Maria Immaculada RodrÃguez

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Caramuel, Felipe IV y Portugal: genealogía e
imagen dinástica en el contexto de
la pérdida del Reino
Dra. María Inmaculada Rodríguez Moya
Universitat Jaume I
La crisis del Imperio
El reinado de Felipe IV, de 1621 a 1665, se caracterizó por la profunda crisis de la
monarquía española, debida a la recesión económica y a la pérdida de prestigio, así
como a la crítica situación de algunos reinos: Aragón y Valencia colapsados por la
expulsión de los moriscos; Cataluña y Portugal en creciente descontento por el autoritarismo de la monarquía. El valimiento del Conde-Duque de Olivares no hizo sino
agudizar aún más la crisis, pues sus iniciativas “reformistas” no tuvieron éxito. Esta
voluntad de “reformación” pretendía en primera instancia, mediante el modelo siempre presente de Felipe II, recuperar la autoridad de la monarquía y erigirse en defensores de la fe católica, pero por encima de todo, someter al conjunto de los reinos a las
leyes de Castilla mediante la denominada Unión de Armas. En 1621 se había iniciado
de nuevo la ofensiva contra Holanda y lo que, en un primer momento, fueron triunfos,
se convirtieron a partir de 1627 y hasta 1643 en continuas derrotas y fallos diplomáticos. A la aguda crisis de la monarquía contribuyó a partir de 1640 la rebelión de Cataluña y Portugal. El reino luso estaba cansado de que la corona española, a la que no
quería pertenecer, no respetase sus fueros y le exprimiera con impuestos y reclutamientos. Estos argumentos fueron utilizados por el duque de Braganza para acaudillar el 1
de diciembre una rebelión que consiguió la separación de Portugal de la monarquía
española. Ésta última se veía incapaz de afrontar una guerra con los portugueses, pues
todavía estaba abierto el frente catalán, prioritario en su política. A ello se sumaba que
el autoproclamado Juan IV contaba con el apoyo francés e inglés.
El conflicto quedó prácticamente en suspenso, apenas se produjeron durante
las décadas de los cuarenta y cincuenta pequeños ataques y escaramuzas, hasta
que, recuperada Cataluña, se reactivó entre 1657 y 1659. La ofensiva final tuvo
comienzo en 1663 a cargo de un pequeño ejército dirigido por don Juan José de
Alfredo Floristán (coord.), Historia de España en la Edad Moderna, Ariel, Barcelona, 2004, pp.
510-511.
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Austria, que inicialmente tomó Évora, pero que rápidamente acumuló derrotas durante
los años siguientes. El fracaso de las tropas españolas fue absoluto. No obstante, la paz
que otorgó la independencia a Portugal no fue firmada hasta 1668, durante la Regencia
de Mariana de Austria, una vez admitida la imposibilidad de recuperar el reino.
La defensa de España en la obra de Caramuel.
Juan de Caramuel y Lobkowitz nació el 23 de mayo de 1606 en Madrid. Era
hijo de Lorenzo Caramuel, ingeniero luxemburgués, y de Catalina de Frisia. Desde
muy joven se destacó en los estudios y pronto pasó a la Universidad de Alcalá,
donde trabó amistad con otros eruditos como el padre Juan Eusebio Nieremberg.
En 1625 ingresó en la orden del Císter, continuando dentro de esta congregación
su formación en teología en diversas ciudades y, particularmente, en Salamanca,
donde luego ejerció como docente. En esta época pasó una temporada en Portugal.
En la década de los treinta se trasladó Caramuel a los Países Bajos, participando en
1635 como ingeniero en la victoriosa defensa de Lovaina de los ataques de los
franceses y holandeses. Es durante este hecho militar cuando traba amistad con el
que será su gran protector, el Cardenal Infante D. Fernando, quien reconoce su
mérito y le nombra predicador real, abriéndole de este modo las puertas de la alta
política. A partir de ese momento Caramuel va a dedicarse a defender, a través de
su pluma y también de sus conocimientos de ingeniería militar, los intereses de la
Casa de Austria. Gracias a ello recibió numerosos nombramientos, como abad de
Melrosa en Escocia, Vicario General del Císter en Inglaterra, Escocia e Irlanda,
entre otros. Durante una década se dedicó a la enseñanza de teología en Lovaina.
En 1644 se trasladó a Kreutznach como abad del monasterio de Disenberg. En
1646 Caramuel se dirigió a la corte de Viena, donde trabajó para el emperador
Fernando III. En 1657 fue nombrado obispo de la diócesis de Campagna-Satriano,
donde vivió hasta 1673. Terminó sus días como obispo de Vigevano, en Milán,
muriendo el 7 de septiembre de 1682.
