EL PROCESO PENAL EN MÉXICO D.F. MOISÉS MORENO HERNÁNDEZ* SUMARIO: 1. Introducción. 1.1. La situación de los derechos humanos. 1.2. Normativa vigente internacional o constitucional sobre derechos humanos con trascendencia procesal penal. 1.3. Protección estatal de los Derechos Humanos al margen de la justicia y su significado para el proceso penal. 1.4. Protección de los derechos humanos y proceso penal. Estado doctrinal de la cuestión. 1.5. El reflejo, en los medios de comunicación, del proceso penal y la persecución penal. 2. Evolución del proceso penal. 2.1. Evolución del proceso penal desde la Independencia. 2.2. Reformas de las últimas décadas. 3. El derecho vigente. 3.1. Principios del proceso penal. 3.2. Tribunales penales. 3.3. Partes. 3.4. Medidas coactivas. 3.5. Regulación de la prueba. 3.6. Prescripción. 3.7. Fases del proceso. 3.8. Terminación del proceso. 3.9. Medios de impugnación. 3.10. Procedimientos especiales. 3.11. Consecuencias económicas del proceso. 4. Conclusiones. 4.1. Garantía normativa de la protección de los derechos humanos en el proceso penal. 4.2. Situación efectiva de la protección de los derechos humanos en el proceso penal. 4.3. Propuestas de reforma. 1. INTRODUCCIÓN Un cuestionamiento particularmente difícil es si el proceso penal mexicano funciona, es decir, responde a las necesidades del México de hoy, o si, por el contrario, resulta antediluviano y, por ello, afuncional. Para responderlo, se requieren conocimientos sobre la problemática económica, política y social del país, así como sore la legislación procesal y la práctica forense. Cuando analizamos nuestra legislación procesal penal, advertimos pocas fallas de fondo y muchas de sistemática. Así, hay evidentes avances en cuanto a la protección de los derechos humanos de toda persona sometida al procedimiento penal y en relación con la actividad del Ministerio Público, como se observará en el desarrollo del presente trabajo; pero también puede reputarse atrasada en ciertas materias o áreas (crimen organizado, delitos de "cuello blanco") e ineficaz en otras (trabajo en favor de la comunidad). Si bien nuestro proceso penal no es definitivamente un proceso entre partes, como el de los Estados Unidos de Norteamérica, la ley actual ha logrado acortar la desproporción tan marcada entre el mMinisterio Público investigador y el inculpado, al otorgarle la oportunidad de ejercer su defensa en la averiguación previa. Y en cuanto al juez, si bien le da facultades para investigar –con lo cual se mantienen reminiscencias del procedimiento inquisitivo-, tal facultad se entiende para la búsqueda de la verdad material, y no para frustrar la defensa del inculpado, como sucedía en la reprobable época del imperio del procedimiento netamente inquisitorial; además, la facultad investigativa del juez se sujeta a las pruebas que no sean contrarias a derecho y se lo obliga a resolver en definitiva en determinado plazo marcado en la ley. Luego, entonces, se plantean las siguientes interrogantes: ¿Son las leyes procesales las que fallan?¿O son los servidores públicos encargados de la procuración y administración de justicia quienes fallan por no tener un conocimiento concienzudo del procedimiento penal y del derecho sustantivo penal, lo que es aplicable también a un gran número de defensores de oficio y particulares? ¿O definitivamente debemos abandonar nuestro sistema para adoptar un proceso entre partes, en * Presidente del Centro de Estudios de Política Criminal y Ciencias Penales, A.C. Colaboradores: José Héctor Carreón Herrera, Delegado de la Procuraduría General de la República en el Estado de Puebla; Ma. Concepción Cruz Gómez y Luis Alonso Bruccet Anaya, Servidores públicos de la PGR. que el juez sea un simple árbitro; un proceso en el que todo se guíe más por el sentido común, por lo que corresponda a cada uno, que por la ley escrita, la doctrina y la jurisprudencia? Pero, ¿hasta dónde este sistema es acorde con nuestra idiosincrasia? y ¿cuánto tiempo llevaría el cambio? No debemos pasar por alto, además, que ese sistema de "componendas" entre el fiscal y el defensor, en que se acusa al inculpado por un delito menos grave que el realmente cometido, si confiesa la comisión de aquél, termina con el principio de la verdad material. Por ello, sin abandonar las ideas anteriores y moviéndonos dentro de la esfera de nuestros códigos procesales en vigor, advertimos que donde sí es menester la actualización, donde se advierte el atraso de los citados códigos, es en la materia de la delincuencia organizada. Esta figura se introduce en la legislación procesal a raíz de las reformas del 1º de enero de 1994, describiéndose en el nivel de la ley procesal qué es delincuencia organizada. Ahora bien, independientemente de lo técnico, o no, que resulta el describir en una ley adjetiva una figura delictiva, nos hace reflexionar que ello no es suficiente para enfrentar tan trascendental problema que, al igual que en otros países, se siente en el nuestro al haber alcanzado alarmantes niveles de incidencia. Definitivamente el desarrollo que ha alcanzado el crimen organizado hace ver retrógada nuestra legislación procesal penal, pues los avances en cuanto a los derechos fundamentales, que constituyen un logro para el delincuente común, resultarían un obstáculo para la investigación en los casos de crimen organizado. Los medios de prueba contemplados, su obtención, la falta de normas secundarias permisivas respecto a la intervención del teléfono como medida cautelar real en la investigación del delito, la carencia de un registro nacional computarizado y con red de identificación administrativa de inculpados y de vehículos robados, la ausencia de lineamientos para la protección de testigos y servidores públicos encargados de la procuración y administración de justicia, aunados a la falta de personal capacitado para combatir el crimen organizado, constituyen verdaderos frenos a una labor eficiente en esta materia; de ahí el éxito de los criminales organizados. La necesidad de la creación de un sistema normativo que atienda debidamente el crimen organizado, ya se ha planteado: se ha visto en la creación de una ley especial como la solución a este problema; actualmente, esta ley, en su fase de anteproyecto creado por la Procuraduría General de la República, se encuentra en el poder legislativo para su discusión. No debe pasarse por alto que, en cuanto al crimen no organizado, existen delitos graves para cuyo castigo (derecho correctivo) y erradicación de la impunidad (por fallas en la investigación o durante el ejercicio de la jurisdicción) deben fortalecerse en los códigos procesales penales los principios de impulso procesal y de oralidad. También han de preverse normas permitan la intervención del teléfono y otros medios de comunicación electrónica, así como la correspondencia, desde la averiguación previa, en casos que realmente lo ameriten y cuya solicitud del Ministerio Público ante el juez deberá estar debidamente fundada y motivada; el juzgador habrá de fijar un plazo suficiente para el estudio respectivo, que también responda a las necesidades de la investigación (dicho plazo deberá fijarse también para el cateo). Deben establecerse, aunados a los tradicionales, medios de prueba que respondan a los avances electrónicos, que en muchas ocasiones son utilizados como medios en los denominados delitos de “cuello blanco”. Debe fortalecerse la prueba pericial y desarrollarse conforme los adelantos tecnológicos y científicos en materia de criminalística. Han de implementarse normas que faculten al Ministerio Público para no ejercitar acción penal en delitos no graves, en los cuales por su menor importancia o mínima trascendencia social (delito de bagatela), se pueda solucionar el conflicto por mediación o autocomposición. En cuanto a materias reguladas en los códigos de procedimientos penales pero ineficaces, observamos el trabajo en favor de la comunidad, el que, si bien constituye una pena sustitutiva de la de prisión, no es aplicable al no existir las normas que regulen su ejecución, por lo que debe ponerse atención a este problema. Aqui se incluyen otras más, a las que el legislador les ha dado un alcance que no deben tener y que, por ello, deben ser objeto de modificación, como lo es el sobreseimiento. 1.1. LA SITUACIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS En el trabajo anterior nos ocupamos, con un enfoque general, de la situación de los derechos humanos en México, situación que sigue prevaleciendo, como se refleja en graves sucesos que agobian a nuestro país, los cuales no nos detendremos a analizar porque lo que aquí interesa es ver la situación de los derechos humanos de quienes se ven sometidos a un proceso penal. Es indudable el avance que, en las últimas dos décadas, ha mostrado nuestro sistema jurídico en la creación de un marco de respeto de los derechos humanos de quienes son sujetos pasivos de acción penal, al procurar, por un lado, evitar la innecesaria privación de la libertad y, por otro, eliminar prácticas viciosas vulneradoras de esos derechos. Nadie mejor para detallar esos avances que el Dr. Jorge Reyes Tayabas. Tomando parte del texto de su ponencia presentada en el Foro de Consulta Popular sobre Procuración y Administración de Justicia, en el Distrito Federal, el 25 de abril de 1995, exponemos lo siguiente: “Para mencionar muy sucintamente algunos de esos avances, citaré que a partir de 1971, en lo relativo a evitar o sustituir la pena de prisión, se han establecido reglas sobre las siguientes materias: a) la remisión parcial de la pena de prisión a razón de un día por dos de trabajo; b) el tratamiento preliberacional de sentenciados; c) la despenalización de algunas conductas; d) la autorización a los jueces para prescindir de esa pena o sustituirla por medida de seguridad cuando el autor del delito haya sufrido consecuencias graves en su persona, o presente senilidad, o precario estado de salud, por lo cual sea notoriamente innecesaria e irracional su imposición; e) la ampliación del tope para la procedencia de la suspensión condicional de la condena; f) la sustitución de la prisión por trabajo en favor de la comunidad o semilibertad, por tratamiento en libertad o por multa; g) el aumento de los casos en que se ha adoptado la fórmula de penas alternativas; h) el sobreseimiento de averiguaciones previas o procesos en casos de delitos culposos, de daño en propiedad ajena o lesiones de menor entidad, si se cubre la reparación del daño siempre que no se haya abandonado a la víctima ni se haya actuado bajo el influjo de embriagantes, estupefacientes o psicotrópicos; i) la adopción del requisito de querella en numerosos delitos; j) la admisión del perdón del ofendido aun después de dictada sentencia condenatoria que haya quedado firme; k) la concesión de la libertad provisional durante la averiguación previa; l) la mayor amplitud en cuanto a bases para la libertad bajo protesta o con fiador personal, el pago en parcialidades de la caución para la libertad provisional, y m) la ampliación de la procedencia de esa libertad en todos los delitos que no se califiquen como graves”. “En cuanto a fórmulas para eliminar prácticas viciosas en el curso de los procedimientos penales, se pueden citar las siguientes: a) la intervención de defensor desde el período de averiguación previa; b) la invalidación de la confesión que no se emita ante el Ministerio Público o ante el juez y con la presencia del defensor, y cuando haya signos de tortura o de incomunicación; c) la prohibición de que se ejercite acción penal basada solamente en la confesión del inculpado; d) la precisión de condiciones para que el Ministerio Público pueda ordenar una detención; g) el derecho de los inculpados a la ampliación del plazo constitucional de 72 horas, y del plazo para la terminación de los procesos, y h) la suplencia de la deficiencia de la queja en el juicio de amparo que se promueva por un inculpado aun ante la ausencia de conceptos de violación o de agravios”. 1.2. NORMATIVA VIGENTE INTERNACIONAL O CONSTITUCIONAL SOBRE DERECHOS HUMANOS CON TRASCENDENCIA PROCESAL PENAL Sin abordar el estudio relativo al ámbito internacional y a su base jurídica, entramos de lleno a la normatividad vigente en el nivel internacional con repercusión procesal penal. Entre las más trascendentales para el presente estudio tenemos: 1. Convenio entre los Estados Unidos Mexicanos y Belice sobre ejecución de sentencias penales. Publicado en el Diario Oficial de la Federación el 26 de enero de 1988. 2. Tratado entre los Estados Unidos Mexicanos y la República de Bolivia sobre la ejecución de sentencias penales. Publicado en el Diario Oficial de la Federación el 15 de mayo de 1986. 3. Tratado sobre la ejecución de sentencias penales suscrito por los Estados Unidos Mexicanos y Canadá. Publicado en el Diario Oficial de la Federación el 26 de marzo de 1979. 4. Tratado suscrito entre los Estados Unidos Mexicanos y España sobre la ejecución de sentencias penales. Publicado en el Diario Oficial de la Federación el 8 de junio de 1990. 5. Tratado sobre ejecución de sentencias penales suscrito con Panamá. Publicado en el Diario Oficial de la Federación el 24 de julio de 1980. 6.Convención Interamericana sobre prueba e información acerca del derecho extranjero. Publicada en Diario Oficial de la Federación el 29 de abril de 1983. 7. Tratado sobre la ejecución de sentencias penales celebrado con los Estados Unidos de América. Publicado en el Diario Oficial de la Federación el 10 de noviembre de 1977. El Noveno Congreso de las Naciones Unidas sobre prevención del delito y tratamiento del delincuente, que se celebró en El Cairo, Egipto, del 29 de abril al 8 de mayo de 1995, tuvo como consecuencia el establecimiento de las siguientes recomendaciones que se orientan en cuatro sentidos: 1. Cooperación internacional y asistencia técnica práctica para fortalecer el imperio de la ley, promoción del programa de las Naciones Unidas en materia de prevención del delito y justicia penal. 2. Medidas contra la delincuencia organizada y la delincuencia económica de ámbito nacional y transnacional, y cometido del derecho penal en la protección del medio ambiente: experiencias nacionales y cooperación internacional. 3. Sistemas de justicia penal y de policía: gestión y perfeccionamiento de la policía y otros órganos encargados de hacer cumplir la ley; del Ministerio Público, de los Tribunales y de los establecimientos penitenciarios y función de los abogados. 4. Estrategia para la prevención del delito, en particular de la delincuencia en zonas urbanas y de la delincuencia juvenil y de carácter violento, incluida la cuestión de las víctimas: evaluación y nuevas perspectivas. México, como Estado miembro de la comunidad internacional, es decir, al formar parte de la Organización de los Estados Americanos (OEA) y de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y con base en la observancia, aceptación y cumplimiento de la convención de Viena sobre el derecho de los tratados, se obliga a cumplir con los compromisos contraídos en la firma de todo documento internacional. En este sentido, México reconoce las reglas establecidas por el derecho internacional, directrices que son aceptadas universalmente. 1.2.1. Normas, directrices e instrumentos internacionales en materia penal de las Naciones Unidas: 1. 1. Reglas Mínimas para el Tratamiento de Reclusos. Declaración sobre la Protección de todas las formas contra la tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes. 1. Código de Conducta para funcionarios encargados de hacer cumplir la ley. 1. Salvaguardias para Garantizar la Protección de los Derechos de los condenados a la pena de muerte. 1. Principios rectores en materia de Prevención del Delito y Justicia Penal en el Contexto del Desarrollo y de un Nuevo Orden Económico Internacional. 1. 1. 1. 1. 1. 1. 1. 1. 1. 1. 1. 1. 1. Acuerdo Modelo sobre el Traslado de Reclusos Extranjeros y Recomendaciones sobre el Tratamiento de Reclusos Extranjeros. Reglas Mínimas de las Naciones Unidas para la Administración de Justicia de Menores. Declaraciones sobre Principios Fundamentales de Justicia para las Víctimas de Delitos y del Abuso de Poder. Reglas Mínimas sobre las medidas no Privativas de la Libertad. Reglas para la Protección de los Menores privados de su Libertad. Tratado Modelo de Extradición. Tratado Modelo de Asistencia Recíproca en Asuntos Penales. Tratado Modelo sobre la Remisión del Proceso en Materia Penal. Tratado Modelo sobre el Traspaso de la Vigilancia de Delincuentes bajo Condena Condicional o en Libertad Condicional. Principios Básicos Relativos a la Independencia de la Judicatura. Principios Básicos sobre la Función de los Abogados. Principios Básicos sobre la Función de los Fiscales. Directrices para la prevención de la Delincuencia Juvenil. En lo tocante a la normatividad constitucional con repercusión procesal penal, los derechos humanos, denominados en nuestro régimen garantías individuales, se agrupan en las llamadas garantías de seguridad jurídica, a las que pertenecen los artículos 14, 16, 17, 18, 19, 20, 21, 22 y 23 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, cuyo análisis se realizó en el trabajo anterior. 1.3. PROTECCIÓN ESTATAL DE LOS DERECHOS HUMANOS AL MARGEN DE LA JUSTICIA Y SU SIGNIFICADO PARA EL PROCESO PENAL Si partimos de la comprensión de la palabra <justicia> como la aplicación de la ley general al caso concreto resolviendo de fondo un asunto, entenderemos la protección estatal de los derechos humanos al margen de la justicia como la creación de instituciones públicas sin funciones jurisdiccionales, orientadas a la protección de los derechos humanos. En nuestro país poseen competencia de este tipo: la Comisión de Derechos Humanos para el Distrito Federal, las comisiones estatales de derechos humanos y la Comisión Nacional de Derechos Humanos, creadas en su origen por decreto del Ejecutivo y posteriormente por ley. Las resoluciones dictadas por estos organismos en el supuesto de fallar que en el caso concreto sometido a su conocimiento se transgredieron los derechos humanos, no vinculan a la autoridad responsable, no la obligan a devolver las cosas al estado en que se encontraban antes de la violación. En otras palabras, carecen de efectos reparadores, en virtud de que tales comisiones emiten simples recomendaciones, pues no cuentan con el imperio para hacerlas cumplir. Por ello, no tienen un significado real en el proceso penal, pues en todo caso, solo influirían emotivamente en la decisión del juez. Son resoluciones declarativas, de fuerza estrictamente moral. 1.4. PROTECCIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS Y PROCESO PENAL. ESTADO DOCTRINAL DE LA CUESTIÓN Las experiencias vividas en nuestro país, como en muchos otros, han demostrado que las declaraciones de los derechos fundamentales del hombre establecidas en la Constitución se reducen a simples quimeras cuando no se prevén, a la par, los medios procesales que las hagan eficaces, que les den realidad. Surgen así los denominados instrumentos procesales internos para la tutela de los derechos humanos, que se definen como “el instrumento establecido por el ordenamiento jurídico nacional, que por su carácter rápido y sencillo, puede hacerse valer eficazmente por los particulares afectados, ante un organismo judicial ordinario o especializado, para la defensa de sus derechos humanos establecidos en la carta fundamental”1. De la anterior definición se deduce que el instrumento, garantía, medio o remedio procesal de protección de los derechos humanos, no es cualquier medio de defensa jurídica, sino únicamente la vía que se orienta a la efectiva realización de los derechos humanos consagrados en la Constitución, características que en nuestra legislación corresponden al juicio de amparo (como una de sus facetas). En el estado actual de la doctrina, todavía no se logra erradicar esa antediluviana discusión de que debe distinguirse entre los derechos fundamentales del ser humano consagrados en la Constitución y la “garantía” de tales derechos, entendida como el instrumento procesal para hacer efectiva su realización, toda vez que, no obstante diversas opiniones encontradas de juristas, se sigue empleando en las leyes supremas y en doctrina el vocablo “garantías individuales” para aludir a los derechos fundamentales. También existen diferencias entre los conceptos, garantías o instrumento procesal de los derechos humanos y las garantías de “seguridad jurídica” o derechos de “seguridad jurídica”, entre las que se encuentran la garantía de defensa, la garantía del debido proceso, los derechos del acusado en el proceso penal, la fundamentación en ley de los actos de autoridad, etc., en virtud de que, si bien son instrumentos para lograr la efectividad de los otros derechos subjetivos públicos, su naturaleza es sustantiva y no procesal. Finalmente, en nuestro país no existe problema de distinción entre los medios de impugnación ordinarios (la revocación, la apelación, la queja) y los extraordinarios (el juicio de amparo), en razón de que esta figura jurídica fue creada específicamente para hacer efectivos los derechos fundamentales, denominados en nuestra legislación “garantías individuales”, en tanto que los medios ordinarios de impugnación se basan en la disconformidad en la violación de las leyes secundarias. 1 Fix Zamudio, Héctor, “Protección Procesal Interna de los Derechos Humanos en Latinoamérica y Europa Continental”. México: UNAM, Facultad de Derecho, División de Estudios Superiores, 1971. 1.5. EL REFLEJO, EN LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN, DEL PROCESO PENAL Y LA PERSECUCIÓN PENAL En el pasado, los jurisdicentes se distinguían por su aislamiento de la sociedad, pues se creía que su función, basada eminentemente en la imparcialidad, los debía mantener alejados de todo contacto con las partes procesales y con el resto de la sociedad. Esta mentalidad ha cambiado hoy: los acontecimientos económicos, políticos y sociales suscitados en nuestro país y el reclamo de los integrantes de la sociedad del derecho a la información, han hecho cotidiana noticia de los medios de información masiva los procesos penales. Las páginas de los periódicos exponen noticias respecto a sujetos sometidos a proceso, no sólo en el país, sino en el extranjero. La concesión de libertad por falta de pruebas; el trato privilegiado que reciben ciertas personas; las expresiones en contra del Poder Judicial, por parte del ahora Presidente de la República2; los vínculos entre altos funcionarios y agentes de la Policía Judicial con sujetos narcotraficantes; todo esto ha contribuido a formar la opinión compartida por la mayoría, de la falta de conocimiento jurídico, lentitud y sobre todo corrupción en el proceso penal, en particular en su fase inicial (la persecución penal, llevada a cabo por el Ministerio Público), con lo cual se afirma una frase que se ha hecho conocida en el país, de que “el derecho penal es para los pobres”, toda vez que el estatus político o económico de una persona llegó a ser, y, aunque en menor medida, continúa siendo, razón para la impunidad. Esta es la imagen que se refleja, en los medios de comunicación, del proceso penal en sí mismo considerado y de la persecución penal, que en el dominio público representan dos mundos confusos, pero pertenecientes a la vez a la administración de justicia, la cual es función de los tribunales, a quienes se atribuye la impunidad por errores, en muchos casos, en la investigación, o por fallas técnicas en el ejercicio de la acción. Otro planteamiento que se debe dilucidar radica en si los medios de comunicación influyen en el ánimo del juzgador y en las directrices del proceso. La respuesta que puede darse en este sentido, sin una pretensión absoluta, es que no existe tal influencia, pues el juzgador resuelve apegado a la ley, otras veces atento más a la justicia conforme la verdad. La influencia que los medios ejercen es en lo humano, en la persona, no en lo legal, no en el juez; en lo que el medio de comunicación va a publicitar en cuanto a su persona, no en cuanto a lo que debe decidir como juzgador. 2. EVOLUCIÓN DEL PROCESO PENAL 2.1. EVOLUCIÓN DEL PROCESO PENAL DESDE LA INDEPENDENCIA 2.1.1. Subsistencia y evolución de la estructura colonial. Evolución autónoma Al examinar los antecedentes históricos del proceso penal mexicano, advertimos la orientación, seguida por los estudiosos, de transformar la imagen del juez inquisidor en un tercero imparcial. 2 El Dr. Ernesto Zedillo Ponce de León, en su campaña como candidato a la Presidencia de la República, señaló que se avocaría a abatir la corrupción en la administración de justicia. En su primer año como jefe del Ejecutivo, se efectuaron trascendentales reformas a la Constitución de la República y a la Ley Orgánica del Poder Judicial Federal y local, que ya se habían propuesto en diversos foros por juristas y estudiosos de la materia. Estas dieron lugar, entre otras creaciones, al Consejo de la Judicatura Federal y local, a la implantación de la carrera judicial y cambios notables en la estructura del poder judicial, quedando la Suprema Corte como un órgano de control eminentemente constitucional, al quitarle la función de legalidad. Se creó, además, la figura de la acción constitucional. Otro cambio notable es que los tribunales unitarios de circuito, que antes solo eran competentes para conocer del recurso de apelación, ahora pueden conocer del juicio de amparo indirecto. Su posición suprema de investigador y juzgador, de la que lo había investido la ley, llevó a las prisiones indefinidas, a los interrogatorios secretos, capciosos, con tendencias al tormento para la obtención de confesiones. Este concepto evoluciona en el siglo XVIII, al reflejarse en el derecho público los pensamientos imperantes de la razón, la tolerancia y el humanitarismo. Tal desarrollo continúa lentamente, pues aún en los albores del México independiente el procedimiento seguía siendo escrito y secreto, reunía en la persona del juez las funciones de investigar y juzgar, a la vez que fundamentaba sus resoluciones en las leyes de indias y en la novísima recopilación, pero con ideas más humanistas. Ya existían leyes como la del 4 de septiembre de 1824, la del 16 de mayo de 1831, la del 23 de mayo de 1837 y la del 18 de marzo de 1840, en las que se establecían los recursos de denegada apelación, suplicación y nulidad. Estas leyes fueron derogadas por la del 23 de noviembre de 1855; se dejaba vigente la del 31 de diciembre de 1852, que no era procesal, sino orgánica. El 5 de enero de 1857 se expidió la ley para seguirles juicio a los participantes en los delitos de homicidio, lesiones y vagancia. Dicha ley no modificó el procedimiento; sólo lo adoptó para esos casos, tomando en cuenta la situación de inseguridad que envolvía el país a causa de la guerra. Meses después, el 4 de mayo de 1857, la ley que regulaba el procedimiento civil para el Distrito Federal previó, en el artículo 179, las visitas de cárceles. Así desde el inicio de la independencia hasta 1880, prevaleció la legislación española, configurada por leyes para casos especiales, como los ya citados, y las que se ocupaban de los salteadores de caminos, entre otras. En la evolución del derecho procesal influyeron, como se indicó en un principio, las ideas de los pensadores de ese tiempo. Se consagraron en las constituciones los derechos del gobernado, como se señaló en el trabajo anterior; además se desarrollaron estudios sociológicos, biológicos y antropológicos a la par con el derecho penal. Esto influyó en gran medida en la desaparición del procedimiento netamente inquisitivo, para seguir la tendencia a establecer un procedimiento que se inicia con la acusación de parte, con lo cual se sustituye la delación por la denuncia. Tal desarrollo desembocó en el establecimiento, en 1869, del juicio por jurados, con tendencia a excluir en definitiva la investigación secreta; ello significó un notable avance respecto de las desventajas del procedimiento inquisitivo y sus nefastos efectos en los derechos humanos, aun cuando en la práctica no tuvo gran difusión ni la aceptación debida. El 15 de septiembre de 1880, se expidió el primer Código de Instrucción Criminal, que implantó en los medios de confirmación tres requisitos: oralidad, publicidad y debates; esta innovación la adoptó el Código de 1894, vigente del 6 de junio de ese año hasta el 4 de octubre de 1929, en que fue derogado por el Código de Organización, Competencia y Procedimientos en Materia Penal para el Distrito Federal, expedido en esa fecha; esta última legislación fue, a su vez, abrogada por el vigente Código de Procedimientos para el Distrito Federal, del 26 de agosto de 1931. En materia federal, el Código del 16 de diciembre de 1908, fue derogado por el vigente CFPP, de fecha 26 de agosto de 19343. Ambos ordenamientos son paralelos en cuanto a la mixtura de los sistemas inquisitivo y acusatorio que los orientan, y a la fecha han sufrido diversas reformas, como observaremos en el desarrollo de los subsecuentes temas. Una de las figuras esenciales del proceso penal es, indubitablemente, el Ministerio Público. De ahí la importancia de detenernos en su particular evolución. Durante la época colonial, la figura del fiscal se concebía como promotor de la justicia, por lo que actuaba en nombre de la sociedad, sin que ostentara caracteres precisos como institución, por falta de unidad e inspección, además de que existían lagunas en relación con la función de los agentes. 3 Sobre la temática tratada se consultó: Briseño Sierra, Humberto. El Enjuiciamiento Penal Mexicano. México: Editorial Trillas, 1985, pp: 128-130. En las constituciones de Apatzingan de 1814, 1824 y 1836, se estableció la figura del fiscal como integrante de la Suprema Corte; este fue fortalecido por las siete Leyes Constitucionales de 1836, que le otorgaron inamovilidad, a excepción que fuera enjuiciado ante el Congreso Federal. Todavía la Constitución de 1857 contemplaba al fiscal con la misma categoría de ministro de la Suprema Corte; además se implementó por vez primera en el derecho mexicano el nombramiento de un Procurador General, cuyas funciones al igual que las del fiscal, se establecieron en el Reglamento de la Suprema Corte de 29 de julio de 1862, conforme al cual el fiscal, entre otras facultades, debía ser oído en las causas criminales. El Procurador General era oído en la Corte en los casos que interesaren a la Hacienda Pública. En 1900, por disposición constitucional, el Procurador y el Fiscal dejan de ser integrantes de la Corte, y la organización de la cual forman parte queda a cargo de una ley especial, la primera Ley Orgánica de la Procuraduría General de la República, promulgada el 16 de diciembre de 1908. No obstante que en el Código de Instrucción de 1880 se dio un gran paso al implantarse los principios procesales de oralidad y publicidad del debate, propios del sistema acusatorio, todavía en 1910 en México no se concebía la institución del Ministerio Público como órgano encargado de promover la acción penal; los jueces eran los encargados de llevar a cabo la averiguación previa, es decir, tenían bajo su mando la función persecutoria, de ahí su nombre de jueces instructores o pesquisidores. 