LEYENDA Y REALIDAD DEL VAMPIRISMO A LA LUZ DE LA PALEOPATOLOGÍA IDENTIFICADO COMO UNA ZOONOSIS ESPECÍFICA Gómez-Tabanera J M Antropólogo e Historiador El asunto a tratar aquí es ciertamente singular, dado que, desde tiempo inmemorial, viene alimentando, toda una serie de consejas y reaijdades que, en su mayoría, trascienden de cualquier evidencia médica. Advertiremos de antemano que, en manera alguna se trata de aceptar la existencia de seres más o menos sobrenaturales con poderes maléficos, a los que se puedan atribuir concretas patologías del ser humano. Tampoco se trata de intentar explicar conocidas perversiones ni de dar alas a fantasías y ficcionalidades que se intentaron corporeizar rotundamente, ya en el siglo XIX, sobre todo tras particulares proyecciones de la llamad2. «novela gótica» fruto de la literatura romántica anglosajona. Ello no es obstáculo sin embargo para que manifestaciones reales de perversión e insania de distintas individualidades, que vienen conociéndose desde siglos atrás, hayan dado viabilidad a los conceptos y voces «vampiro» y «vampirismo», fuera de su concreto ámbito zoológico, al corresponder la denominación de «vampiro» a un quiróptero, (murciélago), americano, insectívoro y hematófago, según nos lo describió. allá en 1526 el cronista GonzáloFernández de Oviedo, (1478-1557), .aunque su nombre específico le fuera dado ya el siglo XVIII, por los naturalistas galos Buffón y Linneo, quizá recordando al denominado «hombre- vampiro», designación que ya había tomado carta de naturaleza para denominar a aquellas personas significadas en concretas perversiones y crímenes. Denominación que, sin embargo, por extensión, y a partir del siglo XIX se aplicó asimismo para nominar a un presunto espectro animado, ya de hombre ya de animal, que según tradiciones milenarias de Eurasia se nutre de la sangre de mastozoos vivos, circunstancia que dará lugar a su vez a la voz «vampirismo», en sentido metafórica o en una proyección económico-moral. En el presente discurso, independientemente de todo esto es indudable que se impone desde un primer momento aclarar conceptos en torno a la leyenda y la realidad del llamado «vampirismo», teniendo en cuenta el papel primordial que asume en la presentación de los hechos el humor sanguíneo que circulando por las arterias y venas de los mamíferos es considerado su flujo vital, convirtiéndose en leit motive del tema. Humor, cuya contaminación o infección, mediante la acción externa, por lo común, mediante una mordedura o erosión física, la mayoría de las veces no deseada o impredecible, puede ser mal diagnosticada o interpretada de . acuerdo con tradiciones folklóricas, aparte de la presunta transmisibilidad o infección del síndrome a que da lugar. Es significativo no obstante que tal creencia subsista des- 310 Gómez- Tabanera de la misma Prehistoria, muchas veces vinculada a una presunta hipersexualidad de los afectados. Esto indudablemente ha podido nutrir durante siglos consejas y leyendas que no tienen nada que ver con la explicación científica que pueda dárseles a los hechos, aún cuando a veces haya que buscarla, ya en la paleopsicología ya en la psicología profunda. Humor sanguinis En manera alguna, al igual que no puede existir la economía sin bienes u objetos que la motiven, tampoco puede existir el que cabe denominar «síndrome del vampiro» si no hay hematofagia con sangre, es decir, el humor sanguíneo que fluye por las venas o arterias de un mastozoo vertebrado, particularmente de un ser humano que es succionado con fines alimentarios o de otro tipo. Es obvio que la sangre desde la Edad de Piedra asumió para el hombre prehistórico un particular valor, al equipararla con la vida misma. De aquí que su presunta presencia, siquiera simbólica, se busque junto a osamentas vmias que han podido llegm' hasta nosotros en numerosos yacimientos arqueológicos y en cuevas prehistóricas y, a veces, asociadas a ritos particulares que buscan la perpetuación y regeneración de la vida de concretas especies animales, cuando no de la vida propia. De aquí que la presumida experiencia religiosa del hombre paleolítico y los rituales chamanísticos o terapéuticos en que pudo quizá expresarse, hoy reconstruidos en parte, bien o mal, merced a la etnografía comparada, puede dar medida de nuestra línea argumental. Por otr~ parte, no cabe sorprenderse al encontrar en algunos yacimientos paleolíticos presuntos sustitutivos de la sangre. Así elementos minerales como el mismo ocre rojo, (hemati- tes), junto con diversa simbología, expresada en grafismos, (vulvas, placentas, etc), evocando la fecundidad". No cabe sin embargo, extendernos aquí en tales asimilaciones, como tampoco insistir en el valor simbólico que el hombre otorga a la sangre desde la fOlja de sus primeros idearios y mitos, que quizá nutrieron gran parte del llamado arte cuaternario a trascender a sucesivas edades. A este respecto y en relación con el simbolismo milenario que puede darse al humor sanguíneo, está la palabra anglosajona leech, que sirve tanto para designar al médico en su acepción tradicional, como a las sanguijuelas que han venido utilizando los médicos durante milenios. Ignoramos el porqué de esta asimilación filológica que nos remonta a la lingüística indoeuropea y no nos deja intuir cual pudo ser la primera asignación del término. Posiblemente ambos se consideren correctamente aplicados por una asimilación milenm-la ya notada por L. Thomas que terminaría por c0nsiderm' la curiosa sinonimia, fruto de la relación que puede darse entre la sanguijuela y su víctima, (sangre), y las del médico con su paciente, (también el precio de sus servicios y la sangre de su paciente). Recordemos que en algún momento, en Gran Bretaña, los recaudadores de tributos y usureros fueron llamados leeches, en el sentido, por supuesto, de sanguijuelas. Asimilación esta, que quizá tuvo muy en cuenta Shakespeare, en su celebérrimo «El Mercader de Venecia». Ideas, elaboraciones y asimilaciones de este jaez las encontramos, no obstante, ya en el mundo protohistórico semita, del que en cierto modo somos legatarios a través del Cristianismo. Así en las Sagradas Escrituras se presenta claro el tabú judaico de beber o consumir sangre. Citemos: en el GÉNESIS 9:4 «pero la sangre de su sangre que Salud, Enfermedad y Muerte en el Pasado es su vida no la beberás» o en el DEUTERONOMIO 12:,16 y 23, o en el LEVÍTICO 3:7; 17:10-14; 19:26, con claras prohibiciones de beber sangre. La razón suprema es que, «la vida de la carne está en la sangre» y «es la sangre la que hace expiación por el alma». Por otra parte, en el Viejo Testamento, encontramos registrados algunos hechos históricos que