leyenda y realidad del vampirismo a la luz de la paleopatología

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LEYENDA Y REALIDAD DEL VAMPIRISMO
A LA LUZ DE LA PALEOPATOLOGÍA IDENTIFICADO
COMO UNA ZOONOSIS ESPECÍFICA
Gómez-Tabanera J M
Antropólogo e Historiador
El asunto a tratar aquí es ciertamente singular, dado que, desde tiempo inmemorial,
viene alimentando, toda una serie de
consejas y reaijdades que, en su mayoría,
trascienden de cualquier evidencia médica.
Advertiremos de antemano que, en manera
alguna se trata de aceptar la existencia de
seres más o menos sobrenaturales con poderes maléficos, a los que se puedan atribuir
concretas patologías del ser humano. Tampoco se trata de intentar explicar conocidas
perversiones ni de dar alas a fantasías y
ficcionalidades que se intentaron corporeizar
rotundamente, ya en el siglo XIX, sobre todo
tras particulares proyecciones de la llamad2.
«novela gótica» fruto de la literatura romántica anglosajona.
Ello no es obstáculo sin embargo para
que manifestaciones reales de perversión e
insania de distintas individualidades, que
vienen conociéndose desde siglos atrás, hayan dado viabilidad a los conceptos y voces
«vampiro» y «vampirismo», fuera de su concreto ámbito zoológico, al corresponder la
denominación de «vampiro» a un quiróptero,
(murciélago), americano, insectívoro y
hematófago, según nos lo describió. allá en
1526 el cronista GonzáloFernández de
Oviedo, (1478-1557), .aunque su nombre
específico le fuera dado ya el siglo XVIII,
por los naturalistas galos Buffón y Linneo,
quizá recordando al denominado «hombre-
vampiro», designación que ya había tomado carta de naturaleza para denominar a
aquellas personas significadas en concretas
perversiones y crímenes. Denominación que,
sin embargo, por extensión, y a partir del
siglo XIX se aplicó asimismo para nominar
a un presunto espectro animado, ya de hombre ya de animal, que según tradiciones
milenarias de Eurasia se nutre de la sangre
de mastozoos vivos, circunstancia que dará
lugar a su vez a la voz «vampirismo», en
sentido metafórica o en una proyección económico-moral.
En el presente discurso, independientemente de todo esto es indudable que se impone desde un primer momento aclarar conceptos en torno a la leyenda y la realidad del
llamado «vampirismo», teniendo en cuenta
el papel primordial que asume en la presentación de los hechos el humor sanguíneo que
circulando por las arterias y venas de los mamíferos es considerado su flujo vital, convirtiéndose en leit motive del tema. Humor,
cuya contaminación o infección, mediante
la acción externa, por lo común, mediante
una mordedura o erosión física, la mayoría
de las veces no deseada o impredecible, puede ser mal diagnosticada o interpretada de
. acuerdo con tradiciones folklóricas, aparte
de la presunta transmisibilidad o infección
del síndrome a que da lugar. Es significativo no obstante que tal creencia subsista des-
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Gómez- Tabanera
de la misma Prehistoria, muchas veces vinculada a una presunta hipersexualidad de los
afectados. Esto indudablemente ha podido
nutrir durante siglos consejas y leyendas que
no tienen nada que ver con la explicación
científica que pueda dárseles a los hechos,
aún cuando a veces haya que buscarla, ya
en la paleopsicología ya en la psicología
profunda.
Humor sanguinis
En manera alguna, al igual que no puede
existir la economía sin bienes u objetos que
la motiven, tampoco puede existir el que
cabe denominar «síndrome del vampiro» si
no hay hematofagia con sangre, es decir, el
humor sanguíneo que fluye por las venas o
arterias de un mastozoo vertebrado, particularmente de un ser humano que es
succionado con fines alimentarios o de otro
tipo.
Es obvio que la sangre desde la Edad de
Piedra asumió para el hombre prehistórico
un particular valor, al equipararla con la vida
misma. De aquí que su presunta presencia,
siquiera simbólica, se busque junto a
osamentas vmias que han podido llegm' hasta
nosotros en numerosos yacimientos arqueológicos y en cuevas prehistóricas y, a veces,
asociadas a ritos particulares que buscan la
perpetuación y regeneración de la vida de
concretas especies animales, cuando no de
la vida propia. De aquí que la presumida
experiencia religiosa del hombre paleolítico y los rituales chamanísticos o terapéuticos en que pudo quizá expresarse, hoy reconstruidos en parte, bien o mal, merced a
la etnografía comparada, puede dar medida
de nuestra línea argumental. Por otr~ parte,
no cabe sorprenderse al encontrar en algunos yacimientos paleolíticos presuntos
sustitutivos de la sangre. Así elementos minerales como el mismo ocre rojo, (hemati-
tes), junto con diversa simbología, expresada en grafismos, (vulvas, placentas, etc),
evocando la fecundidad". No cabe sin embargo, extendernos aquí en tales asimilaciones, como tampoco insistir en el valor simbólico que el hombre otorga a la sangre desde la fOlja de sus primeros idearios y mitos,
que quizá nutrieron gran parte del llamado
arte cuaternario a trascender a sucesivas
edades.
A este respecto y en relación con el
simbolismo milenario que puede darse al
humor sanguíneo, está la palabra
anglosajona leech, que sirve tanto para designar al médico en su acepción tradicional,
como a las sanguijuelas que han venido utilizando los médicos durante milenios. Ignoramos el porqué de esta asimilación
filológica que nos remonta a la lingüística
indoeuropea y no nos deja intuir cual pudo
ser la primera asignación del término. Posiblemente ambos se consideren correctamente aplicados por una asimilación milenm-la
ya notada por L. Thomas que terminaría por
c0nsiderm' la curiosa sinonimia, fruto de la
relación que puede darse entre la sanguijuela y su víctima, (sangre), y las del médico
con su paciente, (también el precio de sus
servicios y la sangre de su paciente). Recordemos que en algún momento, en Gran Bretaña, los recaudadores de tributos y usureros fueron llamados leeches, en el sentido,
por supuesto, de sanguijuelas. Asimilación
esta, que quizá tuvo muy en cuenta
Shakespeare, en su celebérrimo «El Mercader de Venecia».
Ideas, elaboraciones y asimilaciones de
este jaez las encontramos, no obstante, ya
en el mundo protohistórico semita, del que
en cierto modo somos legatarios a través del
Cristianismo. Así en las Sagradas Escrituras se presenta claro el tabú judaico de beber o consumir sangre. Citemos: en el GÉNESIS 9:4 «pero la sangre de su sangre que
Salud, Enfermedad y Muerte en el Pasado
es su vida no la beberás» o en el
DEUTERONOMIO 12:,16 y 23, o en el LEVÍTICO 3:7; 17:10-14; 19:26, con claras
prohibiciones de beber sangre. La razón suprema es que, «la vida de la carne está en la
sangre» y «es la sangre la que hace expiación por el alma».
