FEBRERO, 2013 L A E DUC AC IÓN E S UNA V IEJ A AS IGNATUR A PEND IENTE DE M ÉXICO . U NA VIEJ A FRUSTR AC IÓN . B ASTAR ÍAN LAS PÁGINAS DE NE XOS DED IC ADAS AL TEM A PAR A DAR FE DE AMBAS COS AS . A ÑO TR AS AÑO , DESDE SU FUNDAC IÓN , NE XOS HA VUE LTO AL TEM A E DUC A TIVO PAR A COMPROB AR , C ADA VE Z , QUE LA M ATER IA SIGUE PE NDIE NTE Y LA FR USTR AC IÓN ESTÁ INTAC TA . NUMERALIA. NUMERALIA Rodrigo Centeno y Rafael Ch CABOS SUELTOS. UN MONSTRUO DE LAS IMÁGENES LOS COCHINITOS Y EL “JUDÍO FEROZ” LA FIESTA DE LOS LOCOS A LO JOVELLANOS ASÍ NO SE CUENTA MANOS SIN MANOS COMO UNA SERPIENTE PUERTO LIBRE. ¿HUBIERON O HUBO? Ángeles Mastretta 1 AGENDA. FETICHISMO Y REFORMISMO EL FETICHISMO CONSTITUCIONAL María Amparo Casar ¿PUEDE ATERRIZARSE EL PACTO POR MÉXICO? Carlos Elizondo Mayer-Serra ¿EL IMPERIO CONTRAATACA O EL RETORNO DEL JEDI? Javier Tello INTERNET Y PRIVACIDAD Miguel Carbonell EXPEDIENTE. LA DECENA TRÁGICA: EL GOLPE DE ESTADO QUE MARCÓ A UNA NACIÓN LA HORA DEL LOBO Héctor de Mauleón LOS DOS CUARTELAZOS Antonio Saborit CHINA: LA SONRISA IMPLACABLE Roberta Garza ENSAYO. LA BATALLA EDUCATIVA LA DISPUTA POR LA EDUCACIÓN Gilberto Guevara Niebla LAS DOS ESTRATEGIAS Eduardo Andere M. 2 UN PROCESO, NO UN DISPARO Carlos Mancera CIUDAD DE LIBROS. CARLOS FUENTES PARA HISTORIADORES Rafael Rojas BENJAMIN BLACK: EL NOVELISTA PATÓLOGO Adán Ramírez Serret LOS CRÍTICOS. EL SECUESTRO DE ARNOLDO MARTÍNEZ VERDUGO Gustavo Hirales Morán SHAKESPEARE Y CERVANTES: UN MANUSCRITO PERDIDO Álvaro Santana Acuña PALMERAS DE LA BRISA ÁCIDA Noé Cárdenas DE LA A A LA Z. DE LA A A LA Z Delia Juárez G. ENTREVISTA. EL ABISMO DE LA LIBERTAD: UNA ENTREVISTA CON FERNANDO SAVATER Rafael Pérez Gay CULTURA Y VIDA COTIDIANA. JEREMY BENTHAM: PARA VIAJAR A MÉXICO José Antonio Aguilar Rivera 3 CRÓNICA. RETRATO DE UN JAZZISTA INTEMPESTIVO Nicolás Medina Mora Pérez FICCIÓN. JACARANDA Ana Lucía Guerrero CINE. REYGADAS: FALLAR COMO VIRTUD David Miklos LOS NUEVOS CENTURIONES Gustavo García TWITTER'S DIGEST. THE TWITTER’S DIGEST Selección: Ricardo Bada MÚSICA. CINCO APUESTAS PARA 2013 Y MÁS ALLÁ Hugo García Michel ENTREGA INMEDIATA. ENTREGA INMEDIATA 4 NATURALMENTE, RIDÍCULAS Luis Miguel Aguilar UN SECRETO LLAMADO VIRGINIDAD Ana Clavel HISTORIA DE NUESTRAS CONSAGRACIONES Armando González Torres EL ORO DE LOS TIGRES Juan Manuel Gómez FRONTERAS. 450 MILLONES DE AÑOS TRAS LAS RESPUESTAS SOCIALES Luis González de Alba ESTE PACTO NO ES CON DIOS Rodrigo Negrete y Ariel ALGO MÁS SOBRE EMILIO LA FIESTA DE LOS LOCOS RABASA Y SUS TIEMPOS Antonio Saborit Rodriguez Kuri LOS DESAPARECIDOS DE MÉXICO LA CONSUMACIÓN DEL CRIMEN Héctor de Mauleón DESPUÉS DEL BOMBARDEO. LAS LUNAS DE FEBRERO DE 1913 José Juan Tablada JUSTICIA PRIVADA: LOS HITOS DEL ORIGEN ELBA ESTHER GORDILLO AUTODEFENSA Y Leonardo Padura ANTE LA HISTORIA LINCHAMIENTOS Gilberto Guevara Niebla EL SNTE SIN CABEZA LA CAÍDA DE JONGUITUD Carlos Ornelas Ricardo Raphael de la Madrid OPORTUNIDAD PARA EL SNTE Glberto Guevara Niebla 5 NUMERALIA Rodrigo Centeno y Rafael Ch Valor mundial de la industria editorial en 2010: 80 miles de millones de euros (unos 100.5 miles de millones de dólares americanos) Libros y reediciones publicadas en Estados Unidos en 2011: 328 mil 259 (1er lugar mundial) Libros y reediciones publicadas en México en 2011: 9 mil 075 (36 lugar mundial) Mayor cantidad de títulos publicados en 2011 por un país latinoamericano: 22 mil 781 (Argentina, 19 lugar mundial) Cantidad de escritores registrados en Estados Unidos en 20 12: 145 mil 900 (con un ingreso medio de 55 mil 420 dólares anuales) Cantidad de ingenieros aeroespaciales registrados en Estados Unidos en 2012: 81 mil (con un ingreso medio de 97 mil 480 dólares anuales) Año en el que se puso el primer objeto en órbit a: 1942 (por científicos alemanes) Año del primer lanzamiento orbital exitoso: 1957 (Sputnik 1) Año en el que se puso en órbita el primer artefacto estadunidense: 1958 (Explorer 1) Capacidad de la memoria de la computadora en el Apolo 11: RAM 16Kb, R OM 32Kb y procesador de 2Mhz Capacidad de memoria de un iPhone 4: RAM 256Mb y procesador de 1Ghz Año en el que hombre construyó los primeros relojes: 3000 a.C. Fecha en la que se fabricó el primer reloj mecánico: 1283 (Inglaterra) Año de creación del primer reloj de péndulo: 1656 (el inventor fue el científico holandés Christiaan Huygens; era 100 veces más preciso que sus predecesores) Año en el que se firmó el primer contrato para producción en masa de relojes: 6 1807 (por 4 mil piezas) Año en el que el mundo se dividió en 24 husos horarios: 1884 (Estados Unidos había dividido su territorio en 4 husos horarios desde 1883) Década de aparición de los primeros relojes mecánicos de pulsera: 1920 Año en que se definió atómicamente la duración de un segundo: 1967 Tamaño de la industria suiza de relojes en 2011: 17.4 miles de millones de francos suizos (unos 18.2 miles de millones de dólares) Porcentaje de la producción mundial de relojes que representa Suiza: 42% (el 3% del PIB suizo) FUENTES: 1 Publishing Perspectives; 2, 3, 4 UNESCO; 5, 6 Bureau of Labor Statistics, Estados Unidos; 7, 8, 9 NASA; 10 AOL.com Tech; 11 Superuser.com; 12, 13, 14, 15, 16, 17 Scientific American; 18 Buró Internacional de Pesos y Medidas, BIMP; 19 Financial Times; 20 Paladion Consulting. Rodrigo Centeno. Economista, empresario y especialista en mercadotecnia. Rafael Ch. Investigador del Centro de Investigación para el Desarrollo (CIDAC). UN MONSTRUO DE LAS IMÁGENES Se diría que el escritor francés Marcel Proust er a un monstruo de las imágenes. En su novela En busca del tiempo perdido hay cuatro mil 578 imágenes de todo tipo, pero las más abundantes van así: 203 proceden de la pintura y 171 de la música. Con mucho, la mayoría de ellas —944— provienen de la naturaleza; y de éstas, 326 están relacionadas con el mar y el agua. Fuente: En torno a Marcel Proust (selección de ensayos por Peter Quenell), Alianza Editorial, Madrid, 1974. 7 LOS COCHINITOS Y EL “JUDÍO FEROZ” Poco después del estreno de la película Los tres cochinitos (1933), los líderes de varias organizaciones judías se reunieron con su creador Walt Disney para expresarle su preocupación sobre una escena en la que el Lobo Feroz se disfraza de un vendedor ambulante hebreo para engañar a uno de los cochinit os y conseguir que le abra la puerta. Aunque Disney estuvo de acuerdo en quitar la escena ofensiva —el vendedor con sotana, barba y lentes se volvió un simple vendedor de cepillos en las siguientes proyecciones de la película—, Disney les insistió a sus amigos que no había intentado más que una broma para Carl Laemmle, su competidor y némesis desde la productora Universal, por sus muchos intentos fracasados de echar abajo la casa del estudio Disney. Fuente: Marc Eliot, Walt Disney. Hollywood´s Dark Princ , HarperCollins, NY, 1994. LA FIESTA DE LOS LOCOS Durante la mayor parte del año la cristiandad medieval predicaba lo solemne, el orden, la restricción, la camaradería, la honestidad, el amor a Dios y el decoro sexual, y luego en las vísperas del año nuevo abría los cerrojos en la psique colectiva y daba rienda suelta alfestum fatuorum, la fiesta de los locos. Durante cuatro días el mundo se ponía de cabeza: los miembros del clero jugaban dados sobre el altar, rebuznaban como burros en vez de decir “amén”, hacían competencias de bebedores en la nave, se pedorreaban en acompañamiento del Ave María y pronunciaban sermones de burla basados en 8 parodias a los evangelios (el evangelio según el Culo del pollo, el evangelio según la Uña del dedo gordo del pie de Lucas). Luego de beber jarras de cerveza, sostenían sus libros sagrados al revés, dirigían plegarias a las verduras y orinaban en las torres de los campanarios. Se “casaban” con asnos, se amarraban a las túnicas penes gigantes de lana y se afanaban en t ener sexo con cualquiera y de cualquier género que los aceptara. Pero nada de esto se consideraba sólo una broma. Era algo sagrado, una parodia sacra, diseñada para asegurar que todo el resto del año las cosas se mantuvieran del modo correcto. En 1445, la Facultad de Teología de París les explicó a los obispos de Francia que la fiesta de los locos era un acontecimiento necesario en el calendario cristiano, “para que la locura, que es nuestra segunda naturaleza y algo inherente al hombre, pueda emplearse libremente por lo menos una vez al año. Las barricas de vino estallan si de vez en vez no las abrimos y dejamos que entre algo de aire. Todos los hombres somos barriles puestos juntos infelizmente, y por eso permitimos la locura en ciertos días: para que al final podamos volver con un fervor más grande al servicio de Dios”. Fuente: Alain de Botton, Religión para ateos. Una guía del no creyente a los usos de la religión, Pantheon Books, NY, 2012. A LO JOVELLANOS En 1772 el polígrafo y hombre de leyes esp añol Melchor Gaspar de Jovellanos tuvo en Madrid una vida social intensa. Manuel María de Acevedo y Pola cuenta que “se tenía por desairada toda función brillante a que no era convidado, y llegó 9 al extremo de hacerse de moda un peinado que se llamaba ‘a lo Jovellanos’, con alusión al esmero que ponía en aquella clase de adorno” y que cuidaba hasta el extremo de dormir boca abajo para no despeinarse. Fuente: José Miguel Caso González, Biografía de Jovellanos, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, Gijón, 2005. ASÍ NO SE CUENTA Encho era un famoso cuentista. Sus relatos de amor emocionaban a sus oyentes. Cuando narraba una historia de guerra, era como si los mismos oyentes estuvieran en el campo de batalla. Un día Encho conoció a Yamaoka Tesshu, un lego que casi había conseguido el camino del zen. —Tengo entendido —le dijo Yamaoka—, que eres el mejor cuentista de nuestro país y que haces reír y llorar a la gente a voluntad. Cuéntame mi relato favorito, el del Momotaro-san, el Niño Melocotón. Cuando era pequeño dormía al lado de mi madre, y ella a menudo me contaba esa leyenda. En medio de la narración me quedaba dormido. Cuéntamela tal como lo hacía mi madre. Encho no se atrevió a hacer tal cosa y solicitó tiempo para estudiar. Al cabo de varios meses se presentó ante Yamaoka y le dijo: —Por favor, dame la oportunidad de contarte el relato. —Otro día —respondió Yamaoka. Encho se sintió muy decepcionado. Estudió más y lo intentó de nuevo. Yamaoka le rechazaba una y otra vez. Cuando Encho empezaba a hablar, Yamaoka le interrumpía, diciendo: —No eres como mi madre. Encho tardó varios años en llegar a ser capaz de contarle a Yamaoka la leyenda tal como se la había contado su madre. De esta manera, Yamaoka impartió el zen a Encho. 10 Fuente: 101 cuentos zen (al cuidado de Nyogen Senzaki y Paul Reps; trad. Jordi Fibla), Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2012. MANOS SIN MANOS Un cuento, sin duda verdadero en la vida de este hombre, nos enseña que el pintor japonés Hokusai ha querido pintar sin las manos. Se dice que un día, ante el Shogun, habiendo desplegado en el suelo un rollo de papel, derramó sobre éste un pote de color azul; luego, mojando las patas de un gallo en un pote de color rojo, lo hizo correr sobre su pintura, dejando así el ave sus huellas. Y todos reconocieron las olas del río Tatsuta, arrastrando hojas de arce, rojas por el otoño. Sortilegio encantador donde la naturaleza parece trabajar sola para reproducir la naturaleza. El azul que se derrama corre en hilitos divididos, como una verdadera honda, y la pata del ave, con sus elementos separados y unidos, asemeja la estructura de la hoja. Su paso leve deja vestigios desiguales en fuerza y en pureza, y su marcha respeta, aunque con los matices de la vida, los intervalos que separan frágiles despojos llevados por una corriente rápida. ¿Qué mano podría expresar lo que hay de regular e irregular, de accidental y de lógico, en esta serie de cosas casi sin peso, aunque no sin forma, de un río de montaña? La mano de Hokusai, precisamente, y son los recuerdos de las largas experiencias de sus manos sobre los diversos modos de sugerir la vida, los que han guiado al mago a intentar también ésta; ellas están presentes sin mostrarse, y a pesar de no tocar nada, lo guían todo. Fuente: Henri Focillon (1881-1943), Elogio de la mano (trad. Inés Rotenberg; presentación de Hernán Bravo Varela), UNAM, 2006. COMO UNA SERPIENTE Enero 7 (1914). En cuanto [Victoriano] Huerta oyó que N. [Nelson O’Shaugnessy, embajador de Estados Unidos en México] iba hac ia Vera Cruz mandó a uno de sus coroneles a preguntar si queríamos un tren especial, o un vagón privado enganchado al express de la noche. Tomamos sólo el vagón privado, por supuesto; en estos días todos prefieren viajar en grupos. El Presidente es siempre de lo más 11 cortés en todos los aspectos. Si no puede complacer a Washington hace lo que él juzga la siguiente mejor cosa: da muestras de cortesía a su representante. Le dijo a d’Antin, que fue a darle las gracias, a nombre de N., por el vagón: “México es como una serpiente; toda la vida está en la cabeza”. Luego se golpeó la cabeza con su pequeño puño y dijo: “¡Yo soy la cabeza de México! Y hasta que me aplasten”, añadió, “¡ella sobrevivirá!”. Huerta es magnético. Ese es un hecho indisputable. Fuente: Edith O’Shaughnessy (Mrs. Nelson O’Shaughnessy): A Diplomat’s Wife in Mexico (subtítulo: Cartas desde la embajada de Estados Unidos en la ciudad de México, que cubren el periodo dramático entre octubre 8, 1913, y la ruptura de las relaciones diplomáticas en ab ril 23, 1914, junto con un recuento de la ocupación de Vera Cruz), Harper & Brothers Publishers, NY, 1916. ¿HUBIERON O HUBO? Ángeles Mastretta Crecí entre mujeres ingeniosas e inteligentes, pero no muchas de ellas tenían estudios más allá de la secundaria. Así que las únicas profesionales que tuve muy cerca fueron las maestras. Y eso quería yo ser cuando pensaba en quién ser. No encontraba mejor que la de quienes nos enseñaron gramática, geografía y aritmética. Mujeres no siempre guapas: una o dos de en tre las diez que formaban la plantilla de profesoras, pero, siempre autosuficientes. Andaban en autobús o caminaban solas a su casa, cobraban un salario y tenían entre las manos y la cabeza todos los conocimientos que podían imaginar unas niñas fantasiosas. Tuve desde entonces una amiga inquieta que no deja de serlo y con la que compartí el gusto por la gramática como un juego con normas, pero divertido y flexible. Un juego al que ceñirse y desafiar. Nos gustaban las reglas que decidían los acentos y las conjugaciones, la escritura de sonidos ambiguos, los signos de puntuación y sus tiempos. La sintaxis nos divertía 12 porque era tan cercana y omnipresente, como incomprensibles sonaban sus leyes. Aprendí entonces a oír. No era necesario memorizar las frases con que se formulaba un criterio, sino saber cómo debía sonar. Veinte años después, las palabras se habían vuelto fonemas y morfemas y algo del juego se perdió en el camino. Quizás también mucha de la lógica que lo rige. De ahí ha de venir un equívoco que cada día se dice más, cada vez que lo escucho me parece peor y al que ver por escrito me provoca una aflicción que debería yo emplear en mejores causas. Aunque me parece crucial. Porque creo que el alma está en el habla y al cuidar la segunda se enriq uece la primera. No es necesario discernir la gramática. Sería como explicar que los pies deben ponerse en los pedales para andar en bicicleta. Y es mientras esto digo que revive, prepotente y sin freno, la voz de mi compañera “la maestra liendre”, com o le puso de apodo un viejo con gracia cuando la oyó predicando las razones de su vocación magisterial. Teníamos ocho años. Desde entonces andamos cerca. Con el tiempo, ella se ha convertido en una persona de ánimo sereno, que desea nada más que la sencill ez de la buena comida, los buenos libros, el cine y las siete horas de sueño que le dan buenas las noches. Le gusta ir al mar y asirse a un rincón cálido cuando se entretiene en la contemplación del horizonte y el vicio de conversar. Sin embargo, todos est os atributos, que podemos considerar virtudes, desaparecen cuando incitada por una necedad como el uso del hubieron, en lugar del hubo, sale de su ánimo la acuciosa maestra liendre. Los ataques a la sintaxis la afligen tanto que se lanza a citar a Cervan tes y repite, con él, que quien no conoce la lengua de sus mayores debería estar mudo. Olvidando que su canción de cuna fue suave y sus películas preferidas las comedias románticas, ella se pone peyorativa y pontifica: “No sé de dónde han sacado que el verbo haber se conjuga cuando se usa como auxiliar y tiene como significado existir, pero es un hecho que semejante aberración se generaliza sin provocar ninguna sorpresa”. “Cierto”, le digo, forzándome a lucir serena. “Y ¿cómo es que semejante despropósi to se ha vuelto de uso común entre muchos, no sólo animadores de tele y radio, sino periodistas respetables?”, me pregunta como si en mí hubiera un oráculo. “No tengo idea”, le digo. 13 “Así que no te preocupa. Te está haciendo daño la clase de yoga. Hay cosas contra las que hay que levantarse”, sermonea como si se tratara de dar la lucha contra la historia universal de la infamia. “Esas vueltas como de derviche que das en las mañanas te están volviendo insensible”. “¿Qué quieres que haga? La sintaxis est á casi tan lastimada como el medio ambiente. Y los equivocados parecen un torbellino. Arrastran aun a los impensables”. “Eso, hay personas inteligentes que han adoptado el desastre. Igual y lo inventaron. ¿En qué idioma se conjugará así?”. “No tengo idea, pero no hagas corajes”, le digo respirando en dos tiempos. “Te voy a poner al habla con Luis González de Alba. Y algo consigue. Sin duda acompaña a otros berrinchudos. A mí, por ejemplo”. Digo esto y la veo quedarse enfurruñada en un rincón. Al rato truenan a su alrededor los diccionarios y se encierra con ellos a rumiar en silencio lo que querría gritar o poner por escrito en una columna que no tiene. Después de semejantes reflexiones se entristece hasta que logra contagiarme sus furias. Acompañándola en su pena, menor, pero no por eso despreciable, he querido compartir con ella este espacio para que diga sus sentencias obsesionadas en ver si toca el corazón gramatical de alguien. Con un redimido tiene. Así es que vuelve a preguntarse: “¿Por qué les ha dado por conjugar en pasado lo que no conjugan en presente? Nadie dice no “han” boletos. Sin embargo, la cantidad de gente capaz de decir: no “hubieron” boletos, es cada vez mayor”. “Ya lo sé, querida, pero alegan que la gramática es caprichosa y q ue la gente está en perfecto derecho a cambiar los usos del idioma”. “Hay veces en que la tolerancia es enemiga de la cabalidad. Trastocar la sintaxis es un crimen. Gracias a ella entendemos El Quijote, aunque tenga muchas palabras que desconocemos”. Dice esto último y no se detiene ni un segundo para tomar aire. “No es sólo que la gramática diga que no puedo conjugar un verbo cuando se usa como auxiliar. Es que se oye horrible. Concordar el complemento directo con el verbo cuando es impersonal, no es correcto. Pero, sobre todo, rompe los 14 tímpanos”. “Tienes razón”, le digo tratando de no perder la calma. “Hasta hace muy poco nadie lo hacía”. “Pero se extiende el mal de la sabiondez redicha”, opinó la maestra liendre como si su léxico fuera transparente. “No es necesario conocer la regla, sólo es cosa de oír y de leer: Habemos muchos a favor de la paz. ¿Qué barbaridad es esa?”. “Tienes toda la razón”, me uno sin reservas. “¿Qué tal es lo de han habido errores, en lugar de ha habido errores?”. “Espantoso. Prendes la tele y como si nada te sueltan un: No hubieron personas. Se ve que no escriben lo que leen, porque lo marca hasta el corrector de la computadora. Subraya con rojo el “hubieron” y ni a quién se le ocurra fijarse. Haber es un verbo defectivo”. “Pero eso sí, mi querida maestra, saberlo no es obligación de todos”, digo para ponerla en la tierra. Como aprueba con un silencio, me pregunto si quienes han llegado hasta aquí saben o querrán saber lo que es un verbo defectivo. Yo lo digo en voz al ta para que la liendre compruebe que lo sé. “Los defectivos son los verbos que no se usan en todos los modos, tiempos o personas”. “Claro”, se entusiasma. “Como abolir. No se dice ‘yo abolo’. Como concernir y acontecer. No se dice, ‘yo concierno, ni yo a contezco’”. La veo levantar su dedo, dichosa de haber encontrado un oído para el despliegue de sus conocimientos sobre los defectivos. “Sí maestra, pero éstos ya son cantares más precisos que, por fortuna, aún no se han prestado a confusiones. ¿Quieres ir a comer?”. “¿Comer? Terminación en er”, contesta. “¿Qué te parece la otra novedad? Por instinto debería saberse que en las construcciones con los verbos poder, soler, deber, el verbo conjugado debe ir en singular. Sin embargo se ha extendido, el empleo de la conjugación ‘habemos’ en el sentido de ‘somos o estamos’ ”. “Suena horroroso”, acepto. “Pero no te importa. Actúas como si lo aceptaras. La primera persona del plural del presente de indicativo del verbo haber es ‘hemos’, y no ‘habemos’ ”. 15 “Obvio”, dirían los jóvenes. “No tan obvio. A cada rato escucho cosas como: ‘habemos muchos en contra de la discriminación’, en lugar de ‘somos muchos los que estamos en contra de la discriminación’. Es que me da tristeza. La construcción haber -que, más el verbo en infinitivo, significa ‘ser necesario o conveniente’. Al ser impersonal, se conjuga sólo en tercera persona del singular; así que, si el verbo que le sigue es pronominal, no es correcto el uso del pronombre de primera persona del plural”. “Horror al crimen, ya volviste a la RAE y estás echando a correr a mis lectores. Vamos por un pescado, querida maestra”. “Tienes razón: ‘habemos dos con hambre’, diría la novedad”. Caminamos por una acera clara, está el cielo de un azul que estremece. Ni lo m ira. Se detiene frente a un puesto de periódicos. “Ve nada más”, dice señalando un encabezado: “‘Se detuvieron 30 asaltantes’. ¿Quién los detuvo? ¿Ellos a sí mismos?”. Ángeles Mastretta. Escritora. Su más reciente libro es La emoción de las cosas. EL FETICHISMO CONSTITUCIONAL María Amparo Casar Dos mitos se han apoderado del imaginario público: el de la incapacidad de llegar a acuerdos en el Congreso y el de la capacidad transformadora de las reformas constitucionales. Convengamos llamar a uno el mito de la parálisis y al otro el fetichismo constitucional. El primero supone que la ausencia de mayoría para un partido en el Congreso, en particular el del presidente, y las irreconciliables diferencias entre las fracciones parlamentarias llevan a la inmovi lidad legislativa. El segundo, que cada cambio en la Constitución lleva aparejado un cambio equivalente, seguro y automático en la realidad. 16 Cuando en 1988 el PRI apenas alcanzó la mayoría en la Cámara de Diputados se auguró que ningún partido de oposición estaría dispuesto a hacerle el juego a ese partido y que el reformismo constitucional llegaría a su fin. El pronóstico volvió a plantearse cuando en 1991 se modificó la Constitución para impedir que un solo partido pudiese contar con los dos tercios de asientos necesarios para reformarla. Para el momento en que apareció el primer gobierno sin mayoría (1997) se vaticinó que las reformas constitucionales quedarían sepultadas. Ninguna de estas predicciones resultó cierta. El reformismo constitucional no s ólo no llegó a su fin sino que aceleró el paso. La primera reforma a la Constitución ocurrió en 1921. De entonces hasta el momento se han emitido 206 decretos de reforma constitucional que han modificado 555 veces los artículos constitucionales. Durante la larga época de gobiernos unificados el número de reformas constitucionales por sexenio varió y no se registra relación alguna con la composición de las Cámaras. Encontramos sexenios con sólo una reforma constitucional (Ruiz Cortines) y sexenios con 19 (López Portillo). Si tomamos como referencia la “era dorada” del dominio del PRI (1946 -1982) con mayorías superiores al 85% en la Cámara de Diputados, del 100% en la de Senadores y sin escisiones serias en el partido gobernante, encontramos que en esos seis sexenios se emitieron 59 decretos de reforma constitucional. En contraste, en los siguientes cinco sexenios (1982 -2012), caracterizados por una mayor y creciente pluralidad, el número de decretos casi se duplicó: el Congreso aprobó 108 reformas constitucionales. Lo mismo ocurre si hacemos otro corte y contrastamos los últimos 15 años de gobierno unificado en los que el partido del presidente sí tenía la mayoría en ambas Cámaras, con los últimos 15 de gobierno sin mayoría. El número de decretos de reforma es de 39 contra 69, un aumento de 77%. Finalmente, otro dato importante: durante el sexenio que concluyó el año pasado (2006 -2012) ocurrieron 17 más cambios constitucionales que en cualquier otro. Las dos últimas legislaturas fueron responsables de más del 20% de todas las reformas desde 1917 (ver gráfica 1). A pesar de estas cifras, la tesis que sostiene que el pluralismo y la ausencia de mayoría para el partido del presidente han impedido la formación de acuerdos en el Congreso, ha ganado carta de natura lización y la percepción generalizada es que los partidos ni se entienden entre sí ni con el Ejecutivo. Tan difundida ha sido esta posición que algunos políticos, intelectuales y formadores de opinión han planteado la necesidad de modificar el sistema elec toral para que éste incentive, induzca o incluso imponga la mayoría para un partido y así retomar la senda del reformismo. De dónde sale esta tesis, es un misterio. Una conjetura es que los medios se han dado a la tarea de resaltar los pleitos en el Cong reso y no los acuerdos; a destacar las iniciativas que no han prosperado por encima de las que sí han transitado. Otra es que las famosas reformas estructurales (fiscal, telecomunicaciones, energética, educativa) se han quedado congeladas en el Congreso. L a otra es la simple falta de estudio y análisis del trabajo legislativo que si algo demuestra es que el pluralismo y el reformismo lejos de reñirse han caminado juntos. La pluralidad en el Congreso ha traído muchas consecuencias —algunas virtuosas y otras perniciosas— pero entre ellas no se cuenta la de la parálisis. 18 Desde luego que la tasa de aprobación legislativa ha disminuido pero esto se explica por el crecimiento exponencial —más bien absurdo— del número de iniciativas presentadas. De 1982 a 1997 se presentaron en Cámara de Diputados un total de mil 671 iniciativas, esto es, un promedio de 111 por año. 1 En contraste, entre 1997 y 2012 se presentaron 11 mil 388 o un promedio de 759 al año. El crecimiento fue de 581%. En el Senado el número de inicia tivas presentadas para este segundo periodo fue de cuatro mil 350. Las cifras de iniciativas de reforma constitucional para el periodo 1982 -1997 no están disponibles, pero puede suponerse que fue un número mucho menor al que se registra para los 15 años de gobiernos sin mayoría: dos mil 470 iniciativas de reforma constitucional en Cámara de Diputados y 933 en el Senado, para dar un gran total de tres mil 403. El número es ridículo. Ningún Congreso puede procesar 227 iniciativas de reforma constitucional por año o más de cuatro por semana. Sin embargo, el resultado final en estos 15 años de trabajo legislativo no es despreciable o menor. Se expidieron 69 decretos de reforma constitucional que agruparon 294 iniciativas provenientes de todos los partidos. E n 15 de ellos aparece al menos una iniciativa del Ejecutivo. La pluralidad también trajo cambios en lo que respecta al origen de las iniciativas. El número de iniciativas totales (constitucionales y ordinarias) presentadas por el Ejecutivo disminuyó sensiblemente tanto en números absolutos como relativos. Si entre 1982 y 1997 el Ejecutivo presentó 477 iniciativas (un promedio de 95 por legislatura), en los siguientes 15 años presentó 316 (un promedio de 63 por legislatura). En términos porcentuales, esta c ifra representa tan sólo 2% de las iniciativas presentadas. Para este último periodo, del total de iniciativas presentadas, tres mil 403 (21.6%) fueron de reforma constitucional. De éstas, sólo 26 correspondieron al Ejecutivo, apenas el 0.8% del total de iniciativas de reforma constitucional presentadas en ambas Cámaras. No se dispone del número de iniciativas de reforma constitucional presentadas por el Ejecutivo y su estatus (aprobadas, rechazadas y pendientes) para las legislaturas anteriores,2 pero para presidentes cuyos partidos no han conseguido mayoría en el Congreso y habida cuenta del tope de representación en la Cámara Baja (equivalente al 60% de los asientos), la tasa de aprobación de reformas constitucionales aparece razonable: 46%. De hecho, solamente tres iniciativas le fueron rechazadas en su momento al Poder Ejecutivo.3 19 El estudio de las coaliciones formadas para la aprobación de los 69 decretos de reforma constitucional también arroja resultados interesantes: • La coalición más frecuente es la que incluye a los tres partidos grandes (PRI PAN-PRD). Éstos formaron parte del 83% de las coaliciones. • El PRI ha participado en todas las coaliciones ganadoras formadas para las reformas constitucionales. • El PRI y el PAN han sido aliados m ás frecuentes entre sí que cualquiera de ellos con el PRD. • El partido que con más frecuencia se excluye de las coaliciones ganadoras es el PRD. En 15.8% de ellas el PRD votó en contra de la aprobación de la iniciativa de reforma constitucional. • Los partidos pequeños que a lo más han llegado a sumar el 10% de la representación en las Cámaras no han sido en ningún caso determinantes para la aprobación o rechazo de las reformas constitucionales (ver gráfica 2). Estos son los datos duros que se desprende n del estudio de las reformas constitucionales y en ellos no hay juicio de valor sobre su contenido. Simplemente desmienten la tesis de que la pluralidad y ausencia de mayoría para el partido del 20 presidente tienen como consecuencia la falta de acuerdos y l a imposibilidad de construir coaliciones para el cambio. Pero bien podría decirse que el quid no está en los números sino en la calidad de las reformas y su impacto potencial, ya sea en los derechos ciudadanos, en la forma de gobierno o en las políticas públicas. Desde esta perspectiva tampoco encontramos grandes diferencias entre los gobiernos con y sin mayoría. En ambos tipos de gobiernos coexisten reformas cosméticas o sin consecuencia y reformas con gran potencial transformador. Por ejemplo, en los gobiernos de mayoría se pasaron reformas tan relevantes como la municipal (1983), la que primero estatizó (1982) y después privatizó la banca (1990), la que dio autonomía al Banco de México (1993) y al IFE (1996), la que otorgó personalidad jurídica a las Iglesias (1992) o la que fortaleció al Poder Judicial (1994). En los gobiernos sin mayoría se encuentran también reformas transcendentes: la de la Auditoría Superior de la Federación y cuenta pública (1999 y 2008), la de presupuestación (2004), la que dio autonomía al INEGI (2006), la de transparencia (2007), la electoral (2007), la de seguridad y justicia (2008), la de los derechos humanos (2011), la del juicio de amparo (2011) o la que establece las candidaturas independientes, las formas de democracia d irecta y la iniciativa preferente (2012). Tenemos entonces que el reformismo constitucional se ha acelerado a medida que ha avanzado la pluralidad y que la calidad, relevancia e impacto potencial de las reformas no ha variado de acuerdo a la existencia de gobiernos con y sin mayoría. A diferencia de lo que ocurría con anterioridad en que las reformas respondían a los cambios requeridos por un proyecto sexenal de gobierno, a partir de 1982 lo que presenciamos es un cambio de foco de las reformas hacia la ampliación de derechos, el reequilibrio de los poderes (en particular, el fortalecimiento de los poderes Legislativo y Judicial), los mecanismos de acceso al poder, la seguridad y justicia y los instrumentos de transparencia y rendición de cuentas. Resalta también el campo del federalismo, que es uno de los más reformados pero que, sin embargo, cuenta con el mayor número de cambios intrascendentes y de bajo impacto salvo por el caso de la reforma municipal de 1983 (ver gráfica 3). 21 Los hallazgos producto de la revisión exhaustiva de los decretos constitucionales lo único que quieren decir es que no ha habido parálisis en el Congreso, que el reformismo constitucional se ha acelerado, que la ausencia de una mayoría para el partido del presidente no ha sido ob stáculo para la formación de coaliciones, que las coaliciones suelen ser más amplias que las requeridas por ley y que hay una mayor coincidencia entre el PRI y el PAN. Nada más pero nada menos. Dicho esto, hay que tener cuidado con el reformismo. Las con stituciones van adecuándose —vía las reformas o vía la interpretación — a los cambios que con el tiempo se producen en la sociedad y en la política. Pero, pasado cierto umbral, el reformismo no es bueno o malo en sí. Ese umbral está dado por lo que deben se r los ejes articuladores de una constitución: los derechos fundamentales, la forma de gobierno y los límites a la autoridad gubernamental. No suele repararse en que el carácter de “constitucional” de una reforma no implica relevancia ni conlleva necesaria mente potencial transformador; que una sola reforma puede ser de mayores consecuencias políticas que una decena de ellas y que las reformas a la legislación ordinaria o incluso los actos de gobierno pueden ser de mayor trascendencia que los decretos de ref orma constitucional (por ejemplo el Tratado de Libre Comercio o la liquidación de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro). 22 La pregunta relevante es si la Constitución y sus constantes reformas han sido un instrumento eficaz para transformar la realidad. Las dudas son muchas y, otra vez, no encontramos grandes diferencias entre los gobiernos unificados y los sin mayoría. ¿Mejoró la producción en el campo o se elevó la calidad de vida de los campesinos como efecto de la reforma salinista al ejido? ¿La refo rma a la seguridad y justicia ha hecho avanzar el acceso a la justicia o agilizado los juicios? ¿Ha obstaculizado el título IV de la Constitución el tráfico de influencias o la malversación de fondos? ¿La prohibición constitucional de los monopolios, los ha impedido? ¿La reforma constitucional que hace obligatoria la educación media superior la ha garantizado como un derecho o, al menos, ha tenido efecto para ampliar la oferta educativa? ¿Disminuyó el poder de las televisoras como efecto de la prohibición de la venta de espacios a partidos y particulares? A pesar de las dudas que estas (y muchas otras) interrogantes plantean, uno estaría obligado a concluir que dada la acusada y creciente tendencia a modificar la Constitución, la clase política tiene una fe ciega en el potencial transformador de las reformas. Aquí es donde entra el fetichismo constitucional. Un fetiche es un objeto de culto al cual se le atribuyen poderes mágicos o sobrenaturales y el fetichismo es la cualidad de un objeto para ostentar un poder que no le pertenece por naturaleza. A la Constitución y a sus reformas se les ha atribuido este poder mágico aunque, como acertadamente afirma Pedro Salazar, muchas normas son pura retórica constitucional: “hay una realidad material que desafía al marco constitucional vigente y que desautoriza a quienes presumen sus reformas”. La Constitución está llena de buenas ideas y mejores propósitos, pero su transformación en los objetivos que persigue es muy deficiente. Bien pensado, hay mucho más camino por recorrer en materia de ejecución que en el de reformación. No parece tampoco repararse en el hecho de que hay muchas maneras de hacer nugatorias las reformas constitucionales, dos de ellas muy socorridas en caso de México. La primera es no emitir las leyes reglamentarias de esas reformas. Los 69 decretos de reforma constitucional emitidos en los últimos 15 años hubiesen requerido más de 40 leyes reglamentarias o adecuaciones a las normas federales o locales cuyos plazos fueron establecidos con precisi ón en los artículos transitorios. Pues bien, aunque sea difícil de creer, en 50% de los casos no han sido expedidas aunque su plazo ya venció. Dicho de otra manera, los legisladores incumplen con las obligaciones que ellos mismos se imponen, impidiendo así la 23 puesta en marcha de las reformas o disminuyendo su eficacia. Otra vez, esta conducta no es privativa de los gobiernos sin mayoría. Para muestra un botón. En 1990 se modificó el artículo 36 de la Constitución para establecer el Registro Nacional Ciudadano. Un transitorio estipuló que mientras éste se creaba, los ciudadanos debíamos inscribirnos en los padrones electorales. Después de 22 años seguimos rigiéndonos por ese transitorio. La segunda es matar las reformas por la vía de los hechos pues no se p roveen los recursos institucionales, materiales y humanos para hacerlas valer. Es fácil otorgar a las policías facultades de investigación, pero difícil y costoso prepararlas para esa tarea. No tiene dificultad incorporar a los derechos fundamentales el derecho a la alimentación, pero es complicado erradicar la pobreza alimentaria. Es sencillo establecer que la justicia será expedita, pero complejo hacer practicable este principio. Finalmente, en México se tiende a confundir una “buena” Constitución con un buen gobierno y a pensar que una “buena” Constitución es condición de posibilidad de un gobierno eficaz. No es así. Las buenas normas pueden amparar las acciones de un gobierno pero no mucho más. Hemos tenido mejores o peores gobiernos independientemente de la Constitución reformada bajo la cual han operado. Lo cierto es que la mayoría de los problemas de una sociedad se pueden enfrentar sin modificar sus constituciones. Si las reformas no han resultado ser mecanismos eficaces para hacer realidad los derechos, para limitar a la autoridad y para impulsar políticas públicas que conduzcan al crecimiento, la justicia y el bienestar, ¿por qué entonces tanto empeño en reformar la Constitución? No hay una respuesta clara. Una de ellas, la más favorecida, es que al dar rango constitucional a una norma se asegura su inamovilidad. El argumento no tiene asidero si pensamos que los artículos de la Constitución han sido modificados 555 veces. La supuesta rigidez de nuestra Constitución —dos tercios de ambas Cámaras y la mayoría de las legislaturas de los estados— no ha sido impedimento para su constante modificación. Por ejemplo, sólo el artículo 73 ha sufrido 61 reformas. Otra explicación es que a través del reformismo los legisladores justifican su trabajo y se comunica la idea de un Congreso eficaz. Una más es que “la enorme inversión de energía social y de acuerdos políticos para hacer posible reformas se explica por una sentida aspiración social que desea, casi con desesperación, encontrar solución a los problemas que aquejan su cotidianidad y busca un modo de vida mejor” (José Roldán). Por último, habría que considerar seriamente la idea de que las reformas constitucionales son muy abundantes porque el costo de aprobarlas es muy bajo y porque los propios legislad ores no se hacen cargo ni de sus implicaciones ni de su viabilidad. 24 A los legisladores les agrada la idea de venderse como progresistas y abanderados de las mejores causas aunque sepan que buena parte de las reformas serán irrealizables. Hay una dosis de irresponsabilidad en esta conducta de constituir el mundo normativamente sin hacerse cargo de la realidad. Las múltiples reformas han terminado por producir un texto constitucional plagado de inconsistencias, sin coherencia interna, falto de articulació n y disfuncional. Por ello habría que discutir, como afirma Héctor Fix Fierro, si a cinco años de que se celebre el centenario de la Constitución de 1917 no valdría la pena cerrar el ciclo de las reformas para dar paso a la elaboración de un texto que rec oja lo mejor de nuestro patrimonio constitucional y lo plasme en un documento moderno, sistemático y representativo, que nos permita avanzar a una nueva etapa de nuestra evolución constitucional. María Amparo Casar. Profesora-investigadora del CIDE. Es editorialista del periódico Reforma. Este artículo está basado en el capítulo introductorio al libro El reformismo constitucional en la era de los gobiernos sin mayoría , de próxima aparición, escrito y coordinado por la autora e Ignacio Marván (CIDE). La investigación fue patrocinada por el PNUD. 1 Para estos años no hay datos disponibles en Cámara de Senadores. 2 Hasta 1988 la dominancia del PRI en el Congreso y la disciplina partidaria eran de tal magnitud que las tasas de aprobación de las iniciativas del presidente y de su partido rebasaban el 95%. 3 La electoral, la del sistema de justicia penal y la de seguridad nacional. Todas del 2004. ¿PUEDE ATERRIZARSE EL PACTO POR MÉXICO? Carlos Elizondo Mayer-Serra El Pacto por México es un conjunto de 9 5 propuestas, algunas muy importantes junto con otras de menor relevancia. Hay de todo, desde “implantar en todo el país un Código Penal y un Código de Procedimientos Penales Únicos”, que representa 25 una tarea titánica (compromisos 78 y 79) hasta incrementa r “el número de becas para apoyar a todas las artes, y potenciar el talento y la formación de los artistas mexicanos, particularmente de los más jóvenes…”, una mera decisión presupuestal (compromiso 19). Un listado amplio y heterogéneo era inevitable dada la estrategia de querer sentar en la mesa tanto al PRD como al PAN. El Pacto tiene cinco grandes ejes que tratan de ordenar lo firmado. El segundo eje es promover el crecimiento económico, el empleo y la competitividad. El Pacto “pretende sentar las bases de un nuevo acuerdo político, económico y social para impulsar el crecimiento económico que genere los empleos de calidad…”. Para ello, “México debe crecer por encima del 5%, para lo cual se debe incrementar la inversión pública y privada hasta alcanzar más del 25% del PIB en inversión e incrementar la productividad de la misma”. ¿Qué tan viable es llevar a cabo los distintos puntos en el Pacto vinculados con este eje? ¿Qué tanto el implementarlo impulsaría realmente un mayor crecimiento económico? En el Pacto hay por lo menos cuatro grupos de medidas y propuestas que pueden servir para crecer más. Algunas de éstas se encuentran en el capítulo de crecimiento. Otras están dispersas en los otros cuatro capítulos. Un primer grupo de medidas tiene que ver co n mejorar la calidad y ampliar la cobertura del sistema educativo. El gobierno entendió bien que de todas las reformas estructurales pendientes ésta es la que contaría con mayor apoyo de la opinión pública ya que el grupo afectado, simbolizado por la maest ra Gordillo, no goza de muchas simpatías en los medios de comunicación. Era difícil para cualquiera de los tres principales partidos oponerse a un cambio de esta magnitud que hace del mérito la piedra angular para la contratación y promoción de los maestros, amén de que promete, entre otras medidas, ampliar la cobertura en educación media y superior (compromiso 14) y extender el horario de las escuelas primarias (compromiso 10). La reforma trata de profundizar en alcance y en soporte jurídico la Alianza p or la Calidad de la Educación (ACE) firmada entre el gobierno del presidente Calderón 26 y el SNTE, encabezado por Elba Ester Gordillo en 2008. Al hacerlo, sin pactarlo con el sindicato y con una reforma constitucional de por medio, le permite a la autoridad tratar de rescatar la rectoría del Estado en materia educativa. Con esta estrategia el sindicato tiene menores posibilidades de diluir la implementación de la reforma, a diferencia de lo que sucedió con la ACE. La reforma del artículo 4 constitucional se aprobó en ambas Cámaras en tiempo récord semanas después de la firma del Pacto. Al momento de escribir este texto la reforma constitucional avanza con celeridad en los Congresos locales. Es sólo el inicio de un largo camino. Se requieren reformas legales y reglamentarias, así como modificaciones en las prácticas vigentes con las que se ha administrado el sistema educativo por décadas. Enfrentará diversas formas de resistencia, desde las jurídicas hasta las políticas, desde amparos hasta protestas de todo t ipo. No se puede iniciar un nuevo sistema desde cero. Hay que cargar con la herencia de décadas de corporativismo donde la paz política importaba más que la calidad del sistema educativo. Los maestros son muchos, están bien organizados y acostumbrados a ser el fiel de la balanza en las decisiones importantes en esta materia. Habrá que ver qué tan capaz es el gobierno de Peña Nieto de impulsar con rigor y altos estándares de calidad los principios de mérito plasmados en la Constitución. Sin embargo, en términos de crecimiento económico, la mejor y más rápidamente implementada reforma educativa dará frutos hasta dentro de varios años, incluso décadas. El alumno que entró a la primaria en septiembre de 2012 en una escuela pública promedio, es altamente probable que egrese en nueve años (si es que no deserta y si termina la educación básica, que incluye primaria y secundaria) con bajos niveles de aprovechamiento y sin hablar inglés, lo cual impactará negativamente en sus posibilidades de ingreso por toda su vid a laboral. En materia educativa todo cambio toma mucho tiempo, aunque su impacto positivo puede ser muy alto al paso de los años. Pero el mal aprovechamiento de nuestros estudiantes no es sólo un problema de las escuelas públicas. Como lo ha mostrado la prueba PISA-OCDE, los alumnos de las escuelas privadas, descontando que provienen de mejor nivel socioeconómico y cuentan con mejores instalaciones, tienen, en promedio, tan malos resultados como los que provienen de las escuelas públicas. No hemos hecho d el mérito el instrumento para premiar laboral y académicamente a los mexicanos. Las universidades privadas y públicas, salvo en notables excepciones (y en general en sólo algunas licenciaturas) son bastante laxas desde el proceso de selección e ingreso, en el extremo la UNAM acepta a un gran porcentaje de los estudiantes con el llamado pase automático. A excepción de pequeñas instituciones como el Colegio de México, en nuestro país no hay, como en Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Corea del Sur, China o India, por citar seis países muy distintos, 27 varias instituciones de educación superior, ya sean privadas o públicas, con decenas de miles de estudiantes de gran calidad admitidos después de rechazar a cientos de miles más. La razón de esta falta de exigencia en el sistema educativo, y por tanto de calidad en la educación superior pública y privada, debe estar asociada a una economía, que salvo en el sector manufacturero de exportación, suele enfrentar poca competencia. Muchas empresas mexicanas líderes m undiales en su sector suelen no contratar por mérito, sino tienen entre sus cuadros dirigentes fundamentalmente a miembros de la familia de los accionistas de control. La empresa más grande del país y quizás de América Latina, Pemex, tampoco contrata por mérito, mientras que ahí tendrían que estar los mejores ingenieros y técnicos del país. En México suele importar más a quién conoces, no qué conoces. Por ello, dentro de los puntos del Pacto por México, un segundo grupo de medidas que reviste particular importancia es el compromiso de lograr la autonomía y fortalecer a las agencias regulatorias, incluida la Comisión Federal de Competencia, hasta el punto de que ésta tenga los instrumentos para poder romper monopolios. Puede ser también muy relevante la crea ción de “tribunales especializados que permitan dar mayor certeza a los agentes económicos al aplicar de manera más eficaz y técnicamente informada los complejos marcos normativos que regulan las actividades de telecomunicaciones y los litigios sobre viola ciones a las normas de competencia económica” (compromiso 38). En los primeros párrafos del Pacto es claro qué se pretende con esto: La creciente influencia de poderes fácticos frecuentemente reta la vida institucional del país y se constituye en un obst áculo para el cumplimiento de las funciones del Estado mexicano. En ocasiones, esos poderes obstruyen en la práctica el desarrollo nacional, como consecuencia de la concentración de riqueza y poder que está en el núcleo de nuestra desigualdad. La tarea del Estado y de sus instituciones en esta circunstancia de la vida nacional debe someter, con los instrumentos de la ley y en un ambiente de libertad, los intereses particulares que obstruyan el interés nacional. Estas reformas van a enfrentar muchas resiste ncias y serán una prueba de fuego para el nuevo gobierno de su capacidad de maniobra política. Incluso antes de pensar en fortalecer las instituciones regulatorias existentes, que buena falta les hace, lo primero que se tiene que hacer, si se pretende resp etar el espíritu del Pacto, es rechazar la reforma a la ley de competencia que ya fue aprobada en la legislatura pasada por la Cámara de Senadores y que está por ser votada en la Cámara de Diputados. Esta reforma debilita al presidente de la Comisión y al propio Secretariado. Sin que ambos sean fuertes, es muy difícil que puedan enfrentar a las grandes empresas mexicanas propensas a las prácticas 28 monopólicas. Una Comisión de Competencia con fuerza y credibilidad sí puede en un plazo corto ayudar a crecer más y a cambiar la estructura de la economía mexicana, abriendo nuevos espacios a la inversión privada. También puede llevar a una disminución de precios de muchos productos que se consumen directamente y que hoy sus altos precios comparados con mercados c ompetitivos más muchos otros que son insumos de diversas cadenas productivas. Por desgracia, en el caso de los monopolios públicos, los puntos acordados en el Pacto son muy limitados, siendo que nuestras grandes empresas energéticas, Pemex y CFE, son dos de nuestros lastres en términos de crecimiento. El Pacto ni siquiera menciona la palabra electricidad en una sola ocasión, cuando la eficiencia de la CFE dista de ser la de una empresa de clase mundial y la política de precios que lleva a cabo, al subsidiar a los consumidores y cobrar altos precios a la industria, desincentiva la inversión manufacturera que es uno de los motores más sanos de la economía mexicana. En hidrocarburos, en el Pacto sólo se habla de apertura en el sector de refinación, petroquímica y transporte. Se aclara que no se venderán los activos de Pemex en estas materias, por más que en refinación, según datos de la paraestatal, en 2011 tuvo una pérdida neta de 139 mil 491 millones de pesos. 1 En exploración y producción se defiende el st atu quo. El texto firmado es claro: “Se mantendrá en manos de la Nación, a través del Estado, la propiedad y el control de los hidrocarburos y la propiedad de Pemex como empresa pública. En todos los casos, la Nación recibirá la totalidad de la producción de Hidrocarburos”. Supongo que la afirmación responde a que era la manera de subir al PRD a la mesa de negociación del Pacto, pero el costo que puede pagar el presidente Peña Nieto en materia de lograr una reforma que detone mayor crecimiento es alto. Si se quiere respetar esa redacción, a lo más que se puede aspirar es a contratos de servicios más ambiciosos a los actuales. Lo fácil es pensar, como lo hace todo nuevo gobierno, que la fórmula es tratar de administrar mejor a Pemex, bajo la premisa de que ellos sí saben cómo hacerlo. Los presidentes entrantes suelen creer que sólo es cuestión de voluntad política. Con eso en mente, seguramente, por ello en el Pacto se afirma: “Se realizarán las reformas necesarias, tanto en el ámbito de la regulación de ent idades paraestatales, como en el del sector energético y fiscal para transformar a Pemex en una empresa pública de carácter productivo, que se conserve como propiedad del Estado pero que tenga la capacidad de competir en la industria hasta convertirse en una empresa de clase mundial. Para ello, será necesario dotarla de las reglas de gobierno corporativo y de 29 transparencia que se exigirían a una empresa productiva de su importancia” (compromiso 55). A mi juicio no hay forma que Pemex funcione eficienteme nte como sus pares internacionales si no se le impone competencia en todos los ámbitos y se le obliga a concentrarse en lo más rentable, que es exploración y producción de crudo. Hay muchas formas de hacerlo. China optó por tener varias empresas estatales que cotizan en bolsa y compiten en China y fuera del país. Brasil y Noruega optaron por abrir la inversión en su país para detonar la calidad en sus respectivas empresas petroleras. América del Norte está en medio de una revolución energética como result ado del desarrollo de nuevas tecnologías para la extracción de crudos y gases no convencionales. El llamado shale gas ha permitido a Estados Unidos llevar a cabo inversiones millonarias en el sector de hasta 90 mil millones de dólares en los últimos dos años. Esta revolución ha creado importantes oportunidades de expansión de la capacidad instalada en industrias intensivas en el uso de energía, como lo es la petroquímica.2 México se está quedando fuera de esta revolución. No hay gas suficiente por falta de ductos que lo traigan de Estados Unidos, donde hay en abundancia. El marco legal no permite explotar las oportunidades de extracción en shale gas que se supone tiene México. Según datos de Estados Unidos, somos el cuarto país con 681 Tcf reservas de shale gas técnicamente recuperables.3 Pemex no puede hacerlo, menos aún por sí misma. El shale gas es una actividad de baja rentabilidad y que distraería a la administración de Pemex de lo más rentable, la extracción de crudo. No es casual que el desarrollo del shale gas no vino de las grandes empresas de hidrocarburos, sino de empresas medianas, administradas con mayor flexibilidad y que no tenían acceso a las grandes inversiones de crudo convencional. La falta de gas natural en México, tanto como energía para la industria como insumo para la petroquímica, está frenando muchas inversiones. Un caso representativo es Mexichem, empresa mexicana líder en petroquímica en América Latina. Por años estuvo negociando un acuerdo con Pemex para hacer una empresa conjunta que produjera cloruro de vinilo, insumo básico para la fabricación de plásticos y PVC. Al final el sindicato de Pemex frenó el acuerdo en la cancelación de la reunión del Consejo de Administración que la autorizaría. 4 Era una inversión por 556 millones de dólares, donde la empresa aportaría la mitad de los recursos necesarios. Como resultado, Mexichem llevará su inversión a Estados Unidos. Una reforma energética de fondo puede detonar empleo y crecimiento en muchas zonas del país, además de impulsar al sec tor manufacturero en su conjunto gracias a la disminución de precio del gas que detonaría y a la industria petroquímica, que 30 por todas las restricciones con las que opera tuvo un déficit comercial de más de 15 mil millones de dólares en 2011.5 Sin embargo, previo a implementarla, se requieren entes regulatorios fuertes y una redefinición del juicio de amparo, como se discutirá más adelante, ya que sí sería una sensible pérdida de soberanía el licitar campos y que posteriormente, a través del amparo, las emp resas ganadores impusieran sus condiciones. Un tercer conjunto de medidas que pueden ayudar a crecer más son una serie de puntos del Pacto que casualmente han sido poco comentados. Me refiero a todos aquellos que fortalecen instrumentos del Estado que son comunes en otros países y que dan certidumbre jurídica a todos, pero están mal encauzados en nuestro caso. Son cambios importantes para evitar malas asignaciones de apoyos sociales y para tener una mayor capacidad para enfrentar la delincuencia. Por un lado el Pacto menciona una reforma a la ley de amparo. Si bien no está especificada hasta dónde y cómo se haría, en el segmento de telecomunicaciones se hace referencia a impedir que sea a través de este instrumento “para evitar que las empresas de este se ctor eludan las resoluciones del órgano regulador vía amparos u otros mecanismos litigiosos” (compromiso 39). El problema existe también en otros ámbitos y una reforma a la ley de amparo puede permitir al Estado regular a los actores más poderosos en todos ellos. No se trata de dejar sin protección a los empresarios ante la posible discrecionalidad gubernamental, objetivo primordial de la ley de amparo, pero sí darle a la autoridad la posibilidad de imponer decisiones de interés general como se hace en los países OCDE. Hay otras medidas interesantes, como censar a los maestros (compromiso 7) o crear cédula de identidad ciudadana y un registro nacional de población (compromiso 33), aunque no bastan los pactos ni las reformas constitucionales. Del dicho al hecho hay un largo trecho. Tener una Cédula de Identidad es una obligación que se encuentra en la Ley General de Población en su capítulo VII, ¡desde 1992! Un cuarto conjunto de medidas son las fiscales, tanto en materia de gasto como de recaudación de impuestos. Pero su impacto en el crecimiento económico depende no sólo de cómo se recauden los recursos adicionales que se requieren para cumplir con 46 de los 95 puntos del documento, que los propios signatarios del Pacto reconocen que no son posibles si no se incrementan los ingresos a través de una reforma fiscal, sino qué tan bien se gasten éstos. El Pacto dice muy poco sobre cómo se pretende incrementar la recaudación. Se dice que se debe “realizar una reforma hacendaria eficiente y equitativa que sea palanca de desarrollo”. Nadie puede estar en contra de esto, pero sólo se dice que para lograrlo “se mejorará y simplificará el cobro de los impuestos. Asimismo, se 31 incrementará la base de contribuyentes y se combatirá la elusión y la evasión fiscal” (compromiso 69). Se habla de que se fortalecerá el federalismo, pero también, sin muchos detalles (compromiso 70). Finalmente, se afirma que “se eliminarán los privilegios fiscales, en particular, el régimen de consolidación fiscal. Se buscará reducir el sector informal de la economía. Se revisará el diseño y la ejecución de los impuestos directos e indirectos” (compromiso 72). El gran rezago en México son los impuestos locales. Ahí hay mucho por hacer, pero no se presenta ningún detalle de cómo. En lo que respe cta a los ingresos federales, alrededor del 90% de éstos provienen de dos impuestos, el ISR y el IVA. Son también los impuestos más importantes en todos los países. Ambos tienen huecos considerables, pero el ISR, en comparación con otros países de América Latina, tiene una recaudación cercana a la del promedio de los países de la región que es de 5% del PIB. Para 2011, México recauda 5%, Argentina 5%, Brasil 7.4%, Chile 5.7% y Colombia 5.5%. 6 El IVA, para que funcione bien, tiene que ser lo más general pos ible, en nuestro país está lleno de boquetes. En 2009 el IVA en México recaudó mucho menos que en los países de América Latina y la OCDE, cuyo promedio de recaudación fue del 6.8% y 6.7% del PIB, respectivamente, frente al 3.4% en nuestro país. 7 Mientras que en Chile cada punto de la tasa del IVA recauda 0.39 puntos del PIB, en Colombia 0.36 y en Brasil 0.25, en México recauda 0.23 puntos. En los países miembros de la OCDE el promedio es de 0.41 puntos, y países como Canadá logran recaudar 0.67 puntos del P IB.8 Cuando se aprobó el IVA en 1979, para entrar en vigor en 1980, la tasa general era de 10% y gravaba el 72% de los bienes y servicios que se consumían. Hoy la tasa es de 16, pero sólo está gravado el 54%, 26% de la base está sujeto a tasa cero y están exentos 20% de los productos que conforman la canasta que se consume.9 El reto para el gobierno recién iniciado va a ser cómo construir un acuerdo que permita eliminar los tratos preferenciales en el IVA, puesto que éste es el mayor espacio disponible para incrementar la recaudación fiscal. Quitar las excepciones en el IVA difícilmente será aceptado por uno de los firmantes del Pacto, el PRD, y dentro del propio PRI seguramente habría serias resistencias a hacerlo. El mismo PAN puede estar en contra para no pagar el costo político de un impuesto tan impopular, aunque no tenga mucho sentido en términos de equidad. Productos de lujo como son las cápsulas de café y el foie gras importado tienen IVA de tasa cero, todo para que los más pobres tengan IVA cero en su mucho más limitada canasta de alimentos (y en el caso de algunos de los más pobres, la producen ellos mismos, así que no se verían afectados por un cambio en la 32 materia). Por el contrario, los útiles escolares sí pagan IVA. Es como matar mosquitos con bazuca. Sí los mata, pero genera mucho daño colateral. Es curioso que ni los grupos de izquierda crean que el Estado puede usar esos recursos para regresárselos a los más pobres “completitos y copeteados” por recordar la frase del presidente Fox cuando intentó esa reforma. Según las encuestas, incluso los sectores más pobres no creen que sea deseable una reforma como ésta porque no creen que el gasto público realmente los beneficie. En materia de gasto, amén de todo un capítulo que pretende fortalecer la transparencia y que bien hecho puede tener un impacto positivo, el Pacto propone un conjunto de promesas que llevarían a un sistema de seguridad social universal. Tener una sociedad más saludable y con menos desigualdad es positivo, pero en el corto plazo no genera crecimiento económico. Incluso, como está planteado el gasto, va a reforzar una relación ciudadano -gobierno que parte de exigir más derechos, pero no viene aparejada con obligaciones correspondientes. Incluso algunas de las medidas propuestas pueden incentivar aún más la informalidad, como lo es un seguro de vida para las jefas de familia y bajar la edad de pensión a adultos mayores de 70 a 65 años (compromisos 5 y 3, respectivamente). Además, sin una mejoría notable en los distintos sistemas de seguridad social pública vigente, este gasto puede no llevar a los servicios que la sociedad requiere. Por ello, hoy muchos asegurados del IMSS sencillamente no lo usan. Hay un punto interesante en el Pacto: “no se entregarán más subsidios a la población de altos ingresos” (compromiso 73). No está bien definido quiénes conforman la población de altos ingresos, pero si fuera el 10% con mayores ingresos, el nuevo gobierno de subir ya el precio de la gasolina y el diesel, estará incumpliendo el Pacto. Según México Evalúa, el decil de la población más rica del país recibe 20 veces más de beneficios por gasolina y diesel que 10% de la población más pobre. Sólo el costo del subsidio de gasolina y diesel para 2011 fue de más de 150 mil millones de pesos. 