La belleza de Girona no necesita ser pregonada, porque el interés que suscita la sitúa como una de las provincias preferidas por los turistas, y no es por casualidad. Emplazada sobre un promontorio en la confluencia de los ríos Ter y Onyar, la ciudad de Girona ha sido siempre un importante cruce de caminos, punto de paso de las vías romanas y medievales que comunicaban el sur de Francia con la Península y, en consecuencia, lugar frecuentado por viajeros, comerciantes y ejércitos en marcha. Todos la codiciaron y trataron de hacerla suya, desde Aníbal hasta las tropas napoleónicas, de ahí su sobrenombre de la ciudad de los sitios. El rico patrimonio artístico de la capital, resultado del cruce de tantas civilizaciones, no es, sin embargo, el principal atractivo de la provincia de Girona. Ninguna obra humana puede competir con la belleza agreste de su franja litoral, por eso mismo conocida como la Costa Brava. Desde Blanes, en el límite con la provincia de Barcelona, hasta Portbou, en la frontera con Francia, la costa de Girona es una sucesión de calas, playas y promontorios rocosos que alcanzan su más hermosa expresión en el cabo de Creus, cuyos paisajes de ensueño tanto influyeron en la pintura de Dalí. Al recuerdo del genial artista están unidos numerosos lugares de la provincia, y más que ningún otro la ciudad de Figueres, que lo vio nacer y morir. Es la capital del Alt Empordà, comarca que ocupa, junto con las tierras volcánicas de la Garrotxa y los valles pirenaicos del Ripollés y la Cerdanya, la zona más septentrional de la provincia, hermosísima también. Ciudad de Girona Las famosas casas sobre el río Onyar, hoy pintadas en llamativos colores –ocres y naranjas–, fueron construidas a principios de la Baja Edad Media adosadas a las murallas del barrio antiguo y el burgo del Mercadal, sobre la margen derecha del río. A sus espaldas, subiendo por la empinada calle de la Força, se encuentra el Call, o barrio judío, formado por estrechos pasajes y tortuosas callejuelas; esta es una de las juderías mejor conservadas del mundo, lo que demuestra la importancia que tuvo la cultura judía en Girona. Aquí se halla emplazado el Centro Bonastruc Ça Porta, hoy Museu d’Historia dels Jueus y el Institut d’Estudis Nahmànides. Si se continúa ascendiendo por esa vía, se llega, a la izquierda, al Museu d’Història de Girona y, a la derecha, a la fachada posterior de la Pia Almoina, un elegante edificio gótico civil del XIV. La calle desemboca en la asombrosa plaza de la Catedral, que está cerrada a la izquierda por la Casa Pastors, del siglo XVIII, donde se ubicará el Museu d’Art Modern de Girona; enfrente queda el portal de Sobreportes y, detrás de este, la basílica de Sant Feliu, del más puro estilo gótico, cuya bellísima torre constituye una de las imágenes clásicas de la ciudad. En la misma plaza, y en lo alto de una majestuosa escalinata de 90 peldaños, se levanta la catedral (siglos XI-XVIII). Del primitivo edificio románico (1038) se conservan el claustro, de planta trapezoidal y dobles columnas con capiteles figurados, y parte de la torre, llamada de Carlomagno. La fachada es de estilo barroco, mientras que el ábside con girola (siglo XIV) responde al proyecto de Henri de Narbone. Guillem Bofill sería el responsable de sustituir el plan original de tres naves por la nave única actual, la más ancha de la arquitectura gótica mundial. Entre los tesoros de la catedral se cuentan uno de los más bellos ejemplares del Beatus, la arqueta de Hixem II (siglo X) y el Tapiz de la Creación (siglo XII). El Museu D’Art de Girona –instalado en el antiguo Palacio Episcopal, con una importantísima colección de arte medieval y moderno de la provincia–, los baños árabes (siglo XII), el monasterio benedictino de Sant Pere de Galligants –de los siglos XI -XII, hoy sede del Museu Arqueològic– y la iglesia de Sant Nicolau (siglo XII) completan el paseo por la vieja Girona. Cabo de Creus El extremo oriental de los Pirineos es un sobrecogedor paraje lunar azotado por el gregal, el mistral y la tramontana, un fabuloso parque natural marítimo y terrestre en el que se hallan las calas más recónditas de la Costa Brava, su monumento más señero –el monasterio benedictino de Sant Pere de Rodes– y su población más bella: Cadaqués. Al norte del cabo, y en el fondo de una amplia bahía que el sol de poniente viste de bellos tonos dorados, se alza El Port de la Selva, un coqueto puertecito de pescadores encalado de los pies a la cabeza, como