Por otra parte, en el Viejo Testamento,
encontramos registrados algunos hechos históricos que pueden darnos cierta luz. Así
cuando se nos relata que los ejércitos de Saul
se mostraron tan ávidos en sojuzgar a los
filisteos que llevándose sus ganados los devoraron y bebieron su sangre, obligando al
propio Saul a castigarlos, (1 SAMUEL 4:3135). El profeta Ezequiel, a su vez, tuvo que
tomar cartas en el asunto, (EZEQUIEL
33:25).
Con el Nuevo Testamento cambia totalmente tal concepción, al aceptarse el principio de la transustanciación en sangre y carne de Cristo el pan y el vino que
sacramentalmente consumen los fieles durante la celebración del llamado Sacrificio
de la Misa, con el que se conmemora a su
vez el de Cristo, cordero de Dios...
Pasando nuestras reflexiones en la mitología greco-romana nos encontramos también con el principio de considerar a la sangre como sinónimo de vida, por lo que no es
de extrañar que en ciertos rituales se incorpore ya sangre animal, ya sangre humana,
mediante particulares sacrificios, que incluyen incluso el despedazamiento y absorción
de la víctima. Así Cibeles, la Gran Madre,
se asocia a Attis en ritos de fertilidad utilizando la sangre como símbolo revitalizador.
Sabemos que la Gran Madre se prendó del
pastor.frijio Attis, que fue muerto o se suicidó. Sin embargo, la versión ortodoxa cuenta
como el propio Attis, tras ser infiel a la Gran
Madre, en un acceso de autoculpabilidad se
castró, muriendo acto seguido. Cibeles lloró a su amante muerto, pero finalmente de-
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cidió resucitarle, con lo que un Attis mortal
pasará a inmortal y deificado. Los devotos
de la Gran Madre vieron en esta «historia
sagrada», de claro origen neolítico, la relación existente entre la TielTa y el ciclo anual
vegetativo, por lo que durante la celebración
de las fiestas a la Gran Madre se sangraban
haciendo votos por la vida. Incluso Apuleyo
registra como, tras saltar y brincar poseídos
misticamente, gesticulaban violentamente
con cabeza, manos y pies, acabando por
morderse, derramar su propia sangre e incluso herirse a cuchilladas en los brazos,
(Metamorfosis, Libro VIII, 27). Indudablemente el flujo sanguíneo derramado expresaba la evocación en los llamados «misterios de Attis» de la mitología. Sin embargo
las laceraciones drásticas que se nos describen quizá no tienen por objeto crear un
climax, aún cuando se llegue a hechos
paroxísmicos como aquel que nos describió
Luciano, d~ un devoto de Attis que fuera de
si llegó a emascularse con su espada.
Ya bajo Roma podríamos recordar entre
otros, ritos tardíos como el del taurobolium
vinculados al culto mistérico del dios Mitra,
que en síntesis consistía en la ducha/bautismo con sangre de un neófito al que se colocaba bajo un bóvido sacrificado con objeto
de que pudiera prácticamente bañarse en su
sangre. Aquí este sacramento regenerador
viene a significar un nuevo nacimiento y la
entrada por el iniciado en una nueva vida,
limpio de viejas faltas y pecados.
Por otra parte no es cuestión aquí de hablar del presunto valor, ya místico, ya
alimentario de la sangre, que en el curso de
los siglos ha dado lugar a prácticas
hematofágicas diversas, recogidas por los
antropólogos y que para nuestra mentalidad
«civilizada» pueden antojarse abominables.
Así, formas particulares de canibalismo, a
veces con motivación mágica, religiosa o
terapeútica. Su descripción trasciende de mi
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Gómez-Tabanera
discurso. No obstante cabría recordar auténticas abelTaciones en el terreno terapéutico,
no muy lejos quizá de las que practica la
medicina occidental contemporánea, utilizando tejidos tegumentosos de fetos animales malogrados. Práctica más refinada que
la de aquellos pueblos «primitivos» en los
que la sangre menstrual mezclada con vino
caliente y azúcar se utiliza como depurativo
que sanea la «sangre corrupta de un enfermo». También está el uso de la sangre de
una virgen, cuando no de pócimas utilizadas en la brujería tradicional y en cuya composición pueden figurar sudor y sangre
menstrual de la mujer deseada, mezclada con
la sangre del solicitante... Sabemos asimismo de la sangre utilizada para sellar juramentos, hacer amigos y reafirmar amores,
(pactos de sangre), que a veces asumen formas que la ficción llega a atribuir a algún
«vampiro» digno de tal nombre, alentando
supersticiones quizá aún vigentes en la España del Ochocientos, evocadas por el genial pintor/artista Gaya. Mas ¿qué queremos? No hace aún cincuenta años que, en
Mosul, el honor familiar se reparaba bebiendo la sangre de quien lo había mancillado.
A este respecto el antropólogo E.S. Droweer
ha recogido algunos ejemplos bien significativos. Más recientemente sabemos de aberraciones similares que han tenido por escenario la guerra de los Balcanes.
Las características del flujo sanguíneo,
su color, viscosiaad, grado térmico, salinidad
etc, darían lugar a una serie de detalles que
no cabe tratar tampoco aquí, aunque esto deje
por sentado que la sangre se utilice para otros
fines más o menos abelTantes que trascienden de los que, en un contexto ritual recuerda Mitchell, (1974), entre los amerindios
amahuacos del Perú. De todas formas, en
numerosos pueblos «primitivos», aún vigentes, la sangre mezclada con arcilla, sirve de
mágico pigmento a utilizar para pinturas de
duelo o guerra. En Occidente y entre «civilizados» sabemos de comunas californianas
de los años setenta en las que el mocerío integrante llegaba a constituir «clubs» de sangre masculinos que mensualmente se cortaban los dedos en acto de solidaridad con el
ciclo menstrual que conocían las chicas, llevando a cabo, en tal ocasión, prácticas
aberrantes. Sin embargo no cabe suponer que
a prácticas similares puedan achacarse las
improntas de manos mutiladas que se presentan a los arqueólogos en las paredes de
cuevas de ocupación prehistórica, expresión
posible de una presunta acción ritual para
cuya explicación se han barajado un sinfín
de teorías ... Por su parte la antropóloga Mary
Douglas recuerda que entre los lelés africanos no se permiten que ni~guna mujer con
regla, penetre en sus cotos porque espantaría la caza. La misma estudiosa recuerda
como un mozo circundado de los Arunta,
aborígenes australianos, solía recoger en un
pequeño cuenco la sangre de su operación y
se la enviaba como ofrenda a su madre, quien
se la bebía. Por su parte C. Levi Strauss, en
Lo crudo y lo cocido recoge algunas historias tribales sudamericanas referidas al uso
y mal uso de la sangre. Y así podríamos continuar ad nauseam.