4 El Congreso Constituyente reunido en Querétaro en 1917, después de plantear la necesidad de restituir a los jueces la dignidad y respetabilidad propias de la magistratura y terminar con los procedimientos atentatorios de los derechos de los imputados, propuso otorgar al Ministerio Público, que entonces era un simple auxiliar de la judicatura, el ejercicio de la acción penal, la función de investigar los delitos y perseguir a los delincuentes, a través de procedimientos no atentatorios ni reprobables en contra de los imputados; así como la dirección o mando sobre la Policía Judicial, quitándole a los presidentes municipales y a la policía común la posibilidad de aprehender a las personas por simples sospechas.5 De ahí que, con razón, en México el origen del Ministerio Público se encuentre en la Constitución de 1917, en la que este se establece con caracteres peculiares que lo distinguen como la autoridad que tiene a su cargo la función persecutoria. 2.2. REFORMAS DE LAS ÚLTIMAS DÉCADAS Son notables los adelantos que denota nuestra legislación procesal en las últimas dos décadas: unos tienden a garantizar la protección de los derechos humanos del inculpado; otros se orientan a fortalecer la acción del Ministerio Público en el cumplimiento de su función persecutoria y a afirmar, de este modo, la defensa de la sociedad en general y de la víctima y ofendido en lo particular. 3. EL DERECHO VIGENTE 3.1. PRINCIPIOS DEL PROCESO PENAL 3.1.1. Principio de oficialidad Conforme al principio de oficialidad, la persecución penal se realiza por órganos del Estado. Ello significa que la facultad de persecución de los hechos punibles no queda a decisión de la víctima y ofendido, o de cualquier persona, sino de una autoridad competente. 4 5 Briseño Sierra, ob. cit. p. 97. Briseño Sierra, ob. cit. pp. 97 y 98. El principio en estudio se deriva de la ley, al preverse como norma en los artículos 21 constitucional, 113 en relación con el 2 y 3 del CFPP y 262 en relación con el 2 y 3 del CPPDF. De estos se infiere la facultad exclusiva del Ministerio Público para “perseguir los delitos”, una vez que haya tenido conocimiento de la comisión de un hecho punible, por llegar a él la noticia criminis, mediante la denuncia. Lo anterior implica que el procedimiento de averiguación previa sólo puede iniciarse respecto de determinados hechos punibles de los cuales tenga noticia el Ministerio Público, con lo cual se prohíbe investigar por pesquisas, es decir, respecto de la comisión de eventos delictivos en general. De este principio se deriva, también, la trascendental cuestión de que no incumbe a la víctima u ofendido la investigación del delito, pues el ejercicio de la acción penal sólo le concierne al Ministerio Público, en tanto que aquella tiene la potestad de coadyuvar, no la obligación de integrar la averiguación previa (art. 141 del CFPP). De ahí que su derecho de coadyuvar no conlleva la investigación, sino el aporte de pruebas para demostrar la ejecución del hecho punible y la reparación del daño. La limitación al principio que nos ocupa, la encontramos en el requisito de procedibilidad denominado querella, toda vez que, sin la comparecencia ante el Ministerio Público del sujeto que personalmente ha resultado dañado por la comisión de un delito, (titular del bien jurídico) o de su legítimo representante, no es posible la actuación de esta autoridad. No obstante, una vez que se ha cumplido con este presupuesto de la persecución penal, los procedimientos para integrar la preparación del ejercicio de la acción penal (averiguación previa), competen solo al Ministerio Público. Por tanto, la querella en los delitos perseguidos a petición de parte, solo constituye el impulso procesal del directamente ofendido para la realización de la investigación y persecución de los delincuentes por parte de la autoridad persecutora. 3.1.2. Principios inquisitivo y acusatorio Carácter propio del principio acusatorio es la división de funciones entre Ministerio Público y juez: aquel averigua, ejercita la acción y acusa, en tanto que este resuelve si el hecho sometido a su conocimiento es delito o no, e impone la pena. Esta delimitación precisa de los papeles de estos órganos del Estado, además de impedir la parcialidad del juez, evita que el inculpado sea un simple objeto de un proceder inquisitivo por el juez, a quien debe cuidarse de combatir, sino un sujeto procesal que actúa como contraparte del Ministerio Público, contra quien puede luchar abiertamente, sin temor a la parcialidad del juzgador. El principio acusatorio encuentra su fundamento legal en los artículos 21 constitucional; 1, 2, 4 y 134 del CFPP; y 1, 2 y 3 del CPPDF. Asimismo, sus respectivas leyes orgánicas6 cuidan la separación entre Ministerio Público y juez: el uno está supeditado al Procurador, el otro pertenece al Poder Judicial; ninguno tiene poder de inspección ni vigilancia sobre el otro. De ello se colige que el señorío de la acción penal lo tiene el Ministerio Público; su deber y facultad es investigar los hechos y perseguir a los delincuentes con la ayuda de la Policía Judicial, sobre quien tiene poder de dirección (arts. 21 constitucional, 3 del CFPP y 3 del CPPDF). La función del juez, por su parte, consiste en la imposición de las penas, luego de resolver, en el proceso, si el hecho por el que acusó el Ministerio Público es delito. 6 Ley orgánica de la Procuraduría General de la República, Ley Orgánica de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal, Ley Orgánica del Poder Judicial Federal y las respectivas leyes orgánicas de los tribunales locales. Luego entonces el otro carácter que distingue al principio acusatorio es el de que toda actividad judicial presupone una acusación, lo que está vinculado, no con la parcialidad del juez, sino con la seguridad jurídica del inculpado. Por tanto, únicamente los hechos punibles que constan en el ejercicio de la acción y que constituyen la materia del proceso (fijación de la litis), son objeto de las fases subsecuentes a la resolución constitucional (auto de formal prisión con restricción de la libertad o sin ella, denominado de sujeción a proceso), son materia de la resolución definitiva (sentencia). El imputado edificará su defensa sobre el ejercicio de la acción y la resolución constitucional dictada por el juez. La resolución definitiva debe dictarse sobre la materia del proceso; en el caso de que en la secuela del proceso apareciere que se ha cometido un delito distinto del que se persigue, será necesario un nuevo ejercicio de la acción penal, sin perjuicio de que después pueda decretarse la acumulación si fuere procedente (artículo 19, párrafo segundo de la Constitución). Se dice que en el proceso penal mexicano predomina el principio acusatorio, pero que aún existen reminiscencias del inquisitivo, pues la ley prevé la facultad discrecional del juez de ordenar de oficio el desahogo de las pruebas que a su juicio considere necesarias para mejor proveer (artículos 150 del CFPP, y 314, párrafo cuarto, del CPPDF), y va más allá, al otorgarle “la acción más amplia para emplear los medios de investigación que estime conducentes, aunque no sea de los que menciona la ley, siempre que no sean contrarios a derecho”, a fin de comprobar los elementos del tipo y la responsabilidad penal del inculpado (artículos 180 del CFPP y 124 del CPPDF). Lo anterior acarrea diversas e importantes consecuencias de derecho. Así, el juez puede investigar, y no únicamente conformarse con lo que las partes someten a su conocimiento. Además, no está vinculado a las peticiones formuladas por las partes en relación con el ofrecimiento de pruebas, pues tiene el mismo derecho sobre la prueba; de tal modo, puede citar a testigos trascendentes para su decisión que no hayan sido señalados por las partes, aun cuando estas se opongan, ya que su actuación se orienta a la búsqueda de la verdad histórica del hecho, a la verdad material y no sólo a la verdad formal que las partes pretenden por lo general presentar, con sus pruebas y actos en el proceso. De ahí que la búsqueda de la verdad material no afecta la imparcialidad del juez, para la aplicación de una sentencia justa. 3.1.3. Principios de legalidad y de oportunidad Se parte de la base de los anteriores principios –que plantean la persecución de los delitos a cargo de un órgano del Estado, el Ministerio Público (principio de oficialidad) y la separación entre la autoridad que lleva a cabo la investigación y la que juzga (principio acusatorio) para fundamentar el principio de legalidad. Conforme a este, es deber jurídico de la autoridad persecutora, desarrollar la investigación hasta encontrar la verdad formal, es decir, hasta aclarar si los hechos sometidos a su conocimiento por el denunciante o querellante se ejecutaron en la realidad y si se adecuan a un tipo penal, y en su caso, promover la acción ante el juez. Esto es garantía de que los hechos punibles sean conocidos por la autoridad judicial y juzgados 7. El principio de legalidad se norma por los artículos 3, fracciones I y II, 4 y 286, párrafo primero, del CPPDF; 2, 123, 134 y 135, párrafo primero, del CFPP. La trascendencia jurídica del principio de legalidad se refleja en el artículo 21, párrafo cuarto, de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, que prevé la posibilidad de impugnar por vía jurisdiccional las resoluciones de no ejercicio de la acción penal. De establecerse en la ley secundaria las normas que regulen el procedimiento respectivo, tal disposición tendrá, sin duda, un gran significado en la lucha contra la impunidad, pues proporciona al ofendido la potestad de influir sobre el procedimiento penal, al acudir ante la autoridad judicial competente, la cual decidirá si existen o no los elementos exigidos para ejercitar la acción, de acuerdo con los artículos 168 del CFPP ó 122 7 Baumann, ob. cit., p. 76. del Código del Distrito; en caso positivo, el Ministerio Público se verá obligado a promover la acción ante los tribunales. En lo tocante al principio de oportunidad -el cual se orienta por el de la razón procesal y constituye, en algunas legislaciones, una limitación al principio de legalidad-, no es seguido por los códigos procesales mexicanos, dado que, una vez que el Ministerio Público tiene conocimiento del hecho punible, se halla en el deber de investigar y, si es del caso, ejercitar la acción ante los tribunales, para lo cual no constituyen excepción la no gravedad del delito, ni su mínima importancia o repercusión social o individual. Las causas de no ejercicio de la acción están expresamente señaladas en la ley, en los artículos 137 del CFPP y 3 bis del CPPDF. En este punto es pertinente discutir la interpretación que debe darse al artículo 138 bis, párrafo segundo, del CFPP, que establece: “También se sobreseerán los procedimientos concernientes a delitos culposos que sólo produzcan daño en propiedad ajena y o lesiones de los comprendidos en los artículos 289 y 290 del Código Penal, si se cubre la reparación del daño causado a la víctima u ofendido y el inculpado no haya abandonado aquéllas ni haya actuado hallándose en estado de ebriedad o bajo el efecto de estupefacientes o psicotrópicos...”. Si partimos de la base de que la ley emplea el vocablo “procedimiento” y, en cambio, en el párrafo inicial habla de “proceso”, podría considerarse, tomando en cuenta la connotación que la mayoría le da a estos términos, que el CFPP prevé el sobreseimiento de la averiguación previa en estos casos, y como corolario admite el principio de oportunidad por la levedad del delito culposo. Pero, en cambio, si tomamos en consideración que el mismo ordenamiento en su artículo 298, penúltimo párrafo, establece expresamente que siempre será el juez quien decida si procede o no el sobreseimiento, y la fracción segunda del citado artículo establece que procederá el sobreseimiento cuando el Ministerio Público lo solicite en los casos del artículo 138, no cabe otra conclusión que la de que, aun cuando en estos supuestos el indiciado repare el daño y concurran en él los demás requisitos señalados en la última norma indicada, el Ministerio Público ejercitará la acción penal y, una vez resuelta la situación jurídica del imputado, solicitará al juez que sobresea el asunto. Esto acarrea que la actuación del juez se torne vana, por lo que para evitar esta inutilidad de la actuación judicial, debe preverse en la ley procesal el principio de oportunidad en los delitos leves y de poca trascendencia social, con lo cual se facultaría al Ministerio Público para no ejercitar la acción penal en los supuestos de reparación del daño en delitos culposos de daño en propiedad ajena y lesiones leves a las que se refiere el invocado precepto. 3.1.4. Principio de publicidad y oralidad El sistema seguido en México es híbrido, entre oral y escrito. El principio de oralidad (expresión verbal de los sujetos procesales en sus interrelaciones) rige para el debate. La ley (artículos 86 del CFPP y 69 del CPPDF) señala que, en las audiencias, el inculpado podrá defenderse por sí o por su defensor; el Ministerio Público podrá replicar cuantas veces quiera, y la defensa podrá contestar en cada caso. Si el acusado tuviere varios defensores, no se oirá más que a uno de ellos cada vez que toque hablar a la defensa; cuando intervinieren varios agentes del Ministerio Público, se oirá a uno de ellos cada vez que corresponda intervenir al Ministerio Público. Antes de cerrarse el debate, el funcionario que presida la audiencia preguntará al inculpado si quiere hacer uso de la palabra, y se la concederá en caso afirmativo. Este principio, en consecuencia, norma también una de las fases del proceso, a la que se considera, junto con la anterior, una de las más trascendentales, pero que en la práctica de nuestro derecho procesal penal, es a la que menos importancia se le da. Nos referimos a la denominada, en doctrina, “fase del juicio”, esto es, la audiencia de vista (en el proceso ordinario). En ella -conforme a los artículos 306 y 87, párrafo segundo, del CFPP; y 328 del CPPDF- el juez oirá los alegatos de las partes, y se prevé la posibilidad de repetir las diligencias de pruebas practicadas durante la instrucción, previa solicitud de aquellas. Esto constituye indudablemente una oportunidad de defensa para el acusado, pues tiene el uso de la palabra para atacar los fundamentos de la acusación, o tomar en consideración algo que hubiere pasado por alto y no hubiere combatido en sus conclusiones, pudiendo inclusive modificar estas o retirarlas; por su parte, el Ministerio Público puede reafirmar su acusación en sus alegatos, pero no tiene la posibilidad de cambiar lo dicho en sus conclusiones, salvo por causas supervinientes y en beneficio del acusado (artículos 319 del CPPDF y 306 del CFPP). Si se le diera la importancia debida, el juez ponderaría, al dictar sentencia, lo que fue objeto de los alegatos, pero desafortunadamente las partes han dejado en el olvido esta fase eminentemente oral del proceso penal. En la declaración preparatoria predomina el principio de oralidad pues, aunque la ley le da opción al inculpado de que la rinda por escrito (art. 155 del CFPP), obliga al juez (art. 295 del CPPDF; 154, párrafo final, del CPPDF) y otorga a su defensor y a la contraparte el derecho a interrogarlo (artículos 292 del CPPDF; 156 del CFPP), salvo que ejerza su derecho a no declarar o sólo contestar a su defensor. Si desea contestar, el juez podrá disponer que las preguntas se hagan por su conducto y podrá desechar las que juzgue inconducentes. Pero además del principio de oralidad que norma dichas actuaciones, existe la forma escrita, ya que la ley prevé ciertas formalidades en las actuaciones (arts. 17, 18, 19 y 22 del CFPP; 12, 13 y 14 del CPPDF). Toda declaración de testigo, toda inspección ministerial o judicial y todo resultado de una discusión pericial, deberán hacerse constar en el acta (artículos 250, 209 y 236 del CFPP; 208, 141 y 170 del CPDF). Lo mismo sucede en el procedimiento de averiguación previa, en el cual las diligencias practicadas deberán constar en el acta respectiva (artículos 124, 125 y 127 del CFPP; 276, 277, 278, 279 y 284 del CPPDF). Existen otros actos procesales, que por su importancia, no sólo deben constar en el expediente, sino reunir determinados requisitos de fondo y forma; por ejemplo, el ejercicio de la acción penal (arts. 68 del CFPP y 122 del CPPDF), el auto de formal prisión con restricción de la libertad o sin ella (auto de sujeción a proceso; arts. 96, 161 y 162 del CFPP; 72 y 297 del CPPDF). La forma sirve en estos para la seguridad jurídica del inculpado, pues debe conocer la imputación en toda su extensión (incluyendo las modalidades) para estar en posibilidad de erigir su defensa. Las conclusiones del Ministerio Público en el proceso ordinario, además de que existe disposición expresa respecto de su presentación por escrito (artículos 317 del CPPDF y 296 del CFPP), deben reunir determinados elementos, según los artículos 292 y 293 del CFPP, y 316 y 317 del CPPDF. Las mismas formalidades deben revestir las conclusiones ministeriales en el proceso sumario, y si se presentan verbalmente deben constar en el acta (art. 308 del CFPP). Las sentencias, según los artículos 95 del CFPP y 72 y 74 del CPPDF, deberán ser dictadas con sujeción al contenido (requisito de forma y fondo) establecido en los citados preceptos. Y, más aún, existen actos que, de no efectuarse conforme a las formalidades legales, serán nulos; entre estos se mencionan los cateos y las notificaciones. Las normas relativas al principio de publicidad se encuentran en los artículos 86, 89 y 153 del CFPP y 59 del CPPDF. De acuerd con estos, las audiencias serán públicas; en ellas el inculpado podrá defenderse por sí o por su defensor; y el Ministerio Público podrá alegar cuantas veces quiera, en tanto que la defensa podrá contestar en cada caso. De ello se infiere que la publicidad del proceso penal se refiere a las fases de instrucción y de juicio, aunque nada impide que sea público el pronunciamiento del auto constitucional y de la sentencia. Sobre esta base legal, tal principio rige eminentemente para el debate y para el juicio, debido a que se desarrollan en una audiencia (audiencia de vista o audiencia principal, según se trate de proceso ordinario o sumario), así como para la diligencia de declaración preparatoria. La actividad llevada a cabo por el Ministerio Público durante la fase de preparación de la acción penal (procedimiento de averiguación), no es pública (art. 16, párrafo segundo, del CFPP); tampoco son públicos ciertos actos judiciales, como la fijación de términos o plazos, designación de peritos, porque el que lo fueran implicaría su notificación, lo cual retardaría el proceso. La publicidad del proceso da injerencia a los medios de comunicación (radio, televisión y prensa), los cuales obedecen más al interés del público de estar informado, que a la protección del acusado. Sin embargo, consideramos que, en los casos en que el inculpado solicite al juez que se impida la asistencia del personal asignado por los medios de comunicación, no deberá permitírseles estar presentes en el desarrollo de las audiencias. Las excepciones al principio de publicidad se centran en la afectación de la moral, las buenas costumbres, el orden, el respeto al tribunal y a los presentes, la comunicación con el procesado; esta norma rige tanto para el público asistente como para los medios de comunicación (arts. 59, párrafo segundo, 60, 62, 63 y 64 del CPPDF). El CFPP (artículos 89, párrafo tercero, y 91 y 92) solo hace referencia al mal comportamiento del inculpado o de la defensa, no así de los demás asistentes; aquí hay una laguna que debe ser colmada, al igual que los casos de comportamiento inadecuado del Ministerio Público. 3.1.5. Principio de audiencia a las partes Este principio implica que en los procedimientos penales, el inculpado debe ejercitar su derecho de defensa y ser oído siempre. Esta garantía es un derecho fundamental que se contempla en el nivel de la Ley Suprema (art. 14, segundo párrafo; y 20, fracciones III, IV, V, VII y IX) y también de la Ley Procesal Penal (arts. 128 y 154 del CFPP; 69, párrafo segundo, del CPPDF). El derecho de asistencia brinda, asimismo, la seguridad de que el inculpado se enterará oportunamente de lo acontecido en su contra y tendrá la posibilidad de preparar su defensa. Estos derechos los tiene el inculpado desde el inicio del procedimiento de averiguación previa (artículo 20 fracción X, párrafo cuarto constitucional). Por ello es criticable que la ley procesal secundaria prevea que las audiencias podrán celebrarse sin la asistencia del inculpado, como un proceso en rebeldía: contumacia (conforme los artículos 87 del CFPP; y 59, párrafo tercero, del CPPDF). Otras derivaciones del principio que nos ocupa, se observan en cuanto a que el Ministerio Público y el o los coadyuvantes tienen también el derecho a ser oídos por el juez (arts. 86, párrafo segundo; 141, párrafo final, del CFPP; y 70 del CPPDF). 3.1.6. Principio de inmediación La necesidad de que el juez tenga contacto inmediato con los sucesos del proceso, dio origen al principio de inmediación.8 El deber de asistencia del inculpado se deriva de la ley procesal, pero sólo se constriñe a determinadas fases del proceso: la declaración preparatoria y la audiencia de vista o principal. En la instrucción no tiene el deber de asistencia, ya que la ley preceptúa que las audiencias se llevarán a cabo concurran o no las partes, salvo el Ministerio Público, que no podrá dejar de asistir (arts. 87, párrafo primero, del CFPP; y 59, párrafo tercero, del CPPDF). El proceso penal crea consecuencias jurídicas de gran trascendencia, por lo cual no puede concebirse la ausencia del inculpado en alguno de los procedimientos; esto lo comprenden los jueces, quienes generalmente no llevan a cabo las audiencias si aquel no está presente. 8 Baumann, ob. cit., p. 77. El artículo 91 del CFPP y el 63 del CPPDF prevén que si el inculpado altera el orden en una audiencia, se le apercibirá de que si insiste en su actitud se tendrá por renunciado su derecho a estar presente; si continúa en su actitud, se le mandará retirar del lugar y proseguirá la audiencia con su defensor. Esta excepción a la inmediación se origina en la necesidad de impedir que el inculpado imposibilite, con su comportamiento grosero, la substanciación de la audiencia; se exige, en este caso, la presencia del defensor, quien representará al imputado para todos los efectos (contumacia). En cuanto al deber de asistencia del Ministerio Público, este es coetáneo a su derecho de asistencia, es decir, debe estar presente durante el desarrollo de todo el proceso; para él no está prevista la expulsión de las audiencias ni las medidas policiales. Si el agente del Ministerio Público perturbara el orden, injuriara u ofendiera a alguna persona presente en la audiencia, se dará vista al Procurador de Justicia (art. 64 del CPPDF). El CFPP no contiene norma expresa al respecto; aquí existe otra laguna que debe ser colmada. Por la inmediación de las relaciones entre los participantes del proceso (sujetos procesales), se requiere la presencia del juez, en forma ininterrumpida, durante las audiencias, porque sin duda alguna la impresión inmediata del juez respecto del desahogo de las pruebas podría ser determinante al resolver en definitiva. Este criterio pareciera que es adoptado en el CPPDF ya que en relación con los procesos sumarios, establece que en la denominada audiencia principal se desahogan pruebas, se formulan conclusiones verbales y el juez podrá dictar sentencia en la misma audiencia, la que se desarrollará en un mismo día en forma ininterrumpida, salvo que se suspenda porque no se terminó el desahogo de pruebas, caso en el cual se citará para continuarla al día siguiente o a los tres días (artículos 308 y 311). Sin embargo, esta ley procesal rompe con el principio de inmediación al preceptuar, en el artículo 30, párrafo segundo, que en los casos de urgencia, el juez podrá comisionar a sus secretarios para que tomen las declaraciones de testigos determinados expresamente; como consecuencia de ello, el juez ya no tendrá una impresión clara, directa y libre sobre los testimonios recabados, pues parte de la frialdad de las actas. Contrariamente, el CFPP exige la presencia del juez durante el proceso: él debe presidir los actos de prueba y recibir por sí mismo las declaraciones (artículo 16, párrafo tercero). (Al respecto es importante aclarar que, si bien el CFPP, al establecer la obligación del juez de presidir las audiencias, emplea el vocablo “tribunales”, y no el término “juez”, es porque alude en general a los jueces de primera y segunda instancia, lo que se desprende de la interpretación sistemática de esta ley.) No obstante que la ley prevé que el juez sea quien presida las audiencias y tome por sí mismo las declaraciones, en la práctica, tanto en el orden común como en el federal, quien tiene la dirección de tales actos es el secretario de acuerdos; por excepción, cuando se trata de asuntos relevantes lo hacen los jueces, y sólo algunos están presentes en la audiencia y en las diligencias de declaración preparatoria. Tal situación nos lleva a concluir que de hecho se minimiza el principio de inmediación. La inmediación de la recepción de la prueba requiere no tan sólo la impresión directa del medio de prueba, sino un órgano de prueba más directo para cumplir con las razones de ser del principio (impresión clara y directa, obtención de la verdad, posibilidad de defensa)9, pues sólo así los sujetos procesales pueden tener pensamientos más precisos sobre el proceso. De ahí que la ley prevea que los testigos declaren de viva voz, sin que les sea permitido leer las respuestas que tengan escritas (art. 249 del CFPP y 207 del CPPDF), y señale como requisito para valorar la declaración del testigo, que este conozca el hecho por sí mismo y no por inducciones ni referencias de otro (art. 289, fracción III, del CFPP; y 255, fracción IV, del CPPDF). 9 Baumann, ob. cit., pp. 96 y 99 Comprendida, entonces, la instrucción y el juicio como diálogo, como debate, como lo que da vida a la inmediación, nos encontramos con un obstáculo a esta en los casos en que las personas no hablen o no entiendan el idioma castellano. La ley resuelve esta traba con la figura del traductor, quien deberá traducir fielmente las preguntas y contestaciones, es decir, tal cual fueron expresadas y no solo interpretarlas, esto es exponer como él lo entendió (artículos 28 y 87 en relación con el 124-bis del CFPP; y 59, párrafo quinto, y 183 del CPPDF). Igual problemática encierra el caso de personas sordomudas, a quienes se les asignará a una persona que entienda y maneje esa forma de comunicación o lenguaje (art. 28 del CFPP). 3.1.7. Principio de impulso oficial, formas de evitar dilaciones indebidas El principio de impulso oficial va más allá del principio de oficialidad, pues no sólo prevé que la persecución del delito sea de oficio, sino que postula que todo el procedimiento se lleva a cabo de oficio, sin que sea indispensable una especial colaboración del inculpado. Nuestra legislación procesal penal se guía por el impulso oficial. Las citaciones de órganos de prueba y notificaciones quedan a cargo del juzgado (secretario, actuario, oficial judicial), de conformidad con los artículos 74, párrafo segundo; 75, fracción V; 78; 80; 83; 84; 104; 105 y 107 del CFPP; así como el 82, párrafo segundo; 83 y 86 del CPPDF. Mas aún, el juez puede allegarse, de oficio, de todas las pruebas necesarias para encontrar la verdad histórica del hecho, ordenar la práctica de diligencias y el desahogo de pruebas conducentes (artículos 124 del CPPDF y 180 del CFPP). La brevedad del proceso penal es de tal trascendencia para el Estado como para el procesado, que se consagra como garantía en diversos tratados internacionales y en las Leyes Supremas. Así el artículo 17 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos establece el derecho de toda persona a que se le administre justicia de manera pronta, completa e imparcial; y el artículo 20, fracción VIII, prevé como derecho humano de todo inculpado en el proceso penal, el derecho a ser juzgado antes de cuatro meses si se trata de delitos cuya pena máxima no exceda de dos años de prisión, y antes de un año si la pena excediera de ese tiempo. Los términos fijos y claros que señala nuestra Carta Magna dan una idea nítida de la importancia en nuestro derecho de la garantía de brevedad, que solo puede ser obviada por otra de calidad superior, como lo es la garantía de defensa, en los casos en que el inculpado renuncie a los plazos que le concede la ley, en pro de este último derecho. De ahí que la legislación procesal secundaria faculte a los jueces para dictar de oficio los trámites y providencias encaminados al logro de la prontitud en la administración de justicia (artículos 37 del CPPDF y 41 del CFPP), así como a eliminar obstáculos que impliquen dilaciones indebidas, al otorgarles la potestad de rechazar de plano, sin substanciación alguna, los incidentes, recursos o promociones notoriamente frívolos e improcedentes (artículo 41, párrafo segundo del CFPP). Así también coloca en sus manos ciertos instrumentos para hacer cumplir sus determinaciones, como lo son las correcciones disciplinarias y los medios de apremio (artículos 42 y 44 del CFPP, 31 y 33 del CPPDF). En cuanto a las partes, la ley les confiere la opción de solicitar la orientación del tribunal sobre cómputos, plazos, promoción y desahogo de pruebas y otras cuestiones que aseguren la debida marcha del proceso y persigan como finalidad cumplir con la prontitud de la justicia (artículo 41, parte segunda, del CFPP). Por otra parte, al reparar en la realidad del proceso penal en México observamos que, dejando intacta la fase probatoria, pues los plazos legales son apenas suficientes para una adecuada defensa (puede exponerse, sin exagerar, que en relación con el proceso sumario del orden común, ni siquiera pueden considerarse suficientes para una adecuada defensa, por lo que no son respetados en la práctica), debe ponerse atención en las fases de presentación de conclusiones y dictado de la sentencia, que es donde pueden encontrarse los medios de acelerar el proceso; para tal fin debe imponerse, en el juicio ordinario, la formulación de conclusiones verbales en audiencia, luego de agotarse el desahogo de todas las pruebas, así como el dictado de la sentencia por el juez en la misma audiencia.10 3.1.8. 