BIZANCIO Y EL ISLAM. 1. Marco espacial y temporal de ambas civilizaciones. Los imperios bizantino e islámico convivirán durante más de 700 años en el espacio mediterráneo y de oriente próximo. Presentamos dos mapas en los que se muestra la máxima expansión bizantina en época de Justiniano, con las pérdidas posteriores y la máxima expansión islámica en época abasí; puede apreciarse cómo la expansión omeya se realizó en gran medida desde el siglo VII a expensas de territorios de Bizancio. El marco cronológico bizantino viene determinado por una serie de etapas de esplendor y de crisis que podemos resumir en: 1. Primera edad de oro coincidiendo con el siglo VI y determinada por la presencia de Justiniano. 2. Crisis de los s. VII y VIII con la irrupción islámica. 3. Segunda edad de oro o renacimiento macedonio entre los siglos IX y XI. 4. Crisis definitiva con el paréntesis de la Tercera edad de oro al recuperarse Constantinopla en 1261, entre los siglos XII y XV. 5. Caída de Constantinopla en poder de los turcos en 1453 y fin del Imperio. Para el marco cronológico islámico destacamos: 1. Califato ortodoxo (632-661). 2. Califato omeya (661-750). 3. Califato abasí (750- 1258). 4. Disgregación califal (1258 en adelante). 2. Bizancio. En cuanto a la evolución histórica, el Imperio Romano de Oriente resistió la presión de los germanos y perduró mil años hasta su destrucción en 1453 tomando el nombre de Imperio Bizantino. Poco a poco retomó sus raíces griegas siendo el helenismo y el cristianismo las bases de su cultura, cuya impronta veremos en el Islam, la Europa feudal y Rusia, evangelizada por Bizancio. Durante el s. VI el emperador Justiniano (518-565), intentó reconstruir el antiguo imperio romano ocupando sus generales la Italia ostrogoda, el norte de África de los vándalos y las costas meridionales de la Hispania visigoda, pero con la irrupción musulmana del s.VII se perdieron las provincias más ricas (Egipto, Palestina y Siria) quedando el imperio reducido a las zonas más pobres. El único centro económicamente importante era Constantinopla y el Imperio se reorganizó de un modo militar en el que las provincias 1 (Themas) eran gobernadas por generales que actuaban como señores feudales. Gracias a esta militarización se detuvo el avance musulmán y se aplastó la amenaza de los búlgaros que atacaban desde el Danubio; es la segunda etapa de esplendor entre los siglos IX y XI. Sin embargo, no se pudo resistir la presión turca y aunque los ejércitos de cruzados cristianos apoyaron, el Imperio volvió a reducirse de modo que desde la segunda mitad del XIV se limitó a la capital y algunas zonas costeras del mar Egeo. En 1453 el sultán Mohamed II ocupó Constantinopla. Esta ciudad tenía una extraordinaria situación estratégica, con un gran puerto natural, el Cuerno de Oro, y como Roma, grandes avenidas y monumentos. Durante siglos monopolizó el comercio de la seda, las especias y los esclavos y su moneda mantuvo durante siete siglos la misma cotización. También era una ciudad industrial y sus sedas y objetos de metal eran apreciados en todo el Mediterráneo y con casi un millón de habitantes, la ciudad mayor y más lujosa del mundo conocido. Hasta la invasión musulmana la organización económica era de base esclavista tanto en el campo como en la ciudad. Egipto era el centro agrícola y Siria el centro industrial con Alejandría y Antioquía como centros comercial y bancario. Con la pérdida de estos territorios la economía se ruralizó fundamentándose en grandes latifundios agrario-ganaderos, concentrándose la artesanía y el comercio en Constantinopla y manteniéndose algunos puertos en el Egeo (Tesalónica y Éfeso). La transformación política partió de la necesidad por parte de Justiniano de unificar tierras en las que se hablaba latín y griego. Al ser el griego dominante cambió el título latino de Imperator por el griego de Basileus. El poder del Emperador era absoluto y se apoyaba en el ejército y una eficiente red de funcionarios; el título era hereditario y la coronación la efectuaba el Patriarca de Constantinopla con lo que poder político y religioso estaban muy unidos; había senadores, cónsules, pero de mero valor nominal. Diferentes códigos (Corpus Iuris Civilis, y los de León III, Basilio I y León el Sabio), completaron la tradición del derecho romano. Mención aparte merece la Iglesia. Oriente había sido la parte más intensamente cristianizada y su Iglesia era más culta que la de Occidente. Allí se reunieron los primeros concilios, se crearon las primeras órdenes monásticas y desde allí partieron los primeros impulsos evangelizadores (sobre visigodos o eslavos). Pero surgieron problemas por disputas con la autoridad imperial (querellas iconoclastas 753-843) y con la Iglesia occidental (Cisma de 1054). Culturalmente, la Corte, las Universidades y los Monasterios fueron los lugares en los que se fundió la tradición helenística y la cristiana. El arte bizantino nos dejó en la Primera edad de Oro la última gran obra de la arquitectura antigua, Santa Sofía de Constantinopla, donde por primera vez se sintetizaban las plantas rectangular y circular y se asentaba el sistema de cúpula sobre pechinas, y la joya del mosaico que es S. Vital de Rávena. En los sucesivos 2 periodos de esplendor se desarrollan las tareas sobre marfil (tríptico Harbaville), se perfecciona la técnica del mosaico y se abren talleres de iconos en los que se muestra un mundo de figuras rígidas, hieráticas, con fondos dorados y sin perspectiva, transmitiendo una visión trascendente del mundo y huyendo del realismo al que obligan los conceptos representativos de espacio y tiempo. 