4 V I DA E L NORT E - Domingo 16 de Julio del 2006 PERFILES E HISTORIAS Editora: Rosa Linda González perfiles@elnorte.com Buscando a Mayela E sa noche del lunes 9 de agosto de 2004 Mayela Aguilar, de 42 años, durmió intranquila sin motivo como suelen empezar estas historias. Estaba en un hotel de la Ciudad de México y al día siguiente continuaría una intensa jornada de capacitación de su empresa. No permaneció, sin embargo. Se levantó de la reunión la mañana del martes, marcó a su casa en Monclova y le contestó su madre. Dice que la percibió tensa, lejos. Cuando preguntó qué pasaba anticipó algo grave. Pero nada de la magnitud de lo que escuchó. De estatura baja, robusta y de pelo castaño, Mayela dejó a su madre hablando en el auricular. Subió a la habitación del hotel, empacó sus cosas y apenas si les dio tiempo a los jefes de permitirle partir. De cualquiera manera, aclara, los abandonaría. Cuando abordó el avión el corazón no dejaba de latirle con fuerza. Pensó en la ansiada libertad de su hija y confió en que el episodio se debiera a una huida por su propio pie, aunque a la vez le parecía contradictorio, ya que en unas semanas la joven se independizaría al entrar a la universidad y vivir en una casa de asistencia en Saltillo. Pero no fue así. Aún hoy, a casi dos años exactos, lo de Mayela no tiene vistas de tener que ver con la libertad. Sino con el misterio. I Mayela Aguilar se hizo cargo de su familia casi a los 15 años, cuando su padre, un profesor de escuela, murió en 1976, y su madre tuvo dificultades para tramitar la pensión. Con el tiempo, cursó psicología, pero la dejó por costosa y entró a trabajar. Más tarde conocería a Carlos Jesús Múzquiz Romo, trabajador en una talabartería familiar, con quien se casó. Del matrimonio nacieron Mayela Paola, Alberto y Aarón Alejandro. Al poco de nacer éste, hoy de 4 años, el hombre se fue a Estados Unidos donde hoy tiene una nueva familia. “Él dejó mucho tiempo de ver a los niños”, explica Mayela y le da un golpe a su cigarrillo. Su mirada tiene una fina luz de tristeza. “Todo este tiempo me dijo que no podía trasladarse, que no tenía papeles, pero le decía que podía arreglarlo, que no se había perdido un perrito. No volvió. Al principio tenía contacto con sus papás, pero también se alejaron”. Desde octubre Mayela se cambió a una casa en Saltillo para estar cerca de las autoridades. En ella hay pocos muebles y sí mucha desolación, rota ocasionalmente por el bullicio del pequeño Aarón, de 4 años, y Alberto, de 17, quienes se quedan con su abuela en Monclova, en la casa de la desaparición. Y es que en la más completa soledad, Mayela, una vendedora de inmuebles, ha emprendido una frenética búsqueda en pos de su hija. La historia, en la que no hay rastros, comenzó cuando la mujer se despidió de la chica el domingo 8 de agosto de 2004, antes de volar al DF e ir a su curso de capacitación en pensiones. “Hablé con ella el domingo. Lo mismo el lunes por teléfono; me pasó a sus hermanos, hablé con mamá (María del Refugio Ramírez Quintero). Regresaría el viernes”. Esa noche del lunes sentía que todo le caía mal, que no quería estar en las pláticas. Y es que esa noche, contaría después la abuela, Mayela recibió en su casa de Mississippi 2602, en la Colonia Brisas del Valle, a su novio de apenas cuatro meses, Alejandro Zertuche, de 18 años, pasadas de las 19:30 horas. Lo esperaba desde las siete y discutieron por la impuntualidad. El muchacho partió cerca de las 21:40 horas. Mayela se quedó sentada en la puerta hasta cerca de las 22:00 horas. La abuela la vio y no le dijo nada. De acuerdo al testimonio de su amiga Susy, a las 22:00 horas la chica recorrió las cuatro casas que las separaban y llamó a su puerta. La vecina le dijo que estaba en una oración familiar, que la buscaría después. Mayela