay que considerar un hecho general, fácil de comprobar: que la medida directa de una magnitud, por superposición u otro procedimiento semejante, es frecuentemente una operación totalmente imposible para nosotros; de suerte que, si no tuviéramos para determinar las magnitudes más medio que las comparaciones inmediatas, estaríamos obligados a renunciar al conocimiento de la mayoría de las que nos interesan ...................................................................... El método general constantemente empleado, la única evidencia concebible para conocer magnitudes que no permiten la medida directa, consiste en referirlas a otras que sean susceptibles de ser determinadas inmediatamente y según las cuales se llegue a descubrir las primeras, mediante relaciones existentes entre unas y otras. Tal es el objetivo preciso de la ciencia matemática, tomada en su conjunto. ...................................................................... Llegamos así a definir con exactitud la matemática, asignándole como objeto la medida indirecta de las magnitudes y diciendo que se propone determinar las magnitudes unas por otras, conforme a las relaciones precisas que existen entre ellas. Tal enunciado, en vez de dar sólo la idea de un arte, como hacen las definiciones ordinarias, significa inmediatamente una verdadera ciencia, y la muestra compuesta de un inmenso encadenamiento de operaciones intelectuales que pueden complicarse mucho, por la serie de inte rmediarios que habrá que establecer entre las cantidades desconocidas y las que permiten una medida directa, por el número de variables coexistentes en la cuestión propuesta y por la naturaleza de las relaciones que proporcionarán entre todas estas diversas magnitudes los fenómenos considerados. Conforme a tal definición, el espíritu matemático consiste en mirar siempre como unidas entre sí todas las cantidades que puede presentar un fenómeno cualquiera, para deducirlas de otras. Y no hay, evidentemente, fenómeno que no pueda dar lugar a consideraciones de este género; de donde resulta la extensión naturalmente indefinida y hasta la rigurosa universalidad lógica de la ciencia matemática. LA FILOSOFIA ASTRONÓMICA La astronomía es la única rama de la filosofía natural en cuyo estudio el espíritu humano se ha liberado rigurosamente de toda influencia teológica y metafísica, directa o indirecta, lo que facilita el presentar con claridad su verdadero carácter filosófico. Pero, para proporcionarse una justa idea general de la naturaleza y composición de esta ciencia, es indispensable salir de las definiciones vagas que habitualmente se le dan y circunscribir con exactitud el verdadero campo de los conocimientos positivos que podemos adquirir respecto a los astros. Entre los tres sentidos capaces de mostrarnos la existencia de los cuerpos lejanos, el de la vista es el único utilizable frente a los cuerpos celestes; así, no habrá astronomía alguna para las especies ciegas, por inteligente que se las imagine; y, para nosotros mismos, los astros oscuros, más numerosos quizá que los visibles, escapan a todo estudio real, pudiendo todo lo más sospechar por inducción su existencia. Toda investigación no reducible a meras observaciones visuales nos está, pues, necesariamente prohibida respecto a los astros, que son también, de todos los seres naturales, los que nos presentan relaciones menos variadas. ...................................................................... Conforme a las consideraciones precedentes, creo poder definir la astronomía con precisión y amplitud, asignándole como objeto el descubrir las leyes de los fenómenos geométricos y mecánicos que nos presentan los cuerpos celestes. Para ajustarse a la realidad científica, hay que añadir a esta necesaria limitación, referente a la naturaleza de los fenómenos observables, otra relativa a los cuerpos a los cuerpos susceptibles de tales exploraciones. Esta última restricción no es absoluta, como la primera, e importa mucho señalarlo; pero, en el estado actual de nuestros conocimientos, es casi tan rigurosa. Los espíritus filosóficos, a los que es extraño el estudio profundo de la astronomía, y aun los mismos astrónomos, no han distinguido suficientemente, en el conjunto de nuestras investigaciones celestes, el punto de vista que denomino solar del que merece el nombre de universal. Esta distinción me parece, sin embargo, indispensable para separar claramente la parte de la ciencia que comporta una perfección íntegra, de la que, por su naturaleza, sin ser, desde luego, puramente conjetural, parece estar siempre en la infancia, al menos si se le compara con la primera. La consideración del sistema solar de que formamos parte nos ofrece inmediatamente un tema de estudio bien circunscrito, susceptible de exploración completa y capaz de conducirnos a los conocimientos más satisfactorios. Al contrario, el pensamiento de lo que llamamos universo es, por sí mismo, necesariamente indefinido, de suerte que, por extensos que se supongan en el futuro nuestros conocimientos reales en este género, jamás podríamos elevarnos a la verdadera concepción del conjunto de los astros. La diferencia es hoy bien notoria, ya que, al lado de la perfección adquirida en los dos siglos últimos por la astronomía solar, en astronomía sideral no poseemos aun ni el primero y más simple elemento de toda investigación positiva; la determinación de los intervalos estelares. Podremos presumir –como procuraré explicar más adelante- que tales distancias no tardarán en determinadas, al menos entre ciertos límites y respecto a muchas estrellas, conociendo así, por estos mismos astros, otros diversos elementos importantes que la teoría está lista para deducir de estos datos fundamentales, como son sus masas, etcétera; pero la importante distinción establecida antes no será afectada por ello. Aunque llegásemos un día a estudiar completamente los movimientos relativos de algunas estrellas múltiples, esta noción, que sería desde luego valiosísima, sobre todo si concerniera al grupo de que nuestro sol forma, probablemente, parte, no nos dejaría menos apartados del verdadero conocimiento del universo que inevitablemente se nos escapará siempre. ...................................................................... Hay, pues, que separar más profundamente de lo que se acostumbra el punto de vista solar y el punto de vista universal, la idea del mundo y la del universo, por ser el primero el más elevado a que realmente podemos llegar y por ser también el único que verdaderamente nos interesa. Así, sin renunciar enteramente a la esperanza de obtener algunos conocimientos siderales, hay que concebir la astronomía positiva como consistente esencialmente en el estudio geométrico y mecánico del pequeño número de cuerpos celestes que componen el mundo de que formamos parte. Sólo entre tales límites merece la astronomía el rango supremo que por su perfección ocupa hoy entre las ciencias naturales. En cuanto a esos astros innumerables diseminados por el cielo, apenas tienen para el astrónomo más interés que el de servir de jalones en nuestras observaciones, pudiendo sus posiciones ser miradas como fijas frente a los movimientos interiores de nuestro sistema, único objeto esencial de nuestro estudio. LA FÍSICA Debemos circunscribir ahora con toda claridad posible el verdadero campo de investigaciones de que se compone la física propiamente dicha. No separándola de la química, su conjunto tiene por objeto el conocimiento de las leyes generales del mundo inorgánico. Caracteres bien definidos, que se analizarán exactamente más adelante, distinguen a este estudio total tanto de la ciencia de la vida que la sigue en nuestra escala enciclopédica, como de la ciencia astronómica que en ella la precede, y cuyo simple objeto –como hemos visto- se reduce a la consideración de los grandes cuerpos naturales en cuanto a sus formas y movimientos. Pero es, al contrario, muy difícil la distinción entre la física y la química, dificultad que aumenta de día en día por las relaciones cada vez más íntimas que el conjunto de los descubrimientos modernos desarrolla continuamente entre ambas. Tal división es, sin embargo, real e indispensable, aunque necesariamente menos pronunciada que las demás separaciones contenidas en nuestra serie enciclopédica fundamental. Creo poder establecerla sólidamente de acuerdo con tres consideraciones generales, distintas aunque equivalentes, cada una de las cuales sería, quizá, en ciertos casos, insuficiente, pero que, reunidas, no dejará incertidumbre real alguna. La primera consiste en el contraste característico ya entrevisto vagamente por los filósofos del siglo XVII, entre la generalidad necesaria de las investigaciones verdaderamente físicas y la especialidad no menos inherente a las exploraciones puramente químicas. Toda consideración de física propiamente dicha es, por su naturaleza, más o menos aplicable a un cuerpo cualquiera; mientras que, al contrario, toda idea química concierne necesariamente a una acción peculiar a ciertas sustancias, sea cualquiera la similitud que pudiéramos captar entre los diversos casos. Esta fundamental oposición se señala siempre claramente entre ambas categorías de fenómenos. ...................................................................... La segunda consideración elemental apta para distinguir la física de la química ofrece menos importancia y solidez que la anterior, aunque es susceptible de utilidad fehaciente. Consiste en señalar que en física los fenómenos considerados son siempre relativos a las masas, mientras en química lo son a las moléculas; de donde ésta tomó su antigua denominación de física molecular. Aunque tal distinción no está, en el fondo desprovista de realidad, hay que reconocer, sin embargo, que las acciones puramente físicas son casi siempre tan moleculares como las influencias químicas, cuando se las estudia de modo suficientemente profundo. La gravedad misma nos presenta un ejemplo irrebatible de ello. Finalmente, esta tercera observación general es quizá más conveniente que cualquiera otra para separar claramente los fenómenos físicos de los químicos. En los primeros, la constitución de los cuerpos, es decir, el modo de organización de sus partículas, puede hallarse cambiado, aunque casi siempre permanece esencialmente intacto; pero su naturaleza, o sea la composición de sus moléculas, se mantiene constantemente inalterable. En los segundos, al contrario, no sólo hay siempre cambio de estado en los cuerpos considerados, sino que la acción mutua de éstos altera necesariamente su naturaleza, y hasta es dicha modificación lo que constituye esencialmente el fenómeno. La mayoría de los agentes considerados en física es sin duda capaz de operar, cuando su influencia es suficientemente enérgica o prolongada, composiciones y descomposiciones idénticas a las que determina la acción química propiamente dicha; de donde resulta el enlace, tan natural, entre la física y la química. Pero, en tal grado de acción, salen, en efecto, del dominio de la primera para entrar en el de la segunda. ...................................................................... El conjunto de las consideraciones precedentes me parece bastar para definir con exactitud el objeto propio de la física, estrictamente circunscrita a sus límites naturales. Se ve que esta ciencia consiste en estudiar las leyes que rigen las propiedades generales de los cuerpos, ordinariamente tomados en masa y constantemente colocados en circunstancias susceptibles de mantener intacta la composición de sus moléculas y aun, casi siempre, su estado de agregación. Además, el verdadero espíritu filosófico exige siempre, como ya he recordado frecuentemente, que toda ciencia digna de tal nombre esté evidentemente destinada a establecer con seguridad en orden correspondiente de previsión. Es, pues, indispensable añadir, para completar tal definición, que el objeto final de las teorías físicas es prever, lo más exactamente posible, todos los fenómenos que haya de presentar un cuerpo colocado en un conjunto cualquier de circunstancias dadas, excluyendo siempre las que podrían desnaturalizarle.* *Tomo II. Versión española de D. Náñez. LA QUÍMICA Por vastos y complicados que sean en realidad los temas de la química, la indicación clara del objeto de esta ciencia, la delimitación rigurosa del campo de sus investigaciones, en una palabra: su defi nición, presenta mucha menos dificultad que la que hemos experimentado en el volumen anterior al tratar de la física. Hemos definido a ésta por contraste con la química y, por ello, nuestra operación actual está ya en esencia preparada. Es así fácil caracterizar directa y tajantemente lo que constituye los fenómenos verdaderamente químicos, pues todos presentan una alteración más o menos completa, pero siempre apreciable, en la constitución íntima de los cuerpos considerados; es decir, una composición o una descomposición, y casi siempre ambas, referidas al conjunto de sustancias que participan en la acción. ...................................................................... Para completar esta noción fundamental de los fenómenos químicos, puede ser útil añadirle dos consideraciones secundarias que también han sido indicadas indirectamente en el volumen anterior, al definir la física: la más importante atañe a la naturaleza del fenómeno ; la otra, a sus condiciones generales. Toda sustancia es susceptible de una actividad química más o menos variada y enérgica; por lo cual los fenómenos químicos han sido justamente clasificados entre los fenómenos generales, cuya última categoría constituyen, en el orden de complicación creciente; se distinguen también profundamente de los fenómenos fisiológicos, que, por su naturaleza, son exclusivamente peculiares de ciertas sustancias, organizadas según ciertos modos. Sin embargo, es indudable que los fenómenos químicos, sobre todo por contraste con los simples fenómenos físicos, presentan en cada caso algo de específico, o, según la enérgica expresión de Bergman, algo de electivo. No sólo cada uno de los diferentes elementos materiales produce efectos químicos que le son enteramente peculiares, sino que hay también innumerable combinaciones de diversos órdenes, presentando en el campo químico, aun los más análogos, ciertas diferencias fundamentales, que con frecuencia proporcionan el único medio de caracterizarlos precisamente. Por tanto, mientras que las propiedades físicas no presentan esencialmente, de un cuerpo a otro, sino meras distinciones de grado, las propiedades químicas son, al contrario, radicalmente específicas.1 Unas constituyen el fundamento común a toda existencia material, mientras que las individuales se pronuncian gracias a las otras. En segundo lugar, entre las condiciones extremadamente variadas, propias del desarrollo de los diversos fenómenos químicos, se ha podido señalar esta condición fundamental y común, que está muy lejos de ser suficiente, pero que se presenta 1 Esta especialidad fundamental de las diversas acciones químicas no desaparecería aunque se llegase, por una extensión exagerada de la teoría electroquímica, a presentar vagamente todos los fenómenos de composición y descomposición como meros efectos eléctricos. Supuesto esto, la dificultad sólo sería aplazada, pues aún quedaría firme que cada sustancia, simple o compuesta, manifiesta una naturaleza de polaridad eléctrica peculiar. Sólo el lenguaje habría cambiado, como sucede frente a todas las nociones científicas realmente fundadas sobre la inmutable consideración de los fenómenos. siempre como indispensable: la necesidad del contacto inmediato de las partículas antagónicas y, por tanto, el estado fluido –líquido o gaseoso- de una al menos de las sustancias consideradas. Cuado esta disposición no existe espontáneamente, hay que realizarla artificialmente liquidando la sustancia, por fusión ígnea o por un disolvente cualquiera. Sin esta modificación previa, la combinación no se realizaría, según refleja un célebre, y exacto aforismo que se remonta a la infancia de la química. No existe hasta aquí un solo ejemplo bien comprobado de acción química entre dos cuerpos realmente sólidos, a no ser elevándolos a temperaturas que hacen difícilmente apreciable el verdadero estado de agregación de los cuerpos. Cuando ambas sustancias son líquidas es cuando la acción química se manifiesta con más energía, se la leve diferencia de densidades facilita una mezcla íntima. Nada mejor que tales observaciones para comprobar claramente cómo los efectos químicos son, por su naturaleza, eminentemente moleculares, sobre todo por oposición a los efectos físicos, a la vez que demuestran una distinción esencial, aunque menos profunda, con los efectos fisiológicos, ya que la producción de éstos supone indispensablemente el concurso de sólidos y fluidos, como veremos en la segunda parte de este volumen. El conjunto de consideraciones precedentes pede ser exactamente resumido señalando a la química el objeto general de estudiar las leyes de los fenómenos de composición y de descomposición que resultan de la acción molecular y específica de diversas sustancias, naturales o artificiales, entre sí. LA BIOLOGÍA No conozco más tentativa plenamente eficaz para satisfacer todas las condiciones esenciales de una definición filosófica de la vida que la de M. de Blainville, cuando hace quince años, en la bella introducción a su tratado de anatomía comparada, propuso caracterizar este gran fenómeno por el doble movimiento intestino, general y continuo a la vez, de composición y de descomposición, que constituye en efecto su verdadera naturaleza universal. Esta luminosa definición no me parece dejar nada importante que desear, a no ser una indicación más directa y explícita de estas dos condiciones fundamental correlativas, necesariamente inseparables del estado y vivo: un organismo determinado y un medio conveniente. Pero tal crítica es secundaria por referirse más a la fórmula que la propia concepción. En efecto, el simple enunciado de M. de Blainville sugiere el doble pensamiento de una organización dispuesta de modo que permita esta continua renovación íntima y de un medio susceptible a la vez de proporcionar la absorción y provocar la exhalación, aunque habría sido más conveniente introducir en la fórmula misma una mención expresa de esta armonía fundamental. Salvo esta única modificación, es evidente que tal definición llena directamente, en la más justa medida, todas las prescripciones principales inherentes a la naturaleza de tal sujeto, suficientemente caracterizadas más arriba, pues presenta la exacta enunciación del único fenómeno rigurosamente común a la totalidad de los seres vivos, considerados en todas sus partes constituyentes y en todos sus diversos modos de vitalidad, a la vez que excluye por su composición misma, a todos los cuerpo realmente inertes. Tal es, a mi entender la primera base elemental de la verdadera filosofía biológica. .. .................................................................... Este exacto análisis preliminar del fenómeno general que constituye el tema invariable de las especulaciones biológicas, nos facilitará ahora una definición clara y precisa de la ciencia misma directamente considerada en su destino positivo más completo y más extenso. Hemos reconocido, en efecto, que la idea de vida supone constantemente la correlación necesaria de dos elementos indispensables: un organismo apropiado y un medio1 conveniente. De la acción recíproca de estos dos elementos resultan inevitablemente todos los diversos fenómenos vitales, no sólo animales, como se piensa, ordinariamente, sino también orgánicos. De aquí que el gran problema permanente de la biología positiva deba consistir en establecer, para todos los casos y conforme al menor número de leyes invariables, una exacta armonía científica entre estas dos inseparables potencias del conflicto vital y el acto mismo que le constituyen previamente analizado; o sea: en unir constantemente, de modo general y especial, la doble idea de órgano y de medio con la idea de función. En el fondo, esta segunda idea no es menos doble que la primera; porque, conforme a la ley universal de la equivalencia necesaria entre la reacción y la acción, el sistema ambiente no modificará al organismo sin que éste ejerza a su vez sobre él la correspondiente influencia. La noción de función o de acto debe comprender, en realidad, los dos resultados del conflicto, pero con la distinción esencial de que, siendo la modificación orgánica, por su naturaleza, la única verdaderamente importante en biología, se subestima frecuentemente la reacción sobre el medio, de donde resulta habitualmente la acepción menos extensa de la palabra función, adscrita sólo a los actos orgánicos, con independencia de sus consecuencias externas. De todos modos, cuando el medio no es susceptible de una renovación inmediata y facultativa, como ocurre al vegeta l o al animal en reposo, el biólogo tiene que considerar atentamente esta necesaria modificación del ambiente, en vista de la influencia ulterior que ella pudiera ejercer sobre el organismo. La acción de la especie humana, colectiva, sobre el mundo exterior, principalmente en el estado de sociedad, único en que puede desarrollarse, ¿no es para el biólogo un elemento de estudio tan esencial como la propia modificación del hombre? Sin embargo, hay que reconocer que tal consideración, respecto a cada organismo, pertenece más bien a su historia natural propiamente dicha que a su fisiología, salvo en la restricción que acabo de indicar. Habrá, pues, pocos inconvenientes en conservar aquí a la palabra función su significación más usual, 1 Creo superfluo justificar expresamente el uso frecuente que en adelante haré de la palabra medio para designar especialmente, de modo claro y rápido, no sólo el fluido en que el organismo está sumergido, sino, en general, el conjunto total de las circunstancias exteriores de cualquier género, necesarias para la existencia de cada organismo determinado. Los que hayan meditado suficientemente sobre el papel capital que debe llenar, en toda biología positiva, la idea correspondiente, no me reprocharán, sin duda, la introducción de esta expresión nueva. Por mi parte, la espontaneidad con que tan frecuentemente se ha presentado a mi pluma, a pesar de mi constante aversión por el neologismo sistemático, apenas me permite dudar que tal término abstracto faltase realmente hasta ahora en la ciencia de los cuerpos vivos. aunque fuese más racional atribuirle toda su extensión filosófica, empleándola para designar el conjunto de los resultados de la acción recíproca continua entre el organismo y el medio. Conforme a las nociones precedentes, la biología positiva debe, pues, ser mirada como destinada a referir constantemente, en cada caso determinado, el punto de vista anatómico y el fisiológico, o, en otros términos, el estado estático y el dinámico. Esta relación perpetua constituye su verdadero carácter filosófico. Colocado en un sistema dado de circunstancias exteriores, un organismo definido debe actuar siempre de modo necesariamente determinado; y, a la inversa, la misma acción no será producida idénticamente por organismos verdaderamente distintos. Cabe, pues, concluir alternativamente o el acto por el sujeto o el agente por el acto. Conocido previamente el sistema ambiente, conforme al conjunto de las otras ciencias fundamentales, se ve que el doble problema biológico puede ser planteado, lo más matemáticamente posible, en estos términos generales: Dado el órgano o la modificación orgánica, hallar la función o el acto, y a la recíproca. Tal definición me parece satisfacer las principales condiciones filosóficas de la ciencia biológica; me parece especialmente apropiada para subrayar el fin necesario de previsión racional que tantas veces he presentado, en las diversas partes de esta obra, como el destino característico de toda ciencia real, opuesta a la mera erudición. Tal definición indica claramente que la verdadera biología debe tender a permitirnos prever cómo actuará, en determinadas circunstancias, un cierto organismo, o por qué estado orgánico ha podido ser producido tal acto realizado.* FÍSICA SOCIAL, ESTÁTICA Y DINÁMICA Es con la mira de articular en la debida forma como lo exige la estructura razonable de esta obra, el destinar toda esta lección a ciertas explicaciones preliminares encaminadas a constituir ahora lo que llamo física social. Tal empeño tiene en apariencia el carácter de abstracto. ...................................................................... La física social es el estudio positivo del conjunto de las leyes fundamentales propias de los fenómenos sociales (...) Las posibilidades de elaborar las ciencias positivas ya establecidas como también señalar el verdadero carácter filosófico de ella y echar sólidamente sus bases: he ahí el cometido. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .................................................... La finalidad de la física social es advertir con nitidez el sistema de operaciones sucesivas, filosóficas y prácticas, que han de liberar a la sociedad de su fatal tendencia a la disolución inminente y conducirla de modo directo a una nueva organización más progresiva y sólida que la asentado sobre la filosofía teológica. * Tomo III. Versión española de D. Náñez. La nueva ciencia tendrá dos partes, lógicamente unidas: la parte estática y la parte dinámica. El estudio estático corresponde a la doctrina positiva del orden, que consiste en la armonía de las diversas condiciones de existencia de las sociedades humanas. En cambio, el estudio dinámico de la vida colectiva constituye la doctrina positiva del progreso social. Los dos principios, el orden y el progreso, representan las dos nociones fundamentales cuya deplorable oposición trae consigo el trastorno de las sociedades humanas. La anatomía o estática social forma la base, en la fisiología o dinámica social arraiga el impulso histórico renovador. * EL MÉTODO POSITIVO EN LA SOCIOLOGÍA. LA COMPARACIÓN HISTÓRICA En sociología, como en biología, la exploración científica emplea concurrentemente los tres modos fundamentales que he distinguido, desde el segundo volumen de este Curso, en el arte general de observar, a saber, la observación pura, la experimentación propiamente dicha, y, en fin, el método comparativo, esencialmente adaptado a todo estudio relativo a los cuerpos vivos.** Se trata aquí de apreciar de manera sumaria el rendimiento y el carácter propio de estos tres procedimientos sucesivos, en cuanto concierne a la naturaleza y metas, ya definidos con antelación, de esta ciencia nueva. .... .................................................................. Una marcha gradual nos conduce a la apreciación directa de esta última parte del método comparativo que debo distinguir, en sociología, con el nombre de método histórico, propiamente dicho, en el que reside esencialmente, por la naturaleza de tal ciencia, la única base fundamental en que realmente puede descansar el sistema de la lógica positiva. La comparación histórica de los diversos estados consecutivos de la humanidad no es el único artífice científico de la nueva filosofía política; su desarrollo racional formará también directamente el fondo mismo de la ciencia en todo sentido. Precisamente en esto debe distinguirse la ciencia sociológica de la biológica propiamente dicha, como explicaré con detalles en la lección siguiente. En efecto, el principio positivo de esta indispensable separación filosófica resulta de cierta influencia de las diversas generaciones siguientes, la cual, gradual y continuamente acumulada, acaba por constituir la consideración preponderante del estudio directo del desarrollo social. Hasta que tal preponderancia no es reconocida, este estudio positivo de la humanidad debe parecer racionalmente un mero prolongamiento espontáneo de este carácter científico, muy conveniente si se limita a las primeras generaciones, se borra cada vez más a medida que la evolución social se manifiesta, y debe transformarse finalmente, cuando el movimiento humano esté bien establecido, en un carácter nuevo, directamente propio de la ciencia sociológica, en que deben prevalecer las * Tomo IV. Versión F. Larroyo. ** No hay que olvidar que la sociología estudia al organismo social. Nota de F. Larroyo. consideraciones históricas. Aunque éste análisis histórico no parece destinado, por su naturaleza, es, sin embargo, indudable que alcanza al sistema entero de la ciencia, sin distinción de partes, en virtud de su perfecta solidaridad. Además de que la dinámica social constituye el principal objeto de la ciencia, se sabe –como antes expliqué- que la estática social es, en el fondo, racionalmente inseparable de ella, a pesar de la utilidad real de tan distinción especulativa, ya que las leyes de la existencia se manifiestan sobre todo durante el movimiento. No sólo desde el punto de vista científico propiamente dicho debe el uso preponderante del método histórico dar a la sociología su principal carácter filosófico, sino también, y quizá de un modo más pronunciado, bajo el aspecto puramente lógico: En efecto, se debe reconocer –como estableceré en la lección siguiente- que, con la creación de esta nueva rama esencial del método comparativo, fundamental, la sociología perfeccionará también a su vez, siguiendo de un modo exclusivamente reservado a ella, el conjunto del método positivo, en beneficio de toda la filosofía natural, con tal importancia científica que apenas puede ser hoy entrevista por los más claros espíritus. Desde ahora, podemos señalar que este método histórico ofrece la verificación más natural y la aplicación más extensa de ese atributo característico que hemos demostrado anteriormente en la marcha habitual de la ciencia sociológica, y que consiste sobre todo en proceder del conjunto a los detalles. ...................................................................... Finalmente, hay que notar aquí, en el aspecto práctico, que la preponderancia del método histórico en los estudios sociales tiene también la feliz propiedad de desarrollar espontáneamente el sentimiento social, poniendo en plena evidencia directa y continua este necesario encadenamiento de los diversos acontecimientos humanos que nos inspira hoy, aun hacia los más lejanos, un interés inmediato, recordándonos la influencia real que han ejercido en el advenimiento gradual de nuestra propia civilización. Conforme a la bella observación de Condorcet, ningún hombre culto pensará ahora, por ejemplo, en las batallas de Maratón o Salamina, sin apreciar en seguida las importantes consecuencias de ellas para los destinos actuales de la humanidad. Sería inútil insistir más sobre tal propiedad, que recibirá durante todo el volumen una aplicación continua y explícita y, aun más, implícita. No es necesaria demostración formal alguna para comprobar la aptitud espontánea de la historia para destacar la íntima subordinación general de las diversas edades sociales. Sólo importa, a este respecto, no confundir tal sentimiento de la solidaridad social con el interés simpático que deben excitar todos los aspectos de la vida humana y aun meras ficciones análogas. El sentimiento de que aquí se trata a la vez más profundo –por resultar personal en cierto modo- y más reflexivo –como resultante sobre todo de una convicción científica-, por lo que no será convenientemente desarrollado por la historia vulgar en el estado puramente descriptivo; pero sí lo será, y exclusivamente, por la historia racional y positiva, tomada como ciencia real y que dispone el conjunto de los acontecimientos humanos en series coordinadas donde se muestra con evidencia su encadenamiento gradual. ...................................................................... Terminando esta previa apreciación general del método histórico propiamente dicho, como constitutivo del mejor modo de exploración sociológica, hay que subrayar que la nueva filosofía política, consagrando, tras un libre examen racional, las antiguas indicaciones de la razón pública, restituye a la historia la total plenitud de sus derechos científicos para servir de base indispensable a las especulaciones sociales, a pesar de los sofismas, demasiado acreditados aún, de una vana metafísica que tiende a desentenderse, en política, de toda consideración amplia del pasado.* EL PROGRESO SOCIAL Los filósofos de la antigüedad, faltos de observaciones políticas suficientemente completas y extensas, carecieron de toda idea de progreso social. Ninguno de ellos pudo sustraerse a la tendencia, entonces tan universal como espontánea, de considerar el estado social de su tiempo como radicalmente inferior al de tiempos anteriores. Esta disposición era natural y legítima, ya que la época de estos trabajos filosóficos coincidía esencialmente –como explicaré después- con la de la necesaria decadencia del régimen griego o romano. Y esta decadencia, que, considerando el conjunto del pasado social, constituye un verdadero progreso como preparación indispensable para el régimen más avanzado de tiempos posteriores, no podía ser juzgada así por los antiguos, bien ajenos a sospechar tal sucesión. He indicado ya, en la lección precedente, el primer esbozo de la noción o, mejor, del sentimiento del progreso de la humanidad como atribuible al cristianismo, que, al proclamar la superioridad fundamental de la ley de Jesús sobre la de Moisés, había formulado la idea, hasta entonces desconocida, de un estado más perfecto que reemplazaba definitivamente a otro menos perfecto, que, a su vez, y tiempo había sido también indispensable.** Aunque el catolicismo no haga así más que servir de órgano general al desarrollo natural de la razón humana, esta preciosa labor no dejará de constituir para los ojos imparciales de los verdaderos filósofos uno de sus más bellos títulos, merecedores de eterno reconocimiento. Pero, independientemente de los graves inconvenientes de misticismo y vaga oscuridad, inherentes a todo empleo del método teológico, tal esbozo era en verdad insuficiente para constituir un concepto científico del progreso social, pues éste se hallaba cerrado por la fórmula misma que le proclama, por estar entonces irrevocablemente limitado, del modo más absoluto, al advenimiento del cristianismo, más allá del cual la humanidad no podría dar un paso. Pero, estando ya, y para siempre, agotada la eficacia social de toda filosofía teológica, es evidente que esta * Tomo IV. Versiones españolas: del primer apartado, F. Larroyo; de los otros tres, D. Náñez. ** Hay que señalar que esta gran noción pertenece esencialmente al catolicismo, del que el protestantismo la ha tomado imperfecta y aun viciosamente, no sólo por su apelación vulgar e irracional a los tiempos de la Iglesia primitiva, sino también por su tendencia, aun más ciega y no menos pronunciada, a proponer como guía de los pueblos modernos la parte más atrasada y peligrosa de las Sagradas Escrituras: la de la antigüedad judaica. Además, el mahometismo, prolongado a su modo la misma noción, no ha hecho más que intentar, sin mejora alguna, una grosera imitación, evidentemente desprovista de toda originalidad. concepción presenta para el porvenir un carácter esencialmente retrógrado confirmando una irrecusable experiencia que no cesa de cumplirse ante nuestros ojos. Observándolo científicamente, se ve que la condición de continuidad constituye un elemento indispensable de la noción definitiva del progreso de la humanidad, noción que resultaría impotente para dirigir el conjunto racional de las especulaciones sociales, si representase al progreso como limitado por naturaleza a un estado determinado, ya hace tiempo logrado. Por todo ello se ve que la verdadera idea de progreso, parcial o total, pertenece necesaria y exclusivamente a la filosofía positiva, a la que ninguna otra podría suplantar en tal sentido. Sólo esta filosofía podrá descubrir la verdadera naturaleza del progreso social, es decir, caracterizar el término final, jamás realizable, hacia el que tiende a dirigir a la humanidad, y hacer conocer a la vez la marcha general de este desarrollo gradual. Tal atribución es ya claramente verificada por el origen totalmente moderno de las únicas ideas de progreso continuo que tienen hoy un carácter verdaderamente racional y que se refiere sobre todo al desarrollo efectivo de las ciencias positivas, de donde aquéllas se derivan. La primera muestra satisfactoria del progreso general pertenece a un filósofo esencialmente dirigido por el espíritu geométrico, cuyo desarrollo, como tan frecuentemente he explicado, debía preceder al de todo otro modo más complejo del espíritu científico. Pero, sin asignar a esta observación personal una importancia exagerada, resulta indudable que el sentimiento del progreso de las ciencias es el único que pudo inspirar a Pascal este admirable aforismo fundamental: “Toda la sucesión de los hombres durante la larga serie de siglos debe ser considerada como un solo hombre, que subsiste siempre y que aprende continuamente”. ¿Sobre qué otra base podía reposar antes tal noción? Cualquiera que haya sido la eficacia de esta primera visión, es preciso reconocer que las ideas de progreso necesario y continuo no han comenzado a adquirir verdadera consistencia filosófica ni a reclamar la atención pública sino a raíz de la memorable controversia del siglo anterior sobre la comparación general entre los antiguos y los modernos. Esta discusión solemne, cuya importancia ha sido hasta aquí poco apreciada, constituye, a mi entender, un verdadero acontecimiento en la historia de la razón humana, que por primera vez se atrevía a proclamar así su progreso. No es necesario subrayar que el espíritu científico era el principal animador de los jefes de este gran movimiento filosófico, y constituía toda la fuerza real de su argumentación general, a pesar de la dirección viciosa que tenía en otros sentidos; hasta se ve que sus más ilustres adversarios, por una contradicción bien decisiva, proclamaban preferir el cartesianismo a la antigua filosofía. Por sumarias que sean tales indicaciones, bastan para caracterizar irrecusablemente el origen de nuestra noción fundamental del progreso humano, que, espontáneamente nacido del desarrollo gradual de las diversas ciencias positivas, aún halla hoy en ellas sus fundamentos más firmes. En el último siglo esta gran noción ha tendido a abarcar cada vez más el movimiento político de la sociedad, extensión final que, como antes indiqué, no podía adquirir verdadera importancia propia hasta que el enérgico impulso determinado por la Revolución Francesa manifestase profundamente la tendencia necesaria de la humanidad hacia un sistema político poco caracterizado aún, pero desde luego radicalmente diferente del sistema antiguo. Sin embargo, por indispensable que haya sido tal condición preliminar, está muy lejos de ser suficiente, ya que, por su naturaleza, se limita esencialmente a dar una simple idea negativa del progreso social. Sólo a la filosofía positiva, convenientemente completada por el estudio de los fenómenos políticos corresponde acabar lo que sólo ella comenzó, representando en el orden político, igual que en el científico, la serie íntegra de las transformaciones anteriores de la humanidad, como evolución necesaria y continua de un desarrollo inevitable y espontáneo cuya dirección final y marcha general están exactamente determinadas por leyes plenamente naturales. El impulso revolucionario, sin el que este gran trabajo hubiera sido ilusorio y aun imposible, no podría anularse en sentido alguno. Hasta es evidente, como expliqué en el capítulo anterior, que una preponderancia demasiado prolongada de la metafísica revolucionaria tiende, por diversos modos, a estorbar la sana concepción del progreso político. Sea como fuere, no hay que extrañarse ahora si la noción general del progreso social permanece aún vaga y oscura y, por tanto, incierta. Las ideas son todavía demasiado poco avanzadas a este respecto para poder evitar que una confusión capital que debe parecer a los científicos extremadamente grosera, domine habitualmente a la mayoría de los espíritus actuales: Me refiero a ese sofisma universal, que las menores nociones de filosofía matemática deberían resolver en seguida, y que consiste en tomar un crecimiento continuo por un crecimiento ilimitado, sofisma que, para vergüenza de nuestro siglo sirve casi siempre de base a los estériles controversias que diariamente se reproducen acerca de la tesis general del progreso social.* LA FILOSOFÍA SOCIOLÓGICA. CRÍTICA DE LA ECONOMÍA POLÍTICA. La ley enciclopédica del saber muestra que los fenómenos más comunes son siempre también los más esenciales en las ciencias positivas. Esta reflexión, tan patente en astronomía, en física, en química y en biología, es, por su naturaleza, más aplicable a los estudios sociológicos: a medida que el orden de los fenómenos se complica y especializa más, se confirma mejor tal principio. ...................................................................... Generalizando tanto como posible el conjunto de las consideraciones precedentes acerca de nuestro limitado análisis histórico, se puede fácilmente aceptar esta prescripción lógica a manera de último grado susceptible de consistencia filosófica, si se reconoce ahora que lejos de ser particular a la sociología, constituye en el fondo una nueva aplicación de un principio esencial de la filosofía positiva. Si nuestros economistas son, en realidad, los sucesores científicos de Adam Smith, que demuestren cuánto han perfeccionado y completado eficazmente la doctrina de este maestro inmortal, cuáles descubrimientos realmente nuevos agregaron a sus acertadas ideas iniciales, que, por el contrario aparecen desfiguradas por un vano y pueril despliegue de formas científicas. Al considerar de manera imparcial, las estériles disputas que los dividen acerca de los conceptos del valor, la utilidad, la producción, * Tomo IV. Versión española de D. Náñez. etcétera, ¿no se cree asistir a los extraños debates de los escolásticos de la Edad Media acerca de los atributos fundamentales de sus entidades metafísicas puras, cuyo carácter se manifiesta cada vez más en las concepciones económicas, a medida que se dogmatizan y sutilizan más y más? ...................................................................... La economía política no puede aislarse del conjunto de la filosofía social... Pues por la naturaleza del asunto, en los estudios sociales, como en todos los que se relacionan con los cuerpos vivos, los diversos aspectos generales se muestran como resultado de una necesidad, mutuamente solidarios y racionalmente inseparables, al extremo de que no es posible dilucidarlos adecuadamente a unos mediante otros. Es por ello que, cuando se abandona el mundo de las entidades para abordar las especulaciones reales, es indudable que el análisis económico o industrial de la sociedad no puede aplicarse positivamente, haciendo abstracción de un examen intelectual, moral y político, ya del pasado, ya incluso del presente. En suma: esta separación suministra un síntoma irrecusable de la naturaleza esencialmente metafísica de las doctrinas que la convierten en su fundamento.* LA SOCIOLOGÍA COMO FILOSOFÍA DE LA HISTORIA Aunque la determinación abstracta de las leyes generales de la vida individual descansa necesariamente, según la exacta observación de Bacon, en hechos tomados de la historia efectiva de los diferentes seres vivos, los espíritus científicos están ya habituados a separar profundamente las concepciones fisiológicas o anatómicas de su aplicación ulterior a la apreciación concreta del modo real de existencia total peculiar a cada organismo natural. Motivos esencialmente semejantes deben impedir en adelante confundir la investigación abstracta de las leyes fundamentales de la sociabilidad con la historia concreta de las diversas sociedades humanas, cuya explicación satisfactoria no puede resultar sino de un conocimiento ya muy avanzado del conjunto de estas leyes. Así, por indispensable que sea la función en sociología debe llenar la historia –como he demostrado en el cap. 48-, alimentando y dirigiendo sus principales especulaciones, se ve que su empleo en ella debe mantenerse abstracto: Ello sería, en cierto modo, historia sin nombres de personas ni aun de pueblos, si no se debiera evitar con cuidado toda pueril afectación filosófica en privarse sistemáticamente del uso de denominaciones que pueden contribuir mucho a esclarecer la exposición y aun a facilitar y consolidar el pensamiento, sobre todo en esta primera elaboración de la ciencia sociológica. Pero los motivos de esta importante distinción lógica son aun más poderosos para el estudio de la vida colectiva de la humanidad que para la biología individual. Para apoyar mejor este gran precepto de filosofía positiva, he establecido, *Tomo V. Versión de F. Larroyo. en general, desde la lección 2ª, que cada rama racional de la historia natural, además de exigir directamente el conocimiento previo de un orden correspondiente de leyes fundamentales, supone siempre una aplicación combinada del conjunto de leyes relativas a los diversos órdenes de fenómenos esenciales. Esta solidaridad necesaria se verifica aun más pronunciadamente en el caso actual, pues sería imposible, por ejemplo, concebir la historia efectiva de la humanidad separadamente de la historia real del globo terrestre, teatro inevitable de su actividad progresiva, y cuyos diversos estados sucesivos han debido influir intensamente en la producción gradual de los acontecimientos humanos, aun después de la época en que las condiciones física y químicas de nuestro planeta han permitido la existencia continua del hombre sobre él. Y no es menos cierto, a la inversa, que toda verdadera historia de la tierra exige necesariamente la consideración simultánea de la historia de la humanidad, por la poderosa reacción continuamente creciente, que el desarrollo de nuestra actividad ha debido ejercer, en todas las edades, para modificar tan variadamente el estado general de la superficie terrestre. Cuanto más se profundice este gran tema de meditaciones, mejor se verá que la historia natural propiamente dicha, siempre sintética, no pede adquirir una verdadera racionalidad hasta que todos los órdenes elementales de fenómenos no sean simultáneamente considerados en ella; mientras que, al contrario, la filosofía natural propiamente dicha debe conservar un carácter eminentemente analítico, sin el que no habría esperanza alguna de llegar a descubrir las leyes fundamentales correspondientes a cada una de estas diversas categorías generales. Tal oposición de visiones y métodos entre las dos grandes secciones del sistema total de las especulaciones humanas, debe hacer resaltar cuánto importa respetar escrupulosamente y hacer cada vez más sensible esta indispensable división científica, sin la que se puede asegurar que el estudio de la naturaleza no podría salir de su confusión primitiva, sobre todo respecto a los fenómenos más complejos. Así, la historia verdaderamente racional de los diferentes seres existentes, individuales o colectivos, no comenzará, bajo ningún aspecto, a ser regularmente posible sino cuando el sistema entero de las ciencias fundamentales haya sido previamente completado por la creación de la sociología, como frecuentemente he explicado en esta obra. Hasta entonces, la documentación histórica que se vaya recogiendo, en relación con un orden cualquiera de fenómenos, deberá reservarse como material para la verdadera historia ulterior, en tiempos de madurez: Su papel inmediato en la elaboración de la ciencia real se reduce a proporcionar a las ramas correspondientes de la filosofía natural hechos destinados a manifestar o a confirmar las leyes abstractas y generales cuya investigación procura. Esta probada y necesaria subordinación no puede presentar excepción alguna respecto a los fenómenos sociales, donde es, al contrario, mucho más indispensable. Si todos los naturalistas coinciden hoy en que aún no puede concebirse la verdadera historia de la tierra, no sólo por falta de documentos completos, sino, sobre todo, porque las diversas leyes naturales de que depende son hasta ahora demasiado poco conocidas, ¡con cuánta más razón se debe mirar como quimérica toda tentativa actual para constituir directamente la historia mucho más compleja de las sociedades humanas! Es, pues, sensible que la sociología deba tomar exclusivamente de la incoherente compilación de hechos impropiamente denominada historia, las enseñanzas susceptibles de poner en evidencia, según los principios de la teoría biológica del hombre, las leyes fundamentales de la sociabilidad; o l que exige casi siempre, para cada dato, una preparación especial y a veces muy delicada, para pasarle del estado concreto al abstracto, despojándole de las circunstancias puramente particulares y secundarias de clima, localidad, etc., sin alterar en él la parte verdaderamente esencial y general de la observación. DEL ESTADO PLENAMENTE POSITIVO Conforme a este resumen general, nuestra apreciación histórica del conjunto del pasado humano constituye evidentemente una verificación decisiva de la teoría fundamental de evolución que he fundado y que –me atrevo a decir- está tan plenamente demostrada como ninguna otra ley esencial de la filosofía natural. Desde los comienzos de la civilización hasta la situación presente de los pueblos más adelantados, esta teoría nos ha explicado, la inconsecuencia y sin pasión, el verdadero carácter de las grandes fases de la humanidad, la participación propia de cada una de ellas en la eterna