pueden darnos cierta luz. Así cuando se nos relata que los ejércitos de Saul se mostraron tan ávidos en sojuzgar a los filisteos que llevándose sus ganados los devoraron y bebieron su sangre, obligando al propio Saul a castigarlos, (1 SAMUEL 4:3135). El profeta Ezequiel, a su vez, tuvo que tomar cartas en el asunto, (EZEQUIEL 33:25). Con el Nuevo Testamento cambia totalmente tal concepción, al aceptarse el principio de la transustanciación en sangre y carne de Cristo el pan y el vino que sacramentalmente consumen los fieles durante la celebración del llamado Sacrificio de la Misa, con el que se conmemora a su vez el de Cristo, cordero de Dios... Pasando nuestras reflexiones en la mitología greco-romana nos encontramos también con el principio de considerar a la sangre como sinónimo de vida, por lo que no es de extrañar que en ciertos rituales se incorpore ya sangre animal, ya sangre humana, mediante particulares sacrificios, que incluyen incluso el despedazamiento y absorción de la víctima. Así Cibeles, la Gran Madre, se asocia a Attis en ritos de fertilidad utilizando la sangre como símbolo revitalizador. Sabemos que la Gran Madre se prendó del pastor.frijio Attis, que fue muerto o se suicidó. Sin embargo, la versión ortodoxa cuenta como el propio Attis, tras ser infiel a la Gran Madre, en un acceso de autoculpabilidad se castró, muriendo acto seguido. Cibeles lloró a su amante muerto, pero finalmente de- 311 cidió resucitarle, con lo que un Attis mortal pasará a inmortal y deificado. Los devotos de la Gran Madre vieron en esta «historia sagrada», de claro origen neolítico, la relación existente entre la TielTa y el ciclo anual vegetativo, por lo que durante la celebración de las fiestas a la Gran Madre se sangraban haciendo votos por la vida. Incluso Apuleyo registra como, tras saltar y brincar poseídos misticamente, gesticulaban violentamente con cabeza, manos y pies, acabando por morderse, derramar su propia sangre e incluso herirse a cuchilladas en los brazos, (Metamorfosis, Libro VIII, 27). Indudablemente el flujo sanguíneo derramado expresaba la evocación en los llamados «misterios de Attis» de la mitología. Sin embargo las laceraciones drásticas que se nos describen quizá no tienen por objeto crear un climax, aún cuando se llegue a hechos paroxísmicos como aquel que nos describió Luciano, d~ un devoto de Attis que fuera de si llegó a emascularse con su espada. Ya bajo Roma podríamos recordar entre otros, ritos tardíos como el del taurobolium vinculados al culto mistérico del dios Mitra, que en síntesis consistía en la ducha/bautismo con sangre de un neófito al que se colocaba bajo un bóvido sacrificado con objeto de que pudiera prácticamente bañarse en su sangre. Aquí este sacramento regenerador viene a significar un nuevo nacimiento y la entrada por el iniciado en una nueva vida, limpio de viejas faltas y pecados. Por otra parte no es cuestión aquí de hablar del presunto valor, ya místico, ya alimentario de la sangre, que en el curso de los siglos ha dado lugar a prácticas hematofágicas diversas, recogidas por los antropólogos y que para nuestra mentalidad «civilizada» pueden antojarse abominables. Así, formas particulares de canibalismo, a veces con motivación mágica, religiosa o terapeútica. Su descripción trasciende de mi 312 Gómez-Tabanera discurso. No obstante cabría recordar auténticas abelTaciones en el terreno terapéutico, no muy lejos quizá de las que practica la medicina occidental contemporánea, utilizando tejidos tegumentosos de fetos animales malogrados. Práctica más refinada que la de aquellos pueblos «primitivos» en los que la sangre menstrual mezclada con vino caliente y azúcar se utiliza como depurativo que sanea la «sangre corrupta de un enfermo». También está el uso de la sangre de una virgen, cuando no de pócimas utilizadas en la brujería tradicional y en cuya composición pueden figurar sudor y sangre menstrual de la mujer deseada, mezclada con la sangre del solicitante... Sabemos asimismo de la sangre utilizada para sellar juramentos, hacer amigos y reafirmar amores, (pactos de sangre), que a veces asumen formas que la ficción llega a atribuir a algún «vampiro» digno de tal nombre, alentando supersticiones quizá aún vigentes en la España del Ochocientos, evocadas por el genial pintor/artista Gaya. Mas ¿qué queremos? No hace aún cincuenta años que, en Mosul, el honor familiar se reparaba bebiendo la sangre de quien lo había mancillado. A este respecto el antropólogo E.S. Droweer ha recogido algunos ejemplos bien significativos. Más recientemente sabemos de aberraciones similares que han tenido por escenario la guerra de los Balcanes. Las características del flujo sanguíneo, su color, viscosiaad, grado térmico, salinidad etc, darían lugar a una serie de detalles que no cabe tratar tampoco aquí, aunque esto deje por sentado que la sangre se utilice para otros fines más o menos abelTantes que trascienden de los que, en un contexto ritual recuerda Mitchell, (1974), entre los amerindios amahuacos del Perú. De todas formas, en numerosos pueblos «primitivos», aún vigentes, la sangre mezclada con arcilla, sirve de mágico pigmento a utilizar para pinturas de duelo o guerra. En Occidente y entre «civilizados» sabemos de comunas californianas de los años setenta en las que el mocerío integrante llegaba a constituir «clubs» de sangre masculinos que mensualmente se cortaban los dedos en acto de solidaridad con el ciclo menstrual que conocían las chicas, llevando a cabo, en tal ocasión, prácticas aberrantes. Sin embargo no cabe suponer que a prácticas similares puedan achacarse las improntas de manos mutiladas que se presentan a los arqueólogos en las paredes de cuevas de ocupación prehistórica, expresión posible de una presunta acción ritual para cuya explicación se han barajado un sinfín de teorías ... Por su parte la antropóloga Mary Douglas recuerda que entre los lelés africanos no se permiten que ni~guna mujer con regla, penetre en sus cotos porque espantaría la caza. La misma estudiosa recuerda como un mozo circundado de los Arunta, aborígenes australianos, solía recoger en un pequeño cuenco la sangre de su operación y se la enviaba como ofrenda a su madre, quien se la bebía. Por su parte C. Levi Strauss, en Lo crudo y lo cocido recoge algunas historias tribales sudamericanas referidas al uso y mal uso de la sangre. Y así podríamos continuar ad nauseam. Esponsales con sangre Trascendiendo del sentido metafórico que pueda darse a la expresión «bodas de sangre», incluso relatos más o menos sadomasoquistas mejor o peor urdidos que han podido asimismo ser vertidos al cine, quizá pueda recordarse a una tal Ornella Balta cuando evoca a un