BREVES APUNTES SOBRE LAS IGLESIAS CATOLICAS ORIENTALES (SUI IURIS) Por Luis Antequera http://www.religionenlibertad.com Prologo He seguido con gran interés todo lo relativo al Sínodo de los obispos de Oriente Medio que se ha celebrando en Roma, cosa que he hecho principalmente a través de los interesantes e instructivísimos artículos que escribe mi compañera y vecina en la columna de la derecha, unas veces en el piso de arriba, otras veces en el de abajo, Cristina Ansorena. Pues bien, en su artículo Introducción al Sínodo de los Obispos de Oriente, publicado en este mismo medio que con tanta hospitalidad nos acoge a los dos, nos enumera las que se han constituido en algunas de las protagonistas fundamentales del Sínodo: las que se conocen como Iglesias orientales católicas sui iuris, -una serie de iglesias en comunión con Roma pero con ciertas “especificidades”-, las cuales son seis: la Iglesia copta, la Iglesia siriaca, la Iglesia grecomelquita, la Iglesia maronita, la Iglesia caldea y la Iglesia armenia. Todas ellas con algo en común: una apasionante historia que las enlaza con las primeras disputas dogmáticas en el cristianismo, con las luchas perso-bizantinas, con la expansión del islam, con las cruzadas... Así que he tomado la resolución de escribir una pequeña crónica de cada una de estas seis iglesias con tan atormentada y heroica historia, la cual iré transmitiendo a Vds. a lo largo de los próximos días. En los capítulos en cuestión, comprobarán Vds. como entre ellas hay de todo. Desde las que son originariamente monofisitas (siríacos, coptos y armenios), a las que son originariamente diofisitas (caldeos), o las que claman haber participado siempre de la ortodoxia calcedoniana por lo que a la naturaleza de Jesús se refiere (melquitas y maronitas). Veremos que las hay que reclaman para sí la sucesión de patriarcados históricos: así, los melquitas, los maronitas y los siríacos el de Antioquia, el más solicitado; así, los coptos el de Alejandría. Mientras otras, en cambio, tienen sus propios patriarcados: así, los armenios el de de Cilicia, o los caldeos el de Babilonia. Veremos que aunque en general los procesos de conciliación con Roma son largos, pesados, y en todo caso parciales, no consiguiéndose en ningún caso la comunión con la totalidad de los fieles, hay procesos que se inician muy tempranamente (el de los armenios en 1195 v.gr.), y otros que se inician muy tardíamente (el de los melquitas en 1724). Por no hablar de otros que ni se saben bien cuando se iniciaron porque ni siquiera está claro que precediera el cisma (los maronitas). Veremos que muchas de esas iglesias se expresan en arameo, la lengua de Cristo, (los caldeos, sobre todo; parcialmente, siríacos y maronitas), mientras otras se expresan en árabe (melquitas, maronitas, siríacos y coptos), y otros en lenguas propias (coptos y armenios). Veremos que existen confesiones con un número escasísimo de fieles (siríacos, apenas unas decenas de miles; coptos, unos 200.000; armenios y caldeos, poco más de 300.000), y otras que registran un mayor eco (melquitas, millón y medio de fieles; maronitas tres millones). Conoceremos, en fin, un poco de su historia, y qué eso que les ha llevado a ser iglesias tan especiales. Mucho me gustará, desde luego, volver a encontrarles a Vds. por estos lares. (25.10.2010) Iglesia Copta La ruptura de la Iglesia copta frente al resto de la Iglesia –hablar de Roma en esta época no es todavía lo más adecuado, pues aunque la institución del Papado está muy consolidada, la capital intelectual de la Iglesia se comparte con otras iglesias, notablemente Constantinopla- procede del Concilio de Calcedonia del año 451, en el que se condena la herejía monofisita, a la que los coptos se adhieren. Momento a partir del cual, pasan a convivir en Alejandría (Egipto) –un Egipto, por cierto, sin arabizar, habrán de pasar aún dos siglos para que la arabización