elaboración común y su exacta filiación, poniendo en unidad perfecta y rigurosa continuidad en ese inmenso espectáculo donde se ve de ordinario tanta confusión e incoherencia. Una ley que ha podido llenar suficientemente tales condiciones no puede pasar por un simple juego del espíritu filosófico y mantiene efectivamente la expresión abstracta de la finalidad general. Tal ley puede, pues, ser empleada hora, con seguridad racional, en unir el conjunto del porvenir con el del pasado, a pesar de la perpetua variedad que caracteriza la sucesión social, cuya marcha, sin ser periódica, se halla referida a esa regla constante que, casi imperceptible en el estudio aislado de una fase demasiado circunscrita, resulta profundamente irrecusable cuando se examina la progresión total. El uso gradual, de esta gran ley no ha conducido a determinar, al abrigo de todo arbitrio, la tendencia general de la civilización actual, señalando con rigurosa precisión el paso ya alcanzado por la evolución fundamental; de donde resulta la indicación necesaria de la dirección que hay que imprimir al movimiento sistemático para hacerle converger exactamente con el movimiento espontáneo. Hemos reconocido claramente que lo más selecto de la humanidad, después de haber agotado las fases sucesivas de la vida teológica y aun los diversos grados de la transición metafísica l ega hora al advenimiento directo de la vida plenamente positiva, cuyos principales elementos han recibido ya la necesaria elaboración parcial y no esperan más que su coordinación general para constituir un nuevo sistema social, más homogéneo y estable que jamás pudo serlo el sistema teológico, propio de la sociabilidad preliminar. Esta indispensable coordinación debe ser, por su naturaleza, primero intelectual, después moral y finalmente política, ya que la revolución que se trata de consumar proviene, en último análisis, de la tendencia del espíritu humano a reemplazar el método filosófico propio de su infancia, por el que conviene a su madurez. Toda tentativa que no se remonte hasta esta fuente lógica, será impotente contra el desorden actual, que sin duda alguna, es ante todo mental. Pero, bajo este aspecto fundamental, el simple conocimiento de la ley de evolución viene a ser el principio general de tal solución, estableciendo entera armonía en el sistema total de nuestro entendimiento, por la universal preponderancia así procurada al método positivo, tras su extensión directa e irrevocable al estudio racional de los fenómenos sociales, los únicos que hasta hoy no han sido suficientemente interpretados por los espíritus más avanzados. En segundo lugar, este extremo cumplimiento de la evolución intelectual tiende a hacer prevalecer en adelante un verdadero espíritu de conjunto y, por tanto, el verdadero sentimiento del deber, a él unido por naturaleza, conduciendo así naturalmente a la regeneración moral. Las reglas morales no peligran hoy sino por su adherencia exclusiva, a concepciones teológicas justamente desacreditadas; ellas tomarán irresistible vigor cuando estén convenientemente encauzadas con nociones positivas generalmente respetadas. Finalmente, bajo el aspecto político, es análogamente indudable que esta íntima renovación de las doctrinas sociales no se cumpliría sin hacer surgir, por su ejecución misma, del seno de la anarquía actual, una nueva autoridad espiritual que, después de haber disciplinado las inteligencias y reconstruido las costumbres, se convertirá pacíficamente, en toda la extensión del Occidente europeo, en la primera base esencial del régimen final de la humanidad. Resulta así que la misma concepción filosófica que, aplicada a nuestra situación, aclara en ella la verdadera naturaleza del problema fundamental, proporciona espontáneamente, en todo sentido, el principio general de la verdadera solución y caracteriza así la marcha necesaria de ella.* EL INDUSTRIALISMO Y LA PAZ (...) Aun se produce la guerra, pero tiende a desaparecer. Hay, en efecto una contradicción entre la sociedad moderna y el hecho bélico y guerrero. Todos los espíritus filosóficos reconocen fácilmente, con satisfacción, al mismo tiempo intelectual y moral, que ha llegado finalmente el momento en que la guerra grave y duradera debe desaparecer totalmente de la élite de la humanidad. ...................................................................... Los diversos medios generales de exploración racional, aplicables a las investigaciones políticas, ya han contribuido espontáneamente a la comprobación de un modo igualmente decisivo, de la inevitable tendencia primitiva de la humanidad a una vida principalmente militar, y a su meta final, no menos irresistible, que es una existencia esencialmente industrial. Asimismo, ninguna inteligencia un poco avanzada rehusará en adelante reconocer, más o menos explícitamente, el decaimiento constante del espíritu militar y el gradual predominio del espíritu industrial, como una doble consecuencia necesaria de nuestra evolución progresiva, que en nuestros días ha sido apreciada de modo bastante sensato, en este sentido, por la mayoría de los que se ocupan razonablemente de filosofía política. En una época en la que por otra parte se manifiesta constantemente, en formas cada vez más variadas, y con energía día a día más intensa, aún en el seno de los ejércitos, la característica repugnancia de las sociedades modernas ante la vida guerrera; cuando, por ejemplo, la insuficiencia total de las vocaciones militares es por doquier cada vez más irrecusable en vista de que se agrava constantemente la obligación de apelar al reclutamiento forzoso, rara vez seguido de una persistencia voluntaria; la experiencia cotidiana sin duda nos Tomo VI. Versión española de D. Náñez. dispensaría de cualquier demostración directa acerca de una idea que se ha difundido tan gradualmente en el ámbito público. A pesar del inmenso y excepcional desarrollo de la actividad militar, momentáneamente determinado, al comienzo de este siglo, por el movimiento inevitable que debió suceder a irresistibles circunstancias anormales, nuestro instinto industrial y pacífico no demoró en retomar, de modo más rápido, el curso regular de su desarrollo preponderante, con el fin de asegurar realmente, en este aspecto, el reposo fundamental del mundo civilizado, aunque la armonía europea a menudo deba parecer comprometida, a consecuencia de la falta provisoria de toda organización sistemática de las relaciones internacionales; lo cual, sin observar realmente la posibilidad de provocar la guerra, de todos modos basta para inspirar a menudo peligrosas inquietudes (...). Mientras la actividad industrial presenta espontáneamente esta admirable propiedad de que es posible estimularla simultáneamente en todos los individuos y en todos los pueblos, sin que el impulso de unos sea inconciliable con el de otros, es evidente, por el contrario, que la plenitud de la vida militar en una parte notable de la humanidad supone y determina finalmente, en todo el resto, una inevitable compresión, que constituye la principal función de un régimen tal cuando se considera el conjunto del mundo civilizado. Asimismo, mientras que la época industrial no implica otro término general que aquél, aún indeterminado, que el sistema de las leyes naturales asigna a la existencia progresiva de nuestra especie, la época militar ha venido a estar, por obra de una imperiosa necesidad, limitada esencialmente al tiempo de una realización suficientemente gradual de las condiciones previas que ella estaba destinada a realizar. MORAL Y POLÍTICA DE LA SOLIDARIDAD Después de haber explicado las leyes naturales que, en el sistema de la sociabilidad moderna, deben determinar la indispensable concentración de las riquezas en los jefes industriales, la filosofía positiva hará comprender que poco importa a los intereses populares en qué manos se encuentran actualmente los capitales, siempre que su empleo normal sea necesariamente útil para la masa social. Ahora bien, esta condición esencial depende mucho más, por su naturaleza, de los medios morales que de las medidas políticas. Los conceptos estrechos y las pasiones odiosas desearían instituir legalmente, contra la acumulación espontánea de los capitales, laboriosos obstáculos, a riesgo de paralizar directamente toda verdadera actividad social; pero es evidente que esos procedimientos tiránicos tendrían eficacia real mucho menor que la reprobación universal, aplicada por la moral positiva a todo empleo excesivamente egoísta de las riquezas privadas; reprobación tanto más irresistible cuanto que los mismos que deberían sufrirla no estarían en condiciones de recusar el principio, inculcado a todos por la educación fundamental común, como lo demostró el catolicismo en la época de su preponderancia (...). Pero, al señalar el pueblo la naturaleza esencialmente moral de sus reclamos más graves, la misma filosofía hará sentir necesariamente también a las clases superiores el peso de un juicio tal, imponiéndoles con energía, en nombre de principios que ya no es posible rechazar francamente, las grandes obligaciones morales inherentes a su posición; de modo que, por ejemplo, en el asunto de la propiedad, los ricos se considerarán moralmente como los depositarios necesarios de los capitales públicos, cuya utilización efectiva, sin poder acarrear jamás ninguna responsabilidad política, salvo en algunos casos excepcionales de aberración extrema, no por ello estará menos sujeta a una escrupulosa discusión moral, inevitablemente accesible a todos en las condiciones apropiadas; y cuya autoridad espiritual será ulteriormente el órgano normal. De acuerdo con un estudio profundo de la evolución moderna, la filosofía positiva mostrará que, desde la abolición de la servidumbre personal, y al margen de toda declamación anárquica, las masas proletarias aún no están verdaderamente incorporadas al sistema; que el poder del capital, primero medio natural de emancipación y luego de independencia, ahora ha llegado a ser exorbitante en las actividades cotidianas; aunque merezca cierta justa preponderancia que debe ejercer necesariamente, a causa de una generalidad y de una responsabilidad superiores, de acuerdo con la sana teoría jerárquica. En una palabra, esta filosofía hará comprender que las relaciones industriales, opresoras, deben sistematizarse con arreglo a las leyes morales de la armonía universal.* *Tomo VI. Versión de A. Leal, R. Aron, Las etapas del pensamiento sociológico. Bs. As. DISCURSO SOBRE EL ESPÍRITU POSITIVO SELECCIÓN ANÁLISIS En su libro intitulado Tratado filosófico de astronomía popular, editado en 1844, dos años después del postrer tomo (el sexto) del Curso de filosofía positiva (18301842), aparece a guisa de introducción el Discurso sobre el espíritu positivo. De inmediato se advirtió la significación que tenía por sí mismo este Discurso introductivo y se publicó como separata. Viose en él, en verdad, una oportuna y abreviada exposición de la doctrina. Comte mismo dijo: “El presente Discurso constituye por sí mismo un verdadero conjunto, imagen fiel, bien que muy apretada, de un vasto sistema.” El Discurso, a manera de la susodicha introducción, fue redactado dentro de un solo título sin divisiones ni subdivisiones. La Sociedad positivista, habida cuenta de la importancia del texto, lo editó con un amplio índice analítico, tan meritorio como pertinente, que las versiones del francés a otras lenguas (incluyendo el español) han conservado. El Discurso se ofrece conforme a este índice en tres partes, repartidas en capítulos, secciones y 78 incisos numerados. El Discurso respecto del Curso de filosofía, selecciona algunos conceptos, aquellos que, de preferencia, tocan cuestiones de astronomía. Del abundante arsenal de pensamientos de que consta el Curso, el Discurso reordena, además otras ideas. Atendible en muchos aspectos es como obligada vía para el advenimiento definitivo del positivismo. La primera parte lleva el título de Superioridad mental del espíritu positivo. Se subdivide en tres capítulos. El inicial de éstos expone la ley de los tres estados (teológico o ficticio, metafísico o abstracto y positivo o real) o sea la Ley de la evolución intelectual de la humanidad. La mente positivista se caracteriza en virtud de que subordina la imaginación a la observación, niega el saber absoluto en obsequio del relativo y adquiere el hábito de la previsión racional (ver para prever), reconociendo la invariabilidad de las leyes naturales. El capítulo segundo de esta parte, llamado Destino del espíritu positivo, alecciona acerca de la armonía entre los individuos y la entera humanidad; armonía, por cierto, que ha de fundarse en el paso de la teoría positiva a la práctica, mediante una revolución. El capítulo tres, Atributos correlativos del espíritu positivo y el sentido común, muestra cómo la nueva doctrina concuerda con la sana razón. También consta de tres capítulos la segunda parte de la obra, Superioridad social del espíritu positivo. El triunfo del positivismo significa una revolución. Las filosofías de la época, ante todo el eclecticismo, son impotentes para promoverla, y ello debido a que no concilian el orden (la normalidad) con el progreso (Cap. I: Organización de la revolución). Las altas calidades del espíritu positivo conllevan a una sistematización de la moral humana (Cap. II). Ésta ha de ser independiente de la teología y de la metafísica y acentuar el Desarrollo de los sentimientos sociales (Cap. III). La moral del antiguo régimen es egoísta; la del espíritu positivo, social (moral de la simpatía). La tercera parte, Condiciones de advenimiento de la escuela positiva, lleva un subtítulo muy expresivo: Alianza de los proletarios y los filósofos. Como en las partes anteriores, esta tercera consta de tres capítulos. La inquietud social y política se explica por una anarquía moral reinante, efecto directo de una paralela anarquía intelectual. El positivismo busca la concordia, la solución de los problemas sociales. Para lograrlo es preciso implantar una enseñanza popular superior de orientación positivista (Cap. I). Presupuesto eficaz cometido tal es el desarrollo de una educación política que llegue a todas las capas sociales y que tenga a modo de mira de las virtudes morales (Cap. II). Aquí la adecuada participación de os gobiernos es necesaria. En todo caso precisa establecer el orden de los estudios positivos. Apela para ello a la clasificación de las ciencias y a la ley enciclopédica y jerárquica de ellas. Sólo a tal precio la mente de los educados podrá asimilar y practicar la enciclopedia, tan vasta, tan práctica, del positivismo (Capítulo III). Se cierra el opúsculo con unas breves indicaciones relativas a la aplicación directa de la pedagogía positivista a los estudios de la astronomía (incisos 78 y 79), la segunda de la serie de la clasificación (matemáticas, astronomía, física, química, biología, sociología) pero cuya importancia pervade como las otras ciencias, dado el carácter enciclopédico de la doctrina, la formación positivista del hombre. OBJETO DE ESTE CURSO* 1. En lo futuro, los conocimientos astronómicos, considerados hasta ahora de manera muy aislada, han de formar parte ya a manera de uno de los elementos indispensables de un nuevo sistema indivisible de filosofía general, preparado gradualmente por el concurso espontáneo de todos los grandes trabajos científicos realizados durante los tres siglos últimos, y que han llegado hoy, finalmente, a su palpable madurez abstracta. En virtud de este íntimo nexo, por cierto todavía poco aceptado, naturaleza y destino de este Tratado1 no podrían ser suficientemente ponderados, si este preámbulo necesario no estuviera consagrado a explicar convenientemente el verdadero espíritu fundamental de esta filosofía, cuyo conocimiento universal debe ser, en el fondo, la finalidad esencial de tal enseñanza. Como se destaca de señalada manera por una preponderancia continua, a la vez lógica y científica, respecto del punto de vista histórico o social, debo en primer término, para caracterizarla mejor, recordar brevemente la gran ley que he establecido en mi Sistema de Filosofía positiva acerca de la evolución intelectual entera de Humanidad, ley a la que, por otra parte, nuestros estudios astronómicos habrán de recurrir con frecuencia. PRIMERA PARTE SUPERIORIDAD MENTAL DEL ESPÍRITU POSITIVO 1° CARÁCTER PRINCIPAL: LA LEY O SUBORDINACIÓN CONSTANTE DE LA IMAGINACIÓN A LA OBSERVACIÓN 12. Esta prolijada sucesión de preámbulos necesarios conduce finalmente a la comprensión, gradualmente emancipada, de su estado definitivo de positividad racional, que ha de caracterizarse aquí de un modo más pormenorizado que en los dos estados preliminares.2 Una vez confirmado lo radicalmente inútil de las explicaciones vagas y arbitrarias propias de la filosofía anterior, sea teológica, sea metafísica, el espíritu humano renuncia desde ahora a las indagaciones absolutas peculiares de su infancia, y circunscribe sus esfuerzos al dominio a partir de entonces aceleradamente progresivo, de la verdadera observación, única base posible de los conocimientos accesibles en verdad, adaptados sensatamente a nuestras necesidades reales. La lógica * Texto que precede a la primera parte del Discurso sobre el espíritu positivo. Versión de F. Larroyo. 1 La obra ya mencionada en el Análisis. Tratado filosófico de astronomía popular. 2 El estado teológico o ficticio y el estado metafísico o abstracto (N. de F. Larroyo). especulativa había consistido hasta entonces en razonar, con más o menos sutileza, sobre principios confusos que, no ofreciendo prueba alguna suficiente, suscitaban siempre disputas sin fin. Desde ahora la lógica reconoce, como regla fundamental, que toda proposición que no puede reducirse estrictamente al mero enunciado de un hecho, particular o general, no puede tener ningún sentido real e inteligible. Los principios mismos que emplea no son ya sino verdaderos hechos, bien que más generales y abstractos que aquellos de cuyo vínculo sirve. Por otra parte, cualquiera que sea el modo, racional o experimental, su eficacia científica resulta exclusivamente de su concordancia, directa o indirecta, con los fenómenos observados. La pura imaginación pierde entonces su inveterada preponderancia mental y se subordina necesariamente a la observación, dentro de un estado lógico enteramente normal, no dejando de ejercer, sin embargo, en las especulaciones positivas, un oficio tan principal como inagotable para crear o perfeccionar los medios de enlace ora definitivo, ora provisional. En una palabra, la revolución fundamental que caracteriza a la virilidad de nuestra inteligencia consiste esencialmente en sustituir de todo, la inaccesible determinación de las causas propiamente dichas por la mera búsqueda de las leyes, es decir, de las relaciones constantes que existe n entre los fenómenos observados. Se trata de los hechos mínimos o de los más sublimes, del choque y gravedad como del pensamiento y moralidad, no podemos verdaderamente conocer sino las diversas conexiones naturales aptas para su cumplimiento, sin penetrar nunca en el misterio de su causa productora. 2º NATURALEZA RELATIVA DEL ESPÍRITU POSITIVO 13. Las investigaciones positivas han de limitarse a la apreciación sistemática de lo que es, renunciando a descubrir su primer origen y su destino final. También interesa señalar que este estudio de los fenómenos, no puede lograr lo absoluto en modo alguno, sino, permanecer siempre en un nivel relativo de nuestra organización y a nuestra y a nuestra circunstancia. Admitiendo en este doble aspecto la necesaria imperfección de nuestros diversos recursos especulativos, se ve que, lejos de poder estudiar en su totalidad alguna realidad efectiva, no podríamos garantizar de ningún modo la posibilidad de comprobar, así sea muy superficialmente, todo cuanto existe realmente, cuya mayor parte acaso debe escapar a nosotros por completo. Si la pérdida de un sentido importante basta para ocultarnos radicalmente un orden entero de fenómenos naturales, se puede pensar, recíprocamente, que la adquisición de un nuevo sentido nos revelaría una clase de hechos de los que ahora no tenemos la menor idea, so pena de creer que la diversidad de los sentidos, tan diferente en los principales tipos de animalidad, se halle en nuestro organismo. En el más alto grado de eficacia para explorar en su totalidad el mundo exterior, suposición evidentemente infundada y casi ridícula. Ninguna ciencia puede exhibir mejor que la astronomía este carácter necesariamente relativo de todos nuestros conocimientos reales, puesto que, no pudiendo hacerse en ella la investigación de los fenómenos más que por un único sentido, es muy fácil notar las consecuencias especulativas de su desaparición o de su simple alteración. No podría existir astronomía alguna para una especie ciega, por inteligente que se la suponga, ni acerca de astros oscuros, que son tal vez los más numerosos, ni siquiera inclusive, si la atmósfera a través de la cual observamos los cuerpos celestes permaneciera siempre y en todas partes nebulosa. Todo el desarrollo de este Tratado nos brindará muchas ocasiones para apreciar del modo más inequívoco, esta íntima dependencia en que el conjunto de nuestras condiciones propias, tanto internas como externas, mantiene de manera obligada cada uno de los estudios positivos. 14. Con la mira de aclarar en lo posible este carácter necesariamente relativo de todos nuestros conocimientos reales, importa demás advertir, desde el punto de vista más filosófico, que, si nuestras concepciones, cualesquiera que sean, deben considerarse ellas mismas como otros tantos fenómenos humanos, tales fenómenos no son simplemente individuales, sino también, y sobre todo, sociales, puesto que son resultado de una evolución colectiva y continua, en la que todos los elementos y todas las fases están en una esencial conexión. De modo que, si en el primer aspecto se reconoce que nuestras existencia individual, es obligado admitir asimismo, en el segundo, que no están menos subordinados al conjunto del progreso social, de suerte que no pueden tener nunca la fijeza absoluta que los metafísicos han creído. Ahora bien: la ley general del desarrollo fundamental de la Humanidad consiste, en este respecto, en que nuestras teorías tiendan cada vez más a representar exactamente los objetos externos de nuestras constantes investigaciones, pero sin que pueda en caso alguno ser plenamente apreciada la verdadera constitución de cada uno de ellos, ya que la perfección científico sólo puede aproximarse a aquel límite ideal hasta donde lo exijan nuestras diversas necesidades reales. Este segundo género de dependencia, propio de las especulaciones positivas, se manifiesta con tanta claridad como el primero en todo el curso de los estudios astronómicos. Considérese, por ejemplo, la serie de nociones, cada más vez satisfactorias, obtenidas desde el origen de la geometría celeste, acerca de la figura de la tierra, la forma de las órbitas planetarias, etc. Así, aunque, por una parte, las doctrinas científicas sean suficientemente variables como para rechazar toda pretensión de absoluto, sus variaciones graduales no presentan, por otra parte, ningún carácter arbitrario susceptible de motivar un escepticismo aún más peligroso; cada cambio sucesivo conserva, por lo demás, espontáneamente, en las teorías correspondientes, una posibilidad indefinida para representar los fenómenos que les han servido de base, por lo menos mientras no haya que rebasar el grado primitivo de efectiva precisión. 