marido bretón, quien, tras el desfloramiento con la consabida sangría en el lecho nupcial infringió una pequeña herida bajo el seno izquierdo de su esposa, succionándola en el curso de la noche, quizá como signo de afección... Salud, Enfermedad y Muerte en el Pasado Signos de este jaez, han nutrido el mitologema de las «bodas de sangre,» suavizado en nuestros días con aberraciones como por ejemplo la película de dibujos «La Bella y la Bestia» de Walt Disney, en realidad versión edulcorada del mito de Orfeo, esposo de la ninfa Eurídice, que muere cruentamente. Orfeo posteriormente será despedazado por las Ménades, instigadas por Dionisos. Claro está que, a fin de cuentas, dicho relato sagrado viene a ser una versión más del mitologema originario que en la mitología griega nos presenta a Perséfone o Kore, la hija de Zeus y de Demeter, que raptada violentamente por su tío Hades es obligada a morar en el Tártaro o los infiernos, zonas marginales o inferiores de la Tierra, hasta que, con la mediación de Zeus se logra que Hades acepte que Perséfone pueda volver a morar seis meses sobre la tierra, es decir, el mundo exterior, alIado de Demeter, su madre, retornando durante los otros seis meses al reino subtelTáneo de su raptor, Hades. Conseja mítica ésta que intenta explicar etiologicamente el ciclo estacional que conoce anualmente el paisaje terrestre. A fin de cuentas la misma historia que conocemos en la cuentística tradicional con el nombre de «la Bella Durmiente» Podríamos traer a colación aquí mitos semejantes aún recordados en distintos pueblos de la tierra, muchos de ellos recogidos por S. Thompson en una investigación hoy clásica. No obstante los antecedentes indicados, bastan para explicar un mito que los analistas del llamado «vampirismo» nunca tienen en cuenta para explicar los orígenes de un mito que desde su emergencia en las tradiciones populares protohistóricas se presenta indefectiblemente vinculado a muchas de las elaboraciones que darán vida al «mitologema del vampiro». En realidad se trata de un mito protohistórico escita posiblemente de origen hiperbóreo, que, en el 313 curso de varios siglos a transcurrir entre los inicios de la Edad de Bronce, hasta el fin del Imperio Romano, dan lugar a numerosa iconografía, a iniciarse quizá a partir de Herodoto y en la que se subraya el tema de «la bestia carnicera», muy utilizado en el arte clásico, a representar como un animal feroz, mayormente a un felino o un grifo, (animal mítico que con el tiempo pasa a metamorfosearse al Tetramorfo bíblico), profiriendo un atroz mordisco en la yugular a su presa, por lo general un ungulado. En el mito hiperbóreo el atacante muchas veces puede ser identificado como un gulo borealis, (glotón), mustélido gigante que en las estepas euroasiáticas se presenta de improviso ante un rebaño y saltando sobre su presa acierta en un santiamén a seccionarle la carótida de un mordisco para acto seguido beber su sangre aún viva y humeante. Realidad escalofriante ésta siempre presente en la mente de las gentes integrantes de los pueblos euroasiáticos que pudieron ser testigos de la misma. No es de extrañar que algunas de éstas gentes convirtiesen en totem propio al sanguinario depredador, (uampir), que pasa así a nutrir diversos relatos genealógicos, que fueron recogidos en parte, hace ya algunos años, por el finado estudioso húngaro M. de Ferdinandy, identificando al monstruo con el que siglos después pudo dar vida en Eurasia «vampiro errante». El descubrimiento tardío en los inicios del siglo XVIII y en la Rusia zarista de Pedro el Grande de la llamada civilización escita y las consiguientes expediciones de la Academia de Ciencias de San Petesburgo llevadas a cabo para la salvaguarda de las llamadas antigüedades «siberianas» encontradas en los kurganes de las estepas pónticas y caucásicas, pero también en Siberia, permitiría el conocimiento de diversas obras de arte mobiliar, particularmente orfebrería. Se 314 Gómez- Tabanera trata de figuraciones que, tardíamente, presentan el impacto del arte griego, a expresarse en las primeras colonias pónticas de la Hélade, (Sinope, Trebisonda, etc), del siglo VII a.c., algunas de ellas visitadas por Herodoto. En algunos de los documentos de este arte se presenta ya figurado el «carnicero» en acción, a la vez que otros animales más o menos fantásticos, muchas veces aduciendo propósitos genealógicos, en una posesión bestial que no cabe explicarse más que con el mitologema aludido de las «bodas de sangre». Henos así ante una tradición al parecer mantenida por alguno de los pueblos escitas que habitaron desde el Altai hasta los Cárpatos, durante siglos y que incluso pudieron mestizarse con etnias europeas e indoeuropeas que se extienden hasta la Europa continental durante toda la Edad de los Metales, perpetuándose así, de algún modo, el mitologema/conseja, del antecesor-totem que, ávido de sangre, acertaba a degollar a su víctima, arrastrándola a su tétrica mansión, donde cumplía totalmente sus «innobles» fines, entre los que se incluían su posesión post mortem, pero también quizá su reanimación cuando le interesaba. Simultáneamente a esta presunta reconstrucción de «mentalidades», basándonos en una plausible documentación arqueológica que, a alguno puede antojarsele fantástica, es muy posible que durante milenio y medio concretas tradiciones populares euroasiáticas dieran vida a consejas varias, de resultas de los escasos conocimientos que se tenían antaño de las causas productoras y difusoras de enfermedades y patologías que hoy se agrupan bajo el nombre genérico de zoonosis y que se trasmiten entre los animales vertebrados y, entre ellos, el hombre. Así la peste, (conocida también como peste bubónica o peste negra), transmitida por diversas especies de roedores y sus parásitos y que, es posible que, en el curso de la His- toria y en los dos últimos milenios, haya ocasionado, en nuestra especie, y en sus manifestaciones epidémicas, más de ISO millones de muertes. Pero también, otras zoonoses, transmitidas al ser humano por mordedura, entre las que habría que recordar la rabia, la estreptobacilosis y alguna otra y que alteran el sistema límbico humano. Sus manifestaciones darán vida a diversas consejas, tales como las del hombre-lobo, que nos 11ega desde la misma Protohistoria, pero también la del hombre-vampiro, que emerge quizá, como ya se ha dicho, de mitologemas arcáicos. Todas estas creencias que se desarro11an muchas veces en virtud de incorrectas interpretaciones de patologías ya mencionadas, desatan el terror de las gentes de toda Europa central y oriental, atribuyendo sus manifestaciones a diversos seres demoníacos, espectros, hombres-lobo