Esponsales con sangre
Trascendiendo del sentido metafórico
que pueda darse a la expresión «bodas de
sangre», incluso relatos más o menos
sadomasoquistas mejor o peor urdidos que
han podido asimismo ser vertidos al cine,
quizá pueda recordarse a una tal Ornella
Balta cuando evoca a un marido bretón,
quien, tras el desfloramiento con la consabida sangría en el lecho nupcial infringió una
pequeña herida bajo el seno izquierdo de su
esposa, succionándola en el curso de la noche, quizá como signo de afección...
Salud, Enfermedad y Muerte en el Pasado
Signos de este jaez, han nutrido el
mitologema de las «bodas de sangre,» suavizado en nuestros días con aberraciones
como por ejemplo la película de dibujos «La
Bella y la Bestia» de Walt Disney, en realidad versión edulcorada del mito de Orfeo,
esposo de la ninfa Eurídice, que muere
cruentamente. Orfeo posteriormente será
despedazado por las Ménades, instigadas por
Dionisos. Claro está que, a fin de cuentas,
dicho relato sagrado viene a ser una versión
más del mitologema originario que en la
mitología griega nos presenta a Perséfone o
Kore, la hija de Zeus y de Demeter, que raptada violentamente por su tío Hades es obligada a morar en el Tártaro o los infiernos,
zonas marginales o inferiores de la Tierra,
hasta que, con la mediación de Zeus se logra que Hades acepte que Perséfone pueda
volver a morar seis meses sobre la tierra, es
decir, el mundo exterior, alIado de Demeter,
su madre, retornando durante los otros seis
meses al reino subtelTáneo de su raptor, Hades. Conseja mítica ésta que intenta explicar etiologicamente el ciclo estacional que
conoce anualmente el paisaje terrestre. A fin
de cuentas la misma historia que conocemos
en la cuentística tradicional con el nombre
de «la Bella Durmiente»
Podríamos traer a colación aquí mitos
semejantes aún recordados en distintos pueblos de la tierra, muchos de ellos recogidos
por S. Thompson en una investigación hoy
clásica. No obstante los antecedentes indicados, bastan para explicar un mito que los
analistas del llamado «vampirismo» nunca
tienen en cuenta para explicar los orígenes
de un mito que desde su emergencia en las
tradiciones populares protohistóricas se presenta indefectiblemente vinculado a muchas
de las elaboraciones que darán vida al
«mitologema del vampiro». En realidad se
trata de un mito protohistórico escita posiblemente de origen hiperbóreo, que, en el
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curso de varios siglos a transcurrir entre los
inicios de la Edad de Bronce, hasta el fin del
Imperio Romano, dan lugar a numerosa iconografía, a iniciarse quizá a partir de
Herodoto y en la que se subraya el tema de
«la bestia carnicera», muy utilizado en el arte
clásico, a representar como un animal feroz,
mayormente a un felino o un grifo, (animal
mítico que con el tiempo pasa a metamorfosearse al Tetramorfo bíblico), profiriendo
un atroz mordisco en la yugular a su presa,
por lo general un ungulado. En el mito hiperbóreo el atacante muchas veces puede ser
identificado como un gulo borealis, (glotón), mustélido gigante que en las estepas
euroasiáticas se presenta de improviso ante
un rebaño y saltando sobre su presa acierta
en un santiamén a seccionarle la carótida de
un mordisco para acto seguido beber su sangre aún viva y humeante.
Realidad escalofriante ésta siempre presente en la mente de las gentes integrantes
de los pueblos euroasiáticos que pudieron
ser testigos de la misma. No es de extrañar
que algunas de éstas gentes convirtiesen en
totem propio al sanguinario depredador,
(uampir), que pasa así a nutrir diversos relatos genealógicos, que fueron recogidos en
parte, hace ya algunos años, por el finado
estudioso húngaro M. de Ferdinandy, identificando al monstruo con el que siglos después pudo dar vida en Eurasia «vampiro
errante».
El descubrimiento tardío en los inicios
del siglo XVIII y en la Rusia zarista de Pedro el Grande de la llamada civilización
escita y las consiguientes expediciones de
la Academia de Ciencias de San Petesburgo
llevadas a cabo para la salvaguarda de las
llamadas antigüedades «siberianas» encontradas en los kurganes de las estepas pónticas
y caucásicas, pero también en Siberia, permitiría el conocimiento de diversas obras de
arte mobiliar, particularmente orfebrería. Se
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Gómez- Tabanera
trata de figuraciones que, tardíamente, presentan el impacto del arte griego, a expresarse en las primeras colonias pónticas de la
Hélade, (Sinope, Trebisonda, etc), del siglo
VII a.c., algunas de ellas visitadas por
Herodoto. En algunos de los documentos de
este arte se presenta ya figurado el «carnicero» en acción, a la vez que otros animales
más o menos fantásticos, muchas veces aduciendo propósitos genealógicos, en una posesión bestial que no cabe explicarse más
que con el mitologema aludido de las «bodas de sangre». Henos así ante una tradición
al parecer mantenida por alguno de los pueblos escitas que habitaron desde el Altai hasta
los Cárpatos, durante siglos y que incluso
pudieron mestizarse con etnias europeas e
indoeuropeas que se extienden hasta la Europa continental durante toda la Edad de los
Metales, perpetuándose así, de algún modo,
el mitologema/conseja, del antecesor-totem
que, ávido de sangre, acertaba a degollar a
su víctima, arrastrándola a su tétrica mansión, donde cumplía totalmente sus «innobles» fines, entre los que se incluían su posesión post mortem, pero también quizá su
reanimación cuando le interesaba.
Simultáneamente a esta presunta reconstrucción de «mentalidades», basándonos en
una plausible documentación arqueológica
que, a alguno puede antojarsele fantástica,
es muy posible que durante milenio y medio concretas tradiciones populares
euroasiáticas dieran vida a consejas varias,
de resultas de los escasos conocimientos que
se tenían antaño de las causas productoras y
difusoras de enfermedades y patologías que
hoy se agrupan bajo el nombre genérico de
zoonosis y que se trasmiten entre los animales vertebrados y, entre ellos, el hombre.
Así la peste, (conocida también como peste
bubónica o peste negra), transmitida por diversas especies de roedores y sus parásitos
y que, es posible que, en el curso de la His-
toria y en los dos últimos milenios, haya
ocasionado, en nuestra especie, y en sus
manifestaciones epidémicas, más de ISO
millones de muertes. Pero también, otras
zoonoses, transmitidas al ser humano por
mordedura, entre las que habría que recordar la rabia, la estreptobacilosis y alguna otra
y que alteran el sistema límbico humano. Sus
manifestaciones darán vida a diversas
consejas, tales como las del hombre-lobo,
que nos 11ega desde la misma Protohistoria,
pero también la del hombre-vampiro, que
emerge quizá, como ya se ha dicho, de
mitologemas arcáicos. Todas estas creencias
que se desarro11an muchas veces en virtud
de incorrectas interpretaciones de patologías
ya mencionadas, desatan el terror de las gentes de toda Europa central y oriental, atribuyendo sus manifestaciones a diversos seres
demoníacos, espectros, hombres-lobo y
hombres-vampiro 11egados del más a11á,
hasta el punto de que, en el umbral de los
tiempos modernos, el terror insano que producen algunas situaciones que hacen que
ernelja la conseja del «vampiro yacente»,
que llegará incluso a profanar tumbas buscando los presuntos causantes de los males
que se sufren.