3º DESTINO DE LAS LEYES POSITIVAS: PREVISIÓN RACIONAL 15. Una vez reconocida la subordinación de la imaginación a la observación como primer condición fundamental de todo sano trabajo científico, cierta viciosa tendencia ha conducido con frecuencia a exagerar mucho este gran principio lógico, haciendo degenerar la ciencia real en una especie de estéril acumulación de hechos incoherentes, que no ofrece otro mérito que el de la exactitud parcial. Interesa, pues, percatarse bien de que el verdadero espíritu positivo no está menos lejos, en el fondo, del empirismo que del misticismo; entre esto dos extravíos, igualmente nocivos, ha de avanzar siempre: la necesidad de tal reserva continua, tan difícil como importante, bastaría por otra parte para comprobar, conforma a nuestras explicaciones iniciales, cuán maduramente preparada debe estar la auténtica positividad, para que no pueda en forma alguna retornar al estado naciente de la Humanidad. En las leyes de los fenómenos reside realmente la ciencia, a la cual los hechos propiamente dichos, por exactos y numerosos que puedan ser, jamás aportan otra cosa que materiales indispensables. Contemplando el destino constante de esta leyes, se puede decir, sin exageración alguna, que la verdadera ciencia, lejos de estar formada de meras observaciones, tiende siempre a dispensar, en los posible, de la exploración directa, sustituyéndola por aquella previsión racional, que constituye, por todos aspectos, el principal carácter del espíritu positivo, como nos lo mostrará efectivamente el conjunto de los estudios astronómicos. Una previsión tal, consecuencia necesaria de las relaciones constantes descubiertas entre los fenómenos, no consentirá jamás confundir la ciencia real con esa vana erudición que acumula hechos inútilmente sin aspirar a inferir unos de otros. Este gran atributo de todas nuestras sanas especulaciones es tan significativo para su utilidad efectiva como para su propia dignidad; pues la exploración directa de los fenómenos realizados no podría bastar para permitirnos modificar su cumplimiento, si no nos condujera a preverlos convenientemente. Así, el verdadero espíritu positivo consiste, ante todo, en ver para prever, en estudiar lo que es, a fin de concluir de ello lo que será conforme al dogma general de la invariabilidad de las leyes naturales.1 4º EXTENSIÓN UNIVERSAL DEL DOGMA FUNDAMENTAL DE LA INVARIABILIDAD DE LAS LEYES NATURALES 16. Este principio fundamental de toda filosofía positiva, que todavía no abarca, ni con mucho, suficientemente al conjunto de los fenómenos, comienza, por fortuna, desde hace tres siglos, a hacerse en cierto modo familiar, pues, a causa de los hábitos arraigados, se ha desconocido las más de las veces su verdadera fuente, empeñándose con una vana y confusa argumentación metafísica, por representar como una especia de noción innata, o al menos primitiva, lo que no ha podido resultar sino de una lenta inducción gradual, a la vez individual y colectiva. No solamente motivo racional alguno, fuera de toda exploración exterior, nos indica primero la invariabilidad de las relaciones físicas; también es incontestable, por el contrario, que el espíritu humano experimenta, durante su larga infancia, una muy viva inclinación a desconocerla, incluso allí donde una observación imparcial se la mostraría ya, si no estuviera entonces arrastrado por su tendencia necesaria a referir todos los sucesos 1 Acerca de este juicio general sobre el espíritu y la marcha peculiar del método positivo, se puede estudiar, con innegable beneficio, la preciosa obra titulada: A System of logic, ratiocinative and inductive, publicada recientemente en Londres (John Parker, West Strand, 1843), por mi eminente amigo Mr. John Stuart Mill, tan plenamente vinculado desde ahora a la fundación directa de la nueva filosofía. Los siete últimos capítulos del tomo primero contienen una admirable exposición dogmática, tan profunda como luminosa, de la lógica inductiva, que no podrá nunca, me atrevo a asegurarlo, ser concebida ni caracterizada mejor, desde el punto de vista en que el autor se ha situado. cualesquiera que fueran a voluntades arbitrarias. En cada orden de fenómenos existen, sin duda, algunos lo bastante simples y lo bastante familiares para que su observación espontánea haya sugerido siempre el sentimiento confuso e incoherente de una cierta regularidad secundaria; de suerte que el punto de vista puramente teológico no ha podido ser nunca, en rigor, universal. Mas esta convicción parcial y precaria se limita por mucho tiempo a los fenómenos menos numerosos y más subalternos, sin poder siquiera preservarlos a la sazón de las repetidas alteraciones atribuidas a la intervención preponderante de los agentes sobrenaturales. El principio de la invariabilidad de las leyes naturales sólo empezó realmente a adquirir alguna consistencia filosófica cuando los primeros trabajos verdaderamente científicos pudieron exhibir su esencial exactitud dentro de un orden entero de grandes fenómenos; lo que sólo podía provenir suficientemente gracias a la fundación de la astronomía matemática, durante los últimos siglos del politeísmo. Según esta introducción sistemática, dicho dogma fundamental ha tendido, sin duda, a extenderse, por analogía, a fenómenos más complicados, incluso antes de que sus leyes propias pudieran conocerse en modo alguno. Pero, aparte de su esterilidad efectiva, esta vaga anticipación lógica tenía entonces poco, muy poco vigor para resistir convenientemente a la activa supremacía mental que aún conservaban las ilusiones teológico-metafísicas. Después fue indispensable un primer bosquejo del establecimiento de las leyes naturales respecto a cada orden principal de fenómenos, para suministrar a tal noción esa fuerza inquebrantable que comienza a presentarse en las ciencias más adelantadas. Convicción tal sólo podría hacerse lo bastante firme al difundirse una parecida tarea a todas las especulaciones fundamentales, ya que la incertidumbre que traen consigo las más complejas afecta más o menos a cada una de las otras. Es muy bien conocida esta tenebrosa reacción, incluso hoy, cuando, por desconocimiento todavía habitual acerca de las leyes sociológicas, el principio de la invariabilidad de las relaciones físicas queda a veces sujeto a graves alteraciones, hasta en los estudios puramente matemáticos, en que vemos, por ejemplo, auspiciar a diario un pretendido cálculo de probabilidades que supone implícitamente la ausencia de toda ley real acerca de algunos sucesos, sobre todo cuando el hombre interviene en ellos. Pero, por fin, al difundirse universalmente este empeño, condición ahora cumplida en los espíritus más adelantados, cobra este gran principio filosófico una plenitud decisiva, bien que las leyes efectivas de la mayor parte de los casos particulares hayan de permanecer mucho tiempo ignoradas; porque una irresistible analogía plica entonces de antemano a todos los fenómenos de cada orden lo que no ha sido comprobado sino para algunos de ellos, a condición de tener siempre una apreciable importancia.* * Primera parte. Versión de F. Larroyo. SEGUNDA PARTE SUPERIORIDAD SOCIAL DEL ESPÍRITU POSITIVO ORGANIZACIÓN DE LA REVOLUCIÓN 38. No basta bosquejar el destino histórico del positivismo dentro de una sistematización conclusa de las concepciones humanas como acabamos de hacerlo; es obligado asimismo considerar aquí, bien que de manera distinta aunque sumaria, su necesaria aptitud para encontrar la única solución intelectual que pueda realmente tener la enorme crisis social desenvuelta desde hace medio siglo en todo el Occidente, y señaladamente en Francia. IMPOTENCIA DE LAS ESCUELAS ACTUALES (39...) La gran crisis final1 se inició cuando una común decadencia, espontánea primero, después sistemática, llegó al fin al punto de hacer universalmente irrecusable la imposibilidad de conservar el antiguo régimen y la creciente urgencia de un orden nuevo (...). Pero esta transformación, cada vez más urgente, ha tenido que ser hasta ahora imposible debido a la ausencia de una filosofía verdaderamente adecuada para darle una base intelectual indispensable. Las filosofías existentes son impotentes para contener la crisis. A pesar de su tendencia antianárquica, la escuela teológica se ha mostrado impotente para impedir el despliegue de las opiniones subversivas, que, después de haberse desarrollado durante su primera restauración son propagadas por ella, a través de fríos cálculos dinásticos. De parecida manera, cualquiera que sea el instinto antirretrógrado de la escuela metafísica ya no tiene hoy la fuerza lógica que reclamaría su cometido revolucionario. CONCILIACIÓN POSITIVA DEL ORDEN Y DEL PROGRESO 42. (...) La razón pública ha de encontrarse implícitamente dispuesta a aceptar hoy el espíritu positivo como la única base posible de una verdadera solución de la honda anarquía intelectual y moral que caracteriza la gran crisis moderna. La escuela positiva, todavía la margen de tales cuestiones, se ha ido preparando gradualmente para ello (...). Afianzada en sus bases científicas y lógicas, libre, por otro lado, de los reiterados extravíos contemporáneos, hace acto de presencia hoy como la doctrina que acaba de lograr la plena generalidad filosófica de que hasta ahora carecía. ...................................................................... 43. Ante todo, no se puede desconocer la aptitud connatural de tal filosofía para promover directamente la conciliación fundamental, en vano aún buscada, entre las exigencias recíprocas del orden y del progreso, puesto que le basta para ello extender hasta los fenómenos sociales una tendencia de su naturaleza y que ha hecho ahora muy familiar en los otros casos esenciales. En una cuestión cualquiera, el espíritu positivo conduce siempre a establecer una exacta y elemental armonía entre las ideas de existencia y las de movimiento, que confirma, más especialmente para los cuerpos vivos, la correlación permanente de las ideas de organización con las de vida, y luego, por una última especialización, inseparable del organismo social, la comunidad reiterada de las ideas de orden y las de progreso. Para la nueva filosofía, el orden constituye siempre la condición fundamental del progreso, y, recíprocamente, el progreso viene a ser la finalidad del orden: en la mecánica animal, el equilibrio y el progreso son mutuamente indispensables, a manera de fundamento o finalidad. 44. Respecto del orden, en su extensión social, el espíritu positivo le brinda poderosas garantías directas, no sólo científicas, sino también lógicas, y que podrán juzgarse pronto como muy superiores a las vanas pretensiones de una teología retrógrada, cada vez más degenerada, desde hace siglos, movidas por activas discordias individuales o nacionales, e incapaz de contener las futuras divagaciones subversivas de sus propios adeptos. Viendo de corregir el desorden actual en su verdadero origen, necesariamente mental, reconstruye, todo lo que puede, la armonía lógica, regenerando los métodos antes que las doctrinas por una triple conversión simultánea; la índole de las cuestiones dominantes, la forma de tratarlas, y las condiciones de su elaboración (...) El orden es, dicho en una palabra, inseparable de las doctrinas positivas. 45. Lo propio sucede, y con mayor evidencia aún, respecto del progreso, que, a pesar de las vanas pretensiones ontológicas, halla hoy su más indiscutible manifestación en el conjunto de los estudios científicos. Dentro de una concepción absolutista y, por tanto, esencialmente inmóvil, la metafísica y la teología no podrían experimentar, apenas una más que la otra, un verdadero progreso, es decir, un avance continuo hacia un fin determinado. Sus transformaciones históricas consisten, al contrario, en una creciente decadencia, mental o social, sin que las cuestiones debatidas hayan podido nunca dar un paso real, por razón misma de su intrínseca incapacidad resolutiva (...) El dogma del progreso no puede, por consecuencia, llegar a ser suficientemente filosófico sino después de una exacta apreciación general de lo que constituye este continuo mejoramiento de nuestra propia naturaleza, principal objeto del adelanto humano. Ahora bien; tocante a ello el conjunto de la filosofía positiva demuestra plenamente, como puede verse en la obra señalada al comienzo de este Discurso, que este perfeccionamiento consiste esencialmente, sea para el individuo o para la especie, en hacer prevalecer cada vez más los atributos eminentes que distinguen a nuestra humanidad de la mera animalidad: a saber, de una parte la inteligencia; de la otra, la sociabilidad, facultades solidarias que se apoyan mutuamente de medio a fin. ...................................................................... 46. Este doble señalamiento de la capacidad fundamental del espíritu positivo para sistematizar espontáneamente las sanas nociones del orden y del progreso basta aquí para subrayar la gran eficacia social propia de la nueva filosofía general. Su idoneidad, en este aspecto, depende sobre todo de su plena realidad científica, o sea, de la exacta armonía que establece siempre, en grado posible, entre los principios y los hechos, así para los fenómenos sociales como para todos los demás. La integral reorganización, única que puede solventar la honda crisis moderna, precisa derivarla, efectivamente, de la madurez mental que ante todo ha de elaborar una teoría sociológica capaz de explicar convenientemente el pasado humano en su conjunto: tal es el modo más racional de plantear el problema esencial, a fin de evitar toda pasión perturbadora. Así también puede ser más claramente apreciada la superioridad de la escuela positiva, sobre las diversas escuelas actuales, ya que el espíritu teológico y el espíritu metafísico encaminados ambos, por su índole absolutista, a sólo considerar la porción del pasado en que cada uno de ellos ha dominado; cuanto precede y lo que sigue sólo les parece una oscura mezcolanza y un desorden inexplicable, cuyo nexo con aquélla reducida parte del gran espectáculo histórico no puede ser, a sus ojos, sino efecto de una milagrosa intervención. Por ejemplo, el catolicismo ha tenido siempre respecto del politeísmo antiguo, una actitud crítica tan obnubilada como la que hoy reprocha, con justicia, para con él mismo, al espíritu revolucionario propiamente dicho. Una auténtica explicación de todo el pasado conforma a las leyes constantes de nuestra naturaleza, individual o colectiva, es, pues, necesariamente imposible para las diversas escuelas absolutistas que todavía imperan; ninguna de ellas, en efecto, ha intentado fijarla a satisfacción. El espíritu positivo, gracias a su naturaleza eminentemente relativa, es el único que puede considerar de manera adecuada todas las grandes épocas históricas como fases determinadas de una misma evolución fundamental, en que cada una resulta de la precedente y prepara la que sigue, según leyes invariables (...) SISTEMATIZACIÓN DE LA MORAL HUMANA 47. La expresada consideración de las relevantes propiedades sociales que caracterizan al espíritu positivo, no bastarían so pena de añadir una breve apreciación de su espontánea aptitud para sistematizar finalmente la moral humana, que representará siempre la principal aplicación de toda verdadera doctrina de la Humanidad. EVOLUCIÓN DE LA MORAL POSITIVA 48. Dentro de la organización politeísta en la antigüedad, subordinada radicalmente la moral a la política, no pudo nunca obtener la dignidad ni la universalidad que convienen a su naturaleza. Su independencia fundamental y su normal ascendencia resultaron, en cuanto era posible entonces, del régimen monoteísta propio de la Edad Media. Este enorme servicio social, debido principalmente al catolicismo, será siempre su más importante título para el reconocimiento eterno del género humano. Sólo a partir de esta obligada separación, sancionada y completada por la división necesaria de los dos poderes, pudo comenzar realmente la moral humana a tomar un carácter sistemático, estableciendo, a salvo de los impulsos pasajeros, reglas verdaderamente generales para la totalidad de la existencia personal, doméstica y social. Las hondas deficiencias de la filosofía monoteísta, empero, dominante a la sazón en esta importante actividad, hubieron de alterar mucho su influencia y hasta comprometer gravemente su estabilidad, provocando en seguida un fatal conflicto entre la tendencia intelectual y el desarrollo moral. Unida a una doctrina que no podía seguir siendo mucho tiempo progresiva, la moral debía encontrarse cada vez más afectada por el descrédito creciente que, por consecuencia, iba a sufrir una teología que, en lo sucesivo retrógrada, llegaría a ser radicalmente repulsiva a la razón moderna. Presa desde entonces de la acción disolvente de la metafísica, la moral teológica ha recibido, en efecto, durantes los cinco últimos siglos, en cada una de sus tres partes esenciales, golpes cada vez más duros, que la rectitud y la moralidad naturales del hombre no ha podido restañar, a pesar del feliz y continuo desarrollo que entonces pudo suministrarles el curso espontáneo de nuestra civilización. Si el prestigio del espíritu positivo no viniera por fin a poner término a estas anárquicas divagaciones, acarrearían éstas de seguro un mortal escepticismo respecto de ideas un tanto delicadas de la moral usual, no sólo social, sino también doméstica, e incluso personal, dejando subsistir sólo las reglas relativas a los casos más burdos, que la apreciación vulgar podría avalar fácilmente. DESARROLLO DEL SENTIMIENTO MORAL 54. No pudiendo hacer aquí una valoración real de la filosofía positiva, hay que señalar, empero, la tendencia continua que resulta directamente de su propia constitución, científica o lógica, para promover y afirmar el sentimiento del deber, propiciando el espíritu de sociabilidad que se halla unido a él de manera natural. El nuevo régimen mental borra la fatal oposición que, desde las postrimerías de la Edad Media, cada vez más se manifiesta entre las necesidades intelectuales y morales. En adelante, al contrario, todas las meditaciones efectivas, convenientemente sistematizadas, vendrán a favorecer en lo posible la universal preponderancia de la moral, ya que el punto de vista social se convertirá en el nexo científico y regulador lógico de los demás aspecto positivos. Es factible que tal articulación, desenvolviendo las ideas de orden y de armonía, referidas siempre a la Humanidad, vengan a moralizar profundamente, no sólo a los espíritu selectos, sí que también a las inteligencias toas que, en mayor o menor grado, habrán de participar en esta gran tarea dentro de un sistema adecuado de educación universal. EL ANTIGUO RÉGIMEN MORAL ES INDIVIDUAL 55. Un examen más íntimo y más amplio, práctico y teórico a la vez, exhibe a la vez, exhibe al espíritu positivo como el único capaz, por su índole de desarrollar directamente el sentimiento social, base primordial imprescindible de toda sana moral. El antiguo régimen mental no podía estimular ese sentimiento sino recurriendo a penosos artificios indirectos, cuyo resultado debía ser muy imperfecto, por la tendencia esencialmente personal de tal filosofía, cuando la sabiduría sacerdotal no moderaba su influencia espontánea. Esta necesidad es reconocida hora, al menos empíricamente, en cuanto al espíritu metafísico propiamente dicho, que nunca pudo llegar en moral a ninguna otra teoría efectiva que al desastroso sistema del egoísmo, tan en boga hoy, a pesar de tantas declamaciones en contra. Hasta las sectas ontológicas que han protestado seriamente contra semejante extravío, sólo la han sustituido con nociones vagas o incoherentes, incapaces de eficacia práctica. Una actitud tan deplorable y empero, tan reiterada, ha de tener raíces más profundas de lo que se supone de ordinario. ...................................................................... EL ESPÍRITU POSITIVO ES SOCIAL 56. Directamente social, en todo lo posible y exento de violencia, por su propia realidad, es, por el contrario, el espíritu positivo. Para él no existe el hombre propiamente dicho; sólo puede existir la Humanidad, dado que todo nuestro desarrollo se debe a la sociedad, cualquiera que sea el aspecto considerado. Si la idea de sociedad se antoja aún una abstracción de nuestra inteligencia, es, sobre todo, por culpa del antiguo régimen filosófico, pues es, de cierto, a la idea de individuo a la que pertenece tal carácter, al menos en nuestra especie. La nueva filosofía aspirará siempre a subrayar, así en la vida activa como en la especulativa, el vínculo de cada uno con todos dentro de una serie de variados aspectos, haciendo involuntariamente familiar el sentimiento íntimo de la solidaridad social convenientemente extendido a todos los tiempos y en todos los lugares. No sólo será siempre considerada la búsqueda activa del bien público como el modo más propio de asegurar la común felicidad privada, sino que, por una influencia más directa y pura y, por tanto, más eficaz, la principal fuente de la felicidad personal se convertirá en el más completo ejercicio posible de las inclinaciones generosas, aunque, por excepción, no proporcionare más recompensa que una consecuente satisfacción interior. Ya que, como es indudable, la felicidad proviene sobre todo de una acertada actividad, debe depender principalmente de los instintos simpáticos, aunque nuestra organización no les conceda ordinariamente una eficacia preponderante, puesto que los sentimientos benévolos son los únicos que pueden desenvolverse libremente en el estado social, que naturalmente los estimula cada vez más brindándoles un campo ilimitado, mientras que exige indispensablemente cierta represión permanente de los impulsos personales cuyo despliegue espontáneo suscitaría continuos conflictos. Dentro de tan amplio círculo social encontrará cada uno la satisfacción de esta tendencia a eternizarse, la cual antes no podía ser satisfecha sino mediante ilusiones, ya incompatibles con nuestra evolución mental. No pudiendo prolongarse más que por la especie, el individuo quedará así obligado a incorporarse a ella lo más completamente posible, vinculándose profundamente a toda su existencia colectiva, no sólo actual, sino también pasada y sobre todo futura, para obtener toda la intensidad de vida que implica en cada caso el conjunto de las leyes reales. Esta gran identificación podrá llegar a ser tanto más íntima.* TERCERA PARTE CONDICIONES DEL ADVENIMIENTO DEL POSITIVISMO (ALIANZA DE LOS PROLETARIOS Y DE LOS FILÓSOFOS) LA ESCUELA POSITIVISTA Y LAS CIRCUNSTANCIAS 57. (...) Importa constatar la feliz correlación existente entre la filosofía positiva y las actitudes discretas, pero empíricas, que la experiencia contemporánea advierte cada vez más, así en los gobernados como en los gobernantes. Reemplazando de manera directa con una poderosa corriente de pensamiento una estéril agitación política, el positivismo explica y sanciona, tras un examen sistemático, la indiferencia o repulsa que la razón pública y el buen juicio de los gobiernos coinciden en manifestar hoy acerca de establecer seriamente instituciones propiamente dichas, en una época en que sólo pueden surtir efectos provisionales o transitorios, por carencia de una base racional adecuada, mientras persista la anarquía intelectual. Encaminada a eliminar al fin este desorden fundamental, por las únicas vías que pueden superarlo, esta nueva filosofía ha menester, ante todo, del mantenimiento continuo del orden material, tanto interno como externo, sin el cual ninguna doctrina social podría ser convenientemente aceptada, ni siquiera formulada de un modo suficiente. Se orienta, pues, a justificar y a secundar la preocupación, muy legítima, que hoy inspira en todas partes el único gran resultado político que sea de inmediato compatible con la situación actual, la cual, por otra parte exígele una dedicación referente habida cuenta de las graves dificultades que le suscita al plantear siempre el problema, insoluble a la larga, de mantener un cierto orden político en el seno de un profundo desorden moral. DIFUSIÓN UNIVERSAL DE LA ENSEÑANZA POSITIVA 59. Viendo de superar con acierto esta actitud espontánea de resistencias diversas que presentan los intelectuales, la escuela positiva no puede encontrar otro recurso general que lanzar una llamada directa y sostenida al buen sentido, empeñándose desde ahora en propagar sistemáticamente, en la masa activa, los medulares estudios científicos propios para suministrar a ella la base indispensable de * Segunda parte. Versión de F. Larroyo. su gran formación filosófica. Estos estudios preliminares, dominados hasta hora por un espíritu de especialización empírico que rige las ciencias correspondientes, son concebidos y dirigidos siempre como si cada uno de ellos tuviera por objeto principal preparar para una cierta profesión exclusiva; lo cual impide la posibilidad, incluso en los que tendrían más ocasión de ello, de abarcar varias, o, por lo menos, tantas como lo exigiría la formación ulterior de sanas concepciones generales. Esto, empero, no continuará así cuando tal instrucción se destine directamente a la educación universal, que cambie por consecuencia su carácter y su dirección, a pesar de toda tendencia contraria. Los más, en efecto, que no quieren hacerse geómetras, ni astrónomos, ni químicos, etcétera, sienten de continuo la necesidad simultánea de todas las ciencias fundamentales, reducida cada una a sus nociones esenciales (...). Así, la universal difusión de los principales estudios positivos no tiene como único objeto satisfacer una necesidad, ya muy acentuada en el público, al sentir que cada vez más las ciencias no están reservadas exclusivamente para los sabios, sino que existen de preferencia para todos. Gracias a una feliz reacción espontánea, un destino semejante, una vez desarrollado, deberá mejorar radicalmente el espíritu actual, al despojarlo de su especialismo ciego y dispersivo, haciéndole adquirir poco a poco el verdadero carácter filosófico indispensable a su principal misión (...). 