asintió y, antes de cerrar la puerta, Susy vio cuando su amiga tomó rumbo a su casa. “A los minutos llegó Susy y preguntó por Mayelita, pero mamá le dijo que no estaba. Allí estaba mi hijo, Alberto. Pensaron que habría ido con alguna amiga, quizá a la casa de Cecy (Hernández), y esperaron”. Aguardaron una hora. Al fin tomaron el coche y recorrieron cuanta casa de amigas de Mayela se les ocurrió, incluida la de Alejandro, el novio, quien angustiado se unió a la búsqueda. Ya por la madrugada del martes acudieron a la policía local, pero ésta les dijo que debían esperar de 24 a 48 horas para iniciar una pesquisa. A la mañana siguiente, Mayela recibió la llamada de su madre y se enteró de la desaparición. Regresó. “Mamá no me llamó porque pensó que Mayelita se habría quedado con alguna amiga”, comenta, tal como ha repetido tantas veces. “La niña no era así, de irse así nada más; de regreso no lo creía, pero quería tener la esperanza que así fuera, que se hubiera quedado con alguna amiga”. La mujer llegó a Monclova a las 19:00 horas de ese martes. “Me fui directo con las amigas que me venía acordando, también a refrendar la denuncia con la policía”, cuenta. “Preguntaba con familiares, checaba los libros de teléfonos de Mayelita. La policía comenzó a revisar su correo electrónico”. Mayela hizo también lo que cualquiera hubiera hecho en su lugar: comenzó a preguntar casa por casa en la Colonia Brisas del Valle donde habían vivido por 15 años. Nadie vio ni escuchó nada: ni carros misteriosos, sujetos nunca vistos, chirriar de llantas o portazos. Unos chiquillos del barrio dijeron que les pareció ver a Mayela Paola dirigirse a una tienda de conveniencia, pero los empleados, que la conocían, nunca la vieron. d Desde 2004 la vida de Mayela Aguilar se volvió un angustioso camino de pistas falsas y puertas sin salida. Alguien mencionó también que hacía años unos hombres en un auto habían intentado raptar a una niña, sin éxito. Pero Mayela no encontró ni a la pequeña ni a sus familiares. Las llamadas pidiendo rescate jamás llegaron. Por ello, a los ministeriales, a quienes se les pasó el caso, les pareció una fuga de la chica con alguna pareja. Mayela insistió: era imposible. “No me hacían caso porque no era menor de edad”, lamenta. “Siento que perdieron tiempo en apoyarme. Andaba sola en la escuela preguntándoles a sus compañeros”. Entonces empezaron las llamadas extrañas. II Fueron como 15 llamadas en dos semanas, todas de teléfonos públicos, ya que Mayela podía registrarlas a través de un identificador. ASÍ LO DIJO Sinceramente no me imagino de qué está viviendo, con quién estará viviendo... Tampoco me la imagino afrontando experiencias difíciles”. Mayela Aguilar, madre de Mayela Paola Múzquiz Aguilar, desaparecida hace dos años. “Duraban dos o tres minutos, las recibía durante el día, pero no decían nada. Yo decía ‘Mayelita, si eres tú regresa, por favor’, pero nadie respondía”, cuenta la mujer. Seis meses después llegaron otras llamadas de teléfonos públicos de Aguascalientes. La policía afirmaba que no podía exigir una relación detallada a Telmex porque no había en medio un expediente criminal. Un amigo de la telefónica le ayudó a Mayela a escondidas e informó que los aparatos eran de esta entidad y no distaban mucho uno del otro. Fueron siete en total. También llamadas silenciosas. Y lo extraño: marcadas con un 01800 que Mayela les habían contratado a sus hijos. “Ya con eso me fui otra vez a la ministerial y me pusieron dos agentes, Fernando Alvizu y Arturo Coronado, y anduvimos cinco días en aquel estado casa por casa, tiendita por tiendita en la zona de las llamadas. Las llamadas de Aguascalientes siguieron. Ya sin vehículo oficial, Mayela puso el suyo y los agentes la acompañaron, incluso ella a cargo de los viáticos, lo que implicó un golpe