Revista electrónica mensual del Instituto Universitario Virtual Santo Tomás e-aquinas Año 1 - Número 9 Septiembre 2003 ISSN 1695-6362 Este mes... EL MISTERIO DE LA EUCARISTÍA (Cátedra de Teología del IUVST) Aula Magna: JOAN ANTONI MATEO, Reflexiones sobre la Carta Encíclica Ecclesia de Eucharistia Documento: FRANCISCO CANALS, La doctrina eucarística de Santo Tomás de Aquino 2-17 18-24 Publicación: JOSÉ ANTONIO SAYÉS, El misterio eucarístico 25 Noticia: LV Semana de Estudios Marianos 26 Foro: ¿Es la Eucaristía un sacrificio? 27 © Copyright 2003 INSTITUTO UNIVERSITARIO VIRTUAL SANTO TOMÁS Fundación Balmesiana – Universidad Abat Oliba CEU FRANCISCO CANALS, La doctrina eucarística de Santo Tomás de Aquino La doctrina eucarística de Santo Tomás de Aquino Dr. Francisco Canals Miembro emérito de la Pontificia Academia de Santo Tomás La reciente Encíclica Ecclesia de Eucharistia, decimocuarta del Pontificado de Juan Pablo II, con su oportuna reafirmación de la doctrina tradicional sobre la Eucaristía frente a olvidos o negligencias contemporáneas, da, por sí misma, ocasión a renovar nuestra atención hacia la enseñanza de quien es el Doctor Communis de la Iglesia católica, Santo Tomás de Aquino, sobre el misterio eucarístico. Es sabido que Santo Tomás, por haber sido encargado de redactar la liturgia de la Solemnidad del Corpus Christi, legó a todas las generaciones cristianas que le sucedieron los himnos admirables que han quedado entrañados en la piedad y en la vida de las sucesivas generaciones de fieles católicos, y es, en el plano de la sistematización teológica, el Doctor por antonomasia del Sacramento eucarístico. Fue Santo Tomás quien precisó definitivamente el lenguaje dogmático en torno a la presencia real, sin la cual toda la realidad del sacrificio eucarístico y del cumplimiento, en la Comunión, de la Promesa del Señor sobre la comunicación de la vida divina a quienes “comieren de este Pan” hubiera quedado debilitado y propenso para las desfiguraciones de que había de ser, por desgracia, objeto en las ramas cristianas separadas de la Iglesia católica. En la Encíclica de Juan Pablo II, se recuerda como permanentemente válida la definición tridentina: “Por la Consagración del Pan y el Vino se realiza la conversión de toda la substancia del Pan en la substancia del Cuerpo de Cristo, Señor Nuestro, y de toda la substancia del Vino en substancia de Su Sangre. Esta conversión fue llamada, propia y convenientemente, “transubstanciación” por la Santa Iglesia Católica”. La propia Encíclica cita, del Concilio de Trento, la sesión trece, Decreto de Eucaristía, cap. IV (DS 1642). p. 18 e-aquinas 1 (2003) 9 Ahora bien, si atendemos al origen histórico de este lenguaje, que tantos de nosotros recibimos ya en la Catequesis de nuestra infancia, y que han oído, secularmente, todos los que fueron formados en la fe católica, nos encontraremos con la relación directa con la tarea teológica de Santo Tomás. En el largo y documentado estudio sobre la Eucaristía contenido en el Dictionnaire de Théologie Catholique, se examina con detalle el desarrollo doctrinal por el que los grandes Doctores escolásticos llegaron a explicar la presencia real de Cristo, en el Pan y el Vino consagrados, como una “transubstanciación”. La conclusión inequívoca de aquel estudio hace patente la continuidad conceptual, y aun terminológica, entre el lenguaje de la fórmula dogmática tridentina y el de la sistematización teológica de Santo Tomás. Leemos, en efecto, en Santo Tomás: “Dios, que es acto en Sí mismo, no sólo puede causar una conversión formal, de manera que diversas formas se sucedan en un mismo sujeto, sino que puede obrar la conversión de todo el ente, a saber, que toda la substancia de este ente se convierta en toda la substancia de aquel. Y esto es obrado por la virtud divina en este Sacramento; pues toda la substancia del Pan se convierte en toda la substancia