82-99 Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia

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82-99
Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia. San Salvador, a las nueve horas
del día diecinueve de octubre de dos mil.
El presente proceso de amparo constitucional ha sido iniciado mediante demanda
presentada por el señor Ruddy Ballesteros de León, mayor de edad, estudiante de la carrera
de medicina y de este domicilio, contra actos dictados por el Ministerio de Salud y el
Director del Hospital Nacional San Rafael, los cuales considera violatorios de los derechos
que le otorga la Constitución en los artículos 3, 9 y 38 ord. 1º de la misma.
Han intervenido además de la parte actora, el Ministro de Salud Pública y Asistencia
Social, y el Director del Hospital Nacional San Rafael, en su calidad de autoridades
demandadas y el Fiscal de la Corte, doctor René Mauricio Castillo Panameño.
Leídos los autos y considerando:
I. El actor en su demanda manifestó, en primer lugar, que inició sus labores como médico
interno en el Hospital Nacional San Rafael en el mes de enero de mil novecientos noventa y
nueve, que es de nacionalidad panameña y que por el hecho de ser extranjero, no se le
otorga plaza remunerada tal como se procedió con las personas designadas para dichos
cargos en el año de mil novecientos noventa y ocho.
En virtud del antecedente señalado, expone el demandante, se presentó a la Dirección
General de Salud del Ministerio respectivo para manifestar tal situación a efecto de
establecer si la orden de no otorgar remuneración alguna para los médicos internos del
Hospital Nacional San Rafael había sido emitida por dicho Ministerio, obteniendo como
resultado el compromiso de parte del delegado ministerial, de enviar a la Dirección del
Hospital Nacional San Rafael un memorándum comunicándole al Director que el único
parámetro que debía tomarse en cuenta para otorgar plazas remuneradas a los médicos
internos debía ser la prueba de conocimiento que se utiliza en todos los hospitales
nacionales del país.
Manifiesta el actor, que habiendo superado el examen de suficiencia presentado ante el
Hospital Nacional San Rafael, recibió noticia que por ser extranjero no podía tener plaza
remunerada en virtud de una orden emitida por el Director del mencionado nosocomio.
Indica que no obstante la falta de remuneración y aún sin su consentimiento pleno, decidió
continuar con el desempeño de sus labores como médico interno, pues es un requisito
indispensable para obtener el título de doctorado en medicina.
Según continúa en su exposición el actor, reclama del Ministerio de Salud Pública y
Asistencia Social, el acuerdo o decisión ministerial que contiene la orden de otorgar plazas
no remuneradas a los médicos internos que son de nacionalidad extranjera, y respecto del
Directorio del Hospital Nacional San Rafael, la negativa de otorgarle plaza remunerada, o
falta de retribución económica ante el desempeño de su trabajo, no obstante haber obtenido
un resultado favorable en la prueba de conocimiento realizada.
Las normas constitucionales que el impetrante considera han sido transgredidas y cuya
violación le ha causado agravio, son las contenidas en los artículos 3, 9 y 38 ordinal 1º de la
Constitución de la República, las cuales, argumenta el actor, lo han sido en los siguientes
sentidos: (a) violación al principio de igualdad, en virtud de habérsele discriminado en
razón de la nacionalidad para obtener el salario que corresponde a los médicos internos; (b)
violación a la norma contenida en el artículo 9 de la Constitución, que prescribe la
prohibición de obligar a realizar trabajos o prestar servicios personales sin justa retribución
sin que medie el pleno consentimiento de la persona, salvo las excepciones que la misma
Constitución señala, en el sentido que el actor, si bien ha trabajado bajo las circunstancias
que ha expuesto dentro del sustrato fáctico de su pretensión, no ha sido con su pleno
consentimiento, por el mismo hecho que no está de acuerdo con no obtener remuneración
alguna por su trabajo por el hecho de ser extranjero, siendo más bien por razones
académicas relativas al cumplimiento del requisito del año internado para optar al título de
doctorado en medicina que ha trabajado bajo esas circunstancias; (c) violación a la norma
de equiparación específica que establece el artículo 38 ordinal 1º de la Constitución
respecto de los trabajadores que desempeñan igual trabajo, a los que les debe corresponder
igual remuneración independientemente de su sexo, raza, credo o nacionalidad, en el
sentido que no debe importar la nacionalidad panameña del demandante pues, según señala,
no hay diferencia entre el trabajo que él desempeña y el que realiza un salvadoreño como
médico interno, pues ello requiere el mismo esfuerzo, tanto físico como mental,
independientemente de la nacionalidad.
Por resolución de las diez horas del día uno de febrero de mil novecientos noventa y nueve
se admitió la demanda y no se suspendió el acto reclamado por tratarse de una omisión, al
mismo tiempo que se pidió informe al Ministro de Salud Pública y Asistencia Social y al
Director del Hospital Nacional San Rafael en orden a que tales autoridades determinaran si
eran ciertos o no los hechos que se les atribuían en la demanda.
Rendidos los informes por cada una de las referidas autoridades, mediante los cuales
expresaron que no eran ciertos los hechos atribuidos en la demanda del señor Ballesteros de
León, se mandó oír al Fiscal de la Corte, tal como lo prescribe el artículo 23 de la Ley de
Procedimientos Constitucionales, quien no hizo uso de la misma. A continuación se pidió
nuevo informe a las autoridades demandadas y se confirmó la decisión de no suspender el
acto reclamado por no haberse modificado las circunstancias en virtud de las cuales se
denegó inicialmente tal suspensión.