tremendo en sus finanzas. A la par comenzaron a quedar registradas llamadas del DF y Monterrey, e información de que habían visto a una muchacha parecida a su hija en una plaza de la Colonia Villa Universidad, en San Nicolás de los Garza. Tanto preguntaba por las pistas acumuladas, que pronto Mayela intentó ingresar a todas partes, lo que requería órdenes judiciales. En tanto que seguían las llamadas, incluso del Cereso de Aguascalientes, ella entró a prostíbulos y centros de baile. “Me sentía tan triste entrando a esos lugares; entraba hasta los camerinos”, afirma, dolorida. “Tenía como un doble sentimiento: de encontrarla ya, pero no allí. Fue terrible”. Siguió pistas de hombres sobre los que le dijeron que se habían llevado muchachas a otras entidades; de un actorzuelo, Lizardo Flores, “La Sombra”, que embobaba jovencitas cuando Mayela estudiaba en el CBTIS 36. Ante los reclamos de Mayela de que había pistas sin seguimiento, el delegado de la zona norte de la procuraduría estatal, Sergio Gama, le respondió que no podían hacer nada. Que en todo caso, le aclaró, insensible, requerían un cuerpo para hacer la investigación. “Para mí eso fue un golpe muy duro”, dice Mayela y las manos le tiemblan al recordarlo. “Me mantuve tranquila, pero le dije que si encontraba un día el cuerpo de mi hija él sería el último al que le pidiera investigar. Que había muchos cuerpos regados en Monclova de crímenes sin resolver”. Al día siguiente, la prensa preguntó al burócrata cómo iba el caso de Mayelita y respondió que la madre era una malagradecida porque “pese a su trabajo ella lo había insultado”. Sin embargo, a decir de investigadores, la desesperación de Mayela y la pasividad del funcionario son emblemáticas de lo que sucede en Coahuila de unos años a la fecha. La coordinadora regional de la Asociación Mexicana de Niños Robados y Desaparecidos, Silvia Ortiz, informa que durante el último sexenio se incrementó la desaparición de jóvenes en Coahuila. sin que las autoridades hayan hecho algo. “Los padres somos los que investigamos, porque las autoridades no ayudan”, explica esta mujer, cuya hija Silvia Stephanie Sánchez Viesca Ortiz, “Fanny”, de 16 años, desapareció el 5 de noviembre del 2004. “Nos dimos cuenta que había un comandante involucrado en las desapariciones de mi hija y otras, René de León, del Grupo Especial de Antisecuestros de Torreón, pero no se ha hecho nada, hay protección. Incluso unos ministeriales con los que hicimos contacto nos dijeron que sólo los mandaban a dorarnos la píldora”. Silvia, a quien el Gobernador Humberto Moreira jamás ha recibido, explica que sólo ella ha estado cerca de casos como los de Adela Yazmín Solís Castañeda, a quien desde un auto en marcha fotografiaron antes de que desapareciera, igual que a Silvia Stephanie. También se cuentan Karina Toral, Rosa Margarita Rodríguez Flores, Perla Edith Rentería, Guadalupe Flores Guerrero, Dulce Alejandra Flores Martínez y Edna Xóchitl. d Éste es el cartel con el que se promueve la búsqueda de la joven. Es de hace dos años. Esta última lleva 14 años desaparecida. Tenía 8 años de edad. “Están mencionados en las investigaciones nombres de gente que pertenece a un grupo que maneja salas de masajes en Tamaulipas y Chihuahua, pero no nos dicen nada más”. Hoy, como Mayela, Silvia espera el regreso de su hija, atenta a las noticias de cuanto cuerpo de mujer hallan en brechas y carreteras, por lo que incluso ha tenido que dar su información genética a la PGR para que les confirme o descarte identidades. Sin embargo, basta poner el nombre de Mayela en un buscador de internet y ver que el aviso de la Procuraduría federal no sirve. Lo mismo sucede con las otras chicas. “Quiero que regrese como sea”, pide Silvia, profesora escolar. “Ya a las niñas les arruinaron la vida. Quisiera