su templo de Santa Maria de les Neus, del siglo XVIII. Siguiendo desde aquí a pie el sendero GR-11, tendremos la oportunidad de conocer la costa más brava de la Costa Brava. Con ese propósito, saldremos del pueblo por la calle que va a la cala Tamariu, abandonando el asfalto al poco de rodear la punta de la Creu para enfilar por lo alto del promontorio hacia la masía d’En Puignau. Los restos de la ermita de Sant Baldiri (siglo XV) y la umbría de alcornoques de la riera Paltré nos saldrán al paso antes de avistar la herradura de roca pelada y agua cristalina de la remota cala Tavellera. En pleno verano, no encontraremos más que dos o tres grupitos de bañistas chapoteando en la orilla de esta ensenada prehistórica de color aguamarina. En total, son tres horas de marcha –ida y vuelta por el mismo camino–. Se recomienda llevar agua en abundancia (no hay fuentes), calzado de trekking, protección contra el sol, toalla y bañador, aunque esta última prenda no es de rigor en la cala Tavellera. A 7 km de El Port de la Selva, encaramado en la montaña de la Verdera, se encuentra el monasterio de San Pere de Rodes, del siglo X, máximo exponente del arte románico en Girona, que llegó a ser en la baja Edad Media el cenobio más señero del Empordà. Dignos de admiración son su iglesia, una obra excepcional con influencias prerrománicas, sus capiteles tallados con delicadas lacerías y hojas de acanto en la línea estilística de Córdoba y Bizancio, y su campanario de estilo románico lombardo, al que trepaban los monjes benedictinos para estar a la mira de piratas, pues desde él se atalaya el cabo de Creus al completo: desde la bahía de El Port de la Selva hasta los farallones donde el Pirineo se sumerge en el Mediterráneo. Una enrevesada carreterilla de 13 km conduce desde El Port de la Selva hasta Cadaqués. Las bellezas de este pueblo, considerado la quintaesencia del Empordà, están fuera de toda duda. La municipalidad se ha visto obligada a construir un aparcamiento disuasorio en las afueras para evitar que los turistas se metan con sus coches hasta la sacristía de la iglesia de Santa María –de traza gótica tirando a barroca– o se queden atascados entre las casas modernistas diseñadas por Coderch y Milá. A solo dos km, en Portlligat, se halla la Casa-Museo de Salvador Dalí, formada por un conjunto de casas de pescadores desde cuyas ventanas se avistan los horizontes líquidos que inmortalizó el pintor. La carretera, cada vez más escarpada, muere junto al faro del Cabo de Creus, desde el que se domina un panorama espectacular. Aquí se rodó la película El faro del fin del mundo, cuya acción discurre supuestamente en las vastas soledades del canal de Beagle (Tierra de Fuego, Argentina-Chile). Tal es la desolación que reina en este finis terrae del Levante español. Uno de los lugares más espectaculares del Parque Natural del Cabo de Creus es el Paraje de Tudela, de un importantísimo valor geológico, vegetal, faunístico y marino, felizmente recuperado para uso público tras una cuidadosa restauración. “Es un paisaje mitológico que está hecho para dioses más que para hombres”, dejó dicho Salvador Dalí. En el municipio de l’Escala, al sur de la bahía de Roses en el Baix Empordà –una de las más bellas del mundo, según la UNESCO– encontramos el excepcional conjunto arqueológico de Empúries, donde se pueden visitar las ciudades griega y romana, situadas junto al mar. Fundada por colonizadores griegos en el siglo I a.C., Empúries fue ocupada por los romanos durante la Segunda Guerra Púnica, empezando así la romanización de la Península Ibérica. A 24 km al Oeste de L’Escala se conserva la ciudad ibera de Ullastret que, situada en una pequeña colina, domina el paisaje suave y tranquilo del Empordà. Pasear entre sus calles, casas y edificios señoriales y descubrir su magnífica muralla hacen revivir una época lejana de nuestra historia, hace más de 2.500 años. Figueres Situada a 40 km al norte de Girona, en pleno cruce de las rutas que conducen a la Costa Brava y a la frontera francesa, la capital del Alt Empordà es un activo centro turístico y cultural, cuyo nombre está unido al de su hijo más célebre, Salvador Dalí (1904-1989), que eligió su ciudad natal para pasar los últimos días de su vida y erigir su museo más osado. Las dos principales atracciones dalinianas en Figueres se hallan alrededor de la plaza de Dalí i Gala. Una es el Teatre-Museu Dalí. Instalado en el antiguo teatro municipal (1850), incendiado durante la Guerra