3. El Islam. En cuanto al origen y expansión del Islam, nace éste en Arabia donde los árabes estaban organizados en tribus enfrentadas entre sí sin poder político unificador. La mayoría eran pastores nómadas y sólo Medina y la Meca destacaban como ciudades con floreciente comercio. Mahoma era un comerciante de La Meca que conocía el monoteísmo judeocristiano. Se sintió llamado por Dios e inició la predicación de una nueva religión, el Islam, que defendía la sumisión al único Dios, Alá. En La Meca los comerciantes consideraron esta doctrina una amenaza para el orden social y el profeta se trasladó en 622 (hégira) a Medina, fecha de comienzo del calendario musulmán. En Medina reclutó un poderoso ejército y desde allí conquistó La Meca e inició la expansión por Arabia. Tras su muerte en el año 632, los ejércitos se lanzaron a la conquista para propagar la nueva religión mediante la yihad o guerra santa, creando un gran imperio que atravesará múltiples vicisitudes durante la Edad Media. En los primeros años fueron los pariente de Mahoma quienes llegaron al poder mediante elección formando el califato ortodoxo (632-661), controlando la totalidad de Arabia y enfrentándose al imperio bizantino. Al surgir la elección del cuarto califa, llamado Alí, las luchas internas provocaron su asesinato recayendo el poder en la familia Omeya (661-750). Con los Omeyas el título de califa se hizo hereditario, se trasladó la capital a Damasco y se extendió mediante conquista el imperio desde Persia hasta la península Ibérica. En el año 750, Abul-Abbas dirigió una rebelión que acabó con el periodo Omeya iniciándose el califato Abasida con traslado de la capital a Bagdad. El imperio se burocratizó pero fue imposible mantener unido tan vasto territorio con lo que tanto por luchas internas como por deseos de independencia de las provincias más alejadas, se inició un proceso de disgregación (califato andalusí, califato fatimí) hasta que el pueblo oriental de los mongoles entró en Bagdad en 1258 acabando formalmente con el califato. Desde entonces serán los turcos procedentes de Asia, el pueblo dominante del islam en Oriente Medio, mientras que las dinastías mongolas y timúridas extenderán la fe de Mahoma hasta la India. Para el gobierno del territorio utilizará el Califa (máxima autoridad política y religiosa) el auxilio de consejeros (visires), gobernadores para las provincias (walíes), intérpretes de la ley coránica (ulemas) y administradores de justicia (cadíes). Estos altos funcionarios formarán la cúspide de la pirámide social. La economía fue heredera de la tradición comercial antigua pues el imperio islámico controló las rutas que unían Oriente y Occidente enlazando India con España y África con Constantinopla. El dinar de oro, cotizado en todo el mundo, mantuvo el valor de este comercio. En sus grandes ciudades (El Cairo, Alejandría, Damasco, Córdoba) floreció la artesanía textil, del metal y del curtido de la piel, mientras que desarrollaban técnicas de regadío avanzadas en 3 zonas rurales (pozos, canales, norias, molinos). Este florecimiento económico basado en el equilibrio campo-ciudad y entre agricultura artesanía y comercio, se correspondía con una sociedad en la que predominaban los hombres libres. Convivían musulmanes, judíos y cristianos de distintas etnias (bereberes, árabes, eslavos). La división social se estableció según criterios económicos: la aristocracia de gobernantes y grandes propietarios detentadores del poder político y económico, eran mayoritariamente árabes; el grupo de notables integrado por comerciantes, artesanos con taller o propietarios medios de tierra, no intervenía en la vida política; la mayoría de la población (vendedores ambulantes, artesanos, campesinos), sin propiedades y en situación precaria. Culturalmente la civilización islámica fue muy brillante, y en gran medida, deriva de la religión. El Corán, más allá de las cinco obligaciones recogidas (profesión de fe, oración cinco veces al día, peregrinación a la Meca, ayuno durante el mes de Ramadán y limosna) y defensa de la religión a través de la yihad, determinará buena parte del entramado cultural (desarrollo de mezquitas, del urbanismo islámico, de los valores sociales, etc.). Además de adoptar y transmitir las innovaciones de otros pueblos, fueron grandes astrónomos, matemáticos y médicos. Crearon importantes bibliotecas y desarrollaron la poesía y la música. Pero si algo hay de la civilización islámica que la hace inconfundible, es el arte. Destacó por su capacidad de fundir los rasgos artísticos de los pueblos conquistados dotándoles de originalidad gracias a la decoración. Ante la prohibición de representación de imágenes, destacaron en arquitectura. Dentro de la construcción religiosa crearon diversas tipologías de mezquita (de naves como la de Córdoba, de patio con iwanes como la de Isfahan, centralizadas como la Azul de Constantinopla, mezquitas-medersa, etc) en las que aparecen columnas reaprovechadas de edificios clásicos y helenísticos, arcos de medio punto y herradura, techumbres planas de madera con algunos espacios cupulados, grandes cúpulas, etc. Dentro de las construcciones civiles destaca el palacio, que recogerá toda la tradición antigua desde Cnossos a Jorsabad y a Split para culminar en obras sublimes como la Alhambra de Granada; aquí se organiza el espacio con unidades yuxtapuestas en torno a dos patios que señalan la separación entre lo privado y lo público y mientras el aspecto externo es austero (como el buen musulmán) el interior es rico gracias a los efectos decorativos de la luz tamizada incidiendo sobre paredes decoradas con motivos de lacería, ataurique y epigráficos. El modelo de mezquita más extendido es el de naves o hipóstilo y Córdoba es un ejemplo excepcional: un patio con los tres elementos básicos (fuente, minarete y galería porticada) permite el acceso a una sala de oración con naves separadas por doble soporte con arcos de herradura de entibo y de medio punto superior; tres espacios de maxura con bóveda califal y habitación-mihrab alojada en el doble muro de quibla. 4