1 Democracia y participación ciudadana: la herencia de la cultura política griega Ignacio Medina Núñez Este es un escrito publicado como capítulo de un libro colectivo con el título “Democracia Emancipatoria”, coordinado por Robinzon Salazar Pérez y Paula Lenguita, páginas 13 a 57. Colección Insumisos latinoamericanos, de la editorial Libros en Red, en Buenos Aires, Argentina. ISBN: 1-59754-102-8 2005. El término y la idea de democracia provienen de un período tan antiguo como la Grecia del siglo V a. de C. Sin embargo, la democracia en su sentido moderno encuentra su origen en un período tan relativamente cercano como es el del surgimiento de los Estados liberales a partir de la revolución francesa. (Jáuregui, 1994: 17) Especialmente en América Latina, durante las décadas de 1970 y 1980, la aspiración por sistemas democráticos se extendió en la mayor parte de la población de nuestros países; se estaba transitando por la etapa crítica de las dictaduras militares, y en algunos países se había llegado a la situación terrible de confrontación bélica entre gobiernos y movimientos insurgentes. Pero el contexto cambió de manera clara en la última década del siglo XX, para mostrarnos un continente en donde casi todos los gobiernos fueron presididos por civiles surgidos de procesos electorales. El mismo gobierno estadounidense, que en largos períodos había llegado a apoyar abiertamente dictaduras militares como las de Somoza y Pinochet, se congratuló de la llamada democracia en la región, señalando únicamente la excepción de Cuba, acusando al gobierno de la isla de rechazar la democracia e impidiendo que se le incluyera en los proyectos de las sucesivas cumbres de las Américas. La discusión sobre la democracia como modelo y como forma de gobierno ha continuado en el debate de las ciencias sociales, aunque a fi nal del siglo XX y hasta el momento presente se puede percibir un cierto desencantamiento de la población, cuando el concepto se ha circunscrito solamente a la realización de procesos electorales sin llegar a mejorar las condiciones de vida: nos podemos preguntar sobre la eficacia del modelo cuando ha empeorado el nivel de vida de gran parte de la población. Una encuesta realizada por Latinobarómetro, en Chile en el 2000, en 17 países latinoamericanos, concluyó que el apoyo a la democracia en la región era todavía fuerte con un 60% de opiniones que la preferían frente a cualquier otra forma de gobierno; sin embargo, solamente 37% de las opiniones se manifestaban conformes con la forma en que estaba funcionando la democracia de sus países en la práctica. La realidad es que, al entrar el siglo XXI, América Latina está experimentando un agravamiento de los índices de pobreza y extrema pobreza, y en algunos casos específicos ocurre un crecimiento del abstencionismo en los procesos electorales. 2 El presente escrito es un ejercicio de sociología histórica, a partir de algunas fuentes de la civilización griega, en donde surgieron dos palabras que han sido de una trascendencia extraordinaria para las sociedades occidentales: “política” –derivado de la polis– y “democracia“ –como una forma específica de relación entre los ciudadanos y su respectivo gobierno–. Castoriadis ha dicho con razón que Grecia es “el locus social histórico donde se creó la democracia y la fi losofía“. Se desarrollan, primero, varios puntos que creemos relevantes alrededor del surgimiento de las formas de la democracia griega, para terminar en diversas consideraciones sobre los puntos positivos y negativos de la herencia general de los griegos para las sociedades contemporáneas, en especial lo relacionado a la complejidad del modelo democrático que practicó Atenas en determinados momentos de su historia y que solamente fue retomado hasta la época moderna del siglo XX. Se inicia con un apartado que incluye consideraciones sobre la mitología griega en torno al origen de la democracia; se aborda luego la transición hacia la época de oro en Atenas, que es donde encontramos el surgimiento del llamado poder del pueblo con Solón, Clístenes y Pericles. Nos detenemos en la guerra del Peloponeso, porque fue el inicio de la decadencia de Atenas para llegar al siglo IV a.C., época de Platón y Aristóteles, que