En el informe del Ministro de Salud Pública y Asistencia Social, el Doctor Eduardo
Interiano expresó en síntesis, que en virtud de un plan piloto iniciado en diciembre de mil
novecientos noventa y siete, se realizaron pruebas de conocimiento a los aspirantes a
obtener la plaza de estudiante de medicina en internado rotatorio, con el parámetro de que
quien obtuviera una nota mínima de seis punto cero podría tener derecho a una plaza
remunerada; sin embargo, en virtud de los deficientes resultados obtenidos -continúa el
Ministro- se decidió dejar sin efecto el resultado de tales exámenes y dejar a criterio de
cada hospital los parámetros de evaluación para la asignación de plazas. En virtud de ello, y
dado que según el informe del Hospital Nacional San Rafael el señor Ruddy Ballesteros de
León fue superado por otros estudiantes para optar a la plaza remunerada, la supuesta
cuarta posición que ocupaba el señor Ballesteros -en la lista que menciona en su demanda-
no era más que el lugar que ocupaba en la lista alfabética de nombres de los estudiantes
elegibles para ser tomados en cuenta para la selección inicial de los que iban a ser
examinados, que el coordinador de la Universidad en la que él se encontraba inscrito envió
a la oficina de Recursos Humanos del Ministerio a su cargo. A continuación señala el señor
Ministro que lo que pretende el actor es prevalecer sobre los estudiantes salvadoreños y
centroamericanos que resultaron aptos para ocupar plazas remuneradas, las cuales -exponehan sido disminuidas por razones presupuestarias, y, concluye su exposición señalando que
si se resolviere favorablemente el amparo se estaría afectando otras actividades propias del
Ministerio y dirigidas a la población más necesitada del país, por lo que al final de su
informe pide que se le sobresea en el proceso.
El informe del Director del Hospital Nacional San Rafael se agregó al proceso mediante un
escrito cuyo contenido coincide con lo expuesto por el Ministro de Salud Pública y
Asistencia Social, manifestando además que de la lista alfabética en la que el señor
Ballesteros aparecía en cuarto lugar, iba a presentar oportunamente la certificación
respectiva para corroborar lo expresado en el informe, la que incorporó mediante escrito
presentado a la Secretaría de este Tribunal el veintisiete de mayo de mil novecientos
noventa y nueve.
Por resolución de las once horas y treinta minutos del día cuatro de junio de mil
novecientos noventa y nueve, se declaró sin lugar la petición de sobreseimiento realizada
por las autoridades en sus respectivos informes, y se ordenó traslado al Fiscal de la Corte
por el plazo de tres días, de conformidad al artículo 27 de la Ley de Procedimientos
Constitucionales.
En su intervención, el Fiscal de la Corte manifestó, en síntesis, que independientemente de
las razones de orden financiero o fiscal que adujeron y justificaron las autoridades, las que a
su juicio constituían un reconocimiento expreso del acto reclamado no obstante negarlo, se
estaba dando una flagrante violación al artículo 9 y al 38 ord. 1º de la Constitución, por lo
que, al existir suficientes elementos probatorios para tener por establecida la pretensión del
actor, pidió la omisión del plazo probatorio y que se dictara sentencia definitiva amparando
al impetrante.
Ordenado el traslado a la parte actora mediante auto de las quince horas con treinta minutos
del día veinte de julio de mil novecientos noventa y nueve, ésta presentó un escrito
reiterando los aspectos esenciales del fundamento fáctico y jurídico de su pretensión que
estableció mediante la demanda, adhiriéndose además a las opiniones vertidas por el Fiscal
de la Corte y, en consecuencia, solicitando la omisión del plazo probatorio y que este
Tribunal se pronunciase en sentencia de fondo restituyéndole los derechos supuestamente
violados, agregando además que, en virtud de la ausencia de remuneración y las
necesidades económicas que enfrentaba, había suspendido el curso de sus labores como
médico interno, adoptando el compromiso de continuar con las mismas cuando se le
restituyeran sus derechos constitucionales.
Respecto de la omisión del plazo probatorio, está Sala resolvió sin lugar tal petición y, en
consecuencia, abrió a pruebas el proceso por el plazo de ocho días mediante resolución
proveída a las doce horas del día veinte de septiembre de mil novecientos noventa y nueve,
plazo dentro del cual el actor, juntamente con un escrito, presentó tres cartas dirigidas al
Director General de Salud del Ministerio de Salud, la primera; y al Departamento de
Recursos, las dos últimas; haciendo constar que las peticiones contenidas en las mismas no
habían sido contestadas, en el mismo escrito, cuyas deposiciones aparecen a folios 61 y 62.
Se ordenó nuevo traslado al Fiscal de la Corte para darle cumplimiento a lo señalado por el
artículo 30 de la Ley de Procedimientos Constitucionales, y en el escrito respectivo el
Fiscal ratifica los conceptos vertidos en su intervención anterior, demandando la
presentación de la nómina de médicos extranjeros que laboran en el Hospital Nacional San
Rafael, petición que fue resuelta mediante auto de las nueve horas del día dieciséis de
febrero del presente año, requiriendo de la Dirección del Hospital San Rafael lo solicitado,
y se ordenó traslado en el mismo a la parte actora.
Mediante escrito presentado por el Director del Hospital Nacional San Rafael le dio
cumplimiento a lo ordenado en el auto mencionado en el párrafo anterior, incorporando al
proceso los listados de los estudiantes internos de medicina de nacionalidad extranjera que
laboraron para esa institución durante los años de mil novecientos noventa y ocho y
noventa y nueve, los cuales quedaron agregados a folios 71 y 72. Por su parte el
demandante, quien evacuó el traslado que se le confirió, presentando escrito en el cual
controvierte lo expuesto por las autoridades demandadas en sus anteriores deposiciones,
solicitó en su parte petitoria que en sentencia definitiva se le reconozca su derecho de
igualdad, su derecho a trabajar con justa retribución y que se establezca como efectos de la
sentencia la cancelación de los salarios de los meses que laboró para la institución, es decir,
entre enero y mayo de mil novecientos noventa y nueve; y que a la vez, se le permita
continuar con el trabajo que ahí se había ganado, remunerándosele lo que corresponde de
acuerdo al trabajo a realizar y se le conceda indemnización retribuida en dinero por haberse
dedicado a otras actividades diferentes por la falta de remuneración, lo que le causó retraso
en la coronación de su carrera.