10 El IVA de tasa cero podría ser considerado un subsidio más. En 2010, 33.8% del gasto que realizaba 10% de la población con más ingresos se encontraba exento del pago de IVA, o bien, estaban sujetos a tasa cero.11 También es un subsidio el que la UNAM no le cobre c uota a quienes sí podrían pagarla. El Pacto por México ha permitido que el sexenio arranque con gran vigor y optimismo. Sin embargo, en términos de uno de sus objetivos, el crecimiento, no va a ser fácil aterrizarlo para lograr detonar ese crecimiento ma yor al 5% que se propone. Carlos Elizondo Mayer-Serra. Profesor del CIDE. Su más reciente libro es: Con dinero y sin dinero… nuestro ineficaz, injusto y precario equilibrio fiscal. 33 1 Reforma, “Provoca Refinación pérdidas a Pemex”, Empresas, 13 de abril de 2012. Disponible en: http://www.negociosreforma.com/aplicaciones/articulo/default.aspx?id=59232&v= 1 2 Financial Times, “$90 billion US investment spurring shale gas revolution”, 17 de diciembre de 2012. Disponible en: http://www.breitbart.com/Big Government/2012/12/16/90-Billion-U-S-Investment-Spurring-Shale-GasRevolution 3 EIA, US Energy Information Administration, Mexico overview. Disponible en: http://www.eia.gov/countries/cab.cfm?fips=MX 4 Reforma, “Detienen alianza de Pemex y Mexichem”, Empresa s, 15 de octubre de 2012. Disponible en: http://www.negociosreforma.com/aplicaciones/articulo/default.aspx?id=90483&ur lredirect=http%3A%2F%2Fwww.negociosreforma.com%2Faplicaciones%2Farticul o%2Fdefault.aspx%3Fid&v=2 5 Banxico, Balanza de Pagos, Balanza de P roductos Petroquímicos y de Origen Petroquímico. Disponible en: http://www.banxico.org.mx/SieInternet/consultarDirectorioInternetAction.do?acci on=consultarSerie. Consultado 7 de enero 2012. 6 OCDE/CEPAL/CIAT, Revenue Statistics in Latin America, 2011, Par te II. Tax Levels and Tax Structures 1990-2009, Tabla 4. Taxes on income and profits as percentage of GDP, p. 55 www.cepal.org/ofilac/noticias/noticias (consultado el 27 de abril de 2012). 7 OCDE/CEPAL/CIAT, Revenue Statistics in Latin America, Tabla B. Va lue added taxes as % of GDP, p. 19, www.cepal.org/ofilac/noticias/noticias/ (consultado el 27 de abril de 2012). 8 El México del 2012: Reformas a la Hacienda Pública y al Sistema de Protección Social, p. 95. 9 El Ingreso Tributario en México, Centro de Est udios de las Finanzas Públicas de la Cámara de Diputados del H. Congreso de la Unión, México, 2005. www.cefp.gob.mx/intr/edocumentos 10 Animal político, “Subsidios energéticos, ¿para que?”, 12 de abril de 2012. Disponible en: http://www.animalpolitico.com/ blogueros-el-blog-de-mexicoevalua/2012/04/12/subsidios-energeticos-para-que/ 11 Secretaría de Hacienda y Crédito Público, Distribución del pago de impuestos y recepción del gasto público por deciles de hogares y personas. Resultados para el año 2010, tabla 2.7, p. 19, www.shcp.gob.mx/INGRESOS/Ingresos_dist_pagos/distribucion_pago_impuestos _resultados_2010_022021.pdf> (consultado el 16 de abril de 2012). 34 ¿EL IMPERIO CONTRAATACA O EL RETORNO DEL JEDI? Javier Tello El arranque del nuevo gobierno ha generado un nivel de optimismo por encima del que suele acompañar todo cambio de administración. Este optimismo ha hecho que muchos observadores pidan mantener un “sano escepticismo”, mientras que en otros, el regreso del PRI al poder ha generado un pesimismo intuitivo sobre lo que podemos esperar. A esto hay que agregar el vertiginoso ritmo de actividad de la nueva administración, que parece rebasar la capacidad de los analistas para digerir tantas promesas y propuestas. ¿Cómo leer lo que está ocurriendo? ¿Ha y razones para el optimismo? ¿Se trata de El Imperio contraataca o de El retorno del Jedi? Escenarios El triunfo del PRI el 1 de julio abrió cuatro escenarios. Uno, que el nuevo gobierno dé tres pasos para atrás: la restauración autoritaria. Segundo, que dé dos pasos adelante y dos atrás, que cambie lo que tenga que cambiar para que todo siga igual: Gatopardismo. Tercero, que dé dos pasos adelante y uno atrás: reformismo. Cuarto, finalmente, que el nuevo gobiernodé cuatro pasos para adelante:cambio radica l. Es poco probable que se den el primero y el último casos. No son opciones viables ni probablemente deseadas por el grupo dominante dentro del PRI. Quedan dos alternativas: el gatopardismo y el reformismo. Falta todo y todo puede pasar, pero hay buena s razones para el optimismo. Hay un proyecto reformista que genera propuestas específicas que se empiezan a concretar, como en el caso de la reforma educativa y la de transparencia. Hay una estrategia novedosa, en sí misma reformista, para implantar este p royecto cuya pieza central es el Pacto por México. Parece, además, que hay oficio, un entorno internacional favorable y una oposición que ha sido constructiva. 35 Vale la pena aclarar qué se entiende por avance y qué por estancamiento para no quedar atrapados en la analogía de “pasos para adelante y para atrás”. Pasos adelante quiere decir no sólo construir más kilómetros de carretera, más casas o una refinería. Tiene que haber un punto de inflexión que se vea reflejado en la construcción y consolidación de instituciones. No basta tener mejores resultados con las instituciones que ya tenemos. Asimismo, no es posible reducir este proceso a un pequeño grupo de “reformas que el país necesita”. Hay más de un proyecto modernizador posible. Dado el “piso común” establecido en el Pacto, una definición de avance “neutral” podría ser que se den cambios significativos en cada uno de los grandes acuerdos identificados. Asimismo, del contenido del Pacto queda claro que no puede haber avance sin dañar intereses creados. Po r ello, paradójicamente, un indicador de estancamiento sería la falta de conflicto. El escenario reformista supone que habrá “un paso para atrás”. ¿Qué significa esto? Primero, es un reconocimiento de los claroscuros presentes dentro del partido gobernante, sus alianzas dudosas, sus escándalos recientes y el pasado sombrío de personas hoy muy presentes. Segundo, refiere a factores estructurales, usos y costumbres, que no desaparecerán de la noche a la mañana. Tercero, acepta la pluralidad del PRI dentro del cual encontramos posturas conservadoras y gatopardistas. Cuarto, concede que hay una genuina disputa no sólo sobre qué es un paso hacia adelante, sino también qué tan adelante debe ir para representar un avance real. El debate sobre la reforma energétic a ilustra esta disputa: “qué tan arriba es arriba y qué tan adelante es adelante”. Así, el escenario reformista reconoce que se darán pasos hacia atrás, accidentales unos, inconscientes otros, pero también habrá algunos que se den de forma voluntaria, así como resbalones de Jedis seducidos por el “lado oscuro”. No obstante, el argumento reformista es que, si el proyecto triunfa, se darán más pasos para adelante que para atrás y la diferencia no será marginal. Gatopardismo vs. reformismo Como evidencia del reformismo del nuevo gobierno tenemos lo ya logrado durante sus dos primeros meses. Pero la lectura optimista es sobre todo producto de la sensación de que el buen arranque no es el resultado de la buena suerte, sino de un proyecto claro y una estrategia definida para implantarlo. Si juntamos el libro de Peña Nieto, México la gran esperanza, con lo propuesto en el Pacto por México, tenemos un ambicioso proyecto modernizador en blanco y negro. Sin duda faltan detalles y prioridades. Ni del libro ni del P acto se desprende una respuesta única a la importante pregunta de qué país queremos ser. La propuesta es que México sea un país del primer mundo, pero no se sabe si 36 como Suecia o Estados Unidos. Eso es lo que se debatirá en el camino y el Pacto es precisamente un reconocimiento, reformista en sí, de que el camino a seguir debe ser negociado. Ahora bien, para que México se convierta en Suecia o en Estados Unidos las cosas tendrían que cambiar tanto que casi nada puede quedar igual. En ese sentido el proyecto, sea de centro izquierda o centro derecha, es un claro y ambicioso proyecto modernizador. El nuevo gobierno avanza legislativa y administrativamente. En el ámbito legislativo, el objetivo es crear mayorías y la herramienta novedosa, otra vez, es el Pacto. La idea parece ser cambiar el tono del juego político de la lógica de suma cero —dominante los últimos 15 años—, a la lógica de la cooperación, donde nadie pierde todo y todos ganan algo. El precio de entrada al juego es estar dispuesto a sacrificar, a negociar. La redacción del Pacto claramente refleja ya esta negociación, si bien el documento podría ser rebasado o abandonado en el futuro. Para arrancar esta nueva lógica de la cooperación se ha escogido un tema perfecto: la reforma educativa, tema susta ntivo que nadie podrá tachar de menor; que implica desafiar a un poder fáctico, que cuenta con amplio apoyo entre la población, retoma propuestas generadas desde la sociedad y tiene consenso entre los partidos. Inicia lo que se espera sea un círculo virtuo so de cooperación. Junto a la educativa se empiezan a procesar otras reformas, y empieza una especie de avalancha. Surge un peligro de sobrecarga y de pérdida de foco. Pero la simultaneidad parecería ser parte de la estrategia. Sólo con muchas bolas en el aire es posible mantener a todos interesados y cooperando en una u otra pista del circo. Además, sólo así se genera el momentum necesario para el arranque dada la coyuntura y nivel de ambición. En el ámbito administrativo se busca asegurar un mínimo de di sciplina por parte de los actores involucrados. La alternancia en 2000 resultó en una fragmentación del poder. Es inevitable reconocer el pluralismo como una característica intrínseca del sistema. Ante esta situación, el reto es “concentrar y compartir el poder” de manera simultánea.1 Si la estrategia legislativa busca compartir el poder, la administrativa quiere concentrarlo a través de “homologar reglas e instituciones”.2 La estrategia tiene un “aroma de centralización”, pero existe una diferencia fundamental respecto del centralismo del viejo régimen. Si las reglas son el producto de un genuino debate, como ha sido el caso en el tema de la transparencia, y además son claras, la centralización se dará sin la discrecionalidad del viejo régimen y con una mayor rendición de cuentas. Más allá de la estrategia en los ámbitos legislativo y administrativo, el corazón del proyecto es económico. No hay reformismo posible sin crecimiento económico, redistribución del ingreso y una mayor recaudación fiscal. El éxito 37 aquí propicia dudas, pues implica reformas que generen mayor competencia en la economía y una reforma fiscal que permita pagar costosos programas sociales. En ambos casos los grupos de interés que se tendrán que enfrentar son significativos. Pero si en el pasado fue el poder centralizado y discrecional de la presidencia lo que permitió doblegar a algunos de estos grupos, hoy es el poder compartido el que lo podría facilitar: a los que se resistan se les echará montón. Al mismo tiempo, al igual que los partidos de oposición dentro de la estrategia legislativa, los grupos de interés involucrados tendrán que percibir que no pierden todo y que algo pueden ganar bajo el proyecto reformista. Finalmente, además del proyecto y la estrategia del nuevo gobierno, cab e señalar que hay una tradición reformista dentro del PRI que no puede ser negada. A lo largo del siglo XX podemos identificar varias olas reformistas. Se puede argumentar que durante estos episodios también se dieron pasos hacia atrás, no se avanzó en todos los rubros o el progreso logrado no fue suficiente. Pero hubo proyectos modernizadores, unos más de izquierda otros más de derecha, y no todo siguió igual. Es en este contexto, como parte de esta tradición reformista priista, en el que hay que ubicar al nuevo gobierno. Sin duda se trata de una lectura whig del PRI, pero eso es lo que Peña Nieto representa, el priismo whig, tequila nuevo en botellas viejas. Sano escepticismo ¿Dónde queda el “sano escepticismo” ante el nuevo gobierno? En poner en tela de juicio dos cosas: su capacidad para enfrentar, convencer o vencer a sus enemigos, y la capacidad de gestión del nuevo equipo para llevar a cabo las reformas prometidas. La actual administración enfrenta tres retos externos a él. Primero, mantener a los principales actores dispuestos a negociar. El gobierno encara una falta de disciplina interna en los dos principales partidos de oposición que hace difícil la negociación y frágiles los acuerdos. Asimismo, la inevitable pluralidad que marca toda sociedad moderna hace difícil, por un lado, mantener una estrategia de consenso sin transformar ambiciosas reformas en propuestas anodinas, mientras que, por el otro, optar por una estrategia de mayoría estable bien puede provocar una explosiva polarización al excluir, ex ante, a un tercio del electorado. Un segundo reto tiene que ver con los famosos poderes fácticos. Son muchos y muy poderosos y, en un contexto democrático, cuentan con el legítimo derecho a defender sus intereses. Además, varios de ellos tienen vín culos con el PRI, lo cual puede complicar las cosas, según unos, o facilitarlas, dicen otros. De lo que no hay duda es de que sólo el Estado tiene el tamaño y los recursos necesarios para 38 enfrentarlos. El tercer reto externo al gobierno, aunque vecino de él, es la resistencia al cambio por parte de grupos dentro del PRI: los “poderes fácticos de casa”, en particular sindicatos y gobernadores. Los primeros buscarán defender sus privilegios y pueden tener genuinas y legítimas diferencias ideológicas con el n uevo gobierno. Estos grupos cuentan con recursos, representación en el Congreso y capacidad de movilización. En cuanto a los gobernadores, llevan 12 años gozando de enorme autonomía y poder dentro de su territorio. Algunos podrán pensar que tienen facturas por cobrar a la nueva administración por movilizar el voto en la pasada elección y, al igual que los sindicatos, están representados en el Congreso. Por lo que toca a los retos internos del nuevo gobierno, los inherentes a su funcionamiento, también podrían agruparse en tres. El primero se refiere al pragmatismo, la característica que más se destaca al hablar del nuevo gobierno. Es difícil pensar en el éxito de cualquier proyecto sin una buena dosis de pragmatismo, pero el pragmatismo excesivo es un peli gro. El pragmatismo puro no tiene dirección, no es necesariamente reformista, ni reaccionario, ni gatopardista, ni radical. Para mantener un rumbo reformista se necesita algo más que mero pragmatismo. Un segundo reto interno está relacionado con la ambici ón. Al igual que el pragmatismo, la ambición es un fundamental en todo proyecto exitoso. En el caso del PRI se vuelve particularmente importante, ya que es la ambición del presidente, su equipo y del PRI lo que ayudará a mantener el foco y la unidad. Si quieren ganar las elecciones en 2018 tienen que hacer las cosas bien y punto. Sin embargo, queda claro que la ambición bien puede provocar tensiones dentro del gabinete y entre distintos grupos en el PRI que entorpezcan el proceso de reformas. El tercer reto interno del gobierno tiene que ver con la probable falta de capacidad burocrática para hacer todo lo que se quiere hacer y hacerlo bien, así como con privilegiar la eficacia por encima de la eficiencia, dar resultados cueste lo que cueste. Ambas cosas bien pueden incrementar la tentación de tomar atajos y los atajos, por lo general, erosionan la institucionalidad. El libro de Enrique Peña Nieto se titula México la gran esperanza. Un Estado eficaz para una democracia de resultados. A dos meses de iniciado el sexenio, hay esperanza, muestras de eficacia, resultados preliminares y señales de que todo ello se está dando dentro de un entramado democrático. Todo parece indicar que se trata del retorno del Jedi y no del imperio contraataca. Pero falta todo. En particular, no hay todavía resultados concretos que tengan un 39 impacto directo en la población. Esa es la medida del éxito que el propio presidente nos ofrece y que tenemos que exigirle. Por más optimista que sea la lectura del arranque del sexenio, queda c laro que los desafíos que enfrenta el nuevo gobierno son enormes. Por lo pronto, como diría Bette Davis, abróchense los cinturones porque este va a ser un sexenio movidito. Javier Tello. Analista político. 1 La definición es de Agustín Basave en su edi torial “Los retos de EPN”. 2 La frase es de Leo Zuckermann en su editorial “Primeras señales de Peña: V. Limitar los poderes locales”. INTERNET Y PRIVACIDAD Miguel Carbonell La memoria universal Antes de que internet llegara a nuestras vidas, el si mple paso del tiempo hacía que fuera relativamente normal que una noticia cayera en el olvido. Un día leíamos en el periódico o veíamos en la TV que fulano o mengano habían sido detenidos por la presunta comisión de un delito, o habían sido condenados por fraude, o habían sido multados por violar el reglamento de tránsito y la notoriedad de esa noticia duraba solamente hasta que llegaba la siguiente. Hoy en día la enorme capacidad de almacenamiento de datos que permite internet ha hecho que la memoria de nuestra especie se almacene por completo en infinitos archivos digitales. Dichos archivos no solamente contienen la información (como lo hacían en el pasado y lo siguen haciendo en la actualidad las 40 hemerotecas), sino que tienen la particularidad de que pe rmiten buscarla con métodos más o menos sencillos. Los motores de búsqueda en internet se han convertido en una herramienta que utilizan cientos de millones de personas todos los días. Empresas como Google o Yahoo! han obtenido beneficios económicos enormes mediante el tratamiento de la información, facilitando al usuario su búsqueda y su uso. A esa enorme capacidad de almacenamiento de datos y de búsqueda a través de sofisticados programas de software, hay que añadir que los medios de comunicación han exacerbado de forma increíble su permanente intrusión en la vida privada de las personas. No pasa ni un solo día sin que aparezca una publicación, una entrada en un blog, una nota en Facebook o en Twitter en los que se invada la intimidad de personas conocida s o desconocidas. Nadie está a salvo de ser fotografiado en cualquier sitio (público o privado) o de ser objeto de cualquier comentario en las redes sociales. La intimidad, como dijo hace ya algunos años Mark Zuckerberg, parece estar a punto de desaparecer . Los nuevos dispositivos móviles conectados a internet (teléfonos celulares, tabletas, etcétera) permiten no solamente captar la intimidad de los demás, sino además compartirla casi en vivo, a través de las redes sociales y otros mecanismos de publicidad que hoy están al alcance de cualquiera. La combinación de los dos factores apuntados puede suponer el surgimiento de una sociedad “vigilante” que nunca imaginaron ni George Orwell ni Jorge Luis Borges: una sociedad en la que podemos enterarnos de todo y en la que todos los datos quedan almacenados para siempre, conformando una especie de biblioteca de Babel eterna e infinita. Estamos ante una improbable pero ya presente mixtura del “Gran Hermano” orweliano, con la memoria de Funes, ese trágico personaje inventado por Borges para poner en evidencia la tragedia de no poder olvidar: ahora esa tragedia se ha hecho planetaria y permanente. Todo lo que subas podrá ser usado en tu contra Muchas personas, millones de ellas, escriben y publican cosas en internet pensando que se trata de una especie de acto de ciencia ficción, que en ningún caso puede tener efectos en el mundo real. Abundan los adolescentes que, sin mayor reflexión, suben a las redes sociales comentarios subidos de tono, fotos de sus fiestas (muc has veces en estado francamente inconveniente) o información relativa a su más estricta intimidad. Y lo mismo puede decirse de muchos adultos, a los que el simple paso del tiempo no les ha generado ningún tipo de madurez emocional o sentido de la vergüenza . Tal parece que hay personas que usan las redes sociales como una especie de consulta psiquiátrica, en la que se pueden depositar ansiedades, frustraciones y deseos sin 41 que haya ningún tipo de consecuencia. Lo cierto es que cada vez resulta más evidente que el mundo digital y el mundo real no pueden separarse. Lo que hagamos en nuestros perfiles de redes sociales va a terminar repercutiendo (para bien o para mal) en el mundo real. No hay separación posible entre esos dos ámbitos de la vida. Desde las páginas del New York Times el prestigioso profesor de derecho constitucional Jeffrey Rosen advertía ya desde 2010 de las funestas consecuencias que pueden tener algunos comentarios subidos a Facebook. 1 Una chica estadunidense de 16 años posteó en Facebook q ue estaba “totalmente aburrida” en su trabajo y la empresa simplemente la despidió; resulta que, de una u otra manera, el comentario llegó hasta el conocimiento de su jefe, quien juzgó que era una pésima publicidad para su empresa y que no podían permitirs e ese tipo de “desahogos” por parte de los empleados. Una profesora de preparatoria, Stacy Snider, subió a MySpace una foto suya disfrazada de pirata y sosteniendo en una mano una taza de plástico, mientras esbozaba una sonrisa equívoca. Tituló a su foto así: “Drunken pirate” (Pirata borracho). Esa foto fue el motivo por el que no le permitieron seguir dando clase en la Conestoga Valley High School, tal como lo reportaba The Washington Post el 3 de diciembre de 2008. Snider recurrió ante los tribunales, l os que le negaron la razón con el argumento de que esa foto no estaba amparada por la libertad de expresión que protege la Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos. Si quieres darle clase a muchachos de preparatoria (decían los jueces) debes transmitir una conducta ejemplar; si te tomas fotos en las que parece que estás borracho y lo divulgas en las redes sociales, la escuela que te contrata tiene derecho a despedirte. Tan duro, pero tan claro. Lo peor de todo es que de la foto no se infiere con claridad si Snider en efecto estaba borracha, o se trataba simplemente de una broma realizada en el marco de una convivencia con sus amigos. La “descontextualización” informativa es otro efecto perverso de lo que puede suceder con todo aquello que subimos a las redes sociales. El efecto dañino de la información digital se extiende incluso a las páginas web que ofrecen “motores de búsqueda”. La más conocida es, obviamente, Google. Los tribunales franceses sancionaron a Google en 2009 porque su función de “autocompletar” asociaba permanentemente la palabra “estafa” con la empresa Direct Energie. Algo parecido sucedía con la esposa de un alto cargo del Estado alemán, quien había sido incorrectamente identificada como una ex prostituta; una publicación la había señalado, ofreciendo supuestos detalles de su etapa como trabajadora sexual 42 (se publicó el alías con el que trabajaba, el nombre y la dirección del prostíbulo, e incluso las tarifas que cobraba por sus servicios profesionales). La propia interesada había desmentido la información, que al parecer no tenía ningún tipo de sustento, sino que se había originado en rumores dirigidos a influir en la carrera política de su esposo. El problema principal es que al poner en Google el nombre de la señora en cuestión el servicio de “autocompletar búsqueda” ofrece como opción la de “prostituta”, “escort”, “red district” o “call girl”, causando de esa forma un grave daño a su honra, derecho a la vida privada y derecho a la buena reputación. La afectada demandó a Google para que eliminara esas referencias; en un primer posicionamiento la empresa dijo que el resultado de su servicio de “autocompletar búsquedas” se basaba en un algoritmo cibernético que funcionaba de forma automática, asociando palabras que habían sido previamente puestas por personas usuarias del buscador. El caso ya está ante los tribunales alemanes, los cuales tendrán que ver a quién le asiste la razón. 2 ¿Tenemos derecho a ser olvidados? Desde el punto de vista jurídico, se ha comenzado a plant ear si frente al enorme poder de internet para recordar todo debería existir una suerte de “derecho al olvido digital”. Supongamos que una persona es sentenciada por la comisión de un delito que resulta especialmente mal visto para su reputación. Pensemos en un profesor de primaria que fue condenado por abuso sexual a un menor de edad o pensemos en un agente de bolsa que fue sentenciado por fraude o por abuso de confianza. ¿Deberíamos tener derecho a conocer esa información y seguir recordándola muchos años después? ¿Cómo hacemos para permitir que la sociedad esté informada y pueda tomar las mejores decisiones, sin que por ello castiguemos de por vida a una persona y la obliguemos a seguir delinquiendo ante la imposibilidad de encontrar un trabajo? ¿Un error de cálculo que a lo mejor fue cometido a muy corta edad debe suponer una carga permanente en la reputación de una persona? ¿Cómo debe operar el derecho a la vida privada en la época de internet? ¿Qué espacio de intimidad se debe preservar para que las per sonas se sientan libres para realizar sus propios planes de vida, sin tener que estar sujetos a la mirada permanente de los demás? Y todavía más: ¿qué tipo de responsabilidad se deriva para quienes invaden la vida privada de los demás o afectan su intimid ad a través de publicaciones digitales, realizadas en tiempo real en las redes sociales? ¿Puede sancionarse a usuarios que muchas veces tienen perfiles inventados o “anónimos”? ¿Puede exigirse esa responsabilidad a los portales que alojan a esos perfiles? ¿Puede pedirse a las empresas que manejan los motores de búsqueda que bajen cierta 43 información, cuando los jueces la han declarado violatoria del derecho a la vida privada? En México la situación empeora debido a que con frecuencia las autoridades “exhiben” ante los medios de comunicación a ciudadanos que acaban de ser detenidos, contra los cuales no existe una averiguación previa, ni una acusación formal ante un juez, ni se les ha permitido ofrecer pruebas, ni han recibido una sentencia, ni han tenido la oportunidad de apelar o promover un amparo, pero que son inmediatamente condenados por el tribunal de la opinión pública. Los periodistas se convierten en magistrados y los estudios de radio o televisión hacen las veces de salas de audiencia, en las que se masacra la reputación o el buen nombre de las personas.3 El afectado tiene la posibilidad de ejercer su derecho de réplica, el cual probablemente sea respetado por el medio de comunicación respectivo. Pero no sabemos si la réplica obtendrá en Google un buen “posicionamiento” respecto a la noticia original de la detención y de la “presunta” responsabilidad de una persona. En el mundo eminentemente digital del siglo XXI, ¿de qué sirve que el ejercicio del derecho de réplica aparezca como la referencia núme ro 800 o mil 200 cuando pones en Google tu nombre frente a la noticia de que fuiste detenido por ser un “presunto” sicario, la cual aparece en primer lugar en la selección de búsquedas realizada por ese u otro servicio de indexación de contenidos informáti cos? Internet como recipiente de toda nuestra vida Lo cierto es que estamos solamente asomándonos al problema. La primera generación que ha ido compartiendo con intensidad su vida en las redes sociales apenas está alcanzando la mayoría de edad. No sabemo s con certeza de qué manera les va a afectar en el futuro a esos jóvenes toda la información de ellos y de sus amigos que compartieron en las redes sociales. Por lo pronto, lo más aconsejable es pensar dos veces si nos conviene subir cierta información al mundo digital. Porque una de las características de internet es que su memoria es infinita: Google nos va a seguir recordando lo que hicimos aunque ya hayan pasado décadas. Hay que cuidar de nuestro futuro poniendo atención a lo que en el presente compartimos con los demás en internet. Además, hay que ir trabajando en lo que ya se comienza a llamar por parte de académicos y jueces el “derecho al olvido digital”, para que cuando estemos frente a un verdadero atropello a nuestra vida privada existan vías j urídicas para defendernos.4 El espacio de nuestra vida privada a lo mejor se ha ido achicando, pero eso no significa y puede significar que ya no tengamos ninguna herramienta jurídica para defendernos. Los tribunales de varios países ya están comenzando a 44 perfilar el alcance de ese derecho. En América Latina es probable que lleguemos tarde a ese debate (como lo hemos hecho en muchos de los de mayor actualidad, a los que solemos sumarnos con años o incluso décadas de retraso), pero sin duda hay que empezar a plantearlo. Está en juego la libertad y la dignidad de las personas, que son las bases sobre las que se construye todo sistema democrático. La información debe servir, siempre y en toda caso, para mejorar nuestras vidas y ayudarnos a tomar las mejores decisiones posibles, no para hacer de nuestra existencia un infierno. Miguel Carbonell. Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM. 1 Rosen, Jeffrey, “The web means the end of forgetting”, consultable en: http://www.nytimes.com/2010/07/25/magazine/25privacy-t2.html 2 Más detalles del caso en: http://www.dailymail.co.uk/news/article 2200840/Wife-German-president-takes-Google-escort-girl-claims.html y en http://www.dw.de/former-german-presidents-wife-sues-google/a-16230823-1 3 Me he referido a este tema con mayor extensión en: Carbonell, Miguel, “Hay que dejar de exhibir a personas detenidas”, Etcétera, número 139, México, junio de 2012, pp. 28-29. 4 Simón Castellano, Pere, El régimen constitucional del derecho al olvido digital, Tirant lo Blanch, Valencia, 2012. LA HORA DEL LOBO Héctor de Mauleón Hay una versión que indica que el golpe militar del 9 de febrero de 1913 fue planeado en el Hotel Majestic, frente al jardín arbolado que desde tiempos de la emperatriz Carlota poblaba el Zócalo de frondas. Los agentes de la Reservada habían oído el rumor de que uno o varios planes se estaban urdiendo en la sombra, pero nadie imaginó que el enemigo estuviera ya del otro lado de la plaza. 45 Desde el principio de aquel año de horror, el empresario Cecilio Ocón, dueño del Majestic, había anunciado que el hotel iba a ser sometido a intensos trabajos de remozamiento. Los guayines que paraban frente la puerta-vidriera del edificio, en vez de ladrillos y sacos de cemento, descargaban en realidad cajas repletas de parque y armamento. Los principales involucrados en la conspiración se hallaban registrados como huéspedes en el libro de entradas del hotel. Cecilio Ocón, a quien el maderismo había confiscado propiedades valuadas en un millón d e pesos, los recibía en la puerta y los llevaba del brazo a las profundidades del salón comedor, en cuyas mesas de mármol conversaban en voz baja militares, políticos de oposición, periodistas nostálgicos del viejo régimen, aristócratas de nombre apergamin ado que desde la caída de don Porfirio vagaban por las calles con el faldón de la levita entre las piernas, y españoles, muchos españoles: hacendados, empresarios, comerciantes que no habían recibido del gobierno maderista garantía ninguna. En febrero de 1913 el Hotel Majestic era ya una mina de pólvora. La “cena” que los conjurados llevaban meses tramando —la “cena” era el nombre en clave del golpe militar— había logrado atraer batallones, compañías, regimientos. Estaban ya del otro lado de la plaza. Ahora sólo debían cruzarla. La víspera del golpe, el diputado Gustavo Madero —hermano del presidente y líder en la Cámara del Partido Constitucional Progresista —, asistió a un banquete en el restaurante Sylvain, el mentidero de moda entre las personalidades de la época. Sylvain había sido durante un tiempo el cocinero de cabecera de don Porfirio: su carta estaba llena de palabras europeas que pocos sabían pronunciar. En una mesa sembrada de flores, manjares y vinos, Gustavo Madero brindó por el nombramiento del ingeniero Jesús Reynoso como subsecretario de Hacienda, y entrechocó una copa de champán burbujeante con los diputados de la fracción maderista Francisco Escudero, Alfonso Oribe y Pedro Antonio de los Santos. El sábado estaba terminando. Había en Sylvain una atmósfera distendida. Los diputados advirtieron, sin embargo, que el hermano del presidente, por lo general 46 fogoso, intenso, exaltado, se mantenía decididamente absorto. El único ojo bueno de Gustavo —el otro era de cristal, por eso el periodista Trinidad Sánchez Santos le había encajado el mote de Ojo Parado — parecía encontrarse en otro mundo, en otro lado. No era para menos: la estrella del maderismo declinaba en el ánimo de las muchedumbres y él, convertido en reo d e todas las culpas, había perdido el apoyo de su hermano. Estaba a punto de ser enviado a Japón en una comisión especial. A lo largo de la velada, Gustavo sólo abandonó su mutismo para preguntar al camarero si alguien lo había buscado en el teléfono. Una breve nota de El Imparcial reseña que a esa misma hora, y muy cerca de ese sitio, en el restaurante Gambrinus de San Francisco y Motolonía, los jóvenes del Ateneo de la Juventud, José Vasconcelos, Enrique González Martínez, Pedro Henríquez Ureña, Carlos González Peña y Martín Luis Guzmán, ofrecían una cena en honor del poeta Rafael López. A la manera de la bohemia de fin de siglo, los ateneístas musitaron versos empapados en ráfagas iridiscentes de coñac. Un reportero tomaba notas, hacía la crónica de aque l encuentro. Pero al día siguiente esa noticia nadie la leyó. Cayó la noche y cerraron los almacenes de La Monterilla y San Agustín: El Palacio de Hierro, Las Fábricas Universales, Al Puerto de Veracruz. Las pastelerías se llenaron de gente. Algunas perso nas hicieron cola frente a las taquillas del Venecia, el Teatro Hidalgo y el Salón Rojo —donde triunfaban, misteriosas y perfectas, las divas de los filmes italianos —, y otras se encaminaron a los teatros, para cumplir con la antigua costumbre porfiriana d e ponerse rojas hasta la coronilla ante el carnoso espectáculo de las vicetiples. Los vendedores de flores, de queso, de leña, pasaron en rápida dispersión hacia los barrios lejanos. De ese modo llegó, como un hachazo, la madrugada del domingo 9 de f ebrero, la hora señalada para el comienzo de la “cena”. En el pueblo de Tlalpan, el capitán Antonio Escoto y el subteniente Alejandro Kurzyn abandonaron la cama y se reunieron en los oscuros patios de la Escuela Militar de Aspirantes. La noche anterior ha bían narcotizado al director de la escuela: mientras uno lo distraía con un detalle cualquiera, el otro le derramaba abundantes gotas de somnífero en la taza de café. Ambos oficiales llevaban meses “trabajando” a los alumnos. Salvo algunos enfermos, la escuela entera había adoptado la determinación de secundar el golpe. Bajo la luz amortecida de una linterna, Escoto y Kurzyn atravesaron el patio, entraron de golpe en los dormitorios. “¡Arriba los hombres de honor!”, gritaron. Eran las tres de la mañana. 47 Los aspirantes habían recibido la orden de irse a dormir con los uniformes puestos. En cosa de minutos, formaron filas en el patio. La caballada estaba ensillada. Los alumnos recibieron armas y municiones. Tras varios intentos fallidos, después de largos meses de vacilación, se había puesto en marcha el golpe militar contra el gobierno de Francisco I. Madero. A esa misma hora, desde los cuarteles de Tacubaya, los generales golpistas Manuel Mondragón y Gregorio Ruiz bajaron por las lomas polvorientas que llevaban al centro de México. Mondragón comandaba dos regimientos de artillería. Ruiz iba al frente de uno de caballería. En la Escuela de Aspirantes de Tlalpan los alumnos salieron del colegio de cuatro en fondo. Cubiertos por la oscuridad, avanzaron —algunos a pie, otros a caballo— , hasta la solitaria estación de tranvías de San Fernando. El camino se pobló con el chocar de los cascos. Ladraban en el horizonte unos perros lejanos. Una vez en San Fernando, el capitán Escoto dividió al grupo en dos fraccion es: los montados marcharon a galope hacia la antigua ermita de San Antonio Abad, a las puertas mismas de la capital. La infantería permaneció en la estación, esperando la llegada del tren que hacía la primera corrida desde el Zócalo. El eléctrico llegó con retraso. Bastó con que un oficial apuntara al pecho del motorista, para que éste se mostrara más que dispuesto a transportar a la tropa hasta el centro. Atravesaron milpas solitarias, oscuros caseríos que aparecían y desaparecían tras las ventanillas. La capital estaba iluminada y desierta. El inspector general de Policía, Emiliano López Figueroa, se embriagaba en un cabaret. Las prostitutas que habían terminado de hacer sala en los burdeles del centro se agolpaban en la pista de baile de la Academia Metropolitana, a la que el negro Babuco acababa de importar las cadencias sexuales, los “trámites versallescos” del danzón. No permanecían abiertas sino las pocas cantinas que prestaban servicio “a perpetuidad”: La América, con su barra atestada de borrachos fanfarrones, y el Bach, en cuyos reservados de caoba buscaban noche a noche el abismo los poetas decadentes. Tras encontrarse en la ermita de San Antonio, los aspirantes marcharon por Flamencos —nuestra actual Pino Suárez—, una callecilla que conectaba T lalpan con la plaza principal. De camino desarmaron y ahuyentaron a cintarazos a los gendarmes de a pie que vigilaban las esquinas. El batallón que aquella noche hacía guardia en el Palacio Nacional había mudado 48 de bando. El simple intercambio de una cont raseña dejó franca a los insurrectos la puerta principal. Sin gastar un solo tiro, los aspirantes tomaron el control de la sede del poder. Una parte de la fuerza, compuesta por los tiradores más entendidos, se apostó en las azoteas; otra atravesó el jardín del Zócalo y se posesionó de las torres de la Catedral. Un testigo afirma que los alumnos gritaban con júbilo: “¡Hasta aquí llegó El Chaparro!”. El viento de la fortuna soplaba a favor de la insurrección: un auto cruzó la Puerta de Honor y los alumnos descubrieron que Gustavo Madero, el número dos del gobierno, había ido a meterse él mismo a la ratonera. El hermano del presidente venía de una noche inquieta. Al terminar el banquete en Sylvain, de vuelta en su casa, una llamada telefónica le entregó al f in la noticia cuya confirmación aguardaba: tropas al mando de Gregorio Ruiz y Manuel Mandragón efectuaban movimientos extraños en Tacubaya. Gustavo era arrebatado. Las explosiones de su temperamento habían iniciado el desprestigio público de su hermano. En 1912, encolerizado ante los ataques de la prensa reaccionaria, autorizó que un grupo virulento, que él financiaba, La Porra, apedreara las oficinas del periódico El País. Trinidad Sánchez Santos, el director del diario, recogió una de esas piedras de en tre los vidrios que habían quedado en el piso de su despacho, la depositó en su escritorio, y llamó a los reporteros: —Esta piedra se va a quedar ahí —les dijo—, sobre mi mesa de trabajo, para que todos tengan presente la guerra que a partir de hoy vamos a emprender. Nemesio García Naranjo afirma que, en lugar de pluma, Trinidad Sánchez Santos tenía entre las manos un estilete. La acción disolvente de El País comenzó un día después. El periódico achacó al maderismo la pobreza, la inseguridad, los estallidos de violencia que brotaban en Puebla, en Morelos, en Chihuahua. A la guerra de papel de Sánchez Santos se avino la prensa que había perdido la subvención, y aquella pagada por los grupos que deseaban pescar a río revuelto: los católicos, los porfiristas, los vazquistas, los reyistas. Jamás presidente alguno había recibido las burlas, las befas, los dicterios que recibió entonces Francisco I. 49 Madero. Esa madrugada, un segundo después de telefonear al ministro de la Guerra, Ángel García Peña, para informarle lo que sabía, Gustavo Madero se dejó arrastrar de nuevo por su temperamento indomable: metió dos carabinas Winchester en el asiento trasero de su automóvil y salió dando tumbos hacia las lomas de Tacubaya. Con los fanales del auto apagados, cobijado ent re los árboles del camino, comprobó que la hora cero había llegado. Volvió, rechinando llantas, a poner sobre aviso al comandante militar de la plaza, el general Lauro Villar. Pero los aspirantes se le habían adelantado. Fue aprehendido al bajar del automóvil, y llevado a rastras hacia las oficinas del cuerpo de guardia. El aplomo se le evaporó. Las crónicas dicen que fue presa “de un pánico terrible”. Un segundo golpe de fortuna hizo que el ministro García Peña se apersonara también en Palacio. En cuanto recibió la llamada de Gustavo, el ministro se había comunicado a la Inspección General de Policía. Allá le dijeron que, salvo un auto “con gente de trueno y mujeres galantes” que había metido ruido a las altas horas de la noche, no había en Tacubaya noved ad alguna. García Peña supo entonces que la hora del lobo había llegado: aún guardaba en el bolsillo de la guerrera una nota anónima, depositada en su secretaría particular la mañana anterior, que avisaba al gobierno maderista: “Mañana a las diez va a esta llar en San Ángel un movimiento encabezado por un divisionario”. Aunque esa misma mañana el inspector general de Policía le había asegurado que la Reservada carecía de datos que pudieran confirmar la inminencia de un golpe militar —“y mire que tengo a la mitad de mis hombres comprobando cada uno de los rumores que estallan”—, el ministro se convenció de que los mecanismos tradicionales de control habían dejado de funcionar. A partir de ese momento no podía confiar más que en su revólver. García Peña se vistió de mala gana y salió a la calle oscura, con la cabeza poblada de funestas presunciones. Tuvo mejor suerte que Gustavo. Su llegada repentina al Palacio tomó por sorpresa a los aspirantes. Quienes hacían guardia en la entrada lo vieron pasar y se quedaron congelados: no era lo mismo prender a Gustavo, un civil, que a la máxima autoridad militar de la Secretaría. La sorpresa duró, sin embargo, un segundo. Un cadete desenfundó su escuadra y le soltó un tiro. La bala hizo astillas los cristales de una puert a; uno de los vidrios hirió al ministro en la barbilla. Según una versión, García Peña contestó el fuego. Otras dicen que se limitó a huir por los corredores oscuros del Palacio y se perdió en el laberinto de oficinas interconectadas. En la oficina de prev ención, con el pestillo corrido y la pistola en la mano, se resolvió a esperar que alguien llegara a matarlo. 50 Los regimientos conducidos desde Tacubaya por los generales Ruiz y Mondragón iban haciendo, en tanto, su propio camino. Las siluetas de los cabal los habían traspuesto los lindes de la ciudad, llenando de ecos el contorno de los edificios. La procesión de sombras recorrió Reforma, dio la vuelta en Soto, pasó a trote acelerado a lo largo de Libertad. Manuel Mondragón había sido, en el porfirismo, jef e del departamento de Artillería; Gregorio Ruiz había tenido a su cargo, durante un tiempo, el de Caballería. La administración de favores entre los oficiales del ejército, la explotación sistemática de sus respectivos radios de influencia, les había traíd o una fuerte ascendencia en el ejército de línea. Aunque las crónicas del instante se refieren a ellos como “jefes prestigiados”, en realidad habían solicitado licencia tras la renuncia de Porfirio Díaz. Mondragón —que en la cima de su gloria patentó el p rimer fusil semiautomático que hubo en el mundo—, asumió la jefatura de quienes buscaban la vuelta del viejo orden llevando a la presidencia a un sobrino de don Porfirio, el brigadier Félix Díaz: era uno de los promotores más activos de la insurrección. Gr egorio Ruiz, “un soldado vehemente, de ambición y aventura” que al momento del golpe era diputado por Veracruz, buscaba también aquel retorno, aunque su corazón no era propiamente felicista: latía mejor cuando escuchaba el nombre del viejo general Bernardo Reyes. El alba los sorprendía ahora vestidos de paisano: Ruiz, tocado con un sombrero charro; Mondragón, bajo un Stetson que pronunciaba su aire de vampiro trasnochado. Tomar el Palacio era la primera parte del plan. A ellos les había tocado llevar a cabo la segunda: lograr la liberación de los verdaderos jefes del alzamiento, Bernardo Reyes y Félix Díaz, que bajo cargos de rebelión se hallaban encarcelados, uno en la prisión militar de Santiago Tlatelolco, y otro en el Palacio Negro de Lecumberri. Hoy sabemos que se gestaban conspiraciones de modo simultáneo. Conspiraba el embajador norteamericano Henry Lane Wilson, convencido de que el gobierno de Madero no guardaba los intereses de los estadunidenses que residían en México. Conspiraban los hermanos Emilio y Francisco Vázquez Gómez, miembros del gabinete revolucionario a los que Gustavo había apartado del dinero, los negocios y los cargos. Conspiraban el ex presidente Francisco León de la Barra, al que los católicos le habían metido la idea de regresar a l cargo, y también el diputado Jorge Vera Estañol, líder del Partido Popular Evolucionista, de franca tendencia reaccionaria. Conspiraban, en fin, políticos y ciudadanos prominentes: el acaudalado empresario español Íñigo Noriega, el contratista sin contra tos Rafael de Zayas Jr., el ex canciller maderista Manuel Calero, y la llamada “caferería política” no tardó en formar parte del huertismo: los futuros ministros Alberto 51 Robles Gil y Alberto García Granados. La lista era infinita, pero Bernardo Reyes y Félix Díaz se adelantaron. El general Reyes se había alzado en armas una semana después de la llegada de Francisco I. Madero al poder. Su revolución de opereta terminó cuando 600 hombres lo abandonaron y decidió entregarse completamente solo en Linares, Nuevo León, sin haber olido la pólvora de una sola batalla. También el brigadier Félix Díaz, a quien llamaban con desprecio “el sobrino de su tío”, había encabezado su propia revuelta. Una revolución que tuvo dinero, armas y recursos, y logró despertar una expectación inmensa. —Ya sé que en el Jockey Club se brinda por el triunfo de Félix Díaz —le dijo Madero a su inspector general de Policía. El inspector respondió: —También en las pulquerías se brinda de ese modo, señor presidente. Pero Félix Díaz, lo decían todos, “no era gallo”. Fue inferior a la empresa y lo aplastaron en unos días. En un acto de ingenuidad que poco después le costó la vida, Madero decidió recluir a ambos militares en cárceles de la ciudad de México. Reyistas y felicistas no tardaron en encontrarse. La prisión de Santiago y la Penitenciaría de Lecumberri se convirtieron en focos de intriga constante. Mientras los agentes del mayor López Figueroa espiaban conversaciones en los tranvías y en las cantinas, en esas cárceles el tráfico de mensajes alcanzó niveles de escándalo. Bernardo Reyes recibía las visitas de una señorita de sociedad, encargada de llevarle los pormenores del plan que sus partidarios trazaban en el comedor del Majestic. —Arreglen lo más práctico, lo más rápido. Y díganmelo en el momento — mandaba decir a los conjurados. Mientras el momento llegaba, el viejo general —tenía 63 años cuando el golpe— aprovechaba cada instante de reclusión para ganarse a los oficiales de planta. Solía ufanarse ante la señorita que lo visitaba: —Tengo asegurada la evasión a la hora en que lo estime conveniente. La noche anterior al golpe, Bernardo Reyes le pidió a su hijo Rodolfo que le hiciera llegar ropa interior muy fina, 52 “para que cuando lo levanten a uno muerto en el campo de batalla se vea en todos los detalles que era una persona decente”. En el fondo, creía en el sacrificio como en la única oportunidad de salvar lo que quedaba de su prestigio arruinado. El 9 de febrero, cuando los regimientos que venían de Tacubaya se detuvieron en la plazuela de Santiago, frente a los muros desportillados de la prisión militar, Gregorio Ruiz rugió con voz estentórea: —¡Presentes! Tal y como lo había prometido Bernardo Reyes, las puertas de la cárcel se abrieron sin que nadie intentara impedirlo. El gen eral salió a la plazuela envuelto en un pesado capotón militar que le había obsequiado Alfonso XIII. Con su traje negro y su fino sombrero de fieltro gris perla, tenía el aspecto majestuoso de un rey que volvía del destierro. Alguien se acercó a ofrecerle las riendas de un caballo colorado que sacaba chispas con los cascos. Las tropas presentaron armas. Reyes las estudió con satisfacción. Tenía frente a sí tres regimientos de caballería e infantería. Había fracciones del 20º Batallón y estaban presentes la s compañías de ametralladoras de San Cosme y San Lázaro. Cientos de civiles encabezados por su hijo Rodolfo, por el dentista Samuel Espinosa de los Monteros y por el empresario Cecilio Ocón, llegaban a bordo de coches y taxímetros para sumarse al cuartela zo. “Mucha gente del pueblo pedía armas”. —Vamos tarde, mi general —le dijo Gregorio Ruiz—. Tendrá usted el honor de tomar posesión del Palacio Nacional. Mientras, Mondragón y yo vamos por Félix a la Penitenciaría. Bernardo Reyes vaciló. Ese instante de i ndecisión le costó la vida: —Vamos todos por Félix —dijo—. No sea la de malas y le pase algo. El cortejo de la traición emprendió la marcha. Bernardo Reyes cabalgaba al frente. Un poco atrás lo seguían su hijo Rodolfo y los generales Ruiz y Mondragón. Rodolfo Reyes vio vacíos los ojos de su padre. Escribió, mucho tiempo después, que el general “iba como fascinado”. Un grupo de aspirantes, los jóvenes que esa mañana debutaban en la carrera de las armas con una traición, formaron la avanzada. Eran carne de cañón. En autos, en caballos, a pie, grupos civiles flanqueaban a los sublevados. El comandante militar de la plaza en la ciudad de México, el general Lauro Villar, 53 había hecho sus primeras armas combatiendo a la intervención francesa, y más tarde al imperio de Maximiliano. El 9 de febrero de 1913 tenía 54 años, una piocha encanecida que flotaba sobre un pecho reluciente de medallas, y un ataque de gota que en los últimos días le obligaba a caminar del brazo de uno de sus ayudantes. Desde la mañana del sábado —mientras el ministro García Peña recibía en sus oficinas el anónimo que le anunciaba el golpe —, Lauro Villar había obtenido a través de su propio servicio de información la noticia de que al día siguiente iba a sobrevenir un alzamiento. Oficiales involucrados en la conspiración habían cometido la imprudencia de despedirse de sus familiares. El rumor se había extendido como el tifo. Villar telefoneó al ministro de la Guerra para ponerlo al tanto de la situación, pero García Peña le dijo que el inspecto r de Policía acababa de asegurarle que se trataba de chismes sin fundamento. —De cualquier modo, ponga a las tropas en alerta —ordenó el ministro. Villar le recordó que la ciudad carecía de fuerzas para enfrentar un golpe militar. El ministro respondió: —A ver qué haces con lo que tienes. No hay modo de darte más. Era una respuesta cínica, pero también una respuesta cierta. La mayor parte del ejército intentaba sofocar los focos revolucionarios que Pascual Orozco y sus “colorados” habían prendido en los desiertos del norte; daba muestras de trizarse en las cañadas del sur, sin aplacar a los “sombrerudos” que había puesto en armas Emiliano Zapata. Villar colgó furioso. Se quejó en privado: —Tiene razón la gente. Todos están ciegos en este gobierno. Intentó un último recurso: mandó llamar al coronel Rubén Morales, el ayudante oaxaqueño de Madero, y le pidió que fuera a Chapultepec a buscar la manera de informar al presidente. Morales tenía fama de colarse por doquier sin ser visto ni esperado. No pudo, sin embargo, colarse al despacho del presidente, quien se encontraba en acuerdo; cometió en cambio la imprudencia de pasar por la terraza donde la primera dama, Sara P. de Madero, disfrutaba el espectáculo del valle. A ella le informó lo que llevaba. Luego, se quedó esperando en la caseta de los guardias, junto a la reja de entrada, por si algo se presentaba. El presidente preguntó por él 10 minutos más tarde. Le propinó un fuerte regaño por haber inquietado a su familia “con noticias tan alarmantes” y lo des pachó con un gesto. De ese modo se esfumó la última oportunidad de sofocar el golpe. 54 Al general Villar se le recrudeció esa tarde el ataque de gota. Un dolor pulsátil, opresivo, le martirizó la pierna enferma. Quedó incapacitado para moverse y resolvió irse a su casa, echarse en cama para aullar tranquilo. Antes de hacerlo ordenó que los batallones se acuartelaran hasta nuevo aviso. Recomendó a los jefes que le reportaran si se escuchaba, incluso, el zumbido de una mosca. —Mucha vigilancia. Y en caso nece sario, mucha bala —advirtió. La mayor parte de esos jefes estaba del lado de la conspiración. Alguien lo despertó a las tres de la mañana, cuando los batallones de Ruiz y Mondragón bajaban al trote desde Tacubaya. Villar se abotonó el chaquetín, se cubr ió con una capa. Colgó de su cintura el arma reglamentaria y salió cojeando al frío de la madrugada invernal. En la esquina de Correo Mayor y la Acequia —el general vivía a sólo una cuadra del Palacio Nacional—, tomó un coche de alquiler y le ordenó al coc hero que fustigara a los caballos. El carruaje traqueteó hasta la plaza. Era el momento en que los aspirantes, pegados al muro, entraban en fila por la Puerta de Honor. Uno de ellos se aproximó al vehículo y le exigió al cochero que se retirara: —Aquí se va poner muy feo. No vayan a matarte el caballo —dijo. No tuvo la precaución de asomarse al interior. Su propio descuido lo salvó. Villar lo estaba esperando con la escuadra amartillada. Desde los tiempos de la rebelión que llevó a Porfirio Díaz al poder , el general Lauro Villar era conocido en el ejército de línea con el apodo de El Remington. Al igual que aquel rifle de repetición automática, el joven Lauro solía ser rápido, certero, exacto. Su carácter era atrabancado: tenía los efectos de una explosión letal. En la penumbra del coche cubierto, entendió lo que estaba ocurriendo. Apresuró al cochero a que lo llevara al cuartel militar más cercano, la sede del 20º Batallón, en el antiguo colegio de San Pedro y San Pablo. Tuvo que apoyarse en el hombro de un caminante —un indio que pasaba por la 55 calle— para acercarse a las puertas del cuartel. Llevaba el arma desenfundada. Ocho balas lo separaban de la muerte: el 20º Batallón estaba encargado de la vigilancia del Palacio: si los aspirantes habían entrado, era porque esas fuerzas se habían “volteado”. Aún así, se acercó cojeando, con esperanza de encontrar en el cuartel algunos hombres leales. Las puertas estaban abiertas y el patio lucía solitario. En el piso humeaba aún el excremento fresco de los caball os. Al fondo, tumbados en pequeños catres, roncaban a pierna suelta unos cuantos reclutas. Los sublevados no se habían tomado la molestia de enrolarlos. El jefe del batallón, Juan C. Morelos, también dormía. Fue incapaz de decir en qué momento de la noche sus hombres habían defeccionado. Villar lo reprendió en serio. Acto seguido, le confirió la misión suicida de meterse al Palacio con los reclutas, por una puerta trasera, y aprehender a todos y cada uno de los conjurados. Morelos recibió la orden con el rostro descompuesto: “Sólo son 40 reclutas, señor”. —Eso le da a usted la oportunidad de probarme de qué está hecho —respondió El Remington. En la parte trasera del Palacio había una puerta que conectaba con el cuartel de Zapadores, donde estaban acuartel ados los dragones del mayor Juan Manuel Torrea. Villar apostaba dos a uno a que Torrea se hallaba entre los pocos oficiales que no había sido corrompidos. Morelos salió a cumplir la orden y Villar se hizo llevar, otra vez en el carruaje, al cuartel de Teresitas, sede del 24º Batallón. Se iba adueñando de él una locura enfermiza. La adrenalina aherrojaba el suplicio que le carcomía la pierna. También en Teresitas el gobierno de Madero había sido traicionado. El general no encontró más que a 60 reclutas, ni nguno de los cuales había entrado en batalla. En ese instante apareció en el cuartel el general Manuel P. Villarreal. De guardia en el Palacio, le había tocado presenciar la entrada de los aspirantes: logró huir, no se sabe cómo, y llevaba un largo rato bu scando al comandante de la plaza. En el reparto de misiones suicidas que El Remington hizo esa madrugada, al general Villarreal le tocó la que a la postre iba a ser la carta más mala de la baraja: ir a custodiar la Ciudadela, el depósito de armas de la ci udad: 50 mil fusiles, 30 mil carabinas, 26 millones de cartuchos, 13 mil granadas, 120 ametralladoras, poco más de 40 cañones. 56 Quien tenía la Ciudadela era dueño de la capital. Perder la Ciudadela era perderlo todo. Villarreal recibió la orden de defender la hasta la muerte. Hizo el último saludo militar de su vida y salió disparado hacia el punto que en unas horas iba a convertirse en una gran caldera de sangre burbujeante: la lejana calle de Balderas. El Remington cruzó, desde el cuartel, varias llamadas telefónicas. Supo que Bernardo Reyes se hallaba en libertad; que amparado por los regimientos de Gregorio Ruiz y Manuel Mondragón, marchaba hacia Lecumberri a procurar el rescate de Félix Díaz. La partida de ajedrez había comenzado y en la pistola no que daba más que un tiro: recuperar el Palacio, antes que la ciudad despertara. El amanecer debió alumbrar esta escena estrafalaria: un viejo general que a bordo de un carruaje atravesaba la urbe a la velocidad del rayo, seguido de un conjunto de reclutas inexpertos, que resoplaban, de dos en fondo, “para simular un contingente más numeroso”. Lauro Villar ignoraba si el coronel Morelos había logrado penetrar el Palacio. Ignoraba si los dragones del mayor Torrea permanecían leales al maderismo. No existía más que un modo de saberlo. Alineado contra la pared, el piquete bordeó los muros del edificio a lo largo de Correo Mayor y dio vuelta en Corregidora. El Remington golpeó la puerta del cuartel de Zapadores varias veces con la cacha de la escuadra. La mirilla corrediza se fue abriendo lentamente. Del otro lado de la puerta aparecieron dos ojos desconfiados, el semblante consternado del mayor Juan Manuel Torrea. Torrea relató después que en la vida le había dado tanto gusto ver la barba encanecida del general Villar. El golpe lo había atrapado en el cuartel de Zapadores y sólo una simple puerta lo mantenía a salvo del grupo insurrecto. Villar preguntó por el coronel Morelos: “¿Por qué no ha cumplido mis órdenes?”. Torrea le dijo que el coronel las había juzgado “aventuradas” y prefirió intentar su ingreso al Palacio desde las oficinas de la Secretaría de Guerra. El Remington debió maldecir por todas las cosas del cielo y de la tierra. Desde tiempos de la intervención francesa no conocía otro modo de hacer las c osas que no fuera el suyo. Su terquedad le había valido reprimendas, enemistades y arrestos, pero lo había convertido, también, en una leyenda dentro del ejército. Exigió que rajaran a golpes la puerta que conducía a los patios del Palacio y ordenó a reclutas y dragones entrar combatiendo a marrazo limpio: no quería que los disparos pusieran sobre aviso al grueso de los sublevados. 57 Antes de que la puerta fuera embestida con un riel que el mayor Torrea encontró en alguna parte, Villar se desprendió del capo tón: quería que los aspirantes pudieran verle las insignias, posiblemente las medallas: ese pecho que era una biografía cargada de hechos rutilantes —incluso con notas a pie de página. No se sabe a dónde había metido el dolor. Cuando la puerta cedió bajo los golpes, el general viejo y cojo entró al frente de la tropa. Estaba loco. Absolutamente loco. Con gritos destemplados paralizó a los alumnos que vigilaban el patio. Aún más: hizo que le rindieran las armas —el colmo de la deshonra militar— y les rugió en la cara tales vituperios que muchos de ellos bajaron la vista avergonzados. —¡Qué hombrote es usted! —le dijo el presidente Madero horas después. El coronel Morelos y sus reclutas, en una perfecta sincronía, habían irrumpido desde la Secretaría de Guerra, y reducido a los aspirantes que vigilaban el Zócalo desde la azotea. El Palacio quedaba recuperado. Los jóvenes infidentes fueron encerrados en una cochera. Era una pálida mejora. A esa hora ya venían por la calle los tres mil hombres armados de Bernardo Reyes y Félix Díaz. Lauro Villar liberó a Gustavo Madero, de donde estaba encerrado, y al ministro García Peña, de donde se había escondido. Gustavo recuperó el aplomo: abrazó al general de manera efusiva y se deshizo en promesas de cargos, recompensa s, amistad eterna. Pero en unos días sería brutalmente linchado en la Ciudadela. El secretario de la Guerra salió rumbo al Castillo de Chapultepec para ponerse a las órdenes del presidente. Villar pasó revista a sus fuerzas. Lo hizo con desesperanza: los dragones del mayor Torrea y los reclutas de Teresitas y San Pedro y San Pablo sumaban sólo 150 hombres. Había parque para 10 minutos. Su genio militar le hizo tender un cordón de tiradores en lo alto del Palacio y otro, pecho a tierra, en la calle, sobre la acera contigua al edificio. Instaló dos ametralladoras Madsen a ambos lados de la Puerta de Honor, y envió al mayor Torrea, con medio centenar de dragones, a establecerse en la parte sur del Zócalo, frente al cajón de ropa conocido como La Colmena. La resistencia iba a hacerse con las pocas balas que los maderistas tenían en las cartucheras; cuando se agotara el parque, los que quedaran vivos iban a pelear con las bayonetas. 