del Cuerpo de Cristo y toda la substancia del Vino en toda la substancia de la Sangre de Cristo. Por lo cual, esta conversión no es formal, sino substancial, ni se contiene entre las especies del movimiento natural, sino que, con un nombre propio, puede ser llamada “transubstanciación” (S.Th. III, Qu 85, artº 4, in c.). Al decir Trento que esta admirable conversión fue llamada “transubstanciación” por la Iglesia católica, sentimos que Santo Tomás de Aquino, al escribir sobre la Eucaristía, hablaba con carisma doctoral y no realizaba sólo un esfuerzo personal de sistematización científica en el plano teológico, sino que ponía sus términos y conceptos al servicio de la expresión de la recta fe. La tradición expresada, incluso iconográficamente, según la cual Cristo mismo dijo a Santo Tomás: “Has escrito bien de mí”, se muestra congruente con la experiencia que puede realizar cualquiera que confronte solícitamente el lenguaje teológico de Santo Tomás con el lenguaje dogmático de Trento. Los términos aristotélicos utilizados por Santo Tomás no lo son para explicar, según aquella filosofía, el misterio que trasciende toda experiencia y todo esfuerzo racional humano, sino para discernir claramente la acción misteriosa por la que Cristo está realmente presente en el Pan y el Vino p. 19 FRANCISCO CANALS, La doctrina eucarística de Santo Tomás de Aquino eucarísticos de cualquier transformación o proceso que pudiésemos situar en nuestra experiencia natural. No obstante, la eficacia de las precisiones del Angélico al servicio de la expresión de la fe, y el que su lenguaje fuese asumido en Trento, no dejan de traer a la memoria la advertencia de San Pío X que, en su Mottu Proprio Doctoris Angelici de 29 de abril de 1914, advertía que de la remoción y abandono de lo que es capital en la filosofía de Santo Tomás –por lo que entiende no opiniones disputables, sino los fundamentos en que se apoya toda ciencia natural y divina- se sigue, necesariamente, “que los alumnos de las disciplinas sagradas ni siquiera entiendan el significado de las palabras con las que el magisterio de la Iglesia propone los dogmas revelados por Dios”. Nos ayudará a comprender el espíritu y la actitud de Santo Tomás de Aquino, en su elaboración escolástica de la doctrina eucarística, la lectura de su Comentario al capítulo sexto del Evangelio de San Juan, aquel en que se refiere al escándalo de los oyentes al presentarse Cristo como el “Pan bajado del cielo” y proclamar: “En verdad, en verdad os digo: si no comieseis la Carne del Hijo del Hombre y no bebiereis su Sangre no tendréis vida. Quien come mi Carne y bebe mi Sangre tiene la vida eterna, Yo le resucitaré en el último día. Mi Carne es verdaderamente manjar y mi Sangre verdaderamente bebida. El que come mi Carne y bebe mi Sangre permanece en Mí y Yo en él” (Ioh. 6, 53-56). Ante el escándalo de los oyentes, que se movían en un horizonte exclusivamente humano desde el que las palabras del Señor no podían sino parecerles absurdas, hallamos, en el propio Evangelista, las palabras de Jesús que son el llamamiento y la exigencia a situarse en la perspectiva del Don divino: “Este es el Pan que bajó del cielo: no como lo comieron los padres y murieron, el que come este Pan vivirá eternamente”. Esto dijo en Cafarnaún, enseñando en la sinagoga. Muchos, pues, de los discípulos que lo oyeron dijeron: “Duro es este lenguaje”. Sabiendo Jesús que sus discípulos murmuraban de esto, les dijo: ¿Esto os escandaliza? ¿Qué, si viereis al Hijo del Hombre subir a donde estaba primero? El Espíritu es el que vivifica, la carne de nada aprovecha. Las palabras que Yo os he hablado son Espíritu y Vida” (Ioh. 6, 58-63). En las desorientadas lecturas en que se tiende a recaer en nuestros días, entenderían algunos por “inteligencia espiritual” la desconectada de la realidad de la Encarnación de Cristo y del realismo de la presencia real de la