Caramuel fue uno de los grandes eruditos y escritores del siglo XVII en Europa,
versado en muchas materias: matemáticas, astronomía, filosofía, historia, teología,
arquitectura, gramática, lexicografía, ingeniería militar, derecho civil, música,
etc…. Publicó unas ochenta obras sobre estas diversas disciplinas, siempre siendo
un avanzado en sus teorías científicas y en sus tesis religiosas y políticas. Una de
sus materias de interés en sus primeros años fue la genealogía y la heráldica, como
se deduce del carácter de algunas obras que publicó, y que le fueron útiles para
poner su pluma al servicio de los poderosos, o como regalos adulatorios para de-
Sobre la vida y la obra de Caramuel véase: Julián Velarde, Juan de Caramuel, Pentalfa, Oviedo, 1989 y más recientemente Alfredo Serrai, Phoenix Europae. Juan Caramuel y Lobkovitz in
prospettiva bibliográfica, Milano, Ediioni Silvestre Bonnard, 2005.
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terminados personajes, de los que pretendía conseguir mercedes. Por ejemplo, no
sólo publicó para Felipe IV la obra que tenemos entre manos, en 1636 dio a la luz
la Declaracion Mystica de las Armas de España, invictamente belicosas, dedicada
al Cardenal Infante Don Fernando de Austria (Bruselas, imprenta de Lucas de Meerbeque). En ella Caramuel construyó una apología místico simbólica de las armas
de la monarquía hispánica, para legitimar los derechos sobre sus territorios y sostener que España era la nación elegida por Dios para defender el catolicismo, y que
de ahí se derivaba su invencibilidad. Su pretensión con esta obra no era otra, precisamente, que ocultar mediante artificios la gran debilidad real de la monarquía.
También escribiría fantásticas genealogías para D. Francisco de Melo y para la
Casa de Ligne y Lamoraldo.
Un año antes de que estallara la sublevación portuguesa, en 1639, publica
Caramuel en Amberes una obra a favor de los derechos de la corona española sobre el reino de Portugal: Philippus Prudens, Caroli V Imperatori Filius Lusitaniae,
Algarbiae, Indiae, Brasiliae, & c. legitimus Rex demonstratus. Como buen conocedor
de la política a nivel europeo y también del reino luso, donde mantenía contactos
con D. Manuel de Portugal, intuyó ya desde los primeros años de la década de los
treinta el malestar de los portugueses por la política de la corona española. Estaba al
tanto de las maquinaciones de éstos y pudo prever un posible estallido rebelde; por
lo que se apresuró a publicar esta erudita obra: “Viendo las cosas de Portugal menos
seguras de lo que eran raçon, viendo a mi Rey mas benigno de lo que algunos merecian; empecé a temer algun desorden: y pesame”. Caramuel desgranó a lo largo del
libro numerosa documentación para apoyar sus tesis, que según él había obtenido de
D. Manuel de Portugal, con quien tenía amistad y quien era nieto del infante D. Antonio de Portugal, prior de Crato y uno de los tres pretendientes de la corona a la
muerte de Enrique I. Además utilizó numerosas referencias históricas, de su propia y
nutrida biblioteca personal, con un rigor historiográfico poco habitual en la época y
que le permitía defender con solidez sus argumentos, pues no en vano había recibido
el nombramiento de Historiógrafo Real. El título de la obra estaba dedicado a Felipe
II, como piedra angular del origen del derecho español sobre Portugal. No obstante,
el libro estaba dirigido a Felipe IV, como su legítimo sucesor. El texto resulta de ardua
comprensión, no sólo por la retórica, la complicada erudición habitual en Caramuel
y por su constante alusión a variadísimas fuentes, sino, sobre todo, por el hecho de
estar escrito en latín. Lo cual nos hace pensar que estaba dirigido a un reducido círVeáse el estudio sobre esta obra realizado por Víctor Minguez e Inmaculada Rodríguez,
“Symbolical Explanation of the Coats of Arms of the Kingdoms under the Spanish Monarchy
acording to Juan de Caramuel (1636)” en The Seventh International Conference of the Society for Emblem Studies (en prensa).
Las intenciones de Caramuel con la publicación de este libro no eran tan desinteresadas,
pues cuando se presentó la oportunidad de que apoyaran su candidatura a la cátedra de Teología en la Universidad de Lovaina, apeló a su defensa de la corona española, en este libro
y en otros, para obtener ayuda. Hacia 1639 según palabras de Caramuel tenía además otros
dos libros preparados defendiendo los intereses de España en Nápoles y Navarra.
Juan de Caramuel Lobkowitz, Respuesta al Manifiesto del Reyeno de Portugal, Amberes,
Oficina Plantiniana de Baltasar Moreto, 1642, dedicatoria.
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culo de estudiosos, aunque eso sí, a nivel europeo, por cuanto las respuestas que
como veremos se publicaron a la obra fueron escritas en lenguas como el portugués,
el francés y, por supuesto, el latín.