10 Proceso con las debidas garantías Zamora Pierce, Jesús. Propuestas al Plan Nacional de Desarrollo 1995-2000, Foro de Consulta Popular, 25 de abril de 1995. El principio del debido proceso es, sin duda, el más relevante en el proceso penal, pues en él se encierra el trascendental derecho de audiencia. El derecho a ser oído y vencido en juicio, denominado garantía de audiencia, encierra los siguientes derechos fundamentales: a ser llamado a juicio, a ser informado de las pretensiones en su contra en todos sus alcances y consecuencias jurídicas, a imponerse de todas las actuaciones, a ser asistido por un defensor en todos los actos del proceso, a ofrecer pruebas y a alegar. Esto constituye esencialmente el debido proceso legal y encuentra su fundamento en los artículos 14, 16 y 20 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. 3.2. TRIBUNALES PENALES Los tribunales en el proceso penal son instituciones estatales a quienes pertenece exclusivamente la jurisdicción, que significa la dirección del proceso por antonomasia, esto es, la dirección de la parte del proceso que se inicia una vez que el Ministerio Público ha ejercitado la acción penal. Por ello los jueces son sujetos de decisión, que en las relaciones jurídicas en las que el proceso se desenvuelve son, al lado de las partes (Ministerio Público, defensor, imputado o inculpado), aun cuando en un plano distinto, los principales sujetos procesales. Resaltamos los cambios experimentados por el Poder Judicial Federal en su estructura y competencia a raíz de las reformas publicadas en el Diario Oficial, que originaron el implantamiento de una Suprema Corte de Justicia como órgano de control eminentemente constitucional, al quitarle la función de legalidad. Ahora es competencia exclusiva de los Tribunales Colegiados de Circuito conocer del juicio de amparo directo. Actualmente poseen competencia los Tribunales Unitarios de Circuito para conocer del juicio de amparo indirecto, competencia que antes solo tenían los jueces de distrito. Se creó el Consejo de la Judicatura Federal, que tiene a su cargo la administración y vigilancia en cuanto a disciplina, del Poder Judicial Federal, con excepción de la Corte, quien administra y vigila a su personal. Otra innovación es el establecimiento (en el artículo 105, fracción II, de la Constitución) de las acciones de inconstitucionalidad, que tienen por objeto plantear la posible contradicción entre una ley de carácter general y la Constitución. Tales acciones pueden ejercitarse dentro de 30 días naturales a partir del día en que fue publicada la ley que se impugna. Los facultados para ejercitarla son: los integrantes de la Cámara de Diputados; los de la Cámara de Senadores en una mayoría calificada del 33%, tratándose de leyes federales y del Distrito Federal; el Procurador General de la República en cuanto a estas mismas leyes; una mayoría calificada del 33% de los integrantes de las legislaturas locales, en contra de leyes emitidas por el Congreso del Estado respectivo; y una mayoría calificada del 33% de los miembros de la Asamblea de Representantes del Distrito Federal, en contra de leyes expedidas por esta Asamblea. En nuestra legislación, a diferencia de otras como la italiana y la alemana, los tribunales penales están a cargo solo de jueces profesionales; en su organización no se admite jueces legos o laicos. En ese orden de ideas, la tarea primordial del juez consiste en comprender la realidad, para lo cual debe tener un conocimiento profundo de los sucesos del proceso, ante todo del inculpado como individuo, pues sólo así podrá entender el entorno del hecho e impartir justicia. Por otra parte, la jurisdicción no es infinita ni omnímoda: encuentra su límite en la competencia, a la que se define como ámbito dentro del cual se puede ejercer la “actividad judicial que se vincula directamente con el accionar de las partes”11. La competencia se ha dividido en objetiva y subjetiva. 11 Briseño Sierra, Humberto. ob cit., p. 44. La primera es la capacidad del juez para conocer de un proceso, en razón de su objeto; así, se habla de competencia por materia, por territorio, o en razón de la conexión, la persona, la función, el grado y el turno. La capacidad subjetiva que guarda relación con la persona del juez, se ha clasificado en concreta y abstracta. La abstracta tiene que ver con la reunión de los requisitos que la ley exige para ocupar el cargo. La concreta consiste en la conducta imparcial y desinteresada del juez en el proceso. De carecer de uno u otro principio, debe acudirse a la excusa o a la recusación. La excusa consiste en la incapacidad legal del juez para conocer o seguir conociendo de un caso sobre el cual se ha invocado su jurisdicción, por concurrir situaciones que podrían afectar su serenidad. Ello en cuanto concierne al jurisdicente; pero la excusa no sólo se da legalmente en relación con este, sino también con el Ministerio Público, los jurados y el defensor de oficio. La ley establece las causas de excusa de todos los mencionados, excepto del Ministerio Público. En lo tocante a los jueces, magistrados y secretarios de los tribunales, las causas de excusa son las mismas que las de la recusación (artículos 511, 512, 513, 514, 515 y 516 del CPPDF). Las excusas y las recusaciones se tramitan a través de un incidente cuyo procedimiento se regula en los artículos 444 a 467 del CFPP y 511 a 531 del CPPDF. En el procedimiento penal mexicano solo son admisibles las recusaciones con causa. La recusación procede cuando el juez o magistrado, a pesar de tener algún impedimento, no se excusa de conocer el asunto. Puede interponerse en cualquier tiempo hasta antes de que se dicte la sentencia definitiva, o antes de la audiencia de vista si el recusado es un juez de alzada. Las causas de recusación se encuentran reguladas en el artículo 522 del CPPDF. 3.3. PARTES 3.3.1. Fiscalía y órganos de auxilio A nuestro entender, el tema correspondiente al Ministerio Público debe ser abordado desde tres enfoques: su misión constitucional, su configuración en la ley secundaria y su realidad. La misión constitucional fundamental del Ministerio Público desde el Constituyente de 1917 (que le dio características propias, para algunos origen), es y sigue siendo la “persecución de los delitos”. En efecto, de la interpretación literal del artículo 21 constitucional, el Ministerio Público ejercita, con exclusión de cualquier otro órgano del Estado o particular, sea ofendido o no por el delito, la función persecutoria. Esta comprende: la investigación del delito, la persecución del delincuente, el ejercicio de la acción penal12 y la subsecuente prosecución penal; además de otras funciones trascendentales, como son la promoción y vigilancia del orden constitucional, sin pasar por alto su presencia en los procesos civiles, familiares y administrativos. A partir de las recientes reformas a nuestra Ley Suprema, se le otorga una función exclusivamente federal: la representación de la federación. Con fundamento en el artículo 102 de la invocada ley y en virtud de las últimas reformas a esta (diciembre de 1994), es facultad no delegable del procurador general de la República ejercer la acción de inconstitucionalidad e intervenir en las controversias constitucionales a que se refiere el artículo 105. De ahí que actualmente se hable de la “nueva misión constitucional” del procurador general de la República. En relación con el perfil que le da la legislación procesal penal, no es un ser frío y abstracto que sólo pretende la sanción del acusado, sino un verdadero representante social que busca la verdad histórica del hecho. Tan es así que debe promover el sobreseimiento y la libertad absoluta del inculpado cuando durante el proceso aparezca: que la conducta o el hecho no son constitutivos del delito conforme al tipo; que el inculpado no es autor o partícipe en el delito que se persigue; que la 12 Arilla Bas, Fernando. El Procedimiento Penal en México, México: Ed. Kratos, S.A. de C.V.,1992, p. 27. pretensión punitiva está legalmente extinguida, o por existir en favor del inculpado un aspecto negativo del delito (art. 138, párrafo primero, del CFPP). Norma semejante contiene el CPPDF, al establecer, en el artículo 6 en relación con el artículo 3, fracción VII, el deber del Ministerio Público de solicitar al juez la libertad (no prevé el sobreseimiento) del procesado en los siguientes supuestos: inexistencia del delito; extinción de la acción penal por prescripción, perdón, consentimiento del ofendido o amnistía, o porque el inculpado no sea el autor o el partícipe del delito materia del proceso. Otro deber que tiene el Ministerio Público durante la averiguación previa y la instrucción es el de allegarse datos acerca de la persona del inculpado, tomar conocimiento directo de este así como de la víctima, para motivar sus pretensiones, entre ellas la libertad misma de aquel (art. 146, párrafo tercero, del CFPP). Y una de sus trascendentales funciones es velar por que los tribunales apliquen estrictamente las leyes relativas y que las resoluciones de éstos se cumplan debidamente (art. 4º, párrafo segundo, parte final, del CFPP). Estos deberes se derivan de la acción penal, cuyo titular es el Ministerio Público. Por ello, la acción penal se define como “el único derecho de instancia que se proyecta desde un sujeto (acusador) hasta otro (reo), a través de un tercero imparcial (juzgador)”13. De las leyes en comento así como de las respectivas Leyes Orgánicas, se desprenden como características del Ministerio Público, las siguientes: a. La unidad en el mando, a cargo del procurador general de la República, del procurador general de justicia del Distrito Federal y de los procuradores generales de justicia de los estados, dentro de sus respectivos ámbitos de competencia. b. La indivisibilidad de la función persecutoria, de modo que tanto el procurador como los agentes del Ministerio Público actúan en nombre de la institución, y no obran, en modo alguno, en nombre propio. c. La subordinación administrativa y funcional de la Policía Judicial al Ministerio Público, quien tiene la facultad de dirigirla, ordenándole investigar los hechos o revocando los actos que hubiere realizado por iniciativa propia. En este punto se discute si el Ministerio Público es autoridad o parte. La respuesta hasta este momento, pese a ser una discusión añeja, aún sigue bifurcándose. Al analizar la ley advertimos que, durante la preparación del ejercicio de la acción penal (procedimiento de averiguación previa), que es su función como órgano del Estado, el Ministerio Público tiene el dominio, el señorío, sobre los actos y diligencias que se realizan con la finalidad de acreditar los elementos del tipo y la probable responsabilidad (de acreditar los elementos del delito). A él le incumbe realizar la investigación, para lo cual puede auxiliarse de la Policía Judicial, caso en el que es responsable de la ejecución ordenada y legal de esa tarea, y goza de facultades coercitivas frente al imputado y terceros (testigos, peritos) para hacerlos comparecer y tomarles declaración o rendir sus dictámenes. Los medios de apremio que puede emplear para hacer cumplir sus determinaciones son: multa, auxilio de la fuerza pública y arresto hasta por 36 horas (artículos 44 del CFPP y 33 del CPPDF). Puede, incluso, obligar a declarar a los testigos que no se encuentren en los supuestos establecidos en los artículos 73 y 125 del CFPP ó 265 del CPPDF, no así al inculpado, porque entre sus garantías de defensa está la de negarse a declarar. En esta fase del proceso, tratándose de recabar medios de prueba, goza de la acción más amplia para emplear los medios de investigación que considere pertinentes, con la única limitación de que estos no sean contrarios a derecho. Existen, por su parte, supuestos reducidos en que el 13 Briseño Sierra, Humberto. Ob cit., p. 40. Ministerio Público requiere la orden judicial para actuar, como en el cateo, el arraigo y el examen de correspondencia. Y lo más trascendental, decide con responsabilidad propia si puede y debe ejercitar la acción ante los tribunales. Por tanto, retomando la idea inicial, la respuesta es en el sentido de que en el procedimiento de averiguación previa, el Ministerio Público actúa evidentemente como autoridad. Ahora bien, una vez ejercitada la acción penal, se inicia la vida de la jurisdicción. La dirección del proceso la tiene el juez. El papel del Ministerio Público no es, en mucho, distinto al de la defensa (aun cuando no pueda hablarse de proporcionalidad entre él y la defensa); aquí ya no tiene la facultad, sino que ejerce su derecho a preguntar al inculpado, a los testigos, a los peritos (arts. 156 de CFPP; 292, 295, 174 del CPPDF), y a ofrecer pruebas; todo ello ante el juez, quien a su vez posee la facultad de desechar tanto las preguntas (art. 292, parte segunda, del CPPDF; 249, segundo párrafo, del CFPP) como las pruebas. También al juez le corresponde la facultad de determinar el cómputo de los plazos para el desahogo de pruebas, la presentación de conclusiones y la celebración de la audiencia final. Y sólo él puede utilizar los medios de apremio para hacer cumplir sus determinaciones. Luego entonces, en el proceso penal el Ministerio Público es parte en sentido formal, pero parte al fin. 14 Siendo así, durante las fases procesales de preinstrucción a sentencia el Ministerio Público carece de facultades de investigación. No puede ni debe seguir practicando diligencias de las cuales no tenga conocimiento el juez, pues se estarían llevando a la par dos procesos: en su fase previa uno, y el otro en su fase definitiva; por ello también tiene prohibido ejercitar acción penal sin averiguación previa, contra personas cuya responsabilidad se acredite durante el proceso. De ahí que la interpretación que debe darse al artículo 4, párrafo segundo, parte primera, del CFPP, es en el sentido de que las pruebas que recabare durante el procedimiento de instrucción no tienen un sentido material, como en la averiguación previa, sino formal en su presentación ante el juez, quien es el facultado para valorarlas, conforme a la ley misma. Al abordar la realidad del Ministerio Público, debemos considerar dos aspectos. Primordialmente se habla de que sus agentes carecen de una preparación y experiencia adecuadas, por no existir un sistema idóneo de preparación y selección; que la inexistencia de estabilidad en el cargo, que se refleja en una falta de seguimiento de los asuntos penales y en cambios constantes de criterios en la interpretación de la ley, dificulta o entorpece dicho seguimiento.15 Todo ello redunda en una actuación ineficiente en múltiples ocasiones, que produce fallas técnicas al ejercitar acción penal o al formalizar su acusación, las cuales son consideradas en ocasiones por los jueces del fuero común como fundamento de la libertad o de la absolución, y en consecuencia son fuente de impunidad. Mas aún, no en pocas ocasiones su falta de eficiencia se perfila desde la investigación, en la ausencia de búsqueda de pruebas para acreditar los elementos del delito, lo que conforme a la ley impondrá al juez la obligación de dictar auto de libertad, con fundamento en el artículo 303 del CPPDF. En el segundo aspecto, se pone énfasis en las lagunas legales que entorpecen la misión constitucional del Ministerio Público. Al respecto, Jorge Reyes Tayabas señala: “Como lo han venido planteando diversos juristas en foros anteriores, es necesario que el Ministerio Público que haya actuado en un proceso penal, en cualquier etapa o incidente de éste, desde la solicitud de orden de aprehensión hasta la petición de sentencia condenatoria, por ser la contraparte del inculpado, pueda intervenir en los juicios de amparo, indirecto o directo, según el caso, que el inculpado, por sí o por conducto del defensor, promueva contra alguna resolución de la autoridad jurisdiccional que, en caso de concederse la protección demandada dé lugar a libertad del quejoso, reducción de penalidad, u otras situaciones que lo beneficien, si esto no se 14 En el mismo sentido Carnelutti, Francesco. Derecho Procesal Civil y Penal, Tomo II, Ediciones Jurídicas Europa-América-Buenos Aires, 1957, p. 39. 15 Ovalle Fabela, José. Ponencia presentada en el Foro de Consulta Popular para el Plan Nacional de Desarrollo, 25 de abril 1995. fundamenta en una correcta aplicación de la ley”. “Esa intervención se justificará porque, como contraparte del inculpado, al Ministerio Público le incumbe defender el interés de la sociedad, así como el de la víctima y ofendidos, papel que no ha sido atendido debidamente en nuestro orden jurídico, pues la Ley de Amparo sólo le da un raquítico respaldo en el artículo 180, donde se previene, exclusivamente para el amparo directo, que únicamente podrá presentar alegatos ante el Tribunal Colegiado de Circuito.” “Aunque por disposición del artículo 5º, fracción IV, de aquella Ley, en todo juicio de amparo será parte el Ministerio Público Federal, tal intervención del agente adscrito al juzgado o tribunal que conozca del amparo, presenta el inconveniente de que ese agente no estará interiorizado de las actuaciones del proceso que origine el acto reclamado. Además en la gran mayoría de los casos en que los actos reclamados provienen de autoridades judiciales locales, los agentes del Ministerio Público que ejercitan la acción penal en el proceso, ninguna posibilidad tienen de estar en comunicación con el Ministerio Público Federal adscrito al juzgado o tribunal que actúe en el juicio de amparo.” “Esa situación merma, indiscutiblemente, la eficacia que pueda tener la acción del Ministerio Público en lo que se refiere a la persecución de los delincuentes, y tal defecto de la ley se puede corregir y esta es mi primera proposición, con sólo reformar el artículo 5º de la Ley de Amparo, en su fracción III, inciso a), para que en lugar de establecer, como ahora se hace, que como tercero perjudicado será parte en el juicio de garantías ‘la contraparte del agraviado cuando el acto reclamado emana de un juicio o controversia que no sea del orden penal,...’, disponga que como tercero perjudicado podrá intervenir: la contraparte del agraviado cuando el acto reclamado emane de un juicio o controversia, inclusive del orden penal del fuero común o militar...” “Otro aspecto en que el Ministerio Público, en general, queda en desventaja procesal con respecto a los inculpados o sentenciados, estriba en que aquél no puede combatir mediante el juicio de amparo las resoluciones de segunda instancia por las cuales se determine la improcedencia de la orden de aprehensión que se haya solicitado, el sobreseimiento del proceso, o la libertad del inculpado por absolución o cualquier otro motivo”. 16 3.3.1.1. Órganos auxiliares del Ministerio Público: En este punto trataremos de la actividad y posición de la Policía en los procedimientos penales. La existencia de la policía gira en torno a la investigación de los delitos y son las leyes procesales penales, federal y local, las que norman su actuación. No sucede lo mismo con la Policía Preventiva, cuya función primordial es de naturaleza distinta: a ella compete la prevención del delito; su actuación es anterior y está regulada por una ley administrativa, pero puede intervenir como órgano auxiliar del Ministerio Público en la fase de investigación, conforme los artículos 3, fracción I, parte final, del CFPP, que prevé la intervención de “las diversas policías” en auxilio del Ministerio Público Federal. Por su parte, el CPPDF, empleando el vocablo mas específico de “policía preventiva”, alude a la colaboración de esta autoridad como órgano auxiliar del Ministerio Público del Distrito Federal (artículo 273). En materia federal como órgano auxiliar del Ministerio Público, desempeña un importante papel el ejército mexicano, sobre todo tratándose de investigación de delitos contra la salud, antes conforme acuerdos entre la Procuraduría General de la República y la Secretaría de la Defensa 16 Reyes Tabballas, Jorge. Ponencia presentada en el Foro de Consulta Popular para el Plan Nacional de 19952000. Nacional. A la fecha, existe una norma que faculta tal intervención prevista en la vigente Ley General que Establece las Bases de Coordinación del Sistema Nacional de Seguridad Pública. En los procedimientos penales, la Policía Judicial como órgano auxiliar actúa bajo el mando del Ministerio Público (artículos 21 constitucional; 3 del CFPP; 3 y 262 del CPPDF). En el procedimiento de averiguación previa su principal función es la de investigar, llevar a cabo todas las diligencias tendientes a integrar la averiguación; realizar las citas, notificaciones, presentaciones, localización de testigos y búsqueda de indicios; pero siempre bajo la dirección del Ministerio Público, cumpliendo instrucciones de este. De ahí que no posea autonomía como órgano de investigación. Sólo actuará por iniciativa propia en un caso de excepción, cuando teniendo conocimiento de un delito perseguible de oficio y la denuncia por circunstancias del caso no pueda ser formulada ante el Ministerio Público, levantará el acta y practicará las diligencias relativas, lo cual informará inmediatamente a aquel (arts. 274 del CPPDF; 3, fracción I, del CFPP). No posee facultades coercitivas para cumplir su tarea, ni tampoco posee la facultad de acusar, es sólo un órgano auxiliar del Ministerio Público. Por ello todas sus investigaciones deben efectuarse bajo la autoridad y mando de este, lo que no implica un estricto apego, una realización a “pie juntillas” de las instrucciones: puede desenvolverse en su esfera de competencia, pero siempre sujeta a la ley. En cuando a sus prohibiciones, está la de recibir declaraciones del indiciado, o detener a alguna persona (excepto en caso de flagrancia), sin que medien instrucciones del Ministerio Público, del juez o del tribunal (art. 3, párrafo final, del CFPP). Otro órgano auxiliar del Ministerio Público lo constituyen los peritos, cuya intervención es, en muchos casos, fundamental para el éxito de la investigación. Cada Procuraduría cuenta con una Dirección General de Servicios Periciales, las cuales no han alcanzado el desarrollo esperado en la época en que nos estamos desenvolviendo, por falta de tecnología avanzada y capacitación del personal. Y de acuerdo con el artículo 19 de la Ley Orgánica de la Procuraduría General de la República, son órganos auxiliares del Ministerio Público Federal, además de los citados (Policía Judicial Federal y peritos), a quienes la ley les denomina directos, los denominados órganos suplementarios, entre los que señala: a los agentes del Ministerio Público del fuero común; a las policías judicial y preventiva en el Distrito Federal y en los estados de la República; a los cónsules y vicecónsules mexicanos en el extranjero; a los capitanes, patrones o encargados de naves o aeronaves nacionales; y a los funcionarios de las dependencias del Ejecutivo Federal en los casos de suplencia de algún agente del Ministerio Público federal, por ausencia, cuando no exista en la localidad agencia permanente. 3.3.2. Acusador privado (querellante) La legislación procesal mexicana no contempla la figura del acusador privado. Siguiendo la Constitución Política, establece que el ejercicio de la acción penal corresponde al Ministerio Público (arts. 2 y 36 del CFPP, 2 y 3 del CPPDF). Por tanto, el particular, sea ofendido o víctima del delito, o no lo sea, queda excluido de investigar el delito, perseguir a los delincuentes y ejercitar la acción penal ante los tribunales. La figura del acusador privado no debe confundirse con la del facultado para querellarse en los delitos perseguidos a petición de parte. Si bien es verdad que en estos, es requisito sine qua non la expresión de voluntad del ofendido (o de los facultados legalmente para exponer la notitia criminis) para que el Ministerio Público pueda actuar, también lo es que el procedimiento posterior a la querella incumbe únicamente al Ministerio Público. El querellante actuará solamente como coadyuvante, al igual que la víctima o el ofendido, en los delitos perseguibles de oficio; podrá aportar las pruebas con que cuente para comprobar los elementos del tipo y la probable responsabilidad del inculpado, pero de ningún modo está obligado a investigar; la investigación corre a cargo del Ministerio Público y la Policía Judicial a su mando. Aquí debe ponerse especial atención en que; en el CPPDF, el derecho a la coadyuvancia se ejerce en la fase procesal de instrucción, así como en las audiencias, incluyendo la de vista. En esta última el ofendido o la víctima pueden alegar lo que a su derecho convenga en la misma medida que el defensor, según se desprende de la interpretación de los artículos 9 y 70 del citado ordenamiento, no así en el procedimiento de averiguación previa, a diferencia del CFPP, en que tal derecho puede ejercitarse desde la preparación del ejercicio de la acción penal (averiguación previa). 3.3.3. Víctima, perjudicado y ofendido Frente a la función persecutoria y deberes y derechos del Ministerio Público en las fases del proceso (preinstrucción, instrucción, preparación del juicio y juicio), el perfil de la víctima y del ofendido no es de parte, sino de mero coadyuvante. La ley le da el derecho potestativo a aportar pruebas —al Ministerio Público o al juez directamente o por intermediación del primero— tendientes a comprobar los elementos del delito y, con ello, la responsabilidad del inculpado (arts. 9 del CPPDF; y 141, párrafo final, del CFPP); el derecho a interrogar a los testigos (artículo 249, párrafo segundo, del CFPP) y hasta el derecho a alegar lo que a su derecho convenga en las audiencias (inclusive en el debate final o audiencia de vista), de acuerdo con el artículo 70 del CPPDF y 141 párrafo final en relación con la fracción III del mismo artículo del CFPP. No obstante, carece del deber principal: la formalización de la acusación, en la que el Ministerio Público, con exclusión del particular ofendido o víctima o cualquier otro órgano estatal, es el único facultado para pedir la aplicación de la sanción, ya sea pena privativa de libertad o pecuniaria, que comprende la multa y la reparación del daño. Esta, según la ley, tiene el carácter de pena pública y, por ende, sólo puede ser solicitada por el Ministerio Público. Luego entonces el ofendido o víctima no es parte en sentido formal, aun cuando lo sea en sentido material, porque ¿a quién más que a él le interesa que al inculpado se lo declare responsable penal y se le condene a reparar el daño? Lo que se observa es un papel más dinámico de la víctima u ofendido en el proceso penal y, con ello, la voluntad del legislador de proteger en mayor medida al sujeto pasivo del delito. 3.3.4. Acusado Llegado el momento de tratar al sujeto pasivo de la acción penal, nos ocuparemos de su presencia no sólo durante las fases procesales subsecuentes al ejercicio de la acción penal, sino también de su asistencia durante la averiguación previa. En esta etapa la posición jurídica del imputado es más débil que en las fases posteriores a la consignación (al ejercicio de la acción penal). Aquí no tiene un especial deber de asistencia; la investigación puede desarrollarse aun sin su presencia; por ejemplo, en los casos en que formuladas la denuncia o querella en contra de persona determinada no se logre su localización, legalmente el Ministerio Público puede investigar hasta reunir las pruebas que acrediten los elementos del tipo y la probable responsabilidad del imputado, consignando ante los tribunales sin detenido y solicitando orden de aprehensión en contra de este. El deber de asistencia del imputado no es correlativo, durante la averiguación, a su derecho de asistencia: sólo deberá comparecer cuando sea citado (art. 125 del CFPP). En caso de que se logre su comparecencia o lo haga voluntariamente, la Ley Suprema y la legislación secundaria le otorgan amplias posibilidades para ejercer su garantía de defensa (art. 128 del CFPP y 269 del CPPDF), entre las que se prevén los siguientes derechos: a negarse a declarar; a una defensa adecuada; a la presencia de su defensor en todos los actos del proceso; a ofrecer pruebas; a obtener su libertad provisional bajo caución, siempre que reúna los requisitos legales; en suma, a todos los derechos que implica un debido proceso, derechos que ejerce plenamente durante el desarrollo de la jurisdicción. Aunque no tiene las mismas ventajas que el Ministerio Público (ya que no existe en nuestra legislación un proceso entre partes), la situación del acusado mejora en estas fases procesales, pues el persecutor tiene ya un papel de parte y no de autoridad. Sin embargo, todavía no se alcanza el equilibrio procesal entre ambos, habida cuenta de que el Ministerio Público tiene medios de investigación más amplios a su alcance, como por ejemplo la Policía Judicial y otros órganos de auxilio como la policía preventiva y peritos, pues entre su organización cuenta con una Dirección General de Servicios Periciales, de cuyos servicios puede disponer gratuitamente. Por el contrario, el imputado frecuentemente tiene que desembolsar dinero, que en ocasiones no posee para pagar los servicios de peritos y estar en posibilidad de ofrecer su dictamen como prueba o refutar el o los presentados por el Ministerio Público. 