es el momento del debate teórico sobre los diversos modelos de gobierno. Por último, se hacen unos comentarios generales sobre los elementos positivos y negativos de la herencia política de la cultura griega en general antes de presentar las consideraciones fi nales sobre la democracia moderna. . La democracia en la mitología Gran parte de la mitología griega está basada en una visión pesimista del ser humano sometido al destino inexorable de los dioses: todo está determinado en el Olimpo, por más que los hombres traten de evadir lo que les está prescrito. Sin embargo, dentro de los grandes eventos decididos por los dioses, existen decisiones constantes de los seres humanos que hacen grandes movimientos en la historia; por mucho tiempo se consideró que sólo los grandes personajes y héroes eran capaces de realizar los grandes sucesos, sin que apareciera propiamente el pueblo en general. La Ilíada y la Odisea son un buen ejemplo del contexto estructural en donde la victoria está decidida por las pugnas de los dioses del Olimpo pero el escenario está compuesto por las acciones también decisivas que hacen Paris, Agamenón, Aquiles, Héctor, Ayax, etc. En todo este contexto, vamos a resaltar solamente dos ejemplos mitológicos de la práctica de una democracia incipiente en donde se vislumbra tanto su genialidad como su complejidad. Según la mitología, Cecrops fue el primer rey del Ática, gran señor y héroe, nacido de un dragón. Cuando se estaba formando la ciudad alrededor de lo que hoy es el Partenón, la protección de la nueva comunidad fue disputada por dos de las grandes deidades del Olimpo: por un lado, Atenea quería ser la guardiana de la ciudad, pero, por otro lado, Neptuno también quiso intervenir y que su nombre quedara como símbolo. Ambos dioses, con grandes favores, incitaban al rey a decidir pronto el nombre de la ciudad porque ambos deseaban que llevara su imagen. 3 Cecrops le tenía mayor devoción a Atenea pero temía la ira de Neptuno. Por ello, con el objeto de evitar la posible furia contra él y la contienda entre las dos deidades, quiso evitar aparecer él como responsable de la decisión frente al dios perdedor; Cecrops propuso que la población decidiera; juntó a toda la gente del pueblo (ciudadanos hombres y mujeres, pero no los esclavos) y puso los dos nombres de los dioses en una urna para que la población acudiera uno por uno a señalar el de su preferencia. En aquellos primeros días, las mujeres votaban igual que los hombres porque todos eran ciudadanos. Según el género, las mujeres votaron por Atenea, y los hombres por Neptuno. El resultado fi nal fue la victoria de Atenea, debido a que en la ciudad las mujeres eran un poco más numerosas que los hombres. A pesar de la votación mayoritaria del pueblo, en un conflicto postelectoral, Poseidón se puso furioso y quería arrasar la ciudad, inundándola; pero Atenea contuvo la furia del dios del mar debido al argumento fundamental de que había sido precisamente una decisión mayoritaria del pueblo, que los dioses mismos deberían respetar. Los hombres de la ciudad, sin embargo, también quedaron inconformes con el predominio femenino, pero tampoco se atrevieron a revertir la decisión, avalada por las deidades, y aceptaron la protección de Atenea para siempre. Sin embargo, para evitar la hegemonía de género en futuros debates sobre los asuntos de la ciudad, viendo que eran minoría ante las mujeres, hicieron luego su propia asamblea de ciudadanos y, argumentando el desconocimiento de las mujeres en asuntos públicos y su naturaleza inferior, decidieron quitarle en adelante el voto a las mujeres para cualquier otra decisión sobre la vida pública (Hamilton, 1969: 269). De esta manera, quedaba establecida la forma de la democracia como modelo deseable para evitar disputas en los asuntos públicos, pero quedaron claramente excluidos de la ciudadanía tanto los esclavos como las mujeres. Otro ejemplo relevante se encuentra durante el reinado del rey Teseo en Atenas, durante el contexto de la guerra contra Tebas, otra de las ciudadesestado vecinas hacia el norte. La fuente de estas anécdotas la encontramos en las tragedias griegas Antígona, Las Suplicantes, 7 contra Tebas. Teseo fue siempre uno de los héroes más queridos entre