El libro está estructurado de la siguiente forma. En primer lugar, un proemio en
el que se realiza una breve descripción de Portugal y la narración de los primeros
reyes lusitanos. El primer libro se ocupa de la genealogía de los reyes de Portugal y
de sus gestas más importantes, desde el conde Enrique, muerto en el año 1112, hasta
Felipe IV de España, tercero de Portugal. A lo largo del libro, Caramuel incluye constantemente, además de referencias a sus batallas más memorables y a la construcción
de monumentos religiosos, cuadros genealógicos con sus ascendientes y descendientes. Por su significación religiosa, Caramuel incorpora tras la referencia a Dionisio I
un texto sobre su esposa, la reina Santa Isabel de Portugal. Asimismo, tras Alfonso V
incluye a su hija la princesa Juana de Portugal, gobernadora del reino durante la expedición africana de su padre y su hermano. Para terminar esta genealogía Caramuel
agrega una imagen y un texto sobre el Cardenal-Infante D. Fernando, gobernador de
los Países Bajos, pues como era lógico quería honrar a su protector en esta genealogía alabando sus victorias militares. Finaliza el primer libro con un cuadro de todos
los pretendientes de la corona portuguesa y las razones que alegaban.
En el libro segundo demuestra Caramuel que Felipe IV es el legítimo rey de Portugal por ser descendiente de Alfonso VI de Castilla, a través de diversas cuestiones, artículos y razones. En el libro tercero continúa con la legitimación del derecho sobre el
reino luso, aunque esta vez incluso bajo la suposición de que Alfonso Enríquez y sus
descendientes fueran los verdaderos reyes portugueses. En el tercer libro, bajo la presunción de que Doña Inés de Castro fue la concubina y no la mujer del infante Pedro,
demuestra el derecho de lo reyes españoles, pues ni Juan I ni sus descendientes eran
legítimos monarcas. El último y más largo de los libros es el quinto, en él Caramuel
refuerza sus argumentos sobre la incuestionable posesión del reino de Portugal por
parte de Felipe IV, aún suponiendo que todos los reyes de Portugal desde Alfonso Enríquez hasta Enrique I lo fueran verdaderamente, pues el derecho fue por legítima herencia. Al final del libro se incluyen magníficos cuadros genealógicos de los reyes de
Francia. Finaliza la obra con una resolución de todas las dificultades por las que se
demostraba que el legítimo heredero de la corona portuguesa era el Rey Católico por
línea sucesoria, por grado, por sexo y por edad.
Coincidiendo con la publicación de Caramuel otro autor, Agustín Manuel y
Vasconcelos, publicaba una obra que reforzaba igualmente el derecho de la corona española sobre la portuguesa y la legítima sucesión de Felipe II: Sucesión del
señor Rey Don Filipe Segundo en la Corona de Portugal (Madrid, 1639).
Muy pronto el Philippus Prudens provocó una desmedida –incluso para el
propio Caramuel- respuesta editorial a nivel europeo, lógicamente por parte de
franceses, ingleses, holandeses y portugueses, de textos refutatorios a la obra y a los
derechos españoles sobre Portugal que se defendían. En estas replicas llama la
Caramuel se queja en la Respuesta…, p. 3, que habiendo escrito todos los historiadores de
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atención que, a pesar de que el libro fue publicado en latín, con lo que, como dijimos, se reducía su ámbito de difusión, se utilizaran diversas lenguas –francés, portugués, castellano, latín-, dando al debate un carácter políglota y europeo. De entre
ellos, cabe destacar, por ejemplo, del lado de los franceses las Observations sur un
libre intitulé Philippes le Prudent… (París, 1641), escrito por Daniel Guiny de Priézac. Del lado portugués Antonio de Sousa de Macedo publicó Juan de Caramuel
Lobkowitz… convencido en su libro intitulado Philippus Prudens… (París, 1641) y
Manuel Moraëz el Pronóstico y Respuesta a una pregunta de un Caballero muy ilustre sobre las cosas de Portugal (Leiden, 1641). Pero quizá la obra que más vigorosamente combatía el Philippus fue el Manifesto do Reyno de Portugal, escrito por un
anónimo portugués y publicado en 1641 por Paulo Craesbeeck en Lisboa, donde se
rebatían los argumentos de Caramuel y se defendían los derechos de Juan IV.