Por auto de las diez horas con veinticinco minutos del día veinte de marzo de dos mil, se
ordenó traslado a las autoridades demandadas por el plazo de tres días, habiendo hecho uso
del mismo únicamente el Ministro de Salud Pública y Asistencia Social, mediante escrito a
través del cual pretende se exonere a tal autoridad del acto que se le atribuye por no haberse
presentado prueba por parte del demandante de que tal Ministerio haya girado órdenes al
Director del Hospital Nacional San Rafael de no otorgarle plaza remunerada a los médicos
internos extranjeros que laboran en dicho Hospital. A parte de reiterar algunos otros
conceptos vertidos con anterioridad, pidió que en sentencia definitiva se exonerara a dicho
Ministerio, quedando el presente proceso, con ello, en estado de pronunciar sentencia
definitiva.
II. Inicialmente es pertinente afirmar que la pretensión de amparo del actor está
fundamentada en dos líneas, la primera que tiene como causa una supuesta violación al
principio de igualdad consagrado en el artículo 3, y a su manifestación concreta prescrita en
el artículo 38 ord. 1º de la Constitución; y la segunda, la que se encuentra fundada en la
supuesta violación al artículo 9 de la Constitución en lo relativo a verse expuesto, según las
circunstancias por él señaladas, a prestar trabajo sin justa retribución.
Teniendo en cuenta los elementos expuestos con anterioridad, es necesario determinar la
secuencia lógica que ha de seguir la presente resolución, para llegar con un orden
específico a las conclusiones que sean pertinentes. En primer lugar será necesario traer a
cuento la configuración que del principio de igualdad consagrado en el artículo 3 de la
Constitución, ha venido sosteniendo a través de su jurisprudencia este Tribunal (III); para
luego tener presente la norma concreta que establece el artículo 38 ord. 1º de la misma
norma fundamental, que precisamente es una manifestación específica del mismo principio
(IV); En seguida, convendrá hacer una valoración sobre el supuesto establecido en el
artículo 9 de la Constitución y las implicaciones de la norma que de él emana (V); para,
después de realizados tales análisis, se concluya con la aplicación de los mismos al caso
que se ha traído al conocimiento de este Tribunal (VI) y, en consecuencia, pronunciar el
fallo que corresponda a la presente sentencia.
III. Conviene en este considerando establecer una suerte de aproximación al enfoque
general de lo que implica el principio de igualdad en el ordenamiento constitucional y la
legislación infraconstitucional salvadoreña, especialmente en lo referido a la igualdad como
equiparación y a la igualdad como diferenciación en los dos momentos de su concreción,
cuales son la formulación de la ley y la aplicación de la misma.
En la Constitución Salvadoreña, el principio de igualdad aparece consagrado en el artículo
3, que literalmente dice: "Todas las personas son iguales ante la ley. -- Para el goce de los
derechos civiles no podrán establecerse restricciones que se basen en diferencias de
nacionalidad, raza, sexo o religión".
Tal disposición constitucional establece una enumeración de posibles causas de
discriminación que indistintamente pudieran establecerse tanto en la formulación como en
la aplicación de las leyes; o, dicho de otra forma, contiene aquellas causas de
discriminación bajo las cuales comúnmente se ha manifestado la desigualdad: nacionalidad,
raza, sexo y religión. Pero, cabe aclarar, que dicha enumeración no es taxativa, cerrada,
pues pueden existir otras posibles causas de discriminación, cuya determinación principalmente por la legislación y la jurisprudencia constitucional- debe ser conectada con
los parámetros que se derivan del juicio de razonabilidad.
Entendida la igualdad como el reconocimiento y garantía a toda persona humana de su
plena dignidad y de sus derechos fundamentales, evitando todo tipo de discriminaciones
arbitrarias, es claro que dicha categoría jurídica está íntimamente vinculada a la justicia; no
obstante su naturaleza jurídica se presenta de difícil precisión, pues en cuanto es entendida
como un principio, también se la concibe como un derecho.
1. Vista la igualdad como un principio, ella se presenta en nuestro ordenamiento jurídico
como una norma jurídica de optimización que, cuando encuentra en su aplicación
colisiones con otras categorías jurídicas de trascendencia para la esfera jurídica del
individuo y/o de la colectividad, es susceptible de una mayor o menor concreción plena de
su contenido. A ello obliga la existencia de distintos elementos del orden constitucional que
deben aplicarse simultáneamente a otros de la misma entidad, pudiendo a veces colisionar;
por lo cual, y ante la imposibilidad de resolver tal colisión con la exclusión de uno por el
otro -en razón que no existe prevalencia entre ellos-, debe procurarse optimizarlos de
manera tal que puedan coexistir simultáneamente, aún sacrificando la aplicación total de
cada uno ellos en virtud de la importancia que también significa el otro.
Esta dimensión de la igualdad como mandato de optimización, encuentra
fundamentalmente aplicación en materia de formulación de la ley, es decir, en materia de
valoraciones legislativas encaminadas a establecer un determinado tratamiento en las
normas infraconstitucionales, ya sea como diferenciación o equiparación, en virtud de las
eventuales diferencias o semejanzas fácticas que puedan apreciarse entre los individuos.