Civil y restaurado en 1966, Dalí le añadió una inmensa cúpula geodésica de cristal, bajo la cual está enterrado. El museo es, en sí mismo, un gigantesco objeto surrealista, decorado con huevos descomunales, panes colocados en la fachada a imitación de la Casa de las Conchas de Salamanca, lavabos, maniquíes dorados… En él se expone una importante colección de pinturas de Dalí, así como de otros artistas: Pitxot, Duchamp, Fortuny. Es uno de los museos más visitados de España. La segunda gran atracción es Torre Galatea, que fue la última residencia del artista, el cual introdujo en su estructura antigua colores chillones y objetos oníricos. Otros lugares de interés son el Museu de Joguets, con más de 4.000 juguetes de distintos países y épocas, y ya en las afueras, el castillo de Sant Ferrán (siglo XVIII), que posee una muralla de cinco kilómetros. La Garrotxa A poco más de 40 km al noroeste de Girona, se encuentra la Zona Volcánica de la Garrotxa, un enclave de tal singularidad que le valió ser el primer parque natural declarado por la Generalitat (1982). Más de 40 conos y 20 coladas de lava, concentrados en 120 kilómetros cuadrados, forman el paraje volcánico mejor conservado de la Península Ibérica y el de más reciente formación – entre 80.000 y 11.000 años–; un paraje que, lejos de ofrecer un aspecto desolado, está cubierto por espesos bosques en los que habitan 1.273 especies de plantas y 251 de animales vertebrados. El acceso más recomendable, desde Girona, se efectúa por la carretera C-66. Este camino permite visitar de paso localidades tan hermosas como Banyoles, a orillas de su romántico lago, y la medieval Besalú, con su puente fortificado de origen romano y su iglesia románica de Sant Pere. Tres poblaciones de obligada visita delimitan la Zona Volcánica de la Garrotxa: Olot, en cuyo casco urbano se alza el volcán de Montsacopa, con un cráter de 120 metros de diámetro y 12 de profundidad; Castellfollit de la Roca, pueblo encaramado en una colada de lava que forma un acantilado de columnas basálticas, cual órgano de viento de titanes, sobre el río Fluvià; y Santa Pau, villa declarada monumento histórico-artístico, con su castillo medieval, su iglesia gótica y su plaza porticada, y una interesante oferta gastronómica. También de obligada visita, antes de efectuar cualquier ruta a pie por la zona, es el Casal dels Volcans (en la avenida Santa Coloma de Olot), un palacete modernista obra de Josep Fontserè que alberga uno de los centros de información del parque natural en medio de un romántico jardín botánico. En la planta baja, en el Museo de los Volcanes, se pasa un audiovisual que reproduce con todo lujo de detalles una violenta erupción volcánica. El Sensorround es tan convincente que más de un espectador abandona el recinto a mitad de proyección. A cuatro km de Olot, camino de Santa Pau, se halla el área de Can Serra, dotada con centro de información y gran aparcamiento. Aquí nace el itinerario pedestre número 1 de los 28 que transcurren por el parque natural: una ruta circular de 11 km (3-4 horas de duración) que recorre los bosques y volcanes más vistosos. El camino comienza de forma gloriosa, atravesando la Fageda d’en Jordà, un hayedo excepcional por su belleza y su rareza: está a solo 550 metros de altitud y sobre llano, cuando lo normal es que las hayas medren entre los 1.000 y 1.700 metros, y en terrenos más bien empinados. La elevada pluviometría de la zona –1.000 litros anuales: por algo a Olot se le conoce como el orinal de la Garrotxa– explica la existencia de esta rara joya, mientras que a pocos pasos de ella se descubren masas casi impenetrables de robles, arces y encinas, ofreciendo una estampa más propia de una fraga gallega que de un monte gerundense. A mitad de recorrido, el volcán de Santa Margarida ofrece una insólita visión: en su cráter, de 330 metros de diámetro, hay un prado circular y, haciendo diana, una ermita románica. El Ripollés En esta esta comarca se alza un importante conjunto montañoso, presidido por el Puigmal, de alturas cercanas a los 3.000 metros. Al abrigo de este anfiteatro se extiende la cabecera del Ter, dividida en dos grandes valles: Camprodon y Ribes. En el primero destaca Beget, un precioso pueblecito de montaña, con casas de piedra y balconadas de madera, que está apiñado a la sombra de una iglesia románica de los siglos X-XII. A 10 km de Ripoll se encuentra el monasterio de Sant Joan de les Abadesses, fundado por el conde Wifredo el Velloso