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La interminable empresa de Diderot, por Piedad Bonnett
Piedad Bonnett · Thursday, December 5th, 2013
Para fortuna de la humanidad siempre ha habido quien conciba empresas delirantes,
proyectos que a veces jalonan la historia y otras veces terminan en estruendosas
derrotas.
Uno de estos proyectos descomunales fue la Enciclopedia o Diccionario razonado de
las ciencias, las artes y los oficios, que emprendió Denis Diderot, el filósofo y pensador
francés, una de las mentes más brillantes de la Ilustración, cuyo nacimiento, ocurrido
hace exactamente 300 años, estamos celebrando.
La idea de una enciclopedia, que no es otra que la de clasificar sistemáticamente el
universo o ciertos aspectos de él en un libro, pareciera un sueño desmesurado. Y lo es.
“No hay clasificación del universo que no sea arbitraria y conjetural”, afirma Borges,
un apasionado de este tema, quien trae a colación en uno de sus ensayos una
enciclopedia china mencionada por Franz Kuhn, en cuyas páginas los animales se
dividen en a) embalsamados b) amaestrados c) lechones d) sirenas e) fabulosos f)
perros sueltos g) incluidos en esta clasificación h) que se agitan como locos, i)
innumerables j) dibujados por un pincel finísimo de pelo de camello k) etcétera l) que
acaban de romper el jarrón m) que de lejos parecen moscas.
Sin embargo, el deseo de definirlo y clasificarlo todo existe desde que el hombre
empieza a valorar el saber: enciclopedias podrían ser consideradas también la Historia
natural de Plinio el Viejo o las Etimologías de San Isidoro o el Diccionario histórico y
crítico, un tratado lleno de erudición e ideas consideradas peligrosas para la época,
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escrito por Pierre Bayle, un librepensador y escéptico francés que fue determinante en
las ideas de la Ilustración.
La Enciclopedia dirigida por Diderot, y en la que colaboraron personalidades como
Rousseau, Montesquieu, D’Alambert y Voltaire, que llegó a tener 27 volúmenes,
18.000 páginas y 72.000 artículos, además de numerosos grabados y láminas, y que
contó con un equipo de 160 personas entre literatos, hombres de ciencia, artistas y
filósofos, se propuso, a diferencia de cualquier intento anterior, aproximarse al mundo
y a sus verdades desde un punto de vista científico, y romper con todo lo que fuera
creencia religiosa o superstición metafísica. Su meta fue inventariar todo lo conocido
pero pisoteando la carga de la tradición, algo que no podemos dejar de agradecerle.
Por supuesto, la Enciclopedia, que atacaba también el poder de los clérigos y la
monarquía, levantó toda clase de ronchas y terminó por ser sometida a la censura,
incluso por parte del editor que se la encargó, André Le Breton, que se asustó de
pensar que su proyecto fuera definitivamente interrumpido por la godarria de la
época. Pero el hecho es que, desde entonces, los mortales tenemos una fe nueva e
indestructible: la de que cualquier cosa del universo está descrita en alguna parte.
Que ahora ese lugar se llame Google es otra cosa.
El trabajo monumental de este maravilloso equipo de hombres puso de presente que
en un tiempo no necesariamente infinito es posible clasificar, definir y describir todo
lo que existe en el Universo; pero también otras cosas: que muchos saberes son
provisorios, porque unas verdades desalojan a otras; que hay misterios del universo
que ninguna enciclopedia puede dilucidar y que la presentación del saber puede estar
cargada de ideología. Aun así, estamos profundamente agradecidos con ellos, y con el
irónico, crítico y lapidario Diderot. Sus ideas hicieron posible la Revolución francesa y
su utópico proyecto sigue vigente, creciendo y multiplicándose. En la Enciclopedia
Británica, por ejemplo. Cuando leo Wikipedia, que encierra otro sueño, el de que el
saber lo construyamos entre todos, no puedo menos que sentir nostalgia por las
épocas en que hubo esas logias de devotos del conocimiento. Más aún cuando desde
mi biblioteca me miran, silenciosos, los 12 tomos de mi enciclopedia, que ya casi no
abro.
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on Thursday, December 5th, 2013 at 4:30 am and is filed under Artes
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