y hombres-vampiro 11egados del más a11á, hasta el punto de que, en el umbral de los tiempos modernos, el terror insano que producen algunas situaciones que hacen que ernelja la conseja del «vampiro yacente», que llegará incluso a profanar tumbas buscando los presuntos causantes de los males que se sufren. Domina la superstición y la credibilidad. De aquí que, es lógico que las gentes se apacigüen, pongamos por caso, al encontrar culpable (7) a un presunto desgraciado suicida cuyo cuerpo sería decapitado, con objeto de que no vuelva a macabras andadas y tras ser devuelto a su tumba, se le entierra con un perro vivo... Henos así, ante las primeras manifestaciones de «vampirismo» en la Europa oriental. Podríamos traer a colación otras, recogidas por el médico inglés H. Mayo, refiriéndose a casos que se dieron en 1731 y 1732, en Meduegnajunto a Belgrado, y que originaron todo un atestado militar con las consiguientes decapitaciones de los presun- Salud, Enfermedad y Muerte en el Pasado tos hombre-vampiro, en realidad cadáveres desenterrados para tal objeto. Sin embargo no serían más que «teloneros», pues el auténtico protagonismo del affaire terminará asumiéndolo un tal Arnaldo Paole, mozo licenciado de Kossova, quien muerto en trágicas circunstancias, al parecer se metamorfoseó en vampiro, ocasionando varias víctimas entre las que incluso se contaba ganado vacuno. Al cadáver del tal Paole, según una practica que se había hecho tradicional, se le clavó una afilada estaca de madera de abedul en el pecho, traspasándole el corazón, (selon la coutume de la-has, on lui enfou(:a un pieu a travers le coeur. .. ). Acontinuación el cuerpo sería incinerado y las cenizas dispersadas al viento. Es la primera vez que, en la documentación sobre el género, se habla de estacas traspasantes y demás. Como es natural todos estos hechos lograron particular difusión en una Europa que empezaba a cultivar «Las Luces», es decir, asumir la llamada Ilustración, por lo que el racionalismo paulatino intentará darles una explicación, a veces de forma un tanto deshilvanada, como las que ofrece el religioso francés Agustín Calmet, Dissertations sur les apparitions des anges, des demons et des esprits et sur les révénans et vampires de Hongrie, de Boheme, de Moravie et de Silesie, (París, 1746), considerando, entre otras, presuntas apariciones «espectrales» de los llamados vampiros en la Europa Oriental y diversos hechos que habrían de preocupar al estamento médico, al trascender de la mera superstición. El libro originaría polémicas varias, llegándose a posiciones radicales que irán desde la negación total del fenómeno, como hace el propio Voltaire, (1694-1788) en su Dictionnaire Philosophique, (1764), ampliado en 1770, por las Questions sur la Encyclopedie, donde se habla extensamente del tema, negando a fin de cuentas la existencia del vampi- 315 ro. El tema es recogido en España por el P. Fray Benito Jerónimo Feijoo en sus Cartas, (IV, 20), que cautamente hace por coincidir con Roma, cuyo pontífice reinante Benedicto XIV, al parecer no creía en vampiros, en desacuerdo con la iglesia ortodoxa griega que, desde siglos atrás, se enfrentaba al Imperio Otomano. Por su parte Samuel Johnson, D. Diderot y el mismo E. Burke se mostraban escépticos con respecto a la creencia en vampiros. No pasará mucho tiempo sin embargo hasta que J.1. Rousseau se nos presente creyendo en vampiros, de acuerdo con una carta dirigida a Christopher de Beaumont. Finalmente la Encyclopedie incluye el tema, tras tildar de absurdo el libro de Calmet sobre los vampiros. Sin embargo la cuestión no habría de cerrarse así como así, más al seguir sucediéndose escalofriantes profanaciones de cementerios, con desenterramiento de cadáveres y vejaciones varias. No es de extrañar que intervengan ahora diversas autoridades religiosas de la Europa oriental y el asunto preocupe asimismo a diversas casas reinantes. Sabemos también que los hechos serían difundidos en Inglaterra, por las mismas fechas en The Gentleman 's Magazine y The London Joumal, (1732). Hay un relato de viajes de tres ingleses por los Balcanes, publicacio años después, donde se volverá a tocar el tema del hombre-vampiro, aunque al parecer, no parecen darle excesiva importancia. Sin embargo, no ocurriría así en el Imperio austro-húngaro, donde las posturas más o menos oficiosas adoptadas se reducían a dos: una, inspirada en el sentimiento religioso y por ello tradicionalista, que atribuía al vampirismo una primera base, metafísica, (demoníaca o infernal); una segunda, más bien racionalista, vinculaba al vampirismo con una especie de fiebre maligna o contagiosa, a una forma particular de intoxicación e incluso a 316 Gómez- Tabanera la ingestión de carne de reses enfermas. La ambientes artísticos y literarios en los que misma emperatriz Maria Teresa llegó a irrumpe el Romanticismo. El propio pintor preocuparse del tema y G. Van Switen Francisco de Goyajuzgó el tema lo suficienprotomédico de la soberana, tras un singu- temente morboso para ser abordado en una lar informe atribuiría la identificación de los genial serie de aguafuertes (Los Caprichos), presuntos vampiros, (es decir los «vampipero también en algún óleo, como su «Vuelo ros yacentes»), y, entre otras cosas, a la uti- de Brujas», (1798), hoy en la colección de lización de féretros herméticos en Oltíz-Patiño. En Alemania el polifacético 1. W. inhumaciones hechas en terrenos helados Goethe, (1749-1832), encuentra fascinante el que retrasaban la corrupción de los difun- . tema para su poema La novia de Corinto, que logra escandalizar a muchos. No obstante el tos. Llegaría incluso a afirmar que el atribuir a los hombres-vampiro facultades para que introduce realmente el tema en la narrativa romántica será John Polidori, (1795metamorfosearse en perros o gatos y alimañas varias, a la vez que para aparecerse a los 1821), amigo y médico de cabecera de lord vivos, era pura fantasía, que cabía atribuir a Byron. Polidori y Byron reunidos en 1816 con tradiciones folklóricas de raíz pagana que el los esposos Shelley patrocinaron la publicavulgo no había olvidado, haciendole adop- ción de la celebérrima novela Frankestein or the Modern Prometeus de Mary Shelley, tar prácticas defensivas ante los presuntos (1818), relato que precede a The Vampir de vampiros, ya errantes, ya yacentes, que en unos sitios son aceptados como realidad y John Polidori, a publicar un año después en en otros como fantasía o mera entelequia, New Monthly Magazine, de Londres (1819). cuando no presuntas manifestaciones con- En su elaboración Polidori nos presenta un personaje que adolece de una malsana atracsideradas diabólicas. Henos así