En 1641, en el momento más crítico para la monarquía y cuando más arreciaban las críticas contra Caramuel, moría el Cardenal-Infante, su protector. El nuevo
gobernador de los Países Bajos, don Francisco de Melo, le ordenó entonces refutar
estos ataques. Así, en 1642, publicó Caramuel en la oficina Plantiniana de Baltasar
Moreto en Amberes la Respuesta al Manifiesto del Reyno de Portugal. En ella Caramuel combate al autor del Manifiesto rebatiendo sus ideas, que considera a menudo confusas y sin lugar, y que con frecuencia tergiversa sus propios argumentos en
el Phillipus. Para ello, recupera sus hipótesis y vuelve a demostrarlas documental e
historiográficamente. Incluye de nuevo el libro genealógico de los reyes de Portugal donde se legitima la sucesión española. La idea central de la Respuesta es que
Caramuel no tiene ni la menor duda de que el Duque de Braganza era un usurpador de la corona y que no tenía ningún derecho sobre Portugal. Incluso, aún en el
caso de admitir que tuviera derechos sobre la corona, el rey Felipe II, el duque de
Saboya, la Duquesa de Braganza y el príncipe de Parma, y sus descendientes, estan
por delante de él en la línea sucesoria. Todo ello lo prueba también con varios árboles genealógicos a lo largo del texto.
El libro fue utilizado además como plataforma para combatir algunos de los
argumentos esgrimidos en otras obras publicadas contra el Philippus, en concreto la Portugallia, sive De Regis Portugalliae regnis et opibus Commentarius,
publicada en Leiden en 1641 por los Elzevirianos. Estos autores utilizaban inadecuadamente el testamento de Juan I para rebatir las ideas de Caramuel. Asimismo contradecía otro libro en el que se citaba su obra en defensa de Felipe IV, el
Panegyris Apologetica pro Lusitania vindicata a servitude injusta…, aparecido en
París en 1641. Éste lo encontraba calumnioso y satírico, por cuanto cometía numerosos errores, sobre todo, al citar los Evangelios. Criticaba asimismo la Censura que
sacó a la luz en la Imprenta Real Don José de Pellicer en 1641 escrita por el portugués Doctor Sousa de Macedo, cronista del rey, es decir, el Juan de Caramuel…
convencido… También el tratado en idioma “hispano-bárbaro” Pronostico y respuesta… del ya citado Manuel de Moraëz, así como la obra francesa Observations
sur un liure intitulé Philippes le Prudent…
Europa contra el duque de Braganza, hasta más de treinta obras, sólo se le ataque a él.
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En la conclusión de la Respuesta Caramuel desautorizaba enérgicamente a
todos los que habían defendido al duque de Braganza y habían rebatido su libro:
No corra más la pluma; que ni hasta ahora tiene, ni dexará de hazerlo, si
fuere menester adelante. Baste lo dicho, para que sepa el mundo, que el Duque de Bergança es Rey intruso; que los Theologos, que le aseguran, son
atheologos; que los Legistas, que le divierten, son aduladores; que el vulgo,
que le aclama, es traydor; que la poca Nobleza, que le sigue, es infiel; y que
los Monarcas, que le asisten, son conplices de su delito; y peor que infiel
traydor y desleal, cualquier Español, que le escuse o defienda”.
La Respuesta al manifiesto tuvo asimismo su contrarréplica, y el capitán portugués
Manuel Fernández Villareal, agente de los Braganza en Francia, publicó en castellano
una obra titulada Anticaramuel o Defensa del Manifiesto del Reyno de Portugal (París,
1643), cuyo título no deja lugar a dudas de la importancia que Caramuel había adquirido en este debate internacional sobre los derechos del trono portugués. Fernández
Villareal atacaba los argumentos genealógicos de la Respuesta, y curiosamente utilizaba para ello muchos razonamientos de carácter astrológico y profético, desvirtuando
así su propia argumentación. Incluía además un grabado calcográfico reproduciendo
la efigie de Juan IV de Portugal.
Ese mismo año un autor español, Antonio de Fuertes y Biota, publicó otro libro
contra el Manifiesto, titulado Anti-manifiesto o verdadera declaración del derecho
de los señores Reyes de Castilla a Portugal (Brujas, 1643), en el que se incluía una
viñeta xilográfica en su portada.
Dos años después seguía la guerra de publicaciones con una nueva otra de Antonio de Sousa de Macedo, la Lusitania liberata ab incusto castellanorum domino:
restituta legitimo principi…Ioanni IV… (Londres, 1645), incluyendo interesantísimos
grabados que daban la justa réplica a las imágenes contenidas en el Philippus. La
obra seguía una estructura similar a la de Caramuel –a la que constantemente atacay después de narrar el origen del reino portugués, dedicaba cada capítulo a excluir
de la corona a cada uno de los pretendientes. Tras esto arremetía contra la tiranía de
los españoles, excluyéndoles también incluso bajo varios supuestos. En el libro III
realizaba una apología militar de Juan IV. Finalmente incluía un apéndice donde se
narraban una serie de profecías que anunciaban la liberación portuguesa.
Palabra e imagen, genealogía y legitimidad
Como en otras muchas obras de Caramuel, en el Philippus el texto va acompañado de imágenes, pues en el Barroco fue fundamental la utilización e instrumentalización de éstas en apoyo de argumentos religiosos, políticos, ideológicos y teoló-
Conclusión de la Respuesta, p. 198.