3.3.5. Abogados defensores y otros asesores de las partes En nuestro proceso penal, la defensa es un derecho humano reflejado en la Ley Suprema como una garantía de seguridad jurídica —el derecho a ser oído y vencido en juicio, artículos 14 y 20— y da nacimiento a un órgano auxiliar de la justicia, la Defensoría de Oficio. Desde un punto de vista material, la defensa del inculpado es toda conducta orientada a la protección de los derechos de esta parte procesal. Desde la óptica formal, es la actividad encomendada a una persona idónea, que tiene como deber fundamental aportar y estimular, en favor de aquel, todos los elementos que le sean favorables tanto procesal como sustantivamente. La persona a quien incumbe tal obligación se denomina defensor17 y se le considera como parte, en sentido formal, dentro del proceso penal. La Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, al asegurar la debida defensa del inculpado, deja a este la libertad de elegir si se defiende por sí mismo o designa a un abogado o “persona de su confianza” para que lo haga (artículo 20, fracción IX). Excluye la necesidad de que el defensor sea un abogado; en la práctica, en el caso de que el inculpado opte por designar a un lego para que lo defienda, el juez debería tener obligación de disponer la intervención, además del designado, de un defensor titulado, para que en concurrencia con aquel, se procure en el proceso la existencia de un defensor idóneo. Observando esta cuestión, el legislador da el primer paso al establecer, en el artículo 160 del CFPP, como obligación del juzgador señalar la intervención del defensor de oficio, que oriente al asistente y al propio inculpado en todo lo que concierne a su adecuada defensa. Por su parte, en el CPPDF no existe un precepto que establezca expresamente obligación semejante para el juzgador; se deduce sólo por interpretación teleológica del artículo 287, la necesidad de nombramiento de un defensor de oficio en los casos en que el inculpado haya nombrado para que lo asista a persona de su confianza, toda vez que el citado precepto señala que el inculpado rendirá su declaración preparatoria en presencia de su defensor para la asistencia jurídica que requiera, y solo podrá asistirlo jurídicamente quien sea perito en la materia. Por otro lado, el artículo 294 con su redacción oscura puede conducir a confusión, al señalar que terminada la declaración preparatoria u obtenida la manifestación del indiciado de que no desea declarar, el juez le nombrará un defensor de oficio cuando proceda. Aquí debe ponerse cuidado a los vocablos “cuando proceda”, porque ello significa que se nombrará al defensor de oficio en los supuestos en que el inculpado se encuentre asistido por un defensor particular sólo para el acto de declaración preparatoria. En el derecho procesal penal vigente, la intervención del defensor se da desde el procedimiento de averiguación previa. Debe ejercerla en plenitud, y no contentarse con la sola presencia, como hasta el momento se viene haciendo, en mayor medida por el defensor de oficio, que viene a ser una figura simbólica en esta fase procedimental. Por tal motivo, en la ley adjetiva debe 17 Jiménez Asenjo, Enrique. Derecho Proceso Penal, Vol. I. Madrid: Ed. Revista de Derecho Privado, pp: 200201. fortalecerse (en el artículo 127-bis, párrafo segundo, del CFPP), la obligación, por parte del defensor, de una debida defensa o su consecuente responsabilidad, y establecer en el ámbito local esta misma obligación. La Ley Suprema establece el deber de asistencia del defensor cuando sea requerido, el que es correlativo al derecho del inculpado a la asistencia de su defensor en todos los actos del proceso. Prevalece la obligación de asistencia del defensor en la declaración preparatoria y en la vista, en el denominado en doctrina “juicio oral plenario” (artículos 59, párrafos tercero y cuarto; 287 y 326 del CPPDF; 87, párrafo primero, parte segunda, y párrafo tercero, y 88 del CFPP). La situación crucial que atraviesa la Defensoría de Oficio se da en la eficiencia de los defensores adscritos, tratándose del orden común, en virtud de que no se exige como requisito para ejercer tan importante función el título de licenciado en derecho, ni experiencia en la materia, por lo cual se deja en manos de pasantes y, en muchos casos, de personas con poco conocimiento, el desempeño de la labor de defensor de oficio, lo que repercute negativamente en la exigencia y necesidad de una adecuada defensa. 3.4. MEDIDAS COACTIVAS 3.4.1. Detención policial, identificación Como hemos señalado, las funciones principales de la Policía Judicial radican en el procedimiento de investigación, y su actuación está supeditada a la dirección del Ministerio Público. Según la legislación procesal, para el cumplimiento de sus funciones el agente de policía carece de facultades coercitivas, no puede detener a las personas para que comparezcan a declarar o para obligarlas a emitir su declaración. La detención policial sólo podrá verificarse sin que sea requisito la orden judicial ni ministerial en los casos de delito flagrante (artículos 16 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos; 123, párrafo tercero, y 193 del CFPP; y 266 del CPPDF), en razón de que la ley autoriza a cualquier persona a detener al indiciado, poniéndolo sin demora a disposición de la autoridad inmediata (artículos 193 del CFPP y 266 del CPPDF, en caso de detención por la Policía Judicial, la autoridad inmediata es el Ministerio Público). En estos supuestos, en materia federal, la detención puede ser practicada por la Policía Preventiva o por el ejército, en virtud de que la ley procesal no circunscribe tal facultad a la Policía Judicial, como indebidamente lo hace el CPPDF (artículo 266). El otro supuesto en que puede darse la detención provisional, lo constituyen los casos urgentes. En éstos, la Policía Judicial nunca puede actuar por iniciativa propia; requiere la orden por escrito, fundada y motivada del Ministerio Público, para proceder a detener a los indiciados (artículos 16 constitucional; 194 del CFPP; y 268, párrafos penúltimo y antepenúltimo, del CPPDF). La garantía de no ser detenido sino por orden de autoridad judicial, no es obra de las últimas reformas a la legislación procesal; su vigencia data desde el Constituyente de 1917 y se preceptuaba también en las leyes secundarias (CFPP y CPPDF), aun cuando rudimentariamente. Lo que acaecía era que, hasta antes de las reformas a la legislación procesal penal federal y del Distrito Federal del 1 de enero de 1994, en que se crea la figura de la detención ilegal, el derecho humano del gobernado a no ser detenido sin orden de autoridad judicial, salvo en los únicos casos de excepción previstos por la ley (la flagrancia y el caso urgente), era constantemente vulnerado por la autoridad persecutora, y más deplorable aún cuando el actuar ilegal de dicha autoridad era subsanado por la autoridad judicial, quien procedía a resolver la situación jurídica de los consignados sin reparar en si la detención se apegada a la Constitución, o no. No había entonces ninguna esperanza para el así detenido, toda vez que el Máximo Tribunal, al resolver los amparos indirectos, sostenía el criterio de que la consumación de tales actos era de imposible reparación y que además había cambiado la situación jurídica del quejoso. En este panorama, la creación de la detención ilegal en el ejercicio del cargo, constituye un freno a las detenciones arbitrarias del Ministerio Público y de la Policía Judicial, al preverse como obligación del juez, una vez recibida la consignación con detenido, el proceder de inmediato a determinar si la detención fue apegada a la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos o no: si lo fue, ratificará la detención; si no lo fue, decretará la libertad del indiciado con las reservas de ley (artículos 134, párrafo tercero, del CFPP; y 268- bis tercero del CPPDF). En cuanto a la identificación, este vocablo nos remite a la idea de determinar la identidad del inculpado. Desde este enfoque, reflexionamos en que el ejercicio de la acción penal, mas aún la imposición de la pena, requieren no sólo saber que el inculpado existe, sino saber quién es. Verdaderamente, si durante el procedimiento de averiguación no se alcanza a determinar quién cometió el delito o participó en su realización, no es posible el ejercicio de la acción penal y, como corolario, el procedimiento penal no puede pasar a su siguiente fase, el proceso penal. No es factible un procedimiento penal contra autores o partícipes no identificados en la fase preliminar o de investigación ministerial, pues precisamente las diligencias practicadas en esta fase se orientan a acreditar los elementos del delito, a comprobar su existencia y, por tanto, a la determinación del sujeto activo como elemento del tipo. Es indiferente que durante el procedimiento de averiguación previa se hubiere determinado la autoría o participación de quien posteriormente se comprobó que no lo había ejecutado, ni participado en su comisión; lo que importa es que, al ejercitar la acción, las pruebas recabadas acrediten la autoría o participación de determinado individuo, es decir, que el Ministerio Público, cuando concluye la averiguación, haya descubierto quién es el autor o el partícipe del delito a título de probabilidad (arts. 168 del CFPP y 122 del CPPDF). A tal fin la ley emplea determinados atributos de la personalidad normados por el Código Civil bajo el epígrafe de generales (nombre, edad, domicilio, nacionalidad, estado civil), o bien otras condiciones personales. Además, calro está, recurre a testimonios, sobre todo de la imputación, y, en general, a todo medio de prueba que sirva para acreditar los elementos del tipo y la probable responsabilidad del inculpado (arts. 9, 125, 250 y 259 en relación con el 180 del CFPP, y 124, 217, 218 y 285 del CPPDF). Con el ejercicio de la acción penal, el Ministerio Público está comunicando al juez su conocimiento, a través de las pruebas recabadas, de quién es el autor o partícipe del delito; tal comunicación puede ser concomitante con la puesta a disposición del imputado (consignación con detenido), en los casos de flagrancia y urgencia, en los que el procedimiento preliminar se reduce a los términos mínimos de 48 horas, o de 96 horas tratándose de delincuencia organizada (arts. 194-bis del CFPP y 268-bis del CPPDF). Por otra parte, debemos diferenciar la identificación del inculpado como autor o partícipe en la averiguación previa, de la identificación del inculpado antes de ser trasladado al reclusorio (artículo 270 del CPPAF) y de la identificación administrativa ordenada por el juez una vez dictado el auto de formal prisión o el de sujeción a proceso. 3.4.2. Prisión preventiva Uno de los efectos del auto de formal prisión es, con base en los artículos 167 del CFPP y 297 del CPPDF, la prisión preventiva, que constituye una restricción a la garantía de libertad. La libertad en sin duda, en esta época, uno de los bienes de mayor valor para el ser humano, uno de sus derechos fundamentales, y se ha sostenido, con razón, que su privación aun cuando sea preventiva constituye un castigo, porque acarrea muchos males para muchas personas: “el imputado es castigado para saber si debe ser castigado”18. De ahí que la justificación legal de la restricción de ese derecho se busque en dos aspectos. Uno se basa en la seguridad, conn miras a impedir que el inculpado se evada de la acción de la justicia. El otro es de índole procesal y se halla intrínsecamente relacionado con los fines del proceso —encontrar la verdad histórica del hecho, a la que también se le denomina verdad material— lo que hace indispensable que la investigación ante el juez esté libre de todo obstáculo; tal situación probablemente peligraría si el procesado estuviera en libertad pues, tratándose de delitos graves, o de personas que intenten evadir su responsabilidad, en aras de su defensa tenderían a entorpecer la actuación del juez y de su contraparte, el Ministerio Público. Por esta razón se la ha conceptuado como una medida cautelar de carácter personal que sólo puede ser decretada por la autoridad judicial, una vez que ha resuelto la situación jurídica del consignado y ha determinado que se encuentran acreditados los elementos del tipo, la antijuridicidad y la probable culpabilidad de aquel y, sobre esta base, su probable responsabilidad, siempre y cuando el delito que se le atribuye sea sancionado con pena privativa de la libertad (artículos 18, párrafo primero; y 19, párrafo primero, constitucionales; 161, fracción II, del CFPP; y 297, fracción IV, del CPPDF). 3.4.3. 18 Alternativas a la prisión preventiva Carnelutti, Francesco. ob. Cit., pp: 38 y 39. Si la opinión general sustenta que la prisión preventiva se justifica por dos motivos, uno de los cuales es impedir una posible evasión de la justicia, en tanto que ello pueda obtenerse por otros medios que no perjudiquen la libertad, debe dárseles cabida a estos. Seguramente esta es la orientación seguida por el legislador, al observarse avances en la legislación procesal, con tendencias a evitar la prisión preventiva mediante el establecimiento de reglas en otras medidas cautelares o precautorias distintas de aquella, que permitan conciliar los propósitos del proceso con los derechos e intereses del inculpado o de terceros. Las medidas cautelares que se han implantado como alternativas a la prisión preventiva son, por supuesto, al igual que esta, de carácter personal. Frente a ellas se establecen también medidas cautelares de carácter real, de las que nos ocuparemos más adelante. Las medidas cautelares que se prevén como alternativas a la prisión preventiva son: la libertad sin caución, la libertad bajo palabra o protesta, la libertad bajo caución; todas ellas pertenecen al género de la denominada libertad provisional. También entra en esta categoría el arraigo, previsto en los artículos 133-bis del CFPP y 270-bis del CPPDF. a) Libertad sin caución. Esta nueva forma de libertad cautelar se debe a la reciente creación del artículo 135-bis en el CFPP, y 133 bis del CPPAF. El otorgamiento de la libertad sin caución compete al Ministerio Público o al juez, según la fase del proceso en que se solicite. Procede bajo un supuesto específico que se basa en la levedad del delito (cuando el término medio aritmético de la pena de prisión no exceda de tres años) y siempre que se reúnan los siguientes requisitos: que no exista riesgo fundado de que el inculpado se sustraiga a la acción penal; que este posea domicilio fijo, con duración de un año anterior a la solicitud, en la residencia de la autoridad que conoce del caso; que tenga un trabajo lícito; y que no haya sido condenado por delito doloso. Existe la advertencia legal de que no se otorgará la libertad sin caución cuando se trate de los delitos graves. b) Libertad bajo palabra o protesta. De uso poco frecuente es la libertad provisional fundada en la palabra de honor del inculpado, en la protesta formal que este hace ante el juez que conoce de su caso, de presentarse ante él o el tribunal siempre que se le ordene (artículo 420 CFPP, 552-IV del CPPDF). Como al inculpado no se le solicita ninguna garantía pecuniaria, se dice que, en esta, el honor sustituye al dinero. La libertad bajo protesta puede otorgarse simple o sujeta a los requisitos que establece el artículo 418 del CFPP o el artículo 552 del CPPDF, y se sustenta primordialmente en la levedad del delito, pues para su concesión la pena máxima del delito materia del procedimiento definitivo no debe exceder de tres años de prisión. La ley amplía el margen de penalidad aplicable para la concesión de esta alternativa cuando los inculpados sean de escasos recursos; en tal caso, el juez podrá otorgarla cuando la pena máxima del delito de que se trate no exceda de cinco años si se trata de delitos del orden común, y de cuatro años cuando el delito sea federal. La libertad protestatoria simple o no sujeta a ningún requisito, procede en dos supuestos específicos: a) cuando la prisión preventiva se haya prolongado por más tiempo del que como máximo fije la ley como pena aplicable al delito que motivó el proceso (artículo 555 del CFPP); b) cuando estando pendiente de resolverse el recurso de apelación interpuesto en contra de la sentencia condenatoria de primera instancia, el acusado haya cumplido la pena impuesta (artículos 555 del CPPDF y 419 del CFPP). En estas circunstancias la libertad protestatoria procede de oficio. Se ha expuesto, y con razón, que la libertad provisional protestatoria es, sin lugar a réplicas, benéfica porque aplicándose a delitos de penas leves, que representan escasa peligrosidad de su autor, y asegurándose de su honorabilidad anterior a la comisión del delito, de la fijeza de su domicilio, así como de que no se evadirá del procedimiento que se instruye en su contra, no sólo se garantizan suficientemente los fines del proceso y el interés de la sociedad de estabilizarlo hasta el resultado del proceso, sino que se eluden los efectos corruptores de la prisión, que en especial para estas personas, en lugar de servirles de prevención o corrección, por lo general las desmoraliza, les infunde resentimiento y pervierte perniciosamente, por lo que no obstante que se les considere culpables, laa experiencia aconseja que se excluya para ellos la prisión preventiva.19 La libertad protestatoria puede ser revocada por determinadas causas, que varían cuantitativamente según se trate de la comisión de un delito federal (artículo 421 del CFPP) o del orden común (artículo 554 del CPPDF). c) Libertad provisional bajo caución. De la libertad provisional bajo caución, a modo de comparación, podríamos decir que, siendo una, tiene un doble aspecto: por un lado, es un derecho fundamental que se consagra como tal en el artículo 20, fracción I, de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos para todo individuo sometido a un proceso penal (en sentido lato); por otro lado, este derecho se regula como la medida cautelar de carácter procesal que evita o suspende la detención o la prisión preventiva ordenadas por la autoridad competente, mediante el otorgamiento de una garantía, sometiendo al inculpado al cumplimiento de determinadas obligaciones que se deriven a su cargo en razón del proceso. La libertad provisional bajo caución procede a petición de quien insta; es decir, del inculpado, no de oficio. Los sujetos procesales legitimados para solicitarla son el inculpado y su defensor. En cuanto al tiempo, esta puede ser solicitada en cualquier fase del proceso en primera y segunda instancia y aun después de haberse dictado sentencia por el tribunal de apelación, cuando se solicite amparo directo. La Ley Suprema prevé que tal solicitud puede hacerse en cualquier momento (art. 20, fracc. I, párrafo inicial): no sólo en el proceso, sino desde el procedimiento de averiguación previa (artículos 20, fracción X, párrafo cuarto, 399 del CFPP y 556 del CPPDF). Esta innovación se debe a las trascendentales reformas a la Constitución, de fecha 2 de septiembre de 1993, y a las leyes secundarias citadas del 1 de enero de 1994. Antes de ellas, la libertad provisional bajo caución sólo era procedente durante el proceso por antonomasia, es decir, una vez que se verificaba la trilogía procesal que caracteriza a aquel, por lo cual podría plantearse sólo a partir de que era radicada la consignación, en el denominado auto de radicación, de inicio o “cabeza de proceso”. Por tanto, en ese tiempo la única autoridad competente para conceder la libertad provisional era la autoridad judicial. Actualmente lo es también el Ministerio Público, si la solicitud de libertad se hace durante la averiguación previa. En lo referente a los requisitos para su otorgamiento previstos en los artículos 399 del CFPP y 556 del CPPDF, se verificó, a raíz de las citadas reformas, un cambio trascendental en relación con las exigencias de los preceptos derogados, pues en los vigentes se requiere lo siguiente: garantizar el monto estimado de la reparación del daño, el cual, en los delitos contra la vida y la salud personal, nunca será menor del que resulte al aplicar las disposiciones de la Ley Federal del Trabajo; garantizar el monto estimado de las sanciones pecuniarias que pudieran imponérsele, lo que representa un gran problema para la autoridad concesora, en razón de que no es fácil determinar a priori el grado de culpabilidad del inculpado, que constituye la base de la aplicación del mínimo o máximo de la sanción pecuniaria; otorgar caución para garantizar el cumplimiento de sus obligaciones que se deriven del proceso. Y quizá el requisito en el que se perfila con mayor nitidez la tendencia del legislador a anular o suspender la prisión, es el de que la libertad provisional bajo caución ya no se supedita al término medio aritmético de penalidad, sino a los delitos que expresamente la ley califica como graves, lo que significa que procede independientemente de los años de pena privativa de libertad que prevé el delito de que se trate. 19 Aceró, Julio. Procedimiento Penal, México: Ed. José M. Cajica Jr., sexta edición, 1968, p. 403. Ahora bien, esta tendencia, que definitivamente responde a un avance, pareciera que no dio en la realidad social el impacto esperado. De otro modo no se explicaría por qué el legislador pretende retroceder en lo ganado, al prever —en una minuta del proyecto de reformas a diversos artículos de la Constitución, que en esta fecha se encuentra en las cámaras de los estados para su aprobación— un freno a la libertad provisional, al establecer en el artículo 20, fracción I, la facultad del Ministerio Público de solicitar al juez que se niegue la libertad cuando el inculpado haya sido condenado con anterioridad por algún delito calificado como grave, o cuando el Ministerio Público aporte elementos al juez para establecer que la libertad del inculpado representa, por su conducta precedente o por las circunstancias y características del delito cometido, un riesgo para el ofendido o para la sociedad. Por lo que hace a las formas de caución, la ley contempla: el depósito, la hipoteca, la prenda, la fianza y el fideicomiso de garantía (artículos 404 a 412 del CFPP y 562 del CPPDF), las cuales quedarán a elección del inculpado (artículos 403 del CFPP y 561 del CPPDF). En la práctica las más socorridas son el depósito y la fianza; en cuanto al fideicomiso, a la fecha no se ha constituido ninguno. La caución para el cumplimiento de las obligaciones debe ser asequible para el inculpado y podrá disminuirse si se reúnen los requisitos señalados en el artículo 400 del CFPP.20 La revocación de la libertad caucional se basa en: el incumplimiento de las obligaciones de presentarse ante la autoridad que la concedió; la no notificación del cambio de domicilio; la no presentación el día que se le fijó de cada semana; el no efectuar los pagos parciales dentro de los plazos convenidos cuando la caución se haya constituido por depósito; y la sentencia por delito doloso que merezca pena privativa de libertad (artículos 412 del CFPP y 568 del CPPDF); además puede darse por solicitud del inculpado, por amenaza o soborno al ofendido o testigos, cuando cause ejecutoria la sentencia (artículo 412 del CFPP). En los primeros tres supuestos, la libertad se revocará sólo cuando el juez considere grave el incumplimiento. d) El arraigo como medida cautelar real. Procede previa solicitud fundada y motivada del Ministerio Público ante el juez, cuando la autoridad ministerial, tomando en cuenta el hecho punible y las circunstancias personales del indiciado, considere necesaria tal petición. Dicha medida solo durará el tiempo suficiente para integrar la averiguación previa. 3.4.4. Exámenes corporales, observación en establecimientos psquiátricos Una vez que el Ministerio Público tiene conocimiento de un hecho punible tiene, entre otros deberes, el de hacer que tanto el ofendido como el imputado (si estuviere detenido) sean examinados inmediatamente por un médico legista, quien emitirá un dictamen provisional sobre el estado psicofisiológico de aquellos (artículo 271 del CPPDF). En cuanto a la observación en establecimientos psiquiátricos, se verifica por orden de la autoridad judicial, cuando por las circunstancias se sospeche que el inculpado está loco o sufre un desarrollo intelectual retardado, cualquier anomalía o enfermedad mentales, y el caso así lo amerite (artículo 495 del CFPP). Con base en el citado artículo, la observación en hospitales psiquiátricos (reclusión provisional en el manicomio o departamento especial según la ley) sólo se efectúa cuando el juez tiene la dirección del proceso, y no durante la averiguación previa. La legislación procesal faculta, al Ministerio Público, para que en esa etapa únicamente ubique en áreas de seguridad a los detenidos que, por su situación mental, denoten peligrosidad (artículo 134-bis del CPPDF). 20 En la mencionada minuta del proyecto de reformas a la Constitución, ya no se indica que la caución podrá disminuirse, y se deja al juez la determinación de la forma y monto de caución, para lo que tomará en cuenta: la naturaleza, modalidades y circunstancias del delito; asi como las características del inculpado, la posibilidad de cumplimiento de sus obligaciones procesales al pago de los daños y perjuicios y la sanción pecuniaria. 3.4.5. Registro, puestos de control, redadas policiales En cuanto implican la detención de personas sin orden de aprehensión dictada por la autoridad judicial y fuera de los casos de excepción para la procedencia de la retención o detención por la autoridad ministerial (flagrancia o caso urgente), las redadas policiales no encuentran justificación legal, son actos vulneradores de los derechos humanos. En consecuencia están prohibidas por el derecho (artículos 16 constitucional, 193 y 194 del CFPP, 267 y 268 del CPPDF), aun cuando en épocas pasadas era frecuente su realización (años setenta y principios de los ochenta). La Procuraduría General de la República implementó, desde el 28 de abril de 1993, un procedimiento básico de operación del programa Puntos de Revisión Carreteros (“Precos”), el cual tiene como objetivo la prevención de delitos y, con ello, brindar mayor seguridad a los usuarios de la red carretera del país. Este operativo consiste en la señalización del sitio donde se instalan los “Precos”, que deberá estar perfectamente iluminado; posteriormente se realiza la denominada “revisión entrevista”, que consiste en que el revisor cortésmente indicará el motivo de la inspección, y mostrará el oficio de comisión que lo faculta para esta si le es solicitado; a continuación preguntará acerca de la propiedad del vehículo, origen y destino, así como la nacionalidad del conductor; revisará ocularmente el vehículo y podrá solicitar que se abra el compartimiento de equipaje; de acuerdo con los resultados obtenidos, el revisor decidirá si pasa a la fase de revisión detallada del vehículo, la que habrá de hacerse, si es del caso, en el mismo lugar, pero en una área expresamente reservada para ello.21 Este tipo de operativos ya no sólo se aplica en las carreteras, sino que en 1995 se implementaron puestos de control en los puntos de entrada al Distrito Federal, operativo llevado a cabo por la Policía Preventiva en colaboración con la Procuraduría General de la República, con el objetivo de despistolización en el Distrito Federal, lo que implica un registro de personas y vehículos. Aún cuando tales actos podrían refutarse, en el mundo del ser, como justificados y necesarios por su orientación hacia la prevención del delito, en el ámbito del derecho es indiscutible que se trata de actos indebidos, los cuales se traducen jurídicamente en actos de molestia. Estos contravienen el párrafo primero del artículo 16 de la Constitución, mediante el cual se establece como derecho fundamental que “nadie puede ser molestado en su persona, familia, domicilio, papeles o posesiones, sino en virtud de mandamiento escrito de autoridad competente, que funde y motive la causa legal del procedimiento”. En efecto, la violación de esta garantía de seguridad jurídica se verifica, primero, porque no es facultad del Ministerio Público la prevención de los delitos, de acuerdo con los artículos 21 y 102, apartado A, constitucionales. Y segundo, porque le está prohibido investigar delitos en general, toda vez que su actuación se sujeta a requisitos de procedibilidad, los cuales, según la ley, son la denuncia y la querella. 3.4.6. Medidas cautelares reales para el aseguramiento del procedimiento Las medidas cautelares reales, como su denominación lo indica, se relacionan con cosas o bienes de cualquier naturaleza que sean objeto material del delito, que hayan servido como medio para su comisión o que sean útiles como medio de prueba porque tienen relación o existen en ellos vestigios del delito (artículo 181 del CFPP), hipótesis que se resuelven en la fórmula genérica de “cosas que pueden servir a la prueba del delito”. A este género de medidas precautorias pertenecen: la aprehensión y retención de la cosa (artículos 38, párrafo primero, parte segunda, del CFPP; 98 en relación con el 100 del CPPDF); el secuestro judicial o simplemente la custodia; el depósito (artículo 181, párrafo primero, del CFPP; y 199 del CPPDF); la restitución al ofendido en el goce de sus derechos plenamente justificados 21 Boletín de la Procuraduría General de la República, junio 1993, pp: 104 a 106. (artículos 38, párrafo primero, parte primera, del CFPP; y 28 del CPPDF); y el cateo (artículos 61, 63 y 69 del CFPP, 152 y 160 del CPPDF). La aprehensión y retención de las cosas únicamente podrán practicarse cuando fueren necesarias para la debida integración de la averiguación (art. 38 del CFPP). En el CPPDF se faculta al Ministerio Público o a la Policía Judicial a recoger en los primeros momentos de su investigación las armas, instrumentos y objetos de cualquier clase que pudieren tener relación con el delito, se encuentren o no en el lugar del delito o en poder del inculpado; tienen la obligación de expedir un recibo por estos a la persona en cuyo poder se encuentren, lo que generalmente en la practica no se cumple. Se procede a acordar su retención y conservación (arts. 98 y 100). El secuestro judicial, esta figura más propia del proceso civil que del penal, implica a un tercero designado por el juez como depositario de la cosa discutida entre las partes; de ello se infiere que, al prever la ley que las cosas instrumento, objeto material o producto del delito, “serán aseguradas, recogiéndolas o poniéndolas en secuestro judicial”, el Ministerio Público solicitará al juez que designe a un tercero para que se le entreguen en custodia dichos bienes. Si el secuestro implicara la toma de posesión de las cosas que hace el Ministerio Público, el cual da a cargo de otra parte (un tercero), no se hubiera aludido a la figura del secuestro judicial y al mismo tiempo a la alternativa de recoger las cosas o simplemente el ponerlas “al cuidado y bajo la responsabilidad de alguna persona”, acto que sí incumbe al Ministerio Público quien, luego de tomar la posesión de la cosa, puede entregarla en custodia a una persona extraña al oficio, es decir, ajena a la función persecutoria. El depósito: esta medida precautoria procede cuando la cosa que puede servir a la prueba del delito es un vehículo. Este será entregado en depósito a su propietario, poseedor o representantes legales, previa inspección ministerial, y siempre bajo determinados requisitos: que lo mantengan a disposición del Ministerio Público y que cumplan con la obligación de presentarlo cuantas veces les sea requerido para la práctica de pruebas periciales; tales requisitos se prevén en ambos códigos. El del D.F. establece otras exigencias: que el depositario mantenga el vehículo en el Distrito Federal, conservándolo como hubiere quedado después de los hechos; que estos se hubieren cometido por culpa; que la pena aplicable no exceda de cinco años de prisión; que el indiciado no haya intentando evadirse, no haya obrado en estado de ebriedad, bajo el influjo de algún narcótico, ni abandonado a la víctima. El depósito también se emplea tratándose de documentos, cuando estos sean objeto material del delito de falsedad de documentos (artículo 119 del CPPDF). El cateo es una modalidad de la inspección, para cuya práctica se requiere orden de autoridad judicial. Consiste en el reconocimiento de un lugar cerrado, generalmente el domicilio de una persona física o moral, con el propósito de localizar, aprehender a una persona o personas o buscar los instrumentos, objetos o productos del delito o cosa que sirvan de prueba de aquel, los cuales serán recogidos y retenidos por la autoridad que practique el cateo, si fueren conducentes para el éxito de la investigación (artículos 61 y 69 del CFPP, 152 y 162 del CPPDF). En términos generales, el cateo se halla bien regulado, sólo falta establecer el plazo en que el juez debe resolver; hasta este momento, como no existe norma que señale el tiempo de la determinación judicial, se deja al arbitrio del juzgador, lo que genera que, en no pocas ocasiones, se entorpezca la averiguación. El aseguramiento de bienes ha representado un problema de considerables dimensiones, por la falta de un registro en el que se expresaran el lugar, tiempo y ocasión en que se encontraron, el nombre de la persona que los recogió, el número de averiguación previa, etc.; tampoco se entregaba ningún recibo a la persona a quien se le recogían y menos aún el duplicado de tal recibo se agregaba al acta de aseguramiento; en tal suerte, en el ámbito federal se llegó a desconocer el paradero de los bienes asegurados. En la actualidad la Procuraduría General de la República trabaja arduamente sobre esta problemática. 