ante un estado de opinión ge- ción a la sangre y a las mordeduras en el cuello; rasgos que, a partir de ahora, se consideneral que hará factible que hasta 1824, en Inglaterra, siguiera vigente una ley por la que rarán connaturales de un vampirismo clásise disponía que se pudiera traspasar el cora- co. El tema, realmente morboso subyugará al zón a los suicidas, mediante una estaca aguvulgo y nutre literatura varia a lo largo de todo zada. Ello en previsión de lo peor... Queda el siglo XIX, coincidiendo con el auge del claro que aún no existía, quizá por prejui- Romanticismo y alentando deleznables obras cios supersticiosos, la práctica de la autop- de ficción como Varney, the vampire, atribuisia ante muerte violenta o sospechosa. Sa- do a Thomas Preskett Prest, folletín con nada menos que doscientos veinte episodios, por bemos también que, años después, un prelado de Valaquia recordaba a un sacerdote que el que desfilan un sinfín de heroínas acosa«cuando se topa con un cuerpo que merced das por el insaciable Sir Frances Varney. Son a los oficios del diablo abandona su tumba, los fascículos a denominar «terroríficos peniques», por su espeluznante contenido y es preciso apelar a los sacerdotes para que procedan». por venderse por tal precio. Este tipo de publicaciones «basura», entre las que quizá haPese a todo es obvio que en el siglo XIX, bía que recordar a Carmilla, (1872), del el vampiro, merced a un doble mecanismo dublinés Sheridán Le Fanu, que tiene por prode proyección de fantasmas y de recreación de la realidad, -no olvidemos el lema goyesco tagonista a una fémina vampiro, que en nues«el sueño de la razón crea monstruos»-, ha tro siglo será resucitada en el llamado Séptilogrado ya carta de naturaleza en concretos moArte. Salud, Enfermedad y Muerte en el Pasado Todas estas obras preceden a elaboraciones ficcionales, más elaboradas, como la famosa de Abrahám/Bram, Stoker, (18471912), otro dublinés que, tras documentarse sobre el tema, apelando a un particular conocimiento del ámbito balcánico y de sus tradiciones, se decide a publicar su novela Drácula, (1897), en que al parecer se inicia con un recuerdo traumático del propio autor durante su niñez. En la misma dará no obstante particular categoría literaria al nosferatu de las tradiciones de la Europa oriental, hibridándolo con el vampiro que se alimenta de sangre de jóvenes doncellas y que, desde ahora, se convierte en un tópico literario, tras rescatar de las catacumbas de la Historia el nombre del tétrico Vlad Tepes, Vlad Dracul, Vlad el Empalador o sin más Drakula/Dracula, sanguinario príncipe de la Valaquia en el siglo XV, quien por cierto, aunque se manifestó implacable ante los otomanos que capturaba y otros enemigos, a los que empaló, nada tiene de vampiro. Sin embargo Stoker bautizará con su nombre al «vampiro tipo» que sitúa en pleno siglo XVIII. Drácula se nos presenta escrita a manera de diario y su acción se sitúa entre Transilvania y Londres. Desde sus inicios el libro se presenta en una atmósfera un tanto angustiosa, ambientada con lobos y perros. El llamado Conde Dracula se nos describe con «dientes blancos, afilados, tras los gruesos labios de una boca que rezuma sangre», pero también con «una especie de fria sonrisa que descubre unos dientes prominentes». Lucy, mordida por el vampiro, terminará adquiriendo su misma condición y una metamorfosis en la que se nos pinta con «un bufido de enojo, al igual que un gato, ojos vidriosos y llenos de fuego infernal, faz desencajada por la rabia, dientes afilados, y boca sensual y sanguinolenta» al traspasar su cadáver con una estaca «un tremendo alarido 317 brotó de sus entreabiertos labios y su cuerpo se estremeció retorciéndose con bárbaras convulsiones, mientras que sus propios dientes se clavaban en sus labios, cubriendo la boca con una espuma carmesí mientras que la sangre brotaba incontenible de su corazón traspasado». A la vez, en el cementerio en el que Lucy yacía empezaron a presentarse niños con sospechosas marcas en el cuello. Un tal doctor Van Helsing es quien se encarga en Drácula de introducirnos en el tema del vampirismo, -Ieit motive de la misma,-. Van Helsing se nos presenta como especialista del cerebro humano y sus lesiones, citando alguna vez a Charcot. Es interesante el momento en que Van Helsing, interrogado por su discípulo sobre el significado de lo que está pasando, éste le contesta con otra pregunta: ¿pqedes acaso decirme porqué en Las Pampas y otros parajes hay murciélagos que llegan por la noche y se ceban con las venas del ganado, y también porqué en algunas islas oceánicas existen murciélagos que durante el día permanecen pendientes de los árboles, cual si se tratase de frutos o de enormes vainas, para después, por la noche volar a los barcos próximos, en los que la marinería, impelida por el calor, duerme fuera y la desangran totalmente?». En su relato Stoker nos presentará al vampiro dotado de particulares poderes. Así, «maneja los elementos, las tormentas, la niebla, los truenos e incluso puede mandar sobre otras ínfimas criaturas, tales como ratas, lechuzas, murciélagos, polillas, zorras y lobos». Nos presentará asimismo como propiedad singular del vampiro el no reflejarse en los espejos, el poder metamorfosearse en lobo o en murciélago cuando así lo desee; la de tener dificultad para cruzar torrenteras; rechazo absoluto al ajo y !llas cosas sagradas o benditas, a las rosáceas y desde luego a la luz del día. Y ¿para qué seguir? Solo 318 Gómez-Tabanera recordar que el Drácula de Stoker fue un best-seller durante años y que a la muerte de su autor iba por su 9" edición. Un recuerdo para ellicantropo u hombre lobo Paralelamente al auge que en el mundo ficcional alcanza el vampiro ya a finales del pasado siglo e inicios del presente, cabe recordar otra conseja que en cierto modo se presenta un tanto allegada al «vampirismo», dadas las particulares coincidencias entre el «mal del vampiro», tal como se nos detallará en múltiples fuentes, y la acción delllamado hombre-lobo, -a equiparar con un «vampiro errante»-, cuya existencia, particularmente en el mundo rural, se hizo tópica en todo el Viejo Mundo, asociando muchas veces sus ataques a personas y animales que, por diversas causas, contraerán la rabia, mal para el que, hasta el pasado siglo, no se conocía remedio alguno, pero que, por sus síntomas, cabía asociar indefectiblemente con los del «mal del vampiro». Esta circunstancia nos obliga a hacer aquí un inciso para hablar del llamado licántropo u hombre-lobo, el tristemente famoso loupgarou de los franceses, a fin de cuentas un hombre endemoniado que cuando se le antojaba, casi siempre de acuerdo con las fases