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gicos. Ya Caramuel en la Declaración mystica había reforzado sus argumentos sobre
el origen de las armas de los reinos de la corona española con doce grabados reproduciendo los escudos. En el caso que nos ocupa el propio autor pone de relevancia
la importancia de las imágenes en el libro al realizar una explicación de las mismas
a lo largo de cinco páginas, pues como él mismo afirma fue su voluntad adornar con
figuras seleccionadas esta obra, confiar las ideas de su mente al pincel, restituyendo
la imagen de los reyes portugueses, de modo que su aspecto nos instruyera.
La primera imagen que recibía al lector en el Philippus era el escudo de las armas de Portugal que conocía muy bien Caramuel, pues había explicado su significado en la Declaración mystica [Fig. 1]. Este escudo fue creado por el primer monarca
portugués Alfonso Enríquez, a raíz de la batalla de Ourica de 1112 contra los musulmanes, en la que tuvo la visión de la Cruz entre nubes con las palabras “In hoc signo
vinces”, a semejanza de Constantino. Esta cruz, que vemos en la parte superior del
grabado, sirvió de motivo para componer el resto del escudo, pues el diseño consistió
en cinco escudos celestes formando una cruz, sobre campo de plata. A su vez estos
pequeños escudos tenían en su interior cinco círculos de plata formados en aspa.
Estos círculos y el número cinco remitían a las llagas de Cristo, propias de la devoción franciscana a la que rendía culto la corona portuguesa. En 1248 Juan III añadió
una orla con siete castillos dorados sobre campo purpúreo, que significaban los sacramentos de la Iglesia Católica. Sobre el escudo se situaba un yelmo coronado y el
dragón de Moisés con las alas extendidas y las fauces abiertas. A los pies de la imagen una inscripción explicaba el significado de los elementos.
Fig. 1. Escudo de Portugal, Erasmus Quellinus, dibujó, Jacobo Neeffs, grabó, 1639, en
Philippus prudens…
Caramuel, Declaración mystica… p. 167.
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Aún más interesante resultaba la imagen de la portada o frontispicio [Fig. 2].
Este magnífico grabado calcográfico fue dibujado por Erasmus Quellinus (16071678), pintor discípulo de Rubens, y abierto por Jacobo Nefs o Neeffs (1610-1660),
grabador al buril y editor de Amberes. Mostraba en la parte superior, en un cielo
nocturno de estrellas y nubes, a un fiero león coronado, animal simbólico de la
monarquía española,10 luchando encarnizadamente contra un dragón, animal simbólico del reino portugués. El león alza la espada, con la que va a asestar un golpe
al dragón. Sobre su cabeza dos amorcillos portan una rama de palma y una corona
de laurel, símbolos de la Victoria. Ambos animales se sitúan sobre un orbe, en cuyo
centro se ha grabado el título del libro. Alrededor del orbe se sitúan la orbita de la
Luna y la del Zodíaco, que se cruzan precisamente en la cabeza del dragón. Según
Caramuel esta órbita retrocede, igual que en la definición de Copérnico, un día tras
otro, tres minutos, y a causa de esto, en un año, un total de 19 grados. Es por ello
por lo que la cabeza del Dragón con mucha frecuencia se pone bajo el signo del
Léon, y a menudo es sacudido en este regreso. El dragón del cielo, a pesar de volver, intenta huir del león, en palabras del autor.
Fig. 2. Portada, Erasmus Quellinus, dibujó, Jacobo Neeffs, grabó,
1639, en Philippus prudens…
La imagen está reproducida igualmente en el catálogo Los Austrias. Grabados de la Biblioteca Nacional, Biblioteca Nacional, Julio Ollero editor, Madrid, 1993, p. 278.
10
Sobre el león como imagen simbólica de la monarquía española véase: Víctor Mínguez,
“Leo Fortis, Rex Fortis. El león y la monarquía hispánica”, en Víctor Mínguez y Manuel Chust
(eds.), El Imperio sublevado. Monarquía y Naciones en España e Hispanoamérica, Madrid,
Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2004, pp. 57-94.
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Según Caramuel, el león coronado, indica el rey de los leones, y alude al reino
de León al que estaba unido en otro tiempo el dragón portugués. Una y otra vez el
reino de Portugal y el de León se unen y separan, bajo el reinado de diversos monarcas. Esta curiosa analogía, si observamos el cielo la veremos: de este modo periódicamente se enfrenta el león a las lunas del dragón, como los reyes de León a
los portugueses. El epigrama superpuesto explica este misterioso concepto: como
con frecuencia en el regreso de su órbita el dragón intenta huir del león; otras veces
es restituido y no huye, pues el León, prudente con las armas y conocedor de sus
derechos, se defiende (“Saepe reversurus fugit Draco signa Leonis,/Saepeque restituit colla superba pedi:/Nec fugiet Capitur iuste; defendere PRUDENS/Armatis manibus scit sua iura LEO”).