58 La novedad del cuartelazo (“¡Tenemos bola!”) se había extendido por la ciudad. Centenares de curiosos se acercaban a las inmediaciones del Zócalo y muchos de ellos se habían aproximado hasta los muros mismos del Palacio. Villar mandó desesperadamente que los desalojaran. La gente no hizo caso: sólo se apartó unos metros, hasta el q uiosco de hierro que entonces coronaba el jardín central. Hubo un murmullo imponente, una gritería estruendosa. Como empujada por un resorte, la muchedumbre empezó a moverse hacia la calle de Moneda. El mayor Torrea observó el movimiento y supo que por ah í vendría el ataque. Para que la liberación de Félix Díaz contara con razones convincentes, los generales golpistas abocaron cuatro cañones frente a la Penitenciaría. Uno de éstos apuntó directamente a la habitación en que se hallaba la familia del direct or. El funcionario no se molestó en oponer resistencia. Félix Díaz confesó después que al escuchar los pasos que se acercaban a su celda temió que el golpe hubiera sido descubierto y que un pelotón viniera a fusilarlo. Salió de la Penitenciaría con el rostro pálido. Los aspirantes dispararon una salva en su honor. Si todo marchaba según lo previsto, él iba a convertirse en el quincuagésimo octavo presidente de México. Bernardo Reyes se alzó sobre los estribos y arengó a la tropa: había llegado la hora de poner un alto a la locura que manchaba de sangre y cubría de gemidos el suelo de México. Los hombres del pasado, los militares que en 30 años de dictadura no habían escuchado nunca el gemir del pueblo de México, salieron rumbo al Zócalo dispuestos a sostener una estructura en grietas. De camino se les agregaron nuevos destacamentos. Desde todos los puntos llegaban civiles, gente que lanzaba mueras al gobierno. Reyes ignoraba que acababa de perder el Palacio Nacional. Se disponía a activar la tercera fase d el plan: prender a Madero y al vicepresidente Pino Suárez en sus domicilios; obligarlos a resignar sus cargos; leer, desde el balcón presidencial, un manifiesto redactado por su hijo Rodolfo, y nombrar un comité que se hiciera cargo del Ejecutivo y convocara a unas elecciones a las que Félix Díaz iría como candidato principal. 59 Creía tener todo en la bolsa. Habituado, sin embargo, a los imperativos de la estrategia militar, tuvo la precaución de enviar a Gregorio Ruiz, con 80 voluntarios, a tantear las inmediaciones del Palacio. Ruiz espoleó la montura y avanzó a trote por la calle de Lecumberri. Cuando desembocó en el Zócalo, una multitud abigarrada, espesa, se apretujaba contra los flancos de su caballo. El mayor Torrea lo vio venir de frente y ordenó a los dragones: —¡Formación en batalla! Se oyó a la tropa cortar cartucho. Junto a la puerta principal del Palacio, Lauro Villar aguardaba, con la mano en el bolsillo. No parecía un general a punto de meterse en una balacera: se le podía tomar por un pasajero que aguardara el tranvía con aire distraído. “Qué pendejo es Gregorio”, debió pensar cuando vio que el general Ruiz, con la pistola en la funda y la carabina incrustada en las alforjas del caballo, venía a meterse justo en la línea de tiro. Los 80 asp irantes cabalgaban tras de él, como patitos de feria. La cosa iba a convertirse en un tiro al blanco. En el momento adecuado, Villar se desprendió de la puerta y avanzó, cojeando, hasta mitad de la calle. Ruiz entendió que las cosas habían cambiado de cur so, que el Palacio ya no estaba en manos de su gente. —Ríndete, Lauro —le dijo de todas formas—. Nuestras fuerzas vienen ya sobre la plaza. Villar avanzó otro paso. Se detuvo junto a los belfos mojados del caballo. Clavó los ojos en el general rebelde. —¿Cuáles fuerzas, Gregorio? —Las del general de división Bernardo Reyes. Las de los generales Félix Díaz y Manuel Mondragón. Lo que Villar contestó está asentado en el parte militar que rindió aquella noche: —A nosotros no nos toca criticar, Gregorio, ni en trometernos en política. A nosotros nos toca defender al gobierno legítimamente constituido por las leyes. No era sólo una frase destinada a ocupar un espacio en los libros de historia. Con un movimiento inesperado, El Remington asió violentamente las rie ndas del caballo y apuntó a Gregorio Ruiz en plena cara. 60 Había desenfundado la escuadra en menos de lo que canta un gallo. —¡Ponte pie a tierra, Gregorio! — ladró Villar. Ninguno de los aspirantes atinó a mover un dedo. El intendente del Palacio, un viejo marino llamado Adolfo Bassó, desarmó al general y lo condujo del cuello hasta las caballerizas que estaban al fondo del patio. Lauro Villar retornó a su sitio junto a la puerta principal. La segunda columna rebelde estaba entrando en la plaza. Desde La Colmena, el mayor Torrea divisió una figuraba que montaba “airosamente”. Era Bernardo Reyes. Detrás de él aparecían infantes, jinetes y artilleros. Alguien le gritó al general Reyes: —¡Prendieron a Gregorio Ruiz! El general no hizo caso. Seguía avanzando “como fascinado”. Su hijo Rodolfo adivinó lo que iba a ocurrir. Gritó a su padre: —¡Te matan! Pero Reyes no oía. Estaba endemoniado. —Ya todo está en manos del destino —se le oyó decir mientras clavaba las espuelas en los flancos del caballo. Lauro Villar lo vio venir “como si en lugar de balas fuera a recibir honores”, recordó Torrea. Habían sido amigos muy queridos. Pero ahora, en aquel viejo militar no quedaba nada del soldado que medio siglo atrás había cruzado el país con 300 dragones, abriéndose pas o entre los franceses. Villar se jugó el último albur: apresar a Bernardo Reyes en la misma forma en que había apresado a Gregorio Ruiz. Volvió a cojear hasta el centro de la calle, dispuesto a recomenzar la partida. Su parte militar informa que Bernardo Reyes, menos cándido que Ruiz, intentó envolverlo con el caballo. Ha pasado un siglo, y seguimos sin saber lo que ocurrió: cómo empezó el tiroteo con que se inauguró, oficialmente, La Decena Trágica. Sobrevino de pronto un fuego ensordecedor. La altura de las construcciones circundantes magnificó el estruendo. La ráfaga escupida por una de las ametralladoras Madsen puso a bailotear el cuerpo de Bernardo Reyes. El general 61 quiso asirse de las crines del caballo, y se desplomó lentamente, teatralmente. Por cosas del destino cayó sobre Rodolfo, el hijo que lo había empujado a la sublevación. Rodolfo fue visto, primero, luchando por desprenderse del cadáver húmedo de sangre que le había caído encima, y luego, corriendo, agachado, loco de pavor, bajo la pirotecnia macabra que reventaba en la plaza. La avalancha humana que invadía el Zócalo —los fieles que salían de la Catedral, los paisanos que esperaban, en la terminal, la partida de los trenes eléctricos, los curiosos que se habían aproximado en busca de notici as— formó en esos minutos horripilantes montones de carne destrozada. Las ametralladoras barrían la plaza. Los aspirantes, posicionados en las torres, jalaban el gatillo a tontas y a locas. Las ramas de los árboles volaban en astillas. Las vidrieras de los comercios se hacían partículas. Los heridos aullaban entre los ríos formados por su propia sangre. El Zócalo “era una galería de dibujos espeluznantes de Goya”. Fueron 10 minutos de terror. La ciudad acababa de ingresar en una de las pesadillas más crueles de su historia. Lauro Villar había caído con un tiro en el cuello, que le partió en dos la clavícula. Mientras lo metían a rastras al Palacio, vio el cuerpo tendido del coronel Morelos, con la cabeza abierta en dos por una bala. El intendente Bassó envolvió el cadáver de Bernardo Reyes en su espléndida mortaja, el capote de Alfonso XIII, y lo arrastró también, como trofeo, a las profundidades del Palacio. Afuera, olvidados de los cañones, los heridos, los caballos, los rebeldes huían en estampida. A Villar la sangre le escurría a borbotones. Con un pañuelo apretado sobre el cuello gastó, resoplando órdenes, las últimas gotas de energía: recoger las armas y las municiones que los rebeldes muertos trajeran en las cartucheras. No sabía si atravesaba una hora de horror o de gloria. El cuartelazo había perdido en 10 minutos a sus líderes reyistas: Gregorio Ruiz sería fusilado ese mismo día, bajo cargos de traición, en los patios del Palacio. Le quedaban los dirigentes más ineptos, los felicistas: Manuel Mon dragón y el propio Félix Díaz. Con la mirada opaca y los hombros caídos, ambos principiaron a vagar, como sin rumbo, a lo largo de callecillas mal transitadas. Quienes lo vieron dicen que Félix Díaz parecía más un prisionero que el general de un ejército rebelde. Su columna era un triste hacinamiento de soldados, oficiales y conspiradores de salón que lo seguían con pánico. Los sublevados habían planeado escapar por la serranía del Ajusco, en caso de que 62 la “cena” fracasara. Fueron a dar a la esquina de Sa n Fernando y Rosales, frente a la casa de Sebastián Camacho, uno de los instigadores del golpe. Manuel Bonilla Jr., testigo de los hechos, dice que fue en la junta que se verificó en ese sitio en donde Félix Díaz adoptó la decisión de tomar la Ciudadela: v arios oficiales le habían ofrecido entregársela. Cuando Rodolfo Reyes se reunió con ellos —después de vagar por las calles había seguido el rastro de la columna como un autómata, limpiándose el llanto con las mangas del saco—, les dijo que tomar la Ciudadela era un suicidio. El recinto ofrecía nulas ventajas en caso de ser bombardeado; la tropa quedaría cercada, sin posibilidad de huida. Félix Díaz y Manuel Mondragón veían las cosas de otro modo. El primero esperaba resistir hasta que su célebre apellido —“el nombre maravilloso”— causara efecto entre los núcleos desencantados del maderismo y, con ayuda de los cuerpos diplomáticos, generara una presión pública de grandes dimensiones, que obligara a Madero a renunciar. Mondragón argumentaba que con el armame nto guardado en los almacenes era posible masacrar la ciudad, hasta que el terror y la destrucción les abrieran las puertas de la presidencia. El destino de la ciudad de México quedó sellado. Francisco I. Madero bajaba a esa hora por Reforma, desde el Ca stillo de Chapultepec, acompañado por un piquete de jóvenes cadetes del Colegio Militar, ninguno de los cuales superaba los 20 años. En un punto del trayecto estuvo a punto de cruzarse con la columna rebelde, que se agrupó en las inmediaciones del Reloj Chino de Bucareli. Mientras Mondragón artillaba las bocacalles cercanas y enviaba compañías de ametralladoras a posesionarse de los edificios más altos de las calles Balderas y Ayuntamiento, Madero avanzó por Avenida Juárez: iba sin saberlo al encuentro del verdadero personaje de esta historia, el general Victoriano Huerta, quien vestido de civil, y con los ojos ocultos tras unos lentes ahumados, bajó de la plataforma de un tranvía y se cuadró teatralmente ante el mandatario: —A sus órdenes, señor presidente. Lauro Villar se refería a Huerta como “el indio Victoriano” o como “el indio ladino”. Nadie le tenía confianza a aquel dipsómano, pero era el oficial de más alta graduación que le quedaba al gobierno. Sus servicios fueron admitidos. Antes de salir rumbo al hospital, y en realidad de salir para siempre de la vida pública —murió unos años más tarde en completa oscuridad, culpándose por la muerte de tantos civiles indefensos—, Villar le entregó el mando a Huerta con estas palabras: —Mucho cuidado, Victoriano. 63 Para entonces el cordón de seguridad rebelde se había extendido en torno de la Ciudadela. Iba a costar mucha sangre acercarse siquiera a la fortaleza. Los vecinos que desde azoteas y balcones miraban el curso de las operaciones quedarían atrapados durante 10 días dentro del perímetro rebelde. Iban a vivir y morir bajo la metralla a partir de esa tarde, cuando Díaz y Mondragón tomaran la Ciudadela, y comenzara el periodo de horror que todos llamaron primero La Decena Roja y El Imparcial bautizó —el 22 de febrero de ese año— como La Decena Trágica. Héctor de Mauleón. Escritor y periodista. Autor de La perfecta espiral, El derrumbe de los ídolos y El secreto de la Noche Triste, entre otros libros. LOS DOS CUARTELAZOS Antonio Saborit El gobierno de Francisco I. Madero no cayó por obra de uno, sino de dos cuartelazos que estallaron sucesivamente el 9 y el 18 de febrero de 1913. A eso llegó Nemesio García Naranjo años después del desmantelamiento y ruina de Madero. Victoriano Huerta, estrella negra del se gundo cuartelazo, con un batallón tuvo para dar el golpe de Estado, pues desde hacía meses no contaba ya con la División del Norte y como novísimo comandante militar de la ciudad de México tampoco tenía jefes que le fueran adictos en la guarnición, pero so bre todo estaba al tanto de la división existente tanto en el ejército federal como en las fuerzas pronunciadas en la Ciudadela. Los diarios y revistas de la capital en buena medida tenían meses de azuzar el descontento hacia la persona y el gobierno de Madero. El propio medio periodístico no estaba libre del contagio de sus campañas, y de él era parte García Naranjo pues en octubre de 1912 se estrenó como director de un nuevo diario, La Tribuna. La sociedad política no se escapaba del descontento, a juzgar por la iniciativa del puñado de senadores que sugirió al presidente Madero presentar su renuncia, y 64 en el graso caldo de la contrariedad se maceraban desde hacía meses las minorías dinámicas que se habían creído con el derecho político para ocupar un e spacio en el gobierno maderista. Tampoco estaban exentos los habitantes de la ciudad, al cabo de 10 días de padecer incertidumbre, miedo y angustia debido al tiroteo que había en algunas calles, así como un cañoneo deliberada y lamentablemente errático. El descontento reinaba asimismo en el interior de la Ciudadela y en algunos puntos del norte del país, como Nuevo Laredo y Matamoros, y en varias zonas de los estados de Veracruz, Puebla y Morelos. Pero más que generalizado el descontento parecía operar a sus anchas a lo largo del proceso de comunicación. Ese fue el tono con el que los individuos discutieron y debatieron los asuntos del maderismo en el territorio social que se ubica entre el espacio privado de la vida doméstica y el espacio oficial del Estado , y al que se asocia la tumultuosa vida de las cantinas, tívolis, cafés y restaurantes capitalinos de principio de siglo, y la no menos agitada agenda de los medios impresos de comunicación. El descontento era la moneda corriente de la hora y de ella se su po valer Huerta para comprar dispensa o inmunidad para sus actos. Si las sublevaciones se dominan por el efecto de los proyectiles, a las nueve de la mañana de ese espléndido domingo 9 de febrero el general Lauro Villar derrotó al menos a una parte del cuartelazo que ese día tomó las armas en nombre de la paz y la justicia. La otra parte de la sublevación, al frente de la cual estaban el general Manuel Mondragón y el sobrino de Porfirio Díaz, huyó en el acto de la Plaza de la Constitución para reunirse al pie del reloj de las cuatro carátulas en Bucareli. En esos momentos, Francisco I. Madero aguardaba en el interior de un establecimiento fotográfico ubicado en las inmediaciones de la calle de San Juan de Letrán. Una hora y media antes había formado a vari as decenas de cadetes del Colegio Militar en el patio principal y a gritos les había informado que en la madrugada un grupo de alumnos de la Escuela Militar de Aspirantes había logrado apoderarse brevemente del Palacio Nacional. Poco más sabía entonces, y no desde luego que la noche anterior los conspiradores habían convenido detenerlo esa misma mañana en la residencia de Chapultepec. Al final de su arenga había montado un caballo blanco y se había hecho acompañar por los cadetes hasta el centro de la ciudad. O tal era la idea de Madero hasta que el tiroteo en la Plaza Principal lo obligó a hacer una pausa en la Fotografía Daguerre, donde lo alcanzaron su hermano Gustavo y los generales Ángel García Peña y Victoriano Huerta, con quienes salió al balcón para ser visto y posar para la foto que en breve daría testimonio de su integridad física. A las nueve pasadas, en la esquina de la Avenida Cinco de Mayo de camino nuevamente a Palacio Nacional, Madero vio caer a unos pasos de él a un escolta, derribado por los tiros de algún rebelde apostado en un edificio, pero no detuvo su marcha. La ciudad se había vuelto una trampa y para enfrentarla en el transcurso de la mañana tomó la decisión de desarmar a la policía y dirigirse a Cuernavaca en busca del general Felipe 65 Ángeles. Una vez en el reloj de las cuatro carátulas los conspiradores desplegaron a lo largo de Bucareli un escuadrón de caballería al tiempo que enviaban a otros elementos a ocupar las azoteas de algunas casas en la calle de Ayuntamiento. El general Mondragón acababa de entrar a un callejón y en su huida, al tratar de escapar del caos de la derrota, sólo hizo más grande el desorden. Se trató entonces de intimar la rendición de la Ciudadela, a lo que las fuerzas leales respondieron con 20 minutos de plomo que sólo sembraron el terror entre los habitantes de las más nuevas y civiles colonias adyacentes, Juárez y Roma. El hecho es que hacia la una de la tarde los conspiradores eran dueños del edificio y a partir de ese momento tuvieron a su disposición 50 m il fusiles y carabinas, 26 millones de cartuchos Maüser, 50 ametralladoras Hotchkiss nuevas, cañones revólveres, fusiles automáticos y gran provisión de piezas de artillería, como el instrumental necesario para precisar los tiros. Por la tarde el general M ondragón impuso su voluntad y en lugar de atacar otra vez el Palacio Nacional optó por permanecer en la fortaleza y tender un cerco defensivo con piezas de artillería: una en Balderas apuntada hacia la Avenida Juárez, otra apuntada hacia la Alberca Pane de sde la Escuela de Comercio, otra en Tolsá, otra apuntada hacia la cárcel de Belem y la última apuntada a Salto del Agua desde el jardín de la fábrica de armas, además de que una treintena de hombres ocuparon con varias ametralladoras la azotea de la Escuela de Comercio. También por la tarde se suscitó el acuerdo más inusitado entre los rebeldes y el gobierno de Madero: a solicitud expresa del ex general Félix Díaz, quien a nombre de los poderosos comerciantes de la capital protestó contra la orden gubernamental de desarmar a la policía de la ciudad de México, el mayor Emiliano López Figueroa fue a explicar personalmente esta medida a la Ciudadela. Ahí mismo fue hecho prisionero el inspector general de Policía. Por la tarde, acaso en los momentos en que Mader o llegaba a la ciudad de Cuernavaca, se soltó un tiroteo por Belem entre los federales y la batería de los rebeldes. Y en adelante una normalidad tensa señaló el paso de las horas tras la masacre en la Plaza de la Constitución. La mañana del lunes 10 de febrero fue primaveral y espléndida, según apuntó en su diario el encargado de negocios japonés Kumaichi Horigoutchi, quien desde la tarde del domingo albergaba en la Legación a la señora, los padres y la hermana del presidente Madero. Al igual que durante el mediodía y la tarde del día anterior no se veía un alma en las avenidas de la ciudad. El fantasma de la inminente intervención de Estados Unidos reanimó sus rondas en la capital de la mano de El Imparcial, el cual había comprado el gobierno desde finale s de 1912, y por cierto ese día fue el último que trabajaron y circularon con normalidad los diarios y revistas de la capital. Más adelante se atribuyó a Mariano El Cuervo Duque, cabeza de una gavilla de La Porra, el incendio de los talleres del diario católico El País y el asalto a la administración de la más joven publicación 66 antimaderista, La Tribuna, así como el ataque a las redacciones del Gil Blas, El Heraldo Independiente y El Noticioso. El cuerpo diplomático se reunió para formar un par de comisiones con el fin de obtener garantías para sus nacionales ante el presidente Madero y los insubordinados. El gobierno nombró un nuevo inspector general de Policía y el general Manuel M. Velásquez se puso a organizar el servicio de espionaje de los insubordinad os. Al volver a la ciudad el lunes por la noche el presidente Madero supo que los legisladores le concedían amplias facultades en los ramos de Guerra y Hacienda. El general Victoriano Huerta, si bien sabía los límites de su fuerza, al cabo de una vida dedicada a eliminar desheredados, locos y peregrinos del tiempo estaba más que familiarizado con la obra del desorden y la falta de poder. De historia sólo entendía que suele ser muy corta la carrera en política, y más para el militar que olvida el peligro de las palabras, de donde confeccionó un tosco refrán para eludir el delirio de la lisonja y no engancharse ni a causas ni a compromisos: para hacer a pendejos siempre hay tiempo. Así vio caer como a un pelele a su admirado Bernardo Reyes y avanzar hacia el pelotón de fusilamiento al general Gregorio Ruiz y encerrarse en una fortaleza a los generales Manuel Mondragón y Felix Díaz. Lo demás fue obra del azar que sacó del camino al herido general Lauro Villar e hizo que el cargo de comandante militar de la plaz a cayera precisamente en Huerta, pues así lo estipulaba la ordenanza, según explicó el general Felipe Ángeles al atónito Madero. La prueba de que Huerta conocía el desorden está en que la mañana del martes 11 de febrero —luego de que dos docenas de aspira ntes disfrazados como papeleros llegaron a la Ciudadela procedentes de la Catedral, en cuyas torres habían permanecido aislados desde la mañana del domingo — inició un estruendoso remedo de asedio a la Ciudadela. En primer lugar desplegó un cerco alrededor del recinto en un radio de seis cuadras, envió dos columnas de ataque al sur y al poniente de esa fortaleza que colocaron sus cañones en la misma dirección en que estaban emplazados los del general Mondragón, e instaló dos cañones en la calle de San José. En cierto momento se escucharon algunos tiroteos en la bocacalle de Balderas y Avenida Juárez. De inmediato uno de los cañones de la Ciudadela disparó sobre las baterías que el gobierno había dispuesto en el extremo poniente de la Alameda. A partir de las diez y media de la mañana Huerta dio la orden de que entraran en acción las baterías ubicadas junto al cascarón de acero del malogrado Teatro Nacional, en la Avenida Juárez, y en las inmediaciones del monumento a Cuauhtémoc. Bajo la ensordecedora algarabía de estos metales el mismo Huerta envió a la muerte a un primer grupo de 800 rurales por el centro de la calle de Balderas, pues fueron blanco fácil para los proyectiles que los rebeldes prodigaron desde dos piezas Chaumond-Mondragón, varias ametralladoras y copiosa fusilería. Más tarde el mismo Huerta intentó nuevas aproximaciones por diferentes calles, como Niño Perdido, Arcos de Belem, General Prim, Lucerna y 67 Revillagigedo, de suerte que el saldo de muerte en las filas del gobierno dejó atrás las cifras del primer día y al cabo de ocho horas de bombardeo los proyectiles no hicieron gran daño en las posiciones de los rebeldes. Por la tarde, al cabo de ocho horas de cañoneo, Huerta permitió entrar a la Ciudadela un importante contingente de comida para los alzados. El miércoles las piezas de artillería del gobierno lograron cimbrar la ciudad desde las siete de la mañana y su violencia fue mucho más intensa que el día anterior. “Casi todo cuanto ayer se dijo es inexacto”, escribió en su diario José Juan Tablada luego de leer lo que publicó ese día El Imparcial. “A pesar de la mortandad que el periódico hace llegar a 500 víctimas, quizá disminuyendo la cifra real, las condiciones continúan invariables y el gobierno no parece haber obtenido ventajas sensibles. El presidente sigue en palacio y Félix Díaz en la Ciudadela”. Tras aventurarse por las calles del centro un empleado de la Legación de Japón le contó que había visto cadáveres de mujeres y niños por todas las calles, más que de combatientes. El miércoles l legó a la ciudad el general Aureliano Blanquet con su 29 Batallón y las fuerzas leales recuperaron el edificio de la Sexta Comisaría en la calle de Revillagigedo, uno de los contados éxitos de la ofensiva de Huerta, quien por la noche volvió a permitir el acceso a la Ciudadela de ocho carros repletos de lo mismo que ya escaseaba en la ciudad: pan, leche, conservas y carnes frías en abundancia y cigarros, amén de medicinas, vendas, desinfectantes y aparatos de cirugía. El jueves fijó en la memoria de los capitalinos más de una docena de horas de bombardeo continuo en varias tandas de fuego graneado que bien pudieron superar varios centenares de cañonazos, más el estruendo de la fusilería y las ametralladoras de los rebeldes cada vez que recibían los piquetes de rurales que Huerta entregó a la muerte sin escrúpulo alguno. El día del bombardeo más cruento daña gran número de propiedades, anotó al día siguiente el titular del Mexican Herald. Por la mañana corrió la noticia de que el gobierno empezaría a incinerar los cadáveres que no fueran reclamados o identificados. Minutos antes de la 68 una de la tarde se escuchó el primero de 150 cañonazos que durante la siguiente hora destellaron y tronaron desde la batería ubicada en las inmediaciones del monumento a Cuauhtémoc. El general Ángel García Peña intentó sin ninguna suerte intimar la rendición de Mondragón y los suyos. Acaso fuera verdad también que acababa de dar inicio el verdadero ataque a la Ciudadela, pero lo cierto es que ese mismo día la artillería de los al zados destruyó la puerta ubicada en el extremo norte de Palacio Nacional, de donde la Cruz Blanca ya había recogido más de una treintena de muertos y heridos tanto en el interior como en los alrededores del edificio. La descomposición de los caballos tendi dos en diversas calles sumó su prédica a la fiesta de las balas. Por la tarde sólo una de las baterías del gobierno dejó de escupir fuego, la ubicada en Balderas y Rinconada de San Diego, pero a las seis y media cesó por completo el tiroteo. Y sin embargo pasada la medianoche se seguía escuchando el eco de diversos tiroteos. La ciudad era el aciago crespón de la tragedia para la mañana del viernes 14. Al cabo de una noche más bien tranquila, el cañoneo dio inicio a las seis de la mañana, una hora antes que el día anterior. A esa hora también se desataron fuegos de fusilería y ametralladoras. Los retenes de rurales impedían el acceso a la Plaza de la Constitución. El tráfico de trenes no se había suspendido del todo desde el asalto al Palacio Nacional pero e ra difícil si no es que imposible dar con un solo coche en las líneas urbanas. Los repartidores de pan y leche circulaban con cautela por calles vacías y en las que ahora en cualquier momento podía aparecer un caballo sin jinete a todo galope. La sangre ba ñaba los patios de las comisarías así como los pasillos del Hospital Militar y del Juárez. Cuerpos sin vida yacían junto a escombros de fachadas y vidrieras. El olor de la carne descompuesta invadía por oleadas el ambiente. Los cañones y las ametralladoras de la Ciudadela y sus alrededores atraían a cientos de curiosos que diario iban a constatar la situación de los sitiados. Ese viernes el presidente Francisco I. Madero envió al senador Francisco León de la Barra a hablar con el general Manuel Mondragón sobre la posibilidad de suspender las hostilidades por tres días. Ni armisticio ni negociación, fue la respuesta, si no se cuenta con la renuncia de Madero y su gabinete. A manera de remate los rebeldes prendieron fuego a la casa de Madero ubicada en la esqu ina de Liverpool y Berlín hacia el mediodía. El sábado 15 la artillería volvió a reanudar su bombardeo a las seis de la mañana y la Cruz Roja recogió los cadáveres que quedaron frente a Palacio Nacional desde la primera y sola limpia de una semana atrás. El número de cadáveres cremados en el antiguo rancho de Balbuena o en las calles de la ciudad nunca se supo con exactitud, pero sus saldos quedaron registrados nítidamente en decenas de fotografías y postales. Desde temprano circuló el rumor de que ese día los rebeldes bombardearían la Legación de Japón, en donde se encontraban los padres del presidente Madero. Por sugerencia de Henry Lane Wilson, escribe Charles C. 69 Cumberland, y con el apoyo de los representantes de Inglaterra y Alemania, el ministro de España solicitó la renuncia al presidente. “Madero, indignado por la violación de la etiqueta diplomática que representaba esa acción, negó que los representantes de los países extranjeros tuvieran derecho a pedir semejante cosa, y afirmó categóricamente que moriría en su puesto antes de someterse a presiones extranjeras”. Poco después, el mismo sábado, un grupo de senadores trató de conferenciar en el Palacio Nacional con el propio Madero para persuadirlo de los beneficios públicos o de la urgencia política o de la necesidad personal de que presentara su renuncia al cargo junto con José María Pino Suárez. Tras una larga antesala, al cabo de la cual se vieron obligados a plantear el asunto de su visita a varios secretarios, los legisladores optaron por redacta r un manifiesto y hacer del conocimiento público su interés por la restauración del orden. A las cuatro de la tarde, al cabo de dos horas de silencio, se volvió a reanudar el fuego y hacia las cinco era nutrido el cañoneo de la batería de Cuauhtémoc, así c omo el de fusilería y ametralladoras. Y a partir de las seis y media el silencio se apoderó de la ciudad. En la mañana del domingo 16 la Catedral echó las campanas al vuelo para dar a conocer que las negociaciones del cuerpo diplomático al fin habían logr ado que el gobierno y los rebeldes pactaran un cese al fuego por 24 horas. La idea era trasladar a Santa María la Ribera a los residentes extranjeros que habían buscado refugio en sus respectivas legaciones. Sin embargo, la tregua no pasó de las dos de la tarde. Las descargas de fusilería, las ametralladoras y el estruendo del cañoneo y los impredecibles estragos de sus proyectiles invadieron las horas de la tarde. Y el lunes, los que llegaron a ver ese día, se aseguró que fue el peor o el más intenso de todos. A partir de las 10 de la mañana del martes 18 de febrero las baterías de la Ciudadela tirotearon con mayor deliberación el Palacio Nacional, pues ellas asimismo se habían dedicado a aumentar el miedo de la población antes que a rendir a sus adversarios. Más adelante se conoció que al final del día se cremaron 110 cadáveres en el horno del Hospital Juárez, 60 menos que durante el jueves anterior. Hacia las tres de la tarde Joaquín Maas, teniente coronel de Estado Mayor, se acercó a la Ciudadela para informar personalmente al general Manuel Mondragón que el presidente Francisco I. Madero acababa de ser arrestado junto con el vicepresidente José María Pino Suárez en Palacio Nacional por el general Aureliano Blanquet. En un abrir y cerrar de ojos Mondra gón vio que en ese momento había en la ciudad dos mandos y dos ejércitos, uno de los cuales encabezaba el comandante militar de la plaza que acababa de reducir a Madero, el 70 general Huerta. El fracaso de su propia insubordinación nunca le pareció más natural o sencillo. Más tarde confirmaron la noticia los embajadores que desde el inicio del conflicto se habían dejado ver en la Ciudadela, entre ellos el de España que llegó a esa fortaleza precedido por vítores, Bernardo J. de Cologan. Resultaba del todo imposible hablar de éxito para Mondragón: al llegar a su fin la lucha entre el gobierno de Madero y las fuerzas de la Ciudadela sólo podía haber sitio para un sobreviviente, Huerta. Incluso sobre la figura de Madero al momento de ser detenido la opinión públi ca precipitó imposturas y verdades a medias. El Correo Español, por ejemplo, al narrar el momento en el que Huerta envió a un coronel y a un mayor del 29 Batallón a arrestar a Madero, afirmó que ambos cayeron a tiros de revólver por el propio Madero y uno de sus ayudantes. Pero estas y otras versiones de los últimos días de Madero en realidad circularon varios días o semanas después de su asesinato. El martes Huerta dispuso minuciosamente cada movimiento, tanto en las calles como en el interior del Palacio Nacional. Blanquet, el jefe del 29 Batallón, hacia la una de la tarde se encargaría de arrestar en Palacio Nacional a Madero junto con todo su gabinete, en lo que el propio Huerta acudía a una comida con Gustavo Madero en el restaurante Gambrinus. Así, en compañía del teniente coronel Teodoro Jiménez Riveroll, el mayor Pedro Izquierdo y otros oficiales, Blanquet ingresó al Salón de Consejo donde se encontraba Madero a pedirle que renunciara en nombre de la paz y de la tranquilidad que demandaba la Repúblic a. Madero le respondió que no podía renunciar, si bien aceptaría que los miembros de su gabinete lo hicieran o que se retirara Pino Suárez, pero que él debía permanecer en su lugar. A eso las palabras de Blanquet fueron las siguientes: “Usted es mi prisionero”. Al instante los ayudantes militares del presidente desenfundaron sus revólveres y al hacer fuego se llevaron a Jiménez Riveroll, Izquierdo y Marcos Hernández Madero, hermano del secretario de Gobernación. Huerta llegó al Gambrinus en compañía de un grupo numeroso de paisanos poco antes de las dos de la tarde, forzó la puerta del restaurante, y al tiempo que gritaba ¡Alto ahí! ¡Todos ustedes son mis prisioneros!, su gente encañonó y detuvo al único grupo de comensales que ahí departía, integrado por v arios oficiales del ejército, entre ellos el general José Delgado, algunos agentes de la policía Reservada y Gustavo Madero. Este último una vez desarmado sólo atinó a preguntar: ¿A dónde me llevan? En adelante difieren las versiones. La menos cruel en apariencia dice que al hermano del presidente lo treparon de inmediato a un coche que lo tramitó a toda velocidad al Palacio Nacional, donde permaneció encerrado hasta la una de la mañana, hora en la que se presentó una escolta para llevarlo a la Ciudadela, y que una vez ahí un soldado le dio muerte de un disparo certero cuando el execrado Ojo Parado se echó a correr para salvar la vida. Una 71 hora después del levantón del Gambrinus se detuvo al general Felipe Ángeles en el mismo Palacio Nacional. Huerta dio ins trucciones estrictas en cuanto a impedir el acceso a cualquiera que pretendiera entrar a la sede de los poderes, aun portando el pase emitido más recientemente. A las ocho de la noche, mientras el fuego consumía el interior del trasegado edificio del diario maderista Nueva Era, Huerta y Félix Díaz llegaron a un acuerdo que ellos bautizaron como el Pacto de la Ciudadela y la gente llamó el Pacto de la Embajada no obstante que se logró en la sede de la embajada de Estados Unidos. Según este pacto, montado co n el pretexto de reconciliar a las dos fuerzas militares existentes, Huerta tenía el derecho de acceder a la presidencia provisional del país, se estipulaban los nombres de quienes integrarían el gabinete —siendo Díaz quien aportó los nombres de Toribio Es quivel Obregón, Francisco León de la Barra, Manuel Mondragón, Rodolfo Reyes — y ambos asumían el compromiso de impedir la restauración del gobierno de Madero. Sin embargo, los insubordinados aún debían salvar algunos obstáculos para aplicar el delgado barniz de la legalidad a su obra, entre ellos, nada menos, la obtención de las renuncias del presidente y del vicepresidente. Y esto fue el centro de los siguientes tres y últimos días de Madero. Ante la resolución de Madero, el miércoles 19 por la mañana el g eneral Victoriano Huerta pensó, en primer lugar, atribuirle la muerte del teniente coronel Riveroll, a fin de inhabilitarlo, procesarlo y condenarlo. Pero la estratagema, en caso de funcionar, no haría más que habilitar a Pino Suárez, por lo que se volvió a la necesidad de obtener las renuncias de ambos, acaso a cambio de respetarles la vida. Ernesto Madero y Pedro Lascuráin, secretario de Relaciones Exteriores, conferenciaron con los detenidos en la Intendencia del Palacio Nacional, tras de lo cual Madero dijo estar dispuesto a presentar su renuncia siempre y cuando tan delicado documento quedara en poder de un tercero, quien lo entregaría a Huerta una vez que hubiera dejado a Madero en el puerto de Veracruz, a donde lo escoltarían algunos diplomáticos. El presidente pensó originalmente en depositar su renuncia en manos de Anselmo Hevia, el ministro de Chile, pero al fin se dejó convencer por Lascuráin de que se la diera a él. Madero también exigió la libertad de su hermano Gustavo, de cuya muerte desde lueg o no tenía noticia, así como de su secretario particular, Juan Sánchez Azcona, el general Ángeles, todos los miembros de su Estado Mayor y algunas personas más. Por último, Madero demandó que Huerta se comprometiera por escrito en que respetaría estas condiciones. Huerta accedió cumplir las cuatro condiciones y afirmó que Madero sería conducido a Veracruz en un tren especial a las siete de la tarde del miércoles. Madero redactó un borrador de renuncia y Lascuráin lo sometió a la aprobación de Huerta. Luego el presidente y el vicepresidente firmaron, al calce, su renuncia 72 colectiva. A partir de ese momento el tiempo empezó a gastar minutos y horas sin que los otros detenidos salieran en libertad, salvo el general Ángeles, y sin que se condujera a Madero y Pino Suárez al referido tren especial, so pretexto de que Huerta prefirió de último momento postergar su salida hasta el viernes por la mañana. Ya no corría ninguna prisa: Lascuráin, a espaldas del ahora ex presidente, ya había puesto en manos de Huerta la r enuncia de Madero y Pino Suárez. El Pacto de la Ciudadela había salvado el primer obstáculo. Un puñado de personas se dedicó a tratar de salvar de la muerte a Madero y Pino Suárez. La familia del primero, desde luego, y algunos miembros del cuerpo diplomático: el ministro de Alemania, el almirante Von Hintze, el ministro de Cuba, Márquez Sterling, el ministro de Chile, el ya citado Hevia. Intentaron hablar y en efecto hablaron al respecto con Huerta, quien siempre estuvo dispuesto a empeñar su palabra en c uanto a que no se tomaría ninguna represalia. Trepados de la cuerda de sus propias actividades los mismos diplomáticos abogaron por Madero y Pino Suárez en Palacio Nacional el viernes 21, en ocasión de la recepción del novísimo presidente Huerta, y lo volv ieron a hacer la tarde del sábado 22 que la embajada de Estados Unidos celebró en todo lo alto el nacimiento de George Washington. Esa noche, hacia las diez y media, dos automóviles trasladaron a Madero y Pino Suárez del Palacio Nacional a Lecumberri, escoltados por fuerzas del 7º Cuerpo de Rurales al mando del mayor Francisco Cárdenas. En la parte posterior de la penitenciaría se les dio muerte. Al instante se conoció la charada con la que en vano se trató de ocultar este doble asesinato. Sobre una sola persona cayó la responsabilidad: Huerta. Y sin embargo, varios años después, refugiado en Guatemala, el mayor Cárdenas le dijo a José Santos Chocano que no había sido Huerta quien le ordenó liquidar a Madero y Pino Suárez, sino el general Blanquet. “Me hizo llamar a su despacho y me sorprendió con la orden y las instrucciones respectivas, agregando que le respondía con mi vida de la ejecución y del silencio para todo el mundo”. A saber si importa demasiado. El otro silencio, el silencio que como una frazada cayó sobre la ciudad de México la noche del martes 18 de febrero de 1913, sólo podía tener el signo de la muerte. El remedo de legalidad, bajo el signo de la presunta furia moral contra el gobierno de Francisco I. Madero que dijeron compartir las dos ins ubordinaciones, llevó al Congreso a tomar la protesta del presidente sustituto, Pedro Lascuráin. Luego, este último dio un nuevo nombramiento al general Victoriano Huerta: secretario de Gobernación. Todo lo anterior se realizó con prisa que no impidió al g eneral Manuel Mondragón entender el desastre de su causa, que era también la de Luis García Pimentel, Íñigo Noriega, Cecilio Ocón y, desde luego, Félix Díaz. El cuartelazo de Huerta, el segundo que enfrentó Madero tras el primer ataque al 73 Palacio Nacional, lleva la fecha del 18 de febrero y se consumó en el momento en que renunció Lascuráin a su cargo y subió en su lugar el propio Huerta. Antonio Saborit. Historiador, traductor, ensayista. Su más reciente libro es Diario de las cigarras. CHINA: LA SONRISA IMPLACABLE Roberta Garza Pocas cosas hablan del vertiginoso cambio en los usos y costumbres del chino promedio como sus perros de compañía. Caminan por la calle tan adornados como los niños únicos que los acompañan: la pelusa de las orejas, teñida de rosa, hace juego con el almidonado tutú de la amita, dando fe de cuánto la frivolidad se ha instalado en un país donde alguna vez hubo un coordinado gris reglamentario. En la nueva China cada quien elige su símbolo de estatus: los niños llevan mascotas, las muchachas clasemedieras confecciones caseras con brillos, transparencias y encajes, y las hijas o esposas del millón o más de millonarios chinos, generalmente conectados al Partido, ostentan bolsos y tacones Hermès, Vuitton, Dior o Prada, comprados a veces en el extranjero y a veces, con un sobreprecio de hasta 75% en impuestos de lujo, en tiendas locales que no se dan abasto para surtir a las muñequitas de porcelana, en grupos de dos y tres, que llegan en coches alemanes con o sin chofer. Las amantes de los nuevos ricos componen casi un tercio de ese floreciente mercado; a los Mini Coopers y los BMW serie 3 los locales les llaman “coche de amiguita”. Se espera que para 2015 el país se convierta en el líder mundial de consumo de bienes de ultralujo, a pesar de la desaceleración: el crecimiento 74 económico anual en China en 2011 fue de los más bajos de la década, apenas rebasando el 9%. Desde hace dos mil 500 años “carne fragante” o “borrego de la tierra” son eufemismos usados para la carne de perro, que aún se consume en regiones del sur de China como Guangxi y Guangdong, sobre todo en invierno cuando, dicen, es buena para mantener el calor corporal. Durante las hambrunas del Gran Salto Hacia Adelante alimentar a un perro era visto como una afrenta, una debilidad burguesa: los perros domésticos dejaron de existir y los callejeros se convirtieron en una rara presencia que, para los humanos, terminaba en festín. La carne de perro volvió a ofrecerse en los menús de los restaurantes que llegaron con la reactivación económica aunque, durante las olimpiadas de 2008, el gobierno chino ordenó a las cocinas de Beijing que retiraran cualquier plato con perro para evitar herir las susceptibilidades occidentales. En Hong Kong el consumo de carne de perro y de gato está penado con cárcel desde 1950, en el resto del país, sin embargo, los intentos por pasar una legislación similar se han enfrentado con reticencias. Tener en China un perro en casa es la mejor manera de decirle al mundo que se es parte de una nueva casta a la cual le sobra el dinero y el tiempo y, sobre todo, que quiere marcar su distancia con las costumbres bárbaras del viejo país. Para mostrar a sus hijos cómo era la China de antes —primitiva, ignorante y pobre—, los jóvenes profesionistas dejan a sus ma scotas encargadas y se llevan a los niños a vacacionar a Corea del Norte, donde en las calles, por cierto, no hay un solo perro. Beijing, con más de 20 millones de habitantes y cinco millones de autos, difícilmente se permite un bache, una luminaria fund ida, un papel tirado o un paso a desnivel sin jardineras rebosantes de flores. El transporte público es eficiente, los espacios comunitarios son cómodos y concurridos y hay tres turnos diarios de mantenimiento y limpieza en la ciudad. La seguridad es digna de las mejores autocracias: el principal crimen es la estafa al turista desprevenido o el robo de bolsas y carteras en sitios atestados, es decir, en casi todos lados. Pero comparada con la vieja elegancia de Shanghai o el expansivo encanto de Chonking, a Beijing le sobra una monumentalidad apresurada y fría que apila edificios en forma de nido, de huevo, de tortuga o de galaxia diseñados por firmas como Rem Koolhaas o Norman Foster. En su afán modernizador la ciudad se tragó, en un parpadeo, a sus nostálgicos barrios callejoneros, donde los vecinos eran hermanos de banqueta y el tejido social se construía una generación a la vez. En los años cincuenta la expansión industrial comenzó por decreto a las puertas de la vieja ciudad imperial. En los sesenta las centenarias murallas de la gran capital del norte fueron demolidas para construir sobre su trazo el Metro por debajo y el 75 segundo anillo periférico —hoy son seis— por encima, y las hermosas casas de patios grises con puertas de laca roja que rodeaban a la Ciudad Prohibida se convirtieron en comunas rápidamente dilapidadas. En los ochenta la modernidad arrasó primero con los barrios tradicionales y luego con sus suburbios agrícolas, verdes de arroz, para erigir condominios asépticos que siguen acogiendo una migración interna rica en el mejor talento del país. Los pocos barrios que sobreviven aún, erigidos desde el siglo XIII hasta la revolución del 49, son amenazados de continuo por las grúas que parecen otear el firmamento de la ciudad. Sus viejos habitan tes se han ido, algunos buscando el confort de los nuevos edificios y otros queriendo adelantarse a las evacuaciones forzadas. En China el Estado es el único dueño de la tierra, y la otorga a voluntad a particulares a través de contratos que pueden rescind irse en cualquier momento. Hay 25 barrios históricos declarados zona protegida, pero la medida ha conservado sólo la arquitectura; los vecinos siguen huyendo del encarecimiento progresivo donde las boutiques de alto diseño, los restaurantes finos o los extranjeros con buenas conexiones que habitan la ciudad pocos meses al año, han sustituido a las familias señoriales, a las casas de té y a las tienditas esquineras. Raros son los callejones que aún conservan en sus banquetas al par de viejitos jugando damas chinas o a la señora que barre su entrada al sol de la tarde. Siguen siendo hermosos, pero el viajero siente que está recorriendo las entrañas de un lindo cadáver embalsamado. Después de la revolución Mao consultó al arquitecto e historiador Liang Sichen g, quien le propuso conservar los barrios tradicionales alrededor de la Ciudad Prohibida y sacar los nuevos desarrollos a las afueras. El presidente rechazó la idea, queriendo eliminar todo símbolo del viejo feudalismo; cuenta la historia que la noche antes de la demolición de los primeros hutongs, Liang Sicheng subió a las murallas de la ciudad imperial y se echó a llorar. La casa donde vivió su infancia y juventud fue destruida a principios de este año. El Templo del Cielo es un sitio de oración constru ido para uso exclusivo del emperador. El monumento central, la pagoda triple de madera ensamblada sin metales, es una fantasía de lacas azules y doradas. Terminado el complejo en 1420 por el emperador Yongle —Eterna Felicidad—, tercero de la dinastía Ming y constructor de gran parte de la Ciudad Prohibida, fue usado como templo hasta mediados de 1800 cuando fue ocupado por los ingleses durante la Segunda Guerra del Opio. Como museo fue abierto al público luego de haberse rescatado de la ruina apenas en 1918. Una extensa restauración después del golpe incendiario de un rayo lo ha convertido en uno de los sitios de reunión más interesantes de Beijing. 76 Al entrar al jardín que rodea al conjunto, adultos con pañoletas rojas bailan viejos cantos revolucionarios coreados por entusiastas compañeros. Más adelante un grupo de músicos ensaya melodías tradicionales, aquellas que durante la Revolución Cultural fueron prohibidas, en instrumentos reconstruidos desde piezas rotas, grabados y fotografías que algunos lograro n esconder de las brigadas maoístas; las espadas de los practicantes de tai chi cortan el aire con silbidos metálicos y los gritos y risas de los jugadores de damas y mahjong resuenan en los pasillos. Al entrar a la pagoda los chillidos y aleteos de las go londrinas que viven en los alerones del edificio opacan los gritos de los turistas extasiados. Sólo una transacción se hace en silencio en el Templo del Cielo. Aquí y allá un par de adultos sostienen una hoja de papel o un pequeño cartel al pecho. Buscan pareja para sus hijos, y en el papel escriben los generales del vástago; si es mujer anuncian qué tanta instrucción tiene, si sabe cocinar, si es dulce de carácter o si es bonita. De ser hombre, apuntan si tiene coche y departamento, qué estudios completó y en qué trabaja. Los paseantes se paran, leen y, si encuentran coincidencias agradables —por ejemplo, si el chico tiene dinero y la chica es hermosa—, comienzan las negociaciones. Si no les interesa lo que ven, pasan de largo sin decir una sola palabra. En Cantón hay un plato de consumo infrecuente que se llama San Zhi Er —los Tres Gritos—, un delicatessen cuyo ingrediente principal es el ratón recién nacido: el primer grito lo da el animal cuando lo toman para lavarlo, el segundo cuando su parte inferior, y sólo su parte inferior, es introducida en aceite sazonado e hirviente y el tercero cuando es masticado por el comensal. O eso cuentan los cocineros chinos, a quienes tiendo a creerles cuando preparan, al lado de los kebabs de las regiones islámicas y l os dimsums típicos de Shanghai, botanas hechas con alacranes, estrellas de mar, erizos, tentáculos de pulpo semovientes, grillos, penes de chivo —largos y delgados—, víboras despellejadas, caballitos de mar secos y larvas de gusano de seda que esperan la f reidora y los clientes en la calle de Wangfujing donde, excepto en invierno, de seis a diez de la noche se congregan por igual los oficinistas nativos en busca de un bocado rápido y los visitantes morbosos. Los vendedores parecen divertirse más que irrit arse con el turista pasmado, aprovechando la oportunidad de coquetear con las rubias de quijada descoyunturada: “Qué linda eres, ¿de dónde vienes? ¿Quieres carne de víbora? Es buena para la fertilidad”, dicen, en un inglés mocho acompañado de una enorme sonrisa. Es un lugar común explicar la costumbre de los chinos de consumir casi cualquier cosa por las hambrunas que han azotado sus tierras a través de la historia. En el sur del país afirman comer todo lo que tenga patas, con la excepción de las sillas. 77 Pero la sofisticación con que tratan los ingredientes más inverosímiles o, para Occidente, repulsivos, indica más una curiosidad hedonista que la necesidad de satisfacer una necesidad fisiológica. La preparación de los alimentos cotidianos es, todavía, una ceremonia que se le encarga a los decanos, donde las reuniones familiares alrededor de la mesa son tratadas con una reverencia que la modernidad no ha conseguido borrar del todo. El pato Pekín, por ejemplo, llega a las mesas del color de la madera laqueada crujiendo como un caramelo alrededor de una carne deliciosa y tierna. Un destazador experto corta y sirve las lajas de piel con apenas un poco de carne. Esto se come enrollado en un disco de harina de arroz al cual se le añade salsa de ciruela y, a veces, de ajonjolí, y algunas tiritas de pepino y de cebollín. Pero eso sólo es la primera parte, la única que se sirve en la mayoría de los restaurantes fuera de China; en el país, la carne que queda se lleva a la cocina para preparar un picadillo con castaña s y bambú, servido como segundo turno, en hojas de lechuga. Para terminar, los huesos se reúnen con las patas del animalito para preparar un consomé transparente y aromático que finaliza la comida. Los patos ideales para esta receta son alimentados cuatro veces al día sólo con cereales y tienen, a lo más, dos o tres meses de nacidos cuando son sacrificados. La preparación comienza días antes del servicio con inyecciones de aire entre la piel y la grasa alrededor de la carne, para luego pasar al animal por agua hirviendo y colgarlo para bañarlo en un caldo espeso de azúcar y especias por 24 horas. Al final es rostizado entero, colgado, en un horno cerrado. En los buenos restaurantes de Beijing es necesario reservar el plato cuando menos con un día de antelación, aunque los menos previsores siempre pueden optar por el Burger King que, sólo en China, sirve una hamburguesa de pollo a la pato Pekín: pollo frito cubierto con una salsa ahumada que imita el sabor del pato original, y que representa una de las piezas de comida rápida más vendidas en el país. 78 Graduarse de una universidad de prestigio, en China, asegura un empleo bien pagado y con prestaciones envidiables en el sector público. La escuela va por cuenta del Estado hasta la preparatoria; después, las me jores universidades cuestan cerca de mil dólares al año. Pero hay que lograr una admisión no sólo rigurosa sino blindada a la endémica corrupción que permea al país: en las colonias prósperas anidan, sobre los techos, enjambres de antenas parabólicas que permiten ver la televisión satelital internacional, asunto vedado por una censura gubernamental que considera delito conectarse a Facebook. Al preguntarle al guía al respecto, éste sonríe y contesta: “bueno, mientras no se importune de otras maneras al Partido, las leyes en China son realmente sugerencias”. Cuando preguntamos si es posible comprar la aprobación de los exámenes escolares, la respuesta es un enfático no. ¿Qué hacen los padres ricos cuando sus vástagos reprueban? Muy fácil: mandan al crío a s acar su diploma en alguna universidad del extranjero. Pero la gran mayoría de los chinos no son ricos y, para los hijos del pequeño comerciante, del obrero o del campesino, la ruta al éxito pasa por el buen desempeño académico. La competencia es feroz: en las zonas rurales el horario de las preparatorias es de siete de la mañana a 10 de la noche y el último año no hay vacaciones o fines de semana. La condescendencia ante cualquier desventaja cultural o económica es inexistente; en la provincia de Hubei los chicos tienen la costumbre, los días previos a las pruebas finales, de conectarse la vena a bolsas llenas de vitaminas, glucosa y minerales para evitar perder el tiempo en comer. Las autoridades escolares permiten la práctica en los salones de estudio de sus facultades: no hay por qué impedirlo si los muchachos no se causan un daño permanente, dicen. Cada verano poco más de nueve millones de adolescentes son evaluados a lo largo de dos días. Sólo un 30% pasa la prueba. En 2011, en la provincia de Longhui, un estudiante de nombre Liu Pin llegó 15 minutos tarde a la primera sesión y le fue negada la entrada. Subió al techo del dormitorio más cercano y, desde una altura de seis pisos, se aventó al pavimento y a la muerte. Cuando la familia, buscando explicaciones, levantó el cuerpo y lo llevó en brazos hasta la entrada de la escuela, fue dispersada a golpes por la policía por alterar el orden en temporada de exámenes. Fuera de los Han, dominantes económica y políticamente, hay 55 etnias reconocidas oficialmente por el gobierno chino. No llegan al 10% de la población y están exentas de la regla de un solo hijo por familia, pudiendo tener dos y, a veces, si son ricos —raramente—, tres. Los Han, habitantes principales de los polos urbanos, afirman que la pobreza se concentra al oeste, lejos de la costa del Pacífico; un poco en el Tíbet, pero también en las regiones musulmanas como 79 Xinxiang, predominantemente Ugyur y Gansu, Yunan y Ningxia, donde habitan los Hui. Afirman también que no es el gobierno el que ha fal lado, sino que esa minoría es floja, rebelde e indisciplinada. Los musulmanes chinos, sunitas en su mayoría, conforman el 1.6% de la población con poco más de 20 millones de fieles. Hay en China una Iglesia Católica, Apostólica y China que en todo se par ece a la vaticana pero que ocasionalmente desconoce a los cardenales ungidos por Roma para consagrar a los propios: cuando los primeros señalan, digamos, el mal estado de los derechos humanos en el país. Lo mismo sucede con el budismo lamaísta tibetano, cuyos devotos van acumulando inmolaciones en atención al cambio de premier: a partir de la pasada primavera, a criterio de los oficiales chinos en Tíbet, están obligados a tener en cada monasterio un rector emanado del Partido. Menos conocida por carecer de un líder carismático de cara a Occidente, pero más violenta, es la pugna con el islam: el gobierno chino creó a inicios de 2001 la Asociación Islámica China, diseñada para “difundir el Corán y oponerse al extremismo”, sobre todo el de naturaleza separatist a; la supervisión por parte del gobierno de los discursos de los imames y de los currículos de las escuelas islámicas es tan rutinaria como estricta. Luego del ataque a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, 22 ugyures apresados en un campo de entrenamiento afgano llegaron a la prisión de Guantánamo. Casi todos fueron liberados poco tiempo después. Dentro de China sus colegas no corrieron con tanta suerte; el atentado favoreció una política internacional menos vigilante de los métodos antijihad, y en China no se desaprovechó la coyuntura en el combate al terrorismo doméstico: Xinjiang, sede de la etnia ugyur, es la capital de la pena de muerte en un país que la aplica más que ningún otro en el mundo. Mientras Europa se desperezaba del Medioevo, China se regodeaba en el lujo y la belleza de sus cortes, experimentando con una técnica que tomó de sus contactos con el Imperio Bizantino: el decorado de jarrones y otros objetos de cobre con filigrana trazada en delgado alambre del mismo metal, o de oro , cuyos diminutos huecos eran luego esmaltados, horneados y pulidos hasta obtener joyas multicolores muy lejanas de las pulseras troqueladas que hoy venden en los mercados para turistas. Como los perros de raza pekinesa y la seda dorada, el cloisonné pronto se volvió un producto exclusivo de las cortes. Hoy una pieza de probada procedencia imperial e interés artístico es un tesoro que puede rebasar fácilmente el millón de dólares, pero durante las purgas maoístas de fines de los años sesenta la belleza y la erudición eran vistos como vicios burgueses: los esmaltes que durante los asaltos a los palacios, primero, y los asaltos a la razón, después, no fueron robados y contrabandeados hacia las colecciones privadas de Europa y Estados Unidos, o hacia los museos de Taiwán cortesía de la previsión 80 de Chiang Kai-shek —quien se llevó a la isla las 693 mil 507 piezas que hoy forman el Museo Nacional de Taipei, previendo la invasión japonesa, y que tuvo a bien nunca regresarlas presintiendo la entronización de Mao —, terminaron quemados y desfigurados, perdonándoles sólo el alma de cobre para su uso en labores más revolucionarias como hervir agua o acarrear grano. Deng Xiaoping llegó a París, en el otoño de 1920, a sus 15 años. Su biografía oficial dice que cuando su padre le preguntó qué quería aprender de Europa, el futuro líder le contestó: quiero tomar la sabiduría de Occidente para salvar China. Lo cierto es que fue durante los seis años que pasó en Francia, y no antes, cuando se afilió, luego de conocer de primera mano las condiciones de miseria de los obreros europeos de la Revolución Industrial, a las nacientes juventudes comunistas. Pero también refinó allí su interés por la música, la literatura y el art nouveau francés; interés que, años después, junto con su afán por reformar las políticas fallidas del Gran Salto Hacia Adelante, le granjearía la oportunidad de reeducarse —el eufemismo revolucionario para castigo y exilio — por cortesía de una Revolución Cultural que descalabró el espíritu de su pueblo tanto co mo su riqueza estética e histórica, dejando sus tesoros arquitectónicos como el turista los encuentra hoy: como cáscaras reverberantes. Cuando Xiaoping concluyó su rehabilitación en una fábrica de tractores de Jiangxi lo llamaron al equipo económico del Partido, desde donde tejió calladas alianzas con otros descontentos que, poco después de la muerte de Mao, lo llevarían al poder. Sus planes para el rescate de China pasaban por la resurrección de las competencias nacionales a través de su acervo intelectua l y artístico, y el Estado reabrió por decreto las facultades de artes y ciencias, las academias de ópera, las escuelas de caligrafía y los talleres de orfebrería. Para entonces sólo quedaban en China 32 maestros del cloisonné, y no todos en buen estado: e n la Revolución Cultural golpear las manos hasta romper los huesos era un castigo frecuente para los artistas tozudos. En China el salto a la modernidad ha sido disparejo: los estadios, aeropuertos, museos y parques deslumbran a cualquiera, hasta que ese cualquiera busca un 81 sanitario y se encuentra con que la mayoría, excepto en los hoteles y restaurantes de lujo, son agujeros en el piso, sin metáfora alguna que medie el desconcierto. Los menos malos tienen mosaicos de acero corrugado y huellas marcadas a cada lado del hueco para indicar dónde poner los pies, y los otros son un cubo vaciado en cemento con un hoyo negrísimo en medio. Un tanque a la altura de la cabeza de donde pende una cadena forma el simple pero eficiente sistema de desagüe, que permite una buena higiene siempre y cuando los clientes anteriores hayan tenido una diestra puntería. Esto rara vez sucede. La costumbre explica la enorme facilidad que tienen lo chinos para ponerse en cuclillas, posición que pueden sostener por horas mientras esperan en las filas propias de un país que rebasa los mil millones de almas. El precario sistema de salud nacional no es atribuible sólo al apego que los chinos sienten por su medicina tradicional, que apunta al cuerno de rinoceronte, de tejido similar al que conforma el cabello o las uñas humanas, como un potente reductor de la fiebre, o al polvo de hueso de tigre como un restaurativo y antiinflamatorio, sino también al desprecio que esa sociedad siente por lo individual; la vida humana, en lo particular, es vista como prescindible. Cuando uno de los problemas principales de una cultura así es el control poblacional, la muerte de los enfermos, los viejos y débiles se vuelve asunto secundario: a blessing in disguise. Los hospitales chinos, de difícil alcanc e para la mayoría de la población, sostienen protocolos cuya insuficiencia asustaría al más negligente centro de salud occidental: en la provincia de Guangdong las infecciones crónicas reportadas el pasado otoño en el ala de maternidad fueron achacadas a q ue las pacientes estaban muy gordas, o muy flacas, para cicatrizar bien y, a fines de octubre de 2011, el hospital de la Cruz Roja de la ciudad de Foshan recibió en emergencias a una embarazada de ocho meses con sangrado y dolor abdominal. El parte médico indicó que al nacer el bebé no respiraba; lo entregaron a la morgue y le anunciaron a la madre que su hija había fallecido. La cuñada pidió el cuerpo de la niña para enterrarlo: cuando abrió la bolsa la niña se movía, echaba espuma por la boca y era niño; la enfermera encargada quiso paliar el dolor de la madre evitando anunciarle a la familia que habían perdido a un varoncito. Al llegar a Yichang, punto de embarque del Yang -Tze, la niebla da paso a colinas ondulantes, verdes y llenas de árboles de durazn o. Es hasta poco antes del muelle cuando comienzan a aparecer los primeros edificios de concreto prefabricado, de aire estalinista, y un agujero de tierra roja se abre frente a ellos en lo que parece un grito. La cara de la guía se ilumina de orgullo mient ras explica: “Ya arrasamos con siete de estas colinas para construir las casas de los desplazados por la presa. De ser un pueblo de 400 mil habitantes, ahora somos cuatro millones”, remata. 