A lo dicho cabe agregar que, en la Ley Suprema el principio de igualdad busca garantizar a
los iguales el goce de los mismos beneficios -equiparación-, y a los desiguales diferentes
beneficios -diferenciación justificada o razonable-; en sus dos dimensiones, dicho mandato
vincula tanto al legislador -en su calidad de creador de la ley-, como al operador jurídico
encargado de aplicarla, vale decir, que tanto el legislador como el operador son verdaderos
aplicadores del principio de igualdad, con los matices que corresponden a la función que
respectivamente realizan.
A. En cuanto a la vinculación que importa el principio de igualdad al legislador -lo que esta
Sala ha enunciado en anteriores resoluciones como un "mandato de igualdad en la
formulación de la ley"-, constatado que existen diferencias fácticas, reales, entre los
individuos, y que las mismas no se pueden eliminar por la sola emisión de normas jurídicas
de equiparación, el cumplimiento del principio de igualdad en la formulación de la ley,
significa la facultad que el legislador dicte normas que hagan las diferenciaciones
normativas correspondientes a las desigualdades reales señaladas. Lo contrario podría
conducir a la injusticia de aplicar un tratamiento normativo igual a sujetos entre los cuales
existen disparidades cualitativas, lo que colocaría en desventaja a algunos respecto de otros;
es decir, la formulación de la ley en términos de igualdad paritaria podría injustamente
llegar a afectar la esfera de quienes, al momento de la aplicación de la ley, fueran afectados
por esas diferencias, pues en realidad, ese igual tratamiento únicamente los colocaría en
desventaja frente a los demás.
En consecuencia, la igualdad en la formulación de la ley implica, en primer lugar, un
tratamiento igual si no hay ninguna razón suficiente que habilite un tratamiento normativo
desigual; y en segundo, que si dicha razón existe, entonces está ordenado un tratamiento
desigual. De ello se sigue que, si concurriendo los requisitos previos de una igualdad real
de situación entre los sujetos afectados por una norma, se produce un tratamiento
diferenciado de los mismos en la formulación de la ley, estamos en presencia de una
conducta arbitraria e irrazonable por parte de los entes con potestad normativa; pero si
concurren desigualdades reales tales que justifiquen un tratamiento diferenciado, la
equiparación deviene en vulneración al artículo 3 de la Constitución.
Ahora bien, siendo el legislador quien establece hasta qué punto las diferencias reales
deben ser consideradas susceptibles o no de un tratamiento igual, una formulación de la ley
que implique un tratamiento desigual solamente va a estar justificada por la existencia de
una razón deducida precisamente de la realidad, es decir, de las mismas diferencias fácticas
que colocan, bajo el supuesto de una igualdad general o formal, en una clara desventaja a
quienes las sufren, es decir, que los coloque fuera del rango de homogeneidad que puede
ser susceptible de igual tratamiento.
En esta línea de fundamentación de la presente sentencia, el análisis de la igualdad ante la
ley no puede obviar una exigencia que incide cuando ya el legislador ha decidido establecer
un tratamiento normativo diferenciado: el principio de proporcionalidad, que tiene relación
con los límites hasta donde puede formularse un tratamiento desigual. Dicho principio
puede entenderse con Ernesto Pedraz Penalva -según explica en su trabajo Jurisdicción,
Constitución, Proceso-, como un "criterio de justicia de una relación adecuada medios-fines
en los supuestos de injerencias de la autoridad en la esfera jurídica privada (...) de acuerdo
con un patrón de moderación que posibilite el control de cualquier exceso mediante la
contraposición del motivo y de los efectos de la intromisión".
Y es que, si bien el principio de igualdad en la formulación de la ley permite al legislador
establecer desigualdades en el trato, tales diferenciaciones no pueden ser excesivas, tanto
que puedan llegar a conculcar la esfera jurídica de los demás, lo que sin lugar a dudas
vendría siempre a violentar el principio de igualdad. La medida que debe respetar el
legislador es la medida que le establece el constituyente, pues, los alcances de las
diferenciaciones que pueda realizar con base a una razón suficiente no pueden conculcar los
derechos y garantías establecidos para las personas, ya que ello implicaría una
desproporcionalidad de los medios utilizados para la consecución de los fines perseguidos
mediante la diferenciación.
Es decir, cuando ocurre una intervención del Estado en la esfera jurídica de los particulares,
los medios o parámetros adoptados en la formulación de la norma deben mantenerse en
proporción a los fines perseguidos por ella. En estas condiciones, tanto el juicio de
razonabilidad como el de proporcionalidad se convierten en los elementos determinantes
para poder apreciar la vulneración al principio de igualdad.
B. Es indispensable establecer que el principio de igualdad como norma de optimización
que puede devenir en una equiparación o diferenciación de los individuos en virtud de la
existencia de diferencias fácticas, puede únicamente ser aplicado en esa medida por los
entes productores de normas, siempre y cuando atiendan a parámetros razonables y
experimenten conformidad en la relación medios-fines que se persigan a través de la norma
misma, lo que implica que, producida la norma por autoridad competente a efecto de reglar
la realidad, surge la posibilidad para los destinatarios de la misma de exigir la aplicación de
las consecuencias jurídicas emanadas de cada uno de los supuestos hipotéticos en un mismo
sentido, es decir, igualdad en la aplicación de la ley, que en definitiva debe exigirse de los
operadores de las normas elaboradas por el ente que con suficientes potestades las haya
creado.