Más abajo vemos la órbita de otro pequeño astro con cinco círculos en su interior, compuestos a su vez por cinco pequeños círculos y una luna mahometana. En
la explicación del grabado Caramuel hace referencia al momento más álgido de las
glorias lusitanas, representado por este pequeño orbe en lo alto. Ésta órbita tiene en
su interior la siguiente inscripción: “Unica caelesti Phoebe, regione refulget. In Lusitano Stemmate quinqué micant. Victae, eclipsatae Victoris Stemma figurant. Dant
vires mundo, dant tibi Olympe viros”. Es decir, sólo una luna refulge en la región
celeste, en el escudo portugués brillan sin embargo cinco, la Victoria está en el escudo, dan hombres al mundo, dan hombres al cielo.
Tras el preludio y antes de un poema laudatorio a la Lusitania, Caramuel incluyó una alegoría de Portugal. Representaba a una mujer, sentada sobre un cañón,
y armada con casco, rico penacho de plumas y armadura. Porta en sus manos una
lanza y una cruz, y a sus pies se sitúa el escudo de Portugal y un ancla. Le acompaña la leyenda latina: “Arma mihi imperium térrea, maris anchora, veram Cruz
dedit ut noscant Regna subasta Fidem”.
Ya comentamos como el Libro I estaba dedicado a exponer la genealogía de
los reyes de Portugal. Cada capítulo de este primer libro estaba dedicado a un rey
portugués, desde la fundación del reino hasta Felipe IV. Éstos daban comienzo con
un grabado que reproducía un retrato del monarca a tratar. Los grabados habían
sido tomados de la Anacephalaeoses id est Suma capita actorum Regué Lusitaniae
del jesuita Antonio de Vasconcellos (Amberes, 1621),11 dibujados asimismo por
Quellinus, pero grabados en esta ocasión por C. Gallaeum. Caramuel en su explicación de las efigies de los reyes informaba de que estas imágenes de los monarcas
fueron grabadas por varios autores. Estaban tomadas del natural en el Aula de Lisboa y fueron sacadas bajo la diligencia de un tal Marizii. Fueron luego editadas por
Vasconcellos en la imprenta de Belleros en 1621, conteniendo todas las efigies de
los reyes, aunque no del natural, pues señalaba que eran más hermosas que verídicas, es decir, los rostros habían sido idealizados. Las de este libro estaban en un
término medio, entre las efigies de sutil perfección de Marizii y la idealización de
Vasconcellos, sacadas por los famosísimos pintores Quellinum y Gallaeum, que
11
Esta obra era un resumen apologético de las crónicas lusitanas.
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obtuvieron grabados muy óptimos. Ambos, en palabras de Caramuel, cumplían de
manera suma en su arte con perfectísima habilidad.
Teniendo en cuenta las palabras de Caramuel, debemos afirmar por tanto que
los retratos presentados tienen que ser mirados con cierta reserva, por cuanto a
pesar de estar inspirados en otras imágenes, están idealizados. Son por tanto representaciones verosímiles, pero convencionales de los monarcas portugueses y su
intención no es más que identificar al personaje a través de los atributos que porta.
Así por ejemplo, el primero de los monarcas representados fue el conde Enrique,
que lleva en su mano un hacha, aunque luce una armadura totalmente anacrónica
para el siglo XII en el que vivió, como el resto de monarcas. En la parte superior su
escudo presenta la Santa Cruz. El primer rey portugués, Alfonso I luce ya corona y
espada al hombro, así como un escudo en el que se pueden observar las primitivas
armas lusas, formadas por cinco pequeños escudos con treinta monedas de plata
pintadas en cada uno. Sancho I porta en sus manos un martillo; Alfonso II está representado de forma corpulenta, pues su mote era el Gordo; Alfonso II, llamado
Capello, por su larga vestimenta; Alfonso III porta el escudo orlado con los castillos
que añadió a las armas; Dionisio I, llamado Fabricador, pues promovió la construcción de edificios en el reino, está representado de forma muy convencional. Su
esposa, Santa Isabel de Portugal está grabada conforme a su iconografía habitual,
portando rosas en su regazo, aureola de santa, el báculo en forma de tau como
sanadora y el hábito; le acompañan además sus armas con el escudo de Portugal y
de Aragón.12 Alfonso IV, llamado el Bravo por sus gestas militares, es también una
imagen convencional pero llama la atención la estrella sobre su cetro. Pedro I,
llamado el Severo, se representa como un hombre enérgico [Fig. 3]; Fernando I
aparece vestido con gran magnificencia; Juan I con rostro serio y bastón y banda de
general terciada en el pecho; Eduardo I con gran capa; el príncipe Fernando, hijo
de Juan I, sin corona y con espada; Alfonso V de perfil con bastón de mando, banda terciada y una magnífica armadura y casco con penacho de plumas; la princesa
Juana con una larga cabellera, rico collar de cadenas y vestido que permite traslucir
un generoso escote; Juan II igualmente de perfil, con las armas portuguesas ya reformadas –con los cinco círculos plateados en lugar de las treinta monedas en cada
pequeño escudo- y la divisa del pelícano; Manuel I con el collar del Toisón y la
divisa de la esfera armilar con el Zodíaco, como monarca que impulsó las conquistas de ultramar. Juan III está también representado de forma convencional, aunque
ya con barba corta y lechuguilla en una imagen más moderna. El famoso Sebastián
I como un monarca joven con una medalla de la Santa Cruz y bastón de mando de
general, destacando su lucha contra los mahometanos. Enrique I, último monarca
antes de que el reino pasara a manos españolas, está mostrado como cardenal y
arzobispo, pues lo fue de Braga y luego de Lisboa y Évora, con un documento en
su mano, ¿quizá su controvertido testamento?