transubstanciación, con lo cual una lectura espiritual de las palabras del Señor p. 20 e-aquinas 1 (2003) 9 llevaría a no ver en las palabras de la Consagración y en los ritos de la distribución del Pan y del Vino consagrados sino símbolos o alegorías de nuestra unión en comunidad de fe con el Señor Jesucristo. He aquí el comentario de Santo Tomás, refiriéndose al texto “la carne de nada aprovecha”: “Es manifiesto que la Carne de Cristo, en cuanto está unida al Verbo de Dios y al Espíritu, aprovecha mucho a todos por muchos modos: en otro caso, en vano el Verbo se hubiese hecho Carne, en vano el Padre mismo lo hubiese manifestado en Carne, como leemos en I Tim. 4. Y por esto hay que decir que la carne de Cristo, considerada en sí misma, no aprovecharía y no tendría efecto santificador si la considerásemos como cualquier otra carne. Pues si, por nuestro entendimiento, separásemos la Carne de Cristo de la divinidad del Verbo y la presencia del Espíritu, no tendría otra virtualidad que cualquier otra carne; pero si adviene el Espíritu y la divinidad, aprovecha a muchos, porque es causa de que los que la comen permanezcan en Cristo... y por eso dice el Señor “Este efecto de la vida eterna que Yo os prometo no debéis atribuirlo a la carne considerada en sí misma, que de nada aprovecha; pero si la atribuís a la divinidad y al Espíritu unidos a la carne, así os ofrece la vida eterna” (In Ioh. Lectio 8, 5). La afirmación del carácter vivificante de la Carne de Cristo, que se nos da a comer en la Eucaristía, está, pues, en la teología del Angélico en relación coherente con toda su admirable síntesis doctrinal sobre la Encarnación redentora y la unión hypostática por la que el Verbo mismo asume la naturaleza humana de Jesús, que es así constituida en instrumento unido a la divinidad para comunicarnos la vida divina. Santo Tomás, en efecto, afirma que la gracia habitual en el alma de Cristo se sigue de la misma gracia de unión, por la que la naturaleza humana de Cristo ha sido asumida por el Verbo, que así se ha hecho verdaderamente hombre: “Pues la gracia es causada en el hombre por la presencia de la divinidad... pero la presencia de Dios en Cristo se entiende según la unión de la naturaleza humana a la persona divina, por lo que la gracia habitual de Cristo ha de ser entendida como siguiéndose de aquella unión, como el esplendor se sigue del sol” (S.Th.III Qu. 7, artº 13, in c.). Por esto puede atribuir a Cristo, en cuanto cabeza de la Iglesia, lo que le conviene en cuanto a su naturaleza humana y comunicar a todos los hombres el don y gracia supremos, que es el mismo Espíritu Santo. p. 21 FRANCISCO CANALS, La doctrina eucarística de Santo Tomás de Aquino A la objeción de que no parece que competa a Cristo en cuanto hombre el ser cabeza de la Iglesia, ya que no puede dar el Espíritu Santo sino con una operación divina, y no con una operación humana, responde: “Dar la gracia o el Espíritu Santo conviene a Cristo en cuanto Dios por su propia autoridad; pero, instrumentalmente, le conviene incluso en cuanto es hombre, a saber, en cuanto su humanidad es instrumento de su divinidad, y así, sus acciones, por virtud de la divinidad, fueron para nosotros salutíferas, en cuanto causan en nosotros la gracia por cierta eficacia” (S.Th.III Qu. 8, artº 1, ad primum). La no dudosa convicción de Santo Tomás de que la restauración en los hombres de la participación de la filiación divina, que habían perdido por el pecado, ha querido Dios que se realizase por Cristo en cuanto hombre, pues es en cuanto hombre que ha sido constituido para nosotros en Camino para tender hacia Dios, y ha sido constituido por Dios como el instrumento por el que nos llega de nuevo la plenitud de la divinidad, que viene a ser como el hilo conductor de su tratado cristológico, es también, por lo mismo, el apoyo del realismo de su teología sobre el Sacramento eucarísitico. La carne en