de Egipto comience- dos patriarcados independientes: uno católico, reservado a la élites y adepto a Calcedonia; y otro copto, mucho más popular y monofisita. Su nombre, “copto”, no es sino corrupción del griego aegyptio, egipcio. En cuanto a la raza, los coptos podrían ser los auténticos descendientes de los egipcios faraónicos, quién sabe si emparentados desde tal punto de vista con los gitanos (probablemente de egipcianos), que reclaman para si idéntico origen. La dominación árabe de Egipto hacia 640, esto es, apenas ocho años después de muerto Mahoma, representa para los coptos un período inicial de cierto auge con la preponderancia que frente al patriarcado calcedoniano le otorga el poder musulmán. Período que no se alarga en el tiempo, y pronto es reemplazado por otro de cruel persecución culminado en la época del califa fatimita AlHakim (996-1020). Una situación de postración de la que la Iglesia copta no saldrá hasta principios del s. XIX, con las medidas liberales de Muhammad Alí, y también con la entrada en Egipto de misioneros católicos y protestantes de manos de las potencias. Se empiezan a abrir escuelas dominicales para la catequesis, y hasta un seminario en 1893. El proceso que conduce a la comunión con Roma es, como hemos visto y veremos en otros casos, largo, y en este caso, no sólo parcial, sino sumamente escaso en sus resultados. Empieza en el Concilio de Florencia, en el que la firma del documento Cantate domino (1442) estaba llamada a restablecer la unidad. Pero el mismo no será ratificado en Egipto y, en consecuencia no entrará en vigor. Un nuevo documento para la unión se firma el 15 de enero de 1595, pero su vigencia será tan corta como siete años, pues en 1602 se produce el nuevo cisma. Entretanto, los franciscanos de Tierra Santa, los capuchinos franceses desde 1630, y los jesuitas desde 1675, misionaban en tierras coptas consiguiendo un lento goteo de conversiones. Entre estas conversiones, se produce en 1741 la del obispo Amba Athanasius, que se une a Roma junto con una pequeña comunidad de unos dos mil fieles. Y aunque Athanasius volverá a la Iglesia copta, la sucesión católica se producirá a partir de su persona. En 1824, la Santa Sede crea el Patriarcado para los católicos coptos, y aunque nombra un patriarca en la persona de Maximus Givaid que lo fue entre 1824 y 1831, el Patriarcado, se puede decir, no entra en vigor. En 1895, León XIII lo restablece, y nombra un nuevo patriarca en 1898, Cirilo II, si bien cuando éste, apenas diez años después, presenta su dimisión, el patriarcado vuelve a quedar vacante. Sólo en 1947 es elegido un nuevo Patriarca, Marcos II, cuya sucesión continúa ininterrumpidamente hasta nuestros días. Actualmente, la Iglesia católica copta es una iglesia muy pequeña, formada por apenas doscientos mil fieles, y absolutamente minoritaria en el universo copto. Se hallan los copto-católicos principalmente en Egipto, comunidad junto a la cual existe una pequeña diáspora, apenas diez mil fieles, repartidos por Francia, Estados Unidos y Australia. Sigue el rito alejandrino, y utiliza en su liturgia el árabe y el copto, lengua derivada del egipcio faraónico que no tiene, hoy día, más uso que el litúrgico, con un alfabeto propio. El jefe de los copto-católicos es el Patriarca de Alejandría de los coptos. Es elegido por el Santo Sínodo, que nombra tres candidatos entre los cuales, la mano de un niño que viene a representar al Espíritu Santo, extrae de un saco, por el procedimiento que se da en llamar de insaculación, el nombre del designado. Su nombramiento ha de ser confirmado por el presidente de la República y por el Papa. Si la sede original se hallaba en Alejandría, en el s. XI se traslada a El Cairo. Es el actual Patriarca Antonios Naguib, que lo es desde 2006. La Iglesia copto-católica es absolutamente minoritaria dentro del gran universo copto, cuyo número de fieles asciende bien