Domina la superstición y la credibilidad.
De aquí que, es lógico que las gentes se apacigüen, pongamos por caso, al encontrar
culpable (7) a un presunto desgraciado suicida cuyo cuerpo sería decapitado, con objeto de que no vuelva a macabras andadas y
tras ser devuelto a su tumba, se le entierra
con un perro vivo...
Henos así, ante las primeras manifestaciones de «vampirismo» en la Europa oriental. Podríamos traer a colación otras, recogidas por el médico inglés H. Mayo, refiriéndose a casos que se dieron en 1731 y
1732, en Meduegnajunto a Belgrado, y que
originaron todo un atestado militar con las
consiguientes decapitaciones de los presun-
Salud, Enfermedad y Muerte en el Pasado
tos hombre-vampiro, en realidad cadáveres desenterrados para tal objeto. Sin embargo no serían más que «teloneros», pues el
auténtico protagonismo del affaire terminará
asumiéndolo un tal Arnaldo Paole, mozo licenciado de Kossova, quien muerto en trágicas circunstancias, al parecer se
metamorfoseó en vampiro, ocasionando
varias víctimas entre las que incluso se contaba ganado vacuno. Al cadáver del tal Paole,
según una practica que se había hecho tradicional, se le clavó una afilada estaca de madera de abedul en el pecho, traspasándole el
corazón, (selon la coutume de la-has, on lui
enfou(:a un pieu a travers le coeur. .. ). Acontinuación el cuerpo sería incinerado y las
cenizas dispersadas al viento. Es la primera
vez que, en la documentación sobre el género, se habla de estacas traspasantes y demás.
Como es natural todos estos hechos lograron particular difusión en una Europa que
empezaba a cultivar «Las Luces», es decir,
asumir la llamada Ilustración, por lo que el
racionalismo paulatino intentará darles una
explicación, a veces de forma un tanto deshilvanada, como las que ofrece el religioso
francés Agustín Calmet, Dissertations sur les
apparitions des anges, des demons et des
esprits et sur les révénans et vampires de
Hongrie, de Boheme, de Moravie et de
Silesie, (París, 1746), considerando, entre
otras, presuntas apariciones «espectrales» de
los llamados vampiros en la Europa Oriental y diversos hechos que habrían de preocupar al estamento médico, al trascender de la
mera superstición. El libro originaría polémicas varias, llegándose a posiciones radicales que irán desde la negación total del
fenómeno, como hace el propio Voltaire,
(1694-1788) en su Dictionnaire
Philosophique, (1764), ampliado en 1770,
por las Questions sur la Encyclopedie, donde se habla extensamente del tema, negando a fin de cuentas la existencia del vampi-
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ro. El tema es recogido en España por el P.
Fray Benito Jerónimo Feijoo en sus Cartas,
(IV, 20), que cautamente hace por coincidir
con Roma, cuyo pontífice reinante Benedicto
XIV, al parecer no creía en vampiros, en
desacuerdo con la iglesia ortodoxa griega
que, desde siglos atrás, se enfrentaba al Imperio Otomano. Por su parte Samuel
Johnson, D. Diderot y el mismo E. Burke se
mostraban escépticos con respecto a la creencia en vampiros. No pasará mucho tiempo
sin embargo hasta que J.1. Rousseau se nos
presente creyendo en vampiros, de acuerdo
con una carta dirigida a Christopher de
Beaumont. Finalmente la Encyclopedie incluye el tema, tras tildar de absurdo el libro
de Calmet sobre los vampiros.
Sin embargo la cuestión no habría de
cerrarse así como así, más al seguir
sucediéndose escalofriantes profanaciones
de cementerios, con desenterramiento de
cadáveres y vejaciones varias. No es de extrañar que intervengan ahora diversas autoridades religiosas de la Europa oriental y el
asunto preocupe asimismo a diversas casas
reinantes. Sabemos también que los hechos
serían difundidos en Inglaterra, por las mismas fechas en The Gentleman 's Magazine y
The London Joumal, (1732).
Hay un relato de viajes de tres ingleses
por los Balcanes, publicacio años después,
donde se volverá a tocar el tema del hombre-vampiro, aunque al parecer, no parecen darle excesiva importancia. Sin embargo, no ocurriría así en el Imperio austro-húngaro, donde las posturas más o menos oficiosas adoptadas se reducían a dos: una, inspirada en el sentimiento religioso y por ello
tradicionalista, que atribuía al vampirismo
una primera base, metafísica, (demoníaca o
infernal); una segunda, más bien racionalista, vinculaba al vampirismo con una especie de fiebre maligna o contagiosa, a una
forma particular de intoxicación e incluso a
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Gómez- Tabanera
la ingestión de carne de reses enfermas. La ambientes artísticos y literarios en los que
misma emperatriz Maria Teresa llegó a irrumpe el Romanticismo. El propio pintor
preocuparse del tema y G. Van Switen Francisco de Goyajuzgó el tema lo suficienprotomédico de la soberana, tras un singu- temente morboso para ser abordado en una
lar informe atribuiría la identificación de los genial serie de aguafuertes (Los Caprichos),
presuntos vampiros, (es decir los «vampipero también en algún óleo, como su «Vuelo
ros yacentes»), y, entre otras cosas, a la uti- de Brujas», (1798), hoy en la colección de
lización de féretros herméticos en Oltíz-Patiño. En Alemania el polifacético 1. W.
inhumaciones hechas en terrenos helados Goethe, (1749-1832), encuentra fascinante el
que retrasaban la corrupción de los difun- . tema para su poema La novia de Corinto, que
logra escandalizar a muchos. No obstante el
tos. Llegaría incluso a afirmar que el atribuir a los hombres-vampiro facultades para que introduce realmente el tema en la narrativa romántica será John Polidori, (1795metamorfosearse en perros o gatos y alimañas varias, a la vez que para aparecerse a los
1821), amigo y médico de cabecera de lord
vivos, era pura fantasía, que cabía atribuir a Byron. Polidori y Byron reunidos en 1816 con
tradiciones folklóricas de raíz pagana que el los esposos Shelley patrocinaron la publicavulgo no había olvidado, haciendole adop- ción de la celebérrima novela Frankestein or
the Modern Prometeus de Mary Shelley,
tar prácticas defensivas ante los presuntos
(1818), relato que precede a The Vampir de
vampiros, ya errantes, ya yacentes, que en
unos sitios son aceptados como realidad y John Polidori, a publicar un año después en
en otros como fantasía o mera entelequia, New Monthly Magazine, de Londres (1819).
cuando no presuntas manifestaciones con- En su elaboración Polidori nos presenta un
personaje que adolece de una malsana atracsideradas diabólicas.