cuanto tal de nada aprovecharía, pero todos los dones divinos, incluido el primer Don que es el Espíritu Santo que se nos envía a nuestros corazones, nos han sido comunicados por Dios por la humanidad de Cristo. Un error de perspectiva demasiado generalizado supone que ha de darse, necesariamente, como una dualidad y escisión entre la mentalidad del teólogo escolástico, anhelante de precisión conceptual y de coherencia demostrativa, y el místico y contemplativo, buscando, sobre todo, mover los afectos e intimar vitalmente con el Señor. La unidad de vida de Santo Tomás de Aquino y la vitalidad e intimidad con la que realizaba su tarea científica de teólogo escolástico, brillan en las estrofas de los Himnos que él compuso para la Solemnidad del Corpus. Atendamos a algunas de ellas: “Canta, lengua, el Misterio del Cuerpo glorioso y de la Sangre preciosa, que, como precio del mundo, fruto del vientre generoso, derramó el Rey de las gentes” Aquí nos encontramos, al pensar en el misterio del “Cuerpo glorioso y de la Sangre preciosa”, recordando la fecundidad virginal de la Madre de Jesús, y p. 22 e-aquinas 1 (2003) 9 la Redención obrada por Cristo, el fruto de aquel vientre, invocado, por cierto, como “Rey de las gentes”. Es admirable y sorprendente la riqueza de horizontes, por cierto derivada de la presencia de recuerdos de la Palabra de Dios escrita, que nos ha revelado la Redención obrada en la Cruz por el Hijo de la Madre virgen. “Dado a nosotros, nacido para nosotros, de la Virgen intacta, y habiendo convivido en el mundo esparciendo la simiente de la palabra, cerró, de modo admirable, el tiempo de Su habitación en el mundo” “Y en la noche de la Última Cena sentado a la mesa con sus hermanos plenamente observada la Ley en las comidas legales, se ofrece, con sus manos, como comida a la multitud de los Doce” Seguimos, aquí, admirando la continuidad de las dos Alianzas y la radical novedad de la Nueva y eterna Alianza. “El Verbo hecho carne, con su palabra, hace que su Carne sea Pan verdadero y la Sangre de Cristo se hace bebida, y si el sentido es deficiente, para dar firmeza a un corazón sincero basta la sola fe. Así, pues, a tan alto Sacramento inclinemos nuestras cabezas. Que la antigua Ley ceda al nuevo Rito, preste la fe suplemento al defecto de los sentidos” De nuevo, el contraste entre lo antiguo y lo nuevo se junta con la exhortación decidida a la fe y a la adoración. “Al Generador y al Engendrado, alabanza y júbilo. p. 23 FRANCISCO CANALS, La doctrina eucarística de Santo Tomás de Aquino Salud, honor y fuerza también. Y bendición. Y al procedente de Uno y Otro, sea igual alabanza” Es el himno trinitario con que termina el clásico Pangeligua. Atendamos, ahora, al Sacris solemnis, que se incluye en el Oficio. Allí leemos expresiones que llevan al alma a la humildad y al agradecimiento por la gran misericordia tenida con los hombres por Dios Trino y Soberano: “El Pan angélico se ha hecho Pan de los hombres. El Pan celestial pone término a las figuras. Oh, cosa admirable: come al Señor el pobre y humilde siervo. A Ti, deidad trina y una, pedimos: visítanos, como te damos culto, llévanos por tus caminos a donde tendemos, a la luz en la que habitas. Amén.” La invocación humilde a la grandeza del Señor nos hace suplicar confiados que nos conduzca por Sus caminos aquella luz en que Él habita y a la que nosotros nos sentimos orientados. Y, en el Himno de Laudes, encontramos, de nuevo, un admirable Himno a la generosidad misericordiosa de Dios: “Al nacer, se dio como compañero. Compartiendo nuestra mesa, Se nos dio como alimento. Muriendo, se ofreció como rescate. Y, reinando, se nos da como premio” El fervor de la adoración y la coherencia del concepto teológico brillan realmente en todo lo que trata sobre el Sacramento eucarístico, desde los artículos de sus obras teológicas hasta las estrofas de sus inmortales himnos litúrgicos. p. 24