82 La presa en cuestión, la de las Tres Gargantas, soñada por Sun Ya t Tzen desde 1919, deseada por Chiang Kai-shek, apoyada inicialmente por Estados Unidos — que para ello entrenaron a no pocos ingenieros chinos a inicios de los años cuarenta— y dejada al garete por las penurias económicas de las políticas de Mao, sumergió 632 kilómetros cuadrados de superficie y, con ellos, a mil 300 sitios arqueológicos, 13 ciudades, 140 pueblos y mil 325 caseríos, con todo y las tumbas de sus ancestros. Más de un millón y medio de personas fueron reubicadas durante los 17 años que duró su construcción, cuya etapa final cerró este pasado verano después del desembolso de casi 60 mil millones de dólares: un buen negocio a cambio de la suficiente electricidad limpia —la Comisión para el Desarrollo de China dice que se ahorran al año 100 millon es de toneladas de gases de invernadero— como para abastecer las necesidades energéticas, digamos, de Suiza. No pocos de los reubicados vivían en condiciones premodernas, en pequeñas granjas de subsistencia mínima, sin agua corriente ni drenaje y con la electricidad que puede dar una planta de diesel. Pero cambiar la libertad expansiva de una vida rural por condominios de interés social expuso a sus nuevos habitantes al escrutinio del hacinamiento urbano y a la culpa por perder tradiciones y vínculos centenarios con la tierra de sus antepasados: la delincuencia y la violencia doméstica alrededor de estas comunidades, surgidas como hongos en primavera, es rampante. Más difíciles de cuantificar han sido los daños ecológicos, paradójico resultado de la hidroeléctrica: cientos de fábricas, basureros y minas fueron sumergidos junto con los asentamientos humanos, y los desechos corrosivos que escapan desde abajo se han sumado a los drenajes que las nuevas instalaciones en tierra firme tiran impunemente desde arriba. A la lista de animales en peligro de extinción entraron la garza siberiana —quedan entre cuatro y cinco mil ejemplares —, el esturión chino —cerca de mil— y el bai-ji, una de las cuatro especies de delfín de agua dulce del mundo. La diosa del Yang -Tze, como se le conocía a este símbolo de paz y prosperidad, sería la rencarnación de una princesa que fue ahogada por su familia al rehusar casarse con un hombre que no amaba. El pequeño cetáceo, cuyo conteo es técnicamente cero —la última excursión para contar especímenes, en 2006, no pudo documentar a ninguno, aunque un animal blanco captado nadando cerca de la provincia de Anhui en un video amateur de 2007 fue tentativamente confirmado como un bai-ji—, es la última especie en extinguirse por causas directamente atribuibles a la acción humana. Los Tujia son un pueblo que habita las laderas a lo largo del río Shennongxi, en la provincia de Hubei. Dicen descender del imperio Ba, de origen desconocido; una 83 teoría apunta a que vinieron del Tíbet, otras, a que siempre estuvieron allí. Se les conoce como Tujia —los locales— desde que sucumbieron al dominio de los Chin en el siglo XV; perdieron su autonomía pero conservaron sus prerrogativas al convertirse en proveedores de los más fieros guerreros para las difere ntes dinastías imperiales. No tienen idioma escrito pero su acervo se ha conservado a través de las canciones que acompañan sus vidas; el novio que corteja a una muchacha le declarará su amor cantando, y ella le contestará de manera afirmativa o negativa, pero cantando igual. Se casarán quizá y, poco después, tendrán un hijo o hija: de ser niña, el padre plantará frente a su casa un pequeño bosque, que no cortará hasta que ella se comprometa a casarse y, con la madera, hará muebles para los futuros esposos; una cama, una cuna y quizá una mesa para la cocina. Mientras tanto, la hija llorará y cantará por tres días completos antes de la boda: el primero, porque perderá la compañía de sus padres; el segundo, porque dejará de ver a sus hermanas o hermanos y, el tercero, por miedo a la vida que le espera. El Shennongxi es estrecho y corre entre acantilados tan verticales como verdes, de un verde que palidece ante un agua que hoy parece espejo de jade, pero que antes de ser domada por los 150 metros de líquido que recibió cuando entró en operación la presa de las Tres Gargantas rompía su espuma en un cuchillo de piedra tras otro. Pero los Tujia se ufanaban de que sus hijos navegaban antes de caminar; sólo en los tramos más rudos los barqueros, desnudos, bajaban de las canoas y las arrastraban por veredas entre las rocas. Hoy los Tujia arrastran las canoas, vestidos, sólo para deleite de los turistas, y las muchachas cantan su folklore para vender uno o dos cedés caseros que le permitirán al bebé que las espera en casa, al cuidado de la hermana o de la abuela, ir algún día a una buena escuela y luego, con suerte, a la universidad. Roberta Garza. Periodista. Es colaboradora de Milenio Diario. LA DISPUTA POR LA EDUCACIÓN Gilberto Guevara Niebla En las últimas décadas del siglo XX, fuerzas importantes del país se unieron para impulsar la modernización del Estado. Algunas instituciones públicas erigidas durante el ciclo histórico de la postguerra —marcado por la industrialización— mostraban disfuncionalidades graves y era urgente reformarlas. Era el caso de la educación pública. Aunque el sistema escolar tuvo éxitos resonantes entre 1920 y 1940, su organización y funcionamiento fueron modificados drásticamente — 84 siguiendo criterios corporativos— en el sexenio 1940-1946. En la época siguiente, la atención de los gobernantes se centró en ampliar la oferta educativa y, como consecuencia, se produjo una expansión espectacular de la red escolar. La matrícula pasó de tres millones de alumnos en 1950 a 30 millones en el año 2000. Pero, a semejanza de otros países occidentales, la masificación dio lugar a problemas pedagógicos inéditos que condujeron inexorablemente a una crisis educativa (Coombs, P., 1968). Al mismo tiempo el entorno social nacional e internacional cambiaba aceleradamente. El cambio cultural fue acelerado: el surgimiento de las nuevas tecnologías de información y comunicación, el proceso de globalización económica, la irrupción del libre mercado y el derrumbe de los proteccionismos, la transición hacia la democracia, la persistencia de una aguda desigualdad social y de manchas urbanas de miseria y lumpenización, el incremento del narcotráfico, los movimientos migratorios, la irrupción del feminismo, la exigencia de derechos humanos y de una justicia más eficaz, la reivindicación de la pluralidad cultural impulsada por el movimiento de los indígenas de Chiapas, etcétera. Todos estos cambios presionaban a favor de una urgente reforma de la educación. En los años ochenta comenzaron a aparecer evidencias escandalo sas del derrumbe en los aprendizajes de los alumnos (Conalte, 1983; Carpizo, J., 1986; Guevara, N., 1991). En este contexto nació el movimiento en favor de “la calidad” educativa. Las fuerzas integrantes de ese movimiento fueron al principio restringidas: grupos magisteriales, investigadores universitarios y algunos sectores políticos. Pero suficientes para detonar una reforma que cristalizó en 1992, con el nombre de Acuerdo Nacional para la Modernización de la Educación Básica. Con ese acuerdo el gobierno federal se proponía modificar la organización y el funcionamiento del sistema escolar mediante: a) la atribución de la administración y operación de todas las escuelas a los gobiernos de los estados; b) la creación de un sistema de 85 consejos sociales con la función de ejercer control y supervisión sobre el funcionamiento de las escuelas; c) la puesta en marcha de un mecanismo alternativo a la movilidad por escalafón, de gratificación a los docentes en función de su desempeño en el aula (carrera magisterial) ; d) la renovación de planes, programas de estudio y libros de texto. El acuerdo encontró una oposición férrea por parte del SNTE que realizó numerosas maniobras para hacerlo fracasar. Con el control de las comisiones de educación de ambas Cámaras del Congreso, una vez que se elaboró la “ley secundaria” (la Ley General de Educación) el sindicato despojó de todo poder de decisión a los consejos sociales de educación y los convirtió en meras entidades metafísicas. La transferencia de los servicios educativo s a los estados se hizo apresuradamente y tropezó con múltiples dificultades: normativas, financieras, etcétera, hasta el extremo que algunos gobernadores pidieron que los servicios educativos regresaran a manos de la Federación. En poco tiempo se advirtió que la carrera magisterial se había convertido en un sistema credencialista de movilidad en el trabajo que no impactaba en los resultados de aprendizaje. Asimismo, surgieron en este tiempo abundantes evidencias de los inconvenientes que tenía para México la existencia de un currículum estandarizado. La alternancia en la presidencia de la República, con el triunfo del PAN en el año 2000, abrió un nuevo ciclo histórico en la educación básica del país. El acceso del PAN al control del poder Ejecutivo produj o un cambio en la correlación de fuerzas dentro del sector, pero este cambio favoreció a la dirigencia del SNTE. El vínculo personal del presidente Vicente Fox con la líder sindical, Elba Esther Gordillo, se tradujo en una serie de ventajas para los lídere s gremiales, un incremento de la fuerza política del sindicato y un debilitamiento de la SEP. Sin embargo, ese mismo año se aplicó el primer examen internacional PISA (alumnos de 15 años de edad), y al hacerse públicos los resultados obtenidos por los estudiantes mexicanos se sacudió la opinión pública. He aquí una muestra de esos resultados. (Recuérdese que la OCDE presenta las calificaciones obtenidas en cinco niveles, del más bajo al más alto.) Resultados en competencia en lectura (porcentajes de alumnos en cada nivel) México Promedio OCDE Debajo del Nivel 1 16.1 6.2 Nivel 1 28.1 12.1 Nivel 2 30.3 21.8 Nivel 3 18.8 28.6 Nivel 4 6.0 21.8 Nivel 5 0.9 9.4 86 Fuente: OCDE (2002): Education at a Glance. El puntaje obtenido por los alumnos mexicanos en Matemáticas fue de 387 frente a un promedio de los países OCDE de 498. En todos los casos México obtuvo el último lugar de los países miembros de la OCDE. Poco tiempo después se hizo público que México había participado también e n una prueba internacional de Matemáticas y Ciencias en 1995, el llamado TIMSS organizado por la International Assessment of Educational Progress (IEA) y que la SEP, una vez que comprobó los bajos puntajes obtenidos por los alumnos de México, había decidid o prudentemente archivar los datos correspondientes a ese examen. En realidad, también en esa prueba los chicos mexicanos obtuvieron pésimos puntajes. Hubo nuevos exámenes PISA en 2003, 2006 y 2009 y en todos ellos México mantuvo su posición rezagada. Con estos datos el debate por la “calidad” de la educación dejó de ser una querella entre grupos específicos y se convirtió en un debate público nacional. El gobierno de Fox, al mismo tiempo que cortejaba al SNTE, lanzó una serie de iniciativas que tuvieron un efecto positivo sobre el sistema —aunque tal vez carecieron de sistematicidad—. De esa forma surgió el programa Escuelas de Calidad, el programa Enciclomedia, las Bibliotecas de Aula, el Instituto Nacional de Evaluación de la Educación, la prueba Enlace , etcétera, al mismo tiempo que se realizaron reformas en el nivel preescolar (2002) y en secundaria (2006). Entre 2004 y 2006, sin embargo, la cúpula sindical ostentaba un poder financiero enorme obtenido, a veces, por asignaciones de dinero directas e ir regulares de la SEP. En esos años, con el patrocinio de la líder magisterial, Elba Esther Gordillo, se creó “el partido de los maestros” que logró su registro oficial en el IFE con el nombre de Partido Nueva Alianza (Panal) y quedó bajo la tutela de uno de los principales asesores de Gordillo. La efervescencia social a favor de la “calidad” educativa no cesó bajo el gobierno de Felipe Calderón, pero éste, ingenuamente, otorgó todavía más poder a Elba Esther Gordillo. La Subsecretaría de Educación Básica f ue entregada a un yerno de ésta. No sólo eso, la dirigencia sindical además impuso a la SEP un programa educativo particular: la llamada “Alianza por la Calidad de la Educación”, que suplió al programa oficial previamente anunciado. De esta forma la educac ión básica pasó a ser dirigida por comisiones paritarias SEP -SNTE, condición que vulneraba ostensiblemente la Constitución de la República toda vez que la educación básica, según reza el artículo tercero, es facultad exclusiva del Estado. Con estos antecedentes es comprensible que el nuevo gobierno del PRI se proponga una reforma educativa cuyo primer objetivo es “recuperar para el Estado la rectoría de la educación”. Otros elementos de la nueva reforma educativa son: 87 Incorpora el valor “calidad” dentro de los rasgos de la educación que imparta el Estado. Preserva para el Poder Ejecutivo la capacidad de decidir en materia de planes y programas de estudio, previa consulta obligatoria con los sectores involucrados. Establece que el ingreso a las plazas do centes y a puestos de dirección y supervisión se realizará conforme a exámenes de oposición. Se crea el Sistema Nacional de Evaluación cuyo eje institucional será el Instituto Nacional de Evaluación de la Educación. Se crea un sistema nacional, único, d e información educativa. Se reunirán elementos para otorgar mayor autonomía a las escuelas. Se crearán, al menos, durante el sexenio, 40 mil escuelas con horario ampliado (entre seis y ocho horas). Faltan muchos elementos por definirse, pero desde ah ora se puede afirmar que la parte sustancial de esta reforma se ocupa de eliminar los mecanismos viciados de ingreso a la profesión docente (por compadrazgos o bautizos políticos, por venta o por herencia de plazas, etcétera) e impone un procedimiento que coloca el mérito (intelectual, pedagógico, moral, vocacional) como recursos para ocupar plazas y promoverse a puestos de dirección. No busca “eliminar empleos” como ha dicho el SNTE. Por el contrario, se trata de dignificar la profesión docente. Esta refor ma abre oportunidades insospechadas a los maestros jóvenes y a los enseñantes talentosos para mejorar sus condiciones profesionales y contribuirá a elevar el esfuerzo de todo el magisterio por mejorar su desempeño en el aula. En su conjunto, lo que se quiere es dar un paso más a favor de la “calidad” de la educación y, con ello, hacer de ella un instrumento social para la justicia social. La nueva reforma educativa abre un horizonte insospechado de oportunidades para el magisterio. Se trata de establecer una nueva plataforma normativa para el trabajo docente. La profesión magisterial será, en estricto sentido, una profesión (como la medicina, la abogacía, etcétera) y no una subprofesión condicionada por rígidas redes sindicales y burocráticas. Bajo estas c ondiciones el docente será mejor remunerado y gozará de un prestigio social que ha ido perdiendo. Asimismo, al reforzar el papel de las escuelas se incrementará el poder de decisión de la comunidad escolar, se mejorarán las condiciones del trabajo magisterial, asegurando igualmente que quienes ocupen la posición de directores de escuela posean aptitudes intelectuales y morales apropiadas de tal forma que se hagan merecedores del papel de líderes pedagógicos y sociales respetados por su 88 comunidad. Bibliografía Carpizo, J. (1986): Fortaleza y debilidad de la UNAM, UNAM, México. Conalte (1983): La educación básica en México, SEP, México. Coombs, P. H. (1968): La crisis mundial de la educación, Ediciones Península, Barcelona. Guevara Niebla, G. (1991): “Méxic o: ¿Un país de reprobados?”, en nexos, núm. 162. OCDE (2002): Education at a Glance, París. Gilberto Guevara Niebla. Profesor titular del Colegio de Pedagogía de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Director de la revista Educación 2001. Su más reciente libro es México 2012: La reforma educativa. LAS DOS ESTRATEGIAS Eduardo Andere M. La reforma educativa constitucional puede analizarse a través de varias vertientes. Desde la política y la política educativa, hasta la pedagogía. ¿Cuál es la m ás importante de todas? La de la alta política educativa. Es un término que tomo prestado de la teoría de relaciones internacionales, donde la “alta política” (“High Politics”) tiene que ver con temas de estrategia, seguridad y guerra; y la “baja política” con temas de economía, cultura, medio ambiente y otros, típicamente nacionales y que, en general, no tienen efectos en la estabilidad del sistema. A partir de ahí construyo una teoría de la política educativa basada, fundamentalmente, en “alta política educativa”; es decir, todo aquello que mantenga o quebrante el statu quo en las relaciones de poder y condiciones iniciales de operación del sistema, y “baja política educativa”, o sea, todo 89 aquello que haga funcionar el sistema educativo: desde la polític a educativa per se hasta la pedagogía, la evaluación, los currículos, la gestión escolar y el trabajo en aula. La reforma constitucional (RC) tiene dos vertientes muy claras de análisis: una de alta y otra de baja política educativa. Dos jugadores que son o podrían ser completamente enemigos en la “alta política” educativa, pueden ser aliados en la baja política educativa. Por ello, hemos visto en los últimos cuatro sexenios, desde Salinas hasta Calderón, juegos de baja política educativa. En la alta política educativa por tratarse de la distribución de poder, el juego estrictamente es de suma cero: lo que uno gana el otro pierde; en la baja política educativa, como el poder no se toca, el juego es de suma positiva: las ganancias son para todos. Los juegos de suma cero son competitivos; no hay cabida a la cooperación, a menos que una fuerza mayor cambie la naturaleza del juego. Los juegos de suma positiva son cooperativos; ambas partes tienen posibilidad de ganar. Enemigos en lo estratégico, amigos en lo fu ncional. Todo indica que tenemos un juego de gigantes de la estrategia: el presidente Enrique Peña Nieto y Elba Esther Gordillo. Los dos no pueden ganar al mismo tiempo y en el mismo juego. En la política no existe tal cosa como la cooperación donde todos ganamos. No. En la política —el área del conocimiento que estudia “el fenómeno del poder”— no se puede tener poder (capaz de imponer) y ser dominado al mismo tiempo. Si dos poderes antagónicos se asocian y crean un nuevo poder, por ejemplo alianzas entre partidos políticos para designar un candidato, quien gana es quien lo impone. La nueva fuerza política entrará en nuevos juegos. Pero la alianza es producto de una lucha de poder. En este tablero estratégico de alta política, la RC es el primer movimiento de Enrique Peña Nieto. Elba Esther Gordillo está por mostrar su jugada que dependerá de su músculo (capacidad de imponer). El juego es de información perfecta y secuencial, ambas partes conocen las fichas del otro jugador (recursos, aliados, posibilidades, en otras palabras, peones, caballos, alfiles, torres y reina), pero no saben hacia dónde fija la mirada cada uno. La acción de uno de ellos desencadenará la reacción del otro. Pueden no hacer nada por algún tiempo, echar mano del alardeo o “bluff” o basa r sus jugadas en el camuflaje, la persuasión, la distracción o el abandono. El presidente tendrá que esperar la reacción de la dirigente del SNTE. Pero al mismo tiempo construirá, como lo hacen los maestros o jugadores de ajedrez, un árbol de decisiones, c on rutas contingentes. Gordillo seguramente trabaja en su “cuarto de guerra” (“inteligencia colectiva”) posibles decisiones o tácticas para un objetivo claro: aumentar poder. En la construcción de estrategias, el cálculo de costo -beneficio es fundamental. Peña 90 mandó un mensaje claro al jugar fichas de mucho peso: “una reforma constitucional” para mostrar y demostrar fuerza política. En el terreno de la retórica (táctica) hay mucho por hacer; en el terreno de la acción, Gordillo tiene pocas opciones. Deten er la reforma: imposible. Si no lo obtuvo a nivel federal, menos en el local, cuyas principales fuerzas de poder están en los gobernadores y legisladores federales, quienes en su mayoría apoyaron las reformas en las Cámaras federales. La dirigente de los m aestros hará frente a la batalla con amenazas, manifestaciones, paros, cordura, prudencia, etcétera. Viene la revisión del contrato colectivo, por ahí podría encajarse la presión sindical. Una confrontación abierta no conviene a ninguno de los dos jugado res. Ninguno realmente tiene el poder suficiente como para controlar los efectos negativos de convertir este juego en un “chicken”; la negativa a cooperación llevaría a la destrucción de ambos. Supongamos que Gordillo no logra el pliego petitorio en la re visión anual del contrato colectivo y convoca a un paro nacional. La medida es totalmente antipopular; pero hemos visto que en distritos escolares de países completamente democráticos, con sindicatos democráticos (con poca distancia de poder entre líderes y representados), han logrado sentar a las autoridades educativas en la mesa de negociación. Así ha sucedido en Australia, Inglaterra y Estados Unidos. Muy recientemente en el distrito escolar de Chicago, el tercero más grande de la Unión Americana, los maestros de las escuelas públicas, con lenguaje y acciones agresivas, se fueron a huelga. Líder y alcalde, con personalidades fuertes y aguerridas se enfrentaron, el tema estalló en huelga del sistema público, que mandó a 350 mil estudiantes fuera del aula. La huelga conjuró 10 días después, y todas las partes obtuvieron alguna concesión. Los maestros y el sindicato, con una reforma educativa más suave; el alcalde y los reformistas, con un esquema de evaluación magisterial; los estudiantes y padres de familia , con el regreso a clases. Siempre las aguas se calman después de una buena negociación. Pero primero las partes muestran toda su artillería. El movimiento estratégico de inicio de partida de Peña Nieto fue de gran maestro. Con un fuerte bono democrático después de las elecciones, y los espaldarazos de los tribunales y autoridades electorales, y el apoyo de los medios de comunicación y líderes de opinión, el movimiento de la RC tenía que hacerse al principio del sexenio, durante la “luna de miel”, con toda la atención mediática y con la fuerza suficiente para gestionar el apoyo de gobernadores y legisladores. Además, el presidente enfrenta a una contrincante debilitada a nivel mediático, con múltiples señalamientos de involucramiento excesivo en la política educativa al grado de la imposición de maestros, directores y reglas del juego a modo. Con un Peña fuerte y una Gordillo sin proyección en los medios, el tiempo del movimiento fue 91 magistral. Uno se pregunta ¿por qué no hicieron lo mismo Zedillo, Fox y Calderón? Salinas lo hizo, aunque no tan al principio, y sin bono democrático, en contra de Jonguitud, pero el reacomodo de las piezas resultó contraproducente a posteriori. La partida de Peña no es tan agresiva, por el momento, como fue la de Salinas. Pero el juego apenas acaba de empezar. ¿Qué debe hacer Gordillo? Primero, detectar si tiene estrategia dominante, es decir, que en el análisis de costo -beneficio tuviera estrategia que dominara a cualquier otra. Una estrategia de confrontación por parte de Gor dillo no puede ser dominante porque ahora refleja una imagen desgastada. Supongamos que en la renegociación del contrato colectivo las partes se enfrentan y ninguna cede. Y la huelga estalla, y unos 22 millones de niños de educación básica se quedan fuera de la escuela, más algunos de otros niveles, por apoyos intergremiales. Lo que sucederá es que el clamor de los medios, empresarios y padres de familia (muchos de ellos maestros), a favor del retorno a clases, será estridente. Y la figura de la líder y su sindicato se deteriorarán aún más. Gordillo sólo puede utilizar la huelga como amenaza; si la lleva a cabo, su estrategia será fallida. Una huelga corta o larga para Peña tendría costos elevados también. Empezará a consumirse el bono democrático: los indec isos iniciarán por criticar; los gobernadores y legisladores que apoyaron bajo la premisa de una solución pacífica, elevarán sus precios del apoyo político, y poco a poco las arcas del presupuesto político de Peña empezarán a vaciarse. Con el tiempo, el pr esidente se verá forzado a ceder más y más. Por lo tanto, movimientos y soluciones rápidas es lo mejor para él. Ambas partes necesitan sentarse a negociar. Lo harán y finalmente sacarán un acuerdo digno para todos en 2013. ¿Qué deben hacer para el mediano y largo plazos? Elba Esther Gordillo debe reconocer que se le fue la mano y que las condiciones favorables para una manipulación de la política educativa a través de la distribución de lealtades a diestra y siniestra con posiciones de poder se terminó o está por terminarse. También debe reconocer que una cosa es opinar sobre la política educativa y otra es imponer la política educativa. Ésa es una práctica decimonónica. Gordillo tiene razón en dos cosas: es necesario tratar de mantener un equilibrio de po der entre fuerzas políticas (monopolios: burocráticos, empresariales, sociales, mediáticos) y que la culpa de la mala educación del mexicano no radica en los maestros y las escuelas. ¿Qué debe hacer la dirigente del SNTE como gran estratega? Replegarse, m editar, engendrar a un líder de cambio. Debe hacerle a la Gorbachov de la educación; una 92 especie de “desmoronamiento unilateral”, semiforzado por las condiciones políticas actuales. Debe reconstruir totalmente al sindicato, democratizarlo con más fuerza que la sugerida por la sociedad. Un sindicato totalmente democrático recibirá una fuerte infusión de capital político y una revitalización mediática. ¿Qué debe negociar Gordillo más allá del contrato colectivo? Una reorganización de la distribución del poder en México. Un desmantelamiento de todos los poderes monopólicos (no democráticos) de manera paralela y verificable. Debe renegociar, también, el reconocimiento al nivel de la política pública, de que la principal causa del fracaso educativo de México est á en la pobreza, en la segregación, en la desigualdad, en la corrupción pública y el cohecho privado, en los impresionantes monopolios que mantienen a la mayor parte de la población al margen del desarrollo. En términos de Carlos Fuentes, el progreso debe ser incluyente, para todos, si no, no es progreso. ¿Qué debe hacer el presidente de México? Su primera jugada para un reacomodo en las relaciones de poder a nivel de la política educativa, o de la intromisión en la política educativa, fue de experto. Sin embargo, Peña Nieto debe cuidar varias cosas: una, no dar demasiado poder a otros jugadores. Aniquilar a un monopolio para ensalzar otros tendrá costos políticos de largo plazo muy negativos para él mismo. Los monopolios atacarán ferozmente cuando lo vean debilitado. En el terreno de la baja política educativa, a Peña Nieto se le fue la mano con la reforma constitucional, al crear un jugador con poderes constitucionales casi ilimitados sobre la política educativa y la evaluación de ésta y al meter en el texto constitucional temas de baja política educativa. Además, no importa qué tan “expertos” sean los miembros de la Junta de Gobierno del nuevo Instituto Nacional para la Evaluación Educativa (INEE), cuando los expertos se convierten en funcionarios públicos, dejan de ser académicos y científicos: su lealtad no es a la verdad sino al patrón. En la alta política Enrique Peña Nieto, como estadista, debe buscar un equilibrio en la distribución del poder. Los monopolios de poder son muy perniciosos al progreso; pero la asimetría en la distribución del poder puede convertir a la naciente democracia mexicana en una oligarquía perenne. Queremos, en el mejor sentido aristotélico, una poliarquía que sea más democrática que oligárquica. Así, la siguiente jugada de Peña debe ser doble: por un lado, sentar las bases para un cambio radical en políticas públicas: políticas que promuevan una visión y acción holística; que reconozcan que mientras no erradiquemos pobreza, segregación, desigualdad y corrupción, el fracaso educa tivo continuará; por tanto, los instrumentos de la política educativa per se son limitados para el cambio educativo. Por el otro lado, Peña Nieto debe cambiar por completo el esquema de atracción, formación, certificación y apreciación del maestro. 93 En el mundo de la alta política educativa no está en juego la evaluación de maestros, escuelas o estudiantes, tampoco está en juego si las escuelas son autónomas o no, o si la jornada escolar es parcial o completa, o si los espacios son dignos o no, lo que está en juego son las condiciones iniciales, la distribución de poder, en otras palabras, lo que hará que todo lo demás funcione bien. Eduardo Andere M. Analista en temas de educación, aprendizaje y políticas públicas. UN PROCESO, NO UN DISPARO Carlos Mancera La reforma al artículo 3 constitucional aprobada por el Congreso de la Unión en diciembre de 2012 crea el servicio profesional docente. Se trata de un paso de la mayor trascendencia para apoyar el desarrollo profesional de los maestros y dignificar su quehacer. Por las ventajas que representa para los maestros y para el país, la reforma recibió el decidido impulso de las principales fuerzas políticas y de amplios sectores de la sociedad mexicana. La reforma es necesaria porque en la actualidad no existe base constitucional para regular la relación del Estado con los maestros de manera diferenciada respecto de los demás trabajadores al servicio del Estado. La sociedad mexicana reconoce que la función magisterial tiene características que le brindan identidad propia y que la distinguen del resto de los servidores públicos. Los maestros, por su parte, piden la aplicación de reglas que sean conducentes al desarrollo de su profesión. La reforma que da base para la creación del servicio profesional docente consiste en una inserción a la fracción III del artículo 3, que dice: 94 ...el ingreso al servicio docente y la promoción a cargos con funciones de dirección o de supervisión en la educación básica y media superior que imparta el Estado, se llevarán a cabo mediante concursos de oposición que garanticen la idoneidad de los conocimientos y capacidades que correspondan. La ley reglamentaria fijará los criterios, los términos y condiciones de la evaluación obligatoria para el ingreso, la promoción, el reconocimiento y la permanencia en el servicio profesional con pleno respeto a los derechos constitucionales de los trabajadores de la educación. Serán nulos todos los ingresos y promociones que no sean otorgados conforme a la ley... Son cuatro los conceptos cla ve de este texto: ingreso, promoción, reconocimiento y permanencia. La evaluación obligatoria acompaña a estas palabras. Para dimensionar las implicaciones de la reforma en el desarrollo profesional de los maestros, conviene analizar cada uno de estos conc eptos y el significado asociado de la evaluación obligatoria. Ingreso El ingreso al servicio docente debe estar sujeto a reglas claras que den seguridad de que las personas mejor preparadas y con mayores capacidades sean quienes ocupen las plazas. Es una demanda de la sociedad y de la propia profesión docente. Un maestro que ingresa al servicio como resultado de su esfuerzo disfrutará de la satisfacción de su logro, y tenderá a transmitir valores asociados a ese orgullo; un maestro que compra una plaza o l a adquiere por herencia ingresa a su carrera con una falta que debilita su función como educador, además de que podría estar ocupando la plaza de otro maestro con mejor preparación. Debe señalarse que a veces los aspirantes a una plaza, que se han prepara do seriamente para obtenerla, no tienen más remedio que comprarla. Ello obedece a fallas en las reglas o en su aplicación. Cuando la autoridad educativa consiente mecanismos viciados para el otorgamiento de plazas, se deja abierto el espacio para que operen intereses distintos al único que debería prevalecer: asignarlas a los mejores candidatos para la función docente. El país ha avanzado de manera gradual en el propósito de otorgar las plazas docentes —nuevas y, en menor medida, vacantes definitivas — mediante concursos de oposición. Diversas entidades pusieron en práctica esta modalidad desde hace por lo menos 15 años, en la educación básica, además de que también opera en diversos subsistemas de educación media superior. Más recientemente, con la firma de la Alianza por la Calidad de la Educación de 2008 se dio un avance adicional, al crecer la proporción de plazas asignadas mediante concursos. No obstante, éstos siguen abarcando sólo a una fracción de las vacantes que se 95 ocupan, si bien la proporción varía significativamente entre estados. Los maestros y la sociedad observan que hay docentes que logran su plaza mediante concurso, en tanto que otros siguen procedimientos que ya no debieran existir. La reforma al artículo 3 termina con esta dualidad y obliga a todos por igual, sin más privilegio que el mérito para ingresar al servicio. Un aspecto que necesariamente tendrá que perfeccionarse en los concursos de oposición es la evaluación de los candidatos. En los concursos hoy vigentes los maestros son seleccionados con base en pruebas de opción múltiple. Esta clase de pruebas permite identificar ciertos conocimientos básicos de los aspirantes, pero difícilmente mide las múltiples capacidades que se requieren para ser maestro. Sería muy deseable introducir etapas en los concursos. En una primera etapa se podría seleccionar a candidatos que reúnen los conocimientos básicos; en una segunda, se podrían medir otras capacidades como las de escritura o de comunicación para la enseñanza. Los candidatos así selecciona dos se incorporarían a prueba al servicio, y obtendrían la definitividad después de haber mostrado un desempeño satisfactorio durante un periodo razonable. La construcción de procedimientos de esta naturaleza implica cambios culturales importantes, así como sistemas de evaluación que requieren de tiempo para consolidarse. Por ello es necesario cimentar los cambios sobre bases jurídicas sólidas, como las que proporciona la reforma al artículo 3. Promoción Los concursos de oposición para la promoción a cargos con funciones de dirección o de supervisión reconocen el papel central de quienes desempeñan esos cargos: son los funcionarios que ejercen la responsabilidad de autoridad en el ámbito escolar. En consecuencia, tienen el deber de propiciar un clima de tr abajo y un ambiente escolar favorables al aprendizaje; deben coordinar, asistir y motivar a los docentes en su trabajo; realizar los procesos administrativos y de vinculación de la escuela con la comunidad; y diseñar, implementar y evaluar los procesos de mejora continua en el plantel. Actualmente, el procedimiento para la asignación de puestos en la educación básica no corresponde a un método que garantice que las personas que ocupen los cargos de dirección y supervisión sean las idóneas para esas funcio nes. Tampoco estimula a quienes desean ocupar esos cargos en razón de su mérito profesional. El modelo de promociones actual prevé que los ascensos se otorguen en función de los conocimientos, aptitudes y antigüedad. Pero no se cuenta con un sistema de evaluación que permita medir seriamente los conocimientos y las aptitudes. En consecuencia, es muy común que los aspirantes a una promoción acrediten la totalidad de los puntajes posibles en la medición de estos factores; ello equivale a anularlos y que las promociones se terminen dando sólo por antigüedad. No hay 96 duda de que la experiencia puede ser una ventaja importante para ocupar cargos de dirección o de supervisión; pero ello es diferente a suponer que sólo por tener mayor antigüedad se tengan las mejores aptitudes o incluso el derecho a ocupar posiciones para las que otros aspirantes podrían estar mejor preparados. La reforma al artículo 3 propone “la idoneidad de los conocimientos y capacidades que correspondan”, sustentada en la evaluación obligator ia, como el criterio central para otorgar las promociones. Por ello, éstas quedarán abiertas a todos los maestros, no sólo para los de mayor antigüedad o para quienes logran puntos por razones que no necesariamente responden al interés de la educación. Reconocimiento El reconocimiento de los maestros ha sido planteado por la profesión docente desde décadas atrás. Al incorporarse a la redacción del artículo 3, como parte del servicio profesional docente, adquiere una especial jerarquía. No solamente se trata de una cuestión declarativa, sino de la posibilidad real de construir las condiciones necesarias para mejorar el reconocimiento a los maestros. Será indispensable que el sistema de reconocimiento para docentes se base en un proceso de medición y evaluación justo y adecuado. Los reconocimientos deben considerar la contribución de los docentes para mejorar los aprendizajes; deben apoyar al docente en lo individual, al equipo de maestros en cada escuela y a la profesión en su conjunto. Además de considera r incentivos económicos y no pecuniarios, los reconocimientos deben de abarcar diversas dimensiones de motivación para el propio docente, al ofrecer mecanismos de apoyo y reflexión sobre la práctica del maestro y el acceso al desarrollo profesional. Permanencia Para algunos la permanencia podría ser considerada como el aspecto más polémico de la reforma al artículo 3, en particular porque estiman que una consecuencia de la reforma sería la pérdida del derecho adquirido de estabilidad en el empleo. Sin embargo, tal preocupación no tiene sustento: el nuevo texto señala expresamente el pleno respeto a los derechos constitucionales de los trabajadores de la educación. Los docentes que estén en servicio cuando entre en vigor la reforma del artículo 3 deben quedar sujetos a las reglas de permanencia vigentes cuando ellos fueron contratados; los nuevos maestros tendrán que sujetarse a las nuevas reglas que la legislación establezca. Pero unos y otros tienen garantizada la estabilidad laboral en los términos de la ley, según las reglas que les resulten aplicables. En todos los casos la evaluación docente es necesaria y debe estar dirigida al cumplimiento de las obligaciones inherentes de la función que los maestros 97 realizan. En este sentido, habrá que construir cr iterios, mecanismos e instrumentos de evaluación que permitan una valoración integral, sólida y confiable, del desempeño docente que tenga en cuenta la complejidad de las circunstancias en las que el ejercicio de la función de los maestros tiene lugar. Con la creación del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación como órgano constitucional autónomo, que es la otra parte de la reforma al artículo 3, se construyen las bases para una evaluación técnicamente adecuada de los maestros y de los demás aspectos de la educación nacional. Asimismo, debe asegurarse que la evaluación de los maestros tenga, como primer propósito, el que ellos y el sistema educativo cuenten con referentes fundamentados para la reflexión y el diálogo conducentes a una mejor pr áctica profesional. El sistema educativo deberá otorgar los apoyos necesarios para que los docentes puedan, prioritariamente, desarrollar sus fortalezas y superar sus debilidades, como lo señala el artículo quinto transitorio de la reforma. La evaluación debe servir, ante todo, para mejorar la calidad de la educación, no para buscar responsables de fallas complejas que sólo entre todos, mediante un esfuerzo colaborativo, podrán ser corregidas. La autoridad tiene la delicada encomienda de facilitar y apoyar el ejercicio de los cientos de miles de docentes que cumplen con su responsabilidad. Bajo la premisa de una evaluación justa, pertinente en relación con los distintos tipos de maestros y técnicamente sólida, será posible conciliar la exigencia de la socie dad por el buen desempeño de los maestros, con el justo reclamo del magisterio y de la sociedad que exigen la dignificación de la profesión docente. La reforma del artículo 3 aún tiene un largo camino por recorrer antes de que surta todos sus efectos. En primer lugar, el Congreso deberá analizar y aprobar la legislación reglamentaria, y posteriormente habrá de crearse el andamiaje institucional que dé sustento a la evaluación que será base del servicio profesional docente. El sistema de evaluación docente debe ser construido mediante procedimientos que aseguren la participación de los maestros en el diseño y desarrollo del sistema. Adicionalmente, serán necesarias otras acciones que atiendan a factores diversos e indispensables para mejorar la calidad de la educación. El México de hoy presenta nuevas oportunidades y desafíos que la educación debe afrontar. La educación debe responder a las exigencias del acelerado avance científico y tecnológico, de nuevas formas de convivencia y del desarrollo económico y social. Estos cambios significan nuevas demandas a las escuelas y al quehacer de los maestros. La creación de un servicio profesional docente responde a la necesidad de fortalecer el quehacer de los maestros y al propósito de brindarles apoyos para que puedan responder a los retos de la realidad 98 contemporánea. Carlos Mancera. Socio de la Consultoría Valora S. C. CARLOS FUENTES PARA HISTORIADORES Rafael Rojas La obra literaria de Carlos Fuentes, como la de Octavio Paz, es incomprensible sin el discurso de la identidad que esos dos grandes escritores mexicanos, de la segunda mitad del siglo XX, incorporaron a sus ensayos. El Fuentes narrador, de un modo más claro aún que el Paz poeta, hizo de sus novelas y cuentos ejercicios en los que se escenificaba e ilustraba, por medio de la ficción, una poética de la historia de México y América Latina, elaborada en una pertinaz y, por momentos, contradictoria cavilación sobre el pasado, el presente y el futuro de la región. Bastante reveladora de la experiencia cul tural mexicana de la segunda mitad del siglo XX es que sus dos mayores escritores hicieran de la historia el principal interlocutor de la literatura. Los estudiosos Maarten van Delden e Yvon Grenier distinguen, en su libroGunshots at the Fiesta (2009), los diálogos con la historia, entablados por Paz, a través de la poesía, y por Fuentes, a través de la novela. Sostienen Van Delden y Grenier que así como ese diálogo en Paz se dirimió a favor de una lírica vanguardista, que colocaba en el centro de su persuasión conceptos como la crítica, la modernidad y el liberalismo, en Fuentes el mismo diálogo produjo un desplazamiento hacia las cuestiones de la novela latinoamericana, la identidad nacional y el multiculturalismo global. En ambos, la articulación entre poética e historia fue prioritaria y angustiosa, pero se liberó de maneras diferentes, a veces complementarias, a veces antagónicas. Un indicio de esa diferencia podría encontrarse en uno de los primeros ensayos de 99 Carlos Fuentes, Tiempo mexicano (1971), escrito luego de las novelas que lo naturalizaron en la patria portátil del boom —La región más transparente (1958), Las buenas conciencias (1959), La muerte de Artemio Cruz (1962), Aura (1982), Cambio de piel (1967)…—. Los textos reunidos en aquel volumen atestiguaban, además, la experiencia de los tres 68 —el parisino, el checo y el de Tlatelolco —, y la inmersión de Fuentes en el gran proyecto de novela histórica que acabaría siendo Terra Nostra (1975). En aquellos ensayos, Fuentes formularía una de las ideas centrales de su poética de la historia mexicana: la simultaneidad de los tiempos de México. No era nuevo ni excepcional, dentro de la generación del boom, ese gesto de confrontar la idea del tiempo lineal y progresivo de Occidente desde la noción sincrónica de una multiplicidad de tiempos coexistentes. En otros ensayos de aquella generación, como La expresión americana(1957) del cubano José Lezama Lima o Gabriel García Márquez: historia de un deicidio(1971), el estudio de Mario Vargas Llosa sobre la literatura del autor de Cien años de soledad—que apareció, por cierto, el mismo año de Tiempo mexicano— leemos un ademán semejante, de afirmación de América Latina como una zona con una temporalidad propia, diferenciada de la diacronía europea. Lo curioso es que Fuentes no apelaba a Aristóteles o a Hegel, a Spengler o a Toynbee, como solían hacer Paz o Lezama, para refutar la temporalidad occidental. Apelaba al filósofo danés del siglo XIX, Soren Kierkegaard, precisamente uno de los críticos más ofuscados del hegelianismo que conoció la Europa romántica. Al imaginar a un Kierkegaard en la Zona Rosa de la ciudad de México, Fuentes operaba una impugnación doble: la de la teleología de la idea absoluta hegeliana y la de la revuelta existencialista, que arranca ba con la angustia del danés y culminaba con la nada de Sartre. Hegelianos, existencialistas y marxistas daban por sentada la linealidad del tiempo, para asumirla, negarla o acelerarla. La imposibilidad de un Kierkegaard en la Zona Rosa del DF de los cinc uenta y sesenta tenía que ver con el hecho de que en ese lugar mesoamericano del mundo, el sujeto, en vez de dominar el tiempo, era dominado por éste. Más bien, era dominado por la multiplicidad de formas en que se manifestaba el tiempo en México. La Revolución mexicana, según Fuentes, había hecho presentes todos los pasados de México, formulación con ecos de El laberinto de la soledad de Paz , pero, como veremos, diferente. Paz hablaba de la Revolución como una “súbita inmersión de México en su propio ser” o como un evento que vivificaba y hacía presente “un pasado”, en singular. Es cierto que en una de las primeras notas de aquel ensayo, a propósito de Caso y Vasconcelos, también hablaba Paz de “superposición y convivencia” de distintos “niveles históricos” . Pero el énfasis de El laberinto de la soledad estaba puesto en la unidad del pasado de México. 100 Fuentes, en cambio, hablaba de simultaneidad, no de superposición de tiempos, en una hipótesis más parecida a la idea del barroco latinoamericano de Carpentie r, de Lezama e, incluso, de Severo Sarduy, que a la contraposición clásica entre mito e historia que sostenía Paz. La clave de este desplazamiento tal vez se encuentre en la lectura hechizada que hizo el joven Fuentes de El llano en llamas (1953) y Pedro Páramo (1955) de Juan Rulfo a mediados de los cincuenta. La poética de la historia de Fuentes vendría siendo, como se desprende de Tiempo mexicano(1971), consecuencia de una hermenéutica rulfiana de El laberinto de la soledad. Fuentes mismo parecía pedirnos que leyéramos su subjetividad como una hibridación de Paz y Rulfo, concebida en la ciudad de México, entre dos años precisos: 1953 y 1963. Una hibridación que, sin embargo, marcaba un sutil despego ideológico y estético por la vía generacional. Fuentes consideraba a Paz y a Rulfo como sus antepasados, no como sus contemporáneos, y su pertenencia al boom le abría las puertas de una comunidad intelectual de vanguardia, que se sentía acompañada por la Revolución cubana y la izquierda occidental. Ese sello gen eracional no sólo era perceptible en la crítica al liberalismo o al marxismo dogmáticos sino en la formulación de las, a su juicio, cinco tradiciones históricas que daban vida a los simultáneos tiempos de México: la “mítica y cósmica” de los pueblos de ind ios, la “romano-católica” de la legitimidad, el despotismo y la obediencia, la del “individualismo epicúreo y estoico”, la del “positivismo empírico y racionalista” del Occidente avanzado y, finalmente, la tradición de la “utopía fundadora”, que “coloca los intereses y valores de la comunidad por encima de los del poder”. La diáfana inscripción de Fuentes en la nueva izquierda occidental que se perfiló en torno al 68 no le impidió, sin embargo, preservar la mirada crítica hacia el socialismo real en Europa del Este y hacia la experiencia más cercana de la Revolución cubana que por entonces adoptaba un empaque estalinista. Fuentes defendió la liberación del poeta cubano Heberto Padilla y rechazó el juicio a que fue sometido por el delito de haber compuesto p oemas disidentes. Pero la modulación más distintiva de la posición pública de Fuentes no fue el distanciamiento de La Habana sino la conservación de esa distancia mientras, en los setenta y los ochenta, apoyaba resueltamente otros movimientos de la izquierda latinoamericana como el gobierno de Unidad Popular de Salvador Allende en Chile o la Revolución Sandinista en Nicaragua. Antes de la caída del Muro de Berlín, en 1989, pocos intelectuales latinoamericanos reivindicaron de manera tan vehemente la quinta tradición de la “utopía fundadora”, en un sentido claramente contrapuesto a cualquier modalidad totalitaria de organización del Estado. Fueron esos los años en que aquel posicionamiento político acentuó la dimensión latinoamericana de la obra de 101 Fuentes, puesta a prueba en sus dos grandes novelas, Terra Nostra y Cristóbal Nonato. Mientras otros escritores del boom se adentraban en sus fronteras nacionales, Fuentes afinaba una poética de la historia continental, que trascendía el referente mexicano de sus primeras novelas y ensayos. Fueron esos también los años en que Fuentes dio forma a una suerte de prolegómenos a toda teoría posible de la novela latinoamericana, que inventarió cada una de las obsesiones del boom: el paisaje, la historia, el mito, la nació n, el dictador. Si el 68 fue el año clave del posicionamiento político de Fuentes, el 92, año de la desintegración de la Unión Soviética y del bicentenario de la llegada de Cristóbal Colón a América, sería la ocasión propicia para la exposición de esa poé tica de la historia latinoamericana, adelantada en las novelas Terra Nostra y Cristóbal Nonato. Ya en las palabras de recepción del Premio Cervantes, en Alcalá de Henares, en 1987, y en sendas intervenciones en la UNESCO, en 1991, y en el Coloquio de Invierno, en 1992, recogidos en el volumen Tres discursos para dos aldeas, Fuentes pespunteaba los puntos cardinales de esa poética latinoamericana de la historia. Entre el desmoronamiento del campo socialista y el bicentenario del descubrimiento de América, se había producido una maduración histórica de la región que permitía desglosar su pasado, su presente y su futuro. En esa encrucijada del tiempo americano era necesaria una mirada integradora del mundo prehispánico, el legado de la España católica y de la lengua castellana, de los acervos emancipatorios del republicanismo y el liberalismo del siglo XIX y, por supuesto, de las luchas sociales y políticas impulsadas por las revoluciones y los nacionalismos del siglo XX. La izquierda postcomunista estaba llama da, en esa coyuntura, a asumir la meta de la democratización de las sociedades y los Estados latinoamericanos. No se trataba, únicamente, de dejar atrás la violencia como método para llegar al poder y conservarlo, sino de comprometerse enteramente con el pluralismo y el Estado de derecho. Fuentes expuso esa certidumbre en los ensayos recogidos en Nuevo tiempo mexicano (1994), donde intentó dar una respuesta coherente al levantamiento zapatista de 1994, y, sobre todo, enEl espejo enterrado (1992), el libro en que encapsuló su visión de América en el tránsito del siglo XX al XXI. El espejo enterrado es, sin lugar a dudas, el gran ensayo de Carlos Fuentes. Un texto en el que el autor de Terra Nostra adoptó, deliberadamente, una prosa distinta a la que caracteriza Tiempo mexicano y Nuevo tiempo mexicano, en los que, al igual que en sus novelas, predominaba el estilo epigramático, veloz y, por momentos, 102 especulativo, que era su sello personal. El tono de El espejo enterrado era narrativo, pero más cercano a la narración de los historiadores profesionales que a las ficciones vanguardistas de sus primeras obras. En ese libro, que sería el equivalente de El laberinto de la soledad en la trayectoria del autor de La región más transparente, Carlos Fuentes llegó a ponerse bajo la piel del historiador, un personaje que lo rondaba desde aquel Felipe Montero de Aura, que exhumaba papeles amarillentos en busca de datos inútiles. Los buenos títulos no siempre son buenos para los libros y El espejo enterrado, como buen título al fin, provocó lecturas aferradas a aquella metáfora central, que se derivaba de la leyenda de Quetzalcóatl, narrada por Bernardino de Sahagún. El espejo era el regalo que le hizo Tezcatlipoca a Quetzalcóatl y que quedó enterrado luego de que el dios viera en él su imagen de hombre reflejada. Quetzalcóatl, horrorizado, zarpa en su barca de serpientes hacia el Oriente, dejando la promesa de un regreso en forma humana. Cuando Hernán Cortés llega a las playas de Veracruz en la primavera de 1519, los mexicas creen que se trata de aquel regreso prometido de la serpiente emplumada. La metáfora, que Fuentes transfiere a un proceso constante de pérdida y recuperación de la imagen, a partir de la conquista, se prestaba al equívoco de una visión esencialista de la identidad. Una relectura más cuidadosa de aquel libro, sin embargo, nos persuade de que el argumento de Fuentes era menos rígido. La historia de México y de América Latina no era, otra vez, una superposición sino una simultaneidad de tiempos. La identidad no se perdía y se recuperaba sino que se reproducía y se diversificaba, con cada estremecimiento de la historia. Las culturas de los aztecas, los mayas y los incas, en Mesoamérica y los Andes, habían sufrido la colonización y la evangelización, pero habían aprendido a convivir con las instituciones virreinales y a aprovecharlas a su favor. Fuentes, como Paz, había heredado de la historiografía revolucionaria una idea despótica y teocrática del virreinato de la Nueva España, aunque sus lecturas de Miguel Le ón Portilla y Jacques Lafaye, David Brading y Enrique Florescano, lo ayudaban a revalorar el papel de España en América. Una buena parte de El espejo enterrado estaba, de hecho, dedicada a la España de los Austrias y al Siglo de Oro. Así como Paz, en Los hijos del limo y otros ensayos, había ubicado en el modernismo hispanoamericano de Darío, Lugones y Martí el origen de la modernidad literaria de la América hispana, Fuentes, en Tres discursos para dos aldeas y El espejo enterrado, remontó esa modernidad al Siglo de Oro y, específicamente, al Quijote de Miguel de Cervantes, donde veía personificada aquella tradición de la “utopía fundadora” que los latinoamericanos habían hecho suya. La España de Cervantes y la España de Goya, según Fuentes, eran momentos ineludibles de la construcción de la identidad latinoamericana. 103 En su tratamiento de las independencias nacionales, las reformas liberales del siglo XIX y las revoluciones populares del siglo XX, Fuentes creía ver una continuidad ideológica que hoy la hist oriografía académica cuestiona. Aquel hilo imaginario que ataba el patriotismo criollo del barroco con el nacionalismo revolucionario zapatista o villista ha sido severamente impugnado, como se desprende de los últimos libros de su amigo Enrique Florescano . Fuentes no le daba a las reformas borbónicas la importancia que la historiografía contemporánea les atribuye, ni se detenía en los entretelones de la lucha entre liberales y conservadores en el siglo XIX. Su imagen de la Revolución mexicana, sin embargo, se había complejizado y pluralizado, gracias a la lectura de historiadores como Jean Meyer y Héctor Aguilar Camín. A pesar de todo, la vieja idea de la coexistencia de los tiempos se reafirmaba en El espejo enterrado de forma tan coherente como sorpresi va. El acápite titulado “Latinoamérica” arrancaba con un homenaje al pintor jalisciense José Clemente Orozco, en cuyos murales en Pomona College, Dartmouth College y el Hospicio Cabañas creía encontrar el método adecuado para transmitir la coexistencia de los pasados, presentes y futuros latinoamericanos. Esos tiempos simultáneos, según Fuentes, no se agotaban ya en el espacio geográfico latinoamericano sino que debían incluir a la España contemporánea, la de la transición democrática desde el franquismo, y la que llamaba “la hispanidad norteamericana”. Las últimas páginas de El espejo enterrado estaban dedicadas a la creciente comunidad hispana en Estados Unidos, un mundo que, según Fuentes, debía incorporarse al gran mural de los tiempos latinoamericanos. Si Octavio Paz, a mediados del siglo XX, había indagado la identidad mexicana desde las preguntas que lanzaba el estereotipo del “pachuco”, Carlos Fuentes, a fines de la centuria, proyectaba esa identidad hacia el horizonte latinoamericano e incluía dentr o del mismo a los latinos de Estados Unidos. El autor de El espejo enterrado pensaba que una de las metas de los gobiernos democráticos latinoamericanos, constituidos luego de las transiciones desde los diversos autoritarismos de la Guerra Fría, era sumar al diálogo de la diversidad regional a los hispanos del otro lado de la frontera y demandar a Washington, además del respeto a las soberanías del sur, una política más benéfica hacia la minoría hispana. A principios de la década pasada Carlos Fuentes reaf irmó su idea de la inclusión de la comunidad hispana —entonces, unos 40 millones, hoy, más de 50 — dentro de ese espacio cultural que llamaba “el territorio de La Mancha”. En En esto creo (2002), una autobiografía escrita en forma de glosario de nociones personales, el término “Latinoamérica” era definitivamente reemplazado por el de Iberoamérica y dentro de esta última incorporaba, naturalmente, a los millones de “manchados, mestizos, abiertos por fuerza a la comunicación, las migraciones y la 104 confianza en nuestra aportación al mundo”, del otro lado de la frontera. Esa comprensión de los hispanos de Estados Unidos dentro de la comunidad iberoamericana no implicaba, en modo alguno, una subvaloración del vínculo respetuoso que los gobiernos latinoamericanos y, sobre todo, México, debían sostener con Washington, a pesar de la catilinaria que le dedicaría a George W. Bush en 2004. Por apenas unos meses Carlos Fuentes no alcanzó a celebrar la pasada reelección de Barack Obama, respaldado por el 70% del voto hispa no en Estados Unidos y bajo la presión de una demanda de reforma migratoria. Pero sí alcanzó a ver que la vocación latinoamericana de su literatura y su pensamiento dejó un legado tangible en el campo intelectual mexicano de las dos últimas décadas. Alguno s de los mejores ensayos escritos en años recientes, como Aires de familia de Carlos Monsiváis, Premio Anagrama de Ensayo en el año 2000, o Los redentores. Ideas y poder en América Latina (2011) de Enrique Krauze, o, incluso, el póstumo libro del propio Monsiváis, Las esencias viajeras (2012), consolidan ese latinoamericanismo en las letras mexicanas. Sin la obra precursora de Carlos Fuentes, esa inscripción de México dentro de una diversidad cultural mayor, que lo interroga y, a la vez, lo afirma, no nos r esultaría hoy tan familiar. Rafael Rojas. Historiador y ensayista. Es profesor e investigador del CIDE. Su libro más reciente es El estante vacío. Literatura y política en Cuba. Palabras leídas en el homenaje a Carlos Fuentes en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2012. BENJAMIN BLACK: EL NOVELISTA PATÓLOGO Adán Ramírez Serret John Banville (Wexford, Irlanda, 1945) en el año 2006, por acuerdo con una editorial inventa una nueva voz en su escritura, adopta el 105 seudónimo de Benjamin Black. Desde entonces ha escrito seis novelas que le han dado un lugar central en la narrativa de suspenso contemporánea. Su detective, Quirke, camina a la par de Kurt Wallander de Henning Mankell y Lisbeth Salander de Stieg Larsson. Banville se ha consagrado en Irlanda lo cual no resulta del todo fácil. Es inevitable pensar en escritores como Oscar Wilde, James Joyce o Samuel Beckett, a los que podemos sumar otra larga lista de… ¿genios? Wilde con su despliegue de inteligencia en el género que se le antoje, J oyce con novelas que exploran la conciencia y el lenguaje o Beckett con una lúcida y lúgubre visión del ser humano. Banville se ha construido en esta tradición como un digno heredero. Escribiendo novelas sobre grandes genios de la historia: Kepler, Copérn ico y Newton. Su escritura es emblemática, en la novela europea, de esa extraña búsqueda que es hacer Gran Literatura. Entre sus obras más importantes están El libro de las pruebas, finalista del Premio Booker que obtuvo después con El mar. Su obra es considerada entre las más influyentes de la literatura europea. A tal grado que Martin Amis ha dicho: “John Banville es un maestro y su prosa, un deleite incesante”. Su última novela, Antigua luz, es una deslumbrante apología del erotismo. Tan profundo es su amor a la escritura, a la literatura, que recientemente declaró: “Lo siento, la escritura es mucho más interesante que la vida”. Con todo, da de alguna forma la espalda a todo este prestigio y trabajo de más de 30 años al escribir como Benjamin Black. Es a certado el término inglés pen name puesto que se adquiere otra pluma, otra mano, otro cuerpo. Da la espalda a su escritura anterior porque se trata de escritores antípodas. Al respecto, advierte un reseñista del Newsday: “Hará a no pocos lectores cerrar el libro para ver la foto del autor y estar seguros que es Banville realmente quien mueve las cuerdas”. Estamos ante algo más complejo que un simple seudónimo. Porque cambiarse el nombre es algo que hacen todos los artistas. Son pocos los que no lo han hech o. Omitir un apellido, ponerse el de los abuelos o algún héroe personal. La primera creación de un autor es, no cabe duda, la de su nombre. Hay algunos que han llegado más lejos y han descubierto que no son sólo un autor sino que habitan diversas voces dentro de ellos. Exigen algo más que un nombre falso, sino un nombre que defina a otro individuo. Desde luego que el ejemplo paradigmático es Fernando Pessoa, tan complejo que más vale ahora no tocarlo. Pensemos en cambio en Barbara Vine que adquiere la voz policiaca de Ruth Rendell; Julian Barnes que es Dan Kavagnagh o en otros dos, Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges que firmaron novelas policiacas como Honorario Bustos Domecq. 