“DE CUSTODIA ORDINIS ET ANIMARUM SALUTE TRACTETIS” (RC 15) MENSAJE DEL CONSEJO GENERAL O. CARM. Y EL DEFINITORIO GENERAL OCD MONTE CARMELO. 29. 11 – 4. 12. 2010 Entre el 29 de noviembre y el 4 de diciembre, justo al inicio del tiempo de Adviento, el Consejo General OCarm y el Definitorio extraordinario OCD nos hemos reunido en la Tierra de Jesús, para reflexionar sobre nuestra vida como religiosos mendicantes. Inesperadamente nos encontramos en esos días con la noticia del terrible incendio que ha asolado parte del Monte Carmelo, cobrándose un elevado número de víctimas y produciendo una terrible catástrofe ecológica, en la que se ha manifestado también la solidaridad entre diversas naciones. No queremos comenzar esta carta sin encomendar a quienes han muerto y a sus familias, esperando que los daños materiales puedan ser subsanados cuanto antes. Después de nuestra reunión nos sentimos llamados y obligados a compartir con vosotros lo que hemos visto y oído, pues hemos degustado la belleza del Carmelo, hemos llegado a esta montaña santa y de ella hemos comido sus mejores frutos, hemos sido cautivados y encantados por el susurro de una brisa suave que nos portaba la palabra de Aquél que nos ama y al que amamos apasionadamente: Jesús, nuestro Señor1. Hemos sido, en estos días, peregrinos a la búsqueda del Jesús del Evangelio que destruye todos los ídolos y las imágenes falsas que, incluso de Él, podemos hacernos. Para nuestro encuentro hemos seguido una doble metodología. Durante los dos primeros días de nuestra peregrinación hemos escuchado algunas reflexiones sobre la Vida Religiosa y, después, nos hemos puesto en marcha para recorrer algunos lugares significativos de la tierra de Jesús. Hemos tenido la fortuna de compartir camino con nuestras hermanas carmelitas descalzas, a las que hemos visitado en Nazareth, Jerusalén, Belén y Haifa. Cada rincón, cada piedra, cada rostro, escondía una palabra para nosotros: hemos sentido la alegría de la presencia viva de Cristo, pero también nos hemos interrogado por el dolor que la división y la marginación provocan en muchos de los hombres y mujeres que hemos encontrado. La Regla que nos entregó el Patriarca San Alberto de Jerusalén nos invita a “vivir en obsequio de Jesucristo” (RC 2) y a dejar que la Palabra de Cristo habite en nuestros corazones (cf. RC 19). Hermanas y hermanos: salimos reforzados de esta experiencia precisamente porque ella ha estado fundada en el encuentro con la Palabra que es Jesús, vivo en la Escritura y en los hombres y mujeres de este mundo. Animados por este encuentro, nos hemos sentido de nuevo llamados a dejar atrás toda pesadumbre, todo pesimismo, todo llanto inútil, para sustituirlos por el encantamiento, el gozo y la alegría de ser religiosos, hermanos de la Bienaventurada Virgen María; con ella queremos hacer de nuestra vida un canto de alabanza, de gloria al Dios que en Cristo nos ha llamado y nos sostiene con la fuerza de su Espíritu2. En esta tierra que Él habitó, en la que están también nuestras comunes raíces, hemos vivido una experiencia de comunión más allá de nuestras diferencias. Nos hemos reconocido distintos, como miembros de órdenes diferentes y como individuos diversos entre nosotros, pero, al mismo tiempo, fiados en Él y en su palabra, nos hemos reconocido capaces de colaboración, que ya existe “Esta condescendencia de Dios se cumple de manera insuperable con la encarnación del Verbo. La Palabra eterna, que se expresa en la creación y se comunica en la historia de la salvación, en Cristo se ha convertido en un hombre «nacido de una mujer» (Gal 4,4). La Palabra aquí no se expresa principalmente mediante un discurso, con conceptos o normas. Aquí nos encontramos ante la persona misma de Jesús. Su historia única y singular es la palabra definitiva que Dios dice a la humanidad” (BENEDICTO XVI, Exhortación apostólica Verbum Domini, 11). 2 “Las dificultades, sin embargo, no deben hacernos olvidar que la vida consagrada tiene su origen en el Señor: él la quiere, para la edificación y la santidad de su Iglesia, y por eso la Iglesia misma nunca se verá privada de ella” (BENEDICTO XVI, Audiencia a la USG, 26.11.2010). 1 y podremos profundizar en el futuro, y comunión, hijos de la misma Iglesia nacida de su costado, religiosos y miembros de una familia, el Carmelo, que, en ella y por ella, queremos dar un testimonio de vida y de alegría. Recorriendo los lugares en los que Él devolvió la salud a los enfermos, también nosotros nos hemos sentido sanados de muchos de nuestros miedos y, sobre todo, hemos escuchado su voz poderosa que, en la casa de Pedro, nos invita de nuevo a caminar (cf. Mc 2, 3-11), abandonando las muletas sobre las que cojeamos (cf. 1 Re 18, 1-46). De ese modo seremos lo que Él quiere que seamos: hombres y mujeres de oración, pobres, obedientes, castos que anticipan el horizonte escatológico de su reinado de paz y libertad, poseídos de un amor apasionado que se contagia casi por sí solo, no por la fuerza de nuestros proyectos ni de nuestras palabras, sino por la potencia de una pasión que nos inflama y pide ser compartida. Todo esto queremos vivirlo desde la pequeñez y las actitudes de disponibilidad a la voluntad de Dios y servicio a los hombres que nos enseñan Nazaret y Belén. Como María, nuestra Madre y hermana, sabemos del silencio como lugar en el que resuena la Palabra de Dios que nos llama a una obediencia a veces difícil de comprender. Pero como ella queremos dejar atrás razonamientos y justificaciones para gritar: “¡Hágase!” (cf. Lc 1, 26-38). Como ella y con José hemos comprendido que es necesario a veces dejar sitio a los otros, abajarse imitando a Cristo, como hemos tenido que hacer físicamente para entrar en la Basílica de la Natividad. Como María y José también nosotros sentimos que la palabra de Jesús escuchada en estos días nos impulsa a convertir nuestra vida y nuestra misión en un ejercicio de ternura y servicio a los otros, que cubra la desnudez y el desamparo de tantas personas que necesitan un abrazo, calor de vida (cf. Lc 2, 120). En definitiva, hermanos y hermanas, compartimos con vosotros este fuego que ha puesto en nuestros corazones la palabra de Jesús y nuestro deseo de seguir viviendo por Él, con Él y en Él, en el seno de su esposa la Iglesia, como fieles imitadores suyos, amantes apasionados del Hijo de María, nuestra Señora del Monte Carmelo, señora de esta tierra de la que hemos nacido. En espera de comunicaros los próximos pasos que daremos, os hacemos llegar estas palabras, con el deseo sincero de que ellas os alumbren el camino hacia el Señor que viene, hacia Jesús que es la Palabra que hace arder nuestros corazones de pasión por Él y por la humanidad.