a los sesenta millones repartidos por Egipto, donde representan algo menos del 10% de la población, y Sudán. Pero sobre todo, en Etiopía, donde con sus más de cincuenta millones de fieles, constituye la religión hegemónica, y en Eritrea, donde con sus dos millones de seguidores, constituye una de las grandes confesiones junto con el islam. La Iglesia copta ha permanecido en el monofisismo, -de hecho, en 471, veinte años después de Calcedonia, el Patriarca Timoteo Eluro resuelve expeditivamente la cuestión excomulgando a la vez al Papa León I y al Patriarca constantinopolitano- lo que la convierte en una iglesia diferente tanto de la Católica como de la Ortodoxa. En su seno conviven tres patriarcas, el de Alejandría, el de Etiopía y el de Eritrea, entre los cuales el primero, que mantiene una preminencia establecida desde el s. V, adopta el pomposo título de Su Santidad el Papa de Alejandría y de todo Egipto, de Nubia, de Etiopía y de la Pentápolis y Patriarca de todo el país evangelizado por San Marcos. Ocupa el cargo en la actualidad Shenouda III. La Iglesia copta ha alcanzado acuerdos tanto con la Iglesia católica, con la que realiza una declaración conjunta en 1973 firmada por por Shenouda III y Pablo VI, como con la Iglesia ortodoxa, con la que alcanza un acuerdo sobre cristología en 1990. Los coptos conservan un calendario inspirado en el juliano, el anterior al gregoriano que rige en Occidente, con peculiaridades como las consistentes en que el año empieza el 29 de agosto juliano (nuestro 11 de septiembre), que se divide en tres estaciones, y que tiene trece meses, el décimo tercero compuesto de cinco o seis días según se trate o no de año bisiesto. Junto a ella y la Iglesia copto-católica, existe una Iglesia copto-ortodoxa, que debe su existencia al Patriarcado establecido en el s. V por el Emperador Justiniano, y hasta una cuarta comunidad, aún más reducida, la copto-protestante, producto de las misiones que en Egipto introduce en su momento Inglaterra. Iglesia Siriaca o Siriana La Iglesia siríaca o siriana rompe la comunión con Roma tras el Concilio de Calcedonia del año 451, en el que se condena el monofisismo. Partidaria, pues, del monofisismo, es duramente perseguida desde Bizancio, abonada, como se sabe, a la ortodoxia. En el s. VI conoce un primer período de esplendor debido al Obispo Jacobo Baradai, de quien acaban tomando el nombre de jacobitas con el que los conoce por ejemplo Marco Polo, que se refiere a ellos en su Libro de las Maravillas escrito hacia el 1300: “Y también hay otra raza de gentes que siguen la ley cristiana, pero no como lo manda la Iglesia de Roma, porque se equivocan en muchas cosas. Se llaman nestorianos [se refiere a los caldeos] y jacobitas [éstos sí, los siríacos]” (op. cit. 1, 24). Las invasiones primero persas y luego árabes, representan para la Iglesia siríaca, con la liberación de la opresión bizantina, la oportunidad de alcanzar unos grados de expansión desconocidos, extendiendo su presencia hasta Afganistán, Turquestán e incluso Sinnkiang en China. El camino de la Iglesia siríaca hacia la comunión con Roma, una comunión que afecta en todo caso a una parte minoritaria de la comunidad, nunca a la totalidad, es un camino jalonado de dificultades, que no comienza a andarse sino hasta 1444, cuando en el Concilio de Florencia se llega a producir un decreto de unificación, el Multa et admirabilia, que, sin embargo, no entra en vigor. La labor de los misioneros jesuitas y capuchinos y la muerte del patriarca en 1662 seguida del nombramiento de un patriarca procatólico, Ignacio Andrés Akhidjan, produce el primer acercamiento. Pero la muerte de éste produce la división de la comunidad, que elige dos patriarcas, uno de ellos pro-católico, Ignacio Pedro VI Khaahbadine, y otro anti-católico. A la muerte de Ignacio Pedro VI, el patriarcado católico es abolido, y la comunidad es perseguida por el