106 Los autores han tomado otro nombre para escribir novelas policiacas. Esto l o hicieron en parte por razones económicas —pues la novela policiaca dio para comer a los escritores durante el siglo XX; también porque este género implica una voz específica: una estructura novelística cerrada en la que lo más importante es resolver el caso. Un álter ego necrófilo, llano y directo. Dice el autor: “Bajo el sombrero de Banville puedo escribir 200 palabras al día. Un día decidí que podía convertirme en otro y bajo ese segundo sombrero, en esa segunda piel, puedo irme a comer tras haber escrito un millar de palabras, tal vez dos mil, y disfrutar con ello. Es increíble descubrir cómo otro tipo puede vivir tu vida y usar tus manos y deleitarse con eso”. Pero el género policiaco va más allá de una simple estructura concisa. Pasó de las novelas de enigma donde asesinar es un acto de locura o excentricidad, a la novela negra, donde a partir de un crimen se retrata una sociedad. Hay algo que no funciona y se concentra en crímenes que lo demuestran. Lo importante ya no es resolver el crimen, sino descubrir una sociedad, una naturaleza. Me gusta pensar que la novela negra comienza con una escena de El halcón maltés de Dashiell Hammett: un hombre camina por las calles de Nueva York, una viga se desprende del décimo piso de un edificio en construcción y le pasa rozando la cabeza. Un segundo, un centímetro más y habría muerto. Según dice Hammett: “Se sintió como si le hubiesen quitado la tapadera que cubre la vida, permitiéndole ver su mecanismo”. Encuentra la realidad desencarnada. Sin venas que la recorran, el mundo desnudo, sin ninguna lógica. Descubre el esqueleto de la vida. Cuando pensábamos que después de Hammett o Chandler ya todo estaba dicho en la novela negra, Black se hace tranquilamente de un lugar. Benjamin Black debuta con El secreto de Ch ristine (2006) a la que siguieron El otro nombre de Laura (2008), El lémur (2008), En busca de April (2010) y Muerte en verano (2011). Todas protagonizadas por el patólogo Quirke: huérfano, viudo, con problemas de alcoholismo y enamorado de la hermana de s u esposa muerta. Un hombre, a fin de cuentas, normal. El secreto de Christine se abre paso a través del Dublín de los años cincuenta entre los pecados ocultos de un convento católico y una familia. Quirke, tras una borrachera en el hospital, descubre a s u cuñado hurgando en los papeles del cadáver de una joven que murió post partum. Se involucra en el caso diciéndose a sí mismo que lo hace por curiosidad pero el tema en realidad toca profundamente sus entrañas. 107 Conforme avanza la historia se siente que h ay algo putrefacto en el ambiente. Algo que a Quirke y al lector les hacen sentir una claustrofobia moral. El detective siempre está involucrado emocionalmente en los crímenes. Resolverlos o al menos buscar la verdad, es más que un trabajo o un deber mora l. Lo hace, aunque él no lo sepa, para descubrir lo que está dentro de él. El otro nombre de Laura comienza con un extraño suicidio de una joven mujer. Estamos ante un Dublín irascible, depravado por conservador. Un extraño gigoló heroinómano está involucrado en la muerte de la joven. Junto a una red de drogas y sexo ilícito. Y, este hombre, anda nada menos que rondando a Phoebe, la hija de Quirke. Publica luego El lémur, novela ubicada en el presente que explora los escabrosos orígenes de una fortuna formada en el Dublín de los cincuenta. Aquí Black hace de la novela policiaca un estudio de la estirpe irlandesa en Estados Unidos. En busca de April trata sobre una extraña desaparición de una mujer. En este caso la detective es la hija de Quirke, Phoebe, p ues la mujer que desaparece es nada menos que una de sus mejores amigas. Es una novela sobre los entresijos, las incógnitas de la amistad. Las novelas se convierten, en sentido propio, en una droga. El lector por mediación del narrador, puede crear verdad eras fisuras en la intimidad o en las conciencias de otros individuos, los personajes. Porque lo que hay a fin de cuentas en cualquier novelista es una búsqueda de un conocimiento del ser humano. O, en específico, de sus personajes que son reflejos del mun do. Conforme se leen estas novelas vamos descubriendo con cada escena a seres complejos, personajes que sufren extrañeza al descubrirse en este mundo con un puñado de confusos sentimientos. Con Muerte en verano, los lectores de Black tienen la sensación de estar en un lugar conocido, con personas a las que se conoce bien. Esta novela toca puntos dolorosos para Irlanda como las diferencias de clase y el antisemitismo, del cual había dicho el célebre personaje de James Joyce, Buck Mulligan, que nunca hubo antisemitismo en Irlanda simplemente porque nunca habían dejado entrar a los judíos. El lector se encuentra ya tan inmerso en el mundo de Quirke, que es capaz de hacer fisuras, cortes en los personajes y en sus criterios. Esto se debe a un cuidadoso desdoblamiento: John Banville, el de la pluma virtuosa; Benjamin Black, necrófilo y oblicuo; y Quirke, quien se asoma a los cadáveres. 108 Estos álter ego muestran una analogía que dice mucho. El detective es un patólogo que explora las entrañas de los muertos, ve lo que hay bajo la carne: el páncreas, los pulmones, el hígado, la grasa y el corazón. De igual forma estas novelas auscultan las vísceras de una sociedad, de una ciudad. Se internan en la naturaleza humana. Banville declara que fue a partir de las lectur as de George Simenon que decidió incursionar en el género policiaco. Descubrió la existencia del mal en el ser humano. La certeza de una parte desgraciadamente intrínseca en nosotros. El mal, la destrucción, el morbo, la amargura, la perversidad, la traici ón, la hipocresía. Que todo esto causa suicidios, violaciones, asesinatos. Estamos ahora a la espera de la última novela, Venganza. Seguro es otra historia dura, para paladares de gustos densos, mórbidos, oscuros. Paladares irlandeses como la cerveza Guinness. Adán Ramírez Serret. Crítico literario. Ha colaborado en las revistas El Mono Gráfico,Tramoya: cuaderno de teatro y en el Periódico de Poesía de la UNAM. Actualmente está a cargo de la sección de “Libros” en el noticiero Atando Cabos con Denise Maerker. EL SECUESTRO DE ARNOLDO MARTÍNEZ VERDUGO Gustavo Hirales Morán José Woldenberg, Política y delito y delirio. Historia de 3 secuestros, Cal y arena, México, 303 pp. En su Teoría de la historia, dice Agnes Heller que “al no ser un mito, la historia, para ser 109 verdadera, exige la verificación de los hechos. Los acontecimientos tienen que ser descritos tal y como ocurrieron en la realidad”. La conciencia histórica del mundo es secular, dice la autora. No es mito ni religión. Reside no sólo en los “ recovecos de la historia”, en los estudios de los filósofos, sino también en las calles y en los campos de batalla. En este contexto, Política y delito y delirio. Historia de 3 secuestros contribuye a recrear esa conciencia histórica; pues trata sobre hec hos que ocurrieron hace más de 27 años, hechos cuyos protagonistas principales se reclamaban herederos de otros protagonistas y de sus hechos (en particular: el secuestro de Rubén Figueroa por la guerrilla de Lucio Cabañas), sucedidos en el año de 1974. Ac lara su urdimbre y los pone en perspectiva. Estamos ante una reconstrucción histórica que, aunque no sea su propósito, contribuye por su rigor a separar el mito de los hechos, interrogándose al mismo tiempo por el sentido y los efectos de los mismos. El libro responde a interrogantes como: ¿qué pensaban los secuestradores de Arnoldo Martínez Verdugo, cómo justificaban una acción aberrante que despertó el repudio de todas las fuerzas políticas y sociales sanas del país? ¿Qué pensaban los dirigentes del Partido Comunista Mexicano que, en medio de una situación pantanosa y mórbida, decidieron por sí y ante sí guardarse y utilizar un dinero que evidentemente no les pertenecía, y que había sido obtenido de manera ilegal por un grupo armado que, como tal, no t enía relaciones políticas formales con el PCM? Las fuerzas políticas del país, ¿cómo se definieron ante estos hechos? ¿Cuántos asumieron posiciones como las del Partido Revolucionario de los Trabajadores (trotskista), para quien era “tan grave” quedarse co n fondos revolucionarios como “secuestrar a dos compañeros”? Para situar las cosas en perspectiva, hay que recordar que el PCM venía de una etapa de aguda represión gubernamental, donde muchos cuadros y dirigentes pagaron con prisión política su lucha por las libertades democráticas (por ejemplo, durante el movimiento estudiantil del 68). Apenas en el verano de 1971, tres años antes de los hechos que dieron origen a este enredo, habían dejado la cárcel cuadros estudiantiles del PC (como Pablo Gómez y Artur o Martínez Nateras), y varios veteranos de la dirección como Gilberto Rincón Gallardo, Gerardo Unzueta, Eduardo Montes, Rodolfo El Chicali Echeverría, Rafael Jacobo, entre otros. Para no hablar de los que se exiliaron o tuvieron que esconderse. La libertad política en el echeverrismo era una quimera: del 10 de junio a la apertura democrática, del avión de redilas a los desaparecidos de Guerrero. Pero si 110 bien ello puede ayudar a explicar un estado de ánimo y determinadas actitudes, tanto de la guerrilla como del PC, no los justifican. La versión de que el Partido de los Pobres o la Brigada Campesina de Ajusticiamiento decidieron, en las condiciones de la táctica de cerco y aniquilamiento por parte del ejército en Guerrero (que culminó con la muerte de Lucio y la destrucción práctica de la Brigada), encargar ese dinero para “su custodia” al PCM, no está probada ni parece probable. No hay ningún dato que avale esta versión, más allá de las declaraciones de dirigentes del propio partido. Lo único claro es que la dirección del Partido Comunista se encontró ante lo que parecía un regalo inesperado del destino: por causas en parte azarosas y en parte relativas al entramado de relaciones de la guerrilla en Guerrero, a uno de los militantes comunistas, Félix Bautista, que al mismo tiempo era base de apoyo y enlace del Partido de los Pobres, le dieron a guardar y finalmente se quedó, con una parte importante del rescate pagado por la familia de Rubén Figueroa, en medio del naufragio de las redes de apoyo de la propia guerrilla y, ante la muy real posibilidad, no sólo de que los militares le quitaran el dinero, sino de que lo inculparan por ello, o algo peor; en esas condiciones, optó por entregar el dinero a gente de la dirección del partido donde militaba: el PCM. Pero suponiendo sin conceder que fuera verdad la versión de que el PCM se sentía “custodio” de un dinero ajeno, ello nos lleva al asunto, a mi ver mucho más cuestionable, de los criterios y valores puestos en juego en la decisión; es decir, ¿por qué el PCM asumió tácitamente que ese dinero pertenecía al PDLP? No queda claro, nunca lo aclararon. De otra forma hubieran regresado el dinero a la familia Figueroa. Pero el hecho es que ese dinero no pertenecía al PDLP. No sólo porque fue obtenido de manera ilegal y violenta, sino además porque el PDLP recibió el dinero del rescate, pero no liberó al gobernador electo Rubén Figueroa. Éste fue liberado a sangre y fuego por tropas del ejército mexicano. Figueroa había sido secuestrado mediante una celada que entre políticos responsables se llama traición (como bien se señala en el libro), pues él había acordado reunirse en la sierra con Cabañas para discutir las demandas del movimiento que éste encabezaba, y a cambio se le notificó que estaba secuestrado. Creo, como muchos, que Figueroa representó métodos y actitudes propias de un pasado signado por la ilegalidad, el autoritarismo y la represión; pero hay que distinguir, ni en la guerra ni en la lucha política se vale todo. Los que secuestraron a Arnoldo estaban ple namente convencidos de que no estaban ejecutando una acción injusta ni menos contrarrevolucionaria, primero 111 porque en este episodio los revolucionarios eran ellos; segundo, porque sólo estaban reclamando un dinero que “legítimamente” les correspondía y que el secuestrado se negaba a devolver. Oscuramente intuían que Martínez Verdugo, el principal dirigente de la izquierda legal en México, era parte de un entramado de relaciones políticas e institucionales que lo trascendía, incluso a su partido, y que, por tanto, ese entramado iba a sacar la cara por él. Por eso pidieron las cantidades de dinero que pidieron, y tuvieron razón. El gobierno de Miguel de la Madrid actuó, cosa que lo enaltece, con sentido de Estado, priorizando la integridad física y moral del dirigente político de oposición. ¿Por qué los dirigentes del PSUM que venían del Partido Comunista, enfrentados al secuestro de Félix Bautista, actuaron con torpeza y morosidad? Por inseguridad, creo, por inexperiencia, por temor a que todo saliera —como finalmente salió— a la luz pública. Porque estaban frente a un proceso electoral federal y no querían afectar las posibilidades del partido. Y también, hay que decirlo, porque Félix sólo era un militante de base. Cuando, de entre los entresijos del pasado, les saltó al cuello la gárgola de la violencia política pseudorrevolucionaria, no supieron de inmediato cómo reaccionar. Tristemente paradigmática es aquella declaración inicial de Pablo Gómez (secretario general del PSUM) de que el partido “no negociaba con terroristas”. No sólo hubo que negociar con estos terroristas, sino que al concluir el secuestro de Arnoldo y Félix, algunos dirigentes habían retrocedido en el túnel del tiempo y empezaron a hablar —en la discusión interna— en el viejo lenguaje tartamudo de que “el marxismo reconoce todas las formas de lucha, armadas y no armadas”, que los miembros del PDLP “son compañeros de lucha, sólo que mantienen concepciones diferentes”, etcétera. Eso, y la necesidad de deslindar ante la opinión pública, de man era clara y contundente, la línea política del PSUM de aquella de los restos insepultos del naufragio guerrillero, fue lo que llevó a un grupo de compañeros de la dirección (el autor del libro y el que esto escribe, entre ellos) a plantear, en los términos más claros y contundentes posibles, que el PSUM era un partido que actuaba en la legalidad constitucional, la que a su vez buscaba reformar en sentido democrático; que reconocía la validez y jurisdicción de las instituciones del Estado y que, por tanto, no reconocía la legitimidad de grupos o tribunales supuestamente “revolucionarios”, que otorgaban sentencias y amnistías a contentillo, sin cuidarse para nada de preservar las garantías y derechos que, producto de toda una historia civilizatoria, se engloban bajo el concepto de “debido proceso”. Afortunadamente, la mayoría de los miembros de la Comisión Política del PSUM, 112 y luego la mayoría de los miembros del Comité Central, estuvieron de acuerdo con esta concepción y la aprobaron. Ahora bien, ¿quiénes son estos herederos del movimiento de Lucio Cabañas? Han pasado 27 años de aquellos hechos y nadie sabe bien a bien, hasta hoy, quiénes son realmente estos personajes. Su propia versión es que desde los ochenta se fusionaron con el PROCUP. ¿Y? Del PROCUP ta mpoco nadie sabe quiénes son sus dirigentes, cómo surgieron a la vida política, en qué luchas se forjaron. Sólo el asesinato de dos vigilantes de La Jornada, que culminó con la detención de Felipe Martínez Soriano y otros militantes clandestinos, arrojó un a tímida luz sobre el tema. Y luego, cuenta el mito que en 1995 o 1996 esta alianza se fusionó con otros grupos (igualmente anónimos) para dar lugar al EPR. Tengo para mí que todas éstas son leyendas urbanas o semiurbanas, que los voceros y personeros de estos grupos (como la revista Por Esto, de Mario Menéndez) pueden decir lo que quieran sobre sus orígenes, hazañas, liderazgos y realizaciones, pero lo único cierto y verificable es que vienen del subsuelo, de la clandestinidad vergonzante y, cuando emerg en, lo hacen mediante un zarpazo violento: secuestros aquí, ataques a las fuerzas de seguridad allá, sin solución de continuidad. Los rumores de que ya se dividieron y que unos son los verdaderos revolucionarios y los otros —típico—, oportunistas y blandengues, son su alimento cotidiano. Son a todas luces un elemento provocador porque con su acción delincuencial y delirante quieren provocar el endurecimiento de las políticas de seguridad del Estado, en la vieja idea de que agravando las crisis se “desenmas cara” el Estado represor; esto es, la idea de origen anarquista de que “mientras peor, mejor”. Allá por 1976 los califiqué (siguiendo a Regis Debray en su análisis de la derrota de las guerrillas en AL) como “los restos del naufragio”; no a ellos en espec ífico, sino a todos los grupos que, mediando los setenta, no se habían percatado que la estrategia de lucha armada había fracasado rotundamente y que había que sacar todas las consecuencias de este hecho. Pero si en 1976 ya eran restos de un naufragio, ¿cómo se les puede calificar ahora, en la segunda década del siglo XXI? Me recuerdan a aquellos soldados japoneses que, terminada la Segunda Guerra Mundial, se quedaron aislados y olvidados en islas remotas, y ellos continuaban en guerra, a la espera de una s eñal del emperador. Lo más importante de todo este episodio, que tan meticulosamente relata José Woldenberg, es, primero, desde el punto de vista del interés humano, que Arnoldo y Félix fueron liberados por sus captores vivos y sanos. 113 Pero desde el punto de vista político e ideológico lo más importante fue que el principal partido de la izquierda tomó partido, valga la redundancia, por una visión de la lucha socialista que, retomando la idea del “compromiso histórico” del PCI, no hacía concesiones a las veleidades revolucionaristas, y ponía todo el peso de sus expectativas en la lucha democrática legal, constitucional, y que al hacerlo se asumía por tanto como parte de las fuerzas políticas constitutivas y responsables del Estado mexicano. La Jornada escribió, en relación a los hechos, que “el PDLP actuó de manera que no puede ser legitimada en modo alguno. Haberse constituido en tribunal revolucionario para juzgar y condenar primero a la pena de muerte a Bautista, para amnistiarlo después, sería una cari catura risible de órganos semejantes, que en la historia han merecido respeto, si no entrañaran concepciones políticas de franca peligrosidad”. ¿Habrá dicho algo semejante cuando el EZLN secuestró, sentenció y luego amnistió al general Absalón Castellanos? Pero el dilema es el mismo. Al convertirse en PMS, el PSUM ya registraba retrocesos y concesiones al revolucionarismo dizque radical. En mi opinión, desde 1988 y luego en el PRD los retrocesos y ambigüedades se han vuelto parte de su segunda naturaleza, pues no de otra manera se explican las arengas semigolpistas de un Muñoz Ledo en la segunda vuelta del 88, o la táctica de llevar las contradicciones al extremo que supuso la “toma” de Reforma por López Obrador en 2006. Recuérdese nada más, para fijar con texto, que tres años después de estos acontecimientos ocurrió la insurgencia electoral de 1988, donde la izquierda jugó un papel importante; que en 1989 cayó el paradigmático Muro de Berlín, que en 1991 se desmembró la URSS y que el socialismo autoritario o de Estado prácticamente desapareció de la escena internacional. Había lecciones que sacar de estos hechos, de esta avalancha de cambios que han modificado el rostro del mundo tal cual lo conocimos en el siglo XX, y no todas se han sacado. Agua ha corrido bajo los puentes desde entonces, pero los dilemas de la izquierda permanecen. ¿Se asume a fondo la legalidad democrática, sin renunciar a cambiarla desde adentro, con sus reglas, que por otra parte la izquierda misma ha contribuido a construir?, ¿o se ma ntiene como una oposición semileal, cuyos posicionamientos y definiciones no están fincadas en un cuerpo teórico y político más o menos sólido, sino que se definen en función de la coyuntura? ¿Se cree que “todas las formas de lucha son válidas”, en depende ncia de las circunstancias, o se asume que la única opción es la lucha constitucional, electoral, legal y pacífica? Dicho en otras palabras, ¿se abandona el viejo principio maquiavélico de que “el fin justifica los medios”, y se asume a fondo la ética de la responsabilidad 114 política?, ¿o se mantiene la ambigüedad para, oportunistamente, intentar sacar provecho de determinadas circunstancias? A eso es a lo que, entonces como ahora, hay que dar respuesta cabal. Y a articular esa respuesta contribuye sin duda un trabajo como el realizado, una vez más, por Pepe Woldenberg. Enhorabuena. Gustavo Hirales Morán. Miembro fundador de la Liga Comunista 23 de Septiembre e integrante de la dirección de los partidos Comunista Mexicano, Socialista Unificado de México y Mexicano Socialista. Ha publicado: La Liga 23 de Septiembre, orígenes y naufragio, Memoria de la guerra de los justos , entre otros libros. SHAKESPEARE Y CERVANTES: UN MANUSCRITO PERDIDO Álvaro Santana Acuña Roger Chartier, Cardenio entre Cervantes y Shakespeare. Historia de una obra perdida, Madrid, Gedisa, 2012, 288 pp. La extensa obra del historiador francés Roger Chartier (la cual supera la veintena de libros) ha contribuido a que nuevas generaciones de historiadores y lectores puedan superar la frontera artificial entre el estudio contextual de las obras literarias y el análisis formal de su contenido. En sus trabajos sobre la historia cultural y del libro en la Europa moderna, Chartier defiende que contenido y contexto son inseparables, como es pejos borgesianos que se reflejan mutuamente. En Cardenio entre Cervantes y Shakespeare , el catedrático del Colegio de Francia nos propone otro juego de espejos borgesiano entre la ficción y la historia; en concreto, entre un texto imaginado que existe y un texto real que ya no existe. Con una intriga casi novelesca, en el libro se entremezclan el misterio de cuatro siglos que rodea a un manuscrito perdido y la erudición de un historiador que busca desentrañar el misterio y aclarar su conexión con Cervante s y Shakespeare. Para lograrlo, Chartier sigue la pista de la historia de Cardenio, incluida en la primera parte de El Quijote (1605). 115 La historia cuenta la desdicha de Cardenio, quien presenció impotente el casamiento de su amada Luscinda con don Fernand o, un noble desalmado que poco antes había abandonado a la humilde Dorotea tras desflorarla con argucias. Después del matrimonio de Luscinda, el desdichado Cardenio huyó a la Sierra Morena, y allí erraba hasta su encuentro con don Quijote, cuya intervenció n permitió desfacer el entuerto. La historia tiene un final feliz, pero su dramatismo no pasó desapercibido para los contemporáneos de Cervantes. En cerca de 300 páginas, Chartier estudia la difusión de la historia de Cardenio en España, Francia e Inglaterra, rastreando tanto las adaptaciones de un texto que aún existe, la historia inserta en El Quijote, como las reconstrucciones de otro texto que ya no existe: una adaptación teatral en inglés titulada Cardenno, que fue representada dos veces en la corte d e Jacobo I en 1613. La autoría de esa adaptación se desconocía hasta 1653, cuando resultó atribuida a Shakespeare. Una atribución polémica desde entonces, y que críticos, investigadores, escritores y aficionados han tratado de confirmar o refutar. De ahí q ue para muchos de ellos localizar el manuscrito de Cardenno se haya convertido en una especie de búsqueda del Santo Grial. Chartier no ha descubierto el paradero del manuscrito, aunque ha realizado un hallazgo igual de fascinante. La historia de Cardenio es un ejemplo excelente de la inestabilidad y las transformaciones constantes de los textos en la Europa moderna; una idea que vertebra la obra de Chartier y que representa una de sus aportaciones más novedosas a la historia cultural. La primera parte de El Quijote, incluyendo la historia de Cardenio, fue traducida al inglés en 1606. Si bien no se imprimió hasta 1612, habiendo circulado mientras tanto como copia manuscrita. Este y otros ejemplos confirman que la cultura del manuscrito no fue reemplazada de inmediato por la cultura tipográfica, sino que el libro manuscrito y el impreso convivieron durante décadas, como hoy ya conviven el libro impreso y el electrónico. La inestabilidad y las transformaciones también afectaron sobremanera a la supervivencia de los textos. Alrededor del sesenta por ciento de las obras de teatro inglesas representadas entre 1576 y 1642 no han dejado ningún trazo escrito. Además, la mayoría de las obras supervivientes fueron redactadas por varios autores. Así debió ocurrir con Cardenno, escrita por Fletcher y acaso Shakespeare. Tan extendida estaba la práctica de la autoría colectiva que nuestra actual fascinación por el “Autor” hubiese resultado incomprensible para los hombres y las mujeres de los tiempos de Shakespeare y Cervant es. Según Chartier, esta diferencia cultural obedece a un cambio discursivo ocurrido en los siglos XVII y XVIII, cuando fraguó el concepto moderno de autor. Como resultado, desde entonces toda obra literaria que se precie debe ser el producto de un único a utor. 116 Esta individualización del autor ha afectado al propio Shakespeare, quien escribió entre dos eras. La era de obras anónimas como El lazarillo de Tormes y la era poblada de autores famosos como Voltaire. Para los lectores modernos , Pericles o Los dos nobles caballeros no son obras canónicas dado que Shakespeare no fue su único o, en su defecto, principal autor. Sin embargo, en Inglaterra a comienzos del siglo XVII, a los espectadores les importaba poco si la pieza teatral era obra de uno o varios autor es. En 1613 los King’s Men, la compañía teatral en la que participó Shakespeare, representaron Cardenno en la corte real, aunque hubo que esperar hasta 1653 para que el librero Humphrey Moseley la atribuyese a “M. Fletcher. & Shakespeare”. Ese extraño punt o y seguido después de Fletcher ha acrecentado las dudas: ¿se trata de un error tipográfico o de un añadido posterior? Lewis Theobald pertenecía a la era fascinada por el “Autor”. No en vano dedicó su carrera a editar las obras de Shakespeare. Cardenno era una obra suya. Theobald no tenía ninguna duda, es más, dijo haber descubierto el manuscrito perdido. Tras adaptar su contenido a las convenciones y costumbres de 1727, Theobald llevó la obra a escena con el título de Double Falsehood. Ya entonces se dudó de su autenticidad; cuestionada en especial por Alexander Pope, otro editor de Shakespeare. La investigación más reciente, aplicando métodos sofisticados para encontrar las huellas del “Autor”, absuelve a Theobald de la acusación de fraude. La investigación no aclara si el texto de base que usó era el manuscrito perdido de 1613 o una copia posterior y tal vez modificada, pero sí aclara que el texto de base debe más a Fletcher que a Shakespeare. La polémica sobre el autor verdadero y el contenido exacto de Cardenno no ha cesado. Al contrario, se ha recrudecido en las últimas tres décadas. El descubrimiento del manuscrito perdido figura en varias novelas recientes, y a la vez se ha producido una avalancha de representaciones teatrales a escala global. Un claro ejemplo es Cardenio: una adaptación libre escrita por el dramaturgo Charles Mee y Stephen Greenblatt, editor y biógrafo de Shakespeare. Para no ser menos, la Royal Shakespeare Company canonizó la obra perdida mediante el estreno en 2011 de su propia versión de Cardenio. Y la cuestionada Double Falsehood se incluyó en la colección Arden —la edición crítica de referencia de las obras de Shakespeare. Los editores justificaron su inclusión alegando que el texto presenta similitudes lingüísticas y estructural es con las obras canónicas de Shakespeare. Umberto Eco dice que mientras escribía El nombre de la rosa acabó por descubrir el secreto escondido en las páginas del segundo libro de la Poética de Aristóteles. Como el Cardenno de 1613, esa obra aristotélica es un texto perdido que fue imaginado por un escritor siglos después. Más que imaginar el contenido perdido de Cardenno, Roger Chartier consigue revivir el código de la cultura europea 117 entre finales del siglo XVI y comienzos del XVIII. Y lo hace escribiend o la historia de un manuscrito perdido condenado desde hace cuatro siglos a buscar un autor. Semejante historia no la habría imaginado ni Borges en el más laberíntico de sus sueños. Álvaro Santana Acuña. Historiador y doctorando en sociología por la Universidad de Harvard. Actualmente es miembro del Minda de Gunzburg Center for European Studies y el Mahindra Humanities Center. PALMERAS DE LA BRISA ÁCIDA Noé Cárdenas Juan Villoro, Arrecife, Anagrama, Barcelona, 158 pp. Leí Arrecife de Juan Villoro en formato electrónico. Es la primera novela que leo de este modo aún incipiente en el mundo de habla hispana. Acaso el dato se antoje menor cuando la intención es ofrecer las razones por las que considero que esta novela de Villoro —la quinta en su cuenta— es el libro que mayor placer literario me proporcionó y, por tanto, no dudo en colocarlo como el mejor publicado en 2012. Tal vez —decía— la mención de haberlo leído en formato electrónico parece accesoria pero, para mi propia experiencia como lector, no lo fue: donde hay buena literatura, no importa el formato que se utilice. Y Arrecife es una novela angelada y bien conseguida que transita por un entramado de temas y subhistorias que le otorgan una dimensión rica y memorable a la trama principal. La gra n sorpresa de esta articulación es que, al final, uno es el que debe escoger cuál es la trama principal. 118 Porque Arrecife es una novela policiaca en la que se descifran dos asesinatos vinculados. Pero también es la novela que completa una parte de la histo ria del rock mexicano marginal al indagar a dónde fueron a parar los sueños y las creencias de los rockeros que vivieron —según su romántico y delirante modo de pensar— la contracultura nacional en las últimas décadas del siglo XX. Al mismo tiempo es una puesta en perspectiva de la tendencia a modificar hasta el “extremo” todo lo que hoy en día no despierta pasión alguna o alimento espiritual presentado en sus formas naturales o tradicionales. Cuando las cosas del mundo ya no saben a nada, hay que inventar —por ejemplo— el turismo extremo, y aun una secta practicante del deporte extremo para morir “heroicamente”. La novela transcurre en un complejo turístico estrambótico llamado la Pirámide, sito en una Kukulkán que sirve para asentar el tono apocalíptico e n el que toman parte las creencias acerca de las profecías mayas. Y si Villoro narró en una notable crónica de viaje la historia de su familia, en la que las palmeras recibían gozosamente la brisa rápida, esta imagen queda pervertida por la artificialidad de la vegetación que rodea a la Pirámide, y que sólo sirve para camuflar las cercas electrificadas en este coto de lujo delirante y experiencias virtuales (que guarda cierto parentesco con la isla de del doctor Moreau y —por ende— con la de Morel: por la naturaleza extrema en los animales-humanos creados por el perverso científico en el primer caso; y por el artificio deshumanizante en el segundo). El resultado es un ámbito angustiante y desolado, falsamente confortable y excitante, rodeado de manchas de población en pobreza extrema. En este paraíso apocalíptico, la guerrilla, sus asaltos y sus secuestros están incorporados al concepto turístico del complejo, mientras que los ríos subterráneos de la península son surcados por buzos narcotraficantes. Y mient ras los grandes hoteles a la orilla de la playa van siendo abandonados y habitados por iguanas que se alimentan de las sábanas, las compañías aseguradoras multinacionales se enriquecen obscenamente utilizando esas ruinas de la modernidad como magníficos la vaderos de dinero. Al denunciar el aprovechamiento de los nuevos vicios que está generando la acaudalada decadencia de los ricos, Arrecife se emparenta también con la puesta en perspectiva del turismo sexual entablada por Houellebecq en Plataforma. Como obra policiaca, Arrecife consigue mantener la atención del lector sostenidamente, pues donde hay cadáver hallado en situaciones misteriosas, hay materia y, como en las clásicas novelas de sitio cerrado, el aislamiento acotado del espacio de la Pirámide hace que los pocos personajes que ahí laboran en altos puestos sean los sospechosos. Hay un inspector inolvidable que los domingos es pastor protestante; hay coartadas límpidas y bien estructuradas, hay cuestionamientos morales bien atendidos por el sentido del humor y, sobre todo, 119 hay una evolución del protagonista, cuya vida presente y pasada nos es revelada —y la futura queda muy bien planteada —. Esta última es la novela con la que yo me quedo, misma que transcurre articulada con la indagación policiaca y la puesta en perspectiva del turismo extremo (inventado por una suerte de mesías también extremo, amigo de la infancia del protagonista). En esta subtrama —la del pasado del protagonista, cojo y sin una falange, y su participación en la contracultura rockera de fin de siglo— encuentro al Villoro de sus primeros cuentos: el niño que oía a Yes mientras se bañaba en tina; al adolescente que tradujo las letras de sus canciones favoritas en El rock en silencio; y al que asimiló aplicadamente la lectura de la narra tiva de José Emilio Pacheco y de sus hermanos mayores, como José Agustín, que escribía novelas consoundtrack. Los pasajes de la amistad de los niños Tony y Müller que es relatada en esta subtrama se antojan excepcionales en la narrativa mexicana, donde escasean los niños. Y luego, el Tony juvenil que toca el bajo y admira a Jaco Pastorius, y la banda de nombre atinadísimo: los Extraditables, que fue telonera de Velvet Underground. Me alegra haber leído Arrecife en versión digital en la compu: así tuve acce so inmediato alsoundtrack que completa la visión del mundo planteada en esta novela extraordinaria. Noé Cárdenas. Escritor, editor y crítico literario. Dirigió el suplemento Sábado de unomásuno. DE LA A A LA Z Delia Juárez G. Aniversario. Se cumplen 50 años de la publicación de Recuerdos del porvenir, de Elena Garro, el libro que Octavio Paz definió con toda razón como “una de las creaciones más perfectas de la literatura hispanoamericana contemporánea”. Con la guerra cristera de fondo, el pueblo habla: “—¡Viva Cristo Rey! El grito se prolongaba en los portales. Sonaron disparos persiguiendo aquel grito que dio la vuelta al pueblo. A oscuras lo correteaban los soldados y él surgía de todos los rincones de la noche. A veces corría delante de sus perseguid ores, luego los perseguía por la espalda. Ellos lo buscaban a ciegas, avanzando, retrocediendo, cada vez más enojados. Después, durante noches y noches, se repitió el baile del grito y de los soldados que zigzagueaba por mis vericuetos y mis calles”. (Joaq uín Mortiz, 2010.) 120 Beber. “Beber alcohol, embriagarse es un deporte, te aficionas y ya, lo haces desde joven y no te preguntas. Si no tomara unos tragos todos los días, el futuro vendría a chingar y a darme de puntapiés. ¿Te gustaría vivir con un hombre atiborrado de patadas en el culo? Estoy seguro de que me despreciarías aún más. Además, los ebrios deben beber, no preguntarse por qué beben; necesitan concentrarse en sus asuntos. Son bebedores no filósofos”: Guillermo Fadanelli, Mis mujeres muertas (Grijalbo, 2012). Carta. “Cartas de amor a un dictador”, la introducción al libro de Diane Ducret, Las mujeres de los dictadores, nos revela que Adolf Hitler recibió más de 10 mil cartas hacia 1945, entre ellas: “Mi Führer, hoy puedo afirmar que mi voto de lealtad y amor absoluto, mis ideas y mis sentimientos sólo le pertenecen a usted, mi Führer, mi hombre tan amado, el más noble, el más grandioso, el más maravilloso, único y genial, enviado de Dios, sólo a usted, mi Führer, sólo a su misión y su redención pacíficas, sólo a usted, hijo elegido, ungido, coronado y amado de Dios, celeste mensajero de paz, ejecutor de la voluntad divina en la tierra, su pueblo y su Reich pangermánico, y su magnífico ejército de héroes […]. Mi Führer, Señora Dagmar Dassel”. (Traducc ión de Núria Petit Fontseré, Aguilar, 2012.) Desconocidos. “Los desconocidos también cumplen una rutina y en ocasiones se convierten en una costumbre. […] Reconocer a un desconocido puede suponer el principio de una pequeña intromisión intempestiva. En se creto se establece una curiosidad acaso recíproca. Sin que se lo propongan, se vuelven testigos mutuos de algunas de sus reiteraciones cotidianas. A veces terminan por conocer el lugar al que se dirigen diariamente a determinada hora. Advierten algunas de sus preferencias, como el periódico que leen, los anuncios en los que se detienen, sus gestos elementales, la manera en la que se distraen a la espera. Se conoce la ropa que repiten, pero con frecuencia se desconoce el sonido de su voz”: Javier García Galiano (La silla de Karpov, Ficticia Editorial, 2012). Emociones. A propósito de su más reciente libro, El gobierno de las emociones (Herder, 2011), un entrevistador de la revista Filosofía hoy le hizo este comentario a la filósofa Victoria Camps: “Las emoci ones más incapacitantes, en su opinión, son las que, como la tristeza, merman la potencia de actuar y desmoralizan al ser humano. El miedo, la vergüenza, la indignación, la culpa pueden bloquear a quien los padece y hacer que su vida se detenga, inhibiendo sus deseos y la capacidad de elegir”. Camps añadió esto en su respuesta: “Efectivamente, las emociones son necesarias porque sin ellas no hay motivación para actuar. Pero hay emociones inadecuadas, que sólo nos inhiben de actuar o nos llevan a actuar erróneamente. El miedo o la vergüenza pueden ser buenos, pero pueden paralizar la acción. Indignarse está bien si el objeto de indignación merece esa reacción, pero puede ser pueril. Conocer el porqué de las emociones y 121 gobernarlas es, a mi juicio, lo que hace la ética”. Filosofía. Ética de urgencia (Ariel, 2012) “no es —escribe Savater en la presentación— una obra directamente escrita por mí, sino la transcripción cuidadosa y selectiva de coloquios que he mantenido en dos centros de enseñanza”. En uno de esos coloquios afirmó: “Cada vez que nos hacemos una pregunta filosófica estamos tratando de averiguar algo más sobre nosotros. En lugar de vivir rutinariamente, por imitación, porque no hay más remedio, porque nos han dado un empujón y tenemos que seguir, hac emos el esfuerzo de vivir deliberadamente. En cierto sentido, nos ponemos a andar mirándonos los pies, no levantamos la vista, y eso es problemático, y tiene riesgos, claro, porque podemos tropezar. Pero es que la filosofía no sirve para salir de dudas, si no para entrar en ellas. Las personas que no dudan nunca son las que nunca filosofan; son personas serias, incapaces de asombrarse”. Gajes del oficio. Descubrimientos. Crónicas inéditas de Clarice Lispector, incluye una entrevista que la escritora brasile ña le hizo a Pablo Neruda en 1969. Lispector le preguntó: “¿Cuál fue la mayor alegría que tuvo por el hecho de escribir?”, y Neruda respondió: “Leer mi poesía y ser oído en lugares desolados: en el desierto a los mineros del norte de Chile, en el Estrecho de Magallanes a los esquiladores de ovejas, en un galpón con olor a lana sucia, sudor y soledad”. (Traducción de Claudia Solans, Adriana Hidalgo, 2010.) Instrucciones. El poeta y periodista Jeremías Marquines tomó la figura y la obra de Malcolm Lowry durante un viaje del escritor a Acapulco en 1936, y escribió el poema “Instrucciones para escribir estando borracho I”: “Tener un gallo negro que te pique los ojos./ Tocar el ukulele en el cementerio, bajo/ la salpicada luz lunar de un único farol./ Abrir paraguas dentro del sueño de tu padre/ donde caen las frescas gotas de su amargura./ Y gin con jugo de naranja todas las mañanas”. (Acapulco Golden, Era, 2012.) Jogo bonito. “Lo inventaron los brasileños —por eso la expresión en portugués— con su talento endemoniado, y tratan de practicarlo a veces equipos de otras latitudes, no siempre con buenos resultados. Se dice que lo encarna aquella escuadra que da espectáculo y aporta belleza, con toques de primera y piruetas sobre un escenario empastado. El público su ele retribuir con aplausos espontáneos cualquier intento genuino de convertir al futbol en un arte. Los equipos brasileños malos y pragmáticos suelen ser denunciados por el comentario deportivo por su traición a los orígenes del jogo bonito”. (Francisco Mouat, Patricio Hidalgo, Diccionario ilustrado del futbol, ilustraciones de Guillo, Lolita Editores, Santiago de Chile, 2012.) Llamamiento. Gracias a la difusión que Ricardo Bada hace de la revista 122 digital Frontera D, me entero: “Aunque sus ecos apenas han llegado hasta nosotros y ningún periódico español lo ha publicado, hace unas semanas el diario francés Le Monde y el italiano La Reppublica lanzaron el ‘Llamamiento a los 451’ (en homenaje al Farenheit 451, de Ray Bradbury), un colectivo que reúne a otros tantos editores, correctores, impresores, distribuidores, libreros, traductores y bibliotecarios de todo el mundo. Denuncian la degradación acelerada que están sufriendo las formas de leer, producir, compartir y vender libros […]: ‘No podemos avenirnos a reducir el libro y su contenido a un flujo de datos electrónicos clicables [sic] hasta la náusea; lo que producimos, compartimos y vendemos es, ante todo, un objeto social, político y poético’ ”. Manzanas. “Esquivando la terrorífica mirada de su madre,/ un par de rosadas manzanas me dio una grata mujer./ Quizá el fuego mágico de los amores furtivamente se mezcló/ con las manzanas enrojecidas: soy un desgraciado/ prendido a una llama. Pero en vez de pechos,/ oh dioses, en mis manos frustradas tengo manzanas”: “Sin título”, de Paulo. (Epigramas eróticos griegos. Antología Palatina, traducción y notas de Guillermo Galán Vioque y Miguel A. Márquez Guerrero, Alianza Editorial, 2001.) Normalidad. En El hijo eterno el escritor brasileño Cristovão Tezza revela sus más íntimos pensamientos al conocer la noticia de que su hijo nació con síndrome de Down: “Como en el cómic imaginario, donde los hechos se suceden sin interrupción, él ya está en casa. Hay un simulacro de normalidad, desde el muñequito azul en la puerta del cuarto del hijo —los regalos, los paquetitos, las sonajas colgadas, los adornos, la increíble parafernalia de un recién nacido, pañales, talcos, ropa, zapatitos, baberos, juguetes — hasta las más pequeñas medidas. Padre y madre platican como si no estuvi era pasando nada, hasta que un pequeño brote de depresión aflore, y entonces un ligero gesto del otro reponga la normalidad posible, en una balanza compensatoria”. (Traducción de María Teresa Atrián Pineda, Elephas, 2012.) Orar. “Ora, lege, lege, relege, labora et invenies: ‘Ora, lee, lee, relee, trabaja y encontrarás’. Esta es una de las dos únicas líneas de texto escrito que aparecen en el célebre libro mudo(Mutus Liber), documento de la alquimia tradicional, consistente en una serie de grabados”: Diccionario de expresiones y frases latinas de Víctor José Herrero Llorente (Gredos, 1992). Pintura. Afirma Georges Bataille sobre la pintura de Van Gogh: “No veremos el sol ‘en toda su gloria’ hasta 1889, con motivo de la estancia del pintor en el manicomio de Saint-Rémy, es decir, después de la mutilación. La correspondencia de esta época demuestra que la obsesión estaba alcanzando un punto culminante. Fue entonces cuando empleó en una carta a su hermano, la expresión ‘el sol en toda su gloria’ […] Para representar la importancia y el desarrollo de la obsesión 123 de Van Gogh es necesario poner en relación los soles con los girasoles. Esta flor también es conocida con el propio nombre de sol, y en la historia de la pintura está unida a la figura de Vincent Van Gogh, que escribía que de alguna manera él tenía el girasol (al igual que se dice que Berna tiene el oso, o Roma la loba)”. (La oreja de Van Gogh, Casimiro libros, Madrid, 2011.) Rulfo. Dos libros recientes sobre Juan Rulfo. Uno que se ocupa de su obra, escrit o por Françoise Perus: Juan Rulfo, el arte de narrar (Editorial RM/Unam/Fundación Juan Rulfo, 2012) y otro, Cartas a Clara (Editorial RM/Fundación Juan Rulfo, 2012) que revela la intimidad del escritor: “Yo siempre me he sentido miserable, enormemente miserable, como te lo he dicho varias veces. Mucho, porque yo he querido serlo, mucho porque me han hecho sentir que lo soy. Me han golpeado, sabes, me han dado duros golpes en eso que le llaman sentimiento. No sé quién: pero sí sé que a veces, cuando me exami no el alma, la siento un poco quebrada (junio de 1947)”. Suicidio. Libros, películas, arte, sustancias, lugares, formas, causas, todo lo relacionado con el suicidio lo documenta de manera minuciosa Carlos Janín, catedrático y pintor, en su Diccionario del suicidio (Laetoli, Pamplona, 2009): “La muerte voluntaria —escribe— obedece a las más variadas motivaciones, reviste las formas más peregrinas y recurre a los métodos más impensados. Es tan polimorfa e imaginativa que siempre dejará sin argumentos a qui en quiera rebatirla o exaltarla, borrando todas las fronteras, sembrando la confusión e impidiendo todo maniqueísmo. […] Esta visión panorámica de un fenómeno tan extendido a través del tiempo y del espacio […] puede ayudar a entender ese instinto de muerte y autodestrucción que opera incesantemente en él, y a desentrañar la excéntrica conducta del imprevisible ser viviente que somos todos nosotros”. Traducción. Sergio Parra, bloguero de Papel en Blanco, comparte que “la empresa Today Translation realizó una encuesta entre mil lingüistas de todo el mundo para escoger la palabra más difícil de traducir en todos los idiomas. La palabra escogida pertenece al idioma tshiluba (hablado en la República del Congo) y ha sido ilunga: ‘una persona que está dispuesta a perdonar cualquier abuso la primera vez, a tolerarlo la segunda, pero no la tercera’”. Utilidad. “Estar echado en la cama sería la experiencia perfecta y suprema, a condición de tener un lápiz de colores bastante largo para poder hacer dibujos en el techo. Pero un adminículo de ese tipo no forma parte, en general, del ajuar doméstico. Por mi parte creo que la cosa podría arreglarse mediante unos cuantos cubos de pintura y una escoba. Ahora bien, si uno trabajara de un modo realmente barredor y magistral y aplicase el color en grandes masas, el color gotearía sobre la cara del que está tumbado, en olas de rico y mezclado color como el de alguna 124 extraña lluvia de cuento; y esto no dejaría de tener sus desventajas. Sospecho que para esta forma de composición artística sería necesario limitarse al blanco y negro puros. Y en realidad para este fin un techo blanco sería de la mayor utilidad. En realidad es la única utilidad que se me ocurre para un techo blanco”: G. K. Chesterton. (“Echado en la cama”, Enormes minucias, traducción Vicente Corbi, Espuela de Plata, Salamanca, 2011.) Vagabundos. En “Niños vagabundos”, una de las crónicas incluidas en El paseante de cadáveres. Retratos de la China profunda , un niño callejero de 14 años confiesa al escritor y periodista Liao Yiwu que no teme ser llevado a una correccional de menores: “Chengdu está lleno de niños como yo, algunos dentro de colegios y otros que se han escapado de casa. Si nos juntaran a todos llenaríamos un colegio entero. ¿Y qué tiene de malo una correc cional? Te dan comida y ropa gratis y, además, no te obligan a estudiar. Las clases también son gratis, no hay que hacerles regalos a los profesores y no se gasta el dinero en lo que no se debe. Xiemin y yo ya lo hemos hablado muchas veces, cuando cumplamos quince o dieciséis años queremos entrar en uno. Ahí dentro se hacen hombres, se hacen héroes”. (Traducción de Leonor Sola, Sexto Piso, México, 2012.) Zeta. Se queja Javier Marías: “La RAE ha decidido que el nombre de esa letra se escriba sólo con c, porque con ésta se representa ese sonido —en parte de España— antes de e y de i. Siempre me pareció tan adecuado que el nombre de cada letra incluyera la letra misma que durante largo tiempo creí que la x se escribía ‘equix’, aunque todos digamos equis y así se escriba de hecho. Pero es que además el reciente Diccionario panhispánico de dudas, de la misma RAE, valida grafías como ‘zebra’ (aunque la juzga en desuso), ‘zinc’ o ‘eczema’. Y, desde luego, no creo que se oponga a que sigamos escribiendo ‘Ezequiel’. No veo, así pues, por qué ‘zeta’ pasa a ser ahora una falta. No está mal que haya algunas excepciones o extravagancias ortográficas en las lenguas y en español son tan pocas que no veo necesidad de suprimirlas”. ( Lección pasada de moda. Letras de lengua, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2012.) Delia Juárez G. Editora y traductora. Su libro más reciente es Gajes del oficio. La pasión de escribir. 125 EL ABISMO DE LA LIBERTAD: UNA ENTREVISTA CON FERNANDO SAVATER Rafael Pérez Gay La tardé en que me reuní con Fernando Savater hubo gritos en las calles. Contingentes del movimiento #YoSoy132 protestaban y cerraban la circulación que lleva a Polanco, donde esperaba Savater. Esta es la primera pregunta que quiero hacerle pensé: protesta, violencia, indignación en México y España. Desde hace muchos libros Savater se ha convertido en un escritor y un periodista central de la vida pública hispanoamericana. El lugar que ocupa y por el cual cualquier periodista e intelectual pactaría con el diablo se desprende de una obra vasta y compleja, de una reflexión inteligentísima y un trabajo de carbonero a lo largo de los años. Savater habló de México y de España, de la estupidez, de las drogas, de la política, de la novela y relacionamos estos temas con algunos de sus libros: El contenido de la felicidad,Diccionario filosófico, Mira por dónde. Autobiografía razonada y Los invitados de la princesa (Premio Primavera 2012). Savater, a escena. Rafael Pérez Gay: El primero de diciembre, una marcha de protesta en contra del presidente Enrique Peña Nieto convocada por #YoSoy132 terminó en disturbios, desmanes y enfrentamientos entre grupos de jóvenes armados de bombas caseras, cadenas, arietes en llamas y la policía que los repelió con gases lacrimógenos, toletes, golpizas aquí y al lá. ¿Ves alguna relación entre estos hechos de protesta y el momento español. Los une acaso la indignación ciega, la protesta, el rechazo? ¿Cómo ves este momento mexicano, lo relacionas con el español? Fernando Savater: El momento mexicano lo veo, en prin cipio, bastante más esperanzador. Han habido unas elecciones que se han hecho con la normalidad de 126 las elecciones democráticas, ha habido un ganador con un número cuantioso de votos, hay una serie de propuestas que parece que suenan bien y que tal vez se lleven a la práctica y mejoren una serie de problemas que, efectivamente, son graves. Hay unas propuestas positivas y, sobre todo, no hay una situación en lo económico, en lo social, como desgraciadamente hay en España, donde hay protestas por todas partes, protestas violentas que probablemente no tienen especial justificación, que probablemente son movidas por manos interesadas en crear disturbios. Como siempre, lo que cuenta no es la protesta, sino la propuesta. Es decir, lo que cuenta no es la disconform idad global y genérica, sino las propuestas que es lo que debería haber, esto falta muchas veces. En España, desgraciadamente, lo que tenemos es un horizonte mucho más cerrado en este momento, tenemos una situación económica crítica. Estamos dependiendo de ayuda europea que llega imponiendo más condiciones draconianas a la economía española. Tenemos, además, una desafección social producida por nuestros movimientos separatistas que son una especie de enfermedad oportunista que siempre acude a los organismos enfermos, como en este caso al Estado español. La situación me parece angustiosa. RPG: En Ética de urgencia, en El contenido de la felicidad y en general en tu obra hay siempre una definición de la ética como programa de la voluntad: el bien y el mal. Dime si el concepto se ha transformado a lo largo del tiempo o si sigue siendo el mismo. FS: El concepto de ética sigue siendo el mismo, lo que varía es el campo de acción humana sobre el que se ejercen los principios, la orientación. La ética no es un código, no son unas tablas de la ley, sino que es una perspectiva de valoración y de justificación de los motivos por los que uno opta a la acción o vota por una actitud o por otra. Los seres humanos estamos condenados a la libertad, como dijo Sartre; n o podemos escapar de la necesidad de hacer elecciones, por ejemplo. La ética es el intento de justificar esas elecciones no de acuerdo a los mismos objetivos pragmáticos inmediatos, sino a una cierta concepción global de la vida. Las acciones humanas varían con el tiempo porque nuestra capacidad de acción varía. La Ética a Nicómaco de Aristóteles, que es excelente, carece de reflexiones sobre bioética, por ejemplo. No habla de internet porque naturalmente eran nociones que estaban vedadas a Aristóteles. Lo que varía no es tanto la ética sino los campos de reflexión. Los campos en que el hombre puede actuar y, por lo tanto, puede actuar 127 bien o mal. RPG: Recuerdo que en el Diccionario filosófico que publicaste hace algunos años en editorial Planeta, hay una entrada sobre la “Estupidez” que me gusta mucho y que termina con una cita de Camus, que dice más o menos así: “Cuando le preguntaron a Camus qué había hecho él para enfrentar los grandes problemas que asediaban a su tiempo y a él, contestó: lo primero, no agravarlos”. ¿Sigues pensando como Albert Camus? FS: Sí. Creo que, por lo menos, uno debe ser un intento de resolución del problema, pero no parte del problema mismo; es decir, no esa especie de persona que tiene quizá buenas intenciones, pero que su act ividad se convierte en una fuente de dramas o de empeoramiento de las cosas. La reflexión sobre la propia conciencia debe llevarle a uno a evitar incidir y aumentar los males, a una actitud restrictiva, a una actitud un poco más de hacer más pequeña la acc ión en vez de hacerla más grande, eso ensarta dentro de determinadas circunstancias, cuando es fácil agravar las cosas en vez de mejorarlas. A veces hay que emprender el mismo camino, a veces bastante más decididas, bastante más avanzadas, porque las circunstancias lo piden, pero siempre teniendo la idea de que uno no debe ser de los que agravan, sino de los que aligeran las cosas. RPG: Vivimos en un tiempo, al menos en México, en el cual pareciera que muchos o algunos de los personajes que participan en l a vida pública no están muy al tanto de que no hay que agravar las circunstancias, sino tratar de que la acción, como tú dices, sea menor y aligere la escena. ¿Sólo la democracia puede dotar de soluciones a la vida política, a la plaza pública, a la vida s ocial? FS: No sólo la única forma, todos sabemos que hay muchas otras formas. La democracia es la única forma de que haya verdaderamente una sociedad y no un rebaño con un pastor, un tirano, un matarife. La democracia no es la fuente de la felicidad, ni la solución de todos los problemas, la democracia es el reconocimiento de que todos los seres humanos deben participar en la gestión de sus propios destinos. Eso es, digamos, insuperable, no se trata de que haya a veces unos resultados buenos y unos malos, eso no lo sabemos; evidentemente, en ocasiones la democracia no tiene la garantía de acertar siempre por esas tonterías de que “el pueblo siempre acierta”, no. RPG: El pueblo casi nunca acierta, Fernando. FS: Primero, el pueblo no es nada. El pueblo es un conjunto de ciudadanos que se puede equivocar como nos podemos equivocar tú y yo. Decir que el pueblo nunca acierta sería decir: es imposible que jamás llueva aquí. Bueno, a lo mejor llueve porque hay una nube. 128 De lo que se trata es de que, acierte o no acierte, cada uno de nosotros tiene que participar en la democracia; de hecho los griegos, que llevaban esto hasta las consecuencias más extremas, sorteaban los cargos públicos. La sociedad debe aceptar que, como todos somos miembros, si el cargo cae en una persona que no es la más competente pues también debemos intentar ayudar a que lo lleve a cabo. Lo que no podemos hacer es crear jerarquías de los que nacen para mandar, los que nacen para obedecer, los que nacen para saber, los que nacen para ignorar, eso es lo que es antidemocrático. RPG: En ese sentido, ¿la política es la forma y el conjunto de instrumentos que tenemos para que la vida pública no termine a balazos? ¿Eso es la política? FS: La política es la organización institucional de la socie dad. Sociedad quiere decir que somos socios. Los socios no se tratan de manera violenta, no se intentan asesinar, los socios son socios porque intentar colaborar unos con otros, intentan remediar las carencias de unos y otros porque intentan ganar juntos o minimizar pérdidas juntos, eso es la sociedad y la política es el propósito de institucionalizar ese intento de vivir como socios. RPG: Otro asunto: en Mira por dónde, tu autobiografía razonada, dedicas un episodio más o menos largo al periodismo. Escrib es algo así como esto: “sigo escribiendo en El País precisamente porque cuando me pedían una reseña escribía una reseña y no un soneto”. Hoy El País pasa por una crisis severa, dura, ¿está en crisis el periodismo español? FS: No. El periodismo mundial está en crisis, no sólo el periodismo español, eso afecta a todos los periódicos porque los periódicos, en papel, tienen fecha de caducidad. Entonces todas las grandes empresas de periodismo impreso están pasando por momentos difíciles para lograr mantenerse , todos están haciendo reducciones de personal, de gastos; muchas veces incluso de publicaciones que parecían casi mitológicas, como Newsweek, por ejemplo, han desaparecido ya en papel para pasar sólo a online, a internet. Es una tendencia. Yo lo deploro d esde mi ancianidad porque he leído o leo cuatro periódicos todos los días, me gusta el papel, la tinta. RPG: No sé dónde te leí que uno de tus momentos más agradables del día es cuando en la mañana sales de tu cuarto y tomas los periódicos y te sirves un café. FS: Ahora ese momento va precedido de otro momento que es cuando me 129 despierto, tomo el iPad y leo los periódicos en el iPad; luego lo dejo, me visto, bajo, compro los periódicos y los vuelvo a leer otra vez. Es probable que el periódico como fuente de información inmediata dejará paso quizá al periódico más bien encaminado al comentario, a la interpretación de lo que ocurre; pero ése no es un fenómeno español, es un fenómeno que ocurre en todas partes. Es verdad, el periódico El País, que a mí me afecta más porque es el mío, ha pasado y está pasando por una fase difícil, ha habido recorte de personal drástico y se están haciendo las cosas a veces con más acierto y otras con menos, pero es una crisis que trasciende, desde luego, a la prensa española . RPG: En Ética de urgencia hay un ensayo sobre internet… FS: Ética de urgencia no son ensayos, ni artículos. Es un diálogo que mantengo con jóvenes. No es un libro que haya escrito, es un libro hablado por mí, es una transcripción de unas conversaciones que he tenido con jóvenes en una serie de colegios e institutos de España a lo largo del comienzo de este año. Eran chicos que habían estudiado la Ética para amador que ha cumplido 20 años de su publicación. Entonces fueron ellos los que introdujeron nu evos temas, desde las perspectivas laborales de la crisis hasta la crítica, la religión, internet, y yo procuré debatir con ellos, charlamos, intercambiamos opiniones, les contradije en ocasiones. El libro es el resultado de esas pláticas. RPG: En El contenido de la felicidad defines la bioética como una frondosa rama de la ciencia que se ocupa de dos momentos que tienen que ver con el ser humano cuando éste no puede hacerse cargo de sí mismo: el nacimiento y la muerte. ¿La muerte asistida, la muerte como una opción elegida, el bien morir es una última puerta para salir de la vida? FS: Creo que la vida no es una jaula, o sea que los seres humanos somos, probablemente, los únicos animales que sabemos que vamos a morir con toda certeza. Mientras que el resto de los animales viven, mueren, pero no saben que van a morir, no conocen su destino; nosotros sí. Esa diferencia hace que todo sea diferente. Nosotros somos mortales y ellos son inmortales porque no saben que van a morir nunca. Frente a eso, la vida para nosotros no es un término zoológico, sino que tiene que ver con el sentido, con la creación, con el placer, con la compañía. Cuando por razones mil se nos hace invivible, imposible ya de mantener esos parámetros que nos hacen indeseable la vida, entonces n o cabe más remedio que respetar el deseo de las personas que, por su invalidez, porque ven un muro aciago frente a ellos que no pueden superar, desean ya morir. Mantenerlas artificialmente en vida, convertidas ya prácticamente en vegetales, es algo 130 estúpido y cruel. RPG: Hay un libro de Jean Améry que se llama Alzar la mano contra uno mismo (el escritor Améry se quita la vida a los 66 años). Mientras leía, me llenó de inquietud la posibilidad de plantear que uno es capaz de decir bueno, en este momento esto debe terminar. ¿La tecnología, los avances de la ciencia, la forma de alargar la vida, incide en la decisión de vivir más cuando ya la vida es invivible? FS: Bueno, deseo que en su momento me atiendan lo mejor posible, que el hospital esté bien dotado de todo tipo de máquinas y quisiera que se me aplicaran las medidas curativas si tengo una enfermedad grave. Pero además de todo eso está el sentido que encontramos en la vida. Es decir, un pulmón artificial o una máquina de respiración asistida nos puede p rolongar la vida, pero no le va a dar sentido a la vida. El sentido tenemos que darlo nosotros, que buscarlo nosotros. Habrá quien lo encuentre y decida que sigue deseando vivir en cualquier circunstancia, pero otras personas pensarán de forma distinta. El libro de Améry es una reflexión sobre eso, sobre cómo los seres humanos pueden verse desde dentro, cada uno se ve desde sí mismo, es inútil verse desde fuera. RPG: Como bien sabes, el gobierno de Felipe Calderón inció una guerra contra el narcotráfico, un combate serio y ciego contra el crimen organizado que ha costado 60 mil muertos. Veo en el consumo de la droga no sólo muerte y violencia sino exploración de un placer, búsqueda, en fin, experimentación con la propia sensibilidad. Y de pronto eso se convierte en un problema político real de violencia desatada. ¿Qué tienes que decirnos al respecto? FS: Que la distancia que hay, efectivamente, entre ese problema personal y el problema político, global, es la prohibición. Lo que convierte un problema o u na decisión privada de una persona que puede estar informada, que puede saber si quiere tomar una cosa u otra, se convierte en un problema para todo un país con cientos y miles de muertos por culpa de una decisión que es la prohibición de la droga. La prohibición de la droga es lo que convierte a una droga en un bien escaso buscado y manejado por gángsters, eso es lo que nos lleva a la situación actual, es decir, la irracional cruzada contra las drogas que se inició a comienzos del siglo XX por Estados Unidos y luego contagiando a otros países. Eso nos ha llevado a esta especie de gangsterismo generalizado. Es un problema gratuito, hay otros problemas de desarrollo, de economía, de justicia social, que 131 probablemente vienen de estructuras que sería difícil decir qué es lo que hay que hacer para resolverlo. RPG: ¿La legalización de las drogas es una salida? FS: La despenalización de las drogas, se legaliza lo que ha nacido para estar prohibido y termina convirtiéndose en autorizado. Pero las drogas naciero n perfectamente libres. La Coca-Cola hasta 1905 utilizaba coca en su fórmula y la heroína era una medicina creada por la casa Bayer; las drogas no han nacido para estar prohibidas. Son sustancias, medicinas, sustancias artificiales o naturales, las cuales nacieron para cumplir ciertas funciones y que de pronto se prohibieron y entonces se convirtieron en un oscuro objeto de deseo. RPG: Estamos acostumbrados a leer ensayos de Fernando Savater, pero te has empeñado y desempeñado desde hace varios libros en la novela. ¿Cómo enfrenta Savater el momento creativo, la ficción, ¿Cuéntanos algo de ese momento? FS: Para mí la afición a la literatura y el deseo de escribir historias es anterior al deseo de escribir ensayos y practicar filosofía. De jovencito, a los 15, 16 años, quería ser escritor, periodista, narrador. Luego inicié la carrera de filosofía y letras, de la cual a mí lo que me interesaban eran las letras mucho más que la filosofía y por razones laborales me vi más encuadrado en la filosofía que en la literatura porque no existían carreras de literatura puramente dichas como existen hoy en día. Entonces me dediqué a la filosofía, de lo cual no me arrepiento, cosa que me interesó y me ha interesado siempre y a la que me he dedicado muchos años: 40. Pero ahora que vuelvo a tener una cierta libertad por mi jubilación como profesor y también un poco por mi jubilación como ensayista si quieres, tengo un poco más de tiempo y quisiera volver a dedicarme un poco más a la novela. Lo he hecho muy intermitentemente, todo el tiempo, pero lo he hecho un poco a ratos perdidos. 