en el siglo IX , que guarda, en el ábside central de la iglesia, el Descendimiento de la Cruz, un extraordinario grupo escultórico de madera policromada fechado en 1251. El Vall de Ribes, por su parte, ofrece a la admiración del visitante el monasterio de Ripoll, también fundado por Wifredo el Velloso, que fue panteón de los condes de Barcelona hasta el siglo XII y uno de los focos culturales más activos de la Península en la Edad Media. Muy restaurado a lo largo de los siglos, conserva su fachada occidental, de mediados del siglo XII, cuyos relieves forman una verdadera página esculpida en piedra en la que pueden leerse los pasajes más importantes de la Biblia. Valle arriba, en Ribes de Freser, arranca un trenecito de cremallera que permite acceder a Vall de Núria, salvando más de 1.000 metros de desnivel en 12 km de recorrido, todo él entre montañas, torrentes y precipicios. La Cerdanya Maltratada por la historia, que consintió su partición entre Francia y España en el Tratado de los Pirineos (1659), la Cerdanya no puede quejarse en cambio del trato que le ha dispensado la naturaleza, la cual ha obrado el milagro de plantar, en mitad de un circo montañoso de más de 2.900 metros de altura, esta llanura de 120 kilómetros cuadrados de verdor que el Segre riega y el sol caldea durante 3.000 horas al año para pasmo de meteorólogos, estudiosos de energías alternativas –uno de los mayores hornos solares del mundo se halla en Odeillo, cerca de Font-Romeu, en la Cerdanya francesa. Esquiadores y amantes de la montaña fueron los que, en 1909, comenzaron a montar la estación de la Molina, pionera del esquí en España, mucho antes de la construcción del túnel del Cadí (1984), cuando el único acceso posible era a través de la ardua collada de Toses, y posteriormente en tren, cuando en 1922 se inauguró la línea Barcelona-Puigcerdà. En la actualidad los usuarios de La Molina pueden esquiar también en la cercana estación de La Masella. En la capital, Puigcerdà, abundan los pequeños comercios, restaurantes y cafeterías, así como establecimientos con productos locales como embutidos y quesos. También destaca el famoso lago y parque Schierbeck, donde se conservan las villas de los primeros turistas adinerados de la capital. A 6 km de Puigcerdà, allende la frontera, se encuentra Llívia. Esta villa española aislada en tierra francesa a raíz del Tratado de los Pirineos, presenta la curiosidad añadida de poseer la farmacia más antigua de Europa (1415), la cual ha ido pasando de padres a hijos durante 23 generaciones. Hoy es un museo donde se exhiben viejos formularios, material de laboratorio y el cordalier, armario barroco polícromo del XVIII donde se guardaban los tarros con los productos más apreciados. Mirando hacia el sur desde cualquier punto de la llanura ceretana, se avistan los sobrecogedores acantilados grises de roca caliza, de más de 500 metros de caída vertical, de las sierras del Cadí y del Moixeró. A lo largo de sus 30 km se acotó en 1983 un parque natural de 41.342 hectáreas, uno de los mayores espacios protegidos de Cataluña. Aunque el roquedo agreste y pelado es la gran atracción del parque. También abundan en él los prados naturales y los espesos bosques de coníferas (pino silvestre, pino negro y abeto) donde cohabitan especies tan valiosas como la marta, el urogallo y el águila real. Turismo interior y gastronómico Este espectáculo natural de macizos montañosos, lagos, ríos y humedales que constituye Girona es un imán que atrae a los aficionados al turismo interior y rural por la belleza del entorno y la oferta de establecimientos que proponen aparcar el estrés y pasar unos días en contacto con la naturaleza. En las comarcas de esta provincia catalana una tercera parte del territorio está protegida por su interés natural, y una amplia red de senderos señalizados recorren las diferentes comarcas para practicar senderismo y cicloturismo, solo o acompañado. Esa conexión con la naturaleza y el turismo interior está acompañada del acierto con el que los gerundenses han habilitado viejas masías como establecimientos rurales en los que se proponen actividades como la equitación, que invita a trotar y galopar por la naturaleza. Estos agradables paseos por el entorno natural tienen el broche de oro perfecto con la degustación de productos autóctonos elaborados por algunos de los mejores chefs del mundo. La gastronomía de Girona se nutre de la tradición culinaria añadiéndole grandes dosis de creatividad