LA SANTA CUEVA DE MANRESA NUESTRA SEÑORA DE

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REINALDO MUÑOZ OLAVE
LA SANTA CUEVA DE MANRESA
NUESTRA SEÑORA DE MONSERRAT
RECUERDOS DE VIAJE
AÑO DE 1930
C O N C E P C I Ó N (CHILE)
EDITORIAL D E
LA LIBRERIA
1931
DIOCESANA
SALUDO Y ADHESION
E n varios números del diario «La Patria», de esta ciudad, aparecieron, en los primeros días de este mes, algunos «recuerdos de
viaje por España», en una carta dirigida al Director del diario. En
ella hacía el autor interesantes y afectuosos recuerdos de dos san'
tuarios catalanes: la «.Santa Cueva de Manresa» y «Nuestra Señora
de Monserrat».
La carta f u é leída con interés por los españoles residentes en
esta ciudad, especialmente por los catalanes, y de su lectura se originó la idea de tener reunidos en un solo cuerpo lo que en el diario
apareció fraccionado, en los varios días que duró la publicación: este
folleto es la realización de la dicha idea.
Otro motivo impulsó a los catalanes a publicar este folleto. Se
celebrarán este año en el monasterio de Monserrat grandes solemnidades, en conmemoración del noveno centenario de su fundación,
y del primer cincuentenario de la proclamación de la Moreneta como
Patrona de Cataluña. A esas fiestas desean los catalanes adherir
con todo el amor y veneración de buenos hijos a tan buena Madre,
y acuerdan publicar, contando para ello con la entusiasta aprobación
y adhesión del autor, «estos recuerdos» en un folleto. Estiman ellos
que esta publicación será una nota simpática en el concierto de las
alabanzas con que se honrará a María de Monserrat en la conmemoración de dos acontecimientos tan faustos en la historia de la
célebre abadía monserratina.
Concepción, (Chile), 20 de Enero de 1931.
RECUERDOS DE VIAJE
Lanjarón (Granada - España), 15 de Septiembre de 1930.
Señor director de «LA PATRIA».—Concepción (Chile).
Mi estimado señor Director.
Al salir de Concepción, un buen amigo, al despedirse de mi,
me deseó buen viaje y agregó: «que no se le enmohezca la pluma
por las tierras que va a recorrer; no se le olvide mandar algunas letras suyas para saber por dónde anda y qué hace»,
Espero, señor Director, que estas letras que le remito, si usted
las encuentra dignas de la publicidad, le dirán a mi amigo que estoy vivo y le darán noticia de algo de lo que voy haciendo.
Después de dar cima a la obra que me llevó a Roma, y de una
breve expedición por el Oriente, me vine a esta hospitalaria España, a continuar la obra comenzada ón la Ciudad del Vaticano. Para
reconfortar el espíritu, así que pisó tierra española, visitó los dos
santuarios más interesantes de la industriosa Cataluña: el de la Santa Cueva de Manresa y el de Nuestra Señora de Monserrat.
Uno y otro son grandes centros de piedad, aunque de muy
opuesta especie; en ambos recibe el devoto peregrino impresiones
muy hondas, que dejan un recuerdo que no se borrará jamás. Con
lo que en ellos vi y oí, tomando lo principal, he escrito estas páginas que le envío, y que usted, señor Director, se servirá leer o hacer leer, a fin de que, si estima que pueden ser del agrado de los
lectores de su importante diario, las haga publicar.
I
LA SANTA CUEVA DE MANRESA
E n el santuario de Manresa se guarda con austera veneración
la gruta o cueva en donde Ignacio de Loyola, el vencedor de Pam-
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piona y el vencido de Dios Nuestro Señor de la casa señorial de los
Yáñez de Oñez de Loyola, se retiró, después de su conversión, a
hacer penitencia y a prepararse a la nueva vida de soldado de Cristo, que pensaba emprender.
En ese lugar solitario y abrupto aprendió la nueva táctica con
que pelearía las batallas del propio vencimiento, y del celo apostólico con que habría de ganar tantas almas para su nuevo rey, Cristo
Jesús. Allí, entre las penalidades de la penitencia y con las instrucciones que le daba su nuevo Jefe, escribió el libro de los Ejercicios
espirituales, ese pequeño código en cuyos artículos se contienen reglas seguras de santidad, como lo han acreditado siglos de experiencia y, en muchas ocasiones, la palabra oficial de la Santa Iglesia, que habla por boca de sus Pontífices en forma tan elocuente
como de honra y elogio para Ignacio de Loyola: el actual Pontífice
Su Santidad Pío XI, ha excedido los elogios, en una importantísima Encíclica en que encarece el mérito del libro de los Ejercicios
y declara a San Ignacio, Patrono de los ejercicios espirituales, cuya
práctica recomienda.
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:¡:
La Santa Cueva es una capilla pequeña, que tiene por muros
(frontero y de la izquierda) y por cobertura o cielo la roca viva del
monte en cuyas laderas la cavó la naturaleza; el lado que mira hacia abajo, hacia el río Cardoner, que corre al pie del monte, lo cierra
un muro artificial; el otro lado está abierto, hacia un largo pasillo,
de plano inclinado, que conduce a la nave derecha de la iglesia principal, edificada a la falda también del monte y a mayor altura que
la Cueva.
La capilla y el pasillo que dan a la iglesia son un primor de
de arquitectura. El amor de los hijos de Ignacio, los Jesuítas, no ha
escatimado sacrificios para hacer un hermoso santuario de aquella
cueva agreste y bravia, que es, en rigor de verdad, la verdadera
cuna de la Compañía de Jesiís. No cabe aquí, señor Director, hacer
una descripción de las bellezas de arte que hermosean la Cueva;
cabe sí una idea somera de lo que podríamos llamar la belleza moral del santuario.
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Junto a la Cueva se levanta un grande edificio, destinado a la
vivienda de los religiosos que lo sirven; a dar frecuentemente ejercicios espirituales a toda clase de personas, privadas o íntimas, y
públicos o externos, según la clase de ejercitantes. El día de mi llegada estaban en retiro espiritual de una semana, treinta y cinco jóvenes clérigos, alumnos de Filosofía y ciencias eclesiásticas de un
Seminario de la región.
En la iglesia pública ejercen los Jesuítas un variado e interesante ministerio sacerdotal de gran provecho, no sólo para el vecindario, sino también para las regiones vecinas y aún para España.
Tiene todavía otro destino aquella casa: allí se congregan cada
año los jóvenes sacerdotes que deben hacer lo que llaman los jesuítas la «tercera probación», o los tercerones, como se los llama vulgarmente.
Después de algún tiempo de recibida la ordenación sacerdotal,
y de haber ejercido ¡>u ministerio en las múltiples actividades a que
se dedican los jesuítas, se congregan allí los jóvenes a quienes toca
el turno; por espacio de un año y bajo la dirección de un sacerdote
experimentado, se entregan a la tarea de dar lo que puede llamarse
la última mano a la formación de su espíritu, y a recibir, de boca de
un religioso sabio y santo, las postreras lecciones que oyen en calidad de alumnos o dirigidos.
Guardo entre los recuerdos gratos, relacionados con esta santa
casa, el de que a un tercerón chileno debí—en parte—el poderme
hospedar en ella, hace esto ya muchos años, la primera vez que lie.
gué hasta sus puertas de entrada: era nuestro querido amigo el P.