Lo anterior significa que el principio de igualdad vincula tanto al legislador como al
aplicador de la ley, sin embargo, la posibilidad de establecer diferenciaciones o
equiparaciones está reservada al primero, vinculando tal principio al segundo en el sentido
de aplicar la ley de igual manera para todos sin establecer rasgos de diferenciación,
aplicando iguales consecuencias jurídicas a iguales supuestos hipotéticos.
Y es que dentro de este marco de la aplicación de las leyes, la igualdad encuentra
proyección en la esfera jurídica de toda persona adquiriendo el carácter de derecho
fundamental de la persona a no ser arbitrariamente discriminada, vale decir, a no ser
injustificada o irrazonablemente excluida del goce y ejercicio de los derechos que se
reconocen a los demás que se encuentran en su misma posición ante la ley.
De lo dicho cabe concluir, que el mandato de igualdad, tanto en la formulación como en la
aplicación de las leyes, es un principio general del derecho, inspirador de todo el sistema de
derechos fundamentales; por ello, al incidir en el ordenamiento jurídico, opera como un
derecho subjetivo a obtener un trato igual, a no sufrir discriminación jurídica alguna, esto
es, a no ser tratado jurídicamente de manera diferente a quienes se encuentran en una
misma situación, sin que exista una justificación objetiva y razonable de esa desigualdad de
trato que sea previamente establecida por el legislador.
IV. En correlación con lo argumentado por el demandante, es menester referirse al derecho
constitucional consagrado en el artículo 38 ord. 1º de la Constitución de la República, el
cual contiene una norma de equiparación en virtud de la existencia de igualdades fácticas
que el constituyente discernió y plasmó en la misma disposición constitucional,
relacionadas directamente con el desempeño de actividades laborales.
1. El trabajo, en su esencia, puede entenderse como la manifestación humana de actividad
que engendra una transformación en la realidad para la consecución de ciertos fines
individuales y sociales. Hablar de un derecho al trabajo, como lo consagra el art. 2 Cn., y
tal como lo ha interpretado este tribunal en la Sentencia del catorce de diciembre de mil
novecientos noventa y cinco, Inc. 17-95, significa hablar del derecho mediante el cual se
"reconoce a toda persona su calidad de ente capaz de exteriorizar conscientemente su
energía física y psíquica, a fin de conseguir la realización o satisfacción de una necesidad,
un interés o una utilidad social".
Tal aseveración jurisprudencial debe entenderse como la trascendencia social del derecho al
trabajo, reconociéndole a su vez lo que se podría catalogar como su núcleo, cual, según la
Sentencia de 22-X-99, Inc. 3-93, es el reconocimiento y la protección a la capacidad que
tiene la persona humana para exteriorizar su energía física y psíquica con el objetivo de
conseguir un fin determinado; fin que, por trascender en su beneficio, de los meros efectos
referidos al mismo trabajador, a beneficios económicos, sociales y culturales de la
Comunidad, pasa a convertirse en una función social; derecho que en la Ley Suprema se
reconoce como fundamental.
Si los derechos fundamentales son, como sostiene algún sector de la doctrina, la síntesis
entre libertad personal e igualdad, ello significa que tanto en su origen como en la
titularidad de los mismos, deben hacerse presente -en la medida en que las condiciones lo
permitan-, los caracteres de libertad e igualdad comunes a todos y cada uno de ellos.
También es necesario tener en cuenta que existen diferentes condiciones a las que puede
verse sometido el ejercicio del derecho al trabajo, las que pueden ser referidas al sujeto que
lo ejercita -subjetivas- o a la actividad que se lleva a cabo -objetivas-.
Las condiciones subjetivas se refieren a las capacidades personales del trabajador, en
relación con sus posibilidades para realizar una actividad específica -v. gr., su capacidad
física y mental, sus habilidades personales, su preparación profesional, su experiencia, etc.-,
las cuales implican necesariamente que tal sujeto, de forma efectiva, posea aptitud y
capacidad de exteriorizar su energía física y psíquica en orden a desempeñar alguna o
varias actividades concretas.
Con respecto a las condiciones objetivas, que son las referidas a la actividad que conlleva el
ejercicio del derecho al trabajo, puede decirse que las mismas son de dos tipos, las que
están en relación con la existencia de la actividad y las que están en relación con la forma
de su desempeño. Entre las primeras se cuenta la presencia de una necesidad concreta y
específica que tenga que ser suplida, de manera que -en lo que específicamente se refiere a
los médicos de los hospitales nacionales-, cabe decir que cuando existe una necesidad en
orden a suplir un interés social, como lo es la salud, el Estado crea instituciones que la
pretenden suplir, estableciendo a su vez los parámetros y los requisitos para permitir que
sujetos con las condiciones subjetivas adecuadas, brinden el servicio determinado en orden
a suplir tal necesidad social, pues ante el requerimiento que tales instituciones alcancen
ciertos objetivos, se requiere el reclutamiento del personal adecuado para ello. En cuanto a
las segundas, cabe decir que tales comprenden tanto los términos bajo los que se lleva a
cabo la relación de trabajo, como los parámetros que regulan las funciones concretas que va
a desempeñar cada trabajador.
Especialmente en referencia a estas segundas condiciones, encontramos lo relativo al
salario con que cada trabajador ha de verse remunerado en compensación de la actividad
que desempeña, siendo una de las principales disposiciones reguladoras de tales términos la
prescrita en el artículo 38 de la Constitución, con todas sus consecuentes normas
establecidas en cada uno de sus ordinales cuya redacción está dirigida expresamente a
normar aspectos relacionados al mismo, independientemente del ámbito en que el
trabajador desempeñe su trabajo, pues, ya sea éste el público o el privado, las normas que el
constituyente estableció en tal artículo, que guardan estrecha relación con la dignidad de la
persona, no pueden obviarse en las relaciones laborales sean de carácter público o privado.