los atenienses y entre los griegos en general. Su historia se remonta a la transición de la época minoica (basada en el predominio de Creta sobre todo el mar Egeo y la parte continental) hacia la época micénica, en los principios del segundo milenio antes de Cristo, cuando se dirigió a Cnosos, la capital de Creta para matar al minotauro; después se convirtió en rey de Atenas. De acuerdo con la historia de las tragedias, Polynices, hijo de Edipo, había sido sepultado por Antígona contra las órdenes del rey Creonte; Antígona pagó esta desobediencia con su vida. Sin embargo, los otros jefes que habían venido con Polynices en contra de Tebas permanecían insepultos, por órdenes del mismo rey Creonte. Uno solo de los siete jefes había quedado con vida: Adrasto, quien entonces vino con Teseo, rey de Atenas, a suplicarle que influenciara a los tebanos y a Creonte en particular para que le permitieran enterrar los cuerpos de los otros jefes derrotados. Con Adrasto, venían las hermanas, esposas e hijos (las suplicantes) de los hombres 4 muertos. Aethna, la madre de Teseo, vino a aconsejar al rey de Atenas: “Estás obligado a enfrentar a aquellos que han errado... Frente a esos hombres violentos que rechazan el derecho de los muertos a ser sepultados, tú estás obligado a inducirlos a obedecer la ley. Es un derecho sagrado en toda Grecia“. Teseo le contestó: “Lo que dices son palabras ciertas, pero yo solo no puedo decidir sobre este asunto. Yo he sido puesto como señor de esta ciudad con un voto igual a todos. Si los ciudadanos están de acuerdo, entonces yo iré contra Tebas“. Se reunió entonces la asamblea de ciudadanos de Atenas y votó a favor de mandar una delegación para decirle a los tebanos que Atenas deseaba ser un buen vecino, pero que la ciudad no podía soportar el gran error que se estaba cometiendo en Tebas, al desobedecer una ley general para todos los griegos. Con ello, Teseo, siendo el rey, solamente consintió: “En esta ciudad hay un señor; Atenas es libre; el pueblo es el que manda“. Los tebanos recibieron el mensaje de Atenas y se sorpren- dieron argumentando contra la democracia: “¿Cómo puede una ignorante multitud dirigir sabiamente el rumbo de una nación?“. Pero Teseo les contestó: “Nosotros en Atenas escribimos nuestras propias leyes, y luego somos regidos por ellas. Sostenemos que no hay peor enemigo para el estado que aquel que quiere la ley en sus propias manos... Nosotros no queremos destruir el estado de Tebas; nosotros solamente queremos que los cuerpos de los muertos sean regresados a la tierra“. Con ello y puesto que los tebanos no cambiaban de opinión, los atenienses marcharon contra Tebas y la vencieron. Pero no hubo saqueo; prevaleció la orden de Teseo: “Nosotros venimos aquí no para destruir la ciudad sino solamente para reclamar el derecho de los muertos“ (Hamilton, 1969: 266). Un elemento explícito apuntado en esta historia es la visión de una ciudadanía griega que sobrepasa la de cada una de las ciudades-estado con leyes comunes. La misma Antígona le decía al rey Creonte: más que obedecer las órdenes de un rey, es menester cumplir las normas no escritas pero dictadas por los dioses para todos; se trataba del entierro de su hermano, a quien, como escarnio, Creonte pretendía mantener insepulto para ser presa de los perros. El enraizamiento de una cierta tradición democrática desde tiempos antiguos –por lo menos así quieren hacerla aparecer los escritores posteriores a través de estos mitos– sirvió de justificación ideológica para numerosas prácticas en diversas ciudades griegas, como lo veremos más adelante. Sin embargo, es notable que con la aparición de los grandes fi lósofos –Sócrates, Platón y Aristóteles– no se encuentra una justificación racional del modelo democrático –sino más bien una desconfianza–, sobre todo cuando se la compara con los otros dos predominantes en las constituciones de la época: la monarquía y la aristocracia. Para Platón, la sociedad ideal es una república gobernada por fi lósofos, que son los mejores, los que han descubierto el mundo de las ideas y que pueden guiar a los demás grupos sociales –los guerreros y los artesanos– al bienestar común. Aristóteles en su texto sobre 5 “Política“ no da un juicio determinante