Silvestre Correa, que me sirvió para doblegar la energía tenaz del
Hermano Portero, que se negaba a permitirme la entrada, por la
única razón de que no le presentaba documento con qué acreditar
que yo era hombre de bien y buen cristiano. Pasado el incidente,
el heroico hermano fué mi grande y buen amigo; y el P. Correa
murió, pasados algunos años, después de haber ejercido en Concepción un honroso apostolado.
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No sería honrado, si no apuntara aquí un hecho que creó un lazo de unión entre nuestro querido Chile y la casa solariega jesuíta
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de Manresa. E n un gran hall, situado en el centro de uno de los pisos superiores, en uno de los muros que lo circundan, había una
plancha de mármol, con una larga inscripción, que leímos en un
viaje anterior, y que suponemos existirá aún, destinada a perpetuar
la memoria de una gran dama barcelonesa, insigne bienhechora del
ediñcio. Decía la inscripción que la distinguida señora había contribuido generosamente a la construcción de aquella casa «con dinero
traído de Chile». Y era la verdad. La base de la fortuna se la dió,
según se nos ha referido, la porción que le tocó de la herencia de
su abuelo, el señor don Pedro de Chopitea, caballero español que se
enriqueció en Chile, en los últimos años de la dominación española,
y hubo de volverse a España, cuando se pronunció el triunfo de la
revolución que independizó a Chile de la Madre Patria en 1818.
El señor de Chopitea trajo de Chile otro tesoro más valioso
que el dinero, que lo había hecho en Santiago de Chile uno de los
potentados de la sociedad realista, defensora del dominio español
en las colonias americanas: trajo a la insigne dama chilena doña Isabel de Villota, con la cual estaba unido en matrimonio, del cual había tenido en Chile numerosa descendencia. La señora de Villota
formó un hogar distinguidísimo, en que florecieron las más hermosas virtudes, que se robustecieron y consolidaron en la católica sociedad que encontró en España, en donde fijó definitivamente su
domicilio la familia Chopitea-Villofca. Hermosísimo y sazonado fruto de la labor educativa de la señora Villota fué la niña Dorotea de
Chopitea y Villota, nacida en Santiago de Chile el i de Junio de
1816, y muerta en Barcelona el 3 de Abril de 1891, en olor de
santidad.
La niña Dorotea creció rodeada de sus padres y hermanos, todos sólidamente cristianos; y de todos tomó algo de las virtudes con
que enriqueció su alma y se elevó a las cumbres más altas de la
santidad. Contrajo matrimonio con un respetable caballero barcelonés, don José María Serra. De esta unión nacieron ilustres vástagos, de los cuales uno es doña María de los Dolores Serra y Chopitea, la generosa constructora de la casa de la santa Cueva de
Manresa.
Doña Dorotea de Chopitea y Villota, después de enviudar, re-
partió entre sus hijos cuantiosa fortuna, quedándole para sí una ctlota considerable. Invirtió pródigamente su dinero en una multitud
de obras de caridad; su nombre es repetido hoy en numerosas casas
que su munificencia construyó o ayudó a construir, y su memoria
guardada con gratitud por miles de personas a quienes aprovechó
la generosidad de tan ilustre señora.
Murió la señora de Chopitea y Villota y dejó tras de si una memoria bendecida, que le mereció el juicio honroso de haber sido la
persona que mayor cantidad de dinero ha repartido en obras de caridad en su siglo. La admiración que le profesó la sociedad barcelonesa durante la vida se ha cambiado, después de su muerte, en la
santa ambición de verla honrada con el honor de los altares, y ya
se agita en Roma la causa de su canonización. Los jesuítas y los salesianos sobresalen en el empeño de ver realizada una aspiración
que tiene muy sólido fundamento.
¡Ojalá que triunfen en su santo empeño los dignos religiosos;
que de ello se seguirá no pequeña honra a nuestro Chile, en donde
nació la ilustre dama y de donde trajeron sus padres el gran elemento con que ella ejerció en España tan alta caridad.
Terminada mi visita de Manresa, pasé a Monserrat, que queda
a corta distancia.
II
MONSERRAT
El otro Santuario, el de Monserrat, es muy otro que el de Manresa, tanto porque está dedicado a la Santísima Virgen María, cuanto porque los cultos que allí se rinden a la Reina del Cielo, son de
un carácter distinto, y que aún pueden llamarse opuestos a los que
hemos indicado de la Cueva de Manresa. La Virgen es honrada en
Monserrat con grande esplendor, pero de una manera ruidosa y
alegre, que atrae a numeroso público, por la simpatía de las prácticas, ceremonias y fiestas que allí se celebran todos los días del año,
en forma propia y característica.
El Santuario lo constituye una hermosa basílica, bella por su
estructura arquitectónica, rica en su ornamentación, que resalta polla profusión de dorado de sus muros, columnas, cielo raso, y sobre
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todo, de sus altares. Ocupa lugar de honor, en el centro del altar
principal la imagen, varias veces secular, (es del siglo doce), de
Nuestra Señora de Monserrat, de la advocación de la Natividad de
la Virgen María. Los catalanes—aún los no devotos—la aman con
delirio; y puede decirse con verdad que gran parte de los acontecimientos de su vida nacional y de su vida de hogar, giran alrededor
de ella. «£« Moreneta», llaman cariñosamente los catalanes a María de Monserrat. Oreo que sufren una pequeña ilusión, hija del
amor; si la santa imagen hablara, repetiría con verdad las palabras
de la esposa de los Cantares: «Negra soy, pero hermosa»; no lo toméis en cuenta, porque el sol de las alturas y el aire de las montañas me arrebataron mi antiguo color; llamadme, sin temor alguno,
«.La Negrita», mis queridos catalanes».
España honra también a la Virgen de Monserrat, pues cuenta
en las páginas de su gloriosa historia muchos hechos honrosos, relacionados con la protección de la Virgen del santuario catalán.
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Especialidad del Santuario es su situación, que probablemente
lo hace úoico entre los Santuarios dedicados a la Santísima Virgen
María. Forma parte del monasterio de monjes benedictinos, que lo
sirven. Situado a media falda de la montaña de Monserrat, que le
da su nombre, produce la ilusión, visto desde lejos,—y se le ve desde muchas partes y desde largas distancias, —de una gran colmena
enclavada en la roca viva del monte, o de una gran jaula, colocada
allí por mano caritativa, para hospedaje de las aves que pueblan los
bosquecillos que crecen en las laderas de la montaña.
Para que se entienda lo que dejamos dicho, conviene apuntar
algunos datos. Al pie de la montaña, por el lado en que está edificado el monasterio, corre el río Llobregat, y a la orilla del río pasa
la línea del ferrocarril «de los catalanes», en la cual hay una «estación» que queda al frente del monasterio. Desde la «estación» se
ve el edificio por el claro de una quebrada que, al parecer, nace de
los cimientas mismos del edificio, produciéndose la apariencia de
que el monasterio está en el aire encajado en las rocas de la parte
superior de la montaña, o sujeto por alguna fuerza invisible que lo
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sostiene a modo de jaula. El monasterio está a 530 metros sobre la
estación del ferrocarril, y ambos están unidos por un cable de acero, de mil trescientos cincuenta y cuatro metros de longitud, por el
cual corren dos coches aéreos, para uso de las gentes que quieran
utilizarlo en sus visitas al Santuario. No necesitamos decir que son
mucho mayores las distancias desde donde se ve con alguna claridad
el edificio del monasterio.