Henos así ante un estado de opinión ge- ción a la sangre y a las mordeduras en el cuello; rasgos que, a partir de ahora, se consideneral que hará factible que hasta 1824, en
Inglaterra, siguiera vigente una ley por la que rarán connaturales de un vampirismo clásise disponía que se pudiera traspasar el cora- co. El tema, realmente morboso subyugará al
zón a los suicidas, mediante una estaca aguvulgo y nutre literatura varia a lo largo de todo
zada. Ello en previsión de lo peor... Queda el siglo XIX, coincidiendo con el auge del
claro que aún no existía, quizá por prejui- Romanticismo y alentando deleznables obras
cios supersticiosos, la práctica de la autop- de ficción como Varney, the vampire, atribuisia ante muerte violenta o sospechosa. Sa- do a Thomas Preskett Prest, folletín con nada
menos que doscientos veinte episodios, por
bemos también que, años después, un prelado de Valaquia recordaba a un sacerdote que el que desfilan un sinfín de heroínas acosa«cuando se topa con un cuerpo que merced das por el insaciable Sir Frances Varney. Son
a los oficios del diablo abandona su tumba, los fascículos a denominar «terroríficos
peniques», por su espeluznante contenido y
es preciso apelar a los sacerdotes para que
procedan».
por venderse por tal precio. Este tipo de publicaciones «basura», entre las que quizá haPese a todo es obvio que en el siglo XIX,
bía que recordar a Carmilla, (1872), del
el vampiro, merced a un doble mecanismo
dublinés Sheridán Le Fanu, que tiene por prode proyección de fantasmas y de recreación
de la realidad, -no olvidemos el lema goyesco tagonista a una fémina vampiro, que en nues«el sueño de la razón crea monstruos»-, ha tro siglo será resucitada en el llamado Séptilogrado ya carta de naturaleza en concretos
moArte.
Salud, Enfermedad y Muerte en el Pasado
Todas estas obras preceden a elaboraciones ficcionales, más elaboradas, como la famosa de Abrahám/Bram, Stoker, (18471912), otro dublinés que, tras documentarse
sobre el tema, apelando a un particular conocimiento del ámbito balcánico y de sus
tradiciones, se decide a publicar su novela
Drácula, (1897), en que al parecer se inicia
con un recuerdo traumático del propio autor
durante su niñez. En la misma dará no obstante particular categoría literaria al
nosferatu de las tradiciones de la Europa
oriental, hibridándolo con el vampiro que se
alimenta de sangre de jóvenes doncellas y
que, desde ahora, se convierte en un tópico
literario, tras rescatar de las catacumbas de
la Historia el nombre del tétrico Vlad Tepes,
Vlad Dracul, Vlad el Empalador o sin más
Drakula/Dracula, sanguinario príncipe de la
Valaquia en el siglo XV, quien por cierto,
aunque se manifestó implacable ante los
otomanos que capturaba y otros enemigos,
a los que empaló, nada tiene de vampiro. Sin
embargo Stoker bautizará con su nombre al
«vampiro tipo» que sitúa en pleno siglo
XVIII.
Drácula se nos presenta escrita a manera de diario y su acción se sitúa entre
Transilvania y Londres. Desde sus inicios el
libro se presenta en una atmósfera un tanto
angustiosa, ambientada con lobos y perros.
El llamado Conde Dracula se nos describe
con «dientes blancos, afilados, tras los gruesos labios de una boca que rezuma sangre»,
pero también con «una especie de fria sonrisa que descubre unos dientes prominentes».
Lucy, mordida por el vampiro, terminará
adquiriendo su misma condición y una metamorfosis en la que se nos pinta con «un
bufido de enojo, al igual que un gato, ojos
vidriosos y llenos de fuego infernal, faz desencajada por la rabia, dientes afilados, y boca
sensual y sanguinolenta» al traspasar su cadáver con una estaca «un tremendo alarido
317
brotó de sus entreabiertos labios y su cuerpo se estremeció retorciéndose con bárbaras convulsiones, mientras que sus propios
dientes se clavaban en sus labios, cubriendo
la boca con una espuma carmesí mientras
que la sangre brotaba incontenible de su corazón traspasado». A la vez, en el cementerio en el que Lucy yacía empezaron a presentarse niños con sospechosas marcas en
el cuello.
Un tal doctor Van Helsing es quien se
encarga en Drácula de introducirnos en el
tema del vampirismo, -Ieit motive de la
misma,-. Van Helsing se nos presenta como
especialista del cerebro humano y sus lesiones, citando alguna vez a Charcot. Es interesante el momento en que Van Helsing, interrogado por su discípulo sobre el significado de lo que está pasando, éste le contesta
con otra pregunta: ¿pqedes acaso decirme
porqué en Las Pampas y otros parajes hay
murciélagos que llegan por la noche y se
ceban con las venas del ganado, y también
porqué en algunas islas oceánicas existen
murciélagos que durante el día permanecen
pendientes de los árboles, cual si se tratase
de frutos o de enormes vainas, para después,
por la noche volar a los barcos próximos, en
los que la marinería, impelida por el calor,
duerme fuera y la desangran totalmente?».
En su relato Stoker nos presentará al
vampiro dotado de particulares poderes. Así,
«maneja los elementos, las tormentas, la niebla, los truenos e incluso puede mandar sobre otras ínfimas criaturas, tales como ratas,
lechuzas, murciélagos, polillas, zorras y lobos». Nos presentará asimismo como propiedad singular del vampiro el no reflejarse
en los espejos, el poder metamorfosearse en
lobo o en murciélago cuando así lo desee; la
de tener dificultad para cruzar torrenteras;
rechazo absoluto al ajo y !llas cosas sagradas o benditas, a las rosáceas y desde luego
a la luz del día. Y ¿para qué seguir? Solo
318
Gómez-Tabanera
recordar que el Drácula de Stoker fue un
best-seller durante años y que a la muerte de
su autor iba por su 9" edición.
Un recuerdo para ellicantropo
u hombre lobo
Paralelamente al auge que en el mundo
ficcional alcanza el vampiro ya a finales del
pasado siglo e inicios del presente, cabe recordar otra conseja que en cierto modo se
presenta un tanto allegada al «vampirismo»,
dadas las particulares coincidencias entre el
«mal del vampiro», tal como se nos detallará en múltiples fuentes, y la acción delllamado hombre-lobo, -a equiparar con un
«vampiro errante»-, cuya existencia, particularmente en el mundo rural, se hizo tópica en todo el Viejo Mundo, asociando muchas veces sus ataques a personas y animales que, por diversas causas, contraerán la
rabia, mal para el que, hasta el pasado siglo, no se conocía remedio alguno, pero que,
por sus síntomas, cabía asociar indefectiblemente con los del «mal del vampiro». Esta
circunstancia nos obliga a hacer aquí un inciso para hablar del llamado licántropo u
hombre-lobo, el tristemente famoso loupgarou de los franceses, a fin de cuentas un
hombre endemoniado que cuando se le antojaba, casi siempre de acuerdo con las fases de la luna, podía cambiarse en lobo y
llevar a cabo las mayores atrocidades y
carnicerías.