3.4.7. Medidas cautelares reales para el aseguramiento de la ejecución de sentencia Como actos cautelares orientados a asegurar la efectividad de la sanción pecuniaria, tenemos la restitución al ofendido en el goce de sus derechos plenamente justificados, según los artículos 38, párrafo primero, parte primera, del CFPP; y 28 del CPPDF. La restitución de derechos en favor del ofendido exige, conforme la ley, el cumplimiento de dos requisitos: que estén acreditados los elementos del tipo penal y que se comprueben los derechos que sobre las cosas tenga el ofendido; por ejemplo, debe presentarse la escritura pública, oficio del Registro Público de la Propiedad en la parte relativa al folio real, testimoniales, etc., en un delito de despojo, para la restitución al ofendido del bien inmueble objeto material de ese delito. Al respecto el CFPP, a diferencia del CPPDF, prevé la devolución del bien mediante caución suficiente para garantizar el pago de daños y perjuicios, en los supuestos en que la entrega del bien pudiera lesionar derechos de terceros o del inculpado (artículo 38, párrafo segundo). Por lo que hace a la autoridad a quien se faculta para el empleo de esta medida cautelar, el CPPDF señala expresamente la competencia de la autoridad judicial, de lo que se desprende que es en el proceso cuando legalmente procede la restitución, no en la averiguación previa. Aun cuando el CFPP no emplea los vocablos juez o tribunal, sino que alude a “el funcionario que conozca del asunto”, su artículo 38, párrafo primero, parte primera, debe interpretarse en el sentido de que desde el momento en que es facultad de la autoridad judicial determinar si están o no acreditados los elementos del tipo (artículos 168, párrafo primero, del CFPP; 122, párrafo inicial, del CPPDF), ella es la competente para restituir al ofendido en el goce de sus derechos legalmente justificados. Otro acto cautelar útil para asegurar la efectividad de la sanción pecuniaria es el embargo precautorio sobre bienes del inculpado: medida que podrán solicitar el Ministerio Público, el ofendido o sus legítimos representantes. Si el inculpado o un tercero en su nombre otorga caución bastante a juicio del juez, quien para fijarla tomará en cuenta la probable cuantía de los daños y perjuicios causados según las pruebas que obren en autos, se levantará el embargo que hubiere efectuado, o bien se negará la realización de este (artículos 149 del CFPP y 325 del CPPDF). Ambas medidas (restitución de derechos y embargo) se aplican para hacer efectiva la reparación del daño. Para el caso de asegurar la efectividad de la multa, tenemos la caución en cualesquiera de sus modalidades, que garantice la forma de sanción pecuniaria que pudiera imponérsele (artículo 556, fracción II, del CPPDF; y 399, fracción II, del CFPP). En cuanto a las medidas cautelares orientadas a hacer efectiva la sanción de decomiso, observamos que pueden realizarse durante el procedimiento de averiguación previa, caso en el cual la autoridad competente es el Ministerio Público, o durante la preinstrucción o la instrucción, por el juez, quienes en sus respectivas atribuciones procederán al aseguramiento de los bienes (artículo 40 del Código Penal para el Distrito Federal y para toda la República en materia federal), mediante la retención, el secuestro judicial, la custodia o el depósito a que hemos hecho referencia. Sobre estas bases el decomiso requiere como presupuesto la realización de alguno de los actos mencionados. 3.4.8. Otras medidas cautelares. Intervención del correo y teléfono Sobre la base del respeto a la intimidad se consagró, en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, el derecho humano a la inviolabilidad de la correspondencia, el cual se establece, aun cuando no muy adecuadamente, entre las garantías de seguridad jurídica contempladas en el artículo 16. Y para enfatizar en la seguridad de que lo que se escribe en sobre cerrado y se dirige a otro se mantendrá en secreto, la Ley del Servicio Postal Mexicano preceptúa que la correspondencia estará libre de todo registro y no deberá ser violada (art. 8). En los artículos 576 de la Ley de vías Generales de Comunicación y 173, fracción I, del Código Penal para el Distrito, se describe como delito la acción de abrir indebidamente una comunicación escrita. Sin embargo, existe una limitación a la inviolabilidad de la correspondencia: la presunción, por parte del Ministerio Público, de que en la que se dirija al inculpado puedan encontrarse pruebas del delito que motiva la instrucción. En este caso de excepción, la legislación procesal penal faculta al juez para que abra la correspondencia del inculpado a petición del Ministerio Público; la leerá para sí, con el objeto de ver si tiene relación, o no, con el hecho punible materia del proceso: si no la tiene, la devolverá a aquel; si tiene vinculación, comunicará al procesado su contenido y la agregará al expediente (artículos 273 y 274 del CFPP; 235 a 238 del CPPDF). La orden judicial de interceptar la correspondencia deberá estar fundada y motivada (artículos 276 del CFPP y 240 del CPPDF). Lo anterior responde a la amplia facultad de investigación que, para la comprobación de los elementos del tipo y la probable o plena responsabilidad, la legislación procesal concede al Ministerio Público y al juez, con la única barrera de que los medios de investigación no sean contrarios a derecho (artículos 180 del CFPP y 124 del CPPDF). En lo tocante a la intervención del teléfono, la ley sustantiva penal contiene una norma en la que se dirige una amenaza punitiva al autor que dolosa e indebidamente intervenga la comunicación telefónica de terceras personas (artículo 166, fracción IX), sin que otra ley o la misma de referencia prevean ninguna excepción. De ahí que las intervenciones del servicio telefónico que haga el Ministerio Público en cumplimiento de su función persecutoria, no quedan amparadas por los artículos 180 del CFPP o 124 del CPPDF, desde el momento en que este medio de investigación es contrario a derecho, al existir, como hemos observado, una norma que prohíbe la conducta de intervenir las comunicaciones telefónicas, sin que en la ley se haya establecido otra que faculte al Ministerio Público o al juez a emplear esta forma de recabar pruebas. A la fecha existe una minuta del proyecto de reformas a diversos artículos de la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos. Esta prevé la intervención de cualquier comunicación privada, previa autorización judicial (art. 16, párrafo noveno). También un anteproyecto de Ley Federal contra la Delincuencia Organizada dispone la intervención telefónica como medio para la investigación de los delitos considerados dentro del crimen organizado. 3.5. REGULACIÓN DE PRUEBA 3.5.1. Prueba anticipada En nuestra doctrina es conocida como prueba para futura memoria, denominación que proviene de Niceto Alcalá Zamora y Castillo. Consiste en que se ofrecen, desahogan y preparan las pruebas antes del proceso. Legalmente se establecen en la materia procesal civil, en los medios preparatorios a juicio. En materia penal, si bien no se establece expresamente en la ley adjetiva la preparación y desahogo de pruebas antes del proceso ("pruebas anticipadas"), podemos considerar, tomando en cuenta que para nosotros el proceso se inicia con la trilogía procesal (juez y partes), que las pruebas recabadas durante la preparación del ejercicio de la acción penal (averiguación previa) son pruebas anticipadas, puesto que de todo el acervo probatorio recabado por el Ministerio Público y sobre cuyo fundamento ejercita la acción penal ante el juez, va a depender, en muchas ocasiones en gran medida, el destino del proceso. Ahora bien, en materia internacional es común que el Ministerio Público mexicano prepare pruebas para ser usadas en un proceso extranjero y, viceversa, la preparación de pruebas en el extranjero para ser empleadas en un proceso en México. 3.5.2. Principio de la verdad material Con tal enunciado se quiere decir que el juez debe averiguar hasta llegar a la conformidad entre el conocimiento adquirido a través de las pruebas y la realidad objetiva (verdad), la cual al ser adquirida por su mente y razonada, lo llevará a la certeza, la que es indispensable para su decisión definitiva. Esto implica que el juez no debe conformarse con lo que el Ministerio Público, el inculpado y la víctima o el ofendido someten a su consideración, le exponen y piden, sino que debe buscar la verdad material, que se resuelve en el ser de lo acontecido, para lo cual debe plantearse las interrogantes de si el testigo, el perito, el inculpado, el documento, dicen la verdad, o no la dicen. Para encontrar la respuesta y averiguar así la verdad material, la ley procesal, de acuerdo con los artículos 180 del CFPP y 124 del CPPDF, le da al juez, la posibilidad de usar con este fin todos los medios de investigación que estime conducentes a su criterio, con la única limitante de que no sean contrarios a derecho (deber de esclarecimiento y expresión máxima del principio de oficialidad). 3.5.3. Medios de prueba y su significado Por medio de prueba entendemos los instrumentos, formas, experimentos, fórmulas, actos — ya sean tecnológicos científicos, sociales o psicológicos—, “tests”, documentos o testimonios, que se utilizan en el proceso, con la finalidad de penetrar en el “ambiente del delito,” esto es, en el ámbito de las personas y cosas que se encuentran inmiscuidas en la dramatis personae (durante el procedimiento de averiguación previa), o de encontrar la verdad material (durante el procedimiento de instrucción). Su significación en el procedimiento penal es tal que de ellos dependerá el ejercicio o no de la acción penal por el Ministerio Público, una vez integrada la averiguación previa (artículos 168 y 137 del CFPP y 122 del CPPDF), o bien su valoración por el juez. De producir en su ánimo la certeza de la existencia del delito y la responsabilidad del delincuente lo llevará a pronunciar una sentencia condenatoria o, caso contrario, la absolución del acusado. Expresado en otras palabras, en el proceso penal lo que se busca es la verdad material o histórica, no sólo la verdad formal que resulta de lo afirmado por las partes. Nuestra legislación procesal penal establece, no casuísticamente, sino enunciativamente, los siguientes medios de prueba: a. b. c. d. e. f. g. la confesión el testimonio los dictámenes de peritos y el testimonio de estos la reconstrucción de hechos la inspección documentos públicos y privados presunciones y como medios accesorios del testimonio: a. el careo b. la confrontación Además, otorga plena libertad al Ministerio Público y al juez para admitir todos aquellos medios de prueba que a su criterio puedan ser conducentes y no sean contrarios a derecho (sistema de libertad de prueba; artículos 206 del CFPP y 125 del CPPDF). 3.5.4. Derecho de petición de prueba Las pruebas pueden ofrecerse (derecho de prueba) por el inculpado durante el procedimiento preliminar de averiguación previa, de acuerdo con los artículos 128, fracción II, inciso e, del CFPP y 269, fracción III, inciso f, del CPPDF. Las partes tienen derecho a ofrecerse pruebas, las que serán admitidas durante la instrucción, pero también durante la preinstrucción antes de resolverse la situación jurídica del inculpado (artículos 161, párrafo sexto del CFPP y 297, párrafo noveno del CPPDF) o bien, en el acto de la vista del proceso (período de juicio, artículos 306 del CFPP y 328 del CPPDF). En cuanto a la víctima y ofendido, en estricta técnica no poseen el derecho de petición de prueba, sino la facultad de poner a disposición del Ministerio Público o del juez las pruebas con que cuenten, que sean conducentes a acreditar los elementos del tipo penal y a establecer la probable o plena responsabilidad del inculpado y la comprobación de la reparación del daño. Las pruebas ofrecidas durante la instrucción y no admitidas por el juez, o admitidas y no desahogadas, no deben, en estricta técnica procesal, practicarse en la vista ni en la segunda instancia, pues constituyen causas de reposición del procedimiento (artículos 388, fracción VI, del CFPP y 431, fracción IV, del CPPDF) ordenada por el tribunal de apelación.22 3.5.5. Prohibición de realización de prueba En el procedimiento penal mexicano impera el principio de la libertad de prueba, habida cuenta de que el CFPP y el CPPDF otorgan al Ministerio Público en la averiguación previa, y al juez en la instrucción, la acción más amplia para emplear los medios de investigación que estimen conducentes, de lo que se deduce el derecho de las partes a presentar cualquier medio de convicción que sea útil como medio de prueba y la obligación del juez de admitirlo (artículos 180 y 206 del CFPP y 124 del CPPDF). Ahora bien, la libertad de prueba está limitada por la licitud del medio, pues los citados códigos prevén que puede emplearse cualquier medio de investigación, aunque no sea de los que menciona la ley, siempre que esos medios no sean contrarios a derecho. En consecuencia, la prohibición de realización de prueba se refiere a aquellos elementos, medios, instrumentos o servicios de carácter electrónico, científico, tecnológico, personal, etc., que según ciertas normas de derecho, constituyan conductas prohibidas por la ley, sin que existan respecto de ellos otras normas de excepción. 3.5.6. Prohibición de aprovechamiento de la prueba La prohibición de aprovechamiento de la prueba está íntimamente ligada con la prohibición de realización de prueba. Esto implica que, llegado el caso en que la autoridad persecutora o el juez emplearán, el uno en la averiguación y el otro en la instrucción, medios de prueba contrarios a derecho, estos no podrían hacerse valer para fundamentar el ejercicio de la acción penal o una sentencia justa, sea condenatoria o absolutoria, pues sería tanto como tomar “fruta del árbol prohibido”. 22 Arilla Bas, Fernando. ob. cit., p. 103. 3.5.7. Reglas de prueba. Valoración Debido al descollante papel de la prueba en el proceso penal, el acervo probatorio que contempla el procedimiento mexicano debe sujetarse a diversas reglas o principios, que son seguidos por la legislación procesal y postulados por la mayoría de los tratadistas. Son los siguientes: a. b. c. d. e. f. el de inmediación el de contradicción el de publicidad el de legalidad el de equilibrio entre las partes el de idoneidad o pertinencia. El valor de la prueba radica en el grado de credibilidad que provoca en el juez hasta llevarlo a la certeza o dejarlo en la duda. Para hacer ello, se evalúa cada prueba en particular y adminiculan unas con otras hasta apreciarlas en su conjunto. En cuanto a los sistemas de valoración de la prueba adoptados por la legislación procesal penal, advertimos que el CFPP se orienta por el sistema de la prueba tasada o legal para la valoración de los documentos públicos, la inspección y los cateos, toda vez que la ley les fija valor probatorio pleno, en tanto que a los testimonios y a los documentos privados les confiere valor de indicio (artículo 285). Sin embargo, en relación con estos últimos parece admitir un sistema mixto entre el tasado, al conferirles valor de indicio, y el de libre albedrío o conciencia, porque deja a su criterio el determinar si alcanzan ese valor indiciario, o no. El sistema de la libre valoración, libre conciencia o libre convicción se aplica en relación con la justipreciación de las presunciones (artículo 286 del CFPP) y los dictámenes de peritos (artículo 288). Respecto de la valoración de la confesión, existen dos normas incompatibles: el artículo 279 se dirige por el libre albedrío, en tanto que el artículo 285 se acoge al sistema tasado al conferirle valor de indicio. Aquí es necesaria, entonces, una modificación en el sentido de derogar el artículo 285 y dejar al juez la potestad de valorar la confesión. El artículo 290 exige que los jueces expongan los razonamientos que hayan tenido en cuenta para la valoración de las pruebas. El CPPDF impone al juez un criterio legal para apreciar las pruebas (sistema tasado) cuando estas sean documentos públicos, en determinados casos los documentos privados, inspecciones, visitas domiciliarias y cateos; y deja a su libre apreciación, a lo que le dicta su propia estimación (sistema de libre albedrío o libre convicción), la valoración de la confesión, los testimonios, los dictámenes de peritos y los documentos privados provenientes de un tercero. En consecuencia, se trata de la apreciación de todas estas pruebas al valorarlas en conjunto para determinar la integración de la presuncional. 3.6. PRESCRIPCIÓN 3.6.1. Concepto y formas La prescripción se concibe como la pérdida de un derecho por el solo transcurso del tiempo señalado en la ley. En este sentido, en materia penal es la pérdida del derecho de ejercitar la acción penal, que no solo implica la no consignación ante los tribunales, sino que impide la prosecución del delito cuando el caso se encuentra sustanciándose ante el juez. O bien, constituye la pérdida del derecho del ejecutivo de llevar a cabo la ejecución de la pena impuesta al delincuente. La ley regula dos formas de prescripción: la que afecta el ejercicio de la acción penal y la que afecta la ejecución de la pena (artículo 100 del Código Penal para el Distrito Federal en materia del orden común y para toda la República en materia del orden federal). 3.6.2. Características La prescripción ante todo es personal, ya que beneficia solo y exclusivamente a un sujeto activo determinado sin que sea transmisible a otra persona más, dado que la unipersonalidad recae en dos casos: cuando el sujeto activo no es aprehendido y cuando, una vez sentenciado, se fuga del lugar en donde se encuentra compurgando su pena. Asimismo, la prescripción tiene un principio de temporalidad (artículo 101 del Código Penal). 3.6.3. Plazos para la prescripción Los plazos para la prescripción de la acción penal (art. 102 del CP) serán continuos. En ellos se considerará el delito con sus modalidades, y se contará: Si es instantáneo, a partir del momento en que se consumó el delito. Si se trata de tentativa de delito, a partir del día en que se realizó el último acto de ejecución o se omitió la conducta debida. Si es continuado, desde el día en que se realizó la última conducta. Si es permanente o continuo, desde la cesación de la consumación. Estas reglas son aplicables cuando el Ministerio Público tiene el conocimiento de la forma en que se ejecutó el delito y las circunstancias que lo rodearon, pero debe tomarse en cuenta que no en todos los casos el Ministerio Público parte de un conocimiento total de cómo sucedió el delito, habida cuenta de que la verdad material solo la determina el juez. Por ello, para efectos de la prescripción se considera la etapa de que se trata. Cuando el Ministerio Público descubre que hay circunstancias calificantes del hecho (modalidades), deberá seguir el parámetro que le marca el precepto en comento. En los casos en que no es así, debe estarse, para efectos de la prescripción, al tipo fundamental o básico. Los plazos para la prescripción de las sanciones serán igualmente continuos y correrán desde el día siguiente a aquel en que el condenado se sustraiga a la acción de la justicia, si las sanciones son privativas o restrictivas de la libertad, y si no lo son, desde la fecha de la sentencia ejecutoria (art.103 del CP). La prescripción de la acción será según la sanción aplicable al delito de que se trate: Si la sanción es privativa de libertad, la acción penal prescribirá en un plazo igual al término aritmético de la pena privativa de la libertad que señala la ley para el delito de que se trate, pero en ningún caso será menor de tres años (art. 105 del CP). La acción penal prescribe en un año, si el delito solo mereciere multa. Si el delito mereciere, además de esta sanción, pena privativa de libertad o alternativa, se atenderá a la prescripción de la acción para perseguir la pena privativa de la libertad; lo mismo se observará cuando corresponda imponer alguna otra sanción accesoria (art. 104 del CP). La acción penal prescribirá en dos años, si el delito solo mereciere destitución, suspensión, privación de derecho o inhabilitación, salvo lo previsto en otras normas (art. 106 del CP). Tratándose de delitos que se persigan a petición de parte (por querella), no puede técnicamente señalarse —como en forma indebida lo hace la ley— la pérdida de la acción penal por el particular ofendido (art. 107), pues quien la ejercita es el Ministerio Público. Lo que sucede es que el ofendido pierde el derecho de ejercer su excitativa ante el Ministerio Público, es decir, precluye su derecho a formular su querella ante este. El plazo aquí es, conforme la regla general establecida en el artículo 107, de un año, contado a partir de que el querellante tenga conocimiento del delito y del delincuente, y de tres años fuera de esta circunstancia. En cuanto a la exigencia de que el querellante tenga conocimiento “del delito y del delincuente”, debe hacerse una interpretación teleológica de la ley, de la cual se desprende que el cómputo se inicia a partir del momento en que el querellante tenga conocimiento del delito. 3.6.4. Causas de interrupción de la prescripción de la acción La prescripción de las acciones se interrumpirá por las actuaciones que se practiquen en averiguación del delito y de los delincuentes, aunque por ignorarse quiénes sean estos no se practiquen las diligencias contra persona determinada (art.132. del CP). Las diligencias y actuaciones anteriores no interrumpirán la prescripción, cuando se realicen después de que haya transcurrido la segunda mitad del plazo necesario para la prescripción (art. 111 del CP). Solo se interrumpirá esta por la detención del inculpado. Si se dejara de actuar, la prescripción empezará a correr de nuevo desde el día siguiente al de la última diligencia. La prescripción de las acciones se interrumpirá también: por el requerimiento de auxilio en la investigación del delito o del delincuente por las diligencias que se practiquen para obtener la extradición internacional, y por el requerimiento de entrega del inculpado que formalmente haga el Ministerio Público, de una entidad federativa al de otra donde aquel se refugie, se localice o se encuentre detenido por el mismo delito o por otro. En el primer caso también causarán la interrupción las actuaciones que practique la autoridad requerida, y en el segundo subsistirá la interrupción hasta tanto la autoridad requerida niegue la entrega o en tanto desaparezca la situación legal del detenido, que dé motivo al aplazamiento de su entrega. Los plazos para la prescripción de las sanciones serán igualmente continuos y correrán desde el día siguiente a aquel en que el condenado se sustraiga a la acción de la justicia, si las sanciones son privativas o restrictivas de la libertad; y si no lo son, desde la fecha de la sentencia ejecutoria. 3.7. FASES DEL PROCESO 3.7.1. Averiguación previa (investigación policial o por el fiscal) El término empleado propiamente —así previsto en la Constitución y en la legislación procesal penal— para señalar a la autoridad que tiene como función, con exclusión de cualquier otra, la persecución penal (investigación del delito y persecución de los presuntos responsables) es el de Ministerio Público. La connotación fiscal en la jerga jurídica mexicana alude a agentes del Ministerio Público titulares de las fiscalías especializadas por delitos o para asuntos relevantes. Así, tenemos la Fiscalía para la Atención de Delitos Electorales (elevada al rango de Subprocuraduría), la Fiscalía para Delitos de Banca, la Fiscalía para los Casos Colosio, Posadas Ocampo y Ruiz Massieu, etc. La fase de preparación del ejercicio de la acción penal –denominada, por la ley, de averiguación previa— tiene por objeto acreditar los elementos del tipo penal respectivo y la probable responsabilidad del imputado, para ejercitar la acción ante los tribunales, según lo dispuesto por los artículos 16, párrafo inicial, de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos; 168 del CFPP y 122 del CPPDF. Para integrar esta primera fase del proceso penal, a la que también se le conoce como procedimiento preliminar, el Ministerio Público realiza su función persecutoria, auxiliado por la policía, denominada en forma poco técnica “Judicial“ (debía mejor denominarse policía ministerial, pues es parte de la procuración, mas no de la administración de justicia); esta siempre actuará bajo las órdenes de aquel (definitivamente no es una autoridad autónoma, es un órgano auxiliar del Ministerio Público por disposición de la ley). Pueden actuar válidamente como órganos auxiliares del Ministerio ∗ Esto es lo común, pero también por disposición del CFPP, al emplear la acepción amplia de inciso de averiguación previa. Público, la policía preventiva y el ejército; en materia común expresamente se refiere como órgano auxiliar del Ministerio Público, además de la Policía “Judicial”, a la Policía Preventiva. La función persecutoria comprende dos fases: a. La investigación del delito y persecución de los probables delincuentes. b. El ejercicio de la acción penal y la subsecuente persecución del delito. La investigación del delito se orienta al descubrimiento de las pruebas, lo que supone la penetración en el denominado “ambiente del delito”23. En pocas ocasiones no es necesaria la actividad detectivezca, pues las pruebas se encuentran a la vista del investigador: el imputado se presenta voluntariamente, así como los testigos; los medios empleados se encuentran en el lugar de los hechos; el estado que guardaban las cosas al momento de la comisión no se ha alterado, por lo cual se exhiben a los ojos del Ministerio Público o de la Policía en el momento de la inspección. Pero en la generalidad o casi totalidad de los casos, existe la pretensión del inculpado de ocultar el delito, de desvirtuar los hechos. Aquí el Ministerio Público concreta en toda su fuerza su facultad investigadora; auxiliado por la Policía “Judicial”, se dirige a la búsqueda de las pruebas. Para ello goza de la acción más amplia para emplear los medios de investigación que estime conducentes según su criterio, con la sola limitación de que no sean contrarios a derecho (artículo 180 del CFPP y 124 del CPPDF). Limitación que tiene su razón de ser, porque al apasionarse en la búsqueda, el investigador puede salirse fácilmente de los marcos legales. También es factible que, pese a la imparcialidad que debe orientar la actividad ministerial, su actuar se tome parcial a veces por circunstancias de interés profesional o por sentires humanos, sobre todo en el caso de la policía. De ahí que el legislador haya considerado la necesidad de la intervención activa del imputado en el procedimiento de averiguación previa, al otorgarle la facultad de aportar pruebas y ejercer ampliamente su derecho de defensa (artículos 20 constitucional, 128 del CFPP y 269 del CPPDF). A la vez le garantiza la espontaneidad de su confesión: le prohíbe al Ministerio Público, que lo incomunique; y, a la Policía Judicial, que le tome declaración; solo le concede validez a su confesión cuando haya sido hecha ante el Ministerio Público o el juez y en presencia de su defensor (artículos 287, fracción II del CFPP; y 249, fracción IV, del CPPDF). Esto es lo que establece el marco legal, pero en la práctica el Ministerio Público todavía se orienta por procederes inquisitivos, obstaculizando, en los eventuales casos en que se presenta eficientemente, la labor del defensor, a quien sólo se permite estar presente, pese a que la ley adjetiva le confiere la facultad de intervenir impugnando las preguntas que considere son inconducentes o contrarias a derecho (art. 127 bis, párrafo segundo, del CFPP). Culminación de la fase de averiguación previa es el ejercicio de la acción penal ante los tribunales, al haber reunido las pruebas que acreditan los elementos del tipo o tipos respectivos y la probable responsabilidad de el o los inculpados, o bien el no ejercicio de la acción penal. Al acto formal por el cual el Ministerio Público ejercita la acción, se le conoce como escrito o pliego de consignación, el cual puede ser con detenido, o sin el. Dicho pliego debe reunir los requisitos de fondo a que se refieren los artículos 168 del CFPP y 122 del CPPDF. La consignación con detenido presupone que el imputado fue detenido en flagrancia, o se trata de un caso urgente, pues exclusivamente y por excepción en estos dos casos, como ya se ha señalado, una persona puede ser detenida por un particular o por la Policía previa orden del Ministerio Público, sin que exista orden de aprehensión dictada por la autoridad judicial. 