en relación a las tres formas de gobierno pero da a entender que tanto la monarquía como la aristocracia pueden funcionar perfectamente en una sociedad, en tanto que ese uno o varios gobernantes sean precisamente los mejores entre los hombres. Sobre la opinión de estos filósofos y su desconfianza sobre la democracia influyó necesariamente no una anécdota mitológica sino un hecho concreto: la muerte de Sócrates en el año 399 a.C., sentenciado a beber un veneno mortal, a partir de la decisión por parte de la Heliea, el tribunal de Atenas: de un total de 556 votos, tuvo 281 en contra y 275 a favor, según se apunta en el libro de la Apología, escrito por Platón. Sócrates fue acusado de corromper a la juventud y condenado. Después de Aristóteles, la democracia empezó a desaparecer como objeto de debate en el análisis de las sociedades. Solamente Cicerón la incluye como elemento constitutivo de la república romana, pero ya no como democracia directa sino como representación de la voluntad popular a través de los comicios en el senado; en ese momento del siglo I a.C., se estaba resquebrajando la república, con la centralización del poder en Julio César. Como propuesta de modelo de sociedad, la democracia solamente volverá a aparecer de manera explícita en el debate social con Spinoza en el siglo XVII d.C. . El surgimiento histórico de la democracia en Atenas En Grecia, la inconformidad con numerosas oligarquías en diversas ciudades-estado hizo surgir la época de los tiranos, que es el contexto en que surgieron los filósofos presocráticos y cuando comenzó la etapa de la tragedia griega, entre el año 650 y 510 a.C. Los tiranos fueron gobernantes que se impusieron sin consultar a los nobles o rebelándose contra ellos, pero que, en varios casos, llevaron paz y prosperidad a las ciudades. Estos autócratas rompieron el dominio de las aristocracias ancestrales sobre las ciudades; representaban a los nuevos terratenientes y a una riqueza más reciente, acumulada durante el crecimiento económico de la época precedente y basaban su poder, en una medida mucho mayor, en las concesiones hechas a la masa no privilegiada de los habitantes de la ciudad (Anderson, 1999: 24). Frente a las oligarquías tradicionales de los grupos que controlaban el gobierno de las ciudades surgieron estos líderes que encabezaron la inconformidad. Los tiranos eran normalmente unos arribistas de considerable riqueza, cuyo poder personal simbolizaba el acceso del grupo social del que procedían a los honores y las posiciones elevadas dentro de la ciudad. Su victoria, sin embargo, fue posible generalmente sólo por la utilización que hicieron de las reivindicaciones radicales de los pobres, y sus realizaciones más duraderas fueron las reformas económicas a favor de las clases populares que tuvieron que conceder o tolerar para asegurar su poder (Anderson, 1999: 25). 6 De hecho, entre los siete sabios más importantes de Grecia (Pítaco, Quilón, Tales de Mileto, Cleóbulo, Periandro, Bias, Solón) en el siglo VI a.C., varios fueron tiranos y sobresalieron por sus acciones a favor de los ciudadanos y por su sabiduría. Una de las ciudades que llegó a ser la más floreciente e importante del mundo griego de esta época fue Mileto, bajo el tirano Trasíbulo. Ahí nació Tales de Mileto (624-546 a.C.), quien inició la fi losofía presocrática y se destacó en astronomía, geometría y numerosas ciencias físicas; llegó a predecir un eclipse de sol en el 585 a.C. y pensaba que el agua podía ser el elemento clave de constitución y desarrollo del universo. Pero su aportación más importante fue el surgimiento de la ciencia propiamente dicha: Especuló sobre la constitución del Universo, sobre su naturaleza y sobre su origen. Para ello, partió de dos supuestos. Primero, afirmó que no había dioses ni demonios involucrados, sino que el Universo opera por leyes inmutables. Segundo, sostuvo que la mente humana mediante la observación y la reflexión, podía llegar a saber cuáles son esas leyes. Toda la ciencia, desde la época de Tales, parte de estos dos supuestos (Asimov, 1998: 66). La filosofía presocrática estuvo centrada en el estudio de la naturaleza, pero con ello le imprimió una autonomía al concimiento humano en un intento por descubrir