Y es que el trabajo como instrumento de satisfacción de necesidades humanas, tanto
individuales como sociales, no ha significado únicamente la puesta en práctica de una
actividad determinada por parte del trabajador considerada como elemento aislado de la
esfera jurídica del mismo, y en virtud de ello, tanto en la Constitución como en las leyes se
ha venido estableciendo una serie de derechos que le aseguran un mínimum de condiciones
que potencien su desarrollo personal y el de su entorno particular, aspectos de íntima
relación con la tutela de la dignidad de la persona como elemento de la esfera jurídica de la
misma con un valor indiscutible en razón de la concepción personalista que prima en
nuestra norma fundamental.
2. En tal sentido, si el trabajo, dentro de las condiciones objetivas a que se ve sometido, no
puede regularse, convencional o legalmente, obviando todos los aspectos relacionados con
la esfera jurídica que conforman los derechos, los valores y principios constitucionales
orientados a la potenciación de la persona humana, pues el artículo 38 en su ordinal primero
cuando establece que "En una misma empresa o establecimiento y en idénticas
circunstancias, a trabajo igual debe corresponder igual remuneración al trabajador,
cualquiera que sea su sexo, raza, credo o nacionalidad", ésta debe considerarse como una
norma de equiparación establecida a favor de todos los trabajadores, independientemente
del ámbito en el cual desempeñen sus labores, sea éste público o privado, pues representa
una de las condiciones mínimas de las cuales debe gozar el trabajador, ya que se constituye
en una manifestación concreta del principio de igualdad consagrado en el artículo 3 de la
Constitución.
En estos términos, la interpretación que debe hacerse del artículo 38 de la Constitución, en
su ordinal primero, necesariamente consiste en que ante el desempeño de una misma
actividad que requiere la exteriorización consciente de la energía física y psíquica de una
determinada persona, a fin de conseguir la realización o satisfacción de una necesidad, un
interés o una utilidad social, cualquiera otra que se encuentre desempeñando exactamente
esa misma actividad, dentro de un mismo lugar de trabajo, en la empresa privada o en las
entidades públicas, debe obtener idéntica remuneración independientemente de los rasgos
que puedan diferenciarla de sus demás compañeros de trabajo a quienes se les haya
asignado realizar exactamente la misma labor, en virtud de que debe valorarse de la misma
manera esa exteriorización de energía que desarrolla pues, al trabajar de la misma forma
que los demás, debe gozar de las mismas prerrogativas que éstos, so pena de incurrir en una
violación a este derecho de igualdad en la remuneración que expresamente establece la
Constitución como manifestación del principio de igualdad consagrado en el artículo 3 de
la misma, ambas normas a las que están sujetos tanto los particulares -artículo 73 ord. 2º
Cn- como los funcionarios públicos -artículos 86 y 235 Cn-.
V. Con relación a la norma contenida en el artículo 9 de la Constitución, que también ha
sido señalada por el actor como violada por las autoridades demandadas, es menester
relacionar que, si bien la norma fundamental no prescribe expresamente como un derecho
el que nadie pueda ser obligado a realizar trabajos o prestar servicios personales sin justa
retribución y sin su pleno consentimiento, salvo en los casos que ella misma señala, la
norma dimanante de esta disposición se constituye en una verdadera categoría jurídica
susceptible de protección mediante el amparo, por cuanto puede considerarse como
integrante de ese ámbito de libre actuación del que toda persona disfruta, que en términos
jurídicos se denomina esfera jurídica.
Sin lugar a dudas esta norma constitucional lo que pretende es erradicar la posibilidad que
mediante un acto de autoridad formal o material, se limite la libertad personal de elegir una
determinada opción de trabajo con la que el sujeto muestre conformidad, pues, en todo
caso, el consentimiento que una persona preste para realizar un determinado trabajo estará
determinado por el conocimiento que ella pueda tener tanto sobre las responsabilidades u
obligaciones que ello le implica, como por las prestaciones que va a obtener por la
realización del mismo; conjunto de condiciones que pueden llevarlo a manifestarse
acogiendo o rechazando lo que se le haya ofrecido realizar.
En este sentido, la justa retribución de la que habla la Constitución será establecida, en el
caso de los contratos privados de trabajo, por el acuerdo a que los contratantes lleguen
respecto del valor pecuniario que va a recibirse por el desempeño de una determinada labor,
y en el caso de los servicios prestados por los servidores públicos, será el legislador el que
establezca la retribución correspondiente a la labor concreta que corresponde al Estado.
En ese orden de ideas, dado que la norma se establece expresamente respecto de la
retribución que debe ser recibida como contraprestación a la realización de un trabajo o de
servicios personales, el pleno consentimiento que se establece en el texto de esta
disposición no puede ser otro que el referido a la retribución misma que se va a obtener y a
las labores que va a desempeñar y a las condiciones en que se va a realizar el trabajo. En
esa medida, cuando el sujeto no está de acuerdo con la retribución a recibir o en general con
las condiciones de la actividad laboral a que se compromete, obligarle a realizar las que
correspondan a esa retribución con la que no está de acuerdo, sin darle la posibilidad de
abandonarlas o renunciar a ellas, constituye una violación a la norma constitucional
dimanante de tal disposición, pues lo que debe concurrir es el consentimiento de la persona
respecto de lo que va a hacer y respecto de lo que va a recibir a cambio de lo que haga.