de la luna, podía cambiarse en lobo y llevar a cabo las mayores atrocidades y carnicerías. En realidad la llamada licantropía, que fue objeto ya de un sesudo tratado, De la Lycanthropie (1615) por parte del doctor de Nynauld, -un médico francés-, se consideraba como «una enfermedad por la que un hombre se cree metamorfoseado en lobo». Este hombre muchas veces es un brujo, por lo que añade: «los sentidos interiores de los brujos son engañados merced a su excitación, mediante ungüentos y pócimas, de for- ma que creen ser verdaderamente animales y de esta forma, tirándose al suelo, como cualquier bestia, caminan a cuatro patas, sirviéndose también de las manos para andar». Esta «locura lobera» o «locura imitativa» puede llevarles a matar e incluso a la antropofagia, terminando a menudo en una muerte naturalmente atroz, si antes el brujo no es condenado a la hoguera. La licantropía nutriría, durante siglos, ingente bibliografía en el terreno de la mitología, el folklore, la hechicería y la insania. Se ha llegado a registrar entre muchos pueblos «primitivos» del Viejo Mundo y del Nuevo. Así, los hombres-pantera de la secta Mau Mau, que intentó, hace medio siglo, mediante un terrorismo salvaje y criminal, independizar a Kenia del Imperio Británico. Cabría recordar también los llamados hombres-jaguar de las civilizaciones precolombinas, y otras manifestaciones en distintos lugares del mundo que ponen de manifiesto «el animalismo del alma». Sobre el tema podríamos traer a colación páginas señe'ras, como las que le dedicaron los antropólogos R. Eisler o M. Summers. Por ello, la historia de la licantropía, se nos presenta un tanto más coherente que la del vampirismo, más bien desangelada, pese a que como ya hemos dicho cabe vislumbrar sus orígenes en la Protohistoria euroasiática. No obstante el conocimiento histórico de la licantropía quizá pueda iniciarse evocando a divinidades-lobo como las que influirán en instituciones castrenses y paramilitares de toda la Historia, desde Lacedemonia hasta el III Reich... Indudablemente en muchos aspectos no puede separarse de la historia de la hechicería, al presentarse como una forma más de alienación mental de tanto o más interés para los neurólogos que el vampirismo propiamente dicho. Tenemos por ejemplo a los clásicos Herodoto y Plinio recordando a los hom- Salud, Enfermedad y Muerte en el Pasado bres-Iobo. El primero al evocar a los Neuros del ámbito escita que, en ciertos días del año, podían metamorfosearse en lobos. Por su parte Plinio habla de los hombres de la raza de Antheo que se convirtieron en lobo... Sabemos, por otra parte, que en Grecia el culto a los dioses-lobos dio lugar a cofradías de varones que, convertidos en fieras, practicaron una antropofagia ritual obligatoria, cambiándoles en auténticas fieras. Entre los lacedemonios, como rito de iniciación, los mozos debían asumir una existencia de lobeznos, viviendo ocultos merced a la depredación y matando hilotas, (gentes de clase inferior). Esta forma de «cofradía militar» se dio asimismo entre los indoiranos, cuya iniciación como jóvenes para la guelTa los cambiará en fieras. Entre los mismos germanos, los guerreros, eran llamados berserkir, vocablo que viene de bear sark o «bearskin», aludiendo a la pierde oso con que se cubrían, denominándose a si mismos como ÚlfhMhnar, guerreros-lobos. Situaciones similares han sido observadas por los antropólogos entre sociedades secretas africanas y amerindias, que practicaron la antropofagia ritual. En la Europa nórdica pasó algo igual: guerreros identificandose con el lobo, tras comportarse fieramente llegaban hasta el canibalismo. Su transformación «mágica» en hombre-lobolloup-garou, se conseguía tras orgías estáticas en las que se vestían con pieles de lobo. Hoyes difícil imaginar el terror que el lobo inspiró a nuestros antepasados hasta bien entrado el Medioevo, particularmente en el N. de Europa, donde el lobo constituyó siempre un enemigo mortal odiado y temido por sus cruentas depredaciones entre el ganado y sus ataques a los seres humanos. El horror se intensifica si se piensa que el lobo era un animal de cuya etología se desconocía practicamente todo. Solo se sabía de sus hábitos nocturnos y que se pre- 319 sentaba gris y silencioso como un fantasma, cuyos ojos despedían reflejos rojos, iluminados por una hoguera y verde amarillentos a la luz de la luna. No es raro que diera lugar a fantasías y elucubraciones tan grandes como las que nutrieron la leyenda del vampirismo y que incluso S. Baring Gould, en su famoso Book ofWere-wolves Being an Account of a Terrible superstition, (1865), llegase a sostener que si la conseja persistía en todas partes y en todas las épocas debía basarse en hechos, a la vez que aseguraba que media humanidad «cree o ha creído en los hombres-lobo», idea que harán suya incluso autores del presente siglo, tras repasar centenares de tradiciones y sucedidos en toda Europa en el curso de la Historia, a veces adobados con aportaciones del mismo inconsciente humano. Hoy sabemos que durante el siglo XVI se dieron flagrantes casos de licantropía en toda Europa. En 1587, en su Demonomanie des sorciers Bodino asocia la licantropía a uno de los más trágicos episodios de la historia procesal de la hechicería en los siglos XVI y XVII, con casos espeluznantes que, al parecer, se dieron un siglo antes, en 1484, tras la publicación de la Bula Summis desiderantes afecctimus del Papa Inocencio VIII, que nos impone sobre una oscura ideología a perpetuarse siglo tras siglo, en numerosos tratados inaugurados con la publicación de Le marteau des sorcieres, con alucinantes afirmaciones hechas bajo la autoridad de San Agustín y Santo Tomás (?). No es de extrañar que perviva así, durante siglos, la creencia en la licantropía prácticamente nuestros días. Esta creencia, mantenida en toda la franja occidental de la Península Ibérica, -incluyendo Portugal y diversos ámbitos españoles vecinos, desde Galicia hasta Extremadura-, se refiera concretamente al lobishome que incluso se manifiesta en las Asturias, y que nutrirán 320 Gómez-Tabane ra sugestivamente todo el un legendario folklórico recogido sabiamente por V. Risco, F. Moran y otros. Legendario que, en muchas ocasiones asocia allobishome con el diablo o con algún hechicero, cuando no le reduce a un presunto hombre-lobo que, si no es un «lunático», es algún desgraciado contagiado por la rabia. Henos así ante un sinfín de consejas, leyendas y cuentos populares de inspiración y derivaciones varias, y entre los que podríamos recordar aquí el celebérrimo cuento de Caperucita Roja, difundido por toda Europa en el siglo XVIII desde la vecina Francia yen el que, de