Además del carril aéreo hay un ferrocarril de cremallera, que
sale de una estación de otra linea férrea paralela a la de «los catalanes»; va serpenteando por los flancos de la montada y sube hasta el
costado del monasterio. Prefieren esta cremallera las personas que,
descendientes de don Juan de Segura, esperan que el carril aéreo
se acredite suficientemente, y compruebe, con alguna no corta experiencia, que sabe guardar la vida de sus pasajeros.
Existe el medio primitivo de acceso al Santuario: un hermoso
camino real, ¡jara toda clase de vehículos, y para las numerosísimas
personas que, o por tradición o por piedad, suben de a pie, acreditando que el vigor de la raza no se extingue después de tantos
siglos.
Todos esos medies de locomoción llevan y traen cada día, durante ocho meses (durante los meses fríos hay poco concurso), miles de pasajeros: la estadística bastante cuidada que se lleva en las
varias oficinas, fijó en doscientos veinte mil el número de visitantes
o peregrinos que subieron al Santuario en 1928; en 1929 ese número aumentó considerablemente, tanto que, en la sección de informaciones, se me aseguró que pasaba de 250 mil, y el de este año será
mayor aún.
En 1899 visité por primera vez el monasterio. Había entonces
unas pequeñas celdas o piezas para hospedaje de peregrinos, en número de treinta y cinco. Hoy está ya realizada una parte del plano
de urbanización del diminuto valle o rincón de Monserrat El distinguido abad, don Antonio Marcet, ha emprendido la gigantesca
obra de transformación del vetusto edificio de hospedería y del reducido plan que queda al frente del secular monasterio. Se ha construido una grande esplanada artificial sobre una fuerte comtiucción
de hierro, levantando y emparejando el piso, y se ha formado una
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hermosa plaza, que da cabida a las grandes concurrencias que acuden periódicamente, sobre todo en los días de las grandes fiestas
que se celebran en la basílica en ciertos días del año.
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Están ya terminados grandes edificios para hospedaje de peregrinos: hay en servicio quinientas celdas o piezas, en las cuales se
alojan cómodamente más de mil personas a la vez. «Alojamos un
promedio de cincuenta mil peregrinos al año», nos dijo el Padre
aposentador. Las celdas nos las piden con grande anticipación, siguió diciendo el Padre; este año he contestado 5,500 cartas solicitudes. Para la Semana Santa piden celdas en enero de cada año».
Los peregrinos ocupan las habitaciones hasta por seis días, por una
mínima pensión. Sa les da luz eléctrica, agua, ropa de cama, menaje de cocina, manteles de mesa y paños de cocina. Más de cien personas hay dedicadas al servicio y atención de los peregrinos huéspedes.
Funciona un hotel restaurant que sirve a la minuta y puede
alojar cuarenta personas.
Bajo el piso de la esplanada o plaza se ha construido, hace poco un hermoso y curioso cuerpo de edificios, de tres pisos. En la
planta baja se ha trabajado un cómodo garage para seiscientos automóviles: tiene entrada por el gran camino que conduce al monasterio. En la segunda parte de este piso y con entradas independientes y distantes del garage, tiene sus habitaciones y una gran
sección de lavandería una comunidad de religiosas dominicanas.
Son doce, y cón treinta jóvenes empleadas lavan las ropas de las
celdas de peregrinos. Trabajan con maquinarias de iiltima novedad,
con toda comodidad pura su labor, que resulta fácil y barata; al visitar yo el establecimiento, entregaban doce mil piezas de ropa limpísimas.
Sobre el garage hay dos pisos, ocupados uno por un restaurant
de primera clase y otro por uno de segunda: entre ambos dan cómoda atención a mil personas.
Es arrendatario del hotel y de los restaurants, el culto caballero don Antonio Catasús Marti. Llegué hasta su establecimiento en
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el subterráneo por la curiosidad de conocer aquellas novedades, como por saber si aquello marchaba con buenos resultados.
A las preguntas que hice al señor Catasús, contestó, más o menos, con estas palabras: «Es realmente interesante este plan de
obras en que están empeñados los monjes. Los resultados han puesto en evidencia que de todo esto se necesitaba en Monserrat. La
afluencia de peregrinos al santuario aumenta con las facilidades que
hay para los viajes y la permanencia aquí de tanta g^nte.
El garage ya es pequeño en muchos días del año, y se hace
nece-ario permitir a muchos que suban autos a la explanada o se coloquen a la vera del camino. Los restaurantes no quedan grandes;
y ya se van con virtiendo en puntos de reunión para fiestas y comidas que debían hacerse en Barcelona o en otros centros poblados.
Acabo de servir aquí un banquete de quinientos cubiertos que la
Banca Armís (Banco Arnús) dió a sus empleados, para celebrar el
éxito obtenido en un pleito por calumnia con que se intentó arruinar a esa fuerte institución financiera de Barcelona. Los empleados,
conocedores de la infame calumnia, ofrecieron a sus jefes su incondicional adhesión, poniendo sus personas y sus haberes a disposición de sus jefes. Estos, una vez obtenido el triunfo, correspondieron al noble gesto de sus empleados con el gran banquete que les
dieron en este hotel-restaurant, que yo mismo serví.
Todo lo dicho por el señor Catasús era la verdad, pues ya había
yo recibido iguales datos de personas muy conocedoras.
Los visitantes y peregrinos tienen a su disposición una surtida
tienda de comestibles; y la panadería y la dulcería del monasterio
han dado ensanche a sus labores y trabajan para el público en condiciones muy favorables.
Las comunicaciones para el exterior son fáciles: hay servicio
de correos, de telégrafos y teléfonos. Y, además del cremallera y
del carril aéreo, hay servicio de autos y autobuses? para todos los
centros poblados de la región.
Y para aumentar los servicios de movilización turista interne,
hay tres funiculares, que conducen paseantes a distintos puntos de
la montaña, dignos de ser visitados por las vistas maravillosas que
ofrecen a los visitantes. Uuo de esos funiculares, que lleva a la
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cumbre de San Jerónimo, tiene un cable de seiscientos sesenta y
dos metros, que lleva dos coches a una altura de quinientos metros.
La última parte, casi la mitad, que la suben los coches en línea recta perpendicular, produce en los pasajeros una impresión fuertemente emocionante, imposible de explicar en un escrito.
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Para completar lo que puede llamarse lo material del santuario, y de comodidad de las personas que hasta él llegan, es de toda
necesidad dar una lijera idea del mayor de los elementos materiales que contribuyen a la celebridad del histórico santuario: la montaña en que está edificado. Está situado en el centro de Cataluña,
aislada en medio de un algo como anfiteatro que le forman las colinas y montes de menor altura que la circundan. La constitución
geológica de la montaña es hasta hoy un quebradero de cabeza de
los señores geólogos; como lo es también la forma especial del conjunto y de cada uno de los montes que la componen: ambas cosas
hacen de Monserrat un ejemplar único en el mundo, y único y curiosísimo seguirá siendo hasta que no se produzcan trastornos geológicos semejantes a los que han dado al globo terrestre la forma
que actualmente tiene.