132 Ahora quisiera hacerlo con un poco más de dedicación y quizá esta novela, Los invitados de la princesa, es la primera que he podido escribir con un cierto detenimiento. RPG: Cuando Balzac estaba a un paso de la muerte lo visitó Víctor Hugo en su casa de la rue Fortunée. Agónico y quizá delirante, Balzac pidió que llamaran al doctor Bianchon: “Traigan a Bianchon, sólo él puede curarme”. Pero Bianchon no pudo salir de ninguna de las 26 novelas en las cuales actuaba el papel de un médico, el médico que Balzac inventó. Ficción y realidad. ¿Tus novelas pasan la frontera de la ficción a la realidad, o simplemente penetras al mundo que está lejos del que estamos viviendo en ese momento? ¿Cómo concibes el momento de la creación novelística? FS: Como dijo el poeta Eluard: hay otros mundos, pero están en este. Hay otros mundos, pero todos están aquí. Efectivamente, me gusta la literatura con un poco de imaginación, la literatura fantástica con géneros co mo la ciencia ficción o el terror, pero no me gusta la literatura realista en el sentido burgués del término. No me gusta la novela que me cuenta que la señora del tercer piso se enamoró del señor que vive en el primero, dejó a su marido y luego lo echaron de la fábrica en la que trabajaba; todo eso puede parecer muy interesante, pero a mí me aburre brutalmente. Lo que me interesa es contar historias no habituales, aunque naturalmente remiten al mundo en el que estamos, que no remitan a cualquier cosa, po r fantástica que se te ocurra como ser humano, sino que exploren la humanidad y la realidad donde vivimos. Lo que pasa es que vemos esa realidad desde otro ángulo, un ángulo nuevo, un ángulo independiente y no un mero reflejo de la realidad. En casi todas mis novelas, por ejemplo en Los invitados de la princesa, hay unas circunstancias que pueden ser reconocibles porque es un congreso de escritores. Los escritores llegan a una isla más o menos remota y quedan atrapados porque hay un volcán en actividad que no permite que los aviones despeguen. Hay historias que los personajes cuentan y todas tienen que ver con aspectos de nuestro mundo, algunas relacionadas con la educación, otras con el poder, otras con el amor, otras con la decepción que trae la vida. Ca da una de ellas tiene que ver con uno de esos aspectos, pero todas están contadas desde géneros distintos, yo he querido que los diversos relatos que se entrelazan en el libro estuvieran no solamente narrados de manera diferente, sino también por personaje s que son completamente distintos, algunos comprenden lo que están contando, otros no lo entienden bien. RPG: Entre los jóvenes cultos, Cioran se ha convertido en un autor de culto. No 133 todos saben que eres el introductor de Cioran al español y que fue tu amigo. ¿Sigues visitando a Cioran, sigues leyendo a Cioran? FS: He tenido tanta familiaridad con Cioran que ahora, más que leerlo, lo recuerdo. Y sí, es verdad que en ocasiones por algún tipo de los azares de mi trabajo vuelvo a tomar algunos de los ya m uy gastados volúmenes que tengo de Cioran y de pronto vuelvo a encontrar esa especie de escalofrío, de aguijonazo que me daban los mejores momentos de Cioran. Claro que Cioran para mí ya es un recuerdo de una persona, de una amistad, de un anecdotario personal. RPG: Me gusta citar aquello que cuentas en Mira por dónde y mucha gente no me lo cree. Me refiero a la rubia que visita a Cioran, el pesimista queda prendado de ella, la pasea, la corteja, pero al final se da cuenta de que es una enviada de la academia sueca y que sondea la posibilidad de que Cioran acepte el Nobel. Cioran enloquece de rabia por la mentira y arma una tremenda pataleta. Fue así, escribes, como Elias Canetti llegó al cuadro de honor y recibió el Premio Nobel. FS: Yo sólo puedo atestiguar lo que dijo Cioran, no conocí a la joven rubia, pero seguí a lo largo esa relación. A Cioran le gustaban mucho las mujeres, y a pesar de sus años tenía sueños de coquetería porque supongo que es de las cosas últimas que se pierden, y con la joven que vino paseaba, salía, en fin. Él estaba convencido totalmente de que era una admiradora de su obra pero que también que estaba interesada por él. Cuando se enteró de que la joven estaba cumpliendo una función y que había sido enviada por alguien que debía de conocer bien a Cioran y mandó a esa joven y no a un señor con bigote, entonces sintió un poco el orgullo herido del macho, de pronto encontró que estaba siendo un autor más de una estantería y se enfadó. RPG: Oigo a veces a jóvenes para los cuales l a filosofía es aburrida y no sirve de mucho, ¿qué les dirías? FS: Tendría que confirmarles sus sospechas de que la filosofía no sirve para nada. Como escribió Adorno en una ocasión: porque no sirve para nada, aún es útil la filosofía. Es una llave pero que abre una puerta de dudas o de enigmas, no de soluciones. Es lo contrario de un libro de autoayuda, es un libro de autoproblematización no de autoayuda. Pero lo que pasa es que hay gente que tiene mentalidad de empleado: ¿esto para qué sirve? La mentalida d servil lleva a pensar siempre esto: ¿para qué sirve? Hay gente que no se considera a sí misma como un criado. 134 RPG: En El contenido de la felicidad citas a Stuart Mill, me refiero al ensayo sobre “El héroe trágico”. ¿Te acuerdas cuando reflexionas sobre el ensayo “On liberty” y te preguntas por las libertades individuales? En el alba del siglo XXI, ¿sientes que están amenazadas las libertades individuales por los Estados o sientes que saldrán adelante como en otros momentos de la historia? FS: La libertad siempre está amenazada porque las garantías de libertad sólo pueden ser estatales; es decir, sólo las tenemos dentro de los Estados. Las libertades son unas cosas que nos reconocemos unos a otros dentro de un marco de libertades. Lo que pasa es que toda libertad dentro del marco de la sociedad tiene unos límites. La sociedad está formada por socios, por lo tanto un socio no puede hacer lo que quiera, sino que tiene que atenerse a que hay intereses de otros que pueden ser perjudicados o compatibles con otros socios, la capacidad de emprender, innovar, crear, expresarse, buscar un propio camino de realización y, por otro lado, las necesidades de convivir, de aceptar pautas normativas comunes. Eso constantemente está funcionando. Hoy el Estado tiene muchos medios para tratar de sugestionar al individuo y decirle: usted renuncie a su autonomía, déjelo en mis manos, yo le diré qué comer, qué beber. Con la persecución de la droga es claro el atentado contra las libertades de las personas: “Nosotros sabemos lo que usted debe tomar y lo que no debe tomar y además le castigaremos si usted viola las reglas”. Una cosa es que recibamos información para poder tomar decisiones sensatamente y otra, muy distinta, es que se decida por nosotros. Muchas veces las grandes estructuras políticas ofrecen ese servicio: “Descanse usted en su libertad que yo la tomo en su lugar y ya verá usted qué bien le va. Yo sé mucho mejor que usted lo que necesita y lo que no”. Erich Fromm, un autor importante del siglo pasado que fue psic oanalista y que vivió y murió en Cuernavaca, tenía un libro que se llamaba Miedo a la libertad y que escribió cuando terminó la guerra mundial y explicaba por qué el auge de los grandes tiranos. 135 RPG: En Sobre vivir dedicas algún ensayo a la libertad y la tolerancia, ¿cierto? FS: Tenemos que acostumbrarnos a cierta incomodiad de las libertades. La libertad no es el hacer las cosas que yo quiero; libertad es que otras personas, dentro de un marco común, de leyes y de normas, puedan optar por cosas que a m í me parecen repugnantes o estúpidas. Uno está rodeado de gente que come cosas que uno considera asquerosas, viste de un modo que uno considera absurdo, tiene prácticas sexuales que a uno le repugnan, opta por vocaciones y por líneas políticas que a uno l e parecen fatales y sin embargo tienes que tolerarlas porque eso es reconocer la libertad de los demás. Es decir, uno está reconociendo la libertad de otro, cuando lo que hace el otro te molesta. Si lo que hace el otro te gusta, si lo que hace el otro te p arece muy bien, no tiene ningún mérito reconocer su libertad. RPG: En México llevamos mucho tiempo diciendo, y con razón, que la catástrofe silenciosa mexicana se desprende de la educación. Háblanos de esto y luego, si te alcanza, del laicismo. FS: La educación es un problema en México y en España, y en todos los países. Es decir, es básica en la democracia. La educación no es una cosa que se dé como cualquier otra. La educación es algo esencial porque hay que fabricar personas capaces de utilizar la democracia. Seres totalmente ignorantes, seres incapaces de gestionar su propias ideas, su propio conocimiento, es imposible que puedan colaborar en la organización de la gestión de los problemas del país; ser demócrata, ser ciudadano en la democracia es ser político. En la democracia todos somos políticos. Entonces la educación es importante porque hay que fabricar ciudadanos, fabricar ciudadanos es fabricar algo más que empleados. Está muy bien que las personas desarrollen conocimientos para ser capaces de hacer trabajos útiles en la vida, en la comunidad, pero eso no basta, un ciudadano tiene que hacer mucho más que eso. Un ciudadano tiene que hacerse y tiene que ser educado para eso. Muchas veces los Estados piensan que la educación es muy cara, porque lo es; la buena educación es muy cara. Exige muchos profesores, apoyo, grupos pequeños, renovación, reciclaje de los conocimientos de los maestros, pero hay que recordar que la mala educación se paga mucho más cara. En cuanto al laicismo, es uno de los compo nentes de la democracia. Las democracias tienen que ser laicas porque es la única forma de respetar la religión, en contra de lo que creen los fanáticos o los teócratas que piensan que el laicismo es despectivo o contrario a las religiones. No, el laicismo es la única forma de 136 respetar las religiones, pero todas. Porque claro, tener creencias religiosas es un derecho de cada cual, pero no es un deber de nadie y mucho menos es un deber de la sociedad; por lo tanto las creencias o no creencias religiosas debe n ser respetadas mientras se sometan a unas leyes comunes, porque nosotros no vivimos en una teocracia, sino que vivimos en una sociedad que tiene unas leyes organizadas de acuerdo con las luces de la razón humana. Luego dentro de ellas, cada uno si quiere, puede buscar una trascendencia o no, eso ya depende de cada cual. Entonces el laicismo es el reconocimiento de que el funcionamiento del Estado no está determinado por creencias, ideas e inspiraciones religiosas. Los pecados no son delitos; si uno peca o no peca, allá con su conciencia, pero si se es un delincuente eso sí que tiene que ver con las cosas del Estado. RPG: En Mira por dónde hay un momento en el cual, corrígeme si estoy mal, en febrero de 1981, tu ex mujer y madre de tu hijo te llama y te d ice: ¡Fernando, ha ocurrido una tragedia! Y tú le contestas: ¿qué ha ocurrido, qué pasó? Que Tejero ha querido dar un golpe de Estado. Entonces le respondes: vaya, por Dios, pensé que le había pasado algo al niño. FS: Ahí es cuando uno ve la jerarquía de sus preocupaciones; claro, oigo a una mujer llorando e inmediatamente digo: que al niño le ha atropellado el camión. Pero luego me dijo: un golpe de Estado. Un golpe de Estado, evidentemente, tendría graves incomodidades, sobre todo para mí que estaba en todas las listas del próximo golpe, pero de todas maneras eso ya me parecía un problema menor, eso se podía resolver, pero lo del camión, en cambio, era mucho más terrible... RPG: Es decir, no todo es vida política, el ámbito de la vida privada sigue sie ndo fundamental. La libertad es la sede de la intimidad, dijiste. FS: En la intimidad están nuestras libertades porque ahí es donde tomamos las decisiones; es decir, muchas veces hacemos una serie de cosas por rutina, por imitación, pero cuando de verdad vamos a operar por nuestra libertad lo hacemos desde la intimidad. Nadie sabe por qué estamos verdaderamente haciendo una cosa o la otra. Ése es el secreto y el abismo de la libertad. Rafael Pérez Gay. Escritor. Entre sus libros: El corazón es un gitano, Nos acompañan los muertos y No estamos para nadie. Escenas de la ciudad y sus delirios. 137 JEREMY BENTHAM: PARA VIAJAR A MÉXICO José Antonio Aguilar Rivera El 13 de noviembre de 1808 el filósofo inglés Jeremy Bentham, a la sazón de casi 60 años de edad, padre del utilitarismo, reformador, codificador e implacable crítico de la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano de los revolucionarios franceses, le escribió al barón Holland una larga carta en la cual le pedía su intercesión con el gobiern o español, con el fin de obtener permiso para viajar a México. Bentham deseaba seguir los pasos de Humboldt en la Nueva España y realizar un viaje de estudios. En la misiva el filósofo imagina formas de lograr el apoyo del ministro español Jovellanos y jue ga con la idea de regalarle a su amor imposible una o dos plumas del penacho de Moctezuma. Bentham fue uno de los filósofos más influyentes del siglo XIX. Sus ideas sobre la educación, el derecho y un sin fin de temas sociales, políticos y económicos moldearon debates e instituciones en ambas orillas del Atlántico. Bentham es el inventor del famoso panóptico, modelo de racionalidad. El filósofo había pasado temporadas productivas fuera de Inglaterra. Por ejemplo, en la carta al barón Holland menciona que escribió el panfleto Defensa de la usura (1787) mientras vivía con su hermano, Samuel, en Rusia entre 1786 y 1787. El precoz interés de Bentham por la América española, aun antes de las independencias, emanaba de sus lecturas. Por ejemplo, en la Edinburg h Review había leído que en 1792, en la provincia peruana de Cajamarca, había ocho personas vivas, cuyas edades oscilaban entre los 114 y los 147 años. En una carta fechada en esos días, le escribió a John Mulford que en esa comarca un español había muerto en 1765, a la edad de “144 años, siete meses y cinco días y había dejado 800 personas que descendían de forma directa de él”. 1 A Mulford le escribió: “Ante mí se encuentran mapas manuscritos de carreteras y diarios de viajes entre Veracruz y la capital, q ue nunca han sido publicados”. Holland, un prominente político whig inglés (estudioso de la poesía del Siglo de Oro), desempeñó un papel de primera línea en la política del imperio español de 138 las primeras dos décadas del siglo XIX. Tuvo un gran ascendien te intelectual en el mundo político e intelectual español. Fue muy influyente en los debates constitucionales que llevaron a la Constitución de Cádiz. Más de diez años después Bentham abogó por la independencia de las colonias españolas en una obra inédita: Libraos de Ultramaria. El viaje a América nunca se realizaría. Sólo podemos especular qué efecto habría tenido la presencia de Bentham en el mundo político e intelectual novohispano en 1808-9, en plena crisis política en la Nueva España. Esta carta est á recopilada en el volumen siete de sus obras completas, publicado por Oxford y editado por J.R. Dinwiddy. (José Antonio Aguilar Rivera) Carta sobre un posible viaje a México Jeremy Bentham Queen’s Square Place Westminster Mi Lord, Su Señoría no espera ser perturbado por una carta de quien esto escribe y menos sobre el tema que la anima. El suscrito se ufana de ser conocido en el círculo de su Señoría, como un callado, meticuloso e inofensivo recluso, en quien a pesar de que ningún hombre tenga un compañero, cualquiera encontrará un amigo y quien, a pesar de ser un inglés por nacimiento es por naturalización un ciudadano del mundo. La Defensa de la usura fue planeada y realizada en una casa campestre aislada en la vecindad de Krichev, un pueblo en la s márgenes del río Soje, en la provincia de Mogilyov en la Rusia Blanca. Un deseo se ha apoderado de él de defender otra cosa tan mala, o de hacer alguna otra tan caprichosa, en similar privacidad y con tan poco propósito, en alguna localidad aislada en la vecindad, si es factible, de la ciudad de México. Y ahora, mi Lord, su Señoría anticipa la sustancia de lo que me queda por escribir. El caso es que, en su conjunto, considerando el tiempo que he vivido, no tengo grandes motivos de queja en el apartado de la salud. Sufro de algunos ligeros padecimientos, contra los cuales la Providencia parece haberme indicado la meseta de ese país como un lugar de refugio. Durante más de la mitad del año me siento tan aguijoneado por el frío de nuestros inviernos ingles es que una gran parte del tiempo que habría sido empleado arrastrando la pluma es consumido en pensar en el frío y tratando, en vano, de alejar esa incómoda sensación sin causar algo peor. Pero ¿acaso no produce calor el fuego? Sí, pero como proviene de 139 nuestros hogares ingleses, ni mis ojos ni otras partes del cuerpo pueden soportar tal calor. Hay un pleito perpetuo entre mis ojos y los pies por el calor; mientras que los pies nunca tienen suficiente, a los ojos siempre les sobra. Una nueva instancia de la vieja parábola de los miembros.2 Por diversas autoridades, tanto privadas como públicas, he llegado a considerar que México ofrece un clima en el cual todas esas diferencias desaparecerían. Tiene justo la temperatura que complace a cualquier cuerpo: si se desea más cálido se descienden unas cuantas yardas, si se quiere más fresco se sube. En la capital misma la temperatura nunca sobrepasa los 84 grados.3 Comparada con una condición sana [sic], la duración promedio de la vida humana es un tercio superior (n o recuerdo exactamente el número) a la de Europa. Se dice que tal es el poder de dos circunstancias antagónicas que, sin embargo, se armonizan y regulan mutuamente: la altitud del sol sobre el horizonte y la altura de la tierra sobre el nivel del mar. Explícito. Sección 1. Respecto al fin propuesto: íncipit sección 2. Respecto a los medios para lograr lo antedicho. Cuando mi hermano regresó de Rusia me trajo, como obsequio del almirante Mordvinoff, una copia de una traducción al francés de famoso trabajo de Don G. M. Jovellanos (ci-devant Ministre de Grace et Justice , según la portada): L’Identité de l’Interêt general avec l’Interêt individuel , etc. año 1806, hecha e impresa en Petersburgo.4 El traductor según la dedicatoria: M. Rouvier. El patrono de la obra parece haber sido el conde Kotchubey, ministro del Interior, por cuyas órdenes se hizo la traducción; el mismo personaje que ordenó se hiciera una de las dos traducciones al ruso del libro de Dumont. 5 Mordvinoff debe ser más o menos conocido para su Señoría como el predecesor inmediato del actual ministro Tchichagoff al mando de la Marina: después de renunciar a ese puesto Mordvinoff se convirtió en la cabeza de una especie de oposición, en la medida que el gobierno ruso lo permite, y en ese carácter fue electo Comandante de la Nobleza en Moscú, la cual se ofreció como voluntaria con motivo de la guerra con Bonaparte. […] Mi Lord, los motivos de mi proyecto en relación a México le son para este momento ya discernibles. Tomando en consideración que hac e uno o dos años (si hemos de creerle a Dumont) cerca de 750 copias de su libro lograron llegar a España y Portugal, se me ocurre que tal vez una copia de alguna de las dos traducciones publicadas en París de la Defensa de la usura6 pudiera haber llegado a las manos del señor Jovellanos. Posiblemente también una copia del libro de Dumont, el cual obtuvo la protección inmediata o mediata de Lady Holland, si es que lo que la Señora se dignó referirme a este respecto no fue mera coba. En la actualidad los días de lectura del ministro [Jovellanos] deben haber acabado tan 140 completamente como los del Eremita, aunque espero que no debido a la misma causa […] Si el camino a la capital mexicana está abierto, o pudiera abrirse, para los ingleses en general, es algo que tal vez conocen los que saben, pero para mí es completamente desconocido. Y una recomendación para los poderes fácticos en aquella esquina del imperio sería un asunto no de necesidad, sino de fineza, y un tipo de fineza sin la cual, en este momento de m i vida, no estaría dispuesto a ir en la búsqueda de aventuras. Si intentase ir allí, sería una necesidad indispensable, además de una recomendación, una autorización olicencia. Antes de que Bonaparte se convirtiera a tal grado en amo de España al menos Hum boldt (desconozco si algún otro francés) fue admitido en México con el propósito confeso de escribir lo que pudiese aprender y de publicar lo que escribiese. 7 ¿Será ahora negado a un inglés el favor que entonces fue concedido a un francés? Cuando él fue [a México] lo hizo con el conocido, y me parece manifiesto, objetivo de escribir y publicar sobre el estado de ese país. Aun ahora si un hombre tuviera esa intención no veo qué gran daño haría. Incluso en estas circunstancias no esperaría que [el viaje] produjese preocupación en este o aquel lado del Atlántico.8 Sin embargo, el hecho es que mi ambición nunca ha apuntado en esa dirección y en consecuencia si se me impusiera alguna condición en ese respecto no me costaría nada aceptarla. En el año y tres cuar tos que permanecí en Rusia no escribí nada de ese tenor. Lo que escribí fue la Defensa de la Usura, la parte principal del Panóptico, otras partes del libro de Dumont y no sé que otras visiones, del tipo de las que a nadie le importa un comino. De la misma manera seguiré escribiendo mientras tenga mano para hacerlo (mis ojos no sirven para leer) dondequiera que se encuentre mi ermita, ya sea en Queen’s Square Place o en México. A partir de aquí, mi querido Lord, además de asegurar el patronazgo de vuestra Señoría, en la forma de una escalera para ascender y obtener la gracia y el favor de su alteza el Señor Jovellanos, permítame recurrir a la fiabilidad de vuestra merced como testigo, rogándole que firme a mi favor una especie de certificado, que pudiera ser llamado un certificado de inocuidad. Nadie que sepa algo sobre mí puede desconocer en qué grado he sido siempre incompetente en todo sentido para aquello que en francés se llama intrigue, o en inglés política. Estoy cierto que el finado Lord Lansdown habría en última instancia firmado un certificado para tales efectos y en los más amplios términos. Las señoritas Fox y Vernon, quienes no pudieron evitar escuchar lo que Lord Lansdown tan a menudo decía, no se rehusarán a dar fe y así ser la mejor evidencia que es posible obtener, ahora que nuestro noble amigo ha dejado de existir […]. 9 141 Me he detenido de manera larga y enfática en el certificado deseado — el Certificado de Insignificancia— en el supuesto de que es la mejor recomendación que, en una visita a México, un hombre puede llevar en el bolsillo. Y si la declaración por su forma no es de las que tienen más peso, en el fondo vuestra Señoría sabe que no es por ello menos cierta. No puedo sino confesar que el saqueo es uno de mis objetivos, pero en mi ca so la materia del saqueo no será, como lo fue en el caso de Dupont y Junot, crucifijos y candelabros, sino otras cosas más bonitas, de las que son atesoradas en St. Anne Hill y apreciadas en Little Holland House. 10 Me siento tan intimidado por Lady Holland, y me encuentro tan agitado por el temor de haber caído de su favor con respecto a la Dhalia, que soy del todo incapaz de determinar con qué tipo de nuzzer [obsequio] debería aproximármele.11 ¿Una pluma o dos del penacho de Moctezuma, si queda algo de él…? En corto, heme aquí, un hombre afligido que no sabe qué decir. Al Señor Jovellanos considero que le ofrecería un soborno apropiado y suficiente si le prometo perseverar en mi apoyo al principio de Laissez nous faire [Dejadnos hacer] en tanto tenga pluma para escribir. Y si aller [ir] se incluye con faire [hacer] y aller a la Mexique [ir a México] en aller (que debiera ser el caso a menos que mis nociones de lógica sean del todo incorrectas) hablando con propiedad entonces no veo cómo pudiera rehusarse a conceder mi petición sin caer en inconsistencia. Sin embargo, en lo que concierne a su Señoría, admito francamente y con cierta presunción que me siento bastante tranquilo. Todo aquello que alguna vez haya salido de las imprentas en la forma de poesía, ya sea en el viejo o el nuevo México, desde la muerte de Guatamozin [Cuauhtémoc] hasta el presente será fielmente coleccionado y enviado a Holland House, para que ahí sea transmutado [sic] del español mexicano al elegante inglés. Pero, ¿Señor? Oh, sí, mi Lord, conozco la diferencia. La prosa es donde todas las líneas, salvo la última, van al margen: la poesía es donde algunas de ellas no lo alcanzan. Puesto que tengo el hábito de enviar mis pensamientos a la región de las contingencias futuras, ya preveo la n ecesidad eventual de ayuda en la forma de información por parte de Mr. Allen, cuyo conocimiento sobre el estado de cosas en España y Perú no podría ser tan completo e íntimo como parece ser sin que hubiese aprehendido algunos particulares sobre México, que me podrían concernir; como los medios y la forma de llegar y vivir allí. Pero cualquier cosa de este tipo es como hablar de pollos antes de que éstos hayan roto el cascarón. Aquí también no me encuentro del todo libre de bochorno, entre el temor de no obtener su ayuda y el temor de ofender su sensibilidad. Si me llegara a encontrar un buen retrato del dios Vitzlipultzi [Huichilopoztli], digo uno que estuviera del todo seguro que hubiese sido pintado a partir del original, y que al mismo tiempo 142 le fuese notablemente fiel, por ventura se lo enviaría a Holland House con mis cumplidos. Para una mente escrupulosa, esa prueba resultaría más satisfactoria que cualquier explicación de una “flor imperial” o cualquier argumento sobre una “corrida”. Si el Señor Jovellanos tiene algo en común con otros estadistas o con otros autores no le desagradará poseer una traducción de su trabajo, especialmente una traducción hecha y publicada en un lugar tan remoto como San Petersburgo. Ya que, a juzgar por la fecha del pie de imprenta, el libro ha circulado por dos años durante los cuales, creo, ha habido en Madrid un embajador ruso, por lo que sería muy extraño que una copia de la traducción no hubiera llegado de alguna forma a las manos del autor [Jovellanos]. Si no fuese as í, a pesar de lo mucho que aprecio mi ejemplar, y puesto que mi hermano posee otro, tomaría medidas para enviarlo a España, a la consignación de su Señoría. Ya había incluso planeado una visita a Holland House llevando el libro en mi bolsillo cuando, ¡oh s orpresa!, me detuvo un artículo en el Times del 19 de octubre de 1808 que hablaba del noble señor que con todo su menaje se encontraba ya camino a Falmouth. Mas, si contra lo que uno pudiera esperar, ocurriese que el campeón de la libertad en la agricultur a [Jovellanos] no posea una copia, como suponemos, la mía deberá serle entregada en la primera oportunidad y esto bajo los principios del desinterés más heroico y ello a pesar de que el Ministro hubiera prestado oídos sordos a mi petición, como seguramente se ve obligado a hacer con tantos otros. Excepto por lo anterior, no vislumbro cómo podría serle de utilidad, de modo alguno, en México, o en cualquier otro lugar, al señor Jovellanos, o a cualquier otra persona. Mas, si él fuese de otra opinión, estaría a sus órdenes para cualquier servicio que pudiese prestarle. Se me ocurre una posibilidad, una potencial observación por parte del Señor Jovellanos: “una recomendación de su Señoría surte todo el efecto que puede tener una recomendación pero para mí es mucho firmar un papel, y más aún pedirle a otros que lo firmen, a favor de un caballero al que ninguno de nosotros conoce. Si se tomara la molestia de venir hasta aquí para que le veamos y le hagamos una o dos preguntas, entonces habría oportunidad para neg ar o conceder su petición”. España no es el mejor país para viajar en este momento; menos en invierno, durante una guerra, ¡y qué guerra! Tampoco posee el clima que busco. A pesar de ello, si ésta fuese la condición sine qua non, y aun a pesar de que al final sólo hubiese un resquicio de esperanza, no me amilanaría. Si no hay acceso a ningún puerto mexicano sino directamente desde España, entonces la visita [a España] sería una cuestión de necesidad física. Sin embargo, no creo que sea el caso, puesto que en las circunstancias presentes no sería el deseo de España, ni tampoco estaría en su poder, cerrar todos los puertos 143 mexicanos a los barcos ingleses. Pero desembarcar en un puerto es una cosa, que se le permita a uno viajar 190 millas tierra adentro es ot ra. Y en un puerto situado en la zona tórrida no esperaría permanecer vivo por muchos días. Veracruz en particular tiene la reputación de ser uno de los puertos más mortíferos. Para equiparme para la empresa hay ciertos favores que en mi consideración so n indispensables, mientras que otros son deseables. Indispensables. Una carta al Virrey de México de alguna autoridad competente en España, recomendándome su protección, con una pensión para subsistir en la capital o en su alrededores en tanto mantuviera un buen comportamiento. Una carta del Virrey de México al gobernador de Veracruz con el propósito de conminarlo a dejarme continuar de inmediato mi camino hacia la capital sin que se me obligase a permanecer en Veracruz una noche. O en el peor de los ca sos, no más de una noche. Deseables. Exención del registro de equipaje. Llevaré conmigo una pequeña biblioteca y a pesar de estar perfectamente determinado a no pronunciar una sola sílaba que pudiera atacar o manchar la pureza de la religión católica, dem asiados de mis libros estarían en peligro de no pasar un escrutinio severo: leyes inglesas en general (la Compilación de Comyn, el Abridgement de Bacon) y una Enciclopedia, por ejemplo. ¿Alguna de estas publicaciones soportaría las pesquisas del inquisitorial ojo católico?12 Pero una cosa esencial es que, en caso de que haya revisión, ésta sea hecha en México y no en Veracruz, donde moriría en el transcurso del procedimiento. Información. Para la cual recurro a dos de los atributos de Mr. Allen: su urbanidad y su omnisciencia sobre: ¿Paquebotes u otro medio regular de transporte a Veracruz desde España? ¿Existen? Y de ser así, desde qué puertos y con qué horarios. ¿Transporte ocasional de Veracruz a España? ¿Index expurgatorius?13 ¿Hay alguno en el cual se pueda consultar cuáles libros no pueden ser legalmente importados a México? Libros malvados, tales como Rousseau, Helvecio, Voltaire, Hollis, etc. Todos los pecadillos de juventud de ese tipo, si es que alguna vez los tuve, los dejaré de este lado del Atlántico. Mapa de México, si contiene caminos, mucho mejor. 144 Libro, o libros, donde se muestren los costos de viajar y vivir ahí; por ejemplo en los que se ofrezcan indicaciones sobre los artículos que se manufacturan, los artículos que se importan y exportan a y desde México, con sus respectivos precios, junto con los precios de otras necesidades y comodidades ordinarias: renta de casa, salarios de los sirvientes, impuestos, si existen, etc. Supongo que conseguir este tipo de cosas es algo imposible, a un para una persona en Madrid, un lugar al cual tal vez su Señoría no regrese. Sin embargo, si alguna cosa de este tipo estuviese al alcance y si el Sr. Allen tuviese la gentileza de enviármelas junto con una relación de su costo, será reembolsado al Sr. B uonaiutti o a cualquier otra persona que quiera designar, religiosamente y con agradecimiento. Las ideas del Sr. Horner respecto a los tesoros estadísticos acumulados por el Sr Allen, incluyendo (me supongo) muchos relativos a México, pero que se supone no son ya accesibles, hacen que se me haga agua la boca. Pero la humilde petición es que no se demore la transmisión de cualquier información que pudiera haberse obtenido sobre las cosas indispensables mencionadas arriba por esperar información respecto a cualquiera de los otros rubros. Para no acrecentar, más allá de lo necesario, la carga que pretendo imponer, he pedido prestada una mano que escribe de manera menos ilegible que la mía y he reservado la mía propia para autenticación y para la seguridades d el respetuoso apego con cual tengo el honor de ser, mi Lord, el más obediente servidor de su Señoría. Jeremy Bentham P.D. Si fuera a ir a México, me llevaría conmigo al Sr. John Herbert Koe, de Lincoln Inn (conocido de la Señorita Fox y todos los que me conocen) y tal vez, si se me permitiese, uno o dos sirvientes. En el permiso, si se me concediese, tal vez sería necesario mencionar esto. Desde que escribí lo anterior he sabido de buena fuente que hace ya tiempo que los barcos salen directamente desde es te puerto hacia Veracruz. Incluso me han ofrecido mostrarme las facturas. José Antonio Aguilar Rivera. Investigador del CIDE. Autor de Cartas Mexicanas de Alexis de Tocqueville (Cal y Arena, 1999). El autor agradece la ayuda de Francisco Eissa en la traducción de esta carta. 1 Jeremy Bentham, “To John Mulford”, 8 -10 noviembre de 1808, en Jeremy Bentham, The Correspondence of Jeremy Bentham. Vol. 7, January 1802 to December 1808, editado por J.R. Dinwiddy, Clarendon Press, Oxford, 1988. 2 Bentham hace alusión a la famosa fábula de Esopo, “El vientre y los miembros”, en la cual distintas partes del cuerpo pelean por la comida. 145 3 28 grados centígrados. 4 Bentham se refiere al español Gaspar Melchor de Jovellanos. La obra citada (L’Identité de l’Interêt general avec l’Interêt individuel; ou la libre action de l’interêt individuel est la vrai source des richesses des nations. Principe exposé le rapport sur un projet de loi agraire, adressé au Conseil Suprême de Castille… St. Petersburgo, 1806) es un fragmento del informe sobre la ley agraria de 1795 que Jovellanos presentó a la corona española. La nota es de Dinwiddy. 5 El editor ginebrino Pierre Étienne Louis Dumont (1759 -1829), admirador y seguidor del filósofo, tradujo varios libros de Bentham al francés. En 1808 Dumont ya había traducido el Traité de legislation civile et pénale (1802) y posiblemente Bentham se refiera a ese libro. 6 Jeremy Bentham, Defence of Usury, 1787. 7 Como se sabe, el barón Alexander von Humboldt, notable geógrafo y naturalista, hizo un célebre viaje a México en 1803 y 1804. En 1811 publicó un libro en el que daba cuenta de sus hallazgos: Ensayo político del virreinato de la Nueva España. La obra describió la riqueza del virreinato y lo puso en la imaginación de los europeos de la época. El libro aún no aparecía cuando Bentham escribía estas líneas. 8 España estaba en 1808 invadida por las tropas francesas de Napoleón. 9 Se refiere a Caroline Fox, hermana de Lord Holland, a quien Bentham tres años antes había propuesto matrimonio. 10 Explica Dinwiddy que Dupont y Junot fueron dos generales franceses que participaron en la ocupación y saqueo de la península ibérica en la invasión napoleónica de 1807-8. St. Anne Hill era la residencia de la viuda de Charles Fox. Ahí se atesoraban las semillas de plantas exóticas. Little Holland House era la casa de Caroline Fox y Elizabeth Vernon. 11 En la India era un regalo que un subordinado le hacía a un superior. En 1805 Bentham le había hecho un pequeño desaire a Caroline Fox a propósito de un espécimen de Dhalia, una exótica planta del Perú importada por Lord Holland. El cincuentón Bentham había prometido, en el transcurso de una cena en Holland House, salir con Caroline (una mujer de 40 años “cuyos largos dientes la salvaban de ser una belleza”) al jardín a contemplar la flor, pero turbado por la situación se marchó antes de hacerlo. Ese mismo año Bentham le propuso matrimonio a Caroline, quien amablemente declinó por escrito. El desaire fue mayúsculo. Jamás se volvieron a ver. Sin embargo, cu ando Bentham estaba cerca de cumplir 80 años le escribió una carta en la cual le decía que no había dejado de pensar en ella un solo día. 12 Sir John Comyns, A Digest of the Laws of England, 5 vols. (1762-7); Matthew Bacon, A New Abridgement of the Law, 5 vols. (1736-66). 13 La lista de libros prohibidos por la Inquisición. 146 RETRATO DE UN JAZZISTA INTEMPESTIVO Nicolás Medina Mora Pérez Son las diez de la noche, el concierto debía haber empezado a las nueve, y Ron Peterson* no aparece. Salvo por el impaciente quinteto y un par de universitarios melancólicos, el Bar Luca está desierto. La gente empieza a recoger sus cosas, y sólo entonces, como si hubiera planeado un examen de lealtad, Peterson irrumpe en el bar. Es robusto, y lleva el cabello cas taño partido a la derecha, fijado con una generosa dosis de gel. Taciturno, murmura disculpas entre dientes, mientras ensambla distraído su clarinete. “Bueno —dice sin aliento a la banda—, empecemos con There Will Never Be Another You”. Se lleva el instrumento a los labios y toca el tema principal de la canción. De súbito, el quinteto se le une. De manera casi inconsciente, veinte pares de botas, mocasines y zapatos tenis comienzan a llevar al unísono el compás. Todos los ojos se fijan en Peterson. Le perdonamos todo. Peterson es conocido en Nueva York como un intérprete extraordinario de jazz tradicional, pero también como un excéntrico incorregible. Tiene veinte años, pero se niega a ponerse ropa hecha después de 1950, bebe whisky como algunos de sus contemporáneos toman té orgánico, y hasta hace poco salía con Mary -Beth Institoris, una doctora internista que le lleva tres décadas. Incluso la existencia del Quinteto Luca es una consecuencia del comportamiento errático de Peterson. Mona’s —un bar que la sección cultural del Wall Street Journal calificó como “el centro de una vibrante y joven escena de swing y jazz tradicional” — queda a menos de una cuadra del Luca, en el barrio del sur de Manhattan conocido como Alphabet City. Tras una noche de desacuerd os etílicos con los parroquianos de Mona’s, Peterson se hizo amigo de Silvio Luca, el barbudo patrón del bar que lleva su nombre, y comenzó a organizar sus propias sesiones de improvisación. A los ojos de muchos, la decisión de Peterson de fundar una session des refusés, a menos de cien metros de la Meca del jazz tradicional, fue un gesto suicida. Desde el nacimiento del bebop, en 147 los años cuarenta, el jazz ha sido un género vanguardista. Los jazzistas serios, dice la cantaleta modernista, son aquellos qu e componen música revolucionaria, o que por lo menos escriben arreglos innovadores del repertorio clásico. Para la vanguardia, Peterson y sus competidores no son sino revendedores de nostalgia. Al enemistarse con la gente de Mona’s, Peterson se convirtió e n un paria entre los parias. En el bar notorio, sin embargo, Peterson era uno entre muchos, compitiendo por las atenciones del solista y la audiencia. Del otro lado de la calle, Peterson reina sin oposición —un rey sin súbditos, pero a fin de cuentas un re y. Tras presentar la melodía de Harry Warren, Peterson se embarca en un solo. Va y viene por la escala con precisión, modulando su timbre desde los más ásperos aullidos hasta los más suaves sollozos. El quinteto lo acompaña con disciplina, sin estorbar, creando un efecto de histeria controlada. La crítica especializada suele burlarse de la cursilería del jazz tradicional, pero Peterson se las arregla para transformar las tiernas canciones de amor de los años veinte en cuentos de obsesión y neurosis. Entre su interpretación y las grabaciones originales existe la misma distancia que se extiende entre las fantasías románticas que seducen a Madame Bovary y la novela de Gustave Flaubert. La música de Peterson coquetea al mismo tiempo con la parodia y con la loc ura, como si las melodías de anticuario no fueran sino un escenario sobre el cual exponer un alma dañada. Exactamente treinta y dos compases después, Peterson baja el clarinete. Se bebe de un trago el resto del whisky, y hace una seña al pianista, quien toma su turno en el lugar protagónico. Entonces, en un acto de increíble descortesía, Peterson abandona el escenario y sale del bar. Lo sigo, lo encuentro fumando, y le pregunto cómo está. “De la chingada. Mary-Beth me acaba de cortar. Otra vez”, responde. Antes de que pueda hacerle otra pregunta, Peterson remata su cigarro con una calada monumental y regresa al bar. Se une a la banda justo cuando el baterista termina su solo, apenas a tiempo para una última repetición del tema principal de la canción. La escuálida audiencia aplaude con entusiasmo. “¡Muchas gracias, damas y caballeros!”, exclama Peterson a todo pulmón, con los brazos extendidos, sonriendo como si estuviera en el escenario más grande del Waldorf Astoria. “Me llamo Ron Peterson y este es el Quinteto Luca. Es un verdadero placer estar con ustedes esta noche”. “Principios, Justicia, Carácter, Clase, Nobleza… ¿Dónde fueron a parar nuestros valores? ¿Por qué hace cincuenta años que la tasa de divorcio crece sin parar?”. Así empieza una nota que Peterson publicó en su perfil de Facebook en noviembre de 2009, bajo el título La bancarrota moral de mi generación. El ensayo —si es que es posible llamarlo así— es de inspiración profundamente autobiográfica. 148 Connie y John Peterson, los padres del jazzista, se separaron cuando Ron tenía doce años. Según los recuerdos del joven músico, la desintegración del matrimonio fue dolorosa. “Intentaron reconciliarse cuando nació mi hermano pequeño”, dice Peterson durante una entrevista en su buhardilla del Lower East Side, mientras fuma marihuana echado sobre un diván, como paciente de psicoanálisis. “Excepto que mi hermano no es hijo de mi padre. Mi madre lo tuvo con otro, pero mi padre dijo que quería criarlo de todos modos. Obviamente el arreglo no funcionó”. En contraste con las peleas de sus padres, el matrimonio de los abuelos maternos de Peterson era un ejemplo de estabilidad. La abuela, Diana Verdun, fungió como alcalde de Coos Bay, el pueblo natal de Peterson, y hoy en día ocupa un escaño en el senado estatal de Oregon. El abuelo, Lawayne Verdun, tenía una concesionaria de automóviles, y su obituario en un periódico lo cal lo describe como “un rotario con asistencia perfecta”. Es imposible exagerar la influencia que el matrimonio Verdun tuvo sobre Peterson. Ron creció mirando videocasetes de teatro musical con su abuela, y las melodías de State Fair y Brigadoonquedaron inscritas en su memoria. Imitando a un tiempo a Gene Kelly y a su abuelo, el futuro jazzista vestía trajes de tres piezas todos los días desde antes de terminar la primaria. Una tarde, mientras rebuscaba en la colección discográfica de los Verdun, Peterso n encontró por casualidad un LP de Benny Goodman y quedó fascinado. Convencido de que su propósito en la vida era revivir la música que sus abuelos habían escuchado en la época en que se conocieron, decidió aprender a tocar el clarinete. Cuando por fin enc ontró un maestro capaz de enseñarle jazz tradicional —Hans Utah, nacido en Brooklyn en 1926, que había tocado en el ensamble de Goodman—, su abuelo negoció con las autoridades de la escuela para que Peterson pudiera faltar a clases y llegar a tiempo a sus lecciones de clarinete. Sin embargo, no todo en la infancia de Peterson fue fácil. John Peterson nunca logró entender la idiosincrasia de su hijo, quien prefería escuchar a Marie McDonald en vez de jugar futbol americano. En palabras de Peterson, John er a “un veterano de la Fuerza Aérea, un tipo brusco, como un cantinero”. La relación entre padre e hijo nunca fue fácil, pero se volvió verdaderamente imposible cuando Peterson alcanzó la adolescencia. La tensión entre los dos llegó a un punto crítico poco después de la muerte de Lawayne, cuando Peterson tenía catorce años. Padre e hijo iban camino a casa en el coche cuando John decidió informarle a Ron que su nueva esposa iba a acompañarlos en un viaje de carretera que habían planeado hacía meses. “Le grité que ni madres”, dice Peterson. “Me emputé un chingo. Mira, antes yo 149 hablaba mucho con mis manos, me gustaba gesticular para expresarme. Después de lo que pasó, mi papá insistió en que había pensado que yo quería tomar control del coche, pero eso no es cierto, es una excusa para intentar justificar lo que hizo. Me pegó, fuerte, y cuando me desperté tenía sangre por todos lados”. Ron llamó a la policía, pero los oficiales que llegaron eran amigos de su padre. Le dijeron que se lavara la cara y que no dije ra nada de lo ocurrido. Poco después, la abuela de Ron consiguió que los oficiales fueran despedidos. Aun así, hasta la fecha invita a John Peterson a pasar Navidad en su casa todos los años. Cuando le pregunté a John sobre el incidente en una entrevista p or teléfono, me contestó en tono avergonzado: “probablemente se me pasó la mano”. El quinteto lleva tocando media hora sin parar, y es momento de tomar un descanso. La banda sale del bar. Varios compran comida china a un vendedor ambulante que maneja una bicicleta destartalada. Peterson empieza a liarse un cigarro de marihuana. “Aguas güey, aquí siempre pasa la patrulla”, advierte Fred, el guitarrista, un lúgubre cuarentón que jura aprendió todo lo que sabe de música en un campamento gitano en Alsacia, donde también se enganchó a la coca y a la heroína. Peterson se ríe, burlón. “Cabrón, yo puedo rolarme un porro más rápido de lo que tú tardas en venirte”, asegura. Mientras Peterson le da el primer toque a su creación, dos figuras altas y escuálidas emergen de la noche. Uno trae una especie de solideo y anteojos deportivos. El otro tiene la barba tupida y los ojos hundidos, y carga consigo un estuche de saxofón. Peterson me los presenta respectivamente como Vladimir Kovaks —un guitarrista Ruso “que neta es famoso”— y Jacob Horowitz —“el mejor saxofonista de menos de cincuenta años en Nueva York”. “Ese mi carnal Ron, ¿qué pedo, cabrón?”, pregunta Kovaks, quien de no ser por su pronunciado acento moscovita hablaría perfecta jerga de Harlem. Peterson contesta lacónico que terminó con Institoris. “Tenía una tocada de esmoquin, y a la pendeja se le olvidó mi corbata en su casa. Me emputé, y le dije que se fuera a chingar a su madre. Se emputó, y me dijo que hasta ahí llegábamos. Así que fui, me la cogí, y me largué. A la hora de largarme le grité que a partir de ahora se cogiera ella sola”. 150 La anécdota arranca risas de todos los presentes, excepto del bajista —un chico tímido de Nueva Jersey, que come sus dumplings en silencio, con los ojos fijos en el piso. Peterson arroja su colilla a la calle con un estilizado gesto de los dedos y declara que el descanso ha terminado. Volvemos al bar. Kovaks se sienta en la barra, pero Horowitz se queda de pie junto al escenario, esperando a que lo inviten a tocar. Por un instante Peterson finge que no se ha dado cuenta, regodeándose en su potestad imperial —pero poco después le hace una seña a su amigo, cabeceando hacia el escenario. “Venga Manhattan, de Rogers y Hart,” ordena el rey Peterson. La canción de 1929 es sin duda una provocación para el recién llegado, quien se especializa en bebop y probablemente no conoce los acordes de la pieza. Y en efecto, Horowitz se pasa los primeros minutos de la canción mirando a la nada, con el saxofón en los labios pero sin tocar u na sola nota. Entonces, justo cuando su silencio comienza a parecer ridículo, se une de lleno a la banda. Su timbre es fúnebre y suave, digno de un réquiem de blues. Tal vez inspirado por su amigo, Peterson toma un micrófono y comienza a cantar: We’ll have Manhattan, The Bronx and Staten Island too; We’ll try to cross Fifth Avenue Peterson susurra la letra de la canción con los ojos cerrados, imitando la voz etérea de Chet Baker. Al llegar al último verso, su boca se tuerce en una media sonrisa de ironía y amargura: The city’s bustle cannot destroy The dreams of a girl and boy— We’ll turn Manhattan Into an isle of joy. Peterson llegó a Nueva York hace tres años, gracias a una generosa beca para estudiar en la Escuela de Música de Manhattan. Antes de eso , el joven jazzista había asistido brevemente a la Academia de Artes de Interlochen, en Michigan, pero después de un año abandonó sus estudios de preparatoria porque “odiaba estudiar jazz como si fuera una materia académica”. De Michigan se mudó a Portland, “para tocar música y meter[me] drogas”. Allí, Peterson hizo audición para la Banda de Jazz de los Premios Grammy, uno de los ensambles juveniles más prestigiosos de Estados Unidos, y ganó la posición de saxofón principal. Impresionados por su actuación en la ceremonia de los premios, varios de los 151 mejores conservatorios del continente le ofrecieron plazas y becas. Cuando el decano de Manhattan aceptó hacerse de la vista gorda frente a su carencia de un diploma de preparatoria, Peterson decidió mudarse a N ueva York. Poco antes de llegar a la Costa Este, Peterson empezó a cartearse con Dan Fredericksen, un veterano del clarinete y una celebridad menor en ciertos círculos jazzísticos de Nueva York. “Me preguntó sobre la escena tradicional”, cuenta Frederi cksen por Skype desde Berlín, una de las principales escalas de su gira europea. “Las cosas han cambiado desde entonces, pero en esos días la edad promedio de la gente que tocaba este tipo de música era sesenta o setenta años. Yo llevaba toda la vida esper ando que el jazz tradicional volviera a ser popular —y de repente aparece este chico de diecisiete años diciéndome que quiere aprender a tocar como Benny Goodman. La verdad es que me conmoví”. Cuando Peterson llegó a Nueva York, Fredericksen se encargó de presentarle a los líderes de la escena tradicional. Entre ellos estaban los directores artísticos de dos bandas muy exitosas: Vincen Giordano, de los Nighthawks, y Dan Sandello, de la Orquesta de Ensueño. El segundo, impresionado con el talento de Peterson , no tardó en contratarlo. Fue en esa misma época que Peterson conoció a Bill Ramoneti, quien sería durante un tiempo su mejor amigo, y que en ese entonces estudiaba el último año de la carrera de composición en la Escuela de Música de Manhattan. “Compartíamos el saxofón, la fiesta, y muchas sustancias”, dice Ramoneti, joven alto, delgado y apuesto, en una entrevista en su impecable departamento del norte de Manhattan. Peterson y Ramoneti se volvieron inseparables. Pronto llegaron a ser conocidos en el barrio universitario de Morningside Heights como los dos saxofonistas derrelictos que tocaban mejor ebrios que cualquier otro sobrio. Son casi las tres de la mañana, y en el Bar Luca hay más músicos que espectadores. Peterson se limpia el sudor de la fre nte. Cambia el clarinete por el saxofón y, sin anunciar lo que va a tocar, se lanza en una melodía rápida y disonante. La banda reconoce la pieza de inmediato. Repiten el tema varias veces al unísono, deslizándose sobre la escala cromática como un borracho al tropezar por unas escaleras —hasta que, de pronto, la música explota en una marcha jubilosa. Peterson toma su solo, y es como si sus melodías pasearan alegremente por una calle transitada. La banda entonces repite el tema cromático, dejando claro que la pieza —Dizzy Atmosphere, el clásico compuesto por Dizzy Gillespie en 1946— es un emblema de las oscilaciones de la adicción, balanceándose 152 precariamente entre la náusea atonal de la abstinencia y éxtasis en clave mayor de la ebriedad. Pocas canciones más tarde, Silvio Luca anuncia que es hora de cerrar, y la banda entera se aprieta en el diminuto coche de Kovaks. “¡Vámonos a Small’s!”, anuncia el ruso, refiriéndose al famoso club de bebop de la calle 10. Camino al bar, los músicos bromean acerca de los méritos relativos de varios traficantes de heroína. Peterson parece sorprendido cuando descubre que Horowitz sigue enganchado. Horowitz, avergonzado, baja la cabeza, y desciende las escaleras del club en silencio. No lo seguimos. “Vámonos a casa”, dice Peterson dirigiéndose a mí, y entonces emprendemos la larga caminata a su desordenado departamento en el Lower East Side, “el tipo de cantón que William S. Burroughs hubiera rentado en los cuarenta”. En el camino Peterson habla largo y tendido sobre las particularidades de la moda de los años cuarenta. Al final añade, como si se tratara de un detalle sin importancia, que Institoris tiene síntomas de cáncer. La vida de Peterson comenzó a salirse de control apenas un año después de su llegada a Nueva York. Tras decidir que prefería los bares a los salones de clases, abandonó sus estudios de conservatorio y los cientos de miles de dólares de su beca. Convencido de que la autenticidad era más importante que el prestigio, tocó suficientes conciertos con la Socieda d de la Medianoche, los enemigos jurados de Vincen Giordano, para asegurar que los Nighthawks nunca lo contrataran. Al empezar a salir con Mary-Beth, poco después de que Sandello fuera a la cárcel por golpearla tras un largo y tormentoso noviazgo, Peterson se las arregló para que también lo despidieran de la Orquesta de Ensueño. Incluso su amistad con Ramoneti comenzó a deteriorarse. 153 “Me acuerdo de una noche en particular, cuando todo se fue a la mierda”, dice Ramoneti. “Estábamos hasta la madre de pedos, y nos dijimos de todo. Yo terminé en uno de los estudios de ensayo del Conservatorio, sin camisa, tocando furioso. Ron entró como loco, gritándome que no tenía nada que darle al arte. Eso fue todo, dejamos de hablarnos”. Muchos de los antiguos amigos de Peterson consideran que su insistencia en seguir tocando jazz tradicional no es más que el resultado de ciertas inseguridades artísticas. De acuerdo con este punto de vista, la escena tradicional —que Ramoneti define como “una secta de dementes” — le da a Peterson toda la atención que necesita sin pedirle jamás que produzca “arte de verdad”. “Nunca lo he visto hacer algo que sea verdaderamente suyo”, dice Ramoneti. “No he oído una pieza original, no he visto un arreglo propio, todo es de otros. Ser artista consiste en expresar quién eres. Ron es de un pueblo perdido en Oregon, era Boy Scout, y tiene un fondo de ahorros. No es, y nunca será, un hipster neoyorquino de los años veinte”. Fredericksen tiene una opinión diferente de las decisiones artísticas de su antiguo protegido. “Cuando me metí al jazz tradicional, comencé a interesarme más por rescatar viejas canciones que por componer nuevas. Lo importante aquí es tener un proyecto artístico, y eso Ron sin duda lo tiene. Hasta organizó una big band con un montón de chicos del Conservatorio. Ron ha inspirado a mucha gente joven a tocar este tipo de música —y para mí eso en sí mismo es una inspiración”. Puede que haya algo de verdad en el diagnostico de Fredericksen, pero la big band a la que se refiere —La Orquesta de la Edad de Oro— lleva varios meses sin tocar un solo concierto. Días después de mi última visita al Luca, Peterson salió de Nueva York para pasar una semanas con su familia en Oregon. Necesitaba irse de la ciudad para intentar dejar de beber —cosa que por supuesto no ocurrió—, y alejarse de Mary-Beth, quien no dejaba de pedirle que la acompañara a la obra de teatro de su hijo. Cuando Peterson volvió finalmente a Nueva York, decidí visitarlo por última vez. Cenamos en un pésimo restaurante hindú, y hablamos de bebop. Entre burlas amargas, Peterson me informa que el Quinteto Luca se ha separado —enfurecido por la desaparición de Peterson, Silvio los había despedido —. Sin embargo, Peterson no parece muy preocupado al respecto, pues tiene noticias más importantes para compartir. Martin Clay, “una leyenda viviente que solía tocar con Gillespie”, acaba de limpiarse tras décadas de adicción a la heroína, y Peterson estaba más que contento de ofrecerle asilo temporal en su departamento. “Con Martin me siento mucho más cómodo en la escena de bebop. Puede que la 154 gente de Mona’s ya no me quiera, pero da igual, porque me siento muy bienvenido en Small’s”, dice Peterson, visiblemente emocionado. Entre bocados de curry y tragos de Kingfisher, Peterson me explica que el jazz tradicional y el bebop no eran en realidad estilos contradictorios. Después de todo, los primeros beboppers se habían educado en el swing. “Últimamente me he interesado por la época en que el bebop y e l swing coexistieron”, revela. “Fueron tres o cuatro años dorados, cuando la gente ya había empezado a tocar solos expresionistas, pero todavía conservaba el calor humano y la finesa melódica del jazz tradicional”. Al mencionar mis entrevistas con Frederi cksen y Ramoneti, el rostro de Peterson se ensombrece y da su punto de vista: “Puede que Fredericksen sea bueno para lo que hace, pero nunca podría tocar bebop. Le encanta ir a Mona’s a que le chupen la verga. Y Ramoneti tiene talento, sin duda, pero es un académico y nada más. Está sacando una maldita maestría y escribiendo putos conciertos de piano. Charlie Parker componía, seguro, pero su música surgía de la improvisación. Bill hace lo opuesto. ¿Sabías que transcribió trescientos solos de saxofón, y que se los aprendió en todas las claves? ¿Con quién cree que va a tocar, la Filarmónica de Viena? Parker nunca hubiera hecho nada por el estilo y yo tampoco pienso hacerlo”. Después de la cena caminamos a un bar llamado Destination, donde Clay había organizado una sesión. La música es divina, pero el jazzista veterano —un afroamericano encorvado y de corta estatura — presenta una estampa lastimosa. Apuntando la trompeta hacia el suelo, parece querer esconderse de los ojos de la multitud. Mientras Peterson nos ordena whisky en la barra, me acerco a Clay y le ofrezco la mano. —Hola, Martin —saludo—. Es un placer conocerte. —Martin —contesta. —Hola, Martin —repito—. Un placer. —Martin —dice una vez más. “Dale chance, está medio sacado de pedo”, dice Joe Kurtz, un canadiense alto y frágil, quien trae puesta una boina azul idéntica a la de Gillespie. “Se acaba de tomar una codeína porque le duele la espalda”. Peterson y el resto de los músicos tocan durante unos cuarenta minutos. La audiencia, en su mayoría yuppies descorbatados, apenas presta atención. Poco después un afroamericano obeso y vestido de púrpura se acerca al escenario. Kurtz lo saluda y le pasa un manojo de algo que creo eran billetes, y el recién llegado desaparece tan pronto como llegó. Los músicos de saparecen por turnos en el baño. 155 Después tocan sin parar por tres horas. Clay entonces masculla que quiere irse a casa. Kurtz le da un tranquilizante; Peterson, las llaves de su departamento, y el viejo trompetista desaparece dando tumbos bajo la luz amari lla del alumbrado público. Peterson y Kurtz deciden alcanzar el final de la última sesión de la noche en el Fat Cat, otro famoso club de jazz. Caminamos durante cuarenta minutos bajo la lluvia. Kurtz no deja de hablar, repitiendo sin cesar un refrán de re sentimiento: “Si la gente no te quiere, si no les gusta tu música, no tiene nada que ver ni con tu talento ni con tu carácter. No, la gente te odia porque sabe muy bien que eres mejor que ellos, porque te tienen envidia”. El Fat Cat está vacío salvo por H orowitz y unos cuantos yonquis de ojos apagados. Peterson toca una sola canción y luego desaparece en el baño otra vez. Cuando regresa al bar, veinte minutos más tarde, le pregunto a qué hora piensa volver a casa. “¿A poco ya tienes suficiente material pa ra tu artículo?”, pregunta. Para cuando llegamos al departamento, Clay ya dormía en la única cama. Su dificultosa respiración parecía llenar el cuarto, como los estertores de un moribundo. “Hoy en la tarde me dijo que voy a terminar como él”, susurró Pete rson, pensativo. Me acosté en el piso y traté de dormir, mientras Peterson fumaba en la ventana, tarareando la melodía de Manhattan. Nicolás Medina Mora Pérez. Periodista. *Los eventos, lugares y personas descritos en este artículo son verídicos. Sin embargo, para respetar la privacidad de los protagonistas, así como para protegerlos de riesgos legales y profesionales, los nombres de todos los personajes han sido cambiados. 