forma solapada se nos comunica el problema que constituía para el mundo rural una alimaña como el lobo, cuya extinción se inicia prácticamente tras la Primera Guena Europea. Extinción que, a su vez, tras el relativo conocimiento que se ha logrado ya de los orígenes de la rabia, hará incluso levantar la guardia en el sentido de que tal zoonosis es aún objeto de preocupación para la salud pública, dado que existen otras alimañas además del lobo, como el zorro, el turón, el gato cerval, el glotón y mustélidos varios, al igual que quirópteros o murciélagos que pueden transmitirla sin más. En realidad Europa conoce aún hoy, para su mal, la rabia animal, difundida por la zorra, (Vulpes vulpes L.). El foco de la epizootia actual habría que buscarlo al Sur de Gdansk, (antiguao Danzig), hacia 1939, como secuela de una infección llegada del Artico. Desde entonces la rabia se extenderá por concretos lugares del continente, logrando cruzar el Elba en 1950, el Rhin en 1960 y la frontera franco-alemana 1968. Hoy de Europa solo la Península Ibérica, Islas Británicas, el escudo escandinavo y Bulgaria se encuentran libres de rabia, pese a que sea la zoonosis viral más difundida en Europa. Teniendo en cuenta los hechos y también que la rabia puede ser transmitida por quiropteros, puede sacarse punta a los hechos. Más, teniendo en cuenta la extensión que logró la rabia en toda la Europa del Este, durante los siglos XVII YXVIII, coincidiendo inicialmente con las hostilidades permanentes mantenidas entre los ejércitos austriacos y otomanos, en una extensa zona balcánica que incluye parte de Servia, Transilvania, Moldavia y Valaquia, ámbitos territoriales en los que, se hacen coincidir o convivir, merced a los hechos. Pero también merced a consejas varias sobre licantropía y vampirismo, asociadas a manifestaciones epidémicas de rabia, ya a principios del siglo XIX, coincidiendo con las guerras napoleónicas y su difusión, por entonces, mediante la zorra colorada. Nadie, sin embargo, sabría asociar los hechos. Devanando la madeja Cabe plantearnos ahora la pregunta de cómo hace casi tres siglos no llegó a ocurrírsele a cualquier médico ilustrado, o un tanto sagaz, que muy bien pudiera existir una identidad epidemiológica entre las mordeduras sujetas a diagnósis y tratamiento producidas, ya por animales infectados o no, ya por presuntos vampiros. Hay que tener en cuenta, que las primeras informaciones que se publican, sobre los llamados vampiros, aparecen en un periódico parisino, (Le Mercure Galant), en mayo de 1693, insistiendose un año después en el tema, y que las primeras consideraciones, en torno a la posible relación entre vampirismo y rabia, se harán en Holanda en 1773, en el Hebdomadario Le Glaneur historique... , por un tal J.B. de la Varenne, (La Haya, 23 de abril de 1773) De todas formas, pasando por alto este hecho, pero también fantasías y lucubraciones varias que pudieron darse en el universo de la medicina, que indudable- Salud, Enfermedad y Muerte en el Pasado mente, en un primer momento no se creyó contagioso el «humor hémico» producto contaminado por las mordeduras entre humanos, aunque si, el producido por lobos, alimañas y murciélagos, a la vez que pen'os pastores. En realidad nadie imaginó que la rabia pudiera transmitirse, por humanos ni por otros mastozoos. Lo más, y por lo que respecta a sus síntomas entre humanos, se la concibió, al decir Andry, como «una enfermedad convulsiva y espasmódica que acaba ordinariamente con un delirio feroz; este delirio vuelve por accesos y entonces los enfermos se lanzan sobre los que los rodean, los escupen a la cara, los muerden y los desgarran a modo de fieras feroces». De todas formas, es evidente que, desde Dios sabe cuando, un campesino lúcido podía intuir cuando la rabia había afectado, no solo a sus canes sino también a otros animales e incluso a sus congéneres, aunque nunca se le ocurriera relacionarla con el vampirismo. Ello porque la rabia en si, y desde el siglo XVIII ya era diagnosticada en numerosos lugares y ciudades de Francia, Alemania, Italia, Gran Bretaña, Suiza y España, sin tener que achacarla a mordeduras de maléficos hombres-lobo, y al respecto se habían promulgado Ordenanzas y Bandos. No ocurriría así con el vampirismo, de cuya existencia más o menos fabulosa se venía hablando un tanto quedamente, de la misma forma que, hace un decenio, se hablaba entre nosotros del S.I.D.A., hoy considerado el más implacable desafío médico de nuestro siglo. Sabemos también que, las Ordenanzas contra la rabia, llegaron a incluir a gatos, y entre éstos, a veces, y un tanto surrealisticamente... a los de color negro. Asimismo, que la amenaza de la rabia movería a más de una Academia de Medicina a pronunciarse, en torno a los métodos terapéuticos a utilizar. También que se ofrecían 321 premios en metálico para quien encontrase su mejor tratamiento. El asunto llegó a preocupar a monarcas ilustrados y a conspicuos enciclopedistas. Así a D' Alembert, quien llegó a pedir a Federico II de Prusia un «remedio-milagro» para la rabia, que, al parecer, ya se había utilizado con éxito en su reino, petición a la que accedió gustoso el soberano prusiano, a la vez que proponía, un tanto burlonamente, que se administrase el remedio, nada menos que al Parlamento inglés, «dado que parece haber sido mordido por un perro rabioso». Por los mismos años, (1786), el español Piñera publica su Disertación acerca de la rabia que será presentada y discutida en la Real Academia de Medicina de Madrid. Algo parecido hace Raguer en Barcelona. Es obvio, no obstante, que lo que en el Siglo de las Luces se llegó a saber sobre la rabia dista mucho de lo que hoy conocemos, más, tras los naturales avances en virología a lograr ya a finales del siglo XIX. Por entonces parecían dominar opiniones metafísicas o espiritualistas, proclives incluso al exorcismo. Todo esto es harto significativo, tanto más cuando el médico que se decía cristiano pretendía diagnosticar, ya en un campo que hoy consideramos parejo, un «mal del vampiro», sin pensar, como hoy ya sabemos, que al igual que la rabia, podría haberse producido por trastornos del sistema límbico. No obstante, bueno es decirlo, la mayoría de los tratadistas como único remedio ante el presunto «mal del vampiro», recomendaban limpiar y cauterizar la herida de la presunta mordedura, (es decir un tratamiento parejo al que, los españoles al llegar a América, habían aprendido de los indios para tratar la mordedura de un. murciélago). Independientemente de ello, cabe señalar que muchos médicos europeos optaron por tratamientos improvisados, tras diagnosticar 322 Gómez-Tabanera erróneamente las causas, incluso