La montaña toda está hecha de un conglomerado compuesto de
una argamasa calcárea y arenisca y de piedras pequeñas, redondas,
elipsoidales, cristalizadas como la sal, etc., etc., de variados colores
('2 L cuentan los geológos), reunidos todos esos materiales tal como
se hace hoy para las construcciones de fuertes muros y de hormigón o cascote para base de adoquinados de cemento roca. Parece
que la naturaleza trabajó inmensas chancadoras y preparó el mortero o argamasa con que rellenó los moldes inmensos en que trabajó cada una de las enorme y variadas figuras de los montes de
Monserrat.
Vista desde alguna distancia, por cualquier parte que se la mire, la montaña parece una obra artificial, que imita, en su perfil superior, labor de un aserrador, que quiso poner como adorno superior un variado encaje o una crestería en la piedra viva: Monserrat
significa en su origen «monte aserrado».
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No se conoce obra montaña, sierra o cordillera que se componga de montes y cerros de la figura tan especial y variada como las
de Monserrat. Casi todos ellos parecen hechos en moldes trabajados
ex-profeso. y que no sirvieron sino para formar a Monserrat. Los
nombres populares de algunos de ellos darán una idea de lo que
dejamos explicado: «el caballo encantado», «el gigante encantado»,
«el flautado» o tubería de órgano, el pan del gigante; «los cigarros
puros», «el sombrero del duende», etc., etc. El conglomerado de
que se componen los cerros es duro como el hierro, en algunas partes; semeja al granito, en otras, y no faltan secciones en que está
blando aún y puede desprenderse en trozos sin auxilio de herramientas, tal como lo hice yo en 1924, en que desprendí a mano algunos trozos y los llevé a Concepción para el Museo del Seminario.
La montaña ofrece aspectos variadísimos, por la conformación
de sus monte--, por las quebradas profundas que se forman entre
ellos, cortadas a veces a pico, en muros perfectamente verticales,
de 300 y más metros de altura: no hay dos montes que tengan alguno semejanza por su estructura. El punto más alto, San Jerónimo, tiene mil doscientos treiata metros de elevación sobre el nivel
del mar; hasta la cima se puede llegar con toda comodidad, y la
ascensión es uno de los paseos más interesantes que pueden hacerse. Arriba hay hotel, un pequeño observatorio astronómico, y coronando su mayor altura, una hermosa imagen del Sagrado Corazón
de Jesús.
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Con todo lo dicho, es fácil entender que Monserrat es por sí
mismo un atrayente centro de turismo, y que, con los solos atractivos naturales, acudirían a visitarlo paseantes numerosos, a gozar de
sus soberbios panoramas y de su espléndido clima de verano. Pero
lo expuesto es lo que menos pesa en el ánimo de los que escalan las
alturas de Monserrat; hay otro imán que arrastra allí a millares de
corazones, y da el verdadero carácter a las ascensiones a la célebre
montaña catalana: es el esplendoroso culto que en la basílica se rinde a la Negrita de Monserrat. No es empresa dificil dar una prueba
de esta aserción.
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En el siglo doce fué colocada en la modesta capilla del monasterio una imagen de la Santísima Virgen María. Se hizo célebre desde el primer momento por la multitud de gracias extraordinarias
que la Reina del Cielo dispensaba a los que acudían a honrarla en
la modesta iglesia, que pronto adquirió fama y renombre en Ja España toda. No pasaron siglos y ya Monserrat era uno de los famosos santuarios dedicados a la Augusta Madre de Dios. Los conquistadores de nuestro Chile acometieron su titánica empresa confiando
en la protección de María de Monserrat. El fundador de nuestra
ciudad de Concepción, el ilustre capitán don Pedro de Valdivia, en
el decreto de fundación mandó erigir en las afueras de la ciudad
una hermita a Nuestra Señora de Monserrat.
Era impulsora del culto a la Virgen María la comunidad de
monjes benedictinos que se dedicaron al servicio del santuario y lo
han llevado al altísimo grado de progreso que hoy le conocemos.
«Nuestros dos ideales, me dijo el vicario del monasterio, (el cultísimo don Roberto Grau, sacerdote joven, que gobierna accidentalmente, por ausencia del Abad, don Antonio Marcet, que practica
actualmente la visita de los monasterios de su dependencia en el
Oriente), son el estudio y el culto de Nuestra Señora de Monserrat» ,
En esta sencilla respuesta está la razón de la actual celebridad
del santuario: una corporación sabia que estudia mucho, compuesta
de hombres de letras, que, encerrados en el estrecho recinto de un
pequeño convento, encaramados en los flancos de una montaña, están, sin embargo, en comunicación con el mundo sabio, y llevan la
fama de Monserrat a los.centros cultos del mundo entero; y una comunidad religiosa, que conserva el espíritu de San Benito, su fundador, y emplea su actividad piadosa en llevar almas al cielo por
medio de una acendrada devoción a la poderosa Madre de Dios.
Setenta sacerdotes que tiene hoy la comunidad y se dedican
al estudio por profesión, hacen obra magna. Uno de ellos, don Anselmo AlbaTeda, escribe hoy una grande historia crítica de Monserrat. El deshará las tradiciones fantásticas que corren por el pueblo,
y dirá la verdad, que siempre fructifica más que las imaginaciones
de los noveleros y las ficciones de los poetas.
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Don Alfonso Gubianas escribe con bien cortada pluma libros
para fomentar la piedad y los estudios litúrgicos; don Adeodato
Marcet, escribe obras de ascética y teología; otros desentierran manuscritos antiguos, con paciencia benedictina y van entregando al
público obras de gran mérito, que yacían olvidadas entre los miles
de documentos que esperan la mano caritativa que los saque a la publicidad que se merecen.
En el monasterio hay una imprenta desde 1495; en ella se han
publicado libros de toda especie y en gran cantidad.
Hoy imprime, entre otras, una obra que ya puede llamarse monumental: la traducción de la Sagrada Biblia en catalán. Consta de
23 volúmenes en cuarto mayor, de los cuales van publicados cinco.
Yiendo cualquiera de ellos se puede apreciar la importancia de la
obra; llamará la atención de los entendidos y figurará con honor
entre los mejores hasta hoy publicados. Ya el texto latino al lado
del catalán, en tipo menor; y en cada página notas ilustrativas, comentarios, glosas, etc., de gran mérito. Hermosean la obra numerosísimos grabados, inéditos en gran parte, que contribuirán a ilustrarla y que constituirán un verdadero estudio y comentario de la
Biblia en lo que hace a la arqueología, a la geografía, a l a historia y
al folklore bíblicos. Hace la traducción el ilustre monje catalán, don
Buenaventura Ubach, y colaboran con él, en la parte de comentarios y notas, los monjes don Jorge Riera. Ramiro Auge, Salvador
Oviols y Benito Yunque. Estos dos últimos están actualmente en el
Oriente; han ido a recoger en el terreno mismo, como vulgarmente
decimos, en donde se han verificado los grandes acontecimientos
que se historian en las sagradas páginas, cuanta noticia, cuanto dato, cuantos elementos les sirva para mayor realce a la monumental
«Biblia de Monserrat».
Gran auxiliar para la labor científica de los monjes es la rica
biblioteca del monasterio, de más de cien mil volúmenes. Contiene
numerosas incunables, obras antiguas de inestimables valor, y considerable cantidad de las más interesantes obras modernas de todo
género.