60. Pero para lograr todo esto hay que tomar en cuenta a todas las inteligencias, no sólo a una clase social por numerosa que sea (...). Es de sobra importante, por ello, que la nueva escuela filosófica desarrolle, desde su origen y todo cuanto pueda, el carácter grandioso de universalidad social, que, con vistas a su principal destino, constituirá su mayor fuerza contra toda resistencia que encuentre en el camino. ORDEN DE LOS ESTUDIOS. LEYES DE LA CLASIFICACIÓN Y DE LA ENCICLOPEDIA JERÁRQUICA DEL SABER 68. Se ha explicado de manera suficiente la importancia principal que tiene en la actualidad la difusión universal de los estudios positivos, ante todo entre los proletarios, para establecer, en lo sucesivo, un necesario punto de apoyo, mental y social a la vez, del saber filosófico que determinará gradualmente la reorganización espiritual de las sociedades modernas. Tal explicación, empero, sería incompleta, e incluso insuficiente, si la última parte de este Discurso no se dedicara a fijar el orden fundamental y propio de éste orden de estudios. ...................................................................... 69. El dicho orden ha de cumplir dos condiciones esenciales, dogmática una, histórica otra, cuya convergencia es obligado reconocer. La primera reside en ordenar las ciencias en su sucesiva dependencia, de manera que cada una de ellas se apoye en la inmediata anterior y prepare la siguiente. La segunda, ve de disponerlas a tenor de la marcha de su aparición efectiva, pasando sin excepción de las más antiguas a las más recientes. La equivalencia natural de estas dos vías enciclopédicas procede de la fundamental idoneidad existente entre la evolución individual y la evolución colectiva, las cuales, merced a su común origen de una finalidad semejante y un mismo agente, ofrecen etapas correspondientes, salvo variaciones de duración, de intensidad y de ritmo de movilidad, inseparables de la desemejanza de los dos organismos. Todo ello permite concebir estos dos modos a manera de dos aspectos correlativos de un solo principio enciclopédico, pudiendo emplearse aquel que en cada caso revele mejor las relaciones por considerar, y la admirable facultad de poder comprobar por uno cuanto resulte por el otro. 70. (...) La ley de clasificación reside en clasificar las diferentes ciencias, fundándose en la naturaleza de los fenómenos estudiados, según su generalidad y su independencia crecientes o su complejidad en aumento, de donde resultan estudios cada vez menos abstractos y cada vez más difíciles, pero asimismo cada vez más elevados y completos, merced a su vínculo más íntimo con el hombre, mejor dicho con la Humanidad, meta final de todo el sistema teórico... * * Parte tercera. Versión de F. Larroyo. SISTEMA DE POLÍTICA POSITIVA TRATADO DE SOCIOLOGÍA QUE INSTITUYE LA RELIGION DE LA HUMANIDAD ANÁLISIS No hay duda. En el Discurso sobre el espíritu positivo se depuran algunos conceptos del Curso de filosofía positiva, pero se mantiene en su conjunto el cuadro de ideas de éste. No ocurre lo propio en la nueva obra, el Sistema de política positiva. Aquí tiene efecto una innegable evolución del pensamiento, señaladamente en la concepción y sentido de la sexta ciencia, la física social; evolución que aho ra se subraya con el nombre reiterado de sociología. Hay que enfatizar que este tránsito evolutivo de ideas, no es, no con mucho, una revolución de la doctrina; se limita a una mudanza con vistas en parte mayor al tema de la religión. Ya se dijo (en el Estudio preliminar): si en el Curso la filosofía se concibe como una enciclopedia del saber metódicamente organizado, en el Sistema el centro de gravitación es la religión, y la sociología, el vehículo para instituirla. Dicho en otro giro: se va proyectando la filosofía como doctrina de la religión, o, por lo menos, haciendo de ésta el ángulo de reflexión del sistema entero. En todo caso, el Catecismo positivista radicaliza la proyectada idea, con una dogmática, un ritual e incluso un calendario, el Calendario positivista. La doctrina histórica de los tres estados y de las ciencias positivas se mantiene, pero se capitaliza. Se hace dar de sí a la sociología como ciencia positiva del orden y progreso humanos sus mayores rendimientos. Aflora la moral como destacada disciplina científica en la enciclopedia del saber. Se habla ahora, en efecto de una escala enciclopédica de siete grados; matemáticas, astronomía, física, química, biología, sociología como filosofía de la humanidad. El positivismo integral es teoría de la unidad y concordia del género humano, ello es, religión de la Humanidad. ¿No se trata de una filosofía de la praxis, de la praxis religiosa? El Sistema de política positiva o tratado de sociología que instituye la religión de la humanidad, 4 tomos, fue editado de 1851 a 1854. El tema a que alude esta obra ya había sido perfilado en la inicial etapa de su desarrollo en un breve trabajo de 1824. Asó, una vez más se confirma la idea de que la evolución del pensar comtiano tuvo un origen complejo, saturado de múltiples incitaciones. La tarea emprendida el en Sistema se advierte en un Prefacio del tomo I (julio de 1851), que contiene un Discurso preliminar sobre el conjunto del positivismo, expuesto ya en un amplio estudio (de más de 300 págs.), en 1848, y una Introducción, que Comte califica de científica y lógica a la vez. El Discurso preliminar, a su turno, ofrece un Preámbulo general, cinco partes y una Conclusión. La filosofía positiva tiene la tarea de sistematizar toda la existencia humana, individual y social. Contempla en unidad el pensar, el sentir y el actuar humanos. De ahí que el positivismo reflexione por igual sobre la teoría y la práctica y vea cómo la vida intelectual y la existencia política y religiosa se penetran mutuamente. Una vez bien descritos los elementos fundamentales del positivismo (1ª parte) se inquiere el destino social a que está llamado (2ª parte), mostrado en seguida la eficacia popular de la nueva doctrina (3ª parte), su influencia femenina (4ª parte), para conc luir con la dimensión estética de él (5ª parte). La Conclusión general lleva en derechura a la idea de la religión de la humanidad. La Introducción comprende tres capítulos y un apéndice. En ella se trata de mostrar que las leyes aplicables en las ciencias de la naturaleza rigen también en la vida social (Cap. I). Con todo, hay especificaciones. En el Capítulo II se habla de la Cosmología (matemáticas, astronomía, física, química) o estudio indirecto, esencialmente analítico y en el Capítulo III, de la Biología, estudio directo, predominantemente sintético, y en donde se discurre sobre la naturaleza bio-social del hombre. El Apéndice es un Discurso fúnebre sobre Enrique Ducrotay de Blainville (1777-1850), destacado naturalista francés, colaborador y continuador de Cuvier (17691832), el creador de la anatomía comparada y de la paleontología. Al hilo de la idea de la unidad de las ciencias y de su método, el tomo II (mayo de 1852) del Sistema se ocupa de la Estática social o tratado abstracto del orden humano. (El mencionado tomo se distribuye en un Prefacio, siete amplios capítulos y una Conclusión). El primero de los capítulos ofrece la teoría de la religión. De las dos tendencias del hombre, la egoísta y la altruista, la vida religiosa se desenvuelve gracias a la benevolencia universal. La doctrina positiva de la religión es el estudio de la concordia de la Humanidad. La meta de la sociología como ciencia positiva es mostrar la necesidad de la armonía humana (Cap. I). “Hay una tendencia social, irresistible de la naturaleza humana” que contrasta con otra tendencia, de señalado carácter intelectual, de la posesión material. Una suerte de síntesis de ambas actitudes hace posible la sociabilidad (Cap. II). La familia (objeto de estudio del Cap. II de la Estática social), constituye la primera base esencial del espíritu social. La familia no el individuo aislado, representa el elemento social. La sociedad es un organismo viviente que emana del germen familiar (organicismo). De parecida manera que la propiedad material es una constante de la sociedad, el lenguaje (Cap. IV) es principio de toda actividad asociada y de cooperación, en base de su fuerza comunicativa. Permite, entre otras cosas, la formación del capital cultural. El cuerpo social tiene sus órganos; es, en conjunto, como se reitera, un organismo. La Estática social como anatomía de la sociedad tiene que describir sus instituciones constantes (Cap. V). Mas ¿Cómo es dable a la luz del positivismo la existencia y permanencia de la sociedad? La respuesta yace en el hecho de la educación, cuyos fines (la solidaridad, la obediencia y la previsión) han de estar garantizados por la autoridad ejercida por sabios y sacerdotes (Cap. VI). ¿Hasta dónde es posible tal hecho? El Cap. VII examina los límites generales de ello. En la Conclusión vuelve al tema religioso. Hace ver que la religión no es el vínculo del hombre con Dios, sino el principio unificador de los individuos entre sí. El tomo III (agosto de 1853), está dedicado a la Dinámica social o sea el tratado general del progreso humano. El propio Comte, que apela consecuentemente al método comparativo e histórico, llama también a esta parte de la sociología Filosofía de la historia. El tomo se desenvuelve en un Prefacio (con un Apéndice que aborda cuatro asuntos) un Preámbulo general, siete capítulos (cada uno importante de cuyo, y en donde expone lo sustancial) y una Conclusión general. Se inicia la exposición con la teoría positiva de la evolución humana, o leyes generales del movimiento intelectual y social (Cap. I). La naturaleza humana, diferente de las oras especies animales, posee facultades que la llevan a un desarrollo constante llamado progreso. Éste se especifica en leyes, las leyes del progreso intelectual, del progreso afectivo y de la actividad. El fetichismo, claro está, es una manifestación de la naturaleza humana, a mera de un régimen espontáneo de la humanidad (Cap. II). El politeísmo asimismo es efecto de intrínsecas posibilidades humanas como lo pone de relieve su carácter conservador en Oriente, primero (Cap. III), y después el politeísmo intelectual, propio de la civilización griega (Cap. IV) y el politeísmo social en la época de la incorporación romana (Cap. V). Gracias también a la naturaleza humana, surge más tarde la tercera fase del estado teológico, el monoteísmo, época del catolicismo feudal o aparición general del monoteísmo defensivo (Cap. VI). El Cap. VII expone la teoría positiva de la revolución occidental en los tiempos modernos, poniendo de relieve la constante social del progreso humano. El tomo IV (agosto de 1854) contiene un panorama del porvenir de la humanidad. Consta de un Prefacio, un Apéndice al Prefacio que incluye todas las Circulares, denominación de Comte bajo los cuales lanza exhortaciones que propician, a su juicio, la transición final de la república occidental formada por el libre acuerdo de los pueblos más avanzados, a saber, el inglés, el alemán, el italiano y el español, un Preámbulo general, cinco capítulos, doctrinarios, una Conclusión general del tomo IV, una Conclusión general del Sistema de política positiva, una Invocación general y una Bibliografía positivista del siglo XIX. Sobre los cimientos puestos en la sociología, estática y dinámica, levanta ahora el autor la doctrina de la religión. El dogma central es la Humanidad, que ocupará el lugar de Dios, como teoría fundamental del Gran Ser, definido como el conjunto de los seres pasados, presentes y futuros que concurren a perfeccionar el orden universal. Al paso que la teocracia y teolatría reposaron en la teología, la sociología constituye la base de la nueva religión, que es sociocracia y sociolatría (Cap. I). En el Cap. II habla del culto de la nueva religión cuyo uno de sus pilares es la existencia efectiva del hombre vinc ulándolo así a la vida del arte. El dogma positivo se radicaliza en la existencia teorética (Cap. III). Síntesis final del culto lo brinda la existencia volitivoactiva del hombre (Cap. IV). Un ejemplo lo suministra el tópico de los sacramentos. “Los nueve sacramentos sociales en que la religión positiva santifica las fases generales de la vida privada, ligándolas a la vida pública son: la presentación, la iniciación, la admisión, la destinación, el matrimonio, el retiro, la transformación y la incorporación”. La filosofía positiva es inseparable de la vida. El presente Ens. Integridad es la combinación de futuro y pasado. Comte, desde este ángulo, reflexiona sobre el paso o transición de la época (Cap. V). Tras la Conclusión general del tomo IV en particular, la Conclusión total del Sistema de la Política positiva en general, y una Invocación final, a favor de la doctrina, enlista el autor una bibliografía de orientación positivista existente hacia los cincuenta. La llama Biblioteca positivista en el siglo XIX. El texto regulativo del Système de politique positive, ou Traité de sociologie instituant la religión de l’Humanité, 4 volúmenes, es la de la inicial edición, reeditada al cuidado de la Sociedad Positivista, que presidió Pierre Laffite, París , 10, rue Monsier-lePrince. MISION DEL POSITIVISMO. CIENCIA Y POLÍTICA En esta serie de visiones sistemáticas sobre el positivismo, caracterizaré primero sus elementos fundamentales, después sus bases necesarias y finalmente su complemento esencial. Por somera que deba ser esta triple apreciación, espero que baste para superar definitivamente las prevenciones excusables más empíricas. Todo lector bien preparado podrá constatar de este modo que la verdadera doctrina general, que aún parece no poder satisfacer más que a la razón, no es en el fondo menos favorable al sentimiento, e incluso a la imaginación.* ...................................................................... El positivismo se compone esencialmente de una filosofía y de una política, necesariamente inseparables, como formando la una la base y la otra el fin de un mismo sistema universal, en el que la inteligencia y la sociabilidad se hallan íntimamente combinadas. En efecto, por una parte, la ciencia social no es sólo la más importante de todas, sino que sobre todo proporciona el único lazo, a la vez lógico y científico, que desde ahora soporta el conjunto de nuestras contemplaciones reales.1 Ahora bien, esta ciencia final, aun menos que cada una de las ciencias preliminares, puede desarrollar su carácter verdadero con una exacta armonía general con el arte correspondiente. Mas por una coincidencia, en modo alguno fortuita, su fundación teórica se halla inmediatamente después de una destinación práctica, para presidir hoy día la total regeneración de Europa Occidental. Y, por otra parte, a medida que el curso natural de los acontecimientos caracteriza la gran crisis moderna, la reorganización política se presenta cada vez más como necesariamente imposible sin la reconstrucción precedente de las opiniones y de las costumbres. Una sistematización real de todos los pensamientos humanos constituye, pues, nuestra primera necesidad social, análogamente referente al orden y al progreso. La realización gradual de esta vasta elaboración filosófica hará surgir espontáneamente en todo el Occidente una nueva autoridad moral, cuyo inevitable ascendiente instaurará la base directa de la reorganización final, uniendo los diversos pueblos, adelantados mediante una misma educación general, que suministrará en todas partes, tanto en la vida pública como en la privada, principios fijos de juicio y de conducta. Así es como el movimiento intelectual y la conmoción social, cada vez más solidarios, conducirán, a partir de ahora, a la élite de la Humanidad al advenimiento decisivo de un verdadero poder espiritual, a un tiempo más consistente y más progresivo que aquel cuyo esbozo admirable intentó prematuramente la Edad Media. *Palabras iniciales al Discurso preliminar sobre el conjunto del positivismo, incluido en el Sistema de política positiva, tomo I. 1 El establecimiento de este gran principio constituye el resultado más esencial de mi Sistema de filosofía positiva. Aun cuando los seis volúmenes de esta obra hayan aparecido todos, de 1830 a 1842, bajo el título de Curso (sugerido por la elaboración oral que preparó en 1826 y 1829 este fundamental tratado), siempre lo he calificado después de Sistema, para mejor señalar su verdadero carácter. En espera de que una segunda edición regularice esta rectificación, espero que esta advertencia especial prevendrá cualquier equivocación a este respecto. Tal es, pues, la misión fundamental del positivismo, generalizar la ciencia real y sistematizar el arte social. Estas dos caras inseparables de una misma concepción serán caracterizadas sucesivamente en las dos primeras partes de este Discurso, indicando primero el espíritu y general de la nueva filosofía, y después su conexión necesaria con el conjunto de la gran revolución cuya terminación orgánica viene a dirigir.* LA FILOSOFÍA, GUÍA DE LA POLÍTICA La verdadera filosofía, se propone sistematizar, en la medida de lo posible, toda la existencia humana, individual y sobre todo colectiva, contemplada simultáneamente en los tres órdenes de fenómenos que la caracterizan –pensamientos, sentimientos y actos-. En todos estos aspectos, la evolución fundamental de la humanidad es necesariamente espontánea, y la apreciación exacta de su desenvolvimiento natural es lo único que puede aportarnos la base general de una sabia intervención. Pero las modificaciones sistemáticas que podemos introducir en ella tienen, sin embargo, suma importancia, para disminuir mucho las desviaciones parciales, los retrasos funestos y las grandes incoherencias, propias de un impulso tan complejo, si quedase totalmente abandonado a sí mismo. La realización continua de esta indispensable intervención constituye el dominio esencial de la política. Sin embargo, su verdadera concepción no puede emanar jamás sino de la filosofía, que perfecciona sin cesar la determinación general de aquélla. En relación con este común destino fundamental, el servicio propio de la filosofía consiste en coordinar entre sí todas las partes de la existencia humana, con el fin de reducir el concepto teórico a una unidad total. Una síntesis tal sería real sólo en cuanto representa exactamente el conjunto de relaciones naturales, cuyo estudio juicioso se convierte así en condición previa de esta construcción. Si la filosofía intentase influir directamente sobre la vida activa por otro camino, distinto de esta sistematización, usurparía malignamente la misión necesaria de la política, único árbitro legítimo de toda evolución práctica. Entre estas dos funciones principales del gran organismo, el vínculo continuo y la separación normal residen a la vez en la moral sistemática, que constituye naturalmente la aplicación característica de la filosofía y la guía general de la política.** APRECIACIÓN DEL MATERIALISMO Le importa más a la nueva filosofía esclarecer la grave imputación de materialismo que necesariamente le atrae su indispensable preámbulo científico.1 * Tomo I, Discurso preliminar. Versión de Carmen Castro. ** Tomo I, Discurso preliminar. Versión de A. Leal. 1 En los párrafos anteriores toma partido Comte respecto del ateísmo (Nota de F. Larroyo). Dejando a un lado toda vana discusión sobre los misterios impenetrables, mi teoría fundamental de la evolución humana me permite caracterizar netamente lo que hay de real en el fondo de estos detalles confusos. El espíritu positivo, durante mucho tiempo limitado a los más simples estudios, no habiendo podido extenderse a los más eminente sino por una sucesión espontánea de grados intermedios, ha debido realizar cada una de sus nuevas adquisiciones, primero bajo el ascendiente exagerado de métodos y doctrinas propias al dominio anterior. En semejante exageración consiste, a mis ojos, la aberración científica a la que el instinto público aplica con justicia el calificativo de materialismo, porque, en efecto, tiende a degradar siempre las más nobles especulaciones, asimilándolas a las más groseras. Semejante usurpación era tanto más inevitable cuanto que se apoya en todas partes en la necesaria dependencia de los fenómenos menos generales con respecto a los generales, de donde resulta una influencia legítima deductiva por la que cada ciencia participa en la evolución continua de la ciencia siguiente, cuyas especiales inducciones no podrían adquirir de otro modo suficiente racionalidad. Así, toda ciencia ha tenido que luchar mucho tiempo contra las invasiones de la precedente; y estos conflictos subsisten aún, incluso hacia los estudios más antiguos. No puede cesar por completo más que bajo la universal disciplina de la filosofía, que hará prevalecer en todas partes un justo sentimiento habitual de las verdaderas relaciones enciclopédicas, tan mal apreciadas por el empirismo actual. En este sentido, el materialismo constituye un peligro inherente a la iniciación científica; tal como hasta aquí ha venido realizándose, cada ciencia tiende a absorber a la siguiente en nombre de un positivismo más antiguo y mejor instaurado. El mal es, pues, más profundo y más extenso de lo que suponen la mayoría de quienes lo deploran. Hoy día no se nota más que con respecto a las más elevadas especulaciones que, en efecto, participan más de ellos porque padecen más la invasión de todas las otras; pero existe también, en grados diversos, para un elemento cualquiera de nuestra jerarquía científica, sin tan siquiera exceptuar su base matemática, que parecía estar naturalmente preservada. Una verdadera filosofía reconoce el materialismo tanto en la tendencia del vulgo de los matemáticos actuales a absorber la Geometría o la Mecánica en el cálculo como en la usurpación más pronunciada de la Física por el conjunto de la Matemática, o de la Química por la Física, sobre todo de la Biología por la Química, y, finalmente, en la disposición constante de los biólogos más eminentes a concebir la ciencia social como un simple corolario o apéndice de la suya. En todas partes hay el mismo vicio radical: el abuso de la lógica deductiva, y el mismo resultado necesario: la inminente desorganización de los estudios superiores bajo la ciega dominación de los inferiores. Todos los científicos propiamente dichos son hoy día más o menos materialistas, según la simplicidad y la generalidad más o menos pronunciada de los fenómenos correspondientes. Los geómetras se hallan así más expuestos a esta aberración, con arreglo a sus tendencias involuntarias a constituir la unidad especulativa por el ascendiente universal de las contemplaciones más groseras numéricas, geométricas o mecánicas. Pero los biólogos que reclaman más contra semejante usurpación, merecen, a su vez, los mismos reproches cuando pretenden, por ejemplo, explicarlo todo en sociología por las influencias puramente secundarias de clima o de raza, puesto que desconocen entonces las leyes fundamentales, que sólo puede descubrir una combinación directa de las inducciones históricas. Esta apreciación filosófica del materialismo explica a un tiempo la fuente natural y la profunda injusticia de la grave equivocación cuya corrección decisiva explico aquí. Lejos de ser, el verdadero positivismo, favorable en modo alguno a estas peligrosas aber5raciones, se ve, por el contrario que sólo puede disiparlas irrevocablemente por su actitud exclusiva en procurar una justa satisfacción a las tendencias muy legítimas de las que no ofrece más que una empírica exageración. Hasta aquí, el mal no se ha contenido más que por la resistencia espontánea del espíritu teológico-metafísico; y este oficio provisional ha constituido el destino, insuficiente, aun cuando indispensable, del espiritualismo propiamente dicho. Mas tales obstáculos no podían impedir la enérgica ascensión del materialismo, investido así, a ojos de la razón moderna, de un cierto carácter progresivo, por su prolongada amistad con la justa insurrección de la Humanidad contra un régimen que se había hecho retrógrado. Así, a pesar de estas protestas impotentes, la dominación opresiva de las teorías inferiores compromete mucho hoy la independencia y la dignidad de los estudios superiores. Satisfaciendo más allá de toda posibilidad anterior lo que hay de legítimo en las pretensiones opuestas del materialismo y del espiritualismo, el positivismo las rechaza irrevocablemente a la vez, launa como anárquica, la otra como retrógrada. Este doble servicio, resulta espontáneamente de la simple fundamentación de la verdadera jerarquía enciclopédica, que asegura a cada estudio elemental su libre florecer inductivo, sin alterar su subordinación deductiva. Pero esta conciliación fundamental será debida sobre todo a la preponderancia universal, lógica y científica, que sólo la nueva filosofía podía procurar desde el punto de vista social. Haciendo prevalecer de este modo las especulaciones más nobles, donde la tendencia materialista es la más peligrosa y también la más inminente, se representa directamente como no menos retrasada ahora ya que su antagonista, puesto que dificultan igualmente la elaboración de la ciencia final. Por aquí, esta doble eliminación se halla incluso ligada al conjunto de la regeneración social, que puede sola dirigir un conocimiento exacto de las leyes naturales propias a los fenómenos morales y políticos. Pronto tendré ocasión de hacer ver también cómo el materialismo sociológico perjudica hoy día al verdadero arte social, como predisponiendo a desconocer su principio más fundamental, la división sistemática de dos potencias, espiritual y temporal, que se trata sobre todo de hacer ahora inalterable, volviendo a forjar sobre mejores bases la admirable construcción de la Edad Media. Se reconocerá de este modo que el positivismo no se halla menos radicalmente opuesto al materialismo por su destino político que por su carácter filosófico.