En realidad la llamada licantropía, que
fue objeto ya de un sesudo tratado, De la
Lycanthropie (1615) por parte del doctor de
Nynauld, -un médico francés-, se consideraba como «una enfermedad por la que un
hombre se cree metamorfoseado en lobo».
Este hombre muchas veces es un brujo, por
lo que añade: «los sentidos interiores de los
brujos son engañados merced a su excitación, mediante ungüentos y pócimas, de for-
ma que creen ser verdaderamente animales
y de esta forma, tirándose al suelo, como
cualquier bestia, caminan a cuatro patas, sirviéndose también de las manos para andar».
Esta «locura lobera» o «locura imitativa»
puede llevarles a matar e incluso a la antropofagia, terminando a menudo en una muerte
naturalmente atroz, si antes el brujo no es
condenado a la hoguera.
La licantropía nutriría, durante siglos,
ingente bibliografía en el terreno de la mitología, el folklore, la hechicería y la insania.
Se ha llegado a registrar entre muchos pueblos «primitivos» del Viejo Mundo y del
Nuevo. Así, los hombres-pantera de la secta Mau Mau, que intentó, hace medio siglo,
mediante un terrorismo salvaje y criminal,
independizar a Kenia del Imperio Británico. Cabría recordar también los llamados
hombres-jaguar de las civilizaciones precolombinas, y otras manifestaciones en distintos lugares del mundo que ponen de manifiesto «el animalismo del alma». Sobre el
tema podríamos traer a colación páginas señe'ras, como las que le dedicaron los
antropólogos R. Eisler o M. Summers. Por
ello, la historia de la licantropía, se nos presenta un tanto más coherente que la del
vampirismo, más bien desangelada, pese a
que como ya hemos dicho cabe vislumbrar
sus orígenes en la Protohistoria euroasiática.
No obstante el conocimiento histórico de la
licantropía quizá pueda iniciarse evocando
a divinidades-lobo como las que influirán en
instituciones castrenses y paramilitares de
toda la Historia, desde Lacedemonia hasta
el III Reich... Indudablemente en muchos
aspectos no puede separarse de la historia
de la hechicería, al presentarse como una
forma más de alienación mental de tanto o
más interés para los neurólogos que el
vampirismo propiamente dicho.
Tenemos por ejemplo a los clásicos
Herodoto y Plinio recordando a los hom-
Salud, Enfermedad y Muerte en el Pasado
bres-Iobo. El primero al evocar a los Neuros
del ámbito escita que, en ciertos días del año,
podían metamorfosearse en lobos. Por su
parte Plinio habla de los hombres de la raza
de Antheo que se convirtieron en lobo...
Sabemos, por otra parte, que en Grecia
el culto a los dioses-lobos dio lugar a cofradías de varones que, convertidos en fieras,
practicaron una antropofagia ritual obligatoria, cambiándoles en auténticas fieras.
Entre los lacedemonios, como rito de iniciación, los mozos debían asumir una existencia de lobeznos, viviendo ocultos merced a
la depredación y matando hilotas, (gentes de
clase inferior). Esta forma de «cofradía militar» se dio asimismo entre los indoiranos,
cuya iniciación como jóvenes para la guelTa
los cambiará en fieras. Entre los mismos
germanos, los guerreros, eran llamados
berserkir, vocablo que viene de bear sark
o «bearskin», aludiendo a la pierde oso con
que se cubrían, denominándose a si mismos
como ÚlfhMhnar, guerreros-lobos. Situaciones similares han sido observadas por los
antropólogos entre sociedades secretas africanas y amerindias, que practicaron la antropofagia ritual. En la Europa nórdica pasó
algo igual: guerreros identificandose con el
lobo, tras comportarse fieramente llegaban
hasta el canibalismo. Su transformación
«mágica» en hombre-lobolloup-garou, se
conseguía tras orgías estáticas en las que se
vestían con pieles de lobo.
Hoyes difícil imaginar el terror que el
lobo inspiró a nuestros antepasados hasta
bien entrado el Medioevo, particularmente
en el N. de Europa, donde el lobo constituyó siempre un enemigo mortal odiado y temido por sus cruentas depredaciones entre
el ganado y sus ataques a los seres humanos. El horror se intensifica si se piensa que
el lobo era un animal de cuya etología se
desconocía practicamente todo. Solo se sabía de sus hábitos nocturnos y que se pre-
319
sentaba gris y silencioso como un fantasma,
cuyos ojos despedían reflejos rojos, iluminados por una hoguera y verde amarillentos
a la luz de la luna. No es raro que diera lugar
a fantasías y elucubraciones tan grandes
como las que nutrieron la leyenda del
vampirismo y que incluso S. Baring Gould,
en su famoso Book ofWere-wolves Being an
Account of a Terrible superstition, (1865),
llegase a sostener que si la conseja persistía
en todas partes y en todas las épocas debía
basarse en hechos, a la vez que aseguraba
que media humanidad «cree o ha creído en
los hombres-lobo», idea que harán suya incluso autores del presente siglo, tras repasar
centenares de tradiciones y sucedidos en toda
Europa en el curso de la Historia, a veces
adobados con aportaciones del mismo inconsciente humano.
Hoy sabemos que durante el siglo XVI
se dieron flagrantes casos de licantropía en
toda Europa. En 1587, en su Demonomanie
des sorciers Bodino asocia la licantropía a
uno de los más trágicos episodios de la historia procesal de la hechicería en los siglos
XVI y XVII, con casos espeluznantes que,
al parecer, se dieron un siglo antes, en 1484,
tras la publicación de la Bula Summis
desiderantes afecctimus del Papa Inocencio
VIII, que nos impone sobre una oscura ideología a perpetuarse siglo tras siglo, en numerosos tratados inaugurados con la publicación de Le marteau des sorcieres, con
alucinantes afirmaciones hechas bajo la autoridad de San Agustín y Santo Tomás (?).
No es de extrañar que perviva así, durante siglos, la creencia en la licantropía
prácticamente nuestros días. Esta creencia,
mantenida en toda la franja occidental de la
Península Ibérica, -incluyendo Portugal y
diversos ámbitos españoles vecinos, desde
Galicia hasta Extremadura-, se refiera concretamente al lobishome que incluso se
manifiesta en las Asturias, y que nutrirán
320
Gómez-Tabane ra
sugestivamente todo el un legendario folklórico recogido sabiamente por V. Risco, F.
Moran y otros. Legendario que, en muchas
ocasiones asocia allobishome con el diablo
o con algún hechicero, cuando no le reduce
a un presunto hombre-lobo que, si no es un
«lunático», es algún desgraciado contagiado por la rabia.