Era hija del monarca aragonés Jaime I. Sobre la iconografía de Santa Isabel de Portugal
véase Imagen de la Reina Santa. Santa Isabel, infanta de Aragón y reina de Portugal, Diputación de Zaragoza, Zaragoza, 1999.
12
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Fig. 3. Retrato de Pedro I, Erasmus
Quellinus, dibujó, Jacobo Neeffs, grabó, 1639, en Philippus prudens…
En cuanto a los monarcas portugueses de la corona española están dibujados
Felipe II, I de Portugal, con armadura, collar del Toisón, lechuguilla y corona española, así como su fisonomía ya de edad madura, acompañado de una descripción. Felipe III, II de Portugal, tiene un aspecto similar al anterior pero con su particular fisonomía poco lograda en este caso. Felipe IV, III de Portugal, está grabado
de igual modo, aunque con golilla y una fisonomía más próxima a lo real. Finalmente para la imagen del Cardenal Infante don Fernando, se reproduce un retrato
de aparato con rico cortinaje, escudo, bastón de mando y banda terciada de general y amplio cuello de valona.
La guerra de palabras se convirtió en una guerra de imágenes en el momento
en el que no sólo las primeras respondieron a los ataques. Ambos ámbitos de enfrentamiento perduraron hasta la década de los sesenta, pues como dijimos España
tardó en reconocer la independencia de Portugal. Así en la obra de Antonio de
Sousa de Macedo Lusitania Liberata de 1645, que ya citamos, aparecía como portada una réplica icónica a la del Philippus.13 El grabado fue abierto por el grabador
inglés John Droeshout.
13
La estampa está igualmente reproducida en Los Austrias, p. 277.
María Immaculada Rodriguez Moya - 565
En este caso en la parte superior, entre nubes, aparecía el dragón coronado atacando al león español, rendido ya, a tenor de su rostro y de sus pies de cordero [Fig.
4]. Sobre ellos se situaba la inscripción: “Unque Leo fisus credit tenuisse Draconem,/
sed, quia iustus, eum iam Draco fecit ouem./Hoc docet exemplum breviter violenta
perire,/ solaque in aeternum vivere iusta solent”. Bajo ambos se grabó el título de la
obra en un cuadrado, flanqueado por dos palmeras con filacterias ciñéndolas y la
inscripción: “Justus ut palma, opressa, crescit” (Como la palma oprimida, crece el
justo). A ambos lados del título las figuras de la Justicia y la Victoria portando sus
atributos y la inscripción: “Haec vincit”. Como zócalo de este título se situaron las
cuatro insignias del reino de Portugal a modo de un jeroglífico, resuelto en la inscripción inferior: el escudo o “Stemma Lusitan”; la insignia del rey Juan II, el pelícano con
sus polluelos; la Santa Cruz u “Ordo Regius Lusit”; y la insignia del rey Manuel, es
decir la esfera armilar que aludía a las conquistas marítimas. Bajo todo ello la solución al jeroglífico: “Lusitani quia pelicani, in hoc signo vicerumt orbem” (Los portugueses como pelícanos bajo este signo ganaron el mundo).
Fig. 4. Portada, John Droeshout,
dibujó y grabó, 1645, en Lusitania
liberata…
Además de la portada Sousa de Macedo incluyó en su obra otros doce grabados de gran variedad iconográfica, pero todos alusivos a la dinastía portuguesa y a
los derechos de Juan IV y a sus virtudes y hazañas como monarca. Así tras el proe-
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mio nos encontramos con una personificación de Lusitania, y luego, estratégicamente situadas en los capítulos, imágenes como un retrato del conde Enrique, otros
dos de Alfonso Enríquez y Juan I, el árbol genealógico de la corona portuguesa, un
ave Fénix, un dragón dormido bajo un árbol con Lisboa al fondo [Fig. 5], una imagen entronizada de Juan IV, un retrato ecuestre del mismo monarca, un dragón
sobre un orbe, las armas de Portugal y un magnífico obelisco repleto de inscripciones adulatorias del monarca portugués. Los grabados son de una gran calidad y sin
duda merecen un estudio aparte, que dejo para otro texto.