equiparando el mal con la epilepsia, la porfiria y diversas enfermedades mentales, (que podían achacarse a influencias malignas diversas). Así, el mismo tétanos. Todavía en 1832 J.A. Balcells y Camps, boticario honorario del Rey Fernándo VII, en una curiosa Memoria que ha llegado hasta nosotros y que hoy tildaríamos de mera charlatanería, atribuyó, no solo la infecciones en general y el contagio en particular, sino también muchas enfermedades y su transmisión a motivaciones que no tienen nada que ver con la medicina. Tal será el panorama por el que transcurre casi todo el siglo XIX, sin avanzar apenas en el conocimiento de la transmisión rábica, aún cuando se barajasen las más peregrinas teorías sobre la misma. Tendría que llegar, en 1885, el descubrimiento del francés Louis Pasteur, y en consecuencia la primera vacunación antirrábica, para que se hiciera la luz. A partir de entonces, y en España tras los trabajos y publicaciones de J. Fen·an, (1889 passin), empezarían a desterrarse diversas prácticas supersticiosas que, no obstante, habrían de mantenerse, durante lustros, en el medio rural, particularmente entre saludadores y curanderos, que muchas veces alentaban piadosas devociones. Entre estas prácticas, cabe recordar, la sangría propiamente dicha, pero también la ingestión de sangre fresca; curaciones varias utilizando el ajo, cebollas y puerros; infusiones de raíces de escaramujo o de rosal silvestre; productos minerales varios; quinina, belladona, e incluso baños termales. A veces, cuando se desahuciaba al enfermo, se llegaba a la eutanasia sin contemplaciones. En esta línea de recuerdos podíamos traer a colación el de un caso alucinante, a datar más de medio siglo atrás, describiendo las últimas horas de un hombre atacado con rabia furiosa, que habrá de recoger Camilo José Cela en su magistral novela La Familia de Pascual Duarte. Por todo lo expuesto es evidente que la hilación entre «mal del vampiro» y rabia es consecuencia de los avances virológicos logrados y, por ende, una adquisición reciente, no digerida totalmente por tratadistas españoles y extranjeros, y mucho menos aún, por la literatura ficcional, dominada por una pléyade de escritores que, desde el pasado siglo, como ya hemos visto, han venido pergeñando un sinfín de relatos, mejor o peor construidos, -que hoy integraríamos, en su mayoría y sin contemplaciones, en la llamada pulp-fiction-, centrados en hombres-lobo y vampiros. Cabe anotar aquí, y en la misma línea, una singular curiosidad: la voz vamp, -diminutivo de mujer vampiro o vampiresa-, empezaría a ponerse en circulación hacia 1913, para lanzar a una actriz cinematográfica que empieza a hacerse conocer en el llamado Séptimo Arte, de nombre artístico Theda Bara, (anagrama de «Qarab Death» muerte árabe). Dicha «estI:ella» debutó en la película A Fool There Was, en la que, por vez primera se dice: «¡bésame tonto!», apareciendo la actriz, fotografiada en actitudes singulares, entre ellas una, inclinada sobre un esqueleto masculino. En 1916 presentaría The Kiss of the Vampire ganándose así, la fama universal de «vampiresa», en el sentido de que gozaba destruyendo a los hombres, moral y materialmente, mofándose acto seguido de sus víctimas. El tipo hará furor en el Séptimo Arte, con un sinfín de seguidoras entre las que, la más célebre quizá, fue Marlene Dietrich, con El angel azul. Final Para terminar, y volviendo al terreno de la medicina, cabe recordar que, con nuestro siglo y los avances en el campo de la Salud, Enfermedad y Muerte en el Pasado virología, pero también en el de la neurología, parece ya aclarada la identidad de los rabdovirus que caracterizan, ya el «mal del vampiro», ya la rabia, en cuya transmisión de persona a persona juegan un papel importante los posibles contactos, mediante saliva y otros fluidos, heridas abiertas, membranas mucosas y secreciones respiratorias... A este respecto son fundamentales para los últimos años, los planteamientos de Gastaut y Miletto, (1955), del británico C. Kaplan, (1977), y del virólogo también inglés David Garwes, (1981). A la aportación de éste último, un tanto aleatoria, ya que sus teorías fueron publicadas, -ignorándolo el mismo autor-, por el publicista americano B.J. Hurwood, (1981) habría que sumar, para hacer historia de la leyenda del vampirismo, las del folklorista rumano Jan L. Perkowski, (1982), coetáneas a diversos escritos del neurólogo español Juan Gómez Alonso, (1982 passim), cuya tesis doctoral en la Universidad Complutense de Madrid, publicada en 1991 logrará particular resonancia en la comunidad académica, más, tras ser galardonada por la Asociación de Neurólogos Británicos. Por todo ello nuestra personal aportación a este Congreso es quizá, el intentar fechar, más allá de la historia escrita, nada menos que 8000 años a.c., quizá en el Neolítico, con el nacimiento y transmisión de mitos que trascenderán en jirones, hasta la misma Antigüedad Clásica. Entre estos, ¡cómo no!, sustentados en supersiciones varias, los mitologemas del licántropo y del vampiro, a configurarse quizá en un «orden chamánico» en todo el ámbito euroasiático, tras presentar a una bestia depredadora e infernal, -ya el gulo borealis, ya cualquier otra fiera-, poseedores poderes sobrenaturales y demoníacos, en la que se pueden manifestar de forma delirante, ya en los ritmos de la muerte, ya en los de la fecundidad, pero tam- 323 bién en la fecundidad por la muerte. Algo que se ve patente en muchas deidades y personajes de la mitología antigua. Así, cuando una diosa toma un amante para destruirle, por lo que aceptar su amor significa fatalmente la muerte, pero rechazarlo también. He aquí las mistéricas «bodas de sangre», ya aludidas, que quizá nos reflejan, no solo el arte escita, sino también mitologemas varios que han llegado hasta nosotros como el del licántropo o el del vampiro, con la infección mortal que supone todo contacto con uno u otro monstruo, o con cualquier otro. Podríamos extendernos mucho más sobre el particular, retrocediendo a la leyenda de los siglos hasta la era paleolítica, en cuyo arte rupestre algunos han querido ver una interpretación dual del mundo, con la intuición de Lo Masculino y Lo Femenino. Interpretación que, desde hace algunos años, sería sugerida por el filósofo e historiador marxista del arte Max Raphael, y acto seguido por Annette Laming-Emperaire y A. LeroiGourham, cuyas teorizaciones estructuralistas habrán de ser recogidas por diversos epígonos a los que hoy debemos particulares avances en la interpretación delllamado arte rupestre cuaternario. Bibliografía Anónimo (1770) Mémoire sur la destruction des loups. 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