* FATALISMO Y OPTIMISMO (...) Cuando cualquier pasa del régimen de las voluntades al régimen de las leyes, el contraste de su regularidad final con su inestabilidad primitiva debe presentar primero un carácter de fatalidad que no puede desaparecer después más que por una apreciación muy profunda del verdadero espíritu científico. Esta equivocación es tanto * Tomo I, Discurso preliminar. menos evitable cuanto nuestro tipo inicial de leyes naturales se refiere a fenómenos inmutables por nosotros; aquellos de los movimientos celestes, que nos recuerdan siempre una necesidad absoluta, que no puede uno dejar de extender a los suceso más complejos, a medida que se introduce en ellos el método positivo. Concebirlos desprovistos de todo límite equivaldría, en efecto, a la total negación de las leyes naturales. Pero, explicando así la inevitable imputación de fatalismo que se dirigió siempre a las nuevas teorías positivas, se ve igualmente que la ciega persistencia de semejante reproche indica hoy día una apreciación muy superficial del verdadero positivismo. Porque si, para todos los fenómenos, el orden natural es inconmovible en sus principales disposiciones, para todos también, excepto para los del cielo, sus disposiciones secundarias son tanto más modificables cuanto se trata de efectos más complicados. El espíritu positivo, que debió ser fatalista mientras se limitó a los estudios matemático-astronómicos, perdió necesariamente este primer carácter al extenderse a las investigaciones fisicoquímicas, y sobre todo a las especulaciones biológicas, donde se hacen tan considerables las variaciones. Al elevarse finalmente hasta el dominio sociológico, debe hoy dejar de inc urrir en el reproche que mereció en su infancia, puesto que su principal ejercicio se referirá, de ahora en adelante, a los fenómenos más modificables, sobre todo por nuestra intervención. Es, pues, evidente, que lejos de invitarnos al torpor, el dogma positivo nos empuja a la actividad, especialmente social, mucho más que no hizo el dogma teológico. Disipando todo escrúpulo vano y todo recurso quimérico, no podemos intervenir más que en caso de imposibilidad constatada. La acusación de optimismo está aun menos fundada que la precedente; porque esta tendencia no ofrece, como la otra, cierta solidaridad inicial con el espíritu positivo. Por el contrario, su origen es puramente teológico: su influencia decrece siempre a medida que se desarrolla la positividad. Aun cuando los fenómenos inmodificables del cielo nos sugieran naturalmente la idea de perfección tanto como la necesidad, su simplicidad manifiesta de tal modo los vicios del orden real que jamás el optimismo hubiera buscado allí sus principales argumentos, si el primer bosquejo de sus teorías no hubiera podido realizarse bajo el régimen monoteico, que necesariamente hacía suponer una sabiduría absoluta. Con arreglo a la teoría de la evolución sobre la que descansa hoy el positivismo sistemático, la filosofía nueva se opone espontáneamente cada vez más al optimismo tanto como al fatalismo a medida que abarca especulaciones más complicadas, donde las imperfecciones de la economía natural se notan más, así como sus modificaciones. Son, pues, los estudios sociales los que menos merecen esta imputación, así como tampoco merecían la otra. Si aún parece motivada, no se debe hoy día más que a una insuficiente introducción del verdadero espíritu científico, por pensadores que no podían conocer suficientemente su naturaleza y sus principios. A falta de una preparación lógica conveniente, en nuestros días se ha abusado a menudo, en efecto, de un carácter propio a los de los fenómenos sociales para presentar como absoluta una sabiduría espontánea que solamente es superior a lo que comportaría su grado de complicación. En cuanto debidos a seres inteligentes, que tienden siempre a corregir las imperfecciones de su economía colectiva, estos fenómenos deben ofrecer un orden menos imperfecto que si, con igual complicación sus agentes pudieran ser ciegos. La verdadera noción del bien se refiere siempre al estado social correspondiente, y es imposible que cada situación y cada cambio cualquiera no sea, en ciertos respectos, justificable, sin lo cual se harían inmediatamente inexplicables, como contrarios a la naturaleza de los seres y a la de los acontecimientos. Tales son los motivos naturales que mantiene hoy día una peligrosa tendencia al optimismo político entre los pensadores, incluso eminentes, a los que una severa educación científica no ha preparado para que se liberaran bastante de las costumbres teológico metafísicas hacia las más elevadas especulaciones. En la armonía espontánea de cada régimen con la civilización correspondiente, su vaga apreciación supone una perfección quimérica. Pero sería injusto atribuir al positivismo aberraciones evidentemente contrarias a su verdadero espíritu, y debidas tan sólo a la insuficiente preparación lógica y científica de quienes han abordado hasta ahora las cuestiones sociales. La obligación de explicarlo todo no conduce a justificar que quienes no saben, en Sociología distinguir la influencia de las personas de la de las situaciones. FUNCIONES DEL POSTIVISMO Considerando en su conjunto esta resumida apreciación del espíritu fundamental del positivismo, debe sentirse ahora que todos lo caracteres esenciales de la nueva filosofía se resumen espontáneamente por la calificación que le apliqué desde su nacimiento. Todas nuestras lenguas occidentales concuerdan, en efecto, en indicar mediante la palabra positivo, y sus derivados, los dos atributos de realidad y de utilidad, cuya sola combinación bastaría para definir desde ahora el verdadero espíritu filosófico, que en el fondo no puede ser más que el sentido generalizado y sistematizado. Este mismo término recuerda también, en Occidente, las cualidades de certeza y precisión por las que se distingue profundamente la razón moderna de la antigua. Una última acepción universal caracteriza sobre todo la tendencia directamente orgánica del espíritu positivo, de manera que lo separa, a pesar de la alianza preliminar, del simple espíritu metafísico, que jamás pudo ser más que crítica: así se anuncia el destino social del positivismo para reemplazar al teologismo en el gobierno espiritual de la Humanidad. Esta quinta significación del título esencial de sana filosofía conduce naturalmente al carácter siempre relativo del nuevo régimen intelectual, puesto que la razón moderna no puede dejar de ser crítica, con respecta al pasado, más que renunciando a todo principio absoluto. Cuando el público occidental haya sentido esta última conexión, no menos real que las precedentes, aun cuanto más oculta, positivo se hará, en todas partes inseparable de relativo, como es hoy día de orgánico, de preciso, de cierto, de útil, de real. En esta condensación gradual de los principales títulos de la verdadera sabiduría humana en torno a una feliz denominación, no quedará ya pronto más que desear que la reunión, necesariamente más tardía, de los atributos morales a los simples caracteres intelectuales. Aun cuando éstos hayan sido hasta ahora sólo recordados por esta fórmula decisiva, la marcha natural del movimiento moderno permite asegurar que la palabra positivo tomará finalmente un destino aún más relativo al corazón que al espíritu. Esta última extensión se realizará cuando se hay apreciado dignamente cómo, en virtud de esta realidad que la caracteriza sólo en un primer momento la impulsión positiva conduce hoy día a hacer prevalecer sistemáticamente el sentimiento sobre la razón, y sobre la actividad. Mediante tal transformación, el nombre de filosofía no hará, por lo demás, sino recobrar para siempre el noble destino inicial que siempre recuerda su etimología, y que no se hecho plenamente realizable más que después de la reciente conciliación de las condiciones morales con las condiciones mentales, por la fundación definitiva de la verdadera ciencia social.* EL ARTE. SU NATURALEZA Caracterizada la filosofía positiva y su destino social, única capaz de concluir la revolución, se ha mostrado cómo su promoción sistemática debe lograr la activa colaboración de los proletarios y la profunda simpatía de las mujeres (...). Precisa coordenar razón, sentimiento e imaginación. He ahí el estado normal de nuestra naturaleza, dentro de la cual las funciones estéticas revisten tal importancia que no pueden ser omitidas en el régimen final de la Humanidad. ...................................................................... Reside el arte en una representación mental de lo existente, destinada a cultivar nuestra innata tendencia a la perfección. Su campo es tan extenso como el de la ciencia. Ciencia y arte abarcan a su manera el conjunto de las realidades que la primera conoce y el segundo embellece. Sus respectivas contemplaciones siguen el mismo curso natural; a tenor de mi ley enciclopédica, se elevan de las especulaciones más simples y externas a las más complicadas y humanas. Así, la gradación fundamental de lo verdadero, establecida en la segunda parte, debe constituir también la de lo bueno y coincidir con la de lo bello, instituyendo la más íntima armonía entre las tres grandes creaciones de la Humanidad: la filosofía, la política y la poesía.** EL ARTE. SU FUNCIÓN Al hacer consistir la principal satisfacción de cada uno en cooperar a la felicidad de los demás, el positivismo convoca al arte a su mejor destino; el cultivo de los sentimientos benevolentes, mucho más estéticos que los instintos de odio y opresión que hasta hora exaltó. Siendo este cultivo nuestro objeto principal, la poesía se halla directamente incorporada al conjunto del régimen definitivo y adquiere así una dignidad antes imposible. Se comprende así cómo constituye el arte la representación más completa, a la vez que la más natural, de la unidad humana, ya que se enlaza directamente con los tres órdenes de nuestros fenómenos característicos: sentimientos, pensamientos y * Sistema I. Discurso preliminar. Versión de C. Castro. ** Tomo I. Versión de F. Larroyo. actos. Su fuente está en el primero, aun más evidentemente que la de nuestras otras dos creaciones generales; tiene por base el segundo y por objeto el tercero. De aquí su feliz aptitud para actuar indistintamente sobre todas las partes de nuestra existencia personal o social y su privilegio exclusivo de entusiasmar igualmente a todas las jerarquías y a todas las edades. El arte devuelve suavemente a la realidad las contemplaciones demasiado abstractas del teórico, a la vez que estimula noblemente al práctico a las especulaciones desinteresadas. Su naturaleza intermedia le hace más indicado para cultivar el natural intercambio entre el efecto y la razón. Es igualmente apropiado para estimular el sentimiento en los que ejercitan demasiado la inteligencia, y para desarrollar el gusto por la contemplación en las armas más afectuosas. LAS BELLAS ARTES Para que la filosofía del arte quede caracterizada en todos sus aspectos estáticos, hay que indicar cuá l es la jerarquía estética. Como intermediaria enciclopédica que es entre la jerarquía teórica y la práctica, descansa también sobre el mismo principio fundamental de generalidad decreciente que desde hace mucho tiempo he erigido en regulador universal de todas las clasificaciones positivas. Hemos reconocido ya que tal principio proporciona una escala de lo bello esencialmente equivalente a la que, establecida en principio para lo verdadero, era extendida en seguida a lo bueno. Debemos aplicarle también a ordenar las diversas bellas artes, de acuerdo a una escala simultánea de concepción y de sucesión, análoga a la que conviene al sistema científico y al industrial, según se ve en mi gran tratado filosófico. Esta clasificación procede, en efecto, según la generalidad decreciente y la energía creciente de nuestros diversos medios de expresión, que se van haciendo paralela y gradualmente más técnicos. La serie estética, que en su término superior se unía directamente con la teórica, vendrá a unirse, por su extremo inferior, con la práctica, de acuerdo con la verdadera posición intelectual del arte entre la ciencia y la industria. Haciéndose menos general y más técnico, el arte, aunque siempre relativo al hombre, se refiere menos directamente a nuestros más eminentes atributos y propende más hacia la naturaleza inorgánica, al expresar preferentemente la mera belleza material. Para constituir una jerarquía estética que cumpliera todas estas condiciones de clasificación, hay que colocar a su cabeza, como base de todas las otras artes, la más general y menos técnica: la poesía propiamente dicha. Aunque sus impresiones propias sean las menos enérgicas, su dominio es, evidentemente, el más extenso, ya que abarca toda nuestra existencia personal, doméstica y social. ...................................................................... Además de suponer más generalidad, espontaneidad y popularidad, el arte por excelencia es también superior a las demás por su función característica: la ideación; es la que más idealiza y la que menos imita. Por todo ello, el arte poética domina a las demás, y su preeminencia resaltará más a medida que las predilecciones estéticas se dirijan a la idealización sin acordar tanta importancia a la expresión. Las artes especiales no la superan sino en este último aspecto; en dar más energía a sus respectivos temas, que casi siempre toman de la poesía. Este primer término estético puede facilitar la clasificación de los otros, que se alinean espontáneamente de acuerdo a su afinidad propia para con él. Es preciso distinguirlas según el sentido a que se dirigen, y el orden artístico resultará así conforme con el que los biólogos, siguiendo a Gall, han establecido entre los sentidos especiales, por su sociabilidad decreciente. Así pues, sólo tenemos dos sentidos verdaderamente estéticos: el oído y la vista, únicamente susceptibles de elevarnos a la idealización. Aunque el olfato sea de naturaleza bastante sintética, es demasiado débil en el hombre para permitir efectos artísticos. Nuestros dos sentidos estéticos corresponden a los dos modos de nuestro lenguaje natural: el vocal y el mímico. El primero posibilita el arte musical, mientras el segundo, aunque menos estético, permite las tres artes relativas a las formas. Éstas son más técnicas que la otra y su dominio es menos extenso, a la vez que se apartan más de la influencia poética, con la que permaneció mucho tiempo confundida la música. Puede, pues, distinguirse el arte primero por dirigirse a un sentido cuya función es involuntaria, lo que contribuye mucho a hacer las emociones más espontáneas y profundas, aunque menos determinadas, que cuando, a pesar de uno, no es posible emocionarse. También difieren por referencia al tiempo y al espacio, principales campos del arte de los sonidos y de las artes de la forma respectivamente, ya que una expresa sobre todo la sucesión y las otras la coexistencia. Por todo ello, la música constituye la primera de las artes especiales y el segundo término de nuestra serie estética. Aunque la pedantería interesada exagere mucho sus requisitos técnicos, la músico no exige ni para ser gozada ni para su producción un aprendizaje tan especial como el reclamado por las otras tres artes especiales. Es también, en todo sentido, más popular y más social.* CIENCIAS ANALÍTICAS Y CIENCAS SINTÉTICAS La filosofía positiva ha mostrado que la ley de los tres estados y la dosificación de las ciencias, unidas, explican acertadamente los principios de la matemática, de la astronomía, de la física, de la química, de la biología, y que tal explicación se impone finalmente en el ámbito de la política en la constitución de la sociología. Para hacerlo es necesario considerar a las ciencias ya como analíticas, ya como sintéticas. Las ciencias de la naturaleza inorgánica (o cosmológicas), a saber, la astronomía, la física y la química son analíticas, pues establecen leyes de fenómenos, por separado. A la inversa en la biología no es posible explicar una función o un órgano si no se considera la totalidad del ser vivo. Lo mismo es el caso de la sociología, ya que su objeto de estudio, la sociedad, es un organismo.** * Tomo I, Discurso preliminar. Versión de D. Náñez. ** Tomo I, Introducción. Versión de F. Larroyo. RESUMEN DE LA TEORÍA CEREBRAL1 El conjunto de estos dieciocho órganos cerebrales constituye el aparato nervioso central, que, por una parte, estimula la vida de nutrición, y por otra, coordena la vida de relación, enlazando sus dos clases de funciones exteriores. Su región especulativa comunica directamente con los nervios sensitivos, y su región activa con los nervios sensitivos, y su región activa con los nervios motores. Pero su región efectiva no tiene conexiones nerviosas sino correspondencia alguna incompleta como la de los sentidos y mediata con el mundo exterior, que no se comunica con ella sino por medio de las otras dos regiones. Este centro esencial de toda existencia humana, funciona continuamente, en virtud del reposo alternativo de las dos mitades simétricas de cada uno de sus órganos. En el resto del cerebro, la intermitencia periódica es tan de los músculos. Así la armonía vital depende de la principal región cerebral, bajo cuyo impulso las otras dos dirigen las relaciones, pasivas y activas, del animal con el medio.* IMAGEN PÁGINA 96 CLASIFICACIÓN POSITIVA DE LOS DIECIOCHO FUNCIONES INTERIORES DEL CEREBRO 1 Se incluye en este lugar el estudio de las funciones del cerebro de Comte, no sólo para ejemplificar su doctrina del principio sintético de las ciencias, sino también porque el autor se refiere con frecuencia a esta doctrina en sus reflexiones sobre el hombre y la sociedad (Nota de F. Larroyo). * Version de Antonio Zozaya. CONCEPTO Y DESARROLLO DE LA RELIGIÓN Primitivamente espontánea, luego inspirada, después revelada, la religión, finalmente viene a ser demostrada. Su constitución normal debe satisfacer a la vez el sentimiento, fuentes respectivas de sus tres modos preparatorios. Además abrazará directamente la actividad que no pudieron jamás consagrar ni el fetichismo ni sobre todo el monoteísmo (…). Ante todo debo aquí disipar la vaga incertidumbre que presenta aún la significación general de la palabra religión. Los mejores espíritus confunden casi siempre el fin esencial con los medios temporales. No se ha fijado su destinación principal, alternativamente dirigida al sentimiento o a la inteligencia. Además la pluralidad con frecuencia atribuida a este término indica bastante que su sentido fundamental no fue jamás captado claramente. En este tratado la religión será siempre caracterizada por el estado de plena armonía propio de la existencia humana, tanto colectiva como individual, cuando todas sus partes, sean las que sean, están dignamente coordinadas. Esta definición, sólo común a los diversos casos principales, atañe igualmente al corazón y al espíritu, cuyo concurso es indispensable a una tal unidad. La religión constituye, pues, para el alma, un consenso normal exactamente comparable al de la salud respecto al cuerpo. Según la íntima solidaridad entre lo moral y lo físico, la aproximación de estos dos estados generales podría incluso extenderse hasta concebir el segundo como mediatizado por el primero. Esta absorción estaría completamente conforme al uso constante de las teocracias iniciales, en las que cada prescripción higiénica emanaba de un precepto religioso. La separación creciente de las dos reglas no fue más que un resultado pasajero de la descomposición necesaria del primer régimen humano. Pero el orden final debía desarrollar mucho su conexión natural; esta plenitud sistemática de la religión le es más propia que en la edad primitiva. Una tal definición excluye toda pluralidad; de suerte que en adelante será tan irracional suponer varias religiones como suponer que la salud puede ser varia. En uno y otro caso, la unidad moral o física comporta solamente diversos grados de realización. La evolución fundamental de la humanidad, como el conjunto de la jerarquía animal, presenta, en todos los aspectos, una armonía más y más completa a medida que se aproxima a los tipos superiores. Pero la naturaleza de esta unidad permanece siempre la misma, a pesar de las desigualdades, sean las que sean, de su vuelo efectivo. La sola distinción admisible tiende a los dos modos diferentes de nuestra existencia, tanto individual como colectiva. Aunque vinculados cada vez más, estos dos modos no serán jamás confundidos, y cada uno de ellos suscita una atribución correspondiente de la religión. Este estado sintético consiste, de este modo, tanto en regular cada existencia personal como en reunir las diversas individualidades. A pesar de la importancia de esta distinción, no debe jamás desconocer el vínculo fundamental de estas dos aptitudes. Su concurso natural constituye la primera noción general que exige la teoría positiva de la religión, que no será sistemática si estas dos destinaciones humanas no coinciden. Pero su correspondencia espontá nea resulta de la identidad necesaria entre todos los elementos respectivos de dos existencias. Nuestra vida personal y nuestra vida social no pueden radicalmente diferir; su diferencia no es mas que de magnitud y duración, jamás de principio. Habiendo ya demostrado suficientemente la conexión necesaria de las dos actitudes religiosas, podría, desde ahora, emplear alternativamente una u otra para caracterizar la unidad humana. Su acuerdo fundamental no es, sin duda, plenamente desarrollado más que bajo un positivismo definitivo, hacia el cual tiende la élite actual de nuestra especie. En tanto prevalece el teologismo provisional, una de ellas domina a la otra, según la naturaleza más o menos social de las creencias dirigentes. El politeísmo unió mucho más que formó individualmente, mientras que el monoteísmo no podía unir más que formando. Pero estas diversidades temporales hicieron por sí mismas resaltar ya la vinculación normal de las dos aptitudes, en la que cada una se hace así la base directa de la otra. Esta primera noción empieza a construir la teoría general de la religión, conciliando radicalmente las dos condiciones permanentes que deben y parecen igualmente propias para definir el estado sintético. Yo debo por lo tanto proseguir en una tal construcción para el examen, mas difícil y menos preparado; de las dos bases, exterior e interior, cuya íntima combinación permite únicamente formar y unir. Todo estado religioso exige el concurso de dos influencias espontáneas; una objetiva, esencialmente intelectual; otra subjetiva, puramente moral. De este modo es como la religión se relaciona, a la vez, con el razonamiento y el sentimiento, donde aisladamente a cada uno le será imposible establecer una verdadera unidad, individual o colectiva. Por una parte es preciso que la inteligencia nos haga concebir desde fuera una potencia bastante superior para que nuestra existencia deba subordinársele siempre. Pero, por otro lado, es igualmente indispensable estar interiormente animado de una afección capaz de unir habitualmente todas las otras. Estas dos condiciones fundamentales tienden naturalmente a combinarse, puesto que la sumisión exterior secunda necesariamente la disciplina interior, que a su vez, se dispone a ello espontáneamente. LO OBJETIVO Y LO SUBJETIVO, EL GRAN DOGMA SOCIOLÓGICO La extrema dificultad que presenta hoy día la condición intelectual lleva con frecuencia a concebir la unidad humana sólo bajo la condición moral. Ésta, en efecto, es el único sentimiento que lo mantiene habitualmente una cierta convergencia en medio de la anarquía actual. Pero la imperfección, demasiado evidente, de tal orden, privado o público, bastará para comprobar la insuficiencia necesaria de este principio exclusivo para unir y