Fig. 5. Dragón, John Droeshout, dibujó y grabó, 1645, en Lusitania
liberata…
María Immaculada Rodriguez Moya - 567
Todavía sin haber sido reconocida la independencia del reino de Portugal, pero
ya algo mitigada la guerra de manifiestos y repuestas, continuaba la batalla de las
imágenes. En 1666, con motivo de las fiestas del matrimonio del rey Alfonso VI de
Braganza y de María Francisca de Saboya,14 se aprovechó la ocasión para realizar un
programa de evidente propaganda política con el fin de reforzar ante las naciones
europeas la legitimidad de la todavía frágil corona.15 La organización de la entrada
de los cónyuges en Lisboa corrió a cargo del jurista y Secretario de Estado Antonio
Sousa de Macedo, el mismo que refutara a Caramuel años atrás, y del Conde de Castelo Melhor, valido de Alfonso VI. Además de adornos, fuegos artificiales, y otros
ornamentos, se construyeron diversos arcos de triunfo. Casi todos ellos giraron, además de la abalanza a los monarcas, en torno a la idea de la conservación política de
los Braganza que dependía de tres aspectos: la fertilidad, la victoria contra España y
el buen gobierno del Reino.16 El tema de las victorias contra la monarquía española
fue pintado por ejemplo en el Arco de los Plateros de Oro, en el Arco de los Mercaderes y en el Arco de los Holandeses. En ellos España estaba representada por un
dragón, que era vencido en unos casos por Hércules –remitiendo al Jardín de las
Hespérides- y en otros por San Jorge, personajes que remitían a los portugueses.
En el álbum de acuarelas que reprodujo algunos de los adornos de esta jornada festiva, Festas que se fizerao dello cazamento de 1666 (Col. D. Manuel, Dundaçâo Casa de Bragança), podemos comprobar la fuerza de las imágenes que se
produjeron en el conflicto hispano-portugués. La acuarela Combate entre o leâo e
um dragâo, representando as guerras entre as coroas de Castela e de Portugal,
muestra en el centro de un círculo un dragón y un león coronados en pleno combate, con el mote “In spe contra spem”. Alrededor del círculo se incluyó otra frase
latina: “Contra Spem Victor Quadrato Circulum adaequat”, y precisamente rodeando el círculo, un cuadrado con los cuatro elementos y los cuatro vientos. Rodeaban
la imagen seis tarjas que irían colocadas en distintas partes del arco.
Conclusión
La referencia que hemos hecho en este estudio tanto a los textos a favor de los
derechos de la corona española sobre Portugal -de Caramuel y otros autores-, como
a los que iban contra los mismos -de autores portugueses y franceses fundamentalmente- nos permiten comprobar cómo este conflicto político-sucesorio se trasladó
al ámbito editorial desde el militar y diplomático. No es de extrañar, sino que re-
Ángela Barreto Xavier y Pedro Cardim, “Las fiestas del matrimonio del Rey Alfonso VI de
Braganza y María Francisca de Saboya (Lisboa, 1666)”, Reales Sitios, nº 166, 4º trimestre de
2005, pp. 18-41.
15
Recordemos que la Paz de los Pirineos de 1659 entre Francia y España, y la posición dubitativa e interesada de Inglaterra con respecto a la defensa de Portugal, dejaba a éste reino
en una posición ciertamente débil.
16
Barreto Xavier, Cardim, op. cit., p. 31.
14
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sulta muy lógico, teniendo en cuenta que estos libros constituían un medio muy
eficaz para realizar la propaganda monárquica y para dejar por escrito de forma
sistemática todos aquellos argumentos y pruebas documentales que legitimaban la
posesión de Portugal por parte de la corona española. Lo que resulta más interesante sin duda, es que esta guerra militar, diplomática y libresca se trasladara al ámbito de las imágenes y se realizaran composiciones en las que animales heráldicos
luchaban entre sí, bajo símiles celestes y rodeados de inscripciones latinas cargadas de presagios. Del mismo modo cobraba importancia en estos libros la explicación de los escudos y alegorías de la nación portuguesa. También resulta muy significativo que se incluyeran retratos a la manera de una serie dinástica y árboles
genealógicos, para reforzar visualmente en la mente del espectador la indisoluble
continuidad en la posesión del reino y, por tanto, la legitimidad de los monarcas.
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