Las excepciones que la norma fundamental establece para poder obligar mediante algún
acto de autoridad a una persona a desempeñar labores concretas con las que no esté de
acuerdo, que en todo caso debe ser formal, o a percibir una remuneración por alguna de
ellas, de la que igualmente esté en desacuerdo, serán únicamente los casos de calamidad
pública, expresamente establecido por la Constitución, y todos aquellos en los que la ley así
lo ha señalado, dado el carácter programático de la norma contenida en al artículo 9 de la
Constitución, que sin lugar a dudas viabiliza el ejercicio legislativo en tal sentido. Ejemplo
típico de tales previsiones limitativas y excepcionales, que únicamente en apariencia podría
decirse que contradicen la Constitución, dada la desigualdad que se verifica, pero entre
desiguales, son todas aquellas que se encuentran en los diversos cuerpos de normas
tendentes al cumplimiento de ciertos requisitos, por parte de algunos específicos sujetos,
necesarios para la final obtención de un título universitario. Es decir aquellos que deben
cumplirse, dado ciertas exigencias legales, como prerrequisitos de graduación.
En conclusión, es menester señalar que puede considerarse violada esta categoría subjetiva
protegible cuando, sin concurrir calamidad pública o disposición alguna tendente al fin
preseñalado, se obligue mediante acto de autoridad a una persona a desarrollar labores con
las que la persona no esté de acuerdo sin recibir retribución alguna o recibiendo una con la
que no se esté de acuerdo -ausencia de consentimiento pleno respecto de las labores a
desarrollar-. Cabe dejar sentado que en todos los casos señalados, el elemento indispensable
para que concurra la violación a tal categoría la constituye la existencia de una imposición
que obligue a la persona a exteriorizar su energía física y psíquica en determinado sentido
sin que la persona esté de acuerdo con lo que se le obliga a hacer o con la respectiva
retribución.
VI. Sobre la base de tales consideraciones teóricas es procedente analizar lo ocurrido,
demandado y probado en el presente amparo. El enfoque central del demandante en su
petición liminar radica en el hecho de que se le han violentado sus derechos de igualdad y
de realizar un trabajo con justa retribución, por parte del Ministro de Salud Pública y
Asistencia Social y el Director del Hospital Nacional San Rafael, dado que hubo una
negativa por parte de estos a otorgarle una plaza remunerada, no obstante haber obtenido un
resultado favorable en la prueba de conocimiento realizada, tal como abundantemente se
relacionó con anterioridad.
Dicha afirmación sin embargo, fue refutada por las autoridades demandadas en el
transcurso del proceso, manifestando, entre otras cosas, según consta a folios 24, que el
pretensor de este amparo fue superado por otros estudiantes en la prueba que se realizó; y
asimismo que no es cierto que por estar en la cuarta posición de la lista de elegibles, haya
habido un imperativo resolutivo en el sentido que debía concedérsele a él la plaza
remunerada, dado que tal lista o enumeración no era prelativa en cuanto a la mejor opción
que pudiese haber habido, sino que venía señalando los nombres de los diferentes sujetos
en orden alfabético.
Dada tal réplica, el actor manifestó a folios 41 que "(...) Indistintamente de cual haya sido
la forma de evaluación utilizada por el Hospital Nacional San Rafael, para el otorgamiento
de plazas remuneradas de médicos internos, e indistintamente si mi nombre aparece bajo el
número 4, 13 ó 1 en la lista en poder de Recursos Humanos (...)". De ello se colige con
claridad que el actor en su momento aceptó tácitamente los elementos desvirtuados en buen
porcentaje por la autoridad demandada, relativos a su pretensión, es decir que éste, lejos de
resistirse a las afirmaciones hechas en los informes que ellas enviaron a este Tribunal,
tendentes a negar lo dicho en la demanda, se adhirió a tales y recondujo su demanda. Esto
nos conduce a la inexorable conclusión que es innecesario ahora entrar a evaluar
precisamente lo que originalmente era objeto de discusión, dado que, como se dijo, a
instancia del mismo demandante quedó ello sin contención. Para tal efecto es innecesario
entonces evaluar si hubo o no prueba de aptitudes para optar a la plaza remunerada, o si era
elegible o no, sino que si hay transgresión al derecho de igualdad y al derecho que tiene
toda persona de trabajar con justa retribución, respecto del demandante.
Teniendo en claro tales posturas, el objeto sobre el cual recae o debe recaer la presente
controversia es, simplemente, sobre el hecho mismo de si a los extranjeros se les da un
tratamiento igualitario frente a los nacionales, a la hora de elegir a los médicos internos que
obtendrán precisamente una plaza remunerada, dado que al decir del demandante de este
amparo es justamente en ello donde se evidencia la violación de su derecho de igualdad.
Siempre a folios 41 -escrito presentado por el actor- aparece que "(...) la señorita encargada
al consultar con su jefe inmediato, me informó a mi y a otros compañeros panameños, que
por orden de la Dirección del Hospital, los extranjeros no teníamos derecho a plaza
remunerada (...)". Sobre esto es dable inicialmente señalar que, nuestra Constitución en
efecto prevé una diversidad de categorías jurídicas subjetivas protegibles, que el Estado,
por mandato constitucional, está obligado a garantizar. Tales categorías, de conformidad al
artículo 2 y 3 de la Constitución, forman parte de la esfera jurídica de cada uno de los
sujetos que constituyen el origen y el fin de la actividad del Estado. Vale decir que ellas no
se encuentran limitadas a aquel sujeto que posee un vínculo jurídico, político y social con el
Estado, -entiéndase esto como nacionalidad- sino que también respecto del que es
considerado como extranjero. En tal sentido debe afirmarse, con propiedad, que el derecho
de igualdad que regula la Constitución -quizá como valor en su conexidad con la dignidad
conforme al artículo 1 de la Declaración Universal de Derechos Humanos- es extensivo en
todo sentido a todas aquellas situaciones respecto de las cuales, la ley no ha señalado de
forma expresa un necesario criterio de diferenciación, el cual a su vez es
constitucionalmente permitido.