para formar. Aun cuando nuestra condición cerebral permitiera mayor preponderancia a nuestros mejores instintos, su imperio habitual no establecería ninguna verdadera unidad, especialmente activa, sin una base objetiva que a inteligencia sola puede proporcionar. Cuando la creencia en un poder exterior se encuentra incompleta o vacilante, los más puros sentimientos no impiden nunca inmensas divagaciones ni profundas disidencias. ¿Qué será, pues, si se supone la existencia humana enteramente independiente de lo externo? En esta quimérica hipótesis, además de que nuestra actividad perdería así toda destinación real, nuestro mismo bienestar tomaría un carácter vago, hasta que se agotaría por un ejercicio estéril e incoherente. Para formarnos y unirnos, la religión debe pues, ante todo, subordinarnos a un poder exterior, a cuya irresistible supremacía no falte ninguna certeza. Este gran dogma sociológico no es, en el fondo, más que el pleno desarrollo de la noción fundamentalmente elaborada por la verdadera biología sobre la subordinación necesaria del organismo respecto al medio. A principios del siglo actual, esta dependencia permanecía aún desconocida profundamente por los mas eminentes pensadores. Su apreciación gradual constituye la principal adquisición científica de nuestro tiempo (…). La existencia de un orden inmutable constituye, pues, la primera base, a la vez espontánea y sistemática, de la verdadera religión. Este dogma fundamental, sin el que la unidad humana sería imposible, debe ser mirado como la mas preciosa adquisición de nuestra inteligencia, descubriendo fuera el único punto de apoyo sólido que comporta el conjunto de nuestra naturaleza individual o colectiva. La teoría positiva de la religión tiene, pues, necesidad de caracterizar bien tal construcción, a la vez objetiva y subjetiva, que sistematiza finalmente el gran dualismo filosófico, uniendo irrevocablemente el hombre al mundo. LA ARMONÍA SOCIAL Aunque la principal fuente del dogma positivo sea enteramente independiente de nosotros, nuestra inteligencia ejerce directamente una influencia continua sobre su construcción efectiva. En principio esta gran noción exige tanto un espíritu que la perciba como un mundo que la presente, como Kant ha visto justamente. Por ejemplo, la economía interior de la luna queda desconocida, falta de espectadores; y apenas desde aquí podemos conjeturar vagamente a su respecto. Sobre nuestro propio planeta, las razas poco inteligentes ignoran esencialmente el orden que nosotros admiramos, y en el que alcanzan solamente algunos detalles empíricos. Por otra parte, la humanidad no permanece jamás pasiva en tal apreciación, siempre modificada por el conjunto de nuestra constitución cerebral. Esta inevitable subjetividad no se refiere solamente a la vida efectiva y a la vida activa, que, como todo, proporcionan a las operaciones habituales, una el motor y otra el fin. Por una influencia más directa y mas íntima, nuestras propias tendencias mentales se mezclan espontáneamente a las indicaciones exteriores, de las que modifican siempre el resultado definitivo. El órgano comparativo busca en todas partes analogías, para formar hipótesis, según las cuales la función coordinadora aspira sin cesar a construir sistemas. Ahora bien, estas inclinaciones cerebrales participan necesariamente de la noción final, así convertida, en general, más regular en nosotros que en lo exterior. ...................................................................... La filosofía marcha firmemente entre estos dos escollos continuos. Se presenta todas las leyes reales como construidas por nosotros con materiales exteriores. Apreciadas objetivamente, su actitud sólo puede ser aproximativa. Más, estando sólo destinadas a nuestras necesidades sobre todo activas, estas aproximaciones se hacen plenamente suficientes cuando están bien instituidas respecto a las exigencias prácticas, que fijan habitualmente la precisión conveniente. Más allá de esta medida principal, queda con frecuencia un grado normal de libertad teórica, del que debemos usar prudentemente para mejor satisfacer nuestras puras inclinaciones mentales, al principio científicas y después incluso estéticas. Nuestra construcción fundamental del orden universal resulta pues de un concurso necesario entre lo externo y lo interno. Las leyes reales, es decir, los hechos generales, no son nunca más que hipótesis suficientemente confirmadas por la observación. Sí la armonía no existiera de ningún modo fuera de nosotros, nuestro espíritu sería enteramente incapaz de concebirla; pero, de ningún modo fuera de nosotros, nuestro espíritu sería enteramente incapaz de concebirla; pero, en ningún caso se verifica tanto como la suponemos. En esta cooperación continua el mundo proporciona la materia y el hombre la forma de cada noción positiva. Pues la fusión de estos dos elementos no se hace posible más que por sacrificios mutuos. Un exceso de objetividad entorpecería toda vista general, siempre fundada en la abstracción. Pero la descomposición que nos permite abstraer quedaría imposible si no descartásemos un exceso natural de subjetividad. Cada hombre, al compararse con los otros, quita espontáneamente a sus propias observaciones lo que ellas tienen en principio de demasiado personal, a fin de permitir el acuerdo social que construye la principal destinación de la vida contemplativa. LA HUMANIDAD, EL GRAN SER, SUS ÓRGANOS La unidad humana se establece irrevocablemente sobre bases enteramente cimentadas en una sana apreciación general de nuestra condición y de nuestra naturaleza. Un estudio profundizado del orden universal nos revela, en fin, la existencia preponderante del verdadero gran ser que, destinado a perfeccionarlo sin cesar conformándose siempre con él, nos representa el mejor, el más verdadero conjunto. Esta indiscutible providencia, árbitro supremo de nuestra suerte, viene a ser naturalmente el centro común de nuestras afecciones, de nuestros pensamientos, de nuestras acciones. Aunque este gran ser sobrepasa evidentemente toda fuerza humana, incluso colectiva, su constitución necesaria y su propio destino le hacen eminentemente simpático respecto a todos sus servidores. El menor de entre nosotros puede y debe esperar constantemente a conservarlo, incluso a mejorarlo. Este fin normal de toda nuestra actividad, privada o pública, determina el verdadero carácter general de los que nos queda en existencia, afectiva y especulativa, siempre inclinada a amarle y conocerle, a fin de servirle dignamente, por un sabio empleo de todos los medios que él nos proporciona. Recíprocamente, este servicio continuo, al consolidar nuestra verdadera unidad, nos hace, a la vez, mejores y más felices. Su último resultado necesario consiste en incorporarnos irrevocablemente al gran ser cuyo desarrollo hemos nosotros de esta manera secundarlo. ...................................................................... Tal es, pues, el espíritu general de la verdadera religión, indicado ya en mi discurso preliminar. Debo reservar para el cuarto volumen su exposición directa y especial, fundada en una preparación histórica conducente a una apreciación comparativa. Pero es preciso aquí precisar bien la noción fundamental, adónde llega el conjunto del dogma positivo, caracterizando mejor la naturaleza compuesta y relativa de la suprema existencia. Este inmenso y eterno organismo se distingue sobre todo de los otros seres porque está formado de elementos separables, de los que cada uno puede sentir su propia cooperación, y por lo siguiente quererla o rechazarla, por lo menos en lo que tiene de directa. Sus atributos esenciales y sus condiciones indispensables resultan igualmente de esta interdependencia parcial, que permite un vasto concurso, pero también profundos conflictos. En una palabra, la principal superioridad del gran ser consiste en que sus órganos son ellos mismos seres, individuales o colectivos. Todas sus funciones afectivas, especulativas y activas son, pues, ejercidas finalmente por individuos cuya libre intervención es indispensable, aunque cada rechazo personal puede ordinariamente encontrarse compensado después por otros asentimientos. Mas, para esclarecer una tal noción, debo entre ta nto distinguir las dos existencias propias de los verdaderos elementos humanos que mi discurso preliminar había podido considerar bajo un aspecto único, sin suscitar ningún inconveniente. La potencia suprema es el resultado continuo de todas las fuerzas susceptibles de concurrir voluntariamente al perfeccionamiento universal, sin exceptuar nuestros dignos auxiliares, los animales. Cada uno de sus verdaderos elementos incluye dos existencias sucesivas: una objetiva, siempre pasajera, en la que sirve directamente al gran ser, después del conjunto de preparaciones anteriores; la otra subjetiva, naturalmente perpetua, en la que su servicio se prolonga indirectamente, por los resultados que deja a sus sucesores. Hablando propiamente, cada hombre no puede casi nunca llegar a ser un órgano de la humanidad más que en esta segunda vida. La primera no constituye realmente sino una prueba destinada a merecer esta incorporación final que no debe ordinariamente obtenerse más que después del entero acabamiento de la existencia objetiva. Así, el individuo no es todavía un órgano del gran ser; pero aspira a serlo por sus servicios como ser distinto. Su independencia relativa no se refiere sino a esta primera vida durante la cual permanece inmediatamente sometido al orden universal, a la vez material, vital y social. Incorporado al ser supremo, llega a serle verdaderamente inseparable. Sustraído desde entonces, a todas las leyes físicas, no queda sujeto más que a las leyes superiores que rigen directamente la evolución fundamental de la humanidad. De este paso a la vida subjetiva depende la principal extensión del gran organismo. Los otros seres no se acrecientan más que por la ley de renovación elemental, por la preponderancia de la absorción sobre la exhalación. Pero, además de esta fuente de expansión, la suprema potencia aumenta sobre todo en virtud de la perpetuidad subjetiva de sus dignos servidores objetivos. Así, las existencias subjetivas prevalecen necesariamente, cada vez más, tanto en número como en duración en la composición total de la humanidad. Es, sobre todo, bajo este aspecto que su poder sobrepasa siempre el de una colección cualquiera de individualidades. COMETIDO DE LA MUJER Respecto a los atributos que deben directamente prevalecer, el orden natural proporciona en seguida una multitud de personificaciones vivientes del ser supremo. Pues, además de los caracteres propios del sexo efectivo, tal es, para todo hombre bien nacido, la actitud espontánea de toda digna mujer. En cuanto el orden artificial habrá desarrollado bastante, en este aspecto, el orden natural, esta propiedad universal proporcionará la principal solución de las dificultades religiosas inherentes a la composición necesaria del verdadero gran ser. Superiores por el amor, mejor dispuestas siempre a subordinar al sentimiento, la inteligencia y la actividad, las mujeres constituyen espontáneamente los seres intermedios entre la humanidad y los hombres. Tal es su sublime destino, a los ojos de la religión demostrada. El gran ser les confía especialmente su providencia moral para sostener el cultivo directo y continuo de la afección universal en medio de las tendencias, teóricas y prácticas, que nos desvían sin cesar. Esta común aptitud del sexo amoroso se hace aún más sensible por la uniformidad de naturalezas y situaciones femeninas. En fin, por este supremo oficio la influencia subjetiva prolonga mejor la acción objetiva. Pues ninguna mujer digna puede realmente morir, en cuanto a su principal función. Tal atribución no debe solamente ser apreciada como general, sino sobre todo como especial. Además de la influencia uniforme de toda mujer sobre todo hombre para arraigarlo en la humanidad, la importancia y la dificultad de tal oficio exigen que cada uno de nosotros esté siempre situado bajo la providencia particular de uno de estos ángeles que de él responden al Gran Ser. Este guardián moral comporta tres tipos naturales, la madre, la esposa y la hija, y cada uno tiene muchas derivaciones, que explicaré en mi volumen final. En conjunto abraza los tres modos elementales de la solidaridad obediencia, unión y protección, como también los tres órdenes de continuidad, vinculándonos al pasado, al presente y al porvenir. Según mi doctrina cerebral, cada uno de ellos responde especialmente a uno de nuestros tres instintos altruistas, la veneración, la adhesión y la bondad. Esta teoría indica también que, para obtener una salvaguarda completa, es preciso habitualmente combinar los tres ángeles, supliendo las lagunas naturales por tipos artificiales. Su unión espontánea constituye el primer grado de la generación mental y moral que debe poco a poco elevarnos hasta el gran ser. LA FORMULA SAGRADA Después de este complemento indicador, la noción fundamental que condensa el dogma positivo no ofrece ninguna laguna capaz de alterar su eficacia religiosa. Así, vinculados a la supremacía colectiva por individualidades intermediarias, tanto objetivas como subjetivas, sentimos mejor y desarrollamos con ventaja la simpatía propia de tal homogeneidad. La preponderancia del verdadero Gran Ser se refiere únicamente a nuestra debilidad personal o social. Su existencia está siempre sometida al conjunto del orden natural, del que constituye solamente el más noble elemento. Pero su dependencia necesaria, que por otra parte no altera en ningún modo su superioridad relativa, viene a ser la principal fuente de aptitud religiosa. Pues sus destinos pueden, así, ser, por una parte, previstos, y, por otra parte, mejorados. La fe y el amor se encuentran entonces consolidados y desarrollados por una actividad en la que cada operación implica un carácter verdaderamente religioso. En cada fase o modo cualquiera de nuestra existencia, individual o colectiva, se debe siempre aplicar la fórmula sagrada de los positivistas: el amor por principio, el orden por base, el progreso por fin. La verdadera unidad está, pues, constituida al fin por la religión de la humanidad. Esta sola doctrina verdaderamente universal puede ser indiferentemente caracterizada como la religión del amor, la religión del orden, o la religión del progreso, según se aprecie su aptitud moral, su naturaleza intelectual, o su destino activo.* FUERZA POLÍTICA, NÚMERO O RIQUEZA Las ideas gobiernan el mundo, pero la inteligencia y el afecto, o sea el poder espiritual, requiere del poder temporal o material (…). Todos los que se sientan adversos a la proposición de Hobbes, sin duda hallarán extraño que, en lugar de ofrecer la fuerza como base del orden político, se quisiera levantar este último sobre la impotencia. Ahora bien, eso sería, sin embargo, lo que pudiera resultar de su vana crítica, de acuerdo con el análisis fundamental de los tres elementos, inherentes a todo poder social. Pues faltando una auténtica fuerza material, nos veríamos obligados a recibir del espíritu del corazón las bases primitivas que estos endebles elementos nunca pueden aportar. Aptos sólo para modificar dignamente un orden preexistente, no podrían cumplir ninguna función social allí donde la fuerza material no hubiera comenzado por crear adecuadamente un régimen cualquiera. ...................................................................... De tal suerte, el único principio de la cooperación, sobre el cual reposa la sociedad política propiamente dicha, suscita naturalmente el gobierno que debe mantenerla y desarrollarla. Un poder tal aparece, en verdad, como esencialmente material, pues resulta siempre de la grandeza o de la riqueza. Mas precisa reconocer que el orden social jamás puede tener otra base inmediata. El célebre principio de Hobbes sobre el dominio espontáneo de la fuerza constituye, en el fondo, el único paso capital que hasta ahora ha dado, desde Aristóteles hasta mí, la teoría positiva del gobierno. Pues la admirable anticipación de la Edad Media respecto de la división de los dos poderes se debió, dentro de un orden favorable, más el sentimiento que a la razón; lo que después resistió la discusión hasta que yo retomé el asunto. Todos los odiosos * Tomo II. Versión de F. Canals Vidal. Textos de los grandes filósofos. Heder. reproches que soportó la concepción de Hobbes se originaron exclusivamente en su fuente metafísica, y en la confusión radical que en ella se manifiesta luego entre la apreciación estática y la apreciación dinámica que ya no sería posible diferencias. Pero esta doble imperfección habría culminado, con jueces menos malévolos y más esclarecidos, en una mejor apreciación tanto de la dificultad como de la importancia de esta luminosa reseña, que sólo podía ser utilizada en la medida adecuada por la doctrina del positivismo. LENGUAJE Y PROPIEDAD PRIVADA En coyuntura tal, la institución del lenguaje debe cotejarse finalmente con la institución de la propiedad (…). Pues la primera presta a la vida espiritual de la humanidad un servicio fundamental, equivalente al de la segunda con respecto a la vida material. Una vez que se ha suministrado en esencia todos los fundamentales conocimientos humanos, teóricos o prácticos, y orientado nuestro impulso estético, el lenguaje consagra esta doble riqueza, y la transmite a nuevos colaboradores. Mas la diversidad de las acumulaciones crea una diferencia fundamental entre las dos instituciones conservadoras. Contemplando los productos destinados a satisfacer necesidades personales, que inevitablemente los destruyen, la propiedad trae consigo dueños individuales cuya eficacia social aún aumenta gracias a una sensata concentración. Por el contrario, en relación con las riqueza que implican una posesión simultanea sin sufrir ninguna alteración, el lenguaje instituye naturalmente una comunidad total, en la que todos aprovechan libremente el tesoro universal, y concurren espontáneamente a su conservación. No obstante este diferencia fundamental, los dos sistemas de acumulación suscitan abusos equivalentes, en ambos casos resultado del deseo de gozar sin producir. Los conservadores de los bienes materiales pueden degenerar en árbitros exclusivos de su uso, dirigido con excesiva frecuencia hacia satisfacciones egoístas. De parecida manera, los que en realidad nada incorporaron al tesoro espiritual, se adornan, con él para usurpar un brillo que les dispensa de toda colaboración efectiva. LA FAMILIA La familia tiene su base espontánea en la naturaleza. Constituye el primer fundamento del espíritu social; la unidad primordial de la sociedad, en la cual el hombre comienza a vivir para los otros. Aunque natural, la familia experimenta profundos cambios en el curso de la evolución social. La nueva política trata de afirmar e impulsar la naturaleza y desarrollo de la familia (…). La subordinación de los sexos es el principio esencial del matrimonio, y, por ello, de la familia. Se funda en la observación biológica, testimonio de la racionalidad más saliente del hombre, guía del grupo familiar. El régimen biológico ha de coordinarse con los instintos sociales o simpáticos, más caracterizados, por cierto, en la mujer. De ahí que el destino social esté eminentemente reservado a la mujer. Los hijos constituyen el segundo aspecto de la familia. En ésta aquéllos se incorporan a la vida social, cuyos sentimientos decisivos son la solidaridad, la obediencia y la previsión. * FUNCIONARIOS Y SACERDOCIO Pero la armonía habitual entre las funciones y los funcionarios exhibirá siempre inmensas imperfecciones. Aunque se quisiera poner a cada uno en su lugar, la breve duración de nuestra vida objetiva impediría necesariamente lograrlo, pues no se conseguiría examinar en la medida suficiente los títulos para realizar a tiempo las mutaciones. Por otra parte, es necesario reconocer que la mayoría de las funciones sociales no exigen ninguna aptitud realmente natural, que no pueda ser cabalmente compensaba por un ejercicio apropiado, del que nadie debería abstenerse totalmente. Como el mejor órgano necesita siempre un aprendizaje especial, es necesario respetar mucho toda posesión eficaz, tanto de funciones como de capitales, reconociendo cuánto importa esta seguridad personal para la eficacia social. Por lo demás, aún menos deberíamos enorgullecernos de las cualidades naturales que de las ventajas adquiridas, pues en aquellas nuestra intervención es menor. Por lo tanto, nuestro verdadero mérito, como nuestra felicidad, depende del digno empleo voluntario de las diferentes fuerzas que el orden real, tanto artificial, como natural, nos aportan. Tal es la sana apreciación de acuerdo con la cual el poder espiritual debe inspirar constantemente a los individuos y a las clases una sabia resignación hacia las imperfecciones necesarias de la armonía social, expuesta a mayores abusos a causa de su superior complicación. Sin embargo, esta convicción, habitual sería insuficiente para contener los reclamos anárquicos, si el sentimiento que puede justificarlos no recibiera, al mismo tiempo, cierta satisfacción normal, regulada dignamente por el sacerdocio. Ella es resultado de la aptitud de apreciación que constituye directamente el carácter principal del poder espiritual, cuyas funciones sociales de consejo, consagración y disciplina derivan evidentemente de dicha aptitud. Ahora bien, esta apreciación, que se inicia necesariamente en relación con los servicios, en definitiva debe extenderse hasta los órganos individuales. Es indudable que el sacerdocio debe esforzarse siempre por contener las mutaciones personales, cuyo libre curso llegaría muy pronto a ser más funesto que los abusos que las habrían inspirado. Pero también debe construir y desarrollar, en contraste con este orden objetivo que es resultado del poder eficaz, un orden subjetivo fundado en la estima personal, de acuerdo con una apreciación suficiente de todos los títulos individuales. Aun que esta segunda clasificación no puede ni debe prevalecer jamás, salvo en el culto sagrado, su justa oposición a la primera determina los perfeccionamientos realmente practicables, suavizando también las imperfecciones insuperables.** * Tomo II Versión de F. Larroyo. ** Tomo II. Versión de A. Leal. IMPORTANCIA DE LA HISTORIA Hay que pasar ahora de la estática social o tratado abstracto del orden humano a la dinámica social o tratado general del progreso humano, que es propiamente la historia como fuerza propulsora. En el tomo anterior1 se instituye una religión de la humanidad que une a los hombres armónicamente, un régimen de propiedad que lleva a su entraña tendencias altruistas, una constitución de la familia que surge y se mantiene gracias al poder espiritual de la mujer y una organización política que distribuye y ordena los poderes espirituales y temporales. En este tomo, se considera cómo se originan y progresan estas constantes de la sociedad. ...................................................................... El siglo XIX se caracterizará ante todo por la resuelta preponderancia de la historia, en filosofía, en política y aún en la poesía. Tan generalizada importancia del punto de vista histórico es justamente el principio esencial del positivismo y su reconocida consecuencia. Dado que la auténtica positividad consiste de suyo en la sustitución de lo absoluto por lo relativo, su influencia llega a ser total cuando la movilidad regulada, ya reconocida con respecto al objeto, se encuentra convenientemente extendida al sujeto mismo. La anarquía occidental reside ante todo en la alteración de la continuidad humana, violada sucesivamente por el catolicismo que maldijo en la antigüedad, al protestantismo que reprobó a la Edad Media, y al deísmo que negó toda filiación. El positivismo manifiesta preferencias, y así suministra a la situación revolucionaria su única salida implícita, superando a todas estas doctrinas más o menos subversivas que impulsaron gradualmente a los vivos a alzarse contra el conjunto de los muertos. Después de un servicio tal, la historia se convertirá muy pronto en ciencia sagrada, de acuerdo con su función normal, en el estudio directo de los distintos del Gran Ser, cuya idea resume todas nuestras teorías sanas. La política sistematizada en adelante vinculará con él sus diferentes actividades, subordinadas naturalmente al estado que corresponde a la gran evolución. ...................................................................... LEY GENERAL DEL PROGRESO Otro servicio de la historia concierne a la organización industrial (…). La vida industrial crea clases vinculadas entre sí de manera muy imperfecta, porque falta un impulso que las coordine. La ley del progreso enseña que éste es el problema principal 1 Se refiere Comte al tomo II. (N. de F. Larroyo.) de la civilización moderna. No se puede obtener la verdadera solución establece la cohesión cívica. si no se El desarrollo continuo y gradual de la humanidad es la noción y motor el cambió, ello es, de la dinámica social. La sociedad humana posee facultades de que carecen los animales; facultades que la llevan de manera necesaria a tal desenvolvimiento. La humanidad en general marcha a través de una serie de etapas que la van perfeccionando en su ser y en su obrar de parecida manera como el individuo se desarrolla pasando por una sucesión de estados y de edades en su existencia biológica. El progreso social es necesario e irresistible a manera de una ley física. Pero, a diferencia de ciertas doctrinas, progreso tal es limitado. La humanidad no progresa hacia una meta absoluta, pues ésta no existe para la filosofía positiva. Todo es relativo en la existencia del hombre. Éste no alcanzará jamás una plenitud de perfección, dado que no existe el absoluto.