poder otomano que apoya a la rama ortodoxa. El nombramiento de Ignacio Miguel Jarweh de Alepo en 1782 como Patriarca de los ortodoxos sirios, lleva a la construcción del Monasterio de Sharfeh, centro neurálgico del sirianismo, y sobre todo a un nuevo acercamiento de la comunidad a Roma, pero su muerte vuelve a sumir a al comunidad en la persecución y el aislamiento. No es hasta 1829 que el Sultanato turco reconoce la Iglesia Católica Siríaca y ésta empieza su normal desenvolvimiento. La Primera Guerra Mundial menos de un siglo después, vuelve a resultar atroz para los católicos siríacos, que ven masacrada su comunidad. Hoy día, la Iglesia católica siríaca es una pequeña comunidad de poco más de cien mil fieles, ínfima frente a su homónima ortodoxa. Se extiende básicamente por el Líbano, pero también por Irak, donde se ha producido el terrible atentado que lamentamos hoy, y Siria, así como por América, adonde los siríacos han buscado refugio, encontrándolo, sobre todo, en Estados Unidos y Venezuela. Se expresa en árabe y también en siríaco o arameo, la lengua de Jesús. Sigue el rito antioqueno muy adornado de ornamentos propios sumamente originales. En cuanto a su jefe, éste toma el título de Patriarca de Antioquia y todo el oriente de los sirios, y se denomina siempre Ignacio seguido del nombre adoptado. Tiene su sede desde 1920 en Beirut (Líbano), si bien anteriormente y desde 1850 la tenía en Mardín, y antes en Alepo. Es el patriarca actual y desde el 20 de enero de 2009 Ignacio José III Younan. En cuanto a la Iglesia siríaca de Antioquia de la que se separa la siro-católica, la que desde el año 2000 se hace llamar Iglesia ortodoxa siriana de Antioquia, sin que ello deba llevarnos al error de pensar que está vinculada a las iglesias ortodoxas orientales, está formada por un millón y medio de fieles, medio millón en la Iglesia madre con sede en Damasco, y otro millón en la India, los llamados siro-malankares. Dicho todo lo cual, quiero expresar mi pesadumbre por la situación de la castigada Iglesia siríaca y mi incondicional solidaridad para con ella, así como mi más enérgica condena para con un atentado execrable e injustificable, como todos. Los cristianos y todos los hombres de bien, hemos de tomar conciencia de la penosa situación en la que viven las iglesias que son minoritarias en suelo musulmán. Iglesia Melquita Tras el Concilio de Efeso del año 431 en el que se condena la herejía nestoriana o diofisita que defendía que las dos naturalezas de Jesús, la humana y la divina, eran absolutamente independientes, con una consecuencia inmediata, a saber, que María era la madre del hombre pero no la madre de Dios (theotokos) según profesamos en el Avemaría, el archimandrita de Constantinopla Eutiques empieza a sostener una nueva tesis que se dará en llamar monofisita, la cual sostiene que en Jesús, su naturaleza humana está totalmente absorbida por su naturaleza divina, por lo que habría que hablar de una única naturaleza en su persona, la divina, de ahí el término monofisismo. Convocado el Concilio de Calcedonia en 451 para tratar la cuestión, se aprueba como dogma de fe la Epístola ad Flavianum del Papa León I, que reza como sigue: “Confesamos que se ha de reconocer a uno solo y el mismo Cristo Hijo Señor unigénito en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación, en modo alguno borrada la diferencia de naturalezas por causa de la unión, sino conservando más bien cada naturaleza su propiedad y concurriendo en una sola persona y en una sola hipóstasis” Por la cual se mantiene la tesis de las dos naturalezas de Jesús (aunque no absolutamente independientes como sostenían los diofisitas), y el monofisismo es condenado. El Emperador Marciano apoya la tesis papal. El resultado del concilio es que varios obispos orientales, entre los cuales el mismísimo Patriarca de Jerusalén, rompen con Roma. Pues bien, los melquitas