4_feb 07 2012_min silva en inauguración del seminario

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PALABRAS DEL SEÑOR MINISTRO JUAN N. SILVA MEZA, PRESIDENTE DE LA
SUPREMA CORTE DE JUSTICIA DE LA NACIÓN Y DEL CONSEJO DE LA
JUDICATURA FEDERAL, EN LA INAUGURACIÓN DEL SEMINARIO
CONMEMORACIÓN DEL BICENTENARIO DE LA CONSTITUCIÓN DE CÁDIZ. LAS
IDEAS CONSTITUCIONALES DE AMÉRICA LATINA, CELEBRADO EN EL
SENADO DE LA REPÚBLICA
México, D.F., a 7 de febrero de 2012.
Distinguidos miembros del presídium
Distinguidos visitantes especiales
Muy distinguida audiencia
Antes que nada, quiero dejar constancia de mi particular agradecimiento por esta
enorme distinción de participar en la ceremonia inaugural de este encuentro
iberoamericano tan importante. Tan importante para el constitucionalismo, como
para los legisladores y para los aplicadores de las normas como somos los
miembros del Poder Judicial, en particular los de la Federación. Es por ello,
insisto, particularmente grato para mí y así lo agradezco.
Este momento de conmemoración del Bicentenario de la Constitución de Cádiz, es
momento propicio para recordar hoy con ustedes cómo 1812 fue en el mundo un
año excepcional. En Argentina, el General Belgrano creó y enarboló la bandera de
aquella Nación para motivar a sus tropas en la lucha independentista.
Los Estados Unidos de América le declararon la guerra al Reino Unido, y las
tropas del General Bonaparte fueron expulsadas definitivamente de Rusia en
1812.
España, por su parte, cristalizó una revolución sin violencia que sentó las bases de
la sociedad española y que tuvo una influencia indubitable en el constitucionalismo
iberoamericano.
Ya desde septiembre de 1810, que coincidió con la fase más cruenta de la
invasión del ejército francés, se constituyeron las Cortes Generales y
Extraordinarias en la Isla de León. Fue en febrero de 1811 cuando se trasladaron
a Cádiz, ciudad sitiada pero fortificada y con un andamiaje institucional sin
precedentes. En ese sitio, en ese contexto de fortaleza constitucional, la
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Constitución gaditana fue aprobada el 19 de marzo de 1812, día de San José, por
eso, al día de hoy, hay quienes todavía la siguen conociendo como “la Pepa”.
Entre el 24 de septiembre de 1810 y el 20 de septiembre de 1813 se reunieron los
311 constituyentes que gestaron la Carta Magna de Cádiz. De ellos, 21
representaban al Virreinato de la Nueva España que, en palabras de Fray
Servando Teresa de Mier, fueron significándose desde los primeros debates por
un amor tan firme a la libertad, a los derechos individuales, al predominio de la
representación popular sobre los derechos reales, que por ello, pronto fueron
llamados liberales.
Debe resaltarse que de la diputación novohispana, mexicana en esencia, destacó
especialmente don Miguel Ramos Arizpe, que a la postre sería el gozne entre dos
constituciones, la de Cádiz de 1812 y la de México de 1824, promulgada,
precisamente, en lo que en aquella época era el templo de San Pedro y San
Pablo. Hoy, Museo de las Constituciones.
Con una estrecha coincidencia temporal con la Constitución de Cádiz, a principios
del siglo XIX también nació el constitucionalismo mexicano. Si bien la primera
Constitución de México fue la de 1824, sus raíces se encuentran en diversos
instrumentos históricos, elevándose entre todos ellos el Decreto Constitucional
para la Libertad de la América Mexicana, que comparte muchos principios
consagrados en la Constitución de Cádiz.
Como es sabido, esta Constitución tuvo una vigencia errática: de marzo 1812 a
marzo de 1814; de enero de 1820 a noviembre de 1823; de agosto de 1836 a junio
de 1837. Sumados estos períodos, apenas rebasa los seis años la vigencia de
este corpus iuris fundamental, pero resulta evidente su trascendencia y vigencia
en nuestro país, incluso después de consumada su independencia.
Por ejemplo, puede recordarse que los dos primeros congresos constituyentes
mexicanos de 1824 hicieron propios, para su gobierno interior, el Reglamento de
las Cortes de Cádiz de 1813, y 19 Estados mexicanos firmaron el Acta Constitutiva
de la Federación el 31 de enero de 1824, en la que hacen la declaración de
vigencia de la Constitución española de 1812, como Constitución provisional
mientras se daban la suya propia.
Es indudable, pese a su efímera vigencia, la importancia de la Constitución
gaditana como antecedente, pues al poco tiempo de haber sido promulgada, tuvo
influencia en los documentos, planes y programas preconstitucionales y
constitucionales iberoamericanos.
Incluso, se ha llegado a afirmar, que “la Pepa” es también cuna de derechos
fundamentales, y basta con adentrarnos en el contenido de sus 384 artículos para
darnos cuenta que los derechos florecen por doquier: derecho a la integridad
física, a la libertad personal, garantías procesales y penales, inviolabilidad del
domicilio, libertad de expresión, prensa e imprenta, derecho de propiedad, derecho
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a la igualdad, derecho de participación política y hasta, en forma rudimentaria,
suspensión de garantías.
México y España comparten el ideal de la protección de los derechos humanos,
heredado, en mayor o menor medida, de la Constitución de 1812. Así, mientras la
Constitución española de 1978 dispone en su artículo 10.2: Las normas relativas a
los derechos fundamentales y a las libertades que la Constitución reconoce se
interpretarán de conformidad con la Declaración Universal de Derechos Humanos
y los tratados y acuerdos internacionales sobre las mismas materias ratificados en
España, el artículo 1º de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos
prescribe, en sus primeros párrafos: En los Estados Unidos Mexicanos todas las
personas gozarán de los derechos humanos reconocidos en esta Constitución y
en los tratados internacionales de los que el Estado Mexicano sea parte.
En el caso del Poder Judicial de la Federación, las reformas constitucionales de
2011 en materia de amparo y derechos humanos nos han impulsado a incursionar
en nuevos paradigmas en la impartición de justicia, y a dar apertura a la Décima
Época del Semanario Judicial de la Federación.
La Suprema Corte, habrá de ejercer nuevas responsabilidades, con un claro
entendimiento de la intención que ha impulsado al constituyente al elaborar las
reformas: nada estará por encima de la protección de los derechos humanos.
La Constitución de Cádiz es génesis de lo que a la postre cristalizaría, tanto en
España como en México, con Poderes Judiciales autónomos, consolidados e
independientes. La Constitución de Cádiz es también memoria tangible, es semilla
que dio frutos en distintos suelos, es un templo cívico siempre abierto, es el sueño
que cristalizó en las leyes fundamentales que hoy rigen a España y a México, dos
naciones hermanadas en su origen y en su destino. Cádiz es pasado, pero
también un faro para el futuro.
Por eso debemos ver con gran beneplácito la celebración de estos encuentros, la
celebración de estos foros como el que hoy nos congrega y nos llama a pensar en
Cádiz, en el documento perenne de 1812 cuyo resplandor, tal como las estrellas
distantes, seguimos percibiendo aunque hayan dejado de existir hace cientos de
años.
Muchas gracias.
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