con un resultado excelente, que se puede degustar, por ejemplo, en El Celler de Can Roca, de los hermanos Roca, tres estrellas Michelín, encumbrado a lo más alto de la gastronomía al ser elegido por la prestigiosa revista inglesa Restaurant como el mejor restaurante del mundo. Joan dirigiendo los fogones, Jordi bordando postres de cocina y Josep mimando los vinos de la bodega han situado a su restaurante, y a Girona, en el trono de la restauración mundial. Este y otros restaurantes de prestigio aprovechan la calidad de los productos de la zona, reconocidos muchos de ellos con distintivos de denominación de origen y calidad, como el vino, el aceite o la ternera; otros productos también se merecen un hueco en la despensa de cualquier aficionado a la cocina o en el plato del viajero que quiera sacarle todo el gusto a Girona. La cebolla de Figueres, el ajo de Banyoles, el arroz de Pals, los quesos de Girona o las alubias de Santa Pau hacen honor al buen nombre de la cocina gerundense. Enoturismo y oleoturismo La misma maestría que muestran los grandes chefs catalanes es la que exhiben sus bodegueros, con vinos de calidad y muy variados. Alrededor de los vinos hay toda una filosofía de vida y del viaje, que el turista puede descubrir a través del enoturismo. Cataluña presenta once denominaciones de origen, además de la DO del cava, que se pueden descubrir saboreando el vino en su lugar de elaboración, alojándose en las casas de turismo rural y hoteles situados en fincas en las que se elaboran los caldos, o visitando los centros divulgativos que existen en las zonas productoras. A los atractivos naturales y culturales de Girona debemos añadir propuestas como la Ruta del Vi DO Empordà, que permite conocer la esencia de esta tierra adentrándose en una tradición que se remonta muchos siglos atrás hasta los tiempos de los romanos. Sabor y tradición. La ruta del vino recoge una extensa oferta enoturística que incluye visitas a bodegas, comidas entre viñedos, estancias en bodegas situadas en bellos parajes naturales, tratamientos de vinoterapia, espacios museísticos de interés enogastronómico y numerosas actividades experienciales relacionadas con el mundo del vino, como kayak con degustación de vinos, visita a bodegas en bicicleta y catas a ciegas. En Cataluña se producen con mimo el vino y el aceite. Hay aceites de una calidad única, reconocidos y amparados por las denominaciones de origen que ofrecen visitas a los campos de olivos y catas para que los paladares distingan entre las diferentes variedades de aceitunas. En total, Cataluña cuenta con 40 productores de aceite de oliva extra virgen de 18 comarcas con productos de calidad, que el viajero puede descubrir a través de las rutas del aceite disfrutando, además, de la naturaleza, la gastronomía y el patrimonio cultural a partes iguales. En Girona la elaboración del aceite se concentra en la Denominación de Origen L’Empordà mediante el proceso tradicional de la prensa, que se ha transmitido de generación en generación. Se pueden visitar aún hoy los molinos de La Bisbal para contemplar los sistemas tradicionales de prensa hidráulica, y el de Torroella de Montgrí, del siglo XIX, en el que aún trabajan con el sistema tradicional de prensa y muela. Destino para familias Girona cuenta con una gran tradición de servicios especiales para las familias, con un amplio abanico de actividades que se pueden realizar al aire libre con los más pequeños de la casa. Las propuestas abarcan desde ocio urbano, con museos, hasta los parques naturales donde conocerán la fauna y flora de la zona, sin olvidar los divertidos parques temáticos. Desde el Museu del Cinema para que los más pequeños conozcan los inicios del séptimo arte, hasta parques acuáticos como Roses Aqua Brava, una de las piscinas con las olas más grandes de Europa; Lloret de Mar Waterworld y su montaña rusa acuática o el Aquadiver, con toboganes, corrientes de agua y piscinas de varios tamaños. Actualmente la Costa Brava dispone de 7 poblaciones turísticas con el sello de “Destino de Turismo Familiar”, certificación que distingue los municipios especialmente sensibles a este segmento turístico. Estos municipios son Blanes, Lloret de Mar, Sant Feliu de Guíxols, Castell-Platja d’Aro, Calonge-Sant Antoni, Torroella de Montgrí-L’Estartit y Roses, que ofrecen propuestas y planes pensados para toda la familia con alojamientos, restaurantes y actividades de todo tipo adaptados a los niños. http://clubcliente.aena.es