23 Carnelutti, ob. cit., pp: 180 y 181. La flagrancia solo se verifica en tres supuestos establecidos en el artículo 193 del CFPP: que la persona sea detenida en el momento de estar cometiendo el delito; que la persona sea materialmente perseguida después de haber cometido el delito; que el inculpado haya sido señalado como autor o partícipe del delito y se encuentre en su poder el objeto material, el medio que empleó para cometerlo o huellas o indicios que hagan presumir fundadamente su intervención. En materia del orden común, tal figura sufrió un cambio trascendental en las recientes reformas al CPPDF, del 3 de mayo de 1996. En el artículo 267 se establecen dos supuestos de flagrancia: a) cuando el inculpado es detenido en el momento de ejecutar el delito y b) cuando el inculpado es perseguido materialmente inmediatamente después de cometer el delito. También se crea una figura equiparable a la flagrancia, bajo los siguientes supuestos: cuando la persona es señalada como responsable por la víctima,por algún testigo presencial o por alguna persona con quien hubiere participado en la comisión del delito; cuando se encuentre en poder del inculpado el instrumento, objeto o producto del delito; cuando aparezcan huellas o indicios que hagan presumir fundadamente la intervención de la persona en la ejecución del delito. Todas estas hipótesis se considerarán equiparables a la flagrancia siempre que se trate de un delito grave, se verifiquen dentro de las 72 horas siguientes a la ejecución del delito, se hubiere iniciado la averiguación y no se hubiere interrumpido la persecución. El particular o autoridad que haya practicado así la detención, está obligado a poner sin demora al inculpado a disposición de la autoridad inmediata, y esta con la misma prontitud ante el Ministerio Público (artículo 193 del CFPP), quien iniciará la averiguación previa y decretará la retención si se han cumplido los requisitos de procedibilidad y el delito se sanciona con pena privativa de libertad, y ordenará la libertad del detenido si el delito se sanciona con pena no privativa de la libertad o la sanción es alternativa (artículo 267, párrafo segundo, del CPPDF). Si el Ministerio Público retiene al inculpado en forma contraria a la prevención legal, se hará responsable penalmente (artículo 267, párrafo final, del CPPDF; y 193, párrafo cuarto, del CFPP). El caso urgente exige, para existir jurídicamente, tres requisitos señalados de modo expreso por la ley: que se trate de delito grave, así calificado por la ley; que exista riesgo fundado de que el indiciado se evada de la acción de la justicia; y que el Ministerio Público no pueda acudir ante el juez para que libre la orden de aprehensión, debido a la hora, porque no haya autoridad judicial en el lugar o por otras circunstancias (arts. 194 del CFPP y 268 del CPPDF). Obsérvese que deben reunirse los tres requisitos. Por ello se ha señalado que en el Distrito Federal no se configura el caso urgente en relación con la tercera exigencia, pues según los artículos 15 del CFPP y 12 del CPPDF, las actuaciones penales del ramo penal podrán practicarse a todas horas, aun en días feriados sin necesidad de habilitación. Además, existen en el Distrito Federal tres reclusorios donde se edifican los juzgados respectivos, que abarcan tres zonas de la metrópoli (norte, sur y oriente). Por tanto, no se puede alegar la circunstancia de hora ni de lugar, ya que no existe una distancia insuperable, y el juez lo es las 24 horas del día. No obstante, en la práctica son frecuentes las consignaciones con detenido sobre la excepción del caso urgente, sin que los jueces pongan ninguna objeción con base en las circunstancias antes señaladas. En los supuestos de flagrancia y caso urgente, el Ministerio Público cuenta con 48 horas para preparar el ejercicio de la acción penal, plazo que podrá duplicarse en los casos de delincuencia organizada, cuyos elementos y tipos penales a los que se aplica se detallan en los artículos 194-bis del CFPP y 268-bis del CPPDF. 3.7.2. Instrucción (segunda fase del proceso penal) Una vez ejercitada la acción penal por el Ministerio Público ante los tribunales, se inicia la segunda fase del proceso penal, connotada por algunos tratadistas como preparación del proceso (debe recordarse que para la postura dominante y para la ley el proceso conforma una etapa del procedimiento); de acuerdo con la ley se inicia la denominada preinstrucción (artículo 1, fracción III, del CFPP). Esa fase principia con el auto de radicación o “cabeza de proceso”. En las consignaciones sin detenido, este deberá dictarse por el juez dentro de los dos días siguientes al día en que se recibió la consignación, (tres días en materia común a excepción de que la acción penal se haya ejercitado por delito grave, caso en el cual el asunto se radicará de inmediato y el juez ordenará o negará la aprehensión dentro de las 24 horas computadas a partir del momento en que se haya radicado la consignación); en el primer supuesto la orden de aprehensión solicitada se ordenará o negará dentro de los 10 días siguientes a la radicación (artículos 142 del CFPP y 286-bis del CPPDF). A los requisitos de fondo y forma de la orden de aprehensión y comparecencia se refieren los artículos 16 constitucional, 195 del CFPP y 132 del CPPDF, preceptos que en la actualidad exigen para la orden de aprehensión y la orden de comparecencia los mismos requisitos que para el auto de formal prisión. Cuando la acción penal se ejercita con detenido, el juez radicará de inmediato el asunto, procediendo con la misma celeridad a determinar si la detención se realizó apegada a la Constitución Mexicana, o no. Si lo fue, ratificará la detención. Si la detención fue ilegal, es decir, si no se surten las hipótesis de flagrancia o caso urgente, decretará la libertad del imputado con las reservas de ley (arts. 134, párrafo tercero, del CFPP; y 286-bis del CPPDF). Desde el momento en que el inculpado queda a disposición del juez, este tiene el deber de tomarle su declaración preparatoria dentro de las 48 horas siguientes. Ahora bien, la ley no señala la diligencia que deberá seguir el juzgador en los casos en que el inculpado se encuentre inconsciente; pero aquel no puede resolver la situación jurídica, pues para ello el inculpado debe haber declarado previamente ante él. En la práctica los jueces suspenden el procedimiento, hasta en tanto este pueda emitir su declaración preparatoria, y decretan su libertad con las debidas reservas. Por ello se afirma que, en estos casos, existe en la ley una laguna, que debe ser colmada. En nuestro derecho, el acto procesal, más aún la garantía constitucional de la declaración preparatoria, además de constituir un medio para el esclarecimiento de la verdad (testimonio del imputado), es también una oportunidad para que el inculpado conozca la imputación que se le hace en todos sus alcances y consecuencias jurídicas, el nombre de quien lo denuncia o se querella en su contra, así como de los testigos y demás pruebas que lo incriminen, y pueda contestar al cargo; en tal virtud la declaración preparatoria se encuentra vinculada con el derecho a ser oído y al ejercicio de la defensa. En este acto el juez le hará saber las garantías de los derechos humanos que consagra la Constitución y prevé la legislación procesal para quienes son sometidos a proceso. Le interrogará sobre los hechos que se le imputan. Además, le preguntará si en ejercicio de su derecho contestará, o se negará a contestar, al interrogatorio del Ministerio Público y del defensor (artículos 154 del CFPP y 288 del CPPDF): si acepta contestar, el juez tiene facultad de desechar las preguntas que considere inconducentes. El inculpado puede rendir su declaración preparatoria por escrito (aquí la ley fractura el principio de inmediación) o en forma verbal, lo que casi siempre se verifica en la práctica. Ese deber del juez de desahogar la declaración preparatoria y el derecho del inculpado a rendirla, impiden a aquel continuar con los subsecuentes actos si antes este no ha emitido tal declaración; por ello en los casos en que el imputado se encuentre inconsciente o impedido para rendirla, el juez deberá suspender el procedimiento. Una vez concluida la diligencia, el juez resolverá la situación jurídica del inculpado. Al respecto, hay que precisar que el plazo para dictar el auto que resuelve dicha situación es dentro de las 72 horas siguientes a que el imputado es puesto a disposición del juez (artículo 19 constitucional); dicho plazo podrá duplicarse sólo a petición del inculpado por sí o por su defensor, siempre que la ampliación se pida con el propósito de ofrecer pruebas (artículos 161, párrafo segundo, del CFPP; y 297, párrafo antepenúltimo, del CPPDF). Tal ampliación deberá ser notificada al Director del reclusorio preventivo donde se encuentre interno el inculpado, pues este tiene la obligación de dejarlo en libertad si no se le hace saber la resolución dentro del plazo de las 72 horas (se prorroga para este efecto tres horas más; artículo 19 constitucional). La situación jurídica del inculpado puede resolverse de varias maneras: declarándolo formalmente preso, sujetándolo a proceso, decretándole libertad absoluta o dejándolo en libertad por falta de elementos para procesar con las reservas de ley. a. Auto de formal prisión La decisión del juez de someter al procesado a prisión preventiva se fundamenta y motiva en requisitos de fondo: el acreditamiento (hoy ya no la comprobación) de los elementos del tipo, de la antijuridicidad y de la culpabilidad a título de probabilidad (probable responsabilidad penal), conforme los artículos 161, fracciones II y III, del CFPP; y 297, fracciones III, V y VI, del CPPDF). También debe contener requisitos de forma previstos en los citados preceptos y en los artículos 98 del CFPP y 72 del Código Distrito Federal. De faltar algún requisito de fondo, o no estar acreditado el delito, como así lo consideró el juez a quo, dará pie a la revocación del auto por el Ad quem o a la protección de la justicia de la unión (concesión del amparo indirecto) en caso de que el inculpado se halle disconforme con la resolución ante el juez de distrito. En cambio, la omisión de los requisitos de forma únicamente origina la concesión del amparo para efectos de corregir la omisión del juez. La formal prisión sólo se decreta cuando la sanción del delito que se atribuye al consignado es copulativa, esto es, pena de prisión y multa, o solo pena privativa de la libertad. Los efectos del auto de formal prisión son los siguientes: 1. Inicia la fase de la denominada instrucción probatoria. 2. Se determina el delito que realmente aparezca acreditado, aun cuando con ello se cambie el nomen iuris del delito por el que ejercitó acción penal el Ministerio, pero siempre sobre la base de los hechos materia de la consignación. 3. La reforma a los artículos 163 del CFPP y 304-bis A del CPPDF viene a legalizar la discutida figura de la reclasificación por el juez, que en la práctica era rechazada por muchos y aplicada por la minoría de jueces, quienes en la negativa a ésta veían más que un estricto apego a la técnica jurídica, una tendencia a la impunidad. 4. Justifica, legaliza la prisión preventiva del consignado o consignados (artículo 19 constitucional). 5. Justifica la identificación administrativa del inculpado (artículos 164 del CFPP y 298 del CPPDF). 6. Suspende los derechos de la ciudadanía (artículo 38, fracción II, constitucional). b. Auto de sujeción a proceso Se dicta en los casos en que el delito o delitos cuya comisión se imputa al consignado se sancionan con pena alternativa o no privativa de la libertad (arts. 162 del CFPP y 304-bis del CPPDF). La crítica en este apartado se da en relación con su denominación, ya que es señala que es indudable que en la formal prisión también se sujeta a proceso al inculpado, por lo que mejor debería denominarse auto de formal prisión sin restricción de la libertad. En cuanto a los requisitos de fondo y forma así como a sus efectos, es aplicable lo dicho en relación con el auto de formal prisión (mismos preceptos), excepto en lo relativo a la suspensión de derechos y prerrogativas del ciudadano, que solo se interrumpen cuando se somete formalmente a la persona a prisión preventiva. c. Auto de libertad por falta de elementos para procesar En los casos en que, conforme las pruebas que obran en el expediente, se compruebe la inexistencia de alguno de los elementos del delito, se decretará la libertad absoluta del inculpado (libertad por falta de elementos para procesar), a excepción de que la causa de inexistencia se finque en la inimputabilidad, pues en estos se abrirá un procedimiento especial para personas que padezcan trastorno mental o desarrollo intelectual retardado, el cual se ha previsto en el CFPP. Si después del análisis y valoración de las pruebas existentes en autos, el juez considera que estas son insuficientes, al no darse la asunción de las pruebas que acrediten los elementos del tipo, la antijuridicidad y la probable culpabilidad del inculpado (falta de pruebas), resolverá la libertad de este por falta de elementos para procesar con las reservas de ley, caso en el cual no procederá el sobreseimiento hasta que prescriba la acción penal (artículos 167 del CFPP y 302 del CPPDF). En los supuestos de libertad con las reservas de ley, el Ministerio Público tiene dos opciones. Una, como autoridad investigadora, de reunir las pruebas suficientes para acreditar la existencia del delito y la probable responsabilidad, actuando nuevamente en contra del inculpado, solicitando orden de aprehensión o comparecencia según el caso (artículos 16, parte primera, del CFPP; y 302, última parte, del CPPDF). Otra, como parte formal en el proceso, de promover pruebas ante el juez – empleando las atribuciones que le confiere el segundo párrafo del artículo 4 del ordenamiento invocado- hasta reunir los requisitos necesarios: acreditar la existencia del delito y, como consecuencia, la probable responsabilidad, caso en el cual pedirá, al juez, que dicte la orden de aprehensión o de comparecencia respectivas (artículo 167, párrafo segundo, del CFPP). Retomando el estudio de los autos de formal prisión y sujeción a proceso, falta por decir que en estos el juez de oficio declara la apertura del procedimiento ordinario o sumario según proceda. Y en caso de que decrete el seguimiento del sumario, el procesado tiene tres días posteriores a la notificación para optar por el ordinario. Una vez dictados dichos autos se inicia la fase de la denominada instrucción, por ser la etapa dedicada a la asunción de las pruebas. Es conveniente detenernos un poco en el tratamiento que la legislación procesal penal da a la instrucción. Según interpretación literal de los artículos 147 y 150 del CFPP, la instrucción se divide en dos etapas. En la primera de ellas no se señala plazo para el ofrecimiento y desahogo de pruebas; solo se establece que se declarará agotada cuando hayan transcurrido los plazos previstos en el artículo 147 o cuando el juez así lo considere. La segunda etapa principia con el auto en que el juez notifica el agotamiento de la instrucción y ordena poner a la vista de las partes el expediente por 10 días para el ofrecimiento de pruebas, las que se desahogarán dentro de los 10 días siguientes. En esta etapa, el juez, tiene la posibilidad de ordenar, de oficio, el desahogo de pruebas para mejor proveer, o bien, ampliar el desahogo de pruebas hasta por 10 días más. Transcurridos los plazos de esta segunda fase o habiendo renunciado las partes al ofrecimiento de pruebas hasta por 10 días más, se declara cerrada la instrucción. Ambas etapas deben desarrollarse en un mismo plazo: dentro de los 10 meses a partir de haberse decretado la prisión preventiva, tratándose de delitos sancionados con más de dos años de prisión, y dentro de tres meses si el delito contempla como pena máxima dos años de pena privativa de libertad o se decretó sujeción a proceso (artículo 147). Aquí trasciende la interpretación que debe darse a la fracción VIII del artículo 20 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, que consagra como garantía procesal el derecho a ser juzgado antes de cuatro meses si se trata de delitos cuya pena máxima no exceda de dos años de prisión, y antes de un año si la pena excediere de ese tiempo. Si sostenemos que el vocablo " juzgado" se refiere a la sentencia, tendríamos que en materia federal a partir del auto de formal prisión o de sujeción a proceso el plazo es de 14 meses en el primer caso, y de 7 meses en el segundo, tan solo contando la instrucción y el dictado de la sentencia, sin tomar en cuenta el juicio oral plenario ni el tiempo de formulación de conclusiones. Por otra parte, si consideramos que la expresión “ser juzgado” implica la duración de las subsecuentes fases del proceso a partir del auto de plazo constitucional, el CFPP, al establecer plazos tan amplios para la instrucción, vulnera la ley fundamental. Lo expuesto en el párrafo precedente es aplicable al procedimiento ordinario. Tratándose del procedimiento sumario, la ley señala dos plazos para el cierre de la instrucción: a. En los casos de delitos sancionados con pena que no exceda de dos años de prisión, sea copulativa, alternativa o no privativa de libertad, se procurará cerrar la instrucción dentro de 15 días. b. El juez procurará cerrar la instrucción dentro del plazo de 30 días cuando la sanción sea copulativa o alternativa, mayor de dos años de prisión, se trate de delito flagrante, y exista confesión del inculpado ante el juez o haya ratificado ante esta autoridad la emitida ante el Ministerio Público; o cuando la pena privativa de libertad sea copulativa o alternativa y no exceda de cinco años de prisión (artículo 152 del CFPP). Ello significa que en el proceso sumario no existe el agotamiento y cierre de la instrucción, sino que una vez dictados los autos de formal prisión o sujeción a proceso, las partes ofrecerán pruebas, las que serán admitidas o rechazadas, y luego desahogadas las primeras, todo ello en los plazos de 15 o 30 días; el jurisdicente fijará dentro de este margen temporal los plazos de ofrecimiento y desahogo. En el procedimiento sumario, por disposición de la ley, es posible que no se verifique la instrucción probatoria cuando las partes manifiesten, al ser notificadas del auto que resuelve la prisión preventiva o sujeción a proceso, que se conforman con tal resolución y no tienen pruebas que ofrecer, salvo las relativas a la individualización de la sanción, y el juez estime que no es necesario el desahogo de pruebas de oficio (artículo 152, inciso c, del CFPP). Actualmente el CPPDF, siguiendo al CFPP, también divide la instrucción, habida cuenta de que, según los artículos 287, 304-bis y 313 a 315, una vez dictados los autos de formal prisión o sujeción a proceso, las partes cuentan con siete días contados a partir del día siguiente a la notificación, para ofrecer pruebas, las que se desahogarán en los 15 días posteriores, plazo dentro del cual se desahogarán las que el juez estime conducentes para llegar a la verdad material o histórica; si aparecen pruebas supervinientes, el juez tiene la potestad de señalar un plazo de tres días para su ofrecimiento, y estas se desahogarán dentro de los cinco días siguientes. Una vez fenecidos estos plazos, o cuando el juez lo considere, declara agotada la instrucción en un auto, del que hará notificación personal a las partes y ordenará poner la causa a la vista de estas para que ofrezcan pruebas en un plazo de siete días, las que se desahogarán dentro de los 10 días siguientes al auto de admisión de pruebas. Posee la facultad de ordenar de oficio el desahogo de las pruebas que considere necesarias para mejor proveer, o bien ampliar el plazo de las ofrecidas por las partes por cinco días más (artículo 314). Transcurridos estos plazos o habiendo renunciado el inculpado a ellos mismos se decretará el cierre de la instrucción (artículo 315, párrafo inicial, parte primera). Como se puede apreciar, esa división formal de la instrucción es innecesaria e inútil, pues no representa ninguna ventaja para el procesado, pues los plazos para la asunción de las pruebas casi son los mismos que se contemplaban antes de que se reformara el artículo 314 del CPPDF. Por el contrario, conllevan confusiones, por lo que considero que debe retornarse a la postura anterior, en que los plazos para el ofrecimiento y desahogo de pruebas eran continuos y no daban pauta a la invención de pruebas. 3.7.3. Preparación del juicio (fase intermedia) En nuestro ambiente jurídico, a la etapa del proceso que se inicia una vez que termina la instrucción se le conoce como preparación del juicio (para algunos autores la precisión de la acusación del Ministerio Público, la audiencia de vista y la sentencia, configuran, la fase del juicio). En términos de la fracción IV del artículo 1 del CFPP, la formulación de conclusiones por las partes, la audiencia de vista y la sentencia conforman la primera instancia, lo que es incorrecto en razón de que el concepto procesal “primera instancia” comprende todas las fases del proceso penal, que se inicia desde la radicación hasta la sentencia. En la etapa que nos ocupa, el Ministerio Público puede tomar legalmente dos caminos: el más común, formalizar su acusación formulando conclusiones acusatorias; el otro, formular las de inacusación. La primera vía la tomará considerando que la asunción de las pruebas en la instrucción, lejos de desvirtuar los medios probatorios de los que se allegó durante la averiguación previa y que fueron base de su acción, comprueban plenamente la concreción en la realidad fáctica jurídico-penal de los elementos del tipo, la existencia de la antijuridicidad y de la culpabilidad, edificando sobre la comprobación de estos dos elementos, conforme a la ley, la responsabilidad penal del inculpado, en este acto del acusado. También en esta fase la regulación es distinta según se trate del procedimiento ordinario o del sumario. En el proceso ordinario el Ministerio Público formulará sus conclusiones por escrito, en un plazo de cinco días en el fuero común y de 10 días en el fuero federal, contados a partir del día siguiente a aquel en que se le notificó el cierre de la instrucción; este plazo se aumentará cuando el expediente excediere de 200 hojas: por cada 100 de exceso, se aumentará un día, pero nunca será mayor de 30 días hábiles. En la práctica solo en la apariencia formal del expediente se cumplen dichos plazos. En la realidad, tomando en cuenta que en algunos juzgados existe retraso y cargas de trabajo (celebración, en un mismo día, de hasta tres audiencias a las que tiene que acudir el Ministerio Público), aunado a la complejidad de los asuntos y la costumbre imperante del "vaciado" innecesario de pruebas, no se elaboran las conclusiones en los plazos previstos, por lo que se retrasa la vista y el dictado de la sentencia. De ahí que, para evitar esta dilación, se haya propuesto en diversos foros que se modifique la exigencia legal de formular conclusiones por escrito, para establecer su dictado verbal en la audiencia de conclusión de pruebas. En el fuero federal se sujetan más a los plazos legales, ya que generalmente los expedientes no son voluminosos y los asuntos no presentan dificultad técnica. Dicho escrito debe sujetarse a los lineamientos marcados por los artículos 316-317 del CPPDF y 292-293 del CFPP, según los cuales esta parte procesal, al formular sus conclusiones, hará una exposición sucinta y metódica de los hechos, fundamentará su pedimento en las leyes aplicables y citará las ejecutorias y doctrina conducentes; sus motivaciones las configurará determinando en proposiciones concretas los hechos punibles que se atribuyan al acusado, las que deberán referirse a la comprobación de los elementos del delito y la responsabilidad penal de aquel, haciendo alusión a los elementos de prueba relativos a la comprobación de los citados elementos. De acuerdo con la legislación federal, el Ministerio Público al establecer sus proposiciones también señalará las circunstancias que el juzgador deberá tomar en cuenta para individualizar la pena o medida de seguridad (artículo 297 parte in fine), y finalizará con su pedimento de aplicación de las sanciones respectivas. Si una vez puesta la causa a la vista del Ministerio Público, transcurridos los plazos este no hubiere formulado conclusiones, el jurisdicente tiene la obligación de notificar al procurador de tal omisión para que formule conclusiones en los plazos citados, los que correrán a partir de la notificación (artículos 291 del CFPP; y 315, párrafo segundo, del CPPDF). Transcurridos estos plazos sin que el procurador hubiere formulado conclusiones, el juez tendrá por formuladas las de inacusación y pondrá al procesado en inmediata libertad, sobreseyendo el proceso (artículos 293, párrafo final, del CFPP; y 315, párrafo final, del CPPDF). El otro camino que puede tomar el Ministerio Público consiste en formular conclusiones de inacusación. En el orden común este sendero es casi excepcional, ya que existe en los agentes del Ministerio Público el temor de que se piense que tienen interés de su parte. Con base en la ley, son conclusiones no acusatorias aquellas en las que no se concreta la pretensión punitiva, o se omite acusar por algún delito expresado en el auto de formal prisión, o no se acusa a la persona sujeto pasivo de la acción penal (artículos 294 del CFPP y 320 del CPPDF). En los casos de formulación de conclusiones de no acusación, el juez A quo o el Ad Quem enviarán el proceso a los subprocuradores respectivos, quienes luego de oír las consideraciones del Ministerio Público auxiliar, resolverán si deben modificarse o de confirmarse dichas conclusiones, para lo que cuentan con un plazo de 10 días siguientes a la fecha de recepción de los autos, plazo que se aumentará si el expediente excediere de 200 hojas (por cada 100 de exceso se aumentará un día al plazo señalado, sin que exceda de 20 días hábiles); transcurridos los cuales sin que haya respuesta de los citados servidores públicos la autoridad judicial comprenderá que las conclusiones de inacusación han sido confirmadas (artículos 295 del CFPP y 321 del CPPDF). En cuanto a las conclusiones presentadas por la defensa, los plazos para su formulación son los mismos que se conceden al Ministerio Público, no así la exigencia de que su exposición se sujete a requisitos de fondo y forma. Si no formula conclusiones en los plazos legales, se tendrán por formuladas las de inculpabilidad, imponiéndosele al defensor o defensores omisos, multa hasta de 100 veces el salario mínimo vigente en el Distrito Federal o arresto de hasta tres días (artículos 297 del CFPP y 318 del CPPDF). En el proceso sumario actualmente es un imperativo la formulación verbal de conclusiones tanto para la defensa como para el Ministerio Público, en la denominada audiencia principal, en la cual exponen sus motivos y fundamentos para acusar o para demostrar la inculpabilidad del acusado, y se levanta acta de tal formulación (artículos 307 del CFPP y 308 del CPPDF). 3.7.4. Audiencia de vista (Proceso principal. Fase del juicio oral / plenario) Como hemos dicho, la audiencia de vista en el proceso ordinario constituye una de las fases, al igual que la instrucción, más trascendentales del proceso penal, pues en ella, de celebrarse conforme a los lineamientos que señala la ley, la interrelación de las partes es muy marcada; aquí se da plenamente la inmediación, al requerir las normas que las regulan la presencia del inculpado (deber de asistencia), de su defensor y del Ministerio Público, quienes formularán sus alegatos verbalmente (artículos 306 del CFPP y 326 del CPPDF). “Solamente cuando al concluirse una causa se formulan por el Ministerio Público conclusiones acusatorias contra alguno o algunos de los inculpados, se pasa al estado propiamente de juicio, porque es hasta entonces cuando se plantea formalmente la cuestión capital de la culpabilidad para su discusión que antes no pudo tratarse en definitiva, y cuando queda sujeto a la resolución decisiva de su suerte, el procesado a quien solo de un modo provisional y preventivo se había detenido sin saberse aún con seguridad si tendría que llegar a ser juzgado, es decir, sentenciado por resolución estimativa de las pruebas del proceso y declarativa de su responsabilidad o irresponsabilidad, con la condena o absolución consiguientes (...) es en el juicio propiamente dicho donde las pruebas definitivas de la culpabilidad, testimonios peritajes, etc., deben presentarse oralmente para que puedan impugnarse en el acto, para que tengan carácter verdaderamente contradictorio, y para determinar el fallo que se dicte enseguida en audiencia pública y solemne, según el resultado de los debates...”24. Desafortunadamente en la práctica las partes no hacen uso de los derechos que la ley les confiere a repetir las pruebas desahogadas durante la instrucción. Por regla general lo único que efectúan tanto la defensa como el Ministerio Público consiste en ratificar sin más sus respectivas conclusiones. Esta es una fase prácticamente inerte del proceso. 