156 JACARANDA Ana Lucía Guerrero En la casa donde nací, una jacaranda esperaba afuera. Siempre abanicando un hola; siempre murmurando un adiós. Cuando era niña solía pensar que er a un gigante. Tan alta y fuerte, con sus hojas de confeti durante el otoño, y sus flores de color lila lloviendo en primavera. Luego, al ir creciendo, fui memorizando cada rama, cada pequeña cicatriz del árbol. Aprendí a escalar árboles en sus brazos y a jugar con los insectos que la habitaban, entonces “rescataba” a las catarinas que se escondían en su cuerpo y las transportaba a un refugio hecho con las eternas flores que alfombraban el piso. La jacaranda era mi compañera de juego favorita y nos divertíamos mucho juntas, ¡o al menos una de las dos lo hacía! Me fui haciendo mayor y lo último que me interesaba era pasar más tiempo corriendo alrededor del árbol, buscar insectos o leer bajo su sombra. A veces hasta me parecía bastante molesta pues tenía que limpiar el piso varias veces a la semana cuando la jacaranda florecía. Si no lo hacía, las flores muertas se convertían en un peligro para la gente que caminaba por la calle, además, también podían bloquear las coladeras y había pocas cosas tan incómodas como la calle inundada. Mi hermosa jacaranda se había convertido en una tarea que me mantenía alejada de los amigos... o, peor aún, de la televisión. Un día, mientras me quejaba del infortunio que significaba encargarme del árbol, mi abuela escuchó mis quejas y sólo tuvo a bien mostrarme su enorme sonrisa. Me sentí traicionada y enojada con ella, ¡cómo se atrevía a divertirse con mi sufrimiento! Al contrario, me explicó, se sentía identificada conmigo porque muchos años antes ella también había tenido que c uidar a sus propios árboles. En Cuba, donde nació y creció, su familia vivía en una casa rodeada por un escudo lila. Cuando era pequeña le molestaba no poder sembrar otras plantas debajo de las jacarandas, y sentía que eran los árboles más egoístas de los que se tuviera memoria. A ella le gustaban las flores y quería que su vida estuviera rodeada de muchos colores, no sólo el lila de temporada. Ella quería 157 rosas, geranios, margaritas. Ni siquiera el pasto crecía debajo de las jacarandas y algunas, incluso, levantaban el piso con sus fuertes raíces. “Son iguales a nosotros”, le dijo su padre, “fuertes y solitarias”. “No les guardes rencor”, abogó por ellas. Y luego procedió a explicar algunas de las bondades de esos árboles. “Alégrate de tenerlas cerca. Es cierto que es molesto no tener todas las otras flores que te gustaría, pero enfocarte en el lado negativo no te va a llevar a ninguna parte. Es mejor pensar que, al contrario de las flores pequeñas, las jacarandas proporcionan protección contra el sol y el calor, les sirven como casa a los colibríes que anidan en sus copas, y también hacen brisa los vientos fuertes. Además, mira”, le dijo mi bisabuelo tomando una de las pequeñas flores que yacía en el suelo, “¿escuchas su música?”, conocía bien a su hija y sabía cuánto le gustaba cantar. “¿Música?”, preguntó mi abuela en su voz de niñita. “Sí, las jacarandas son los árboles más musicales del planeta. ¿Ves?, hasta sus flores tienen forma de trompeta”, le informó mientras se recargaba en el árbol. “Ven aquí, siéntate conmigo y quédate calladita”, mi abuela obedeció pues en todo caso era cierto: las flores parecían trompetitas. Después de un rato pudo escuchar la melodía. ¡Era verdad, las jacarandas producían el concierto más bello que había escuchado! Aquel día se prometió que nunca volvería a ver las cosas desde un solo ángulo. Estaba dispuesta a darles otra oportunidad a las jacarandas ya que, de todas formas, las demás flores podían ser plantadas en otro lugar. Esa misma tarde, mientras caminaban hacia la casa, su padre le contó también la leyenda de la jacaranda. De acuerdo con ella, se debe pedir un deseo al pasar por debajo del árbol; si una de sus flores cae sobre la cabeza, el deseo se hará realidad. Sin embargo, se tiene que dar algo a cambio del favor recibido. La historia de mi abuela hizo que me olvidara por completo de mis quejas, pero tenía curiosidad sobre una cosa. “¿Alguna vez te cayó una flor en la cabeza?”, le pregunté con la necesidad de indagar sobre lo que realmente me intrigaba. “Sí, sí, varias flores”, respondió sonriendo. “¿Y entonces qué pediste?”, quería conocer lo que mi abuela soñaba cuando era casi de mi edad. “No, mi amor, la leyenda prohíbe contarles a los demás tus deseos; ésos sólo le pertenecen a cada quien, y al árbol, claro. Pero te diré algo: justo en este momento estoy muy cerquita de uno de mis deseos”. Aunque la historia me tenía encantada, en ese momento no la entendí muy bien. Seguramente mi abuela se dio cuenta pues, suspirando, puso fin a todas las preguntas que estaba empezando a murmurar: “algún día lo entenderás”. El relato de mi abuela permaneció escondido en mi mente, pero cada vez que pasaba por debajo de una jacaranda pedía un deseo. Nada sucedía, por supuesto, ni siquiera una semilla caía cerca de mí. Mi abuel a murió cuando el invierno estaba 158 terminando y la temporada de jacarandas empezaba a florecer. Con un poco de resentimiento vi cómo las copas de los árboles adquirían sus tonalidades lilas; su presencia me hacía recordar constantemente las historias de mi abuela y no podía sino culpar a las jacarandas que continuaban con su vida como si nada. Era tan doloroso que decidí que debía alejarme de la ciudad. De alguna manera terminé viviendo en Los Ángeles, donde las jacarandas florecen a mitad de la primavera y donde, por primera vez, una flor de jacaranda cayó sobre mi cabeza. De repente el mundo se detuvo. ¡Tantos años esperando ese momento para que se me olvidara pedir un deseo! Me quedé inmóvil y, al tratar de tomar aire para controlarme, dejé pasar otra flo r deseando haber deseado el deseo de la primera. De pronto sopló un viento constante que desprendió cientos de flores y, aún así, yo sólo fui capaz de desear una cosa, el mismo anhelo que he tenido desde que mi abuela me contó la leyenda de la jacaranda. L evanté la vista hacia el árbol y parecía como si pudiera hablar con él. Los dos sabíamos cuál era mi deseo, y también los dos entendimos que ése sería nuestro secreto para siempre. Ahora sé que los deseos sí pueden cumplirse. Yo siempre recordaré el mío y , con él, la sonrisa de mi abuela cada vez que miro las hermosas jacarandas. Sí, abuela, tenías razón: los sueños se hacen realidad. Pero también tenías razón y hay que dar algo a cambio. Y yo te extraño tanto. Ana Lucía Guerrero. Internacionalista. Actualmente estudia la maestría en ciencia política en la Universidad Estatal de California. Fue asesora del secretario de Gobernación (2010-2011). REYGADAS: FALLAR COMO VIRTUD David Miklos Juan es padre de un niño y una niña aún pequeños, casado con Natalia, una mujer bella pero gélida. El matrimonio ha llegado a un punto de aparente no retorno, una deseada normalidad. Juan demuestra un comportamiento de violencia desmedida hacia uno de sus perros —Martita, la más inteligente, a la que muele a golpes —, cierta adicción a la pornografía en línea y un deseo de relaciones sexuales contra natura —por detroit, recurriendo a su propio parlamento —, en tanto Natalia se muestra indispuesta a la intimidad. Rut y Eleazar, sus hijos —en la realidad los hijos del propio director de la película —, son una suerte de lunas o estrellas que 159 orbitan a los planetas errantes que son sus padres, habitantes de una hermosa casa en Tepoztlán. Y es allí, en un paraje de belleza insólita convertido en campo de futbol y pastoreo, donde comienza Post tenebras lux (2012), el cuarto largometraje de Carlos Reygadas (ciudad de México, 1971). Más que contarnos la historia de la confusión de Juan y su familia, Reygadas nos ofrece una serie de montajes: cuadros en movimiento que nos muestran situaciones límite, protagonizadas por el mencionado cuarteto —en particular por Juan y su vida posible, imposible, imaginada y/u onírica — y por otros personajes, entre los que sobresale El Si ete, talador ilegal de árboles, drogadicto y alcohólico en recuperación, ratero y asesino potencial, cuya familia descompuesta es un contrapunto a la familia en crisis de Juan. Ubicada en varios territorios —el real, el onírico y el de las posibilidades f uturas, amén del alegórico—, Post tenebras lux renuncia a la narrativa fílmica convencional y le ofrece al espectador la posibilidad y/o el reto de ensamblar por sí mismo un rompecabezas de una belleza visual y sonora sin parangón, si bien el encanto estético se disuelve apenas los personajes se manifiestan y hablan, y es aquí donde comienzan los problemas. Llegados al espacio crítico de esta reseña, resaltemos, primero, las virtudes, que son varias y contundentes, de Post tenebras lux. Amado y odiado a la vez por los espectadores desde el estreno de Japón (2002), celebrado y vilipendiado por la crítica sobre todo a partir del lanzamiento de Luz silenciosa (2007) y su tercer regreso pródigo a Cannes, Reygadas, independientemente de lo que opinemos de él y de sus filmes, no nos resulta indiferente: hay que ver lo que hace. Si se trata de un enfant terrible o de un provocador, eso es lo de menos: los escándalos a los que llama el corpus fílmico de Reygadas son propios de cualquier creación que se desvía de la convención de manera deliberada, como sucede con Post tenebras lux, filme en el cual sería muy difícil encontrar un accidente creativo -estético: todo ahí está colocado en su justo sitio, de manera casi quirúrgica. Al igual que en Luz silenciosa, es Alexi s Zabé el encargado de la portentosa fotografía de Post tenebras lux, cuyos claroscuros se hacen patentes desde la primera, prolongada y notable secuencia —una obra maestra—, en la que la niña Rut convive con vacas y perros propios y callejeros, con la caí da de la noche y la aparición de sus sonidos, registrados con una maestría pocas veces escuchada. A partir de este momento no habrá falla visual ni sonora. Estamos ante un filme que deslumbra desde su trinchera técnica. Lo mismo ocurre en la segunda secuen cia, en la cual un demonio rojo y estirado y digitalizado recorre un departamento, caja de herramientas en mano, hasta encontrarse con el niño (¿Juan?) que lo sueña o lo 160 contempla durante unos instantes. Sentadas las premisas, todo pareciera indicar que viviremos una experiencia estética asombrosa, acaso exquisita. Pero más allá de los desplantes de dominio técnico, lo que en realidad debemos preguntarnos es si Post tenebras lux es una obra lograda, una buena película, y es en este punto donde nos adentramos en las tinieblas, en los vicios o defectos de Reygadas. Como en Japón y en Batalla en el cielo (2005), en Post tenebras lux Reygadas se adentra en el terreno del encontronazo de clases, por un lado, y de un imaginario sexual tabú trasladado al campo de la realidad aparente o posible, por el otro. En el primer caso, una vez más se recurre a la contratación de no-actores para representarse ya sea a sí mismos o a la idea que Reygadas tiene de ellos y del rol que juegan en su película (que no es Dogme ni Cinema povera, sino un capricho sin escuela, luego caótico en extremo): Juan y El Siete (Adolfo Jiménez Castro y Willebaldo Torres) se complementan y, más que antitéticos, son uno mismo, aunque hablen y se manifiesten de forma distinta. De igual modo, el re trato de la burguesía dominante —cuna aceptada del director, como puede verse en su cortometraje Este no es el reino (2010) y que parece un borrador de la entrega aquí reseñada — es tan chocante, preciso y apologético, que produce náuseas. Esto es lo que en realidad provoca al espectador y puede hacerlo odiar la película; eso y no la borrachera y exposición descarnada de los pueblerinos dominados. En el segundo caso, Natalia, el personaje encarnado por Nathalia Acevedo y que hace la vez de esposa de Juan, e s no sólo un miscast sino una especie de piedra parlante en el camino, cuyo único atributo es la develación y el sometimiento de su belleza física en una secuencia que ocurre en un baño, tal vez francés, de intercambio de parejas (esto no ocurre con Ana, e l logrado personaje que representa la amateur Anapola Mushkadiz en la infravalorada Batalla en el cielo). Más aún: el personaje de Natalia termina de sacar de balance los malabares técnicos de Post tenebras lux, y uno quisiera que Reygadas hubiera recurrid o a las voces en off a la Malick o a algún otro recurso para no caerse de la cuerda floja, puesta tan lejos del suelo. Más que la pretensión (alcanzada una y otra vez, lo cual la convierte en pecata minuta), el problema de Post tenebras lux es la inconsis tencia: si Reygadas buscaba retratar y registrar la belleza del entorno que rodea a sus personajes, lo consigue de manera superlativa, si bien dicha belleza se desintegra ante el malogrado tono documental del filme y un dominio laxo sobre sus protagonistas —para no decir una dirección actoral nula, no ante la provocación, que es sólo 161 ruido, aunque ruido virtuoso, a ratos fallido. David Miklos. Escritor. Su libro más reciente es Brama. LOS NUEVOS CENTURIONES Gustavo García Sin saber, en el momento de escribir esto, quiénes se harán cargo de los destinos del cine gubernamental (Instituto Mexicano de Cinematografía, Cineteca Nacional, etcétera), que ya deben estar en funciones ahora, sólo queda la constancia de cómo remató un sexenio que fue inmensamente auspicioso para esa área… hasta el último momento. Mientras Imcine entregó un balance sexenal de producción, exhibición y distribución impecable, haciendo proyecciones muy aterrizadas a las limitaciones, posibilidades y nuevos problemas a que se enfrenta el cine mexicano, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes enfrentó, en el remate de su espectacular herencia al cine, el amargo sabor de la frustración, bajo las formas contundentes, arquitectónicas, del edificio Luis Buñuel, en los Estudios Churubusco, y la Cineteca Nacional del Siglo XXI; el primero cobijaba a los productores que no cabían en el viejo condominio de productores, y se demolió para hacer otro cuyos fines cambiaban de semestre en semestre (hotel con facili dades para las producciones extranjeras, oficinas nuevas para los productores que ahora se refugiaban en instalaciones provisionales o “gallineros”, mudar Imcine ahí). Terminó el régimen con el armazón a medias; no se habló mucho de eso porque sólo quienes transitan dentro de los estudios han padecido la obra. La Cineteca fue otra cosa: nunca inaugurada pese a las fechas establecidas, se le ha puesto a funcionar conforme los albañiles entregan un espacio tras otro (para la inspección que hizo Felipe Cald erón a finales de noviembre, se debieron instalar mamparas para ocultar la obra negra y se pintó de verde un pasto agónico). Pero funciona como puede de cara al público (archivos, investigación y otros menesteres se amontonan donde caiga) y el último acto de la administración anterior fue la presentación, en 162 diciembre, de un libro sintomático en muchísimos sentidos, Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo, fruto de los esfuerzos conjuntos de miembros del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UN AM, y de la Cineteca, que, sin embargo, detenta todo el crédito. Según afirmó la coordinadora y autora del proyecto, Claudia Curiel de Icaza, la idea original era analizar la obra de más de 20 cineastas de la última camada, abundantísima, forjada en festivales, circuitos de exhibición y técnicas de filmación alternativas, y fue la Cineteca la que propuso que quedara en cinco directores: Fernando Eimbke, Carlos Reygadas (but of course), Gerardo Naranjo, Nicolás Pereda y Amat Escalante. La operación es arri esgada: una reducción así elimina una gran parte de la representatividad que el libro tenga como panorama del cine mexicano, sobre todo si se atiende a que Escalante es una afluente de Reygadas, y Eimbke, Escalante y Reygadas pertenecen a una misma tendenc ia de cine “trascendente” (Paul Schrader dixit). Fuera queda todo un cine mexicano, el de los cineastas de género (de Emilio Portes a Everardo Gout), los documentalistas (la obra de Pereda es un híbrido inquietante, pero no es representativa más que de sí misma), los animadores (de los sombríos stop motion tapatíos a los mainstream de Anima). El libro gradualmente se revela como una isla conceptual (“atacar el problema de la falta de distribución del pensamiento más científico y promover la crítica más seria”) rodeada de una inquietante complacencia académica: dividido en dos partes, en la primera dominan los investigadores de la UNAM, que afligen a sus textos con marcos teóricos apabullantes (Foucault, Deleuze, Zizek) para desentrañar los arcanos de sus objetos de estudio; en la segunda, buena parte de los pragmáticos críticos e investigadores de la Cineteca se basan en entrevistas y reseñas, aunque Deleuze se asoma sombrío. Y como parteaguas entre ambas secciones, un texto del multipremiado Jorge Ayala Bl anco descubre la verdadera naturaleza del libro como congreso constituyente de la Nueva Crítica; lo que obviamente debió ser la introducción del libro (pero ya había tres presentaciones dándose de codazos; la de Abel Muñoz Hénonin pudo ser más breve si no se repitieran dos de sus cuatro párrafos) termina siendo un insólito “creced y multiplicaos” del patriarca de la crítica hacia los propios autores de la segunda parte, que son adjetivados- consagrados (“Crítica abismal de Cervantes, crítica entre discursos de Pardo, crítica integradora de Albarrán, crítica antiideológica de Matamoros, crítica genealógica de López”). Y aunque un buen propósito del libro, según el historiador Álvaro Vázquez Mantecón, es “la utilización del cine como fuente central para el es tudio de disciplinas diversas, como la historia, la filosofía y la sociología”, la operación resultó inevitablemente al revés: es hablar de cine desde esas disciplinas, sin sentir la necesidad de conocer la materia de estudio: tan simple como que todo el 163 ensayo de David M.J. Wood sobre el Tlatelolco de Temporada de patos, usando como referente trágico y dramático a Rojo amanecer, se matizaría, ampliaría y asentaría hacia otras instancias de significación si también mencionara las escenas del departamento en la unidad habitacional de Los novios (1969, Gazcón); a unos meses de la masacre de la Plaza de las Tres Culturas, el viejo cine mexicano recordaba que el sueño de la clase media seguía siendo instalarse en ese territorio de la “modernidad”; quizá sea nece saria mucha bibliografía para entender Temporada de patos, pero un poco de cine no haría daño; Gerardo Naranjo confiesa que Drama-Mex nació de una película de Luis Alcoriza que “le platicó” su maestro Ayala Blanco. Vázquez Mantecón concluye: “…aunque no ha yan visto al Indio Fernández o a Julio Bracho sus películas se enmarcan dentro de un panorama general, dentro de una historia y dentro de una tradición”. Difícil, si sus exégetas insisten en demostrarnos que son la primera generación de cineastas daneses nacida en México. Gustavo García. Investigador y crítico de cine. Es académico de la UAM Xochimilco y autor deAl son de la marimba. Chiapas en el cine. THE TWITTER’S DIGEST Selección: Ricardo Bada Ni disfrazado de oveja te contaría. (@Adriana_bello) @J3sucrist0: Oh Padre, ¿por qué me has abandonado? @Dios_Padre: Perdóname hijo, no tenía señal en mi teléfono móvil. Somos eso que hacemos cuando nadie ve. (@Pornoestaraqui) Si el 50% de las personas fueran estúpidas, el 100% creería que pertenece al otro 50%. (@Mic_y_Mouse) Su llamada es muy importante para nosotros. Por favor disfrute este solo de flauta de 40 minutos. (@Fulania) El cupo de personas no deseadas en mi cabeza está lleno. Intente más tarde. (@juanalajirafa) 164 ¿Y los que no fuman qué hacen después de tener s exo? (@Fumapasto_) Carlos III de España al saber la muerte de su esposa: “Este es el primer disgusto que me ha dado en veintidós años de matrimonio”. (@mariapazruiz ) Federico el Grande, de Prusia, a su médico: “Con franqueza, doctor, ¿cuántos muertos habréis hecho durante vuestra vida?” [Sigue:] El médico, sabiendo que el rey apreciaba las respuestas sin pelos en la lengua: “Señor, unos trescientos mil menos que Vuestra Majestad”. (@otraparte) La esposa de Leónidas al persa que le preguntó por qué en La cedemonia trataban tan bien a las mujeres: “Sólo ellas saben hacer hombres”. (@Guashabita) Raro que la Biblia no tenga bibliografía. (@JoAnnetton) Cuando Dios te cierra una puerta es porque te confundió con un testigo de Jehová. (@MerlinaAcevedo) CINCO APUESTAS PARA 2013 Y MÁS ALLÁ Hugo García Michel Los más recientes cuatro o cinco años han sido especialmente prolíficos en el mundo de la música popular, especialmente en los terrenos del rock, y no sólo por la cantidad de proyectos, grupos y solistas que han aparecido en ese tiempo, sino también —o sobre todo— por su calidad artística. Muchos músicos debutaron discográficamente en 2012. De ellos he escogido a cinco agrupaciones en las que veo un futuro prometedor y no sólo el chispazo divino de un efímero golpe de inspiración. Propuestas sólidas y no one hit wonders. He aquí mis cinco apuestas para este 2013 y, esperemos, varios años más. Django Django. Originario de 165 Londres, Inglaterra, este cuarteto, intérprete de lo que algunos denominan como folkatrónica (esa extraña e improbable mezcla entre el f olk y la electrónica), presenta un sonido muy interesante que remite un poco a The Beta Band, con armonías vocales a la Beach Boys, beats secos, guitarras acústicas, sonidos programados y atmósferas neopsicodélicas. Su álbum debut, el homónimo Django Django (Because Music, 2012), es una joya del art -rock, al mismo tiempo cerebral y divertido, con canciones tan buenas como “Firewater”, “Hail Bop”, “Zumm Zumm”, “Waveforms”, “Default”, “WOR” y “Life’s a Beach”. Habrá que esperar la prueba de su segundo disco. Divine Fits. Si bien sus integrantes no son precisamente jóvenes debutantes, el proyecto de Divine Fits es una novedad, una propuesta conformada por músicos de cierta experiencia, como Britt Daniel (Spoon), Sam Brown (New Bomb Turks) y Dan Boeckner (Wolf Parade y Handsome Furs). Supergrupo indie, como lo han llamado algunos comentaristas, este trío de norteamericanos grabó en agosto pasado su único plato hasta el momento, el estupendo A Thing Called Divine Fits (Merge, 2012). El estilo del grupo le debe mu cho al new wave setentero y al synth pop ochentero de la Gran Bretaña, pero con un toque más roquero y, digamos, estadunidense, debido a la mano de Britt Daniel y sus raíces afincadas en Austin, Texas. Esto produce una música que sin ser por completo noved osa, posee un sonido gratamente provocativo, deliciosamente desafiante, tal como podemos constatar en composiciones como “My Love Is Real”, “Flaggin a Ride”, “What Gets You Alone” o “Would That Not Be Nice”. Un gran trabajo. Alt-J. Una de las agrupaciones cuyo nombre corrió más de boca en boca a lo largo de 2012 fue Alt-J (su nombre se debe a que, supuestamente, en las computadoras Mac, al apretar las teclas Alt y J aparece un triángulo equilátero). Favorito de muchos escuchas del sector alternativo (o ind ie o heterodoxo o como se le quiera llamar), este cuarteto inglés, formado en 2008 por cuatro estudiantes de arte de la Universidad de Leeds, ha sido comparado con bandas tan disímbolas como Hot Chip o Coldplay. No obstante, en su álbum debut, An Awesome Wave (Infectious, 2012), muestra un estilo mucho más singular que toma elementos lo mismo del folk y el rock pop que del llamado post -rock, con temas que de pronto rayan la parodia y vocalizaciones que uno no sabe si tomar en serio o en broma. Como sea, es una propuesta de la que podemos esperar mucho en adelante. Poliça. Con un sonido que mucho le debe al trip -hop, este quinteto de Minneapolis, Minnesota, tiene una formación extraña, constituida por dos bateristas, un bajista y una cantante que maneja como pocos el efecto Auto-Tune y cuya voz recuerda lo mismo a Sarah McLachlan que a Beth Gibbons. Elementos acústicos y electrónicos se funden en canciones de atmósferas que van del hip -hop al dream-pop y del jazz al dub-reggae y que en su primer disco, Give You the Ghost(Mom & Pop Music, 2012), nos envuelven en ambientes hipnóticos de gran 166 belleza y misterio. Toda una revelación. Allo Darlin’. Proveniente de Londres, este grupo hace un muy fino y grato rock pop con aires sesenteros de orientación californiana . Sus guitarras recuerdan a The Byrds y sus melodías remiten de pronto a los escoceses Belle & Sebastian, Allo Darlin’ tiene como front woman a la bella vocalista australiana Elizabeth Morris, quien da al sonido del cuarteto un contagioso toque optimista y luminoso. Aunque en 2010 grabaron un primer disco, éste no trascendió del modo como lo hizo Europe (Slumberland, 2012), su segundo opus, en el que la agrupación despliega elswing de su sección rítmica, el jangling guitarrístico y las melodías deliciosamente entonadas por Morris, quien en algunas piezas toca el ukulele, instrumento que le diera un sello tan particular a su primer trabajo. Cinco grupos que prometen crecer y seguir haciendo muy buena música. Esperemos que así sea. Hugo García Michel. Músico, escritor y periodista. Director de La Mosca en la Red.Columnista de Milenio Diario. Autor de la novela Matar por Ángela. NATURALMENTE, RIDÍCULAS Luis Miguel Aguilar Sea el poema de Fernando Pessoa atribuido por él mismo a su heterónimo Álvaro de Campos (versión del portugués de Rodolfo Alonso, Fabril Editora, Buenos Aires, 1961; 2ª. edición, 1972): Todas las cartas de amor son Ridículas. No serían cartas de amor si no fuesen Ridículas. También escribí en 167 mis tiempos cartas [de amor, Como las otras, Ridículas. Las cartas de amor, si hay amor, Tienen que ser Ridículas. Pero, al fin, Sólo las criaturas que nunca escribieron Cartas de amor Son Ridículas. Quién me diera el tiempo en que escribía Sin darme cuenta Cartas de amor Ridículas. La verdad es que hoy Mis recuerdos De esas cartas Son Ridículos. (Todas las palabras esdrújulas, Como los sentimientos esdrújulos, Son naturalmente Ridículos.) Sea ahora la entretenida noticia, llegada en forma de libro, de que se reúnen en español las cincuentaiún cartas que Pessoa le escribió a Ophélia Queiroz durante sus dos noviazgos, entre marzo y noviembre de 1920, y entre septiembre de 1929 y enero de 1930. Cartas de amor de Fernando Pessoa (Editorial Funambulista, Madrid, noviembre 2012) trae también la nueva de que sólo hasta el pasado 2012 hubo acceso a las 60 cartas (y al parecer falta una, censurada por la familia) que Ophélia Queiroz le escribió a Pessoa. No vendo trama si digo que Pessoa concluyó los dos noviazgos por temor al “compromiso” marital; sólo atrajo mi atención, y me dispuse a leer las cartas en ese sentido, la frase final de la cuarta de forros donde se dice que “las misivas de Pessoa desmienten” muy bien el poema “Todas las cartas de amor son ridículas”. La traductora del volumen Isabel Lacruz titula incluso su postfacio (donde glosa 168 algunas de las cartas de Ophélia Queiroz): “Todas las cartas de amor no son ridículas”. La edición busca igualmente darle “seri edad” a estas cartas, pongamos, por lo que revelan de “la psique fragmentada” de Pessoa al permitir que meticheara en ellas, y a veces se interpusiera en el noviazgo, el mismo Álvaro de Campos. Me sorprendió más enterarme de que el loco de Pessoa dio vida, con el número 61 en la increíble lista de sus heterónimos y personajes ficticios, a Mr. A. A. Crosse, al que menciona en cinco cartas. En una le dice a Ophélia: “No te olvides del señor Crosse. Mira que es muy amigo nuestro y puede sernos muy útil”. Es que bajo el nombre de A. A. Crosse, Pessoa se ganaba algún dinero mediante el envío a la prensa inglesa de soluciones a enigmas y crucigramas. Uno de los prestigiados heterónimos de Pessoa, Ricardo Reis, ameritó una dilatada novela de José Saramago; este Cro sse valdría por lo menos un cuento o un ensayo narrativo. Y ahora bien: no encontré en las cartas de Pessoa el desmentido al verso o al poema “Todas las cartas de amor son ridículas”. Por el contrario: son cartas plagadas de diminutivos, baby-talk, militante o inexpugnable cursilería. En una de ellas la traductora Lacruz se aplica para dar este equivalente en español: “Me pono zólo a scribir pa decile a Bebecito que ma gustao mucho zu catita. Y también sentí muicha pena de no está ceca de Bebé pa dale vesi tos”. Conté cerca de ciento cuarentaiocho apariciones de estos “bebecitos” o “bebé pequeñín”, y similares, y más de cuarenta “besos-besitos” enviados o pedidos a Ophélia Queiroz, entre ellos: “Quiero besitos, muchos besitos. Tengo hambre de besitos, tengo sed de besitos, sueña [sic] con besitos. Sólo besitos es lo que no tengo”. Las cartas de amor de Fernando Pessoa son, siguen siendo, cual debe y naturalmente, ridículas. Luis Miguel Aguilar. Poeta y ensayista. Entre sus últimos libros: Las cuentas de la Ilíada y otras cuentas y El minuto difícil. 169 UN SECRETO LLAMADO VIRGINIDAD Ana Clavel En ese entonces le daba por tocarme todo el tiempo. Era un bardo de un mundo ajeno. Asistía como yo a las tertulias de artes trovadoresc as que se organizaban en el Palacio Central. Ahí llevé mis primeros cuadernos de noch e, poblados de sueños y constelaciones: los deslumbramientos iniciales, los más recientes llamados de la sombra. Él se mostraba ligeramente interesado: me miraba desde sus lentes de microscopio y se mordía los pelillos del bigote en una mueca extraña y autodevoradora como si se estuviera comiendo sus propios labios. No me lo dijo frente a todos, sino después, cuando se ofreció a acompañarme en el trayecto a mi casa. Se sorprendía de que siendo una simple ninfeta tuviera tal poder con las palabras. Lo miré desde el remolino de mis aguas mansas. No lo sabía él, pero yo era una diosa arcaica. Bastaba que escribiera “luz” para que el mundo se deshiciera en paraísos trémulos e inexplorados. —Pero no conoces el semen… —me espetó a bocajarro en medio de una sonris illa doctoral y condescendiente. Luego añadió entre paternal y disculpándose —: Se nota por la parca descripción que hiciste en tu historia… No pude contenerme. Tengo primas Amazonas, soy de estirpe de Dríadas, y si me rascan un poco tengo sangre de Ménade a la primera provocación… Arremetí entonces: —No los he visto de todos los colores, pero sí los he probado de muy diversos sabores —murmuré con una osada sonrisa tutti fruti para ocultar mis doctos conocimientos de Diccionario Larousse, de donde efectivam ente había abrevado 170 una descripción vasta y general. No pudimos continuar en esa ocasión porque ya estábamos cerca del feudo familiar y en la parada vi descender a mi hermano Azrael que regresaba de su trabajo en el alto Olimpo, con el saco en el hombro y la corbata y el malestar del transporte público en el puño. Me despedí como pude de mi bardo y corrí a su encuentro. De todos modos, mi hermanito mayor ya me había divisado y me amenazó con prohibirme ir a las tertulias si no me acompañaba Serafín el cord ero menor. Padre celestial estuvo de acuerdo e impuso su venia y su sello. Bonita me veía yo con todos mis años de liviandad precedida de mi paje. Al grado de que el maestranza de la tertulia prefirió incorporar a mi hermanito menor el consentido para que también hiciera coplas y piruetas propias. Serafín se divertía con sus recién descubiertas dotes de juglar improvisado y así pude yo desaparecerme con mi bardo en un pajar cercano varias veces. Una tarde, mientras él componía dulces baladas en el laúd de mi vientre, me confesó que regresaría a su mundo ajeno. Que me amaba pero que debía fidelidad a una alta señora con quien se había comprometido en mieles y saberes. Yo no respondí nada: me gustaban sus lecciones de juglaría en mi cuerpo, me divertían sus fr ases de picardía aséptica e hiriente, me distraían sus lentes de escrutinio microscópico, pero no estaba enamorada. Entonces, ante mi silencio, de buenas a primeras me espetó: —¿Y qué piensas de la virginidad? Me di cuenta de que me la adjudicaba como un a marca indeleble. Escurridiza, quién era él para hurgar en mis laberintos sin mi permiso, le respondí: —¿Por qué lo preguntas? ¿Es que te gustaría perderla conmigo? Me miró con furia y la dulzura del laúd se templó con embestidas y violencia. Pura ansia de dominio y entrega. Fue también un duelo de ojos abiertos. Yo no quería dejar escapar la victoria sin mirarla en su goce. Entonces, cuando el relámpago se descargó en su interior, mi bardo ajeno cerró los ojos completamente cegado. Vi cómo su rostro se dulcificaba y sentí a mi vez la alegría de los paraísos primeros. Nos mantuvimos unidos un tiempo que quedó anulado en gerundios, sin prisas, sin pronombres. —¿Cómo supiste mi secreto? —me preguntó por fin cuando ya nos habíamos separado y tanteaba en el pajar sus calzas y el jubón. Lancé un suspiro sobre su espalda desnuda, donde una brizna de paja hubiera podido pasar por una pluma recién nacida. Muy docto, muy bardo de otras tierras y otras damas, y no se había percatado. —¿Es que no lo sabes? Siempre somos vírgenes… 171 Ana Clavel. Escritora. Su libro más reciente es El dibujante de sombras. HISTORIA DE NUESTRAS CONSAGRACIONES Armando González Torres Era un lejano diciembre de cambio sexenal cuando me anunciaron por teléfono que había ganado un premio literario y me dijeron que la ceremonia de entrega se programaría unos días después. Cuando acudí a recibir el anhelado premio, una de las recurrentes devaluaciones de esa época ya había disminuido su monto real a la mitad. Me importó, por supuesto, pero no tanto: lo más relevante era que ese premio me sacaba del anonimato del aficionado y me brindaba un sentido de pertenencia a un gremio que me resultaba glacial e impenetrable. Por fin podría aventurar un socarrón “colega” hacia esos adustos mentores literarios que dudaban de la aptitud creativa de cualquiera que no hubiese estudiado letras o hacia esos contemporáneos que, más precoces y veloces que yo en la meritocracia literaria, me miraban con desdén cuando intentaba asistir a sus tertulias. Por fin, también, podría presentarme legítimamente como escritor ante mis compañeras de oficina, esas bellas escépticas que cuando les presumía mi vocación invariablemente me exigían pruebas: “Así que eres escritor, ¿y ya te has ganado algún premio?”. Exagero, pero no mucho: fuera y dentro del medio literario, la forma inicial de distinción de un autor tiende a ser, más que su escritura, la relación de sus premios y su 172 notoriedad mediática. Por eso no es extraño que, para la identidad deteriorada y la vocación vacilante del que se inicia en la vida literaria, un premio pueda ser una especie de confirmación del llamado. Un premio brinda estímulo a un aspirante, le ofrece una ilusión de proyección y movilidad en el difícil medio de la literatura y ayuda a configurarlo en la órbita pública. Además, el premio pued e proyectar el trabajo literario más allá de las fronteras iniciales de los devotos y lectores profesionales y darle realce social. Por supuesto, esta convertibilidad del premio en el mercado literario explica su predominancia como mecanismo de ascenso y promoción y los excesos en su utilización y usufructo. Mucho, y muy lúcidamente (desde Pierre Bordieu hasta James English, desde Anadeli Bencomo hasta Fernando Escalante), se ha escrito en torno a los premios como instrumentos con alta liquidez en la “eco nomía del prestigio”. A la luz de estas lecturas, es innegable que la proliferación de premios implica, en muchos sentidos, una imposición de los criterios del consumo y del espectáculo sobre la creación artística; que a menudo sobrepone los intereses ideo lógicos o comerciales al mérito creativo; que produce formas evidentes de corrupción; que genera conformismo e inercias críticas, y que tiende a una saturación de reconocimientos en la que lo más raro (y confiable) puede ser un creador, o una obra, que no ostenten ningún premio. Si bien es fundamental criticar la tendencia a la multiplicación y banalización del reconocimiento literario, el premio es una institución con la que hay que convivir. Por lo demás, un premio bien encauzado, desde un certamen muni cipal hasta un reconocimiento internacional, puede estimular vocaciones, crear gusto, ensanchar los lindes de las comunidades literarias, reconocer trayectorias ejemplares o impulsar obras innovadoras. De ahí la importancia de insistir en los protocolos de otorgamiento de los premios. Poco se puede decir cuando los premios provienen de recursos privados, aunque en términos empresariales conviene la credibilidad y calidad de dichos reconocimientos. En lo que atañe a los premios que empeñan el prestigio de instituciones oficiales y el uso de recursos públicos, debe exigirse el máximo cuidado en su transparencia y buen nombre. Vale la pena preguntarse también en torno a la pertinencia del premio como mecanismo hegemónico de promoción literaria. Y es que, acaso por comodidad, las instituciones públicas tienden a generar una sobreoferta de premios, pues este tipo de patronazgo implica una visibilidad y rentabilidad inmediata frente a otras formas de promoción sistemática de la literatura (talleres, fomento a la le ctura, bibliotecas). Por eso, pese al bochorno de la FIL, la explosión demográfica de estos mecanismos prosigue y en los meses recientes se han creado, al menos, tres premios dotados con grandes bolsas en dólares. Tal vez nunca sean demasiados los estímulo s a la literatura; sin embargo, la suspicacia persistente daña su función. Por eso los organizadores de los distintos premios no sólo deben procurar los fondos, sino 173 establecer reglas sensatas para garantizar su limpieza. Cada nuevo premio debería responder a dos criterios: por un lado, no debe propiciar los favores mutuos entre camarillas, sino ensanchar la comunidad y la conversación cultural; por el otro, no debe responder a una competencia de ocurrencias, ni a una carrera de montos, y debe estar vinculado a otras modalidades de fomento de la creación y generación de públicos. Por supuesto, aun en esta circunstancia idílica, no hay que olvidar que los premios son, simplemente, una práctica de promoción y política cultural y su brillo social no tiene una equivalencia exacta con el mérito literario: muchos escritores eminentes nunca recibirán un premio, y otros serán eminentes pese a sus muchos premios. Armando González Torres. Poeta y ensayista. Entre sus libros: La pequeña tradición ySobreperdonar. EL ORO DE LOS TIGRES Juan Manuel Gómez Dice Borges que “un idioma es una tradición, un modo de sentir la realidad, no un arbitrario repertorio de símbolos”. Quizá la experiencia de Dios es algo parecido. No se encuentra en los rituales ni en la nómina ejecutiva de las religiones. Tal vez, si ese es el caso, no sea descabellada la idea del canadiense Yan Martell (1963) en su libro La vida de Pi (Destino, 2013) de encontrar a Dios en el reflejo de los ojos de un tigre de Bengala después de haberlo buscado en la práctica devota del catolicismo, el islam, el hinduismo y el pensamiento científico escéptico que trata de inculcarle su padre. Me siento plenamente identificado con el personaje principal, Pi, que ha 174 aprendido a convivir con los animales en el zoológico que mantiene su familia para sobrevivir precisamente en la India, un lugar donde los dioses (que son miles) tienen una estrecha relación con la fauna: Ganesha es un elefante que remueve obstáculos, Hánuman es un mono imparable que se traslada de un lado a otro histéricamente para comunicar con su música el conocimiento (o enloquecer), la estrella Láksmi, consorte eterna de Visnú, cuando es guerrera y se transforma en el jabalí Varaja es transportada sobre el lomo de un tigre. Quizá no era precisamente la idea de Dios la que me perturbaba a l os 14 años, como a Pi. Sin embargo, siempre hubo en mí una certeza, que al principio tomaba la forma de una molestia del tipo de una piedra en el zapato, en ocasiones se volvía verdaderamente asfixiante y acabó por ser un estado al que me acostumbré: yo sabía que estaba solo. Eso, sin embargo, dejó de ser un problema cuando mi abuelo, un campesino torvo, silencioso y sabio, me enseñó a confiar en los caballos más que en la gente, y a respetarlos más, mucho más incluso que a mí mismo. Quizá por esa razón no me sorprendió que Pi pudiera convivir con un tigre de Bengala durante 227 días en un bote salvavidas a la deriva en mitad del océano Pacífico, y que fuera precisamente en el reflejo de los ojos de esa bestia imponente donde encontrara a Dios. Cuando tuve la oportunidad de entrevistar a Yan Martell en San Cristóbal de las Casas, en un encuentro de escritores organizado por Víctor Manuel Mendiola, el novelista canadiense se encontraba en el pináculo de su fama. La edición británica de La vida de Pi ya había obtenido el Premio Booker, la canadiense fue nominada para el Canada Reads, y la francesa para el popular Le combat des livres. Además del premio sudafricano Boeke y el Asian Pacific American Award, que ya tenía. Sin embargo mis inquietudes no se inclinaba n sino por una cuestión: ¿qué hay en los ojos de un tigre? “Cuando miras —me respondió— en los ojos de un animal tan evolucionado, estás mirando directamente ‘el misterio’. Ellos no tienen la facultad de raciocinio, porque no la necesitan. ¿Cuál es la nec esidad de la razón? ¿Para qué estamos aquí si no nos conduce la razón? Para nosotros la herramienta más usual es la razón. Los animales no tienen razón y desarrollan una relación más equilibrada con la naturaleza. Los seres humanos tenemos razón, pero no t enemos equilibrio. Al mirar a los ojos a un animal fabuloso como un tigre de Bengala, me pregunté por primera vez en toda mi vida cuál era el valor de la razón. Hay una tendencia a idealizar a la naturaleza, que es brutal. Nosotros necesitamos la civilización tal como el tigre necesita su pelaje. Los animales tienen una parte vital como nosotros, pero tienen otra parte que es diferente, totalmente oculta ante nuestros ojos. La razón marcha en sentido contrario que la naturaleza porque nos conduce a destrui rla. Estamos demasiado obsesionados con la tecnología. Lo que nos falta es una fe. Sin eso estamos ciegos. No importa qué tipo de fe. De lo contrario no sabemos qué hacer con la 175 razón, que simplemente es una herramienta. Mirar a un animal salvaje aporta un sentido de calma, de pertenencia al mundo, de ser parte de una cosa más grande, no el centro de todo”. Después me contó cómo había escrito el libro: “Leí una reseña del libro de un brasileño llamado Moacyr Scliar —continúo hablando mecánicamente—. Aquí un hombre sobrevive en el Atlántico con un animal. Recuerdo que pensé: qué buena idea, y después lo olvidé. Siete años más tarde yo estaba en India, y ahí hay muchas divinidades y muchos animales. Lo que faltaba ahí era el ser humano. El encuentro entre Dios y el animal, me emocionó y en ese momento me vino la idea del Arca de Noé reducida a un hombre y un animal. Hubo un momento alquímico en el que imaginé toda la serie de hechos, pero con dos interpretaciones, es decir: dos historias distintas en torno a los mismos hechos. Todo eso me vino junto, de golpe, en unos minutos. Después de dos años de investigaciones, y luego dos años y medio de escritura, logré poner punto final a La vida de Pi”. Estoy seguro de que lo que me dijo con respecto a la manera en qu e había escrito la novela lo había repetido hasta el cansancio en diferentes idiomas después de más de siete millones de ejemplares vendidos, pero lo que me dijo a propósito del misterio que hay en los ojos de un animal salvaje sólo me lo estaba diciendo a mí. Recordé un poema de Ted Hughes: “Me despertó un grito: ‘Soy el alfa y el omega’./ Las rocas y algunos árboles temblaron/ en las profundidades de sus propios dominios./ Eché a correr y una ausencia saltó detrás de mí” y vi al poderoso tigre de Bengala ir y venir por el predestinado camino detrás de los barrotes de hierro del zoológico, sin sospechar que eran su cárcel. Juan Manuel Gómez. Poeta y editor. Autor de El libro de las ballenas. 450 MILLONES DE AÑOS TRAS LAS RESPUESTAS SOCIALES Luis González de Alba “Humanos, peces y ranas comparten circuitos del cerebro a cargo de diversas conductas sociales, desde brillantes demostraciones en busca de apareo hasta agresión y monogamia”. Esos circuitos se han conservado por más de 45 0 millones de años, publicaron el año pasado en Science biólogos de la Universidad de Texas en Austin. 176 En medios cultos hay una explicable resistencia contra datos que expliquen conducta social (y aun a la expresión “conducta social”) con bases orgánicas porque con frecuencia se han empleado para apuntalar los peores prejuicios. Pero los últimos treinta años de investigaciones han mostrado que tiramos el agua sucia con todo y el bebé. Y esa resistencia, propia de círculos liberales y democráticos, encierra a su vez otra forma de pensamiento típicamente conservador: se usa para demostrar que “no somos animales”. Lo somos. Nuestra especie es producto de la evolución y el cerebro humano también. De ahí la duda que a muchos nos abruma con frecuencia: ¿tendremo s un instrumento adecuado para conocer los fundamentos de la materia, del universo, el tiempo, el espacio, y, por supuesto, de la sociedad? “Hay un antiguo circuito (cerebral) que parece estar involucrado en la conducta social a través de todos los vertebrados”, dice Hans Hofmann, uno de los autores del artículo. El equipo “analizó doce regiones del cerebro responsables de conductas sociales y de toma de decisiones en ochenta y ocho especies de vertebrados, incluidos aves, mamíferos, reptiles, anfibios y p eces”. El equipo estudió en particular la actividad en dos redes neurales, una que evalúa la importancia relativa de los estímulos llegados al cerebro y por ende las recompensas, y otra red que tiene a su cargo la conducta social. “La primera es importante en la adicción a drogas y en el amor romántico que en el cerebro se manifiesta, de manera sorprendente, como la adicción a las drogas”. De ahí que la ruptura sea tan desesperante como el “síndrome de abstinencia” y la persona tan insustituible: es esa droga, con nombre apellido, rostro y cuerpo, no otra, la única idónea para aliviar la dependencia, aunque las haya mejores. “En estas áreas cerebrales clave encontramos una notoria conservación de la actividad genética a través de las especies”, dice Hofman n. A pesar de esta conservación en la actividad genética, es fácil ver que la evolución de los vertebrados ha producido una enorme diversidad de conductas durante los últimos 450 millones de años, sólo comparemos la conducta de un colibrí, una ballena, un humano y un atún. Sostiene el mismo autor que “esa diversidad puede en parte explicarse como una pequeña variación sobre un tema. Los circuitos neurales 177 básicos evolucionaron hace mucho, proveyendo un marco genético y molecular para la evolución de una nueva conducta. Pequeñas torceduras a lo largo del tiempo en esos circuitos neurales dieron así origen a conducta nueva”. Los autores ponen como ejemplo la monogamia, y sostienen que ha evolucionado muchas veces de forma independiente en varias especies de v ertebrados. La evolución independiente con resultados similares la podemos observar en otros aspectos, uno es el vuelo: pequeños mamíferos, insectos y aves lograron volar por métodos muy diversos, pero el resultado converge en la misma habilidad: volar. Hay evolución convergente, más similar al observar un ala de murciélago: una enorme mano con los huesos adelgazados, y la del ave, tan diferentes ambas a las alas de mariposas y libélulas. De igual forma, la conducta monógama puede ser más ventajosa para la reproducción y sobrevivencia bajo ciertas condiciones medioambientales, y la investigación sugiere que la evolución de la monogamia es quizá resultado de pequeñas torceduras en una red neural conservada más que la evolución de una red por completo nueva. “Los cerebros de los vertebrados son de diversidad increíble, pero estamos encontrando los rasgos comunes, aun al nivel de la actividad genética”, dice Hofmann. “Ahora tenemos un marco bajo el cual podemos preguntar si hay universales moleculares asociados con las conductas sociales”. Y esos “universales moleculares” para el autor son genes comunes y moléculas compartidas a través de las especies que forman las bases de la conducta. Hofmann ahora va a la cacería de tales elementos complejos. Centro cerebral para las elecciones sociales En el mismo sentido que el estudio de Texas, investigadores de la Universidad Duke encontraron que si bien muchas áreas del cerebro humano se dedican a tareas sociales, como sería detectar a otra persona en la cercanía, “una pequeña región transporta información sólo para tomar decisiones durante las interacciones sociales”. El equipo de Duke empleó imágenes en vivo por escaneo fMRI en sujetos humanos mientras jugaban un torneo de póker simplificado contra una computadora y contra oponentes humanos. Al sep arar la información procesada por cada área del cerebro, el equipo encontró que sólo una región —la unión donde convergen los lóbulos temporal y parietal — transportaba información que era exclusiva cuando se tomaban decisiones contra el oponente humano y n o si era contra computadora. Algunas veces, los jugadores recibieron cartas obviamente malas. Los investigadores deseaban ver si podían descubrir al jugador calculando si blofeaba 178 a su oponente. Las señales de la mencionada juntura témporo -parietal del cerebro dijeron a los investigadores si el jugador pronto blofearía contra su oponente humano, en especial si ese oponente se juzgaba hábil. El investigador sabía por anticipado la conducta que el jugador estaba apenas planeando realizar. Pero contra la computadora las señales de esa región cerebral no permitieron predecir las decisiones del jugador: todos sabemos que nuestra expresión no engaña a nuestra computadora y que éstas pueden ser desesperadamente estúpidas. La juntura témporo-parietal es un área limítrofe del cerebro y puede ser la intersección de dos corrientes de información, dice el investigador dirigente McKell Carter. Allí es donde se integran dos flujos de información atenta e información biológica, como cuando preguntamos “¿es esto otra perso na?”