son, precisamente, los cristianos que en esas sedes cuyos obispos rompen con la comunión eclesial, permanecen fieles al Papa y al Emperador, malka en siríaco, de donde el nombre melquita que recibirán en adelante. Cuando en el s. XIII se produzca la definitiva separación entre las iglesias de Roma (católicos) y Constantinopla (ortodoxos) en el modo en que hemos tenido ocasión de analizar en otro artículo de este mismo blog, -es el cisma griego, oriental u ortodoxo, como se quiera llamar- los melquitas quedan adscritos a Constantinopla, es decir, como una iglesia ortodoxa más. Situación que permanece invariable hasta la elección en 1724 de Cirilo VI como Patriarca de Antioquía que, depuesto por el Patriarca de Constantinopla, es reconocido sin embargo por el Papa Benedicto XIII como legítimo Patriarca, con lo que consigue atraérselo y con él a sus muchos seguidores. Con motivo de la aprobación del dogma de la infalibilidad papal y la aprobación de la Constitución Pastor Aeternus, se produce un nuevo episodio de tensión felizmente superado al aprobar la Iglesia melquita el documento con el añadido de la fórmula “todos los derechos, privilegios y prerrogativas de los Patriarcas de las Iglesias Orientales serán respetados”. La Iglesia melquita cuenta hoy día con un millón y medio de fieles, repartidos sobre un amplio territorio que abarca Siria, Turquía, Líbano, Jordania, Israel, Irak, Kuwait, Egipto, Libia y Sudán. Existen también importantes comunidades melquitas “en el exilio” tanto en Europa (Bélgica), como en América (Argentina, Brasil o Venezuela). Por lo demás, se expresa en árabe y observa el rito bizantino. El patriarca melquita, con sede en Damasco, lleva el ampuloso título de Patriarca de la ciudad de Antioquía, de Cilicia, Siria, Iberia, Arabia Mesopotamia, Pentápolis, Etiopía, y todo el Egipto y el Oriente entero, Padre de los Padres, Pastor de los Pastores, Obispo de los Obispos, el Décimo-tercero de los Santos Apóstoles. Es además, a título personal, Patriarca de Alejandría y Patriarca de Jerusalén desde 1838. El patriarca actual es, desde 2000, Gregorio III. Curiosamente, en un hecho infrecuente en lo relativo a las iglesias orientales, la Iglesia grecocatólica melquita es más numerosa que su correspondiente ortodoxa, el Patriarcado de Antioquía como debemos conocerlo, aquélla de la que se escindió en 1724, con sede igualmente en Damasco, que acoge a la mitad de fieles, unos 750.000. El diálogo de ambas iglesias melquitas es actualmente particularmente fructífero. Iglesia maronita Los orígenes de la Iglesia maronita son inciertos, y existen textos medievales que la sitúan en la herejía monotelita (de mono=uno y thelema=voluntad, una única voluntad), según la cual, Jesús tendría dos naturalezas, pero una sola voluntad. Una herejía que se hizo fuerte durante el reinado del Emperador bizantino Heraclio (610-641), y que pretendía superar el enquistado debate monofisimo-diofisismo. En cualquier caso, parece que la Iglesia maronita nace en el s. V, fundada por un monje llamado Marón del que recibe el nombre, el cual reúne a una serie de seguidores a orillas del río Orontes, entre Alepo y Antioquia. En las disputas entre monofisitas y diofisitas, los maronitas habrían permanecido fieles en todo momento a la ortodoxia y con Constantinopla, bajo cuya órbita continuarían cuando ésta sucumbre al monotelismo, y con la que, sin embargo, romperán, bajo el patriarcado de otro Marón, San Juan Marón, en 681. Constituyen, en todo caso, el clásico caso de comunidad cristiana aislada en medio de poderosos enemigos de religión no cristiana (persas, árabes, turcos), y muy celosa, por cierto, de su independencia, la cual defenderá con ardor en numerosas ocasiones... Una comunidad que sólo recuperará la comunicación con el resto de la gran comunidad cristiana a partir del s. XI, gracias a las Cruzadas. A partir de ese momento, la comunión se hace