Henos así ante un sinfín de consejas, leyendas y cuentos populares de inspiración y
derivaciones varias, y entre los que podríamos recordar aquí el celebérrimo cuento de
Caperucita Roja, difundido por toda Europa en el siglo XVIII desde la vecina Francia
yen el que, de forma solapada se nos comunica el problema que constituía para el mundo rural una alimaña como el lobo, cuya extinción se inicia prácticamente tras la Primera Guena Europea. Extinción que, a su
vez, tras el relativo conocimiento que se ha
logrado ya de los orígenes de la rabia, hará
incluso levantar la guardia en el sentido de
que tal zoonosis es aún objeto de preocupación para la salud pública, dado que existen
otras alimañas además del lobo, como el
zorro, el turón, el gato cerval, el glotón y
mustélidos varios, al igual que quirópteros
o murciélagos que pueden transmitirla sin
más. En realidad Europa conoce aún hoy,
para su mal, la rabia animal, difundida por
la zorra, (Vulpes vulpes L.). El foco de la
epizootia actual habría que buscarlo al Sur
de Gdansk, (antiguao Danzig), hacia 1939,
como secuela de una infección llegada del
Artico. Desde entonces la rabia se extenderá por concretos lugares del continente, logrando cruzar el Elba en 1950, el Rhin en
1960 y la frontera franco-alemana 1968. Hoy
de Europa solo la Península Ibérica, Islas
Británicas, el escudo escandinavo y Bulgaria
se encuentran libres de rabia, pese a que sea
la zoonosis viral más difundida en Europa.
Teniendo en cuenta los hechos y también
que la rabia puede ser transmitida por
quiropteros, puede sacarse punta a los hechos. Más, teniendo en cuenta la extensión
que logró la rabia en toda la Europa del Este,
durante los siglos XVII YXVIII, coincidiendo inicialmente con las hostilidades permanentes mantenidas entre los ejércitos
austriacos y otomanos, en una extensa zona
balcánica que incluye parte de Servia,
Transilvania, Moldavia y Valaquia, ámbitos
territoriales en los que, se hacen coincidir o
convivir, merced a los hechos. Pero también
merced a consejas varias sobre licantropía y
vampirismo, asociadas a manifestaciones
epidémicas de rabia, ya a principios del siglo XIX, coincidiendo con las guerras
napoleónicas y su difusión, por entonces,
mediante la zorra colorada. Nadie, sin embargo, sabría asociar los hechos.
Devanando la madeja
Cabe plantearnos ahora la pregunta de
cómo hace casi tres siglos no llegó a
ocurrírsele a cualquier médico ilustrado, o
un tanto sagaz, que muy bien pudiera existir
una identidad epidemiológica entre las
mordeduras sujetas a diagnósis y tratamiento producidas, ya por animales infectados o
no, ya por presuntos vampiros. Hay que tener en cuenta, que las primeras informaciones que se publican, sobre los llamados vampiros, aparecen en un periódico parisino, (Le
Mercure Galant), en mayo de 1693,
insistiendose un año después en el tema, y
que las primeras consideraciones, en torno
a la posible relación entre vampirismo y rabia, se harán en Holanda en 1773, en el Hebdomadario Le Glaneur historique... , por un
tal J.B. de la Varenne, (La Haya, 23 de abril
de 1773)
De todas formas, pasando por alto este
hecho, pero también fantasías y
lucubraciones varias que pudieron darse en
el universo de la medicina, que indudable-
Salud, Enfermedad y Muerte en el Pasado
mente, en un primer momento no se creyó
contagioso el «humor hémico» producto
contaminado por las mordeduras entre humanos, aunque si, el producido por lobos,
alimañas y murciélagos, a la vez que pen'os
pastores. En realidad nadie imaginó que la
rabia pudiera transmitirse, por humanos ni
por otros mastozoos. Lo más, y por lo que
respecta a sus síntomas entre humanos, se la
concibió, al decir Andry, como «una enfermedad convulsiva y espasmódica que acaba
ordinariamente con un delirio feroz; este
delirio vuelve por accesos y entonces los
enfermos se lanzan sobre los que los rodean,
los escupen a la cara, los muerden y los desgarran a modo de fieras feroces».
De todas formas, es evidente que, desde
Dios sabe cuando, un campesino lúcido podía intuir cuando la rabia había afectado, no
solo a sus canes sino también a otros animales e incluso a sus congéneres, aunque nunca se le ocurriera relacionarla con el
vampirismo. Ello porque la rabia en si, y
desde el siglo XVIII ya era diagnosticada
en numerosos lugares y ciudades de Francia, Alemania, Italia, Gran Bretaña, Suiza y
España, sin tener que achacarla a mordeduras
de maléficos hombres-lobo, y al respecto se
habían promulgado Ordenanzas y Bandos.
No ocurriría así con el vampirismo, de cuya
existencia más o menos fabulosa se venía
hablando un tanto quedamente, de la misma
forma que, hace un decenio, se hablaba entre nosotros del S.I.D.A., hoy considerado
el más implacable desafío médico de nuestro siglo.
Sabemos también que, las Ordenanzas
contra la rabia, llegaron a incluir a gatos, y
entre éstos, a veces, y un tanto
surrealisticamente... a los de color negro.
Asimismo, que la amenaza de la rabia movería a más de una Academia de Medicina a
pronunciarse, en torno a los métodos terapéuticos a utilizar. También que se ofrecían
321
premios en metálico para quien encontrase
su mejor tratamiento. El asunto llegó a preocupar a monarcas ilustrados y a conspicuos
enciclopedistas. Así a D' Alembert, quien llegó a pedir a Federico II de Prusia un «remedio-milagro» para la rabia, que, al parecer,
ya se había utilizado con éxito en su reino,
petición a la que accedió gustoso el soberano prusiano, a la vez que proponía, un tanto
burlonamente, que se administrase el remedio, nada menos que al Parlamento inglés,
«dado que parece haber sido mordido por
un perro rabioso». Por los mismos años,
(1786), el español Piñera publica su Disertación acerca de la rabia que será presentada y discutida en la Real Academia de Medicina de Madrid. Algo parecido hace Raguer
en Barcelona.
Es obvio, no obstante, que lo que en el
Siglo de las Luces se llegó a saber sobre la
rabia dista mucho de lo que hoy conocemos,
más, tras los naturales avances en virología
a lograr ya a finales del siglo XIX. Por entonces parecían dominar opiniones metafísicas o espiritualistas, proclives incluso al
exorcismo.
Todo esto es harto significativo, tanto
más cuando el médico que se decía cristiano pretendía diagnosticar, ya en un campo
que hoy consideramos parejo, un «mal del
vampiro», sin pensar, como hoy ya sabemos,
que al igual que la rabia, podría haberse producido por trastornos del sistema límbico.
No obstante, bueno es decirlo, la mayoría
de los tratadistas como único remedio ante
el presunto «mal del vampiro», recomendaban limpiar y cauterizar la herida de la presunta mordedura, (es decir un tratamiento
parejo al que, los españoles al llegar a América, habían aprendido de los indios para tratar la mordedura de un. murciélago). Independientemente de ello, cabe señalar que
muchos médicos europeos optaron por tratamientos improvisados, tras diagnosticar
322
Gómez-Tabanera
erróneamente las causas, incluso equiparando el mal con la epilepsia, la porfiria y diversas enfermedades mentales, (que podían
achacarse a influencias malignas diversas).