Ahora bien, según consta en autos, la discusión de mérito que vincula a este Tribunal de
modo que deba pronunciarse sobre el fondo, se ve generada precisamente a partir de la
circunscripción tácita que de su pretensión hizo el demandante, en los términos dichos en el
párrafo precedente. Es decir, lo referido en primer lugar a la alegación hecha por él, en el
sentido que es patente la violación constitucional cometida por las autoridades demandadas,
la cual -dice- se encuentra plenamente probada en antecedentes, pues una persona
determinada hizo una declaración en su presencia, en el sentido que los extranjeros no
tienen derecho a una plaza remunerada.
En efecto, si ello fuese cierto a tal grado de tornar real la expresión, podría estimarse la
inconstitucionalidad alegada, sin embargo tal declaración no constituye per se un acto de
autoridad que pueda ser atacable por la vía del amparo constitucional. Lo que si podría, en
todo caso, analizarse y evaluarse desde la óptica constitucional sería la configuración de tal
aseveración en la realidad, de tal suerte que se produzca como una verdad de incidencia
negativa sobre el sujeto.
En cuanto a que "(...) ni los médicos internos panameños que realizaron su año internado el
año recién pasado, ni los médicos internos que lo realizan en el presente año, hemos sido
tomados en cuenta par optar a plazas remuneradas (...)", debe considerarse que es una
afirmación tendente a ser sometida a prueba. No ella como una aseveración sin concreción,
sino su existencia frente a la desigualdad y el agravio consecuente que de ser cierta
ocasionaría.
En el caso de autos, si bien es cierto que el actor no ha obtenido plaza remunerada y al
mismo tiempo asegura él que tampoco otros extranjeros, eso no quiere decir
necesariamente que a los extranjeros se les trate desigual y no se les remunere su trabajo,
dada la calidad que tienen. Ello en virtud de existir criterios de evaluación perfectamente
válidos para la obtención de una plaza remunerada. Es decir que, sin que exista
discriminación por parte de los evaluadores o de las autoridades competentes, puede
suceder que un grupo o rubro determinado de sujetos no accedan a las plazas relacionadas
por no cumplir con las exigencias que para tal efecto son necesarias.
El hecho que los extranjeros no posean plazas remuneradas no es un acto per se
inconstitucional. Lo sería si obteniendo un igual o mejor rendimiento en las evaluaciones,
respecto de los nacionales, no se les tomara en cuenta para ello. Esto no se ha podido
establecer por no haberse aportado la prueba idónea para acreditar dicho acto.
En tal sentido puede concluirse que los primeros elementos alegados por el pretensor
fueron desvirtuados por él mismo al aceptarlos como verdaderos y por lo tanto, respecto de
ello, es procedente desestimar la pretensión. Los segundos han sido discutidos,
controvertidos y no obstante ello no establecidos, por tal razón no puede afirmarse con
propiedad que se le haya violentado o no el derecho de igualdad y el derecho que tiene a un
trabajo con justa retribución, de conformidad a los artículos 3 y 9 de la Constitución, dado
que la aseveración de exclusión de los extranjeros, como quedó dicho, debe ligarse a su
concreción; cuestión que no ha sido probada y por lo tanto se impone ahora sobreseer a las
autoridades demandadas respecto de ello.
Ahora bien, en cuanto al derecho que se tiene a obtener una remuneración determinada por
el ejercicio físico o mental de cualquier actividad laboral, sustentado por el actor a partir de
los artículos 9 y 38 de la Constitución, no puede estimarse como conculcado, no obstante lo
manifestado por él, en tanto que, tal como se dijo en los fundamentos previos de esta
sentencia, constituye una excepción a la regla prevista por el primero de los artículos
precitados, (eminentemente programático) el caso en el cual la labor a ejercerse o el
esfuerzo a concretarse, forme parte de los requisitos o exigencias que una autoridad pública
o privada requiera para la obtención de un título universitario. Es decir ha quedado
plenamente comprobado en autos que en efecto el pretensor ha laborado sin una
retribución, como muchos otros nacionales y extranjeros dedicados a la misma actividad;
sin embargo no puede estimarse que ello sea violatorio de la Constitución, ya que forma
parte del parámetro de diferenciación del que eventualmente echa mano el legislador a la
hora de prever y reglar determinadas situaciones a diversos sujetos. Todo ello, por
supuesto, sin perjuicio de los límites establecidos por del derecho general de libertad. En tal
sentido, por este motivo es procedente desestimar la pretensión constitucional.
POR TANTO: A nombre de la República, y en aplicación de los artículos 32 al 35 de la
Ley de Procedimientos Constitucionales, esta Sala FALLA: a) sobreséase al Ministro de
Salud Pública y Asistencia Social y al Director del Hospital Nacional San Rafael, respecto
de la supuesta violación al derecho de igualdad del quejoso, por no haber sido probado por
éste el supuesto condicionante para entrar al fondo de la pretensión, b) declárase que no ha
lugar el amparo solicitado, en cuanto a la supuesta infracción del artículo 9 y 38 de la
Constitución, por haberse estimado que no existe violación a los derechos constitucionales
invocados como supuestamente conculcados, (b) condénase en costas a la parte
demandante; y (c) notifíquese.---A. G. CALDERON---J.E. TENORIO---MARIO
SOLANO---ENRIQUE ACOSTA.---PRONUNCIADO POR LOS SEÑORES
MAGISTRADOS QUE LO SUSCRIBEN---A. E. CADER CAMILOT--- RUBRICADAS
AS008299.00
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