patente. Consta la presencia del Patriarca Jeremías II Al Amashitti en el IV Concilio de Letrán en 1215, así como la del Patriarca Simón Pedro en el V Concilio de Letrán en 1516. El Papa Gregorio XIII (1572-1585) establece en Roma un Hospital Maronita y un Colegio Maronita, del que por cierto, saldrán grandes exponentes de la cultura renacentista: José Simeón “el Assemani”, editor de la Biblioteca Oriental; Estéfano Evodio, organizador de la Biblioteca Vaticana; José Aloisio y otros. En el devenir de la comunidad, es de la máxima importancia el II Concilio maronita, celebrado durante el patriarcado de José IV (1733-1742), en el que los delegados papales imponen reformas dirigidas a unificar las conductas y liturgias que separaban a los maronitas. Aún así, mantiene todavía la Iglesia maronita importantes particularidades, como por ejemplo, la de que los miembros del clero se pueden casar mientras poseen las órdenes menores y aún así tomar las mayores, aunque si acceden a éstas, ya no pueden casarse. Los maronitas son poco más de tres millones, establecidos principalmente en el Líbano. La existencia de esta comunidad cristiana en dicha zona de Oriente Medio será la que provoque el compromiso de la potencia colonial de la zona, Francia, de crear un estado independiente para ellos, el Líbano precisamente, cosa que se consumó en 1943. Para ello, el Líbano es separado de Siria, y se establece el compromiso constitucional de que un maronita sería siempre el presidente del país, lo que ha venido siendo así hasta la fecha. Hay también maronitas en Siria, Palestina, Chipre y Egipto, y una amplia diáspora que se extiende por Hispanoamérica (Argentina, Méjico, Brasil), y por los grandes países anglosajones (Estados Unidos, Canadá, Australia). La comunidad madre se expresa en árabe con giros arameos, y practica el rito antioqueno. El jefe de la Iglesia maronita es el Patriarca de Antioquia y de todo el este, patriarcado éste de Antioquia que comparte, sólo en el campo del catolicismo, con el Patriarca católico melquita, el Patriarca católico siro-católico y el Patriarca latino, y en otras adscripciones cristianas, con el Patriarca ortodoxo y el Patriarca siro-jacobita: seis Patriarcas pues de Antioquía. El patriarcado maronita tiene su sede en Bkerke (Líbano), a unos 40 kms. de Beirut. Su actual titular es Nasrallah Boutros Sfeir, entronizado en 1986 y nombrado cardenal por Juan Pablo II en 1994, e importante líder libanés. El más famoso maronita de la actualidad pertenece a un país donde no hay demasiados, Irak, y es Tarek Aziz, el que fuera Ministro de asuntos exteriores de Sadam Hussein, recientemente condenado a muerte por su responsabilidad en los asesinatos de una serie de militantes de partidos religiosos. Iglesias Caldea y Sirio-Malabar Quiere la tradición que la Iglesia caldea haya sido fundada por Santo Tomás y sus discípulos Addai (que algunos asimilan al apóstol Tadeo) y Mari. Como quiera que sea, lo cierto es que con ocasión del Concilio de Efeso del año 431 en el que se condena la herejía diofisita de Nestorio, la cual sostiene la doble naturaleza humana y divina de Jesús, los nestorianos caldeos rompen con la Iglesia. Al hacerlo, el Emperador bizantino Zenón los expulsa de su Mesopotamia originaria hacia Persia, donde el Imperio Sasánida, a pesar de profesar la religión zoroástrica y no la cristiana, les recibe bien, precisamente por la rivalidad de los caldeos hacia Bizancio, con la que los persas se hallan en guerra. Caldeos son, con toda probabilidad, de quienes Marco Polo habla en su Libro de las maravillas, escrito hacia el año 1300, cuando dice: “Y también hay otra raza de gentes que siguen la ley cristiana, pero no como lo manda la Iglesia de Roma, porque se equivocan en muchas cosas. Se llaman nestorianos [...]