Complemento de la biblioteca son los interesantísimos museos,
artísticos y científicos, que dan puesto honroso al monasterio entre
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los grandes centros culturales de Europa. El museo bíblico, formado mediante los esfuerzos heroicos de don B. Ubach, es probablemente lo mejor en su género que existe en España, y de los mejores que hoy se conocen. Este museo será abundante fuepte de ilustraciones para la Biblia de Monserrat.
Esos monjes que tanto culto rinden a la ciencia, mayor y más
aparatoso los rinde a la Virgen María en su imagen, la Moreneta de
Monserrat. Ese culto pone a los monjes en relación con miles y millones de personas que honran a la Virgen de Monserrat, o personalmente en el mismo santuario, o por comunicaciones escritas o
por las devociones con que la honraD desde lejos.
Se celebran en Monserrat las ceremonias, misas y oficios públicos con que la Santa Iglesia Católica, en templos y capillas, honra a
Dios, a la Virgen María y a los santos; son más numerosos los que
se dirigen a la Moreneta, y tienen un sello particular tan característico que constituyen una especialidad del santuario monserratino.
A las cuatro de la mañana, en este tiempo de verano, se abre
la basílica al público. Desde esta hora hay misas cada media hora ;
por lo menos. A las cuatro y media reza Maitines y Laudes la Comunidad, y desde las cinco hay misas en varios altares a la vez.
A las seis hay misa cantada, en canto rigurosamente litúrgico
eclesiástico. La cantan los escolanes, o coro infantil, o «Schola cantorum» del santuario, de que hablaremos pronto.
A las nueve, después de rezado el oficio divino correspondiente, segunda misa cantada, solemne los días festivos o clásicos: Cantan los monjes y los escolanes.
Por la tarde, a las tres y media, la Comunidad reza Vísperas,
que son cantadas los días festivos o clásicos.
A las seis, se reza el Rosario, que es cantado, todo o en parte,
en algunos días especiales; se canta la Salve Monserratina y los gozos de la Virgen. Los días festivos se expone la Majestad y se da la
bendición solemne: cantan los monjes y los escolanes; y como nota
final se canta el clásico «Virolai» o alabanza a la Virgen, en que alternan los escolanes, que dicen estrofas, y el público todo, que canta el coro o estrofa general; es un concierto que impresiona vivamente a los que lo oyen po r primera vez, y agrada siempre.
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Lo dicho es horario común de loa días ordinarios; a ese se
agregan nuevos números en los grandes días del santuario o de la
Comunidad. Las grandes fesbividades del santuario son el 8 de Septiembre, ñesta tutelar o de advocación de la Yirgen de Monserrat,
y el 27 de abril, día de la Yirgen como Patrona y Reina de Cataluña.
Son además fiestas muy solemnes la Pascua de Navidad, la
Semana Santa, Santiago Apóstol, patrono de España, el 15 de agosto, fiesta de la Asunción o Tránsito de la Yirgen al cielo.
Durante los meses de abril y mayo, los días sábados, suben al
santuario romerías numerosas, de varios centenares de personas, de
los pueblos vecinos. Pasan dos o tres días en grandes manifestaciones de piedad, (el año 28 fueron 20) durante el día en la basílica, y
por la noche, en la plaza, en procesiones con antorchas encendidas,
cantando cantos populares, el rosario, el credo, y terminando, por
supuesto, con el clásico Yirolai monserratino, que se canta en toda
Cataluña, como si fuera el himno de la raza.
Algunas de las grandes fábricas de que está sembrada Cataluña van cada año con todo su personal en numerosa romería a rendir homenaje a la Moreneta de Monserrat. Dan el ejemplo de una
acendrada devoción a la Yirgen y honran a Nuestro Señor con una
comunión general.
La clásica romería de Sabadell, da una nota simpática, digna de
ser imitada en todas partes. A 1a hora de la tarde, se asocia a la
Comunidad en la iglesia y canta con los monjes las Yisperas del
oficio divino. Son siempre varios centenares; y es hermoso oir el
concertado canto de los monjes con el de centenares de romeros
que cantan los salmos y los himnos con toda la perfección que exigen las leyes de la sagrada liturgia.
Tiene encanto especial la fiesta de Noche Buena. Miles de personas, venidas de muchísimos pueblos, suben la montaña durante
la noche. Más de trescientos automóviles arribaron la última Noche
Buena, llenos de fieles que asistieron a los solemnes Maitines cantados. El tren estuva en movimiento durante toda la noche. La basílica, que tiene la capacidad de nuestra catedral de Concepción, estaba llena de bote en bote a la hora de la Misa de Gallo. A la santa
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comunión, durante la misa, se acercó un crecidísimo número de personas: tres sacerdotes dieron la santa comunión por más da tres
cuartos de hora.
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A las manifestaciones públicas del culto, hay que agregar las
que promueve la devoción privada de los devotos. Una estadística
piadosa que vimos en el «Boletín del Santuario» de Monserratofrece interesantes datos correspondientes al año 1928; pero debemos
agregar que, por informaciones tomadas personalmente en el monasterio, el movimiento piadoso va en aumento, y que la estadística de
1929 es superior a la de 1928 y la del presente superará a todas. Los
datos principales son los siguientes:
Misas celebradas por los monjes, 17.717; misas celebradas por
sacerdotes de fuera, 2.000; misas cantadas por encargo de los fieles,
134; Salves cantadas reglamentarias, 725; fuera de hora reglamentaria, 114; matrimonios, 119; comuniones, 101.500; comuniones primeras, 91; primeras misas, 7; misas de velación, sin casamiento, 15;
casamientos, 385; peregrinaciones, 30; personas que han ocupado
celdas, 50.100; huéspedes eclesiásticos en el monasterio de los cuales 130 han hecho ejercicios espirituales, 210; personas que han visitado la capilla de la cueva de la Virgen, 33.993; autos llegados al
monasterio, 12.000; peregrinos y visitantes durante el año, 220.000.
El día en que llegué al Monasterio terminaba sus ejercicios espirituales el Iltmo. Sr. Obispo de Tarazona, miembro distinguido del
episcopado español. En el día que traté con el señor Gomá tuve la
íntima satisfacción de conocer en persona al autor de varias e intesantes obras que he leído, y cuya lectura había despertado en mi
un ardiente deseo de conocer a tan respetable escritor. Quiso él formar en la fotografía que tomó uno de los monjes, y que se inserta
en estas páginas: el autor de estos «recuerdos» está al medio; tiene
a su derecha al I. Sr. Gomá, y a su izquierda al Vicario don Roberto Grau. Vaya desde estas páginas un afectuoso saludo al distinguido amigo, Sr. Dn. Isidro Gomá.
Más que lo que he dicho, habla la estadística de la estrecha y
múltiple comunicación de las gentes con el santuario de Monserrat.
Fácilmente se concibe que tantos millares de gentes que allí concurren son un testimonio elocuente del celo y laboriosidad de los
monjes. Para atender tan variadas exigencias gastan su actividad
los monjes sacerdotes, y son auxiliares necesarios los sesenta hermanos coadjutores, ya religiosos profesores de la casa; los treinta
jóvenes que están ya ligados al monasterio y hacen sus estudios
eclesiásticos para ascender a las órdenes sagradas; los treinta y tres
escolanes, diestros en la música y en el canto; y los veinticinco
«postulantes» o niños que se disponen a ingresar en la religión, si
dan muestras de tener las aptitudes necesarias.