Así, el mismo tétanos.
Todavía en 1832 J.A. Balcells y Camps,
boticario honorario del Rey Fernándo VII,
en una curiosa Memoria que ha llegado hasta nosotros y que hoy tildaríamos de mera
charlatanería, atribuyó, no solo la infecciones en general y el contagio en particular,
sino también muchas enfermedades y su
transmisión a motivaciones que no tienen
nada que ver con la medicina.
Tal será el panorama por el que transcurre casi todo el siglo XIX, sin avanzar apenas en el conocimiento de la transmisión
rábica, aún cuando se barajasen las más peregrinas teorías sobre la misma. Tendría que
llegar, en 1885, el descubrimiento del francés Louis Pasteur, y en consecuencia la primera vacunación antirrábica, para que se
hiciera la luz. A partir de entonces, y en España tras los trabajos y publicaciones de J.
Fen·an, (1889 passin), empezarían a desterrarse diversas prácticas supersticiosas que,
no obstante, habrían de mantenerse, durante
lustros, en el medio rural, particularmente
entre saludadores y curanderos, que muchas
veces alentaban piadosas devociones. Entre
estas prácticas, cabe recordar, la sangría propiamente dicha, pero también la ingestión
de sangre fresca; curaciones varias utilizando el ajo, cebollas y puerros; infusiones de
raíces de escaramujo o de rosal silvestre;
productos minerales varios; quinina,
belladona, e incluso baños termales. A veces, cuando se desahuciaba al enfermo, se
llegaba a la eutanasia sin contemplaciones.
En esta línea de recuerdos podíamos traer a
colación el de un caso alucinante, a datar más
de medio siglo atrás, describiendo las últimas horas de un hombre atacado con rabia
furiosa, que habrá de recoger Camilo José
Cela en su magistral novela La Familia de
Pascual Duarte.
Por todo lo expuesto es evidente que la
hilación entre «mal del vampiro» y rabia es
consecuencia de los avances virológicos logrados y, por ende, una adquisición reciente, no digerida totalmente por tratadistas españoles y extranjeros, y mucho menos aún,
por la literatura ficcional, dominada por una
pléyade de escritores que, desde el pasado
siglo, como ya hemos visto, han venido
pergeñando un sinfín de relatos, mejor o peor
construidos, -que hoy integraríamos, en su
mayoría y sin contemplaciones, en la llamada pulp-fiction-, centrados en hombres-lobo
y vampiros. Cabe anotar aquí, y en la misma línea, una singular curiosidad: la voz
vamp, -diminutivo de mujer vampiro o
vampiresa-, empezaría a ponerse en circulación hacia 1913, para lanzar a una actriz
cinematográfica que empieza a hacerse conocer en el llamado Séptimo Arte, de nombre artístico Theda Bara, (anagrama de
«Qarab Death» muerte árabe). Dicha «estI:ella» debutó en la película A Fool There
Was, en la que, por vez primera se dice: «¡bésame tonto!», apareciendo la actriz, fotografiada en actitudes singulares, entre ellas una,
inclinada sobre un esqueleto masculino. En
1916 presentaría The Kiss of the Vampire
ganándose así, la fama universal de «vampiresa», en el sentido de que gozaba destruyendo a los hombres, moral y materialmente, mofándose acto seguido de sus víctimas.
El tipo hará furor en el Séptimo Arte, con un
sinfín de seguidoras entre las que, la más
célebre quizá, fue Marlene Dietrich, con
El angel azul.
Final
Para terminar, y volviendo al terreno de
la medicina, cabe recordar que, con nuestro
siglo y los avances en el campo de la
Salud, Enfermedad y Muerte en el Pasado
virología, pero también en el de la neurología, parece ya aclarada la identidad de los
rabdovirus que caracterizan, ya el «mal del
vampiro», ya la rabia, en cuya transmisión
de persona a persona juegan un papel importante los posibles contactos, mediante
saliva y otros fluidos, heridas abiertas, membranas mucosas y secreciones respiratorias...
A este respecto son fundamentales para los
últimos años, los planteamientos de Gastaut
y Miletto, (1955), del británico C. Kaplan,
(1977), y del virólogo también inglés David
Garwes, (1981). A la aportación de éste último, un tanto aleatoria, ya que sus teorías
fueron publicadas, -ignorándolo el mismo
autor-, por el publicista americano B.J.
Hurwood, (1981) habría que sumar, para
hacer historia de la leyenda del vampirismo,
las del folklorista rumano Jan L. Perkowski,
(1982), coetáneas a diversos escritos del
neurólogo español Juan Gómez Alonso,
(1982 passim), cuya tesis doctoral en la
Universidad Complutense de Madrid, publicada en 1991 logrará particular resonancia
en la comunidad académica, más, tras ser
galardonada por la Asociación de Neurólogos Británicos.
Por todo ello nuestra personal aportación
a este Congreso es quizá, el intentar fechar,
más allá de la historia escrita, nada menos
que 8000 años a.c., quizá en el Neolítico,
con el nacimiento y transmisión de mitos que
trascenderán en jirones, hasta la misma Antigüedad Clásica. Entre estos, ¡cómo no!,
sustentados en supersiciones varias, los
mitologemas del licántropo y del vampiro,
a configurarse quizá en un «orden
chamánico» en todo el ámbito euroasiático,
tras presentar a una bestia depredadora e infernal, -ya el gulo borealis, ya cualquier otra
fiera-, poseedores poderes sobrenaturales y
demoníacos, en la que se pueden manifestar
de forma delirante, ya en los ritmos de la
muerte, ya en los de la fecundidad, pero tam-
323
bién en la fecundidad por la muerte. Algo
que se ve patente en muchas deidades y personajes de la mitología antigua. Así, cuando
una diosa toma un amante para destruirle,
por lo que aceptar su amor significa fatalmente la muerte, pero rechazarlo también.
He aquí las mistéricas «bodas de sangre»,
ya aludidas, que quizá nos reflejan, no solo
el arte escita, sino también mitologemas varios que han llegado hasta nosotros como el
del licántropo o el del vampiro, con la infección mortal que supone todo contacto con
uno u otro monstruo, o con cualquier otro.
Podríamos extendernos mucho más sobre el
particular, retrocediendo a la leyenda de los
siglos hasta la era paleolítica, en cuyo arte
rupestre algunos han querido ver una interpretación dual del mundo, con la intuición
de Lo Masculino y Lo Femenino. Interpretación que, desde hace algunos años, sería
sugerida por el filósofo e historiador marxista del arte Max Raphael, y acto seguido
por Annette Laming-Emperaire y A. LeroiGourham, cuyas teorizaciones estructuralistas habrán de ser recogidas por diversos epígonos a los que hoy debemos particulares avances en la interpretación delllamado arte rupestre cuaternario.
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