* EVOLUCIÓN SOCIAL Y EVOLUCIÓN INTELECTUAL Importa conocer la conexión fundamental de las dos evoluciones caracterizando suficientemente la afinidad natural que ha existido, de continuo, primero entre el espíritu teológico y el espíritu militar, después entre el espíritu industrial y el espíritu científico, y, por consiguiente, también entre las dos funciones transitorias de los metafísicos y los legistas. La rivalidad más o menos pronunciada entre el poder militar y el teológico que ha turbado tan a menudo la armonía general, ha disimulado a veces a o l s ojos de los filósofos su afinidad fundamental. Pero en principio, no puede evidentemente existir rivalidad verdadera más que entre los diversos elementos de un mismo sistema político, a consecuencia de esa simulación espontánea, que, en todo concurso humano, debe ordinariamente tomar tanta más extensión e intensidad cuando el fin es más indirecto e importante y, por consiguiente, los medios son más independientes distintos, sin que esto impida, sin embargo, una inevitable participación voluntaria o instintiva e el destino común. Cuando dos poderes, siempre igualmente enérgicos, nacen crecen y declinan simultáneamente, a pesar de las diferencias de sus naturalezas, se puede estar seguro de que pertenecen necesariamente a u régimen único, cualesquiera que puedan ser sus disputas habituales; la lucha continua no probaría por sí misma una incompatibilidad radical más que sí tuviera lugar, por el contrario, entre dos elementos llamados a funciones análogas, e hiciese coincidir constantemente el acrecentamiento gradual del uno con la decadencia continua del otro… En el caso actual es evidentemente, sobre todo, que en cualquier sistema político, ha de haber de continuo una profunda rivalidad entre el poder especulativo y el poder activo, que por la debilidad de nuestra naturaleza están tan frecuentemente dispuestos a desconocer su necesaria coordinación y a desdeñar los límites generales de sus atribuciones recíprocas. * Tomo III. Versión de F. Larroyo. Cualquiera que sea también entre los elementos del régimen entre los elementos del régimen moderno, la irrecusable afinidad social entre la ciencia y la industria, es preciso igualmente esperar de parte de ellas inevitables conflictos ulteriores, a medida que su común ascendiente político llega a ser más importa nte; estos conflictos se anuncian muy claramente, ya por la profunda antipatía, a la vez intelectual y moral, que inspira a la ciencia la inferioridad natural de los trabajos de la industria , inferioridad combinada, sin embargo, con una inevitable superioridad de riqueza, ya también por la repugnancia instintiva de la industria hacia la abstracción características de las investigaciones de la ciencia y hacia el justo orgullo que a ésta anima. Descartadas estas objeciones preliminares, nada nos impide ya percibir desde luego, de una manera directa, el lazo fundamental que une espontáneamente, con tanta energía, el poder teológico y el poder militar, lazo que, en toda época, ha sido vivamente comprendido y dignamente respetado por todos los hombres de elevada inteligencia que ha concedido realmente igual importancia a ambos poderes, a pesar de la influencia de las rivalidades políticas. En efecto; no se concibe que ningún régimen militar puede establecerse y sobre todo ser duradero más que reposando previamente en una suficiente consagración teológica, sin la cual la subordinación que exige no podría ser bastante completa ni bastante prolongada. CIENCIA POSITIVA E INDUSTRIA Cada época impone, a este respecto, por caminos especiales, exigencias equivalentes; en un principio, cuando la restricción y la proximidad del fin no prescriben una sumisión absoluta de espíritu, la poca energía ordinaria de lazos sociales aún imperfectos no permite asegurar un concurso permanente de otro modo que por medio de la auto ridad religiosa de que se hallan entonces naturalmente investidos los jefes militares; en tiempos avanzados, el fin llega a ser hasta tal punto vasto y lejano y la participación de tal modo indirecta, que a pesar de los hábitos de disciplina ya profundamente arraigados, la cooperación continua sería insuficiente y precaria; si no estuviera garantizada por convenientes convicciones teológicas, que determinan espontáneamente, hacia los superiores militares, una confianza ciega e involuntaria, y con demasiada frecuencia confundida por otra siempre ha sido excepcional. Sin esta parte con un abyecto servilismo que íntima correlación con el espíritu teológico, es evidente que el espíritu militar no hubiera podido cumplir el elevado destino social que le estaba reservado en el conjunto de la evolución humana; así su principal ascendiente únicamente se ha producido por completo en la antigüedad, donde los dos poderes se hallaban necesariamente concentrados en general en los mismos jefes. Importa, por otra parte, advertir que cualquier autoridad espiritual no hubiera podido convenir suficientemente a la fundación y consolidación del gobierno militar, que exigía especialmente, por su naturaleza, el indispensable concurso de la filosofía teológica y no de otra alguna. Cualesquiera que sean, por ejemplo, los incontestables y eminentes servicios que en los tiempos modernos haya prestado la filosofía natural al arte de la guerra, el espíritu científico, por los hábitos de discusión racional que tiende a propagar necesariamente, es, sin embargo, naturalmente incompatible con el espíritu militar; en efecto, es bien sabido que la sujeción gradual de dicho arte a las prescripciones de la ciencia real ha sido siempre amargamente deplorada por los más caracterizados guerreros, por constituir una decadencia creciente del verdadero régimen militar en el origen sucesivo de cada modificación importante. La afinidad especial de los poderes temporales militares y los poderes espirituales teológicos ha quedado, pues, aquí, en principio suficientemente explicada. Se puede creer s primera vista que semejante coordinación es en el fondo menos indispensable, en sentido inverso, al ascendiente político del espíritu teológico, puesto que han existido sociedades puramente teocráticas, mientras no se conoce ninguna exclusivamente militar, aunque las sociedades antiguas hayan manifestado casi siempre a la vez una y otra naturaleza, en grados más o menos parecidos. Pero un examen más profundo nos hará percibir constantemente la necesaria eficacia del régimen militar para consolidar y sobre todo para extender la autoridad teológica, así desenvuelto por la continua aplicación política, como el instinto sacerdotal ha comprendido siempre perfectamente. Además de la mutua afinidad radical de los dos elementos esenciales del sistema político primitivo, se puede ver que las repugnancias y las simpatías comunes, así como los intereses parecidos y generales, se reúnen necesariamente para establecer siempre una indispensable combinación, no menos íntima que espontánea, entre dos poderes que deben concurrir constantemente, en el conjunto de la evolución humana, a un mismo destino fundamental, inevitable aunque transitorio. EL DOBLE MOVIMIENTO MODERNO El dualismo fundamental de la política moderna es por su naturaleza aún más irrecusable que el que acaba de ser caracterizado. Estamos hoy colocados muy bien para apreciarle mejor, precisamente porque sus dos elementos no están aún investidos de su definitivo ascendiente político, aunque ya su desenvolvimiento social se muestra con claridad. Cuando el poder científico y el poder industrial hayan podido adquirir ulteriormente todo el impulso político que les está reservado, y por consecuencia, su rivalidad radical se haya mostrado igualmente, la filosofía hallará quizá más obstáculos para hacerles reconocer la similitud de origen y de destinos, la conformidad de principios y de intereses, que no pueden ser formalmente discutidos mientras una lucha común contra el antiguo sistema político deba espontáneamente contener inevitables divergencias. No se puede desconocer, en general, la alta influencia política por medio de la cual el gradual impulso de la industria humana debe naturalmente secundar el ascendiente progresivo del espíritu científico. Consintiendo principalmente hasta aquí el pasado político de estos dos elementos fundamentales del sistema moderno en su común y gradual sustitución al poder social de los elementos correspondientes del sistema antiguo, es preciso que nuestra atención se haya fijado sobre todo en la asistencia necesaria que se han prestado recíprocamente para semejante operación preliminar. Pero este concurso crítico puede hacer entrever con facilidad la fuerza y la eficacia que deberán espontáneamente adquirir dichos lazos generales, cuando ese gran dualismo político haya recibido al fin el carácter orgánico de que ha carecido hasta aquí, para poder dirigir convenientemente la reorganización de las sociedades modernas. * SOCIEDAD INDUSTRIAL. PAZ Y GUERRA Los diversos medios generales de exp loración racional, aplicables a las investigaciones políticas, ya han contribuido espontáneamente a la comprobación de un modo igualmente decisivo, de la inevitable tendencia primitiva de la humanidad a una vida principalmente militar, y a su meta final, no menos irresistible, que es una existencia esencialmente industrial. Asimismo, ninguna inteligencia un poco avanzada rehusará en adelante reconocer, más o menos explícitamente, el decaimiento constante del espíritu militar y el gradual predominio del espíritu industrial, como una doble consecuencia necesaria de nuestra evolución progresiva, que en nuestros días ha sido apreciada de modo bastante sensato, en este sentido, por la mayoría de los que se ocupan razonablemente de filosofía política. En una época en la que por otra parte se manifiesta constantemente, en formas cada vez más variadas, y con energía día a día mas intensa, aun en el seno de los ejércitos, la característica repugnancia de las sociedades modernas ante la vida guerrera; cuando, por ejemplo, la insuficiencia total de las vocaciones militares es por doquier cada vez más irrecusable en vista de que se agrava constantemente la obligación de apelar al reclutamiento forzoso, rara vez seguido de una persistencia voluntaria; la experiencia cotidiana sin duda nos dispensaría de cualquier demostración directa acerca de una idea que se ha difundido tan gradualmente en el ámbito público. A pesar del inmenso y excepcional desarrollo de la actividad milita, momentáneamente determinado, al comienzo de este siglo, por el movimiento inevitable que debió suceder a irresistibles circunstancias anormales, nuestro instinto industrial y pacífico no demoró en retomar, de modo más rápido, el curso regular de su desarrollo preponderante, con el fin de asegurar realmente, en este aspecto, el reposo fundamental del mundo civilizado, aunque la armonía europea a menudo deba parecer comprometida, a consecuencia de la falta provisoria de toda organización sistemática de las relaciones internacionales; lo cual, sin observar realmente la posibilidad de provocar la guerra, de todos modos basta par a inspirar a menudo peligrosas inquietudes (…). Mientras la actividad industrial presenta espontáneamente esta admirable propiedad de que es posible estimularla simultáneamente en todos los individuos y en todos los pueblos, sin que el impulso de unos sea inconciliable con el de otros, es evidente, por el contrario, que la plenitud de la vida militar en una parte notable de la humanidad supone y determina finalmente, en todo el resto , una inevitable comprensión, que constituye la principal función de un régimen tal cuando se considera el conjunto del mundo civilizado. Asimismo, mientras que la época industrial no implica otro término general que aquél, aún indeterminado, que el sistema de las leyes naturales asigna a la existencia progresiva de nuestra * Tomo III. Versión de J. Moreno B. especie, la época militar ha venido a estar, por obra de una imperiosa necesidad limitada esencialmente al tiempo de una realización suficientemente gradual de las condiciones previas que allá estaba destinado a realizar.* SOCIOCRACIA Y SOCIOLATRIA La base general de la sociedad industrial es la dualidad de poderes, según ya se ha dicho: el poder espiritual y el poder temporal, como lo ha sido en a l s sociedades pasadas. Pero su régimen de gobierno será la sociocracia (…). De esta suerte la herencia teocrática antigua, fundada en el nacimiento, queda reemplazada por la herencia sociocrática (…). La forma y práctica de la sociocracia dispensará espontáneamente de recurrir con frecuencia a los medios de excepción destinados a la transición final, como son las rectificaciones aportadas de manera artificial a la distribución natural de los bienes por suscripciones a, al contrario, por confiscaciones. .. .................................................................... La nueva sociedad positiva estará impregnada, además, en la religión de la humanidad. Los actos de sus miembros han de ser continua expresión de veneración y servicio del Gran Ser, ya que la felicidad reside en unirse a la humanidad (…). Si pues, la teocracia y la teolatría reposan sobre la teología, la sociología constituye, sin lugar a dudas, la base sistemática de la sociocracia y la sociolatría. EL GOBIERNO EN LA SOCIEDAD POSITIVA El gobierno en la sociedad positiva se ejerce por el gran sacerdote de la humanidad, con su corporación de sacerdotes y sabios positivistas. Se trata de la suprema dirección religiosa, científica y moral. Con intervención en los asuntos políticos. En cada república particular el supremo poder temporal se lleva a cabo por los jefes de la industria y la agricultura. Existe un triunvirato a la cabeza de tal poder, integrado, naturalmente, por los tres principales hombres de empresa, dedicados, respectivamente a las operaciones comerciales, manufactureras y agrícolas. Su inicial tarea es el designar a los demás funcionarios, intérpretes de las leyes y agentes e poder. ...................................................................... Es nocivo el sistema electivo popular, como lo muestra la disolución anárquica de Occidente. La mejor fórmula es la designación sucesoria. El digno órgano de una función cualquiera es siempre el mejor juez de su sucesor, cuya designación ha de * Tomo IV. Versión de A. Leal. someterse a su correspondiente e inmediato superior. La herencia teocrática antigua fundada en el nacimiento, es reemplazada por la herencia sociocrática. ...................................................................... Amar, saber, querer y poder, se convierten en atributos respectivos de los cuatro servicios necesarios cuya separación y coordinación caracterizan la madurez del gran Ser.* COMETIDO DE LA MORAL POSITIVISTA Con la mira de precisar mejor el destino social del positivismo, hay que indicar someramente su aptitud para sistematizar la moral universal, que representa la finalidad de la filosofía y el punto de partida de la política. Debiendo apreciarse todo el poder espiritual por tal atributo, nada puede manifestar mejor que esto la superioridad natural de la doctrina positivista sobre la doctrina católica. El positivismo concibe directamente la práctica moral como la indicada para hacer prevalecer en lo posible, los instintos simpáticos sobre los impulsos egoístas, la sociabilidad por sobre la individualidad. Este modo de enfocar el conjunto de la moral es peculiar de la nueva filosofía, única que sistematiza los progresos logrados en los Tiempos Modernos conforme a la verdadera teoría de la naturaleza humana, tan imperfectamente representada por el catolicismo. Al tomar como pauta universal la preponderancia del sentimiento social, la moral positivista se aparta así de la moral metafísica como también de la teológica; concibe la felicidad humana, privada y pública, como la probabilidad mayor de realizar los efectos benevolentes, que son a la vez los más gratos y los únicos cuya difusión puede compartirse por todos los individuos. MORAL INDIVIDUAL, DOMESTICA Y SOCIAL Tratando de mejor fijar la perfecta unidad que suministra a la moral positiva su principio del amor universal, hay que contemplar a éste presidiendo ya la coordinación natural de sus diversas partes, ya la realización específica de cada una de ellas. Los tres grados esenciales de nuestra existencia – personal, doméstica y social – representan la educación gradual del sentimiento fundamental, desarrollado poco a poco por efectos cada vez menos enérgicos y más señalados. Esta marcha progresiva y natural constituye el principal recurso para llegar, tanto como posible, a la preponderancia normal de la sociabilidad sobre la individualidad. Entre estos dos estados extremos del corazón humano, existe un estado intermedio apto para promover una transición espontánea que permite la verdadera solución habitual del gran * Tomo IV. Versión de A. Leal. problema moral: el hombre se ele va de su personalidad primitiva y llega a la sociabilidad final ante todo merced a sus efectos familiares. Toda tentativa para dirigir la educación moral a favor de esa sociabilidad, omitiendo este grado medio, es quimérica y profundamente nociva. El individuo adquiere los iniciales sentimientos sociales en la familia, por la inevitable impronta del afecto familiar, fuente primera de la educación moral. Por esta vía surge el instinto de la continuidad, y, por ello la veneración de los ascendientes: de esta suerte cada nuevo hombre se enlaza con la totalidad del pasado humano. En seguida, el afecto fraternal completa este esbozo primero de la sociabilidad, al añadir a ella el instinto directo de la solidaridad vivida. La edad viril inaugura después un nuevo desarrollo doméstico, al introducir relaciones voluntarias y más sociales, claro está, que los enlaces voluntarios de la primera edad. Esta segunda etapa de la educación moral se inicia gracias al efecto conyugal, el mas fundamental de todos, en que la mutualidad y permanencia del lazo afirman la plenitud de dedicación. Por ser el supremo de los instintos simpáticos su nombre no exige calificación alguna. De esta unión por antonomasia deriva el último afecto doméstico: la paternidad, la cual da término a la iniciación espontánea en la sociabilidad universal enseñando a querer a nuestros sucesores. Quedamos de esta manera unidos al futuro como antes no vinculamos al pasado. LA MORAL CIENTÍFICA El régimen positivo funda la educación moral propiamente dicha, a la vez, en la razón y en el sentimiento, pero dando siempre a este último la preponderancia práctica. Los preceptos morales se hallarán racionalmente referidos a verdaderas demostraciones capaces de superar toda la discusión, si se ajustan al conocimiento de la naturaleza personal y social cuyas leyes permiten ponderar con exactitud en la vida real – privada o pública – cualquiera influencia – directa o indirecta, particular o general – de todo afecto, pensamiento, acción o hábito. Las convicciones correspondientes susceptibles de llegar a ser las que inspiran en la actualidad las mejores pruebas científicas, gozan del natural incremento que ha de resultar de su importancia y de su íntima correlación con los más edificantes instintos. No es consecuente reconocer que obran bien sólo quienes hayan podido comprender plenamente la validez lógica de estas pruebas; numerosos ejemplos han demostrado, en los demás problemas positivos, que las nociones admitidas por confianza pueden ser adaptadas y aplicadas con tanto entusiasmo y firmeza como aquellas cuyos motivos fueron mejor comprendidos. Es suficiente que las condiciones mentales y morales de esta fe necesaria sean cumplidas de manera conveniente; a menudo, inclusive, el espíritu moderno, pese a su pretendida indocilidad, se viene sometiendo a ellas. Esta aceptación voluntaria que se otorga a las leyes de las artes matemáticas, astronómicas, físicas, químicas y biológicas, no importa que con ello se afecten los más grandes intereses, ha de extenderse también a las reglas morales, cuando sea reconocida su factibilidad de análogas pruebas. VIVIR PARA EL PRÓJIMO. EL ALTRUISMO El amor constituye un principio universal. El amor general de la humanidad significa la íntegra solidaridad. El amar al prójimo como así mismo y por Dios, no hace sino sancionar el egoísmo, dejando aparte, la simpatía humana en general. Nuestra vida moral descansó exclusivamente sobre el altruismo. Al reducir la filosofía positiva toda la moral humana al precepto vivir para el prójimo, se limita realmente a sistematizar el instinto universal, después de haber elevado el espíritu teórico hasta el punto de vista social inaccesible a las síntesis teológicas y metafísicas. Por ello, vivir para el prójimo significa en cada hombre el deber continuo. Ya que la armonía moral descansa sólo sobre el altruismo, únicamente éste puede procurar también la mayor intensidad de la vida. La filosofía positiva se hace a la vez digna y verdadera, efectivamente, cuando reclama vivir para el prójimo. Esta fórmula de la moral humana, así, consagra directamente las inclinaciones benévolas, fuente común de bienestar y del deber. MORAL Y RELIGIÓN La humanidad está formada de población subjetiva, ello es, los seres pasados y futuros, y de población objetiva, ello es, los seres vivientes. La existencia del Gran Ser implica que se subordine la población objetiva a la población subjetiva. Ésta suministra la fuente, por una parte, y por otra el objetivo de la acción que sólo ella ejerce directamente. Trabajamos siempre para nuestros descendientes, pero bajo el impulso de nuestros antepasados, de los cuales derivan a la vez los elementos y procedimientos de todas nuestras acciones. El privilegio principal de nuestra naturaleza consiste en el hecho de que toda individualidad se perpetúa indirectamente a través de la existencia subjetiva, si su obra objetiva ha dejado resultados dignos. Se establece así desde el principio la continuidad propiamente dicha, que nos caracteriza más que la simple solidaridad, cuando nuestros sucesores prosiguen nuestros objetivos como nosotros hemos seguido los de predecesores. MORAL Y DERECHO Como he dicho en el Curso de filosofía positiva, la verdadera realidad será la Humanidad, sobre todo en lo moral e intelectual. La vida colectiva es la sola vida real, la vida individual no puede existir sino como abstracción1 (…) La actividad individual sólo tiene sentido en cuanto se incorpora el orden social, en la medida en que se realiza en la sociedad. ...................................................................... La libertad verdadera y eficiente consiste en una aceptación consciente de las leyes naturales, que rigen el orden social y moral, ya que éste, al igual que las otras ciencias, está constituido por leyes inmutables. ...................................................................... El origen del derecho como libertad ilimitada viene de las concepciones metafísicas y teocráticas. En el estado positivo, que no admite los títulos celestes, tal idea de derecho desaparece por modo irrevocable. La moral universal tiende en todo a sustituir los deberes por los derechos; de esta manera se subordina la individualidad a la sociabilidad2 (…) El deber, no el derecho concebido teológica y metafísicamente, desarrolla en nosotros la solidaridad, cuyo final destino es el potenciamiento del Gran Ser.* 1 Había dicho en el Discurso sobre el espíritu positivo: “Si la idea de la sociedad parece una abstracción de nuestra inteligencia, es sobre todo en virtud del antiguo régimen filosófico; porque, a decir verdad, es la idea del individuo a la que corresponde tal carácter, al menos en nuestra especie”. (N. de F. Larroyo.) 2 En el curso de filosofía positiva había dicho: “El término derecho ha de ser eliminado del lenguaje político como el de causa del lenguaje filosófico” (N. de F. Larroyo.) * Tomo IV. Versión de F. Larroyo.