3.8. TERMINACIÓN DEL PROCESO 3.8.1. Sentencia 24 Aceró, Julio, ob. cit., pp: 170 y 171. La doctrina dominante considera que la sentencia y la etapa previa, a la que se conoce como audiencia de vista, configuran la etapa del juicio. Para otros, la sentencia es una fase distinta, posterior al juicio. Lo cierto es que la decisión que pone fin a la dirección del proceso (jurisdicción) por el juez de primera instancia, es la sentencia definitiva; de ella se dice que es la expresión del sentir del juez luego de haber razonado, en la privacía de su oficina, todas las ideas, conceptos y juicios a los que llegó al vivir el proceso, o a los que arribó luego de estudiar concienzudamente todas las constancias que integran el expediente en los casos en que delegó a su secretario de acuerdos la presidencia de los debates. Es esta la fase en la que el juez ejercita su potestad de condenar o absolver, al culminar el contradictorio y el juicio plenario, por lo que se le denomina jurisdicción plena, al actuar ya sólo el juez, en su competencia exclusiva de juzgar, o sea, declarar si la pretensión punitiva es procedente, o ha quedado destruida por el debate procesal. Según la legislación procesal penal, la sentencia debe reunir requisitos de fondo y forma. Los requisitos de forma, de acuerdo con los artículos 72 del CPPDF y 95 del CFPP, contemplan: El lugar donde se pronuncia. La designación del tribunal que la dicta. Los nombres y apellido del acusado, su apodo —si lo tuviere— el lugar de su nacimiento, su edad, su estado civil, en su caso el grupo étnico al que pertenezca, idioma, su residencia o su domicilio y ocupación, oficio o profesión. Un extracto breve de los hechos, exclusivamente conducentes a los puntos resolutivos de la sentencia, y que evite la reproducción innecesaria de constancias. Por lo que hace a los requisitos de fondo, estos consisten, de acuerdo con los citados preceptos, en: las consideraciones, fundamentaciones y motivaciones legales de la sentencia y la condenación o absolución que proceda y los demás puntos resolutivos correspondientes. De una interpretación teleológica de las fracciones V del artículo 95 del CFPP y IV del artículo 72 del CPPDF, y sistemática al relacionarlos con los artículos 16 y 19 constitucionales, 297, fracciones III, V y VI, del CPPDF y 161, fracciones II y III, del CFPP, se desprende que el juez debe comprobar los elementos del tipo y la existencia de la antijuridicidad y de la culpabilidad (responsabilidad penal), elementos que deben quedar comprobados en forma plena como fundamento de la sentencia condenatoria, en la que además debe puntualizares, de modo preciso, la clase y el término de las sanciones que se impongan, o bien, la inexistencia del delito para dictar una sentencia justa de absolución. La absolución también puede legalmente resolverse cuando exista duda, con fundamento en el artículo 247 del CPPDF, ello a partir del principio in dubio pro reo. Cabe detenernos, aquí, a reflexionar sobre la problemática que se presenta para los jueces del orden común, en los casos en que el Ministerio Público, al formular conclusiones acusatorias sin variar los hechos cambia el nomen iuris del delito (reclasifica), o bien la forma de intervención del sujeto a grado superior (de participación a autoría). No obstante que la ley de amparo da pauta para la reclasificación en esta fase procesal, los jueces, basándose en una interpretación extrema del artículo 21 constitucional, señalan que están sujetos a las conclusiones del Ministerio Público, que no pueden apartarse del marco señalado por la acusación y, en consecuencia, absuelven sobre la base falsa de fallas técnicas, porque el Ministerio Público se apartó del auto de plazo constitucional. Esto resulta infundado y, además, incomprensible cuando se trata únicamente del cambio de participación a autoría, si en la instrucción resultó probado que el cómplice no es tal, sino que intervino como coautor. Por ello, a fin de evitar la impunidad, debe crearse un precepto que, sin vulnerar el artículo 21 constitucional, aclare que las conclusiones del Ministerio Público son orientadoras y no vinculatorias hacia el juez. El tiempo para dictar la sentencia varía según se trate de un proceso sumario u ordinario. En el primer caso, el juez tiene la facultad de dictar sentencia en la audiencia denominada principal, después de que el Ministerio Público y la defensa hayan formulado verbalmente sus conclusiones, o bien dentro del los cinco días siguientes a aquella si el proceso se desarrolla en el fuero federal, y de tres días si es en el fuero común (artículos 309 del CPPDF y 307 del CFPP). Tratándose del proceso ordinario, la sentencia deberá dictarse dentro de los 10 días siguientes a la vista, salvo que el expediente exceda de 200 hojas, caso en el cual por cada 100 de exceso o fracción, se aumentará un día más al plazo señalado, sin que sea mayor de 30 días hábiles (artículos 329 del CPPDF y 97 del CFPP). Se distingue, sin mayor problema, la sentencia definitiva, que es la que “resuelve integralmente las cuestiones principal y accesoria, condenando o absolviendo al acusado”25, de la sentencia ejecutoria, que es aquella en contra de la cual la ley no admite ningún recurso ordinario que puede modificarla o anularla y que por ende, es irrevocable ante el juez de segunda instancia, pero puede ser modificada por el juicio de amparo. No obstante, el CFPP en su artículo 102, pasando por alto que la sentencia puede ser anulada por el juicio de amparo, establece que las resoluciones judiciales causan estado cuando las partes se conforman expresamente, no interponen los recursos en tiempo o cuando se resuelven los recursos planteados contra estas. El CPPDF en este punto sólo declara la ejecutoriedad de la sentencia, mas no la considera cosa juzgada (artículo 443). 3.8.2. Sobreseimiento La forma normal de terminación del proceso es la sentencia. El sobreseimiento es una forma anormal o anticipada de conclusión del proceso: el juez considera que ya no existe razón para continuar con este mismo y arribar a la decisión final. El sobreseimiento es de naturaleza eminentemente procesal, en sí mismo no tiene trascendencia jurídica; considera la doctrina en virtud de que requiere una causa específicamente establecida en la ley, un supuesto de fondo, lo que significa que tiene que darse un presupuesto jurídico para que opere el sobreseimiento, que visto así, es un simple instrumento administrativo para justificar el archivo del expediente. No obstante, el CFPP rebasa la naturaleza del sobreseimiento, al establecerlo como "causa de la causa”, ya no como efecto de una causa, desde el momento en que, según el artículo 138, párrafo primero, el Ministerio Público promoverá el sobreseimiento cuando exista, en favor del inculpado, una causa excluyente de responsabilidad, hipótesis que se establece también en la fracción VI del artículo 298, la norma que regula los casos de sobreseimiento. Lo anterior implica que, en la promoción de sobreseimiento, se motivará y fundamentará el aspecto negativo del delito que se invoque y, por consiguiente, cuando el juez resuelva entrará al estudio de fondo, de lo que resulta que el sobreseimiento ya no tendrá una causa anterior, una resolución de fondo por la que se considere extinguida la acción penal (libertad por desvanecimiento de datos, conclusiones inacusatorias, extinción de la acción penal, inexistencia del delito, etc.). Además de ello, tanto el artículo 138 en lo conducente, como la fracción VI del artículo 298, en cuanto se invoque en el caso concreto alguna causa de licitud o de inculpabilidad, resultarán incongruentes con el artículo 426 en relación con la fracción II del artículo 422, en razón de que en estos últimos el desvanecimiento de las pruebas de la probable responsabilidad da el efecto de una libertad por falta de elementos para procesar con las reservas de ley, en tanto que, conforme el artículo 304, si se invoca alguna causa de justificación o de inculpabilidad y con ello se destruye la probable responsabilidad penal, el sobreseimiento que cause estado surtirá los efectos de una sentencia absolutoria con valor de cosa juzgada. 25 González Bustamante, Juan José. Principios de Derecho Procesal Penal Mexicano, México: Ed. Porrúa, 1971, p. 233. Otro problema lo representan la fracción VII del artículo 298 del CFPP y la fracción VI del artículo 660 del CPPDF, en virtud de que el vocablo "inocencia del acusado" es demasiado amplio y da lugar a dudas en cuanto a su significado. Las hipótesis de sobreseimiento establecidas en la ley, relativas a la inocencia del acusado y al desvanecimiento de datos, en la práctica son aplicables en pocas ocasiones, por la dificultad que representa, para el procesado, la prueba de los presupuestos jurídicos para la procedencia de dicha figura procesal. Son causas de sobreseimiento, de acuerdo con los artículos 298 del CFPP y 660 del CPPDF, las siguientes: La confirmación o formulación de conclusiones inacusatorias, por el Procurador General de la República o el Procurador General de Justicia del Distrito Federal, según se trate de un proceso del fuero federal o del orden común. La solicitud del Ministerio Público en los casos en que durante el desarrollo del proceso aparezca que la conducta o los hechos no son constitutivos de delito, con base en la descripción que la ley haga como delito; que el inculpado no intervino en la realización del delito materia del proceso, que la acción penal está totalmente extinguida o existe una causa de inexistencia del delito. Cuando no se hubiere dictado auto de formal prisión o de sujeción a proceso; cuando aparezca que el hecho que motiva la averiguación no es delictuoso; o cuando, estando agotada esta, se compruebe que no existió el hecho delictuoso que la motivó. Cuando, habiéndose decretado la libertad por desvanecimiento de datos, esté agotada la averiguación y no existan elementos posteriores para dictar nueva orden de aprehensión (sería reaprehensión); o cuando, en cualquier estado de la instrucción y después de dictado el auto de formal prisión, aparezcan plenamente desvanecidos los datos que sirvieron para comprobar los elementos del tipo del delito. Cuando existan pruebas que acrediten fehacientemente la inocencia del acusado. En cualquier otro caso señalado por la ley. La autoridad facultada para decretar el sobreseimiento es exclusivamente el juez, según se desprende de la interpretación literal del párrafo penúltimo del artículo 298 del CFPP y se deduce del párrafo segundo del artículo 663 del CPPDF. Esto trae aparejada la discusión de cómo debe interpretarse el párrafo segundo del artículo 138 del CFPP, que expresamente alude a que los procedimientos se sobreseerán cuando, siguiéndose por delitos culposos de daño en propiedad ajena o lesiones (289 ó 290 del Código Penal), se cubra la reparación del daño; en el caso de que tal reparación se pague durante la averiguación previa, la solución es el no ejercicio de la acción penal, pues en la averiguación del delito no debe sobreseerse porque el Ministerio Público no está facultado para ello (el sobreseimiento únicamente es competencia del juez, y así lo señala en forma expresa la ley). Al respecto, la legislación procesal común no es clara. Prevé que, cuando el sobreseimiento sea a petición de parte, será el juez quien decida si procede o no (artículo 663, párrafo segundo), de lo que se desprenden las siguientes interrogantes: cuando proceda de oficio, ¿podrá también el Ministerio Público, no sólo el juez, resolver la procedencia o improcedencia del sobreseimiento?, ¿implica esto que el sobreseimiento puede operar desde la primera fase del procedimiento (averiguación previa, en el caso de la fracción VII)? Las respuestas debe ser en el sentido de que, si a petición de parte resuelve el juez, lógicamente este resolverá también cuando proceda de oficio, pues sólo él tiene tal facultad. El sobreseimiento se resolverá de plano cuando se decrete de oficio, y vía incidente no especificado cuando se decrete a petición de parte (artículos 664 del CPPDF y 301 del CFPP). El sobreseimiento es personal, lo que significa que sólo beneficiará al inculpado que se halle en algunos de los supuestos anteriormente señalados, por lo cual se continuará el proceso para el resto de los inculpados, en los casos en que aquel se siga en contra de varias personas (artículo 662 del CPPDF y 299 del CFPP). Y procede también en segunda instancia en materia federal (artículo 298). 3.8.3. Cosa juzgada y revisión Existe la cosa juzgada cuando la sentencia causa ejecutoria. Esto quiere decir que adquiere actitud para ser ejecutada, es firme, establece una verdad legal, que no admite posteriores rectificaciones, lo que jurídicamente se verifica cuando no existe medio de impugnación ordinario ni extraordinario (juicio de amparo) en contra de la sentencia, que pueda modificarla, revocarla o anularla. Ahora bien, la excepción a la regla (por así llamarla) la encontramos en el artículo 93, párrafo final, del CP . Según este, el perdón del ofendido o legitimado para otorgarlo extingue no sólo la acción, sino la ejecución de la pena, cuando se otorga en forma indubitable ante la autoridad ejecutora, lo que viene a quebrantar la idea de cosa juzgada, puesto que la decisión última de la autoridad judicial puede quedar sin efecto por la voluntad de una de las partes en sentido material, ni siquiera formal (el ofendido). Además, altera la función punitiva del Estado, que ya no podrá cumplimentar la ejecución total de la pena impuesta. 3.9. MEDIOS DE IMPUGNACIÓN Para Alcalá Zamora, los medios de impugnación son: actos procesales de las partes, orientados a obtener un nuevo examen total o limitado a determinados extremos, y un nuevo procedimiento acerca de una resolución judicial que el impugnador no estime ajustada a derecho, en el fondo o en la forma, o que considera errónea en cuanto a la fijación de los hechos. A este concepto podemos agregar la promoción de una nueva acción, la acción constitucional, cuando el medio de impugnación consista en un “recurso” extraordinario, como lo es el juicio de amparo. Por otra parte, la clasificación difundida entre los procesalistas es aquella que los distingue en ordinarios y extraordinarios. Esta división toma como punto de partida la resolución objeto del medio de impugnación: denomina ordinarios aquellos que se promueven en contra de resoluciones no definitivas, o que, siéndolo, aún no se encuentran en estado de ser ejecutadas, mientras que los extraordinarios son aquellos cuya procedencia se sujeta a la inexistencia de medios de impugnación ordinarios que puedan confirmar, modificar o revocar la resolución que se impugna, Algunos tratadistas introducen, en el ámbito de los medios de impugnación extraordinarios, instrumentos de impugnación que se utilizan en contra de resoluciones que han adquirido el carácter de cosa juzgada, los cuales correctamente Alcalá Zamora clasifica como medios de impugnación excepcionales; como ejemplo de estos últimos, podríamos citar el indulto necesario. Los medios de impugnación ordinarios, de acuerdo con la teoría dominante son: la revocación, la apelación, la denegada apelación y la queja; algunos señalan dentro de este rubro la reposición del procedimiento. Entre los extraordinarios, la teoría dominante cita el juicio de amparo. Sin embargo, parte de la doctrina indica que los medios de impugnación extraordinarios se interponen después de que ha operado la cosa juzgada; no son, obviamente, susceptibles de impedir la conclusión de una controversia que terminó con la sentencia ejecutoriada; abren entonces un nuevo juicio, para lo cual citan como ejemplo el indulto necesario26. No incluyen en esta clasificación el juicio de amparo, en virtud de que este es procedente contra sentencias definitivas o ejecutoriadas, pero en contra de aquellas que se han declarado cosa juzgada, pues precisamente este estadio de la sentencia surge cuando se ha negado el amparo. 26 Arilla Bas, Fernando, ob. Cit., pp: 167 y 168. 3.9.1. Hábeas corpus y amparo Abordar este tema nos conduce a repasar lo que se estudia bajo el rubro de funciones procesales del amparo27. En México se distingue entre amparo directo e indirecto, diferencia que emerge en nuestra Constitución de 1917, al señalar Emilio Rabasa que era diferente el amparo como proceso o como juicio, del amparo como recurso, lo que actualmente no se pone en tela de juicio, toda vez que, en efecto es muy diferente el amparo cuando se impugna una sentencia definitiva, de cuando se impugna cualquier otro acto de autoridad. Las funciones del juicio de amparo no se establecen expresamente como tales en la Ley de Amparo, sino que se desprenden del estudio sistemático de ella. Primera función: El amparo como instrumento procesal de tutela de la libertad de las personas, "que no solo comprende la libertad física, protegida tradicionalmente por el habeas corpus, sino toda la gama de derechos subjetivos públicos establecidos por la Constitución en beneficio de los habitantes del país"28. El amparo orientado a la protección de los derechos fundamentales requiere de un procedimiento especial, en el cual imperan los principios de prontitud, liberalidad (ausencia de formalismos), inmediación, concentración (número reducido de actuaciones y práctica de una audiencia de pruebas alegatos y sentencia) y oralidad, especialmente en relación con actos que se traducen en ataques a la libertad personal fuera de procedimiento judicial, como la deportación, el destierro o algunos de los actos prohibidos por el artículo 22 constitucional (el tormento, las penas de mutilación e infamia, la multa excesiva, la confiscación de bienes, la pena de muerte por delitos políticos y por todos aquellos que no sean traición a la patria en guerra extranjera, homicidio calificado, parricidio, piratería, privación ilegal de la libertad en su modalidad de plagio, al salteador de caminos y delitos graves del orden militar). Tales principios dan ciertas características a este tipo de amparo, entre las que se mencionan las siguientes: Establece un régimen de suplencia de la queja. No hay días ni horas inhábiles. El ejercicio de la acción no se ve afectado por la preclusión y puede hacerse valer en cualquier tiempo. El amparo puede ser solicitado por cualquier persona, aun cuando no tenga poder ni representación, o sea menor de edad, en los casos en que el agraviado se encuentre imposibilitado. Posteriormente con las facultades que le confiere la ley puede lograr la comparecencia del agraviado y obtener la ratificación de la demanda. La demanda de amparo, si es presentada por escrito, no requiere ninguna formalidad e inclusive puede presentarse por correo o telégrafo. También puede hacerse por comparecencia. Se prevé ejercicio de facultades concurrentes. En los casos en que en el lugar no haya juez de amparo, la demanda puede presentarse ante el juez de primera instancia dentro de cuya jurisdicción radique la autoridad que ejecuta o trata de ejecutar el auto reclamado, o en su defecto, ante cualquier autoridad judicial. El juez común posee la facultad de suspender provisionalmente el acto reclamado. La suspensión del acto reclamado debe hacerse de oficio. 27 En la actualidad otro jurista que se ocupa del estudio de las funciones procesales del juicio de amparo es Héctor Fix Zamudio, inspirado en las ideas de Niceto Alcalá Zamora. Citados por el Dr. José Ovalle Fabela en su conferencia impartida en la Universidad Panamerica, el 30 de abril de 1996. 28 Fix Zamudio, Héctor, Juicio de amparo. México:Editorial Porrúa. Pag. 243 Segunda función: Amparo contra leyes. Esta función se considera como la más genuina y estrictamente constitucional. A través de ella se ejercita una acción dirigida contra una ley que, desde su promulgación, cause agravio al gobernado (ley autoaplicativa), y se señala como autoridades responsables al Presidente de la República, secretarios de Estado, Congreso de la Unión y las legislaturas locales. Tal acción se hace valer mediante amparo indirecto. El quejoso tiene, a efectos de interponer la demanda de amparo, 30 días contados a partir de la promulgación de la ley, o 15 días posteriores al primer acto de aplicación (artículo 73, fracción XII, de la ley de amparo).La sentencia que dicte el juez de distrito es impugnable vía recurso de revisión ante la Suprema Corte de Justicia que conoce en pleno. Ahora bien, este no es el único medio por el cual los gobernados pueden invocar la constitucionalidad de las leyes. El particular que se vea afectado puede plantear la inconstitucionalidad de la ley en los conceptos de violación, en su demanda de amparo directo promovida ante el tribunal colegiado de circuito en contra de una sentencia judicial. En este caso, el tribunal va a revisar la legalidad y puede ocuparse, o no, de las cuestiones de constitucionalidad. En la práctica se opta por omitir el estudio de constitucionalidad. La autoridad responsable ya no es aquí quien promulgó, refrendó o creó la ley, sino el juez del proceso ordinario que fundó su resolución en una ley inconstitucional. El recurso de revisión procede, entonces, en contra de la sentencia dictada por este tribunal, al haber decidido sobre la constitucionalidad de la ley, o haber omitido decidir sobre esta. A dicho recurso se le conoce en la jerga jurídica como “recurso de inconstitucionalidad” y se promueve ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que conoce en pleno. Importa destacar que, en razón del principio de relatividad de las sentencias de amparo, la resolución que dicten el juez de distrito o los magistrados de circuito solo recaerá en la persona del particular que promovió el amparo, es decir, carece de efectos erga homnes, a diferencia de la acción de inconstitucionalidad, prevista en el artículo 105 fracción II, de la Constitución. Tercera función: Amparo contra sentencias judiciales. Se trata de un juicio por inexacta aplicación de la ley. En cuanto a los motivos que determinan su interposición, se señalan errores de forma o por quebrantamiento del procedimiento (in procedendo) y errores de fondo o violaciones a la ley o doctrina legal (in iudicando). El tribunal colegiado de circuito, que es la autoridad competente para conocer, no puede por disposición de la ley, hacer un nuevo estudio de los hechos, sino que se limita a apreciarlos tal y como fueron probados ante el juez ordinario. No va dictar una nueva sentencia, sino que reenviará el caso al juez del proceso para que este dicte la nueva sentencia. Por ello se afirma la semejanza entre el amparo contra sentencias judiciales y la casación. Actualmente se observa una inquietud por que el amparo evolucione, ya que existen figuras que no responden a la realidad. En este momento la que se denomina “nueva Corte” ha avanzado en materia de suspensión: existe un criterio de que debe estarse a la apariencia del buen derecho, es decir, que debe analizarse el fondo del asunto, pero no con profundidad porque se estaría prejuzgando, aunque sí en forma general; si de dicho estudio es evidente que el acto es inconstitucional, se concederá la suspensión, si no lo es, se negará. Otras cuestiones que se plantean se relacionan con el principio de relatividad de las sentencias, pues se piensa que, tratándose del amparo contra leyes, este trae como consecuencia desigualdad ante la ley y la existencia de un orden jurídico irregular, puesto que si en una sentencia de amparo se resolvió que determinada ley es anticonstitucional o inconstitucional, ello solo favorecerá al quejoso, pero no a quienes no acudieron al amparo y, por tanto, se les aplicará una ley inconstitucional. Por lo que hace al concepto de interés jurídico, debe cambiar para dar cabida, entre otros, a los intereses difusos. 3.9.2. Revocación La palabra recurso deriva del Italiano ricorsi, que significa tanto como volver a tomar el curso. La esencia del recurso es la devolución de la jurisdicción, es decir, turnar la causa a otro tribunal (de jerarquía superior) para que vuelva a ser examinado, características que no posee el denominado recurso de revocación. Las razones que pueden aducirse para justificar esta apreciación son: que no hay una devolución de la jurisdicción; que quien conoce de la revocación es el mismo que dictó la resolución que se impugna; que no se vuelve a examinar la causa, sino que se reducen a la nada los efectos jurídicos que el acto impugnado ha provocado; que el acto sigue siendo lo que es, sólo se quitan sus efectos. De conformidad con la legislación procesal penal, “el recurso” de revocación procede cuando en los códigos respectivos no se conceda el de apelación. Se interpone en el acto de la notificación o al siguiente día hábil. El juez ante quien se interponga lo admitirá o desechara de plano, si considera que no es necesario oír a las partes. De otra suerte, las citará a una audiencia verbal, que se celebrará dentro de los dos días hábiles siguientes a la citación, audiencia en la cual resuelve si revoca o confirma su propia resolución. Contra la resolución a la revocación, no procede recurso alguno (artículos 412 y 413 del CPPDF; 361 y 362 del CFPP). 3.9.3. Recurso de apelación En nuestra legislación, la apelaión es el único y verdadero recurso que se rige por el principio dispositivo, toda vez que la segunda instancia solamente se abre a petición de parte legítima, para resolver los agravios que deberá expresar el apelante al interponer el recurso o en la vista (artículos 415 del CPPDF y 364 del CFPP). Además de esta característica esencial, es un medio de impugnación ordinario, que tiene por objeto que el tribunal de segunda instancia examine si en la resolución recurrida no se aplicó la ley correspondiente o se aplicó inexactamente, si se violaron los principios reguladores de valoración de la prueba, si se alteraron los hechos o no se fundaron; en suma, le corresponde estudiar la legalidad de la resolución impugnada (artículos 414 del CPPDF y 363 del CFPP). El tiempo de interposición es de tres días si se promueve en contra de un auto, y de cinco si la resolución impugnada es la sentencia, contados a partir del día siguiente de la notificación de la resolución que se recurre (artículos 416 del CPPDF y 368 del CFPP); puede interponerse por comparecencia o por escrito. Es un recurso de efectos rescindentes y rescisorios, toda vez que el tribunal de segunda instancia, al tener las mismas facultades que el juez de primera instancia, substituye el auto o la sentencia que se hubieren impugnado por otros nuevos y, consecuentemente, resuelve con la plenitud de facultades que le confiere el artículo 427 del CPPDF. La suplencia de la deficiencia de los agravios solo opera tratándose de los formulados por el inculpado o cuando se advierta que, por torpeza, el defensor no hizo valer debidamente las violaciones causadas en la resolución recurrida (artículos 415 del CPPDF y 364 del CFPP). Quienes tienen derecho a apelar son: el Ministerio Público, el inculpado y su defensor, el ofendido o sus legítimos representantes, cuando su coadyuvancia haya sido reconocida por el juez de primera instancia, y únicamente para efectos de estudiar la reparación del daño, caso en el cual de sólo haber apelado el ofendido o sus legítimos representantes tratándose de sentencias mixtas, en las que se imponga pena por la comisión del delito y se absuelva por la reparación del daño, la sentencia de segunda instancia sólo se ocupara de dicha reparación (artículos 417 del CPPDF y 365 del CFPP). La apelación procede en ambos efectos tratándose de sentencias condenatorias. Esto significa que tiene efectos suspensivos, lo cual impide que se ejecute la resolución que se impugna. Con fundamento en los artículos 418 del CPPDF y 367 del CFPP, son apelables en el efecto devolutivo: las sentencias definitivas, que absuelvan al acusado, a excepción de las dictadas en procesos sumarios, sean condenatorias o absolutorias, los autos que se pronuncian sobre cuestiones de jurisdicción o competencia, los autos de ratificación de la detención, los autos de formal prisión o de sujeción a proceso, los autos que concedan o nieguen la libertad, los autos que mandan suspender o continuar la instrucción o el que los niegue los autos que resuelvan las excepciones fundadas en una causa de extinción de la acción penal, los autos que declaren que no hay delito que perseguir (según el CPPDF), los que nieguen la orden de aprehensión (de acuerdo con el CFPP) y los que nieguen la orden de comparecencia (dichos autos sólo son apelables por el Ministerio Público), los autos que concedan o nieguen la acumulación o la separación de procesos, y los que concedan o nieguen la suspensión del procedimiento, los autos que nieguen el cateo, las medidas precautorias de carácter patrimonial o el arraigo del indiciado, las demás resoluciones en que la ley conceda este recurso. Interpuesto el recurso, el juez que dictó la resolución apelada, lo admitirá o lo desechará de plano, según sea procedente, o no. Contra dicho auto no procede recurso alguno, con base en los artículos 421 del CPPDF y 370 del CFPP. Si lo admite turnará la causa al tribunal de alzada: en original cuando admita la apelación en ambos efectos, y remitirá sólo testimonio, cuando sea admitida en efecto devolutivo, dentro del plazo de cinco días. Recibido el expediente el Ad quem citará a las partes para la vista dentro de los 15 días siguientes. Estas tienen un plazo de tres días contados al siguiente de la notificación para impugnar la admisión del recurso o los efectos en que fue interpuesta. El tribunal debe resolverlo procedente dentro de los tres días siguientes; en caso de declarar que la apelación fue mal admitida, devolverá el testimonio y original al juez que dictó la resolución. En los supuestos en que las partes no impugnen, el tribunal de oficio al revisar la apelación podrá declararla mal admitida, y sin entrar al estudio de fondo de la resolución impugnada, devolverá la causa al juzgado de origen. En la audiencia de vista las partes expresarán sus alegatos. Una vez concluidos estos y sin que se hubieren ofrecido pruebas, las que debieron promoverse al ser citadas las partes a la vista o dentro de los tres días, se decretará cerrado el debate, y la sala deberá pronunciar su fallo dentro de los 10 días siguientes. En la práctica no se respeta dicho plazo, en primer término por el magistrado ponente, toda vez que en los expedientes complejos o aquellos de menor importancia sobrepasan en mucho el plazo legal, el que se aumenta al ser turnado a los otros magistrados, quienes tardan en la revisión. Por lo que hace a los alegatos, las partes presentan en el tiempo señalado para la vista, el que sí es estricto, sus agravios por escrito y generalmente se limitan a esperar la resolución, sin alegar nada en audiencia. En el supuesto que que se hubieren ofrecido pruebas y hubieren sido admitidas, serán desahogadas dentro de los cinco días siguientes al auto de admisión. La prueba testimonial no se admitirá en segunda instancia, sino respecto de hechos que no hayan sido materia de examen en la primera instancia (artículos 428 y 429 del CPPDF; 376 y 378 del CFPP). La documental pública es admitida hasta antes de que se declare vista la causa. Después de celebrada la vista, el Ad quem está facultado para practicar las diligencias que considere necesarias para ilustrar su criterio, las cuales decretará para mejor proveer, y practicará dentro de los 10 días siguientes, transcurridos los cuales cuenta con cinco días para fallar el asunto. Esto es prácticamente letra muerta; sólo en algunos casos muy relevantes y del dominio público se desahogan pruebas en esta instancia. Los efectos del fallo que recae al recurso de apelación consisten en confirmar, modificar o revocar la resolución apelada; pero si sólo hubiere apelado el sentenciado o su defensor, no se podrá aumentar la sanción impuesta en la sentencia recurrida (artículos 427 del CPPDF, 383 y 385 del CFPP). Al igual que el A quo, el tribunal de alzada en el proceso federal está facultado para cambiar la clasificación del delito y dictar la resolución por el que aparezca probado, cuando el recurso se haya interpuesto en contra del auto de formal prisión o de sujeción a proceso (artículo 385, párrafo segundo, del CFPP). No ocurre lo mismo en el orden común, en el que se presenta la problemática de que algunos magistrados, en extrema técnica jurídica, revocan el auto de formal prisión o la sujeción al proceso, en los casos en que, tratándose de los mismos hechos, el juez no señaló correctamente el nomen iuris que se adecuaba a aquellos. Cabe mencionar en este apartado los problemas que acarrea la fracción III del artículo 418 del CPPDF, en cuanto a la hipótesis de procedencia de la apelación en contra de los autos que declaran que no hay delito que perseguir, en virtud de que los tribunales de segunda instancia exigen, para entrar al fondo del recurso, que el juez haya hecho la citada declaración, pues en los casos en que sólo niega la orden de aprehensión, sin hacer alusión a tal frase, declaran improcedente el recurso de apelación, lo que da pauta a la impunidad en diversos asuntos, o a la resolución tardía de estos, por lo que mejor debiera establecerse como resolución apelable, aquella que niega la orden de aprehensión. 