. Carter observó que en general los jugadores pusieron más atención a su oponente humano que a su oponente computadora mientras jugaban póker, lo cual es consistente con el impulso de los humanos a ser sociales. A lo largo del juego de póker experime ntal, algunas regiones del cerebro que se conocen como típicamente sociales por naturaleza no se activaron con información específica del contexto social. “El hecho de que todas estas regiones cerebrales que deberían ser específicamente sociales sean usada s en otras circunstancias es una comprobación de la notable flexibilidad y eficiencia de nuestros cerebros”, dice Carter. Otro investigador de la Universidad Duke, Scott Huettel, afirma: “Hay en el cerebro diferencias fundamentales cuando se toman decisio nes de tipo social y situaciones no-sociales. La información social puede causar que nuestro cerebro trabaje con diferentes reglas que la no -social, y será importante lo mismo para científicos que para políticos comprender qué nos hace aproximarnos a una decisión de manera social o no-social. Entender cómo nuestro cerebro identifica competidores y colaboradores importantes —las personas que son más relevantes para nuestra conducta futura— dará nuevas luces acerca de fenómenos sociales como la deshumanización y la empatía”. Luis González de Alba. Escritor. Acaba de aparecer en eBook su libro Jacob, el suplantador. www.luisgonzalezdealba.com 179 ESTE PACTO NO ES CON DIOS Rodrigo Negrete y Ariel Rodriguez Kuri Después de más de 200 años llegó al Vaticano un aire de fronda, el de la Revolución francesa y el liberalismo como afirmación de la conciencia individual: matriz, dispositivo y volición de la responsabilidad y la libertad. Nada en lo dicho por Benedicto (el día que lo dijo y después) indica que su renuncia haya sido dictada por Dios --se hace cargo. Es su decisión, urbi et orbi. Es la decisión de un anciano cansado y moralmente escandalizado no tanto de su impotencia como de su entorno humano e institucional. Se trata de un acto radical: la confesión del fracaso y el cálculo sobre la política que viene. Yo renuncio, dijo el hombre; yo me largo, dijo e hizo el teócrata elegido para morir en el cargo. Las historias que ha publicado la prensa sobre la renuncia de otros papas son estúpidas, anacrónicas y sin sentido (el antecedente como insuficiencia meritoria, decía Borges). No se confundan: ésta es la buena, la que cambia el mundo o, al menos, el mundo católico. Un hombre escindido es un hombre peligroso; pero sobre todo un hombre escindido casi nunca es un hombre de Dios. Ratzinge r estaba partido, y decidió por sí y ante sí. Bienvenido el siglo, bienvenido el mundo. Insistimos: Dios es testigo, no actor. La renuncia de Benedicto XVI (Joseph Ratzinger sin más a partir del 28 de febrero) es un acto insólito por donde se le vea. No se trata sólo de la retirada de un anciano comprensiblemente exhausto. Como muchos analistas se habrán percatado, son varios mensajes implícitos los que se transmiten: el trono de San Pedro ahora es un puesto renunciable no importando que la investidura se a el resultado del influjo del Espíritu Santo en un cónclave; el acto por sí mismo emite un inequívoco “no puedo” al frente de una institución dos veces milenaria, asediada por una crisis sin precedente de autoridad y magisterio. La decisión proviene de un individuo lúcido quien sin duda sopesa un diluvio y una inevitable crisis de sucesión por delante. Es claro que la siguiente unción será de alguien de cara a un largo pontificado en una iglesia sabedora del alto precio que ello tiene, lo que no habrá de facilitar los consensos. Ciertamente crisis, escisiones y escándalos los han habido en otras centurias, pero no en una en la que la institución, con todo y su enorme astucia milenaria, esté viendo erosionada como nunca su influencia, su legitimidad y la cer teza de lo que significa; en suma: en un contexto de la pérdida de su papel en Occidente con todo y la otrora inconmovible seguridad en sí misma, más allá del destino de sus nombres, protagonistas y príncipes. El antecedente de una renuncia seiscientos añ os atrás sólo puede tranquilizar a los 180 fieles que no se atreven asomarse al abismo o no se han enterado que hay uno. Esta es una renuncia en la era postconcilio Vaticano Segundo, que ya supuso una reforma eclesiológica en donde las decisiones colegiadas co bran más peso y cuya consecuencia acaso inevitable sea que el principio de autoridad, por teológicamente intocado que esté, no podrá reafirmarse igual que siempre después de una fractura como ésta; principio obligado a enfrentar las duras reglas de la caída en el tiempo y su demanda de lograr consensos en un navío cuya tripulación comienza a sospechar de la confiabilidad de su armazón y de los instrumentos a bordo, mientras que los feligreses pierden la confianza en la tripulación misma. En toda historia uno se pregunta dónde están las continuidades y dónde las rupturas. Porque entonces el papa Wojtyla podría ser un paréntesis y un anacronismo entre dos hombres que dudaron y se desgarraron: Paulo VI y Benedicto XVI (no se desgarren las vestiduras, desagárre nse el corazón, dijo Benedicto). Juan Pablo II era seguro de sí, militante, diseñado para la Guerra Fría, un bolchevique del catolicismo. Lo anteceden y lo suceden un par de hombres que dudaron y que, tal vez sin desearlo, se abrieron a la política, a la d e la Iglesia. Dos Hamlets escoltan el larguísimo pontificado de Wojtyla, quien aceptaba, en función del fin que justifica todos los medios, compañeros de viaje al estilo del padre Maciel y su secta de los pedófilos. ¿Alguien quiere más? Queremos decir, ¿alguien tiene evidencia de un mayor daño moral y político al catolicismo? Que no se olvide que el pontificado de Wojtyla fue uno de canonizaciones al mayoreo y de una apuesta por el carisma, que ha debilitado la misión institucional de la Iglesia. No controlar el ego y la sed de dominio de los predicadores fue abrirle paso a la psicopatología religiosa, algo similar al fenómeno de los glosadores bíblicos que operan en Estados Unidos. El renacimiento carismático y místico del papa polaco extiende cheques en b lanco a charlatanes depredadores y propicia y alienta un catolicismo cada vez más vulgar y kitsch. Wojtyla sale y busca el mundo para emitir un mensaje en carretera de una sola vía. No sospecha, como Paulo VI, la necesidad de entender algo de afuera ni muc ho menos confiesa su frustración; nada dice de su incomprensión del mundo. Su exceso de seguridad en su Iglesia vencedora del comunismo en Europa se tradujo en ignorar sistemáticamente estándares morales e intelectuales que el mundo laico, por sí mismo, ha generado. Wojtyla es como Aquiles: un vencedor vigoroso sin complejidad intelectual o psicológica alguna; uno que sobrevive largamente a su batalla magna: sí, hay héroes que más vale que no sobrevivan. ¿Qué se puede esperar de un pontificado que confunde su misión pastoral con un desfile de la victoria? La relación de una institución religiosa con el tiempo de los hombres es compleja y fascinante. De entrada no hay religión, ya sea primitiva u organizada, que no deje de afirmar que hay algo esencial que p ermanece y queda fuera de todo 181 devenir, sea la vinculación con el cosmos o algo en la constelación tejida por las relaciones de los individuos entre sí y que bien puede confundirse con el orden social. Lo sagrado, por definición, es lo que no se toca; y si n duda uno de los grandes debates con la cristiandad en occidente, sobre todo en los últimos cincuenta años, estriba en dónde se traza la frontera de lo que es dable alterar una vez que individuos y sociedades son conscientes de su libertad. Pero más allá del drama de la libertad, sus sorpresas y dilemas, una paradoja que da vida adicional a las iglesias en la modernidad y en las post modernidad es la necesidad de la psique humana de encontrar anclajes frente a un mundo volcado a un cambio acelerado e ingobernable y es que la humanidad nunca antes había contado con tantas herramientas que, al tiempo que la facultan para la acción, hacen más incierto y más difícil adaptarse a las demandas y exigencias de las nuevas reglas autogeneradas. No por nada se tiene u na sensación de alienación frente al destino propio. Ciertamente la libertad es, entre otras cosas, una madura aceptación de la incertidumbre pero no la resignación a ser hojas secas a merced del viento. Es inevitable que las iglesias sean polémicas por e l mero hecho de existir y procurar influencia en un entorno así; pero el genio particular de la Iglesia Católica consiste en aportar un cosmos enteramente artificial que invoca a la vez que encarna a lo inmutable: el mundo cuidadosamente construido de la l iturgia y la tradición. A veces se nos olvida que la Iglesia Católica es la única conexión que le queda a Occidente con la antigüedad clásica. No es una institución como una universidad o un instituto de humanidades en donde simplemente se enseñen doctrinas o se estudia a Roma: es una en donde se toman en serio estas doctrinas y la misión romana. La Iglesia Católica conscientemente se asume como el imperio espiritual requerido para resolver lo que Roma no pudo, desde su apuesta mundana, política y jurídica: un orden universal incluyente que no se desgaje a sí mismo. El catolicismo no deja de ser una crítica pero sobre todo un tributo a ese experimento colosal en el que culminan todas las contradicciones del mundo clásico. Hay que entender que el conservadurismo es para la Iglesia Católica su estado natural, su fuerza gravitatoria: es su polo de atracción por más que algunos de sus creyentes procuren alejarse de su influjo. Las categorías de izquierda -derecha que nos resultan tan familiares y que trasladamos de lo político a lo religioso con tanta facilidad, resultan a la larga irrelevantes para entender la verdadera naturaleza de la institución y sus dilemas. La íntima tensión de la Iglesia Católica, quizás desde su origen mismo, estriba en interesarse por el mundo o rechazarlo; comprenderlo o sólo guiarlo porque está perdido. Con su agudeza única Hannah Arendt señalaba que la Fe en Jesús de Nazaret generaba una obsesión por la acción mientras que en San Pablo una por la salvación. La patrística reelabora de a lgún modo esto y se tiene un Tomás de Aquino que construye una filosofía mirando hacia afuera y un San Agustín que mira hacia dentro: éste, el romano tardío, es el primer filósofo 182 occidental plenamente consciente de la vida interior y su radical diferencia con el mundo exterior. No por nada Charles Taylor lo coloca en el origen mismo de las fuentes de la identidad occidental. La filosofía agustiniana representa sin duda un momento clave en la evolución de la conciencia en dirección al hombre moderno (no es casual que para el protestantismo el Obispo de Hipona sea un teólogo irrenunciable, a diferencia de Aquino cuyas doctrinas son irremediablemente medievales). Al mismo tiempo Agustín le resulta completamente extraño a la modernidad dado su radical platonismo con un giro, además, que entraña una profundísima desconfianza hacia el mundo del hombre y su tiempo histórico. Hay algo de monumental negación en esa doctrina, negación dirigida a la dignidad de la materia toda para construir una antropología sin la rea lidad corporal y carnal de lo humano, realidades de las que nada bueno espera. El Concilio Vaticano II (1962-65) resultó fundamental porque evidenció esta tensión en la tradición teológica de la Iglesia. Había la sospecha de que rechazar la modernidad no llevaba a nada; había una fuerza creadora poderosa y compleja allá afuera que requería de actitudes y respuestas distintas. Los neotomistas encabezados por Yves Congar fueron los grandes impulsores y animadores de ese momento mientras que los teólogos de i nclinación agustiniana como Joseph Ratzinger perciben en esa necesidad el riesgo de ser seducido por el mundo. La lectura de Ratzinger de los años sesenta es la de un clérigo horrorizado: ve tendencias centrífugas y autodestructivas; las sociedades occiden tales quieren extender su radio de acción hasta lo inconcebible y minar todo principio de autoridad sin reparar en las consecuencias. Para Congar el Vaticano II no es un concilio más sino un acontecimiento en la historia de la Iglesia, para Ratzinger es simplemente un Concilio que tuvo su momento como lo tuvo el que le antecedió. Acepta las reformas básicas eclesiológicas y litúrgicas y hasta ahí. Como Prefecto para la Congregación de la Fe, bajo el Papado de Karol Wojtyla, Ratzinger clausura toda reinterpretación posible del Concilio más allá de una pragmática elemental. El punto es que la teología queda intocada y no se admite historicidad alguna en la auto-comprensión de la Iglesia. El hombre y el mundo del hombre no merecen un voto de confianza y ello a su vez da pie al paradójico bolchevismo de Wojtyla: la Iglesia encarna los valores más altos que puede concebir la humanidad y por lo tanto no puede ser otra cosa más que la vanguardia espiritual de un rebaño ansioso de ser guiado. El laberinto de Ratzinger y de su Iglesia comienza cuando resulta ineludible ver a esa vanguardia infectada y enferma. Hay afirmaciones teológicas sobre la relación entre mundo, cuerpo y espíritu simplemente falsas; la antropología filosófica de Ratzinger carece de una comprensi ón esencial de la verdad del hombre. La tragedia del rebaño y de la iglesia de los curas pederastas no sólo evidencia estructuras podridas, complicidades, usos y costumbres malévolos, y un empleo monstruoso de la secrecía: revela una tradición teológica tr ágicamente 183 equivocada. Mientras las afirmaciones de la Fe se ven en apuros frente a la ciencia y sus métodos, la teología y la antropología de Benedicto XVI encuentran su propio infierno dentro de la Iglesia, sin necesidad de competidor externo. En la historia de la filosofía, si bien se han evidenciado afirmaciones que carecen de sentido, no siempre se evidencian postulados falsos. Le sucedió al marxismo en el tramo final del siglo XX, y en el inicial del XXI, a todo lo que le apostó Joseph Ratzinger y definió su perfil y trayectoria. No es inconcebible que Ratzinger llegara al final de su papado con la sospecha de que el hombre secular, desde su experiencia laica, adquirió, después de todo, alguna sabiduría de la que carecía la Iglesia con todo y su exper iencia avalada por la marcha de los siglos; que es posible hacer hallazgos éticos que la doctrina y las iglesias por sí mismas son incapaces de lograr; que el modelo pastoral demostró no ser autosuficiente para dar con formas de autocontención; que se nece sitaba del rebaño y de las fórmulas de la vida civil para hacerlo. Nada más desolador que percatarse de una clerecía incapaz de entender cabalmente la malignidad que ha cobijado sino cuando se mira en el espejo de la esfera pública. No es suficiente San Agustín, padre de la Iglesia; no todo se construye desde el interior, desde adentro y hacia afuera. El flujo puede ser, también, de afuera hacia adentro. Quién lo dijera: Ratzinger, el último agustiniano, se ha confesado frente a todos, ha invertido todo. Ha dicho a los católicos: hay otros universos. El drama final no es percatarse de la pérdida de la influencia de la Iglesia, lo cual no es nuevo, sino la conciencia de cierre de un ciclo de 2 000 años frente al cual la Iglesia Católica, con todo y lo formi dable que fue (y de algún modo sigue siendo) sólo puede perdurar –si perdura- como la pálida sombra de ese ciclo. Hay en verdad puntos de no retorno y, si es así, entonces la Iglesia también es hija del tiempo aunque sea un tiempo distinto al de la mayoría de los hombres. Lo del tal Ratzinger, y el tiempo dirá, es lo del tal Lutero: otro tiempo. ALGO MÁS SOBRE EMILIO RABASA Y SUS TIEMPOS Antonio Saborit Acabo de leer "Emilio Rabasa: Incondicional de Huerta". En él Alberto Saíd critica la ligereza de la argumentación que sustentó la decisión de colocar una estatua de Rabasa en la Suprema Corte de Justicia, y cuestiona la legitimidad de la 184 presencia de esa misma estatua. Esto lo puede hacer cualquiera que comparta semejantes perplejidades, dicho sea con el respeto que merecen la información, el tiempo y el ingenio invertidos en dicho artículo. En cambio, estudiar y ofrecer una bitácora detallada de la activ idad de Rabasa entre 1908 y 1914 es otra cosa, casi historia, mas no necesariamente. Y es un tema abierto, desde luego, como todos los temas de la historiografía. Que el senador Rabasa fue anti maderista primero y luego banqueteó a Victoriano Huerta, vaya novedad. El antimaderismo fue una epidemia. Con relativa facilidad podría integrar otro volumen de 600 páginas con los materiales que dejé fuera de mi antología de escritos anti maderistas, Febrero de Caín y de metralla. La Decena Trágica (Cal y Arena, 2013). Por otra parte, hay que ver la cantidad de manteles manchados de pólvora y alcohol antes, durante y después de la Decena Trágica para darse una idea de lo que falta por investigar, documentar y narrar de ese fin de época. Recuérdese, por citar un ejemplo, el “grave tropezón” del joven David Alfaro Siqueiros, así bautizado por él, para sugerir la complejidad de esa zona en cuyo centro están la militarización de la vida y el debate públicos, por un lado, y por otro, el levantamiento contra un gobierno le gítimo y la privación de la libertad y el asesinato del presidente y del vicepresidente del país en febrero de 1913. Siqueiros se refiere así, como el “grave tropezón, al banquete que el 5 de septiembre de 1913 ofrecieron en Xochimilco los alumnos los pr ofesores y alumnos de la Academia Nacional de Bellas Artes y del Conservatorio Nacional de Música al pintor Alfredo Ramos Martínez y al músico Julián Carrillo, teniendo como invitado de honor al licenciado José María Lozano en representación del general Victoriano Huerta. Pero ese grave tropezón no fue sólo de Siqueiros. Cerca de cincuenta profesores asistieron al banquete, entre ellos Federico Mariscal, Nicolás Mariscal, Arnulfo Domínguez Bello, Saturnino Herrán, Leandro Izaguirre, Féliz Parra, Patricio Quintero, Ignacio Rosas, Francisco de la Torre, Emiliano Valadez, Daniel del Valle, Daniel Vergara, Carlos Lazo, Fernando Parcero, Carlos Ituarte y Manuel Ituarte. Y también de alumnos como José Clemente Orozco, José de Jesús Ibarra, Gabriel y Emilio Labrador, José M. del Pozo, Miguel Ángel Fernández, Ramón López, José Peña, Ignacio Asúnsolo, y de todos los miembros de la legendaria huelga de pintores de 1911, a la vez que de los estudiantes más pequeños, como José Escobedo, Juan Olaguíbel, Mateo Bolaños y el mismo Siqueiros. En el recuento no aparecen los nombres de dos pintores que trabajaron para la mayor gloria de la malograda revolución felicista, Manuel Rodríguez Lozano y Fernando Best. Ni tampoco el de Joaquín Clausell, quien apostó en favor de y 185 conspiró junto con Huerta. De asomarnos a los actos de las comunidades letradas la trama se complica mucho más, pero el punto se vuelve casi inmanejable al abordar a las diversas minorías dinámicas que convivían en aquella sociedad política, y me parece que estas líneas ya se han extendido más de la cuenta, desviándose de algo que es central y cuya ausencia muy en el fondo delata un artículo como el de Alberto Saíd: la pertinencia de volver la vista con seriedad y rigor históricos sobre el ocaso y ruina del régimen de Porfirio Díaz, no como el indiscutible y trillado antecedente de la Revolución Mexicana, sino como una parte no menos fundamental de la historia moderna de México, tal y como lo sugería el título de la obra de Daniel Cosío Villegas. LA CONSUMACIÓN DEL CRIMEN Héctor de Mauleón Cien años del asesinato de Madero y Pino Suárez --Levántense, señores –dijo el coronel Joaquín Chicarro. Los tres prisioneros se levantaron de los catres de campaña en donde intentaban dormirse. Era el 22 de febrero de 1913. Pasaban de las diez de la noche. Francisco I. Madero había estado llorando en silencio, con el rostro cubierto con una frazada, porque acababa de enterarse del asesinato de su hermano Gustavo. Se puso en pie con el cabello y la barba revueltos. El general Felipe Ángeles preguntó: --¿A dónde nos llevan? ¿Qué es esto? Chicarro contestó: --Los llevamos a la Penitenciaría, mi general. Allá estarán mejor. Ángeles comenzó a abotonarse la guerrera, pero Chicarro le dijo: --A usted no, mi general. Solamente a ellos. José María Pino Suárez se visitó con rapidez y salió a la habitación contigua. El día anterior le había dicho al embajador cubano Manuel Má rquez Sterling: “¿Qué he hecho yo para que quieran matarme? Créame usted que solo he deseado hacer el bien, respetar la vida y el sentir de los ciudadanos, cumplir con las leyes y exaltar la democracia… Mírenos ahora, ¿no le parecemos el presidente Madero y yo como en capilla?”. Cuando vio que Madero se disponía a salir, Felipe Ángeles se colocó frente al coronel Chicarro y el hombre que lo acompañaba, el mayor de rurales Francisco Cárdenas. 186 --Qué, ¿no voy yo también? –les dijo. --No, mi general –contestó Cárdenas--. Usted se queda aquí. Madero se despidió de Ángeles con un abrazo; Pino Suárez, desde el patio, con un gesto de la mano. Los subieron a dos automóviles que el yerno de Porfirio Díaz, Ignacio de la Torre, y el empresario Cecilio Ocón, habían facil itado. El mayor Cárdenas abordó el Protos cerrado en el que iba Madero; uno de sus hombres de confianza, el cabo de rurales Rafael Pimienta, el Peerles que conducía a Pino Suárez. El chofer de uno de los autos, Ricardo Hernández, en el que viajaba Pino Suá rez, declaró tiempo después que los autos se detuvieron frente a la puerta principal de la Penitenciaría de Lecumberri, que el mayor Cárdenas cruzó unas palabras con un celador, y que luego pidió a los choferes que bordearan los muros del edificio, hacia la parte posterior del penal. Oyó que Cárdenas le dijo al presidente: --¡Baje usted, carajo! En los documentos del proceso contra los asesinos de Madero y Pino Suárez, Hernández declaró que “el mayor Cárdenas le dirigió al presidente algunos tiros que le tocaron en el costado izquierdo, cayendo del mismo lado sin decir una sola palabra. Casi al mismo tiempo (el cabo Pimienta) dio orden al vicepresidente Pino Suárez para que bajara, y que al hacerlo, igualmente lo tirotearon; que el señor Pino Suárez quiso decir algo, pero la agresión fue tan rápida, que no pudo más que exhalar un suspiro que el declarante pudo oír perfectamente… Que tan pronto como se desplomaron los señores presidente y vicepresidente, tanto el mayor Cárdenas como los otros se pusieron a esc ulcarlos y luego, con las carabinas en la mano y en presencia de nosotros les hicieron fuego a los automóviles por detrás”. El otro chofer, Ricardo Romero, declaró que al ver caer a Pino Suárez, uno de los asesinos dijo: “Todavía se mueve este hijo de la c hingada”, e “hizo fuego sobre dicho señor hasta quemar todos los cartuchos que el arma tenía”. Dijo también que cuando el mayor Cárdenas “jaló el cadáver del señor Pino Suárez, cayó de los bolsillos de la ropa de éste, un reloj y una cadena de color blanco y un lapicero de color amarillo. Que tomando Cárdenas dichos objetos con los dedos índice y pulgar, los levantó en alto, y como uno de los que estaban ahí le preguntara “qué cosa es”, Cárdenas respondió: “Nomás un lapicero”. El cabo Rafael Pimienta había estado bebiendo esa tarde en la cantina El Océano de la calle de Corregidora. A las siete de la noche se presentó un rural del séptimo cuerpo y le dijo: --El mayor Cárdenas ordena que a la mayor brevedad se presente armado de carabina para una comisión. Uno de los militares que departía con él, Rafael Sandoval Islas, declaró que Pimienta regresó al cuartel a la una de la mañana y le ordenó por conducto de un soldado que se levantara “pues quería platicar y sentía hambre”. Dijo Sandoval: “En la orilla de la banqueta, Pimienta contó al que esto expone que los señores Madero y Pino Suárez acababan de ser muertos… Pimienta refirió que Cárdenas personalmente hirió de dos tiros de pistola al señor Madero, mientras él, tal vez 187 sugestionado por el ejemplo de su jefe , pegó al señor Pino Suárez un balazo en la espalda. El vicepresidente, al sentirse herido, volvió la cara a su asesino y éste volvió a herir nuevamente con un balazo al mismo en la cara; después la tropa, por orden de sus jefes, los remató con las carabinas… Que días después, en sus momentos de intemperancia alcohólica Pimienta relataba en mancebías y cantinas cuál fue su papel en aquel asesinato, y como si esto no bastara, exhibía, ufanado, un casquillo vacío calibre .38 Colt, engarzado en oro, diciendo q ue con aquellos confititos había tenido Pino Suárez…”. No hubo castigo. Francisco Cárdenas huyó a Guatemala y vivió en aquel país disfrazado de arriero. Se suicidó el 29 de noviembre de 1920, en una plaza de armas, cuando su verdadera identidad se descubri ó. El cabo de rurales Rafael Pimienta, que antes de que se cumpliera un año del asesinato había sido ascendido a general, fue sometido a un largo proceso en el que, finalmente, los testigos cambiaron sus versiones o se retractaron. Altos jefes del obregoni smo, entre ellos Benjamín Hill, intercedieron para que se le juzgara, no por asesinato, sino por encubrimiento. En 1922, un Consejo de Guerra decidió absolverlo. La impunidad era el signo. Vivimos en ella en los tiempos que siguieron. DESPUÉS DEL BOMBARDEO. LAS LUNAS DE FEBRERO DE 1913 José Juan Tablada José Juan Tablada describe "el primer día de calma y paz" después de la destrucción ocasionada en la ciudad por el golpe de Estado de Victoriano Huerta. Texto reproducido por Antonio Saborit en su libro Febrero de Caín y de metralla. La Decena Trágica, ed. Cal y Arena, 2013. Nadie, después de diez días, creyó en el silencio de los cañones... En la calma que se temió efímera, los oídos aguzados esperaban a cada instante oír de nuevo el tonante fragor de la artillería o el ríspido ta bleteo de las ametralladoras o el vuelo silbante de las balas... Y muchos espíritus resentían aquella angustia, aquella intensa fobia de que Zola en La Débacle describe poseído al Emperador vencido en Sedán, murmurando pávido, con la angustia de la i dea fija: ¿Pero cuándo, cuándo se acallará por fin ese cañón? 188 Esta vez era cierto. Al fin el cañón dejaba descansar largamente los ecos desgarrados de la ciudad estremecida... Toda una noche transcurrió en silencio, y a la siguiente mañana, un río humano desbordante, bullidor, inundó de golpe los cauces áridos de las avenidas metropolitanas. En todos los semblantes se leía la liberación de una larga angustia opresora. Era una ansia y un frenesí de movimiento, después de larga reclusión ll ena de angustia, en las casas cuyas vidrieras se estremecían sin cesar, sobre cuyos techos, en lluvia de invisibles balas, pasaba a cada instante el huracán de la muerte... Era el sereno despertar de una pesadilla apocalíptica. De los graves y trascendentales acontecimientos que en las últimas horas acababan de sucederse, aquel regocijo de la multitud, aquel júbilo gregario, sólo una cosa retenía y celebraba: que la lucha fratricida había terminado, que el advenimiento de la paz anhelosamente implorada barría las tinieblas de aquel cielo nublado de pólvora y que los luminosos rayos del sol matinal, como heraldos vestidos de oro descendían desde las ciudades de plata de los volcanes del valle y se difundían por los ámbitos de la ciudad, para anu nciar el sereno y triunfante advenimiento. Por todas las calles de la urbe, la muchedumbre llena de ávida curiosidad, discurría en innumerables cortejos, en procesiones sin fin. De barrio a barrio, de extremo a extremo, del centro a extramuros, durante los días del bombardeo, falaces y alarmantes noticias que propalaban exterminio y ruina se habían extendido... El Teatro Nacional era una ruina; la Casa de Correos estaba en gran parte reducida a escombros; los más bellos edificios coloniales o modernos , orgullo municipal y ciudadano, habían sido dañados, irreparablemente... La muchedumbre satisfecha, contemplaba intactos los hermosos edificios y las hermosas fábricas, y con placenteros comentarios seguía discurriendo... En algunas partes, sin embargo, el funesto estrago de la lucha era visible. Cerca del Pabellón Español, la zona de la más cruenta lucha, conservaba aún emocionantes vestigios. Los cables y alambres de los servicios eléctricos caían sobre el asfalto como una maraña de lianas tropicales... En las esquinas, enormes bloques de mampostería desprendidos señalaban el paso de los proyectiles. Sobre el pavimento, las columnas de hierro de los lampadarios eléctricos, yacían como enormes troncos de árboles, derribados a hachazos po r un formidable leñador. En su base, los alambres interiores surgían semejando una raigambre, arrancada de cuajo... Sobre algunos muros, estucados de blanco, una profusa lluvia de metralla semejaba los múltiples agujeros de una criba. Más allá de la torre del templo de San Hipólito, era una filigrana de piedra calada caprichosamente por las balas de los cañones, y en su centro la blanca carátula del reloj, como el blanco de una sociedad de tiro, conservaba las huellas de los proyectiles... 189 En algunas calles cerradas al tráfico, destacamentos de soldados de línea o de cuerpos rurales, vivaqueaban aún y entre hileras de caballos inmóviles, junto a cureñas de cañones y cajuelas de parque, dormitaban sobre la paja que cubría el asfalto, los juanes abrumados aún por las fatigas de la obstinada lucha. De súbito hendía los grupos una pobre vieja haraposa y plañidera, implorando la caridad pública, para enterrar a su difunto... Su mano trémula recogía los centavos y se alejaba llorando, lamentable, siniestra, espectro de dolor y de miseria, conmovedora alma en pena , como la Llorona de nuestra fantástica leyenda... En algunos grupos se hacían comentarios que el transeúnte sorprendía al pasar: –En los intervalos del bombardeo –decía uno– el silencio era tan grande, que desde aquí, calle de Rosales, se oía dar las horas del reloj de Catedral... –Un proyectil de a 18 –decía otro– entró por la ventana de la sala, pasó por el comedor y una recámara, perforó el piso y cayó sin estallar, abajo, en los lavaderos; yo lo conservo intacto... –¿Márquez? Murió el pobre... –¿De un balazo? –No; lo atropelló un caballo sin jinete, desbocado, al voltear la esquina. Lo recogimos con el cráneo fracturado y echando sangre por la boca. El mismo caballo, que iba herido, cayó más adelante... –A Julián, el Maño, unos hombres ebrios le llevaron a la tienda tres Mausers; se los cambiaron por una botella de tequila... Otro grupo sostenía una discusión acalorada. Pero cuando uno dijo: ¡Lo necesario era la paz, el orden; los americanos estaban en la frontera, en Veracruz, en puertos del Pacífico! ... entonces todos echaron a andar cabizbajos y silenciosos. Así transcurrió el día, el primer día de calma y de paz; así llegó el crepúsculo frío y sereno. En medio del gentío que pululaba por el costado oriental de la Alameda, una bella figura de mujer pálida, con un ademán de sibila extendió el brazo y señalando las torres de San Juan de Dios, dijo a su acompañante sobrecogida, como una sonámbula, en éxtasis: –¡Mira! ¡Mira! La luna parece de plata y el cielo de heliotropo... En efecto, aquella luna de febrero, que durante todas las fases de su creciente se había asomado sobre la ciudad, alumbrando espectralmente las noches ensangrentadas y trágicas, se encumbraba ahora en magnífica ascensión de plenilunio, sobre el cielo de violeta sombrío, imponderablemente suave. Al lado opuesto del horizonte, el crepúsculo escarlata y trágico, como el último vestigio de la lucha, se desvanecía ante la serena aparición lunar... Y aquella luna espléndida y tranquila, parecía en su mística ascensión, ofrecerse 190 al espíritu torvo de los hombres, como la hostia refulgente para la inefable eucaristía, para la comunión ideal de todos los hermano s en el sagrado rito, en la suprema religión humana del trabajo, del orden, de la paz... LOS HITOS DEL ORIGEN Leonardo Padura En nuestra siguiente edición publicaremos un texto de Leonardo Padura, Premio Nacional de Literatura de Cuba 2012, sobre lo que significa ser escr itor en esta isla. Como adelanto, compartimos con nuestros lectores el discurso de aceptación a su reciente reconocimiento. Esta historia comenzó una mañana de 1976 en la oficina de la Escuela de Letras de la Universidad de La Habana. Estabámos en los meses finales del curso académico con el que yo cumpliría el primer año de mi carrera y, como cada jornada, me disponía a cumplir mi trabajo como mecanógrafo, el destino al cual había llegado por el sistema de inserción l aboral con el que se pretendía que los estudiantes nos formáramos en la socialista y revolucionaria combinación de estudio y trabajo. Durante aquel año había empezado a revolverse en mí una necesidad, hasta entonces desconocida, o más bien un deseo competi tivo, de probar que yo también podía ser “escritor”, como otros estudiantes de la escuela, y, según mis códigos, lo único que me faltaba era empezar a intentarlo. Para ello escribí un cuento, más o menos fantástico, donde narraba la historia de un hombre que, al despertar de un prolongado sueño, encontraba que a su alrededor todo había cambiado: las formas, los colores, las funciones de las cosas y el pobre hombre necesitaba entender qué había sucedido. Por supuesto, a aquel personaje su situación inesperada le provocaba, sobre todo, asombro. Y se asombraba mucho. Escrito el cuento, mi mejor opción para encontrar aprobación era precisamente uno de mis compañeros mecanógrafos, un estudiante de tercer año de la carrera que había leído muchos libros, escribía poesía y, algún que otro día, siempre en voz baja, me contaba de unas tertulias cuasi decimonónicas a las que él asistía, las cuales eran animadas por un tal Virgilio Piñera y se celebraban, por cierto, muy cerca de donde yo vivía y vivo, en la que fuera l a última morada de Juan 191 Gualberto Gómez, que entonces era ocupada por su hija, nietos y sobrino -nietos, unos mulatos refinados y políglotas que tomaban té en tazas de porcelana de bordes de oro a veces mellados. El compañero mecanógrafo, me imagino que sin mucho entusiasmo, se vio obligado a leer aquel cuento, y al terminar la jornada de trabajo y yo reclamarle un juicio, fue tan amable y elegante que mintió descaradamente al decirme que mi relato le gustaba, pero debía tener cuidado con el uso excesivo de los signos de admiración. Desde entonces, gracias a ese compañero de inserción laboral, que se llamaba, y por fortuna se sigue llamando, Abilio Estévez, he tenido especial cuidado con el uso de esas barritas verticales que solo sirven para enfatizar lo que el escritor es incapaz de expresar por medios más sutiles, más literarios. Treinta y seis años después de aquella experiencia iniciática, el mismo día en que se hizo pública la noticia de que el jurado del Premio Nacional de Literatura 2012, presidido por el colega Reynaldo González, me había distinguido con ese galardón, recibí un email desde Barcelona, firmado por Abilio, el más hermoso y sincero de los elogios que acaparé en aquellos días y en el que mi ex compañero mecanógrafo me decía: Querido Leonardo (y, por supuesto, querida Lucía), acabo de leer la noticia de tu premio. No sabes la alegría y la sensación de justicia que he sentido. […]. Desde que diste el primer gran paso de quitar las exclamaciones a tus diálogos, han pasado muchos años y han llegado muchos brillos. Para ser justos, con este premio no te han dado el lugar que mereces, ha sido el premio el que se ha justificado a sí mismo. […] Nadie como tú para poner en evidencia que golpear cada día el yunque saca chispas en el metal más duro. Y esa es la clave de todo. Disfrútalo, disfrútenlo, y cuando bebas ron, pon un vasito a mi espíritu, ahí, con ustedes. Y luego a trabajar más aún, con más fuerza, pero eso a ti no hay que decírtelo. No es difícil adivinar que ahora serás aún más la diana de los ataques de los cainitas cubanos, que se dan como la verdolaga. Pero eso se resuelve con la fórmula de André Gide: "Que digan lo que quieran, mientras tanto yo escribo Paludes". Y a ti eso de encerrarte a escribir se te da maravillosamente. Claro, no se puede negar que ahí está Lucía, también premiada, como no podía ser menos. Mucha más suerte, hermano. Hace casi cuarenta años coincidimos en una oficina de la Escuela de Letras y, contra todos los pronósticos, aquí estamos, dando la lata y gritando lo que tenemos que gritar, nuestra pequeña verdad y nuestra pequeña angustia y también nuestra pequeña alegría. Me siento muy orgulloso de ir a tu lado por este camino largo y complicado, y que nuestras fotos estén juntas en el muestrario de Tusquets. Besos para Lucía y un fuerte abrazo para ti. Y firmaba abilio, así, con minúscula. 192 Si hoy los hago escuchar estos dos hitos del origen y destino actual de mi relación personal y literaria con Abilio Estévez, uno de los intelectuales más sólidos y lúcidos de mi generación, tan o más merecedor que yo de este reconocimiento que por ahora le está vedado debido a su residencia geográfica, se debe a que en uno y otro momento las palabras del amigo han tenido para mí y para mi carrera como escritor un valor especial, y porque entre uno y otro momento está tendida la crónica de un aprendizaje, un esfuerzo, un empecinamiento personal al que debo, por completo, lo que haya podido motivar la generosa decisión de un grupo de instituciones y, sobre todo, un grupo de escritores, de concederme el Premio Nacional de Literatura que hoy recibo, con gratitud y alegría. Si desde la incultura sideral que acompañaba a aquel pelotero frustrado de Mantilla que escribió un cuento lleno de signos de admiración, he podido lograr algo, se debe, esencialmente, a un empecinamiento que llegó a convertirse en una necesidad vital. El proceso de aprendizaje fue arduo, pletórico de escollos, marcado por muchísimos sacrificios, pero siempre acompañado por la certeza de que con un nuevo intento, con más trabajo, con más lecturas, con más sudor las cosas podían ir saliendo mejor. Así lo he hecho durante estos treinta y seis años y espero poder seguir haciéndolo, con el mismo espíritu, durante los próximos treinta y seis que aspiro a vivir. Muchas personas me han ayudado durante este periplo y a algunas de ellas quiero hoy expresar públicamente mi gratitud. Tuve, por supuesto, el soporte material, afectivo, moral y ejemplar de mis padres, que están en el principio de todo. Tuve la incitación y el desafío de mis compañeros de estudio, sobre todo de los Socarrones de mi grupo en la Escuela de Letras, mis amigos Alex Fleites, Arsenio Cicero, José Luis Ferrer, Jorge Luis Arcos, Magda González, Soledad Álvarez y otros más. Conté con la complicidad generacional de poetas y narradores de mi promoción, que mucho me ayudaron a perfilar mis intereses literarios y a clarificar los riesgos del empeño que compartimos: Arturo, Senel, Sacha, Lichi, Reynaldo, Luis Manuel, Reina, Norberto, Víctor, Ramoncito, Abel, Miguelón y tantos otros. He contado con la fortuna de compartir la amistad y los cons ejos de maestros como Ambrosio Fornet, Eliseo Diego, Jaime Sarusky…. He gozado del enorme privilegio de poder alcanzar una inesperada presencia internacional gracias a haber contado entre mis editores con Beatriz de Moura, Antonio López Lamadrid y Juan Cerezo, los artífices de Tusquets Editores, quienes me dieron su confianza y prestigio cuando era un escritor cubano sato y sin pedigree; también editores en otras lenguas como mi querida madame Anne Marie Meteilié, el amigo Marco Tropea, Lucien Leitess, los hermanos Von Hurter en Londres, Manolo Valente en Portugal y Ole Sohn en el reino de Dinamarca. He contado, además, con el apoyo incondicional de Ediciones Unión, mi editorial cubana, gracias a la cual, sin poner nunca reparos, todos mis libros han circula do en Cuba… Tras esos editores, otras muchas personas han contribuido a hacer mejores mis libros, ya sea 193 como traductores, pero sobre todo como lectores, y quiero recordar mi deuda de gratitud con Vivian Lechuga, Lourdes Gómez, Elena Zayas, Elena Núñez, en tre otros muchos amigos que me han ayudado a escribir un poco mejor de lo que soy capaz… Pero, sobre todo, quiero recordar y reconocer que he sido merecedor del premio gordo de la vida por haber tenido durante 34 de estos 36 años caminados en la literatura y en la vida, a pie, en guagua, o en bicicleta china, a mi mujer, Lucía López Coll, a la que, por merecérselo, por haberlos sufrido tanto como yo, siempre he dedicado mis libros, utilizando la fórmula salingeriana del amor y la escualidez… en su más espiritual sentido. Muchas satisfacciones me ha dado mi trabajo a lo largo de estos treinta y seis años. Desde el premio en el concurso de cuentos para estudiantes de la Escuela de Letras, allá por 1978, hasta la posibilidad de participar en tres proyectos periodísticos a los que mucho debo como escritor: aquel Caimán Barbudo, renacido de las cenizas del decenio gris, que a principios de la década de 1980, luchando contra adversarios más encarnizados que los molinos de viento, convertimos en evidencia de que una nueva generación de artistas se proponía hacer algo diferente en la cultura cubana, pasando luego por mis seis años en Juventud Rebelde, donde se suponía sería reeducado y, en verdad, lo fui, pero como periodista capaz de participar en un empeño que deja ría una muesca perdurable en la chata prensa cubana de estos últimos decenios, una labor a la que debo mi primer acercamiento eficaz con muchos lectores cubanos, y más tarde, la experiencia de La Gaceta de Cuba, donde junto a Norberto Codina trabajamos para adecuarla a los tiempos que corrían y llegar a convertirla en la publicación cultural de referencia en aquellos años oscuros y sudados del Período Especial. Mi trabajo me ha dado, además, la satisfacción de recibir premios, de visitar medio mundo, de publicar en más de quince idiomas, de que se me hayan abierto las páginas de los más reconocidos periódicos de la lengua, de conocer gentes que me han nutrido, de poder acceder a la literatura que he querido y necesitado leer y, sobre todo, mi trabajo me ha permitido establecer una relación de cercanía con miles de personas que me han conocido a través de mis libros, gentes que acá en Cuba y en otras partes del mundo se han hecho mis cómplices y me han regalado el favor de su atención y, muchas veces, hasta de su cariño y han llegado a decirme que me agradecen que haya escrito lo que he escrito, una afirmación que supera el significado de cualquier premio… Mi trabajo me ha permitido, incluso, ganarme la vida decente y buenamente, una vida que no siempre ha sido fácil pero en la cual he logrado, trabajando, llegar a tener lo que tenía que tener, sin que nadie me lo “otorgara” por complacencias de ninguna clase. Y no puedo dejar de recordar a esta hora que ha sido mi trabajo el que me ha dado la entrañable oportunidad de conocer a un tipo como Mario Conde, tan jodido que, por haber sido, fue hasta policía, cornudo y aprendiz de escritor, un amigo que a lo largo de 23 años ha viajado conmigo ayudándome a entender este país singular y enigmático en el que vivimos, a veces tan generoso y a veces tan mezquino, a 194 darle forma y expresión a mis sentimientos sobre la historia, la vida, la amistad, el amor, el miedo, la frustración, la pobreza humana (material y espiritual) y la condición de ser cubano. Pero también sinsabores me ha traído este trabajo mío. Soy, ante todo, un escritor cubano y, como tal, no he podido sustraerme del efecto de los beneficios y las calamidades inherentes a tal pertenencia inalienable... Ya un día de 1992 me lo había advertido el maestro Mario Bauzá, en un bar de Nueva York, mientras el padre del latin jazz cumplía sus sesenta años de alejamiento físico de la isla: uno de los componentes más lamentables de la espiritualidad cubana, me dijo con sus palabras de habanero impenitente, está en la inca pacidad que acompaña a muchos de nosotros para tolerar el éxito ajeno, más si es un contemporáneo, peor si es otro cubano. Ya por mí mismo he podido comprobar que más duro se les hace a algunos admitir ese éxito si el personaje en cuestión no pertenece a c apillas, ni comparte militancias partidistas o grupales, si el éxito es el resultado del trabajo cotidiano y no de los favores compartidos… He tratado a lo largo de todos estos años, y cada vez con más conciencia e insistencia, de ser un hombre todo lo lib re e independiente que puede ser una persona en un mundo y en una sociedad como estos en que vivimos. He tratado de decir con sinceridad lo que pienso, dentro de Cuba y fuera de la isla; he mantenido la fidelidad a mis amigos, dentro y fuera del país; he sufrido mis miedos, pero no me he dejado vencer por ellos a través de la simple fórmula de enfrentarlos; he seguido siendo mantillero, incluso industrialista –aunque a veces he dudado, lo confieso - y también he sido Yankee o Angelino cuando alguno de mis ídolos peloteros lo han sido; nunca me he dedicado a atacar a nadie, menos por sus opiniones políticas, pues creo que todas son respetables mientras no agredan o limiten el derecho y la dignidad de los demás; he escrito los libros que he querido, que he creí do que podía y debía escribir y, desde la literatura, he dicho en ellos, sobre la realidad, la historia, la cultura, los hombres y hasta sobre las mujeres, lo que mi capacidad y entendimiento me han permitido decir, superando muchas veces mis dudas y temores, que no han sido pocos. Y por todo eso he pagado un precio. Aunque lo he hecho con satisfacción. Como bien los llama mi colega Abilio, los cainitas que nos acompañan en este tiempo vital han hecho lo posible por disminuirme, por callarme, por ignorarme, a veces menospreciando mi trabajo, incluso convirtiendo la política en un arma de doble filo que me lanzaba –y me lanza- estocadas desde un lado, desde el otro, desde arriba, desde abajo… Pero, qué se le va a hacer, es lo que me merezco por ser un cubano de estos tiempos, por escribir, pensar, actuar y vivir como he vivido, golpeando “cada día el yunque para sacar chispas en el metal más duro (…) dando la lata y gritando lo que tenemos que gritar, nuestra pequeña verdad y nuestra pequeña angustia y también nuestra pequeña alegría”, como me dijera mi amigo Abilio. A todos los que les debo algo para haber llegado a donde quiera que he llegado, 195 les reitero mi gratitud, pues mucho de lo conseguido se debe a ellos. Porque, lo dijo John Done, no Hemingway, ningú n hombre es una isla en sí mismo… Y a los que me ataquen o me odien, por la razón que sea (algunos quizás, seguramente, hasta tendrán buenas razones), les reiteraré que pueden decir lo que quieran, incluso pretender convertirme a mí, que no soy el enemigo, en su enemigo. A unos y otros les puedo asegurar que ni premios ni agresiones me van a cambiar en lo esencial, porque seguiré golpeando el yunque, mientras el brazo y la inteligencia me acompañen. Por eso, en mi casa de Mantilla, la que construyeron mis p adres con su esfuerzo y su amor, con Lucía y con mis perros, con la sombra tutelar de José María Heredia que siempre me acompaña y el espíritu vivo de tres o cuatro generaciones de Paduras, y con la ayuda interesada de mi amigo Mario Conde, yo lucharé por continuar siendo el mismo, por pensar con mi cabeza, por ser cada día un poco más libre, mientras escribo Herejes, una novela sobre los riesgos de asumir la libertad, en otros tiempos históricos y también en este tiempo presente, el de los días de mi vida. Muchas gracias. Todavía en Mantilla, febrero de 2013. ELBA ESTHER GORDILLO ANTE LA HISTORIA Gilberto Guevara Niebla El estilo de liderazgo sindical que representaba Elba Esther Gordillo —y que, lamentablemente, todavía se reproduce en varios sindicatos nacionales más —, es un fenómeno anacrónico. Vestigios de una época transcurrida. Mucho tiempo fue perceptible que su figura, su demagogia, su estilo —patrimonialista, tribal, paternalista, manipulador y cínico— de dirigir al SNTE contrastaba escandalosamente con la conciencia y la voluntad de sus propios agremiados (sobre todo los maestros más jóvenes) y con un país de c iudadanos cada vez más escolarizados, cultos e inteligentes que vive, al mismo tiempo, la experiencia de la construcción de una democracia nacional. Nadie podía dejar de observar la ostentación pública que la líder hacía de sus costosos vestidos, de sus propiedades, de sus joyas, sus cirugías estéticas, etcétera. Un estilo de vida propio del Jet Set, que no podía comprarse con el salario medio de un trabajador de la educación (que equivale, supongamos, a 40 mil pesos mensuales). El hecho que la PGR actúe c ontra ella por manejos turbios de las cuotas sindicales, es una acción que se explica y se justifica moral, legal y políticamente. Lo que muchos nos preguntamos es: ¿Por qué tardó tanto el Estado 196 mexicano en dar este paso? Esperemos que este acto judicial sea seguido por cambios políticos en el SNTE. Lo fundamental es que el sindicato se democratice, que se dote de un liderazgo nuevo, construido por consenso real, y que instaure una ética de probidad dentro del gremio. El sindicato debe vincularse a la so ciedad y al Estado para dinamizar —y no obstaculizar— la gran empresa que es la de edificar una educación nacional renovada cuya meta sea construir una sociedad rica (productiva), justa y democrática. México tiene que modernizarse y democratizarse y en este doble proceso los sindicatos están destinados a desempeñar un papel crucial. ¿Qué es lo está en juego? Evidentemente nuestro futuro como comunidad. No podemos dejar de observar que hay otras Elba Esther Gordillo que merecen la acción de la justicia y que permanecen impunes. Por otro lado, ¿Acaso el poder judicial no debe intervenir para poner en su lugar a quienes, desde el lado de enfrente, pisotean la ley y se burlan a diario de la voluntad de todos los mexicanos? ¿Porqué se ha de seguir permitiendo que los militantes de la CNTE realicen impunemente suspensiones de clases , atropellos contra la propiedad pública y la propiedad privada, golpeen, secuestren y actúen, una y otra vez, haciendo caso omiso del orden jurídico de la nación? Una acción justa, pero unilateral, puede acarrear consecuencias indeseables para todos. Que la ley se aplique a unos y a otros, para evitar interpretaciones equívocas y efectos indeseables. EL SNTE SIN CABEZA Carlos Ornelas Como me imagino que le pasó a todo mundo, me sorprendí con la noticia de que la Procuraduría General de la República detuvo a Elba Esther Gordillo , justo antes de abordar el avión privado que la llevaría a Guadalajara para presidir el Consejo General Extraordinario del SNTE. En este Consejo participa parte de la crema y nata de su camarilla, la hegemónica del sindicato. La sesión, que comenzaría hoy tal vez ya no se realice o, si lo hace, será para tratar de tomar posición y salvaguardar lo que se pueda proteger de un imperio que quizá comience a derrumbarse. Escuché la conferencia de prensa que brindó el Procurador General de la República, Jesús Murillo Karam, escuché ciertas opiniones y leí algunas 197 declaraciones temprano en los periódicos. Todo mundo mostró sorpresa, pero más que nadie sus allegados cercanos. Mi primera impresión es que el presidente Peña Nieto trae plan. Escogió un tema ganador para comenzar con su ola de reformas que tal vez abone más a su legitimación como primer mandatario y ofrecer la imagen de un hombre de Estado. La reforma y adiciones a los artículos 3 y 73 de la Constitución se aprobó con velocidad increíble; su promulgaci ón se celebró con pompa (el control de los símbolos contribuye al ejercicio del poder político) justo el día anterior a la detención de la señora Gordillo. El secretario de Educación Pública, Emilio Chuayffet, respondió con firmeza a los chantajes y amenaz as que le profirió la camarilla hegemónica del SNTE, a él y al Presidente. Hoy se sabe que las baladronadas de la señora Gordillo acicatearon al Presidente, no lo amilanaron. Cuanto más se radicalizaba ella con declaraciones altisonantes, más se alejaba de alguna negociación con el gobierno. Hoy es tarde para dar marcha atrás. A juzgar por las declaraciones del Procurador, la PGR tiene bien fundado el caso; lo que se mostró ayer —para caer en el cliché— fue sólo la punta del iceberg. Se trata nada más de d os cuentas y de un periodo breve, de 2008 a 2012 y la cantidad es exorbitante. Escribo a vuelapluma, sólo unas horas después de la detención de la señora Gordillo. Nadie puede prever con certeza cuál será el destino de la reforma en marcha y las consecuencias que traerá la detención de la señora Gordillo. Veo tres opciones posibles, no excluyentes una de otra, pero cuyas líneas generales podrán marcar el tono de lo que suceda. La primera es que se desatará la anarquía; los grupos fundamentalistas del SNTE tratarán de hacerse con el poder sindical. La segunda es que el PRI tome el control del sindicato mediante operaciones políticas. Y la tercera es que el gobierno despliegue todo el poder del Estado para conseguir los fines que persigue y, en el trayecto, d esmantele al sindicato corporativo. Anarquía al vuelo Uno de los muchos factores que explican el éxito que tuvo la señora Gordillo para encumbrase como la cacique mayor del SNTE se debe a la acción política de sus enemigos acérrimos, los maestros disiden tes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación y otras camarillas menores. Al ser opositoras por sistema a cualquier medida que proviniera del Estado, por medios ilegales — marchas, plantones y sobretodo paros— le permitía a la señora Gordillo presentarse como la alternativa negociadora (y proveedora de votos, además). Hoy se corre el riesgo de que la CNTE se envalentone y busque asaltar el poder 198 central del sindicato, su sueño desde finales de los años 70 y comienzos de los 80. Sus métodos no variarán, sus cuadros siempre están preparados para salir a las calles, tomar carreteras, edificios gubernamentales y comercios, y no hay fuerza pública que pueda lidiar con ellos. Son expertos en la manipulación y siempre encuentran la forma de justi ficar sus desmanes con demandas conservadores o incluso, reaccionarias (que nada cambie), con el fin de fortalecer sus posiciones. Habrá que ver cómo el gobierno va a contender con estas fuerzas políticas, organizadas, vociferantes y hasta violentas. Pien so que no se aventó a descabezar a la camarilla hegemónica sin tener preparadas algunas tácticas para bregar con la CNTE. Restauración priista Desde que el PRI ganó las elecciones el año pasado, los viejos cuadros priistas y algunos de sus seguidores dentro del sindicato comenzaron a levantar la cabeza, que habían mantenido agachada ante el autoritarismo de la señora Gordillo. Bien pudiera pensarse que si el presidente Peña Nieto quiere recuperar la rectoría de la educación pública, el PRI buscaría reconq uistar al SNTE. Las noticias de reuniones y reclamos de ciertos dirigentes porque la señora Gordillo encumbró a su parentela y a algunos allegados ajenos al magisterio, se repiten desde agosto del año pasado. El hijo de Jonguitud Barrios, recién anunció qu e ya afilió a más de 200 mil profesores y está dispuesto seguir en la pelea legal para quitarle la titularidad de las Condiciones de trabajo al corro de la señora Gordillo. Otros grupos priistas buscan apoyo de personalidades del PRI, del gobierno federal y de gobiernos estatales. Esta opción puede alzar vuelo; todavía hay muchos que sueñan con una restauración del PRI para que sea como lo era durante el régimen de la Revolución mexicana, un partido hegemónico sin contrapesos reales. Esta opción, si bien aceleraría el desmantelamiento de la camarilla de la señora Gordillo, dejaría intacto el sistema corporativo; sería el encumbramiento de otra camarilla que, dada la experiencia histórica, podría resultar peor que la actual. Lo peor que pudiera pasar, pienso, es que el gobierno se contentara con descabezar al SNTE para buscarle una nueva cabeza. Nada cambiaría en lo esencial. Opción democratizadora La tercera opción, que alguien tal vez tilde de utópica, consiste en empujar la democratización del SNTE —y de otros sindicatos— poniendo a la legalidad por encima de cualquier consideración política. Si se diera una sinergia de diferentes de grupos civiles (Mexicanos Primero, Coalición Ciudadana por la Educación y 199 otros más, por ejemplo) y decenas de miles de bu enos maestros con la política del gobierno, bien pudieran lograrse ciertos avances democratizadores. Si es correcta la conjetura de que el presidente Peña Nieto quiere legitimar su acción política, más allá de la legitimación que le dieron las urnas (el g obierno eficaz, que pregona), parece que con la detención de la señora Gordillo construyó la oportunidad de oro para conseguirlo. Un punto en particular me convence de que ésta puede ser la ruta elegida. El secretario Emilio Chuayffet, en su comparecencia ante senadores la semana pasada, externó que el Presidente enviará una iniciativa de ley para reglamentar el Servicio Profesional Docente. En los hechos, esto conduce a la derogación del Reglamento de las condiciones de trabajo de la SEP, el pacto del 46, como le llama el grupo de socialdemócratas que constituyeron la Coalición Ciudadana por la Educación. De esta manera, se liberaría a los maestros de la afiliación forzosa al SNTE y se les quitaría a las camarillas sindicales el control que tiene sobre la d esignación de directores de escuela, supervisores y otros puestos de la baja burocracia. Ya se anunció el levantamiento del censo nacional de maestros, alumnos y escuelas, que arrojará auditorías y laborales. Mexicanos Primero colmará una de sus demandas. Estas organizaciones ya son aliadas del gobierno. Muchos buenos maestros están cansados de ser peones de juegos políticos y desean quitarse la tutela de camarillas; pero no están organizados, se la pasan trabajando. Ellos pudieran ser los líderes de la re forma educativa, la que está por venir tras los cambios en las leyes. Me imagino que se puede caminar por estos y otros senderos. De lo que estoy convencido, es que la detención de la señora Gordillo le facilita el camino al gobierno (y a los partidos que firmaron el Pacto por México) para continuar con las reformas legales. Ya se removió un obstáculo. La reforma a la educación, la trascedente, apenas comenzará. Al interior del SNTE, pienso, se liberarán los demonios. En cualquiera de los tres escenarios que describí, habrá pugnas políticas. El botín es grandioso y muchos aspiran a él. El grupo de la señora Gordillo se puso a la defensiva. Su líder formal, Juan Díaz de la Torre, le expresó solidaridad y cariño a su jefa, pero otros ya están buscando alguna vía para abandonar el barco que se hunde. Muchos de ellos también tienen cola y pueden ser sujetos a investigaciones; no podrán argüir que no se dieron cuenta de tanto movimiento de dinero. La CNTE y los priistas se enfrentarán por el control del SNTE, m as la SEP y Gobernación tomarán cartas en el asunto; no descarto otras acciones policiacas de gran envergadura. Por primera vez en décadas, el gobierno tiene la iniciativa 200 política frente a grupos corporativos. Esta vez la amenaza y el chantaje, el arma favorita de las camarillas neocorporativistas, no funcionó. LA CAÍDA DE JONGUITUD Ricardo Raphael de la Madrid El domingo 23 de abril de 1989, Carlos Jonguitud Barrios amaneció agripado. La noche anterior había recibido una llamada del secretario de Educación Pública, Manuel Bartlett Díaz, para pedirle que lo invitara a desayunar al día siguiente. No había asueto ni enfermedad que contara durante aquellos meses turbulentos de movilización social. En varias ocasiones, los recientes conflictos magisteriales habían reunido a estos dos personajes alrededor de una misma mesa. Tal y como acordaron, a las 9 de la mañana, e n una casa ubicada en la colonia Pedregal de San Ángel de la ciudad de México, el líder del magisterio recibió al funcionario. Jonguitud protegía su cráneo despoblado con un gorro de lana tejida. Traía los párpados caídos y la expresión facial rígida. Lo s fluidos nasales no dejaban de atormentarlo y la temperatura de su cuerpo andaba lejos de lo normal. Sobrevolando los platos de frutas y unos huevos a la mexicana, la conversación dio inicio y continuó sin encontrar su ancla. Si Jonguitud hubiera estado m enos aturdido, con seguridad habría reparado en la vaguedad con la que el funcionario respondía a sus propias observaciones. Bartlett, por su parte, no tenía apetito. Observaba los muebles y objetos, caros y sin gusto, que decoraban aquella mansión. Aquel encuentro tenía como propósito anunciar la decisión que el presidente de la República había tomado la tarde anterior. Muy probablemente no fue el mal rato que la gripa le estaba haciendo pasar al líder magisterial, ni tampoco la noticia que estaba a punto de anunciar, lo que provocaba la dilación impuesta unilateralmente por el secretario de Educación. El aludido tenía algo más grave de qué preocuparse: el ocaso del liderazgo político de Carlos Jonguitud Barrios estaba acompañado por un mal físico que, en sus peores momentos, le impedía controlar el movimiento de sus músculos. Los primeros síntomas del padecimiento que arrasarían su salud aparecieron pocos meses antes de que estallara el conflicto magisterial. A finales de 1988 los médicos le habían detectadomiastenia gravis: una enfermedad neuromuscular crónica que paraliza el movimiento voluntario de los músculos de sus víctimas. Un mal que se desata en días de intensa actividad y sólo disminuye durante los 201 momentos de descanso. Esta coincidencia repres entaba en aquel instante un monumento a la ironía. Al mismo tiempo en que se debilitó el músculo político que durante poco más de dieciséis años sirvió para controlar al gremio magisterial, las extremidades, los párpados y hasta la expresión del rostro de este viejo maestro rural comenzaron a rebelarse ante las instrucciones de su cerebro. La tarde anterior a ese desayuno se había celebrado una reunión en las oficinas del presidente. Con el jefe del Ejecutivo estuvieron, entre otros funcionarios de su gobierno, Fernando Gutiérrez Barrios (secretario de Gobernación), Manuel Camacho Solís (jefe del Departamento del Distrito Federal), José María Córdoba Montoya (principal asesor de la Presidencia) y Manuel Bartlett Díaz (secretario de Educación Pública). La discusión tenía un punto único: hallar una solución definitiva al conflicto magisterial que entre los meses de enero y abril había parado la actividad docente de cerca de medio millón de maestros. La Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CN TE) encontró su momento de mayor arrastre precisamente en aquellos días de 1989, cuando logró sacar a decenas de miles de profesores a la calle para demandar un incremento de 100 por ciento en el salario y exigir la democratización de la vida política en e l sindicato oficial, el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE). El presidente Salinas de Gortari informó aquella tarde del 22 de abril que el gobierno de la República contaba con recursos para responder, en parte, a la primera de las demandas exigidas por la disidencia magisterial: había condiciones para proceder con el otorgamiento de un incremento modesto en los salarios y las prestaciones de los maestros. Sin embargo, y éste era el asunto más relevante, no valoraba el presidente como oportuno que dicho incremento terminara beneficiando políticamente al líder del magisterio institucional. Aunque Jonguitud hubiera jugado lealmente durante la campaña del año anterior, y también hubiese tenido voluntad para contener las pretensiones polít icas de la disidencia magisterial, la ocasión era inmejorable para provocar un relevo en la cabeza del SNTE. Este movimiento político permitiría, por una parte, atemperar los ánimos de los maestros inconformes y, por la otra, colocar en su lugar a un nuevo líder sindical que sí poseyera vitalidad política para acompañar al gobierno entrante en su proyecto modernizador. No hubo argumentos contrarios a la solución planteada. Días antes al desayuno con Bartlett, el 19 de abril, Carlos Jonguitud ya había ofre cido su renuncia al secretario de Gobernación, Fernando Gutiérrez Barrios, en caso de que esa administración considerara que con ella podría resolverse el conflicto. Era un hombre cuyo carácter político había sido forjado por el régimen priista. Muy bien sabía que no tenía posibilidad alguna de oponerse a una decisión presidencial. Además, el líder magisterial contaba con un disuasivo argumento para alimentar sus reflexiones: la forma como el presidente Salinas había procedido dos meses 202 atrás en contra del líder petrolero Joaquín Hernández Galicia, mejor conocido como la Quina. El 10 de enero de 1988, un impresionante dispositivo militar y policiaco formado por aproximadamente doscientos efectivos armados con bazukas ocupó la residencia de este sujeto con el objeto de aprehenderle y procesarle por los delitos de posesión ilegal de armas, contrabando y defraudación fiscal. Sin duda, este episodio dejó sembradas las claves para que Jonguitud, o cualquier otro líder de los trabajadores, pudiera intuir lo que l e ocurriría en caso de oponerse a los deseos presidenciales. Mejor era rendir la plaza a tiempo que padecer su desgraciada enfermedad en prisión. Otro asunto que se abordó en la reunión del 22 de abril fue el nombre de quien sucedería a Jonguitud Barrios. No se trataba de una carta desconocida para ninguno de los asistentes. Bastó con que Manuel Camacho Solís destacara los méritos políticos de la maestra Elba Esther Gordillo Morales para que el resto de los ahí reunidos coincidiera con la iniciativa. Qued aba por revisar la estrategia que, hora por hora, el gobierno de la República llevaría a cabo para resolver el asunto. Todo estaba impecablemente planeado. Al presidente Salinas no le gustaban las sorpresas y sabía que este tipo de golpes políticos debían ser contundentes para ser eficaces. Antes de que los asistentes se despidieran para operar las decisiones del presidente, dos últimas instrucciones salieron de la boca de Salinas de Gortari: Manuel Bartlett habría de traer personalmente a Carlos Jonguitud Barrios para que visitara Los Pinos al día siguiente a las 11 de la mañana y Manuel Camacho haría lo propio, esa misma noche, con la profesora Gordillo Morales. A las 9:45 del día domingo, sentado frente a los restos de aquel desayuno, un Manuel Bartlett distraído aceptó unos minutos más de conversación anodina con el hombre del gorro de lana antes de anunciarle que el presidente quería verlo. La reacción de Jonguitud fue de inmediata incomodidad. En las circunstancias que guardaba su salud, cosa distinta era recibir al secretario de Educación en la intimidad de su casa, que salir a la intemperie para acudir a una reunión en la residencia presidencial. Quiso negarse argumentando que no se sentía bien, pero Bartlett fue inflexible. Sin encontrar más argumentos, suplicó por una buena hora para asearse y vestirse propiamente. Sin tráfico en la ciudad, llegaron pronto a su destino. Entraron puntualmente tomados del brazo a la casa Lázaro Cárdenas, que se encuentra dentro de Los Pinos. Fue ahí, en la planta ba ja de esa blanca edificación, donde la curiosidad de Carlos Jonguitud no pudo esperar más: "¿Qué quiere el presidente de mí?" Bartlett le respondió con franqueza que el Estado mexicano necesitaba su renuncia para comenzar a desactivar la crisis magisterial . La misma renuncia que 203 días antes Jonguitud le había ofrecido al secretario de Gobernación. El aludido se limitó a bajar la mirada pero, en el primer descanso de las escaleras que condujeran a la oficina presidencial, se detuvo para hacer una última pregunta: "¿Quién va a sucederme?" La respuesta fue breve y fue, también, un filoso dardo. Al escuchar el nombre de quien hubiera sido su compañera política en más de una batalla, los ojos del líder magisterial hicieron agua. Sólo él sabrá si fue por rabia o por despecho que sus lagrimales reaccionaron de aquella manera. De todas las noticias que recibiría esa mañana, aquélla fue la única para la que no se había preparado emocionalmente. Fragmento tomado del libro "Los Socios de Elba Esther" con autorización del autor. OPORTUNIDAD PARA EL SNTE Glberto Guevara Niebla La primera lección que debemos extraer del procesamiento judicial de Elba Esther Gordillo por manejos indebidos de los recursos del SNTE es, evidentemente, que el sindicato debe dotarse de una dirección honesta, auténticamente representativa, y con mecanismos que aseguren la transparencia en el uso de las cuotas sindicales. No debe admitirse que los líderes sindicales actúen sin controles ni que su mandato se pueda extender indefinidamente. No más caciques vitalicios. Asimismo, se debe admitir que los docentes no son obreros o trabajadores manuales, sino trabajadores intelectuale s o “profesionales del aprendizaje” como se ha dado en llamarles. El SNTE debe comprometerse con el país en la tarea de mejorar la calidad de la educación. Esto implica que el sindicato debe modernizarse y alejarse del viejo modelo “industrialista” para ac ercarse a un nuevo modelo que deje atrás el espíritu de antagonismo de épocas añejas en que los sindicalistas auspiciaban la “lucha de clases”. No propongo, desde luego, que el gremio renuncie a su misión crucial de defender la dignidad de los salarios y la mejora constante de las condiciones de trabajo de sus representados. Pero su actuación debe enmarcarse en un compromiso superior con la nación. La base de las negociaciones entre sindicato y autoridades debe ser la voluntad compartida para elevar la cali dad de la profesión magisterial y, por esta vía, elevar el estatuto y el reconocimiento social del magisterio. 204 Lo que está en juego es nuestro futuro como nación. So pena de suicidarse, México no puede cerrar los ojos ante el desafío de la “sociedad del co nocimiento” y de la nueva competencia económica. Tampoco puede rezagarse en la consolidación democrática. ¿Cómo vencer las plagas de México --la inseguridad, la ignorancia, el populismo, la corrupción, el clientelismo, el paternalismo, la miseria y el abandono? ¿Cómo mejorar las condiciones de vida de nuestros hijos? ¿Cómo hacer de nuestra nación una potencia de medio rango que sobresalga entre los países de nuestra región? La única respuesta razonable es: con educación de calidad. Con un sistema escolar que forme a las nuevas generaciones en valores morales como la autonomía, la justicia, el respeto, la tolerancia, la pluralidad y el patriotismo (sin hostilidades ni exclusivismos), que las capacite científicamente y, al mismo tiempo, que las instruya en el manejos de las nuevas tecnologías. Un cambio político es siempre una oportunidad para renovar las instituciones. 205