Un servicio religioso desempeñado por tan considerable personal en una Comunidad de vigoroso espíritu religioso, como es la de
Monserrat, produce los frutos que, en parte, se contienen en la citada estadística.
Como no siempre el número hace la calidad, preciso es que demos una ligera idea de lo que es la obra de los religiosos en el santuario.
Los benedictinos dan especial importancia, en las iglesias de
sus abadías o monasterios, a la sagrada liturgia, a la música y al
canto.
Las ceremonias religiosas en Monserrat se practican de edificante manera, con toda la minuciosa exactitud que prescriben las
reglas de la liturgia. El actual Maestro de Ceremonias y director de
las festividades religiosas en la basílica, don Eladio Pantebre, es un
excelente sacerdote, muy suave en su trato y de índole caritativa y
muy complaciente. Pero, líbrenos Dios de las iras de mi buen amigo, el P. Eladio, si en las ceremonias incurrimos en el más leve traspie; porque la varilla de plata, insignia del ceremoniero, vibra en el
aire, trasmitiendo el fuego de la mirada aterradora del P. Eladio.
Pasadas las ceremonias, el P. Eladio vuelve a su ser natural, y se
olvida de que en la iglesia su mirada fulguró amenazas y fué él un
hombre terrible.
No sé si todas, pero son varias las abadías benedictinas que
creen poseer el secreto del auténtico canto gregoriano, o sea el canto clásico de la Iglesia. No sé tampoco si la de Monserrat es de las
que se arrogan ese privilegio. Lo que se sabe en Cataluña es que
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en Monserrat hay una escuela de canto gregoriano perfecto, y de
polifónico clásico eclesiástico y que no se queda hombre competente en el arte musical que no suba a Monserrat a escuchar a los monjes con la frecuencia que es posible. El canto gregoriano es grave y
severo,, y, bien ejecutado, conmueve el alma y la incita a la oración
con una fuerza a que no se sabe resistir. A la acción eficaz de la música y el canto eclesiástico, se une en el santuario el ambiente espiritual y devoto que crean la fe y el afecto piadoso con que se sube
al santuario, ambiente que se respira y ayuda a conciliar la devoción de los que visitan y honran a la Virgen de Monserrat.
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Pero falta aún hablar del gran atractivo, talvez el más interesante, de las fiestas del santuario monserratino: los escolanes. No
se hace difícil creer que la institución de los niños escolanes la inspiró la misma Moreneta a algún monje devoto suyo: quería ella
crearse en Monserrat un gran centro de devoción mariana, y escogió como instrumento adecuado para el objeto a esos chicos, que al
venir el día y al morir el sol por la tarde, cantan como ruiseñores
ante el altar de la bendita imagen.
Es la Escalonia una escuela de música y de canto eclesiástico,
compuesta de niños que no bajan de seis años ni exceden de los 14/
Los escogen los monjes de entre familias honorables, de antecedentes limpios y de vida cristiana; los hay de familias de esclarecida
prosapia, y también de condición media, por su situación social, pero alta por las condiciones morales. El número fijo es de 35 a 40: lo
llenan niños llevados espontáneamente por sus padres, que desean
que sus hijos sirvan a la Virgen por algunos años, y aprendan allí
a ser buenos cristianos, instruyéndose al mismo tiempo en las ciencias profanas; y otros niños, escogidos en concurso público cuando
hay vacantes.
<Es crecido el número de los que concurren a disputarse una
plaza vacante, me decía el P. Abad; por lo que se hace difícil la
elección, pero queda la seguridad de que tenemos gente de valer
moral».
Quise conocer al más pequeño de los escolanes de hoy. Com-
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pareció a mi presencia el «Grande y Honorable Barón» Antonio
Marcet, homónimo y sobrino del señor Abad. Cuenta seis años
cumplidos de edad; se ha agregado a la Escalonia porque desea hacer su primera comunión en el monasterio: se siente feliz entre sus
colegas, pues entre ellos encuentra con quiénes ejercitar sus reconocidas cualidades de correr y de jugar. Según confesión propia,
Antonio aún no tiene grandes conocimientos teóricos musicales, y,
en cuanto al ejercicio del arte, «no canta todavía, grita, no más, entre su3 colegas.
Pusimos término a nuestra entrevista, quedando muy satisfecho yo de contar con un nuevo y tan distinguido amigo, y no menos feliz él de saber que contaba con mi sincera estimación, de que
eran prueba elocuente los dulces y galletas con que lo despedí y
que aceptó él con visible reconocimiento.
Los Escolan es tienen su sección separada en el monasterio; reciben esmerado trato; se les adiestra en la música y en el canto, y
reciben buena instrucción, correspondiente a su edad y que los habilita para ingresar a cualquier colegio de Humanidades o escuelas
profesionales populares.
La Escalonia es un fecundo semillero de monjes benedictinos
y de clérigos seculares o seglares. Actualmente hay varios monjes
ex escolanes, varios de ellos eminentes hombres de ciencia y de
ejemplar virtud. El actual director y maestro de música y canto de
la Escalonia es un eximio maestro y un gran ex escolán, y escolano
es también don Antonio Marcet, actual Abad del monasterio.
Son los chicos UD regimiento perfectamente organizado en sus
asistencias a la iglesia. Cantan ordinariamente detrás del altar mayor, en donde hay un órgano especial para ellos; salen de su escondite, ya para cantar, ya para rezar delante del altar, y se colocan
en filas regulares, desde la tarima del altar, y por las gradas, hasta el plano del presbiterio: .semejan una peana a los pies de la
imagen de la Moreneta. Se mueven acompasadamente y parecen
estatuas, aunque vivas, sin brazos: algún director de la Escolanía,
hombre listo y observador, les inventó un traje especial. Sobre la
sotana visten una especie de roquete o bolsa sin mangas; tiene arriba una abertura para entrar la cabeza; al frente, sin abertura; y a
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los costados, abierto desde debajo del brazo hasta muy Cerca del
ruedo inferior. Llevan siempre las manos juntas debajo del roquete: así se obtiene un doble objeto: el que debió proponerse el inventor del traje: «que los chicos que están siempre muy juntos para
cantar, no se empujen ni se pellizquen; y el que parezcan desde lejos estatuas vivas, que caminan rápidamente, pero sin brazos.
Cada día de los que pasó en Monserrat, al salir por la mañana
de mi aposento en dirección a la iglesia, abría la ventana que daba
vista al valle del río Llobregat y hacia la montaña de San Juan, que
comienza pocos metros del edificio y está cubierta de abundante
vegetación. Era la hora en que comenzaba el concierto matinal de
las innumerables avecitas que pueblan el bosque y las incontables
cuevecitas de la montaña de piedra en que está afirmado el monasterio. La vista sobre la montaña y valle es de las que sólo puede
crear la mano omnipotente de Dios, y el armonioso concierto de las
voces del «cantar no aprendido» de las avecitas arroba el sentido, y
convida al alma a elevarse hasta Dios, que da tanta hermosura a la
naturaleza y tanta destreza a las avecitas para producir con sus voces tan variadas, un concierto armonioso que no lo producen igual
los más perfectos instrumentos trabajados por los más diestros fabricantes del mundo.