3.9.4. Reposición del procedimiento La reposición del procedimiento no es propiamente un recurso, pues no funciona en forma independiente, sino que se solicita en la expresión de agravios, al formular los respectivos en la vista, o en el momento de interponer el recurso de apelación. En el fuero federal, por disposición legal, la reposición del procedimiento por regla general sólo procede a petición de parte, pero en los supuestos en que el tribunal de apelación encuentra que hubo violación manifiesta del procedimiento que haya dejado sin defensa al procesado y que sólo por torpeza o negligencia de su defensor no fue combatida tal violación, para suplir la deficiencia del agravio ordenará de oficio que se reponga dicho procedimiento (artículos 386 y 387 del CFPP). Respecto del fuero común, la reposición del procedimiento sólo procede a petición de parte, como se señala expresamente en el artículo 430 del CPPDF, sin que exista ningún precepto que faculte a los magistrados que se impongan del recurso a ordenar de oficio la reposición. La reposición del procedimiento no podrá alegarse cuando la parte que la solicita se hubiere conformado expresamente o no hubiere promovido el recurso que la ley le concede en contra del acto que expresa como agravio, o no habiendo recurso no hubiere protestado contra dicho agravio en la instancia en que se causó (artículos 430 del CPPDF y 386 del CFPP). La controversia que podría plantearse aquí es en relación con la interpretación del vocablo “reposición del proceso”, empleado por el CFPP, y el término “reposición del procedimiento”, a que alude el CPPDF, en razón de que a raíz de las últimas reformas al artículo 20 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y a los artículos 128 del CFPP y 269 del CPPDF, el inculpado tiene el derecho a nombrar defensor y a ejercer plenamente el derecho de defensa desde la averiguación previa en tanto, que antes de las reformas, estos derechos, sobre todo el nombramiento de defensor, no se verificaban, hasta que el juez tenía la dirección del proceso en sí mismo considerado, es decir, en concreto en el acto en que aquel rendía su declaración preparatoria; de ahí que se entendiera que la reposición del procedimiento era procedente en relación con la violación de actos desarrollados en las fases del proceso subsecuentes al ejercicio de la acción penal ante los tribunales, pero no en las violaciones suscitadas durante el procedimiento de averiguación previa. Ahora podríamos cuestionarnos si el no permitir que el indiciado, durante el procedimiento de averiguación previa, nombre defensor o la omisión de designarle el de oficio; el no permitirle ofrecer pruebas; el no suministrarle los datos que necesitare para su defensa y que consten en el proceso; el omitir la designación de traductor en los casos en que el indiciado no hable o entienda suficientemente el castellano; podríamos cuestionarnos si estos hechos no constituirían causas de reposición del procedimiento, siempre que el indiciado hubiese externado su disconformidad con tales violaciones ante la autoridad persecutora y esta no hubiere hecho caso de la disconformidad. La reposición del procedimiento tiene como fuente las causas que expresamente se señalan en la ley, en los artículos 431 del CPPDF y 387 del CFPP, y son: Por no haberse hecho saber al inculpado durante la instrucción, ni al celebrarse el juicio, el motivo del procedimiento y el nombre de su acusador si lo hubiere. Por no haberse permitido que el inculpado, nombrara defensor o por no nombrársele el de oficio; por no habérsele facilitado la manera de hacer saber al defensor su nombramiento, y por habérsele impedido comunicarse con él o que dicho defensor lo asistiere en alguna de las diligencias del proceso. Por no habérsele designado traductor al inculpado que no hable o entienda suficientemente el idioma castellano, en los términos que señale la ley. Por no proporcionarle lo datos necesarios para su defensa, que constaren en el proceso. Por no habérsele careado con algún testigo que hubiere dispuesto en su contra, si el testigo rindió su declaración en el mismo lugar donde se sigue el proceso, estando allí también el procesado. Por no haber sido citada alguna de las partes para las diligencias que tuviere derecho a presenciar. Por no haberse recibido a alguna de las partes, injustificadamente, las pruebas que hubiere ofrecido, con arreglo a la ley. Por haberse celebrado el juicio sin asistencia del funcionario que debía fallar, de su secretario o testigos de asistencia y del Ministerio Público. Por existir omisiones graves de la defensa en perjuicio del sentenciado. Se reputan como omisiones graves de la defensa: no haber asesorado al inculpado sobre la naturaleza y las consecuencias jurídicas de los hechos imputados en el proceso, no haber asistido a las diligencias que se practicaren con intervención del inculpado durante la averiguación previa y durante el proceso, no haber ofrecido y aportado las pruebas necesarias para la defensa del inculpado. Por haberse hecho la insaculación de jurados en forma distinta de la prevenida por el código respectivo. Porque injustificadamente no se aceptó, al acusado o a su defensor, la recusación de alguno o algunos de los jurados hecha en la forma y términos legales. Por no haberse integrado el jurado por el número de personas que señala la ley o por carecer alguna de ellas de algún requisito legal. Por haberse sometido a la resolución del jurado cuestiones de distinta índole de las que la ley señala. Porque al acusado lo juzgó un tribunal de derecho, debiendo haberlo hecho el jurado, o viceversa. Por habérsele condenado por hechos distintos de los que fueron considerados en las conclusiones del Ministerio Público. Por haberse negado a alguna de las partes los recursos procedentes, o por haberse resuelto la revocación en forma contraria a derecho. Por haberse tenido en cuenta una diligencia que, según la ley, fuese nula. 3.9.5. Queja No es un recurso, pues no se dirige contra una resolución judicial ni tiene por objeto la modificación, confirmación o revocación de esta; no se vuelve a dar curso al proceso por el superior de la autoridad que decretó la resolución que se impugna ni opera la devolución de la jurisdicción. El quid de la queja, su finalidad, radica en una llamada de atención a los jueces por sus omisiones, consistentes en no dictar las resoluciones en el tiempo previsto en la ley, no señalar la práctica de diligencias dentro de los plazos o términos previstos, no cumplir con las formalidades a que deben sujetarse las actuaciones o no despachar los asuntos de conformidad a lo preceptuado en los códigos procesales (artículos 398-Bis del CFPP y 442-bis del CPPDF), esto es, no se entra a un estudio de fondo de las resoluciones. De ello se observa, con claridad palmaria, que la queja procede por incumplimiento de los deberes del juez; por tanto se evidencia que no es un recurso, aunque la ley la denomine de esta manera y la contemple en el título de los recursos. En la práctica, la mayoría de "quejas" presentadas en contra de los jueces no tienen su causa en las omisiones de estos, sino en cuestiones de fondo que, por torpeza, descuido o ignorancia, no se hicieron valer en la vía respectiva, por lo que la queja tiene que ser desechada. 3.10. PROCEDIMIENTOS ESPECIALES En el ámbito del derecho procesal en México, el procedimiento contra ausentes es propio del proceso civil, y se le conoce como declaración de ausencia y presunción legal de muerte. Por lo que hace al procedimiento abreviado o acelerado, la legislación lo denomina sumario; de este ya nos ocupamos al hablar de la instrucción judicial. En lo tocante al procedimiento de faltas, es competencia del juez calificador y, por lo tanto, meramente administrativo, no procesal; se verifica por infracciones a reglamentos, por ejemplo, al Reglamento de Tránsito, Reglamento de Policía y Buen Gobierno, etcétera. 3.11. CONSECUENCIAS ECONÓMICAS DEL PROCESO 3.11.1. Costas judiciales y de la defensa En el derecho procesal mexicano no se pagan costas judiciales. El servidor público encargado o auxiliar de la administración de justicia que las cobrare, será destituido de su empleo y podrá ponerse a disposición del Ministerio Público en caso de que su conducta sea constitutiva de algún tipo penal (artículos 23 del CPPDF y 35 del CFPP). Tales disposiciones son aplicables a todas las fases del procedimiento; en consecuencia, la prohibición del cobro de costas se aplica también a los servidores públicos encargados de la procuración de justicia; así los citados servidores públicos quedan impedidos en sus respectivas esferas, para recibir cualquier cantidad de dinero, aun cuando solo sea a título de gratificación. No obstante, en la práctica los servidores públicos de las procuradurías y parte considerable de los de la administración de justicia, reciben dinero de las partes para acelerar algún trámite, realizarlo o adelantar audiencias y, lo que es más grave, en la averiguación previa el dinero se solicita en ocasiones para que la investigación sea tal que el sujeto resulte libre de responsabilidad. La prohibición de las costas judiciales en la administración de justicia, derivada del servicio gratuito de los tribunales, encuentra su fuente originaria en el artículo 17, párrafo segundo, de la Ley Suprema de nuestro país. En cambio, los gastos que se originen en el proceso por diligencias solicitadas por el inculpado o su defensor, serán pagados por quien los promueva (artículos 36 del CFPP y 23 del CPPDF), excepto que se halle imposibilitado para cumplir con el pago, caso en el cual, si el Ministerio Público estima que las diligencias solicitadas son necesarias para el esclarecimiento de los hechos y hace suya tal petición, los gastos estarán a cargo del erario federal (artículo 36, párrafo segundo, del CFPP), al igual que los originados en la averiguación previa o por diligencias acordadas de oficio por el tribunal o a solicitud del Ministerio Público (artículos 36, párrafo primero, del CFPP y 23 del CPPDF). En cuanto a las costas de la defensa, si quien la lleva es un defensor de oficio, su servicio es gratuito, pues goza de un salario que está a cargo del Departamento del Distrito Federal o de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, según sean del orden común o federal. A ellos no les está prohibido recibir, como muestra de gratitud, obsequios, que no deben rebasar de 10 veces el salario mínimo vigente en el Distrito Federal (segúnn el artículo 88 de la Ley Federal de Responsabilidades de los Servidores Públicos). Si la defensa está a cargo de un defensor particular, sus honorarios corren a cargo del inculpado; estos los fija el defensor, en forma libre, pues correctamente no existe un tabulador de salarios profesionales para los independientes. 3.11.2. Confiscación y decomiso Con base en su naturaleza, estas formas de restricción del derecho de propiedad difieren una de la otra. La confiscación es una pena de desposesión total de los bienes de un reo, por la comisión de delitos tipificados como graves; dicha desposesión alcanza a todo el patrimonio del reo29. El decomiso, en cambio, “es la privación coactiva de sólo una parte de los bienes de una persona por razones de interés público, ya sea con fines de protección, seguridad, moralidad”30, esto es, no sólo consiste en una pena, sino que su esfera de aplicación es más amplia que la confiscación; esta se circunscribe al derecho penal, en tanto que aquel se extiende a otras áreas del derecho, como la administrativa, al contemplarse en la Ley General de Vías de Comunicación, Ley General de Salud y la Legislación Aduanera. La confiscación como pena trascendental está prohibida en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, según el párrafo primero del artículo 22. En el párrafo segundo se prevé “la aplicación total o parcial de los bienes de una persona hecha por la autoridad judicial, para el pago de la responsabilidad civil resultante de la comisión de un delito, o para el pago de impuestos o multas”, a la cual la Ley Suprema no considera como confiscación, como tampoco al decomiso ordenado por la autoridad judicial de los bienes en caso de enriquecimiento ilícito. De ahí que las leyes secundarias que regulan la privación parcial de bienes hecha por la autoridad judicial por los conceptos antes señalados son las que le dan la connotación de decomiso. Cabe señalar que, a esta fecha (junio de 1996) existe una minuta proyecto de reformas a distintos artículos de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, a la que hemos hecho mención, según la cual, en el artículo 22, párrafo segundo, se prevé que no se considerará confiscación “... el decomiso de los bienes propiedad del sentenciado, por delitos de los previstos como de delincuencia organizada, o el de aquéllos respecto de los cuales éste se conduzca como dueño, si no acredita la legítima procedencia de dichos bienes”. Así el CPPDF vigente, al establecer en el artículo 24, el catálogo de penas y medidas de seguridad, contempla, en el número 8, el decomiso como pena, no así la confiscación. Junto al decomiso como pena genérica, el citado artículo prevé el decomiso de bienes correspondientes al enriquecimiento ilícito (número 18), hipótesis que, específicamente y con la connotación de decomiso, se establece en el párrafo segundo del artículo 22 de la Constitución. Del decomiso como sanción penal entendemos, luego de analizar los artículos 40 y 41, que la disposición de los bienes recae no en cualesquiera de los bienes sobre los cuales el inculpado tenga algún derecho, sino únicamente en los bienes empleados como medio o instrumento para ejecutar el delito, o en los que sean producto de este, independientemente de que sean de uso prohibido, o no, pues tratándose de delitos dolosos, también se decomisan los que son de uso lícito. El decomiso se ejecuta una vez que la sentencia en que se imponga como pena adquiera la calidad de cosa juzgada. Ahora bien hemos visto que la aprehensión y retención de los citados bienes puede realizarala el Ministerio Público durante el procedimiento de averiguación previa, o el juez durante el desarrollo de la dirección del proceso. En el primer supuesto, cuando los bienes asegurados sean narcóticos (o se trate de plantíos de narcóticos), la ley faculta al Ministerio Público para destruirlos, y conservar sólo una muestra suficiente como objeto de dictámenes periciales (artículo 182, párrafos tercero y cuarto, del CFPP). La destrucción de los bienes asegurados por la autoridad persecutora o judicial, no sólo se aplica en relación con los narcóticos, sino con los objetos de cualquier naturaleza que sean nocivos o peligrosos (artículo 40 del Código Penal). Ello se explica porque las cosas nocivas per se no gozan de 29 30 Martín Alcaraz, Fernando. Confiscación, Decomiso y Secuestro Administrativo, Tesis, UNAM, 1962. Martín Alcaraz, Fernando. ob. cit., p. 39. la protección constitucional; por lo tanto, su destrucción sin que haya mediado un debido proceso legal, no es violatoria de las garantías de audiencia y legalidad, previstas en los artículos 14 y 16 constitucionales. Las autoridades ministerial y judicial, en estos casos, pueden optar ya sea por la destrucción de los bienes nocivos o peligrosos, o por su conservación para fines de investigación o docencia (Artículo 40, párrafo segundo, del CPDF y R.). El decomiso tiene por objeto tanto bienes muebles como inmuebles, según se deriva de los artículos 40 del CPDF y R, y 181, párrafo último, del CFPP. El decomiso sobre bienes inmuebles tiene lugar tratándose de tierras utilizadas para sembradíos de mariguana, papaver somniferum o “adormidera”, y otros estupefacientes (artículo 181, párrafos tercero y séptimo, del CFPP), caso en el cual, si son terrenos agropecuarios o apropiados para destinarse a esas actividades, se entregarán a las autoridades competentes para su regularización (artículo 181, párrafo final, del CFPP). Pero no solo tratándose de tierras agropecuarias, también pueden ser objeto de decomiso otros inmuebles utilizados como medio para la comisión del delito o que sean producto de él. No pasamos por alto los supuestos en que los instrumentos, objetos o productos del delito, al momento de ser “asegurados” por la autoridad que conozca del proceso (Ministerio Público, juez), se encuentren en poder de un tercero que tenga derecho sobre ellos, porque son de su propiedad o los adquirió por cualquier título; en estos casos, solo se decomisarán si el tercero es autor del delito de encubrimiento (artículo 40, párrafo primero, parte segunda, del CPDF y R). Finalmente se discute si, al preceptuar el decomiso como pena accesoria, el derecho penal, respeta las garantías de defensa y legalidad. La respuesta es afirmativa, en virtud de que, para su ejecución, el sujeto a quien se decomisan determinados bienes fue parte en un proceso, en el que gozó de los derechos fundamentales propios de un debido proceso legal, en el cual se demostró su autoría o participación en la comisión de determinado delito, para el que empleó tales o cuales bienes de su propiedad u obtuvo un provecho ilícito de la comisión; por tanto, no puede alegar que, al desposeerlo de esos bienes, se violan sus derechos de posesión o propiedad. 3.11.3. Devolución de los objetos intervenidos Al tratar el tema relativo a las medidas cautelares reales, se expuso la facultad legal del Ministerio Público, de la Policía Judicial y hasta del juez, de recoger y retener los bienes que pueden servir a la prueba del delito. Ahora bien, se deduce que, entre esos casos, algunos no son producto del delito ni fueron empleados como medio o instrumento para su comisión, sino que son objeto material del delito o únicamente sirvieron y fueron retenidos como prueba porque en ellos se encontraron huellas o vestigios del mismo, o no se demostró que hubieran sido instrumentos o que sean producto del delito. En resumen, son bienes no objeto de decomiso y deberán ser devueltos por la autoridad investigadora o judicial que los tenga a su disposición, a la persona que tenga derecho a ellos, en un plazo de 90 días naturales, contados a partir de que hubiere sido notificada (artículo 41, párrafo primero, parte primera, del CPDF y R). Los bienes que no hubieren sido recogidos en el plazo citado, se enajenarán en subasta pública y el pago por la venta se entregará a quien tenga derecho a recibirlo; pero si este no se presenta a recibir el pago del precio de la venta dentro de los seis meses de haber sido notificado, transcurrido dicho tiempo tal pago se aplicará al mejoramiento de la administración de justicia, según dispone el citado precepto en la parte segunda. Y va más allá la ley, al establecer en el párrafo segundo del citado artículo 41, que en el caso de bienes que no se deban destruir y que no se puedan conservar o sean de costoso mantenimiento, se procederá a su venta inmediata en subasta pública, y el producto se dejará a disposición de quien tenga derecho por un plazo de seis meses, que se computarán a partir de que haya sido notificado; si no se presenta pasados los seis meses, se destinará al mejoramiento de la administración de justicia. Verdadera problemática gira en torno a los bienes intervenidos, cuando analizamos el artículo 41 del CPDF y R y observamos que el autorizar la enajenación de los bienes sin obtener el consentimiento del propietario o poseedor prácticamente le está privando de sus derechos, sin haber sido sujeto de un debido proceso, con lo cual se vulnera la garantía prevista en el artículo 14 constitucional. Ello en la óptica del mundo del deber ser, pero si nos colocamos en el mundo del ser, en la realidad, este precepto tiene ventajas prácticas, pues de actualizarse impide gastos de mantenimiento y conservación de los bienes a que están obligadas las autoridades que los tienen a su disposición, o la destrucción o deterioro de los que no puedan conservarse o sean de costoso mantenimiento. En todo caso, no existe ningún antecedente de alegato por parte de la defensa ante los tribunales de amparo, de la anticonstitucionalidad del artículo 41. 3.11.4 Indemnización a la víctima y al perjudicado La indemnización de los daños y perjuicios causados al sujeto pasivo de la acción y el delito, al igual que la restitución del objeto material o el pago del precio de este, así como el pago de los perjuicios, constituyen, según el derecho penal mexicano, formas de la reparación del daño (art.30 del CP), y ésta a su vez se describe en el Código Penal para el Distrito Federal en Materia del Orden Común y para toda la República en Materia Federal, como una pena pública (de naturaleza pecuniaria, artículo 29) que debe ser exigida de oficio por el Ministerio Público (artículos 30-bis y 34). Por tratarse de una pena accesoria, la reparación del daño puede negarse por el juez al dictar su resolución definitiva, caso en el cual, de haber condenado por la comisión del delito o delitos, la víctima u ofendido pueden optar por dos vías: una, impugnar la resolución ante el tribunal de alzada, o bien ejercitar su acción ante la autoridad civil. Esta última vía también la puede ejercitar en los casos de no ejercicio de la acción penal, sobreseimiento o sentencia a absolutoria (artículo 34, párrafo final, del CPDF y R). En las últimas reformas al citado ordenamiento (enero 1994), la reparación del daño encuentra un significativo avance en cuanto a su ejecución, ya que, con base en el artículo 37, "la reparación del daño se mandará a hacer efectiva, en la misma forma que la multa. Una vez que la sentencia que imponga tal reparación cause ejecutoria, el Tribunal que la haya pronunciado remitirá de inmediato copia certificada de ella a la autoridad fiscal competente y ésta, dentro de los tres días siguientes a la recepción de dicha copia, iniciará el procedimiento económico-coactivo, notificando de ella a la persona en cuyo favor se haya decretado, o a su representante legal". Sin embargo, este punto constituye, en la práctica, un derecho que generalmente no se lleva a la realidad, en razón de que el Ministerio Público en muchos casos, no le da la importancia debida a la aportación de pruebas para comprobar la reparación del daño, limitándose a su sola solicitud, lo que conlleva la absolución por el juez. Otra cuestión que debe resaltarse es que la actuación judicial en este sentido es muy estricta. Resulta excepcional que los jueces condenen al inculpado a la indemnización por el daño material y moral; fundan su actuar en que no existen pruebas idóneas para comprobar el daño moral. En cuanto a la indemnización del daño material resultante de los delitos contra la integridad corporal, no existían normas para su cuantificación como las que actualmente se prevén en el artículo 556, fracción I, párrafo segundo, del CPPDF, que remite a las disposiciones relativas de la Ley Federal del Trabajo, norma que también es una directriz por seguir en cuanto al daño moral proveniente de la comisión de delitos contra la vida. 4. CONCLUSIONES 4.1 GARANTÍA NORMATIVA DE LA PROTECCIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS EN EL PROCESO PENAL En el derecho mexicano, el instrumento procesal específicamente creado para proteger en forma rápida, eficaz, directa y con efectos reparadores, los derechos fundamentales del gobernado, es el juicio de amparo en una de sus facetas. 4.2. SITUACIÓN EFECTIVA DE LA PROTECCIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS EN EL PROCESO PENAL Hemos señalado que, de acuerdo con la Ley Suprema y la legislación procesal, sí existe la protección de los derechos humanos en el proceso, pero ¿qué pasa en la realidad? Se comenta entre las personas que, durante la fase de averiguación previa, el Ministerio Público y la Policía Judicial todavía en algunos casos no respetan los derechos humanos: se detiene a los indiciados sin orden de autoridad judicial fuera de una excepción real de flagrancia, aun cuando formalmente aparezcan comprobados los extremos de esta misma. Por ejemplo, existe una investigación en contra de X por homicidio calificado, una vez que la Policía logra su localización, lo sigue, argumentando que su conducta es sospechosa, lo intercepta y le encuentra un arma de uso prohibido; por tanto, lo detiene por portación de arma prohibida; el Ministerio Público integra la averiguación en 48 horas y ejercita acción penal por ambos delitos, aun cuando en realidad el sujeto, en el momento de ser detenido, no portaba arma alguna. Otro ejemplo: en el caso urgente en varias ocasiones el argumento del riesgo de que el inculpado se evada de la acción de la justicia no es del todo verdadero. En casos de delitos graves, sobre todo de crimen organizado, se continua empleando la coacción física o moral al tomar las declaraciones ministeriales. En los asuntos de menor importancia en cuanto a su repercusión social o no graves —como un robo simple de menor cuantía, fraudes, abusos de confianza— a un solo sujeto pasivo, sí es marcado el respeto de los derechos humanos. En el ámbito judicial (en el fuero común y federal en el Distrito Federal), se nota una línea de apego hacia la ley. Lo que falta es un conocimiento más profundo del derecho procesal penal vigente conjugado con la realidad, así como de la teoría del delito. 4.3. PROPUESTAS DE REFORMA 1. Es necesario crear la norma adjetiva que regule la actuación de la autoridad judicial en los supuestos de no ejercicio de la acción penal. 2. Debe robustecerse, en los códigos procesales, el principio de impulso procesal, en el aspecto relativo a que el juez se allegue de las pruebas para el encuentro de la verdad material. 3. Dada la trascendencia de la flagrancia y de la notoria urgencia, toda vez que hacen legales las detenciones sin orden de autoridad judicial, la calificación de tales excepciones no debe hacerse inmediatamente después de recibir la consignación: pues este lapso no es suficiente, en razón de que técnicamente para determinar si hay flagrancia deben acreditarse los elementos del tipo que estaba cometiendo el inculpado al ser detenido; por tal imposibilidad, lo que en la práctica se hace es un análisis superficial y no de fondo, que va en contra de la seguridad jurídica. 4. En cuanto a los plazos establecidos para la asunción de las pruebas en el proceso sumario del fuero común, estos son insuficientes para el ejercicio pleno del derecho de defensa. Debe tomarse en cuenta la complejidad de una ciudad como el Distrito Federal, donde, por ejemplo, las comunicaciones no llegan en tiempo por la distancia, lo que retrasa las audiencias; esto produce que los testigos no se presentan, lo cual va en perjuicio del procesado. Por tanto, debe otorgarse un plazo mayor para el ofrecimiento y desahogo de pruebas en el proceso sumario común. 5. Existe una falta de respeto a la autoridad judicial, un debilitamiento de su poder. Aquí su imagen no es representativa como en otros países, no ejerce una real autoridad sobre los participantes en el proceso. En no pocos casos tales motivos determinan que los testigos no se presenten cuando son citados a declarar. Por ello deben establecerse preceptos, o fortalecerse los existentes, que tiendan con mayor eficacia a hacer obedecer los mandatos judiciales. 6. Se deben colmar las lagunas existentes en ambos códigos procesales, derivadas de la facultad dada al inculpado de solicitar la ampliación del plazo constitucional, pues no señala la ley cómo debe actuarse en los casos en que siendo varios consignados, sólo uno de ellos solicita la ampliación del plazo. En relación con los otros, ¿el juez debe resolver su situación jurídica, o se les aplica automáticamente la ampliación del plazo? 7. En donde también la ley denota que no es del todo equitativa, es en cuanto a que, por un lado, admite la reclasificación y, por otro, sobre la base de que el Ministerio Público es titular exclusivo de la acción penal, sujeta al juez a la formalización de la acusación de aquel, lo que acarrea consecuencias del todo trascendentes, pues si el Ministerio Público incurre en una falla técnica, quedará a la conciencia del juez absolver al culpable por tecnicismos legales o condenarlo sobre la base de las pruebas y su propia convicción, ya no sujetándose a la acusación. 8. El careo indudablemente es una diligencia de enorme trascendencia para los fines del proceso, pues resulta indispensable para el esclarecimiento de los hechos. De ahí que deba modificarse el artículo constitucional y los preceptos procesales que dejan a la solicitud del procesado la celebración del careo con quienes depongan en su contra, quitándole al ofendido su derecho a rebatirle, en los casos muy frecuentes en que aquel no solicite ser careado. 9. Deben reformarse los artículos 59 del CPPDF y 87 del CFPP, que establecen la posibilidad de celebración de las audiencias en ausencia del inculpado (contumacia), pues son contrarios al derecho de defensa. También ha de modificarse el artículo 314 del CPPDF, pues actualmente no hay claridad en sus preceptos, es escabroso cuando habla del agotamiento y el cierre de la instrucción; debe preverse, como se hacía anteriormente, una instrucción más amplia, pero única. 10. Las conclusiones deben ser orientadoras y no vinculantes del juez, lo que vendría a resolver los grandes problemas con que se enfrentan los jurisdicentes en los casos de fallas técnicas del acusador, pues hasta hoy tienen que hacer caso a su conciencia y condenar al culpable, o sujetarse a las conclusiones y dejarlo libre por una simple falla técnica.31 11. Es preciso adherir una norma que permita la intervención del teléfono y otros medios de comunicación electrónica, así como la correspondencia del inculpado, desde la averiguación previa, en casos que realmente lo ameriten, tratándose de delitos graves vía solicitud debidamente fundada y motivada del Ministerio Público ante el juez. Debe fijarse un plazo para que el juez resuelva, que sea acorde a las necesidades de la investigación y suficiente para el estudio de la petición. 12. Se deben establecer, junto a los medios tradicionales de prueba existentes, otros que respondan a los avances electrónicos, que actualmente son empleados por la denominada delincuencia de “cuello blanco”, así como fortalecer la prueba pericial y desarrollarla conforme los adelantos tecnológicos y científicos en materia de criminalística. 31 Propuestas por el licenciado Bernardo Tirado Gutiérrez, Juez Penal del Orden Común, actualmente Asesor del Presidente del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal. 13. Debe derogarse el artículo 138, párrafo primero, del CFPP, pues trasciende la naturaleza propia del sobreseimiento. 14. Han de crearse las normas relativas al principio de oportunidad en delitos leves y de poca trascendencia social, como los señalados en el párrafo segundo del artículo 138 del CFPP, o bien, normas que prevean la conciliación como medio para la autocomposición. 15. Otra propuesta consiste en el establecimiento, en materia procesal penal,, de la defensa a cargo de abogados titulados, con el objeto de que, en aquellos casos en que el inculpado nombre para que lo defienda a una persona de su confianza que no sea perito en la materia o a un pasante, esté garantizado su derecho a una debida defensa.