. Tienen un patriarca a quien llaman Jatolic [Katholicos], y este patriarca hace los arzobispos y obispos, los abades y demás prelados, y los manda por todas partes a predicar, a la India, a Catai [China] y a Baudac [Bagdad], igual que el apóstol de Roma” (op. cit. 1, 24). La reunión de los caldeos con Roma va a constituir una ardua cuestión. Tras más de un milenio de mutuo desconocimiento, la primera aproximación data de 1553, año en el que el Papa Julio III consagra a Juan Sulaka como cabeza de los católicos caldeos. La unión no será, para empezar, definitiva, y así, en el s. XVII sobreviene una nueva separación con el Patriarca Simeón XIII, la cual perdura hasta que en 1830 el Papa Pío VIII confirma a Juan Hormisdas como jefe de los caldeos. Pero tampoco total, pues junto a la católica, permanecerá una obediencia caldea independiente, la de la conocida como Iglesia asiria de oriente. Se pueden cifrar en unos trescientos mil los fieles caldeo-católicos, los cuales se extienden por Irak y en menor medida, por Irán, aunque hay caldeos también en Siria, Líbano, Turquía, Israel y Egipto. Se trata de una Iglesia muy perseguida, consecuencia de lo cual, el exilio de buena parte de sus adeptos a zona kurda, en el norte del país, y también a los Estados Unidos y a Australia. La lengua de la Iglesia caldea es el siríaco o arameo, la que habló Jesús, y tiene rito propio. Por lo que hace a la cabeza, su jefe es el Patriarca de Babilonia, con sede en Bagdad, actualmente el Cardenal Emmanuel Delly. De la Iglesia caldea originaria deriva la Iglesia siro-malabar, mucho más grande –cuenta con más de tres millones de fieles- que se extiende por el norte de la India y procede de la evangelización del territorio realizada por el activo proselitismo caldeo entre los siglos VII y XIII. Son los llamados Cristianos de Santo Tomás a los que, una vez más, se refiere también el Libro de las Maravillas de Marco Polo: “En la provincia de Moabar [Malabar, de donde el nombre que reciben] en India la Grande, yace el cuerpo de Santo Tomás apóstol, que en esta región sufrió martirio por el Señor. [...] Hay allí muchos cristianos y también numerosos sarracenos, que vienen a menudo de aquellas regiones a visitar el santuario y sienten gran veneración por este apóstol, pues dicen que fue un gran profeta, y lo llaman "amaria", es decir, hombre santo” (op. cit. 3, 27) Los mismos cristianos que luego se encontrarán los portugueses cuando recalan en la zona en el s. XVI. Precisamente ese contacto con los portugueses conduce a la reunificación de los siromalabares con Roma, que data del Sínodo de Damper realizado en 1599, y a una radical latinización de la liturgia siro-malabar, luego suavizada por los papas Pío XI y Pío XII. La Iglesia siro-malabar tiene su sede en Ernakulam, en el estado de Kerala, y ejerce actualmente su jefatura el Arzobispo Varkey Vithayathil. Por lo que hace a la iglesia caldea no católica, la llamada Iglesia asiria de oriente, está formada de unos cuatrocientos mil fieles. La caracteriza el hecho de que los miembros del clero pueden contraer matrimonio incluso una vez ordenados. En los últimos tiempos, ha sufrido dos importantes procesos. Por un lado, una pequeña escisión en el año 1964. Por otro, y mucho más relevante, los importantes pasos dados hacia la comunión con Roma, hasta el punto de haber firmado en 1994, cosa que hicieron el Katholikos Mar Dinkha y Juan Pablo II, una declaración en la que afirman sostener la misma fe aunque con términos teológicos diferentes. En 1997, ambas iglesias caldeas, la católica y la independiente, se levantaban las mutuas excomuniones pronunciadas en su día. Iglesia Armenia Por encontrarse en guerra con el Imperio persa, ningún representante armenio pudo acudir al Concilio de Calcedonia del año 451 en el que, como sabemos, se condenó la herejía monofisita que sostenía la existencia de una única naturaleza divina en Jesucristo en menoscabo de su naturaleza humana. Al ser informada de sus resultados, la Iglesia apostólica