Por una galería superior de una de las naves laterales del templo marchaba hacia la pequeña capilla que hay al lado del camarín
de la Virgen a celebrar la santa misa. Al pasar frente al altar mayor, otro concierto musical me obligaba a detenerme por un momento: los escolanes cantaban abajo el saludo matinal a la Madre de
Dios. Las voces de los cantantes eran claras y limpias, del más puro timbre argentino, y tan hábilmente concertadas, que arroban el
espíritu y lo llevan hasta el trono de la Virgen, haciendo compañía
a los escolanes, que con sus cantares aprendidos» cantan admirablemente, y más oran que cantan. ¿Cuál de los dos conciertos se lleva
la palma en esta curiosa contienda musical? ¿El de las avecillas de
la montaña o el de los pajecitos de la Virgen?
Por la tarde, cuando se avecina el crepúsculo, se llena la basílica de fieles devotos. Se reza el rosario o se canta en algunos días,
ILTMO. SR. GOMÁ—ILTMO. SR. MUÑOZ—VICARIO
DOM
GRAU
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todo o en parte; pero todos los dias, al fin de él, se canta la «Salve
monserratina».
Se me ocurría ese canto una verdadera justa artístico-musical:
los monjes cantando en el coro alto y los escolanes en el altar mayor. Unos y otros cantan a la Virgen sin otro intento que el de honrar, cada vez mejor, a la reina del cielo; pero el público, sin preten.
der constituirse en juez, compara y falla. No soy autoridad en la
materia, pero juzgo que la simpatía falla en favor de los chicos. Comienzan monjes, y en conjunto serio y grave de voces cultivadísimas, cantan la introducción de la Salve, y dispone en su favor la
absoluta uniformidad con que treinta o cuarenta voces poderosas y
afinadas se confunden en una sola melodía: «¡Salve, Regina Mater
misericordiae, vita dulcedo et spes nostra, salve!».
Callan los monjes, y siguen abajo los pequeños artistas, con
sus voces dulces y argentinas, tan acompasadas como las de los
monjes, y llenan el templo con el conjunto poderoso de su canto
limpio y diáfano, con que llaman al corazón de la Virgen: «ad clamamus exules filii Evae, ad te suspiramus, gementes et flentes in
hac lacrimarum valle...!: «a tí clamamos los desterrados hijos de
Eva; a ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas!».
La concurrencia oye con la atención más proEunda; no se nota
ni el más leve movimiento entre tantos centenares de personas que
llenan el templo. Siempre me parecía que, a haber sido interrogados al fin de la Salve, los asistentes hubieran dado un voto de preferencia a los simpáticos escolanes.
En los dias festivos y en otros extraordinarios, después de la
Salve y de los Gozos, el órgano preludia el clásico Virolai: es el más
popular de los cánticos con que los catalanes honran a la Moreneta.
Inician los escolanes, con gran seguridad y entusiasmo, la estrofa
del popular virolai, y contesta el pueblo, con perfecta y robusta entonación y con absoluta uniformidad en curioso contraste con la voz
fina y penetrante de los niños.
La música es sencilla; pero su ejecución por los escolanes y por
la numerosa concurrencia, produce un efecto sorprendente e infunde en el alma un vivo sentimiento de piedad y de veneración.
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Pregunté al Abad en un viaje anterior, si había algún secreto
entre los monjes para dar a la voz de los niños ese timbre especial
y ese vigor con que cantan, con tanta sonoridad y flexibilidad, que
no es lo común entre otros grupos de cantantes de cortos años. Sonrióse el Abad y contestó: «Vienen a Monserrat muchísimos artistas,
músicos y cantantes, de la región y aún de España; y muchos repiten los viajes. Son ya muchos los que han procurado indagar «el
secreto de Monserrat». Y produce en todos gran desilución al oír
la respuesta negativa. Muchos han creído que el clima, o la altura,
o algún régimen especial de alimentación, etc., producen ese curioso fenómeno en la voz de los escolanes; pero nada de eso hay, sino
la esmerada educación que con paciencia y afecto grandes les dan
sus maestros, sin escatimar molestias de ningún género.
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La Exposición general de Barcelona, me dijo un día el P. Vicario Grau, fué ocasión de una inmensa afluencia de peregrinos y
de turistas extranjeros al monasterio. Tuvimos visitantes de todas
clases: científicos, literatos, artistas, hombres de la industria y del
negocio, hombres de la prensa, etc., etc. Todo lo vieron, todo lo
observaron, de todo pidieron cuenta y razón; y la casi totalidad
manifestaban su satisfacción por haber conocido personalmente este
centro tan vivo de piedad y de estudio, del cual no todos tenían
concepto exacto y muchos no lo conocían.
La Virgen de Monserrat es Dueña y Señora, Patrona y Soberana de Cataluña. La fiesta patronal el 27 de abril, es esplendorosa
en el sautuario La coincidencia de que es entonces primavera, facilita el concurso a las fiestas, que es numerosísimo. No doy pormenores de las fiestas, porque ya las imagina el curioso lector; sólo
apunto algunos relacionados con la última gran fiesta que organizó
la Municipalidad de Barcelona para honrar a su Patrona y que resultó doblemente regia. Se aprovechó la apertura de la Exposición
Universal de Barcelona para dar a la fiesta monserratina un brillo
que no habría podido darse en otro ocasión. El rey, que abrió el co-
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losaí torneo catalán, presidió también la fiesta de la Moreneta, de la
cual daremos una brevísima idea.
El año 1927 se celebró en Barcelona una asamblea general de
diputaciones provinciales de toda España. E n la asamblea se acordó ofrecer a la Virgen de Monserrat una bandera como homenaje y
recuerdo de la gran asamblea, y como símbolo de unión do todas
las regiones de España. Los asambleístas se trasladaron a Monserrat para hacer en el santuario mismo el ofrecimiento solemne de la
acordada bandera; la entrega se aplazó para tiempo oportuno; éste
fué la apertura de Exposición Internacional.
La Diputación barcelonesa invitó al rey, don Alfonso XIII, para presidir la fiesta de entrega de la bandera en el santuario. Aceptó gustoso el monarca una participación que él consideró como un
honor que se hacía, de servir de intermediario entre las Diputaciones y la Virgen de Monserrat.
El 28 de mayo del último año Monserrat estaba invadido por
una concurrencia como talvez nunca se vió allí. Estaban el rey y
la familia real; los obispos de toda Cataluña, el cardenal de Tarragona, representantes del Gobierno, de las Diputaciones, de los Ayuntamientos o Municipalidades, autoridades civiles y militares de las
ciudades catalanas, numerosísimos nobles y grandes de España, y
una concurrencia de particulares que llenó por completo a todo
Monserrat.
Los adornos de la iglesia, convento, piezas, etc., fueron de los
más ricos y escogidos.
Antes del medio día llegó el rey con su comitiva al santuario;
recibido en la puerta conforme al grandioso ceremonial que la Iglesia dispone para casos semejantes, entró en la basílica, bajo palio,
que llevaban seis presidentes de Diputaciones, y se dirigió al presbiterio, atravesando la iglesia, llena en esos momentos de gente, a
los acordes de la marcha real, hasta llegar al trono que se le tenía
preparado en el presbiterio.