que ya las dejaran, que al cabo su vida ya cambió. Confío en encontrarla algún día, aunque sé que ya no será aquella niña inocente que yo tenía. Ya no lo es”. Para esta historia se intentó hablar con David Aguillón, titular de Comunicación Social del Gobierno de Coahuila, y agendar una entrevista con el Mandatario estatal, pero aquél no respondió a los llamados. III Sobre todo a partir de la desaparición, Mayela redescubrió a su hija al leer sus escritos personales, sus canciones: su soledad y habitual melancolía, lo difícil que le resultaba hablar. Su deseo de autonomía, de libertad. “Mayelita nació el 5 de marzo de 1985 y fue la niña más esperada del mundo”, afirma su madre y recupera la alegría perdida. “Quería que fuera niña y resultó una bebé preciosa, de ojos azules (luego fueron verdes). “Todo el tiempo la traía como una muñequita, pero a ella desde chica le gustó ser autosuficiente. Habló rápido y caminó antes del año. Siempre fue muy callada, muy tranquila”. Mayela soñaba con dedicarse al diseño gráfico, a las modas, por lo que solía diseñar su ropa. Le atraía también ser aeromoza. Fue buena estudiante y no tenía conflictos ni en su casa ni con amigos. Sobre todo en los últimos años se acercó mucho con su hermano, con quien conversaba hasta muy noche en la cocina. “Muchas veces me he puesto a pensar qué pudiera estar haciendo y sinceramente no me imagino de qué está viviendo, con quién estará viviendo”, dice Mayela y la mirada se va hacia la puerta de su casa. “Tampoco me la imagino afrontando experiencias difíciles”. La última vez que Mayela siguió en vano una pista fue en Zapotlanejo, donde vive una amiga de la chica. Acompañada por los agentes, quienes venían dormidos, la mujer conducía de regreso a Monclova. Era 24 de diciembre del 2004. “Fue muy triste ver Saltillo nevado y yo sin nada. Siempre me iba con la ilusión de encontrar algo”. Durante el 2005 y en lo que va del año, Mayela ha viajado a ciudades cercanas, repartiendo volantes con la fotografía más reciente de la chica: precisamente la que se tomó para entrar a la universidad. Aunado a su depresión y a tener que atender su trabajo, Mayela afronta la ausencia de Aarón y la tristeza de Alberto, sus hijos. El primero se acostumbró a los llantos de su madre y a sus búsquedas al volante, incluso retornos completos para verificar si alguna chica en la calle era su hija. Un día el niño, desesperado, subió a un resbaladero y le dijo a sus compañeros del jardín: “¡escuchen, mi hermana regresó, está con nosotros!”. “No entiendo por qué dijo eso”, comenta Mayela y los ojos se le humedecen. “Será porque le pone muy nervioso verme llorar siempre, andar buscando a Mayelita por todos lados. Luego mi hijo Alberto ha entrado en una etapa en la que no puede dormir, dice que escucha voces en la planta de abajo. Ya me pidió que lo llevara a terapia. Lo voy a hacer”. Los tres han tenido que afrontar sus miedos sin perder un céntimo de la pesquisa diaria en la que se ha vuelto su vida juntos. Solos, en medio de la ausencia, intentan sobrellevar sus labores habituales. Mayela dejó a su mamá en la casa de Monclova a la que no volvió a entrar más la chica. No han vuelto a recibir más llamadas. Sigue el misterio. Sólo esperan. Lo que sí es un hecho y lo saben bien es que, tras dos años sin Mayela, la vida definitivamente no volverá a ser igual. Érika del Paso Daniel de la Fuente Érika del Paso La noche del 9 de agosto de 2004 una estudiante de Monclova salió de casa y no volvió • Sin cifras oficiales, Coahuila registra por lo menos ocho desapariciones similares, problemática que la asemeja a otras entidades • En dos años la autoridad ha ayudado poco o nada en la pesquisa • Ante el desinterés, una madre combina su labor de vendedora de casas con la de investigadora para descifrar el misterio.