armenia, considerando que se recae en el diofisismo nestoriano condenado en Efeso veinte años antes, rompe con la Iglesia. Los intentos de restablecer la unidad se suceden desde la época de las cruzadas. Así, en 1195 el reino armenio de Cilicia –no así los armenios que se hallan fuera de Cilicia-, a través de su alianza con los cruzados, entra en comunión con Roma, situación que perdura hasta que en 1375 es conquistado por los tártaros. Como en el caso de los coptos, un decreto emitido por el Concilio de Florencia, el Exultate Deo de 22 de noviembre de 1439, establece una unidad que a efectos prácticos no se consuma hasta que en el año 1738, el Papa Benedicto XIV establece formalmente la Iglesia católica armenia, y en el 1740, el convertido Abraham Pedro Ardzivian es nombrado Patriarca de Cilicia con el nombre de Abrahám Pedro I. Las Iglesias armenias, tanto la católica como su correspondiente monofisita, se verán severamente afectadas por el genocidio armenio realizado entre los años 1915 y 1918 por los turcos, a causa, precisamente de su condición de cristianos, un genocidio que afectó a un número entre millón y medio y dos millones de personas, a lo que unir deportaciones fundamentalmente a Siria e Irak, y todo tipo de violaciones, de las que no se salvaron ni mujeres ni niños, en lo que se considera el primer genocidio moderno. Formada por unos trescientos mil fieles, que se reparten por los territorios de Líbano, Siria, Israel, Irak, Irán, Jordania, Egipto, Sudán y Turquía, con una importante comunidad en el exilio en Argentina, la liturgia de la Iglesia armenia se desarrolla en lengua armenia, y tiene un rito propio de tipo híbrido con elementos siríacos, bizantinos y jerosolimitanos. Su jefe es el Patriarca Katolicós de Cilicia de los armenios católicos, y siempre porta el nombre de Pedro más el elegido por cada titular. Actualmente es Nersés Pedro XIX Tarmouni. Tuvo su sede inicial en Beirut, aunque en 1867 se trasladara a Constantinopla, para volver a Beirut después del genocidio armenio en 1928. Como en el caso de las demás iglesias católicas orientales sui iuris, junto a la Iglesia católica armenia convive la no católica, esto es, la que se separara en 451 y no ha aceptado la comunión con Roma. Llámase en este caso Iglesia gregoriana apostólica de Armenia, que se extiende principalmente por la República de Armenia (independiente desde 1991, antes parte de la URSS), y dispone de unos seis millones de fieles. La Iglesia apostólica armenia tiene varias particularidades: primero un alfabeto propio, el armenio, inventado por San Mesrob, el cual hizo posible la traducción de la Biblia al armenio. Y segundo, la de ser, según reclama, la iglesia nacional más antigua, remontándose a los tiempos del Tirídates III, convertido en el año 301 por San Gregorio y primer gobernante cristiano de la historia. Ejerce la jefatura de la Iglesia el Supremo Patriarca y Katolicós de todos los armenios con sede en Echmiadzin (Armenia), Karekin II desde 1999. Luis Antequera De formación jurídico-económica, profesionalmente hablando Luis Antequera ha trabajado tanto en el mundo de la banca como en el de la enseñanza. Las tres pasiones a las que dedica su tiempo son la literatura, la historia de las religiones y la actualidad socio-política. Ha publicado tres libros, “Jesús en el Corán”, “El cristianismo desvelado” y “Derecho a nacer”. Ha colaborado en diversos programas de radio y televisión. Actualmente es director del programa de radio “Iglesia perseguida”, quincenalmente los sábados a las 15:00 hs., y colaborador del programa “Diálogos con la Ciencia”, los viernes a las 00:00 hs., emitidos ambos en Radio María. En cuerpo y alma ofrece cada día su punto de vista sobre el mundo convulso que vivimos. Luis Antequera, encuerpoyalma@movistar.es , es autor, editor y responsable del Blog En cuerpo y alma, alojado en el espacio web de www.religionenlibertad.com