Colocada la comitiva en sus respectivos sitios, el Presidente de
la Diputación de Barcelona, señor Millá y Campos, tomó, de la vitrina en que habían llevado y puesta en el presbiterio, la bandera
ofrendada, y la pi esentó al prelado diocesano para que la bendije-
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ra. Terminada la bendición, el Conde de Montseny tomó en sus
manos la bandera y, dirigiéndose al rey, pronunció el siguiente discurso:
«Señor, yo, el último de mis compañeros, en nombre de todas
las Diputaciones de España, hago juramento de esta bandera a la
Virgen de Monserrat. Esta idea nació de un sentimiento espontáneo en la reunión que el año 1927 celebraron todas las Diputaciones en Barcelona. Vinieron entonces aquí todos los representantes
de todas las provincias, visitaron a la Virgen y experimentaron un
sentimiento de inmensa veneración por la Virgen adorada. En esta
bandera, Señor, están reunidos los escudos de todas las provincias
españolas, las cuales desearían que fuesen las augustas manos de
vuestra real persona las que hicieron el ofrecimiento, uniéndonos
en la llama del amor a todos los españoles, a España entera. Señor,
haced juramento de esta bandera; y, a los motivos de afecto y lealtad hacia vuestra real persona, agregaremos este otro de gratitud
eterna».
Terminado el discurso, puso el conde la bandera en manos del
Soberano. Aceptó éste la petición que se le hacia, y agregó al programa un número más, que produjo honda emoción en la concurrencia. Adelantóse un paso en el trono, y con voz potente y vibrante pronunció las siguientes palabras:
«Señor Abad, como acabáis de oír, son las Diputaciones provinciales de España las que encargan a su rey el ofrendarla bandera de la Patria a la Virgen de Monserrat; y haciéndolo así, interpreto el sentimiento de todo el pueblo español, que honra a la Virgen
de Monserrat, la cual siempre ha sabido defender a Cataluña y por
consiguiente a España entera. Al ofrendar esta bandera tenga la
seguridad, señor Abad, de que con ella se ha querido rendir culto
a la Santísima Virgen, y que con ella depositamos nuestros corazones a sus purísimos pies. Como su Hijo fundó una religión católica y santa, asi Ella hará una España siempre católica y santa.
Yo en este día, señor Abad, he querido unirme a l a ceremonia
y traer un recuerdo de mi querida madre, y para ello hago ofrenda
a la Virgen, del manto que llevó puesto el último día de gobierno,
el día en que yo salí del Palacio para ir al Congreso a tomar las
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riendas del Gobierno. Ofrendo en estos momentos el manto de mi
Augusta y estimada madre a la Virgen de Monserrat. Desaparecida
para siempre mi estimada madre, tengo únicamente en la Madre de
todos el consuelo que me falta en esta tierra, encomendándome a
Ella y pidiéndole su protección. Tengo la seguridad de que mi madre está muy cerca de la Virgen, y talvez nos estará mirando en estos momentos, por lo cual le pido también a ella la bendición para
todos nosotros ya que mi madre tanto quería a Cataluña y a toda
España Yo os ruego, señor Abad, que todos los días en vuestras
oraciones os acordéis de España, de los españoles y de su Rey, para que todos nos mantengamos en los mismos sentimientos de
amor y culto a la Patria. Señor Abad, os juro la bandera que ofrecen a nuestra venerada Virgen de Monserrat las Diputaciones provinciales de España».
Acabado el discurso, el Rey bajó del trono, se acercó al Abad,
en medio del presbiterio, y le entregó la bandera, mientras la banda de Alabarderos tocaba la Marcha Real. Vuelto a su sitio el Abad
y teniendo la bandera en sus manos, dijo estas palabras:
«Señor, yo acepto la bandera que os dignáis jurarme como
ofrenda a la Virgen, en nombre de todas las Diputaciones de España. Yo la acepto con grande honor y satisfacción, por lo que representa y significa.
Y Vos. Madre Divina, Reina de toda España, recibidla con el
amor con que os es ofrecida. El Rey la ha puesto en vuestras manos y ha encendido en el corazón de todos la llama del amor hacia
nuestra Santa Madre la Iglesia y hacia nuestros Soberanos.
Magestad. podéis estar seguros, tanto vos como vuestra real
familia, de que nuestras oraciones por España y por sus Reyes se
han elevado siempre al cielo y continuarán elevándose aquí.
Mirad, divina Señora, un Rey Huérfano que acude a Vos y se
coloca bajo vuestro amparo, con la seguridad de que ést6 no ha de
faltar, ni a su Patria, ni a su familia ni a su pueblo».
Celebróse después la santa misa, y subió después el rey al camarín de la Virgen a poner junto a Ella el real manto que ofrendaba
a la santa imagen; besaron la mano de la Virgen el rey y comitiva,
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y entraron después a visitar el monasterio con sus principales
secciones.
Poco antes de las dos de la tarde se sirvió en el comedor de la
Comunidad un frugal almuerzo, Ocuparon la mesa de la presidencia el rey, la reina, doña Yictoria, las infantas Beatriz y Cristina, el
infante don Jaime, el cardenal de Tarragona, Vidal y Barraguer, y
los obispos y el Abad don Antonio Marcet. En las mesas centrales
se colocaron: el jefe del Ministerio, general Primo de Rivera, varios
ministros de Estado, damas de honor de la reina, altos funcionarios
del palacio, jefes de Diputaciones, etc.
Se cantó la bendición de la mesa por los monjes, canforme a la
petición del rey, y se leyó durante la mesa, como si fuera comida
de Comunidad. Escojeron los monjes como lectura las visitas reales
hechas al monasterio desde los tiempos de Carlos V. Impresionóse
el rey al oir el relato de la visita de su madre, reina doña María
Cristina, en 1888 y el de la suya propia, en 1904.
Terminada la lectura de las visitas reales, entraron al comedor los
escolan es y la Comunidad para cantar el brindis, conforme a la antiquísima costumbre que data desde los tiempos de Cario Magno. Lo
anunció el pregonero, y lo cantaron dos monjes, dos escolanes solistas y el coro. El primer brindis fué por Su Santidad Pío XI, el segundo por sus Majestades y la familia real, el tercero por el Cardenal y el episcopado, el cuarto por el Gobierno y el quinto por las
Diputaciones, el sexto por elRvdo. P. Abad y el séptimo por los
huéspedes, amigos y bienhechores de la casa.
Impresionó muy favorablemente a la concurrencia el modo, tan
nuevo para todos, de brindar y ofrecer la comida. Completóse la
alegría con las hermosas piezas que cantaron en seguida los escolanes a la Virgep, a Nuestro Señor, un Virolai clásico, antiguo, y a petición de muchos, se cantó el Virolai popular, en que tomó parte el
mismo Rey, acompañando a los escolanes y cantando los versos del
gran poeta catalán, Mossen Jacinto Verdaguer.
Al fin de la comida el general Primo de Rivera, en nombre del
rey, dio las gracias al P. Abad y a la Comunidad por la hermosa
fiesta que se acababa de celebrar, y por las atenciones de que habían sido objeto los invitados, y a las Diputaciones, porque, reuni-
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das con el soberano, contribuían a estrechar los lazos de unión entre todos los españoles.
Y también j o , señor Director, pongo fin a esta sencilla colaboración, con la cual he intentado honrar a la Virgen de Monserrat y
a Ignacio de Loyola, y salvar mi buen nombre del cargo que me
hizo el amigo de que habló al principio de este articulejo; y será
hasta nueva ocasión.
Del Sr. Director, SS. y Gap.
REINALDO MUÑOZ
Obispo de Pogla.
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