las leyes generales del universo y la sociedad. Con Tales, nacióprecisamente la época de los presocráticos y con ellos las ciencias naturales y la posibilidad de la ciencia social: el desarrollo del mundo puede entenderse con sus leyes propias sin la intervención de los dioses. Esta concepción será también la base de la época moderna naciente en la Europa del siglo XVI, en donde resurgieron las ciencias naturales con Copérnico y Galileo y en cuyo marco se empezó a combatir al estado absolutista para hacer surgir el liberalismo de la Ilustración. En 594 a.C., Solón fue elegido gobernante de Atenas: era noble, rico, talentoso y poeta. Con él se simboliza el inicio de la época de oro de Grecia. Empezó aboliendo todas las deudas; liberó a quienes habían sido esclavizados por ellas; abolió la mayoría de las penas de muerte establecidas por Dracón; creó tribunales populares; reorganizó el gobierno ateniense creando una asamblea para elaborar las leyes con participación de miembros de todos los ciudadanos: era el camino hacia el gobierno del pueblo, hacia la democracia. “Solón había demostrado que había una alternativa a la oligarquía diferente de la tiranía. Atenas ofreció la democracia como alternativa” (Asimov, 1998: 81). El proceso había empezado lentamente desde finales del siglo VII a.C., porque la masa de los ciudadanos llegó a constituir una asamblea plenaria de la ciudad, con derecho a decidir sobre la política que le presentaba el consejo de ancianos, que, a su vez, se convirtió en un cuerpo electivo, mientras que los cinco magistrados anuales o éforos tuvieron en adelante la suprema autoridad ejecutiva por elección directa de todos los ciudadanos (Anderson, 1999: 29). En lo económico, Solón impidió el crecimiento de las fincas nobiliarias para establecer el modelo de las pequeñas y medianas propiedades; esto fue acompañado de una nueva administración política: Solón privó a la nobleza de su monopolio de los cargos al dividir a la población de Atenas en cuatro 7 clases de rentas: a las dos clases superiores les concedió el derecho a las supremas magistraturas; a la tercera, el acceso a los cargos administrativos inferiores, y a la cuarta y última, un voto en la asamblea de ciudadanos, que a partir de entonces se convirtió en una institución regular de la ciudad (Anderson, 1999: 26). Solón pudo reconquistar Salamina en 570 a.C. (la isla de Ayax en la Ilíada, que la ciudad de Megara poseía, pero que los atenienses consideraban suya por la relación entre Ayax y los atenienses), bajo la dirección de Pisístrato. Sin embargo, después, éste mismo, con el apoyo de otros oligarcas, derrocó a Solón apoderándose de la Acrópolis en 561 a.C.; Solón murió en el 560 a.C. El tirano Pisístrato gobernó Atenas por 40 años. Consolidó la formación social de Atenas apoyando directamente a los pequeños y medianos agricultores. La base económica de la ciudadanía helena habría de ser la modesta propiedad agrícola... A partir de entonces, los ejércitos se compusieron esencialmente de hoplitas, infantería pesada que constituyó una innovación griega en el mundo mediterráneo. Cada hoplita se equipaba, a sus expensas, con armas y armadura: una soldadesca de este tipo presuponía un razonable nivel económico y, de hecho, los soldados hoplitas siempre procedían de la clase media agraria de las ciudades... La condición previa de la posterior democracia griega o de la extendida oligarquía fue una infantería de ciudadanos que se armaban a sí mismos (Anderson, 1999: 27). Pisístrato extendió el control de Atenas hacia la entrada del mar Negro dominando ambos lados del Helesponto; editó los libros de Homero y empezó a construir en la Acrópolis para convertirla en maravilla del mundo. Muchos poetas y dramaturgos del mundo griego llegaron a Atenas por el apoyo y ayuda de otros tiranos, aun después de la muerte de Pisístrato en 527 a.C., con el gobierno de sus hijos Hiparco e Hipías. Hiparco fue asesinado, e Hipías, rece loso, gobernó imponiendo el terror. Una rebelión apoyada por Cleómenes, rey de Esparta, puso a Hipías en el exilio, y puso a Clístenes como gobernante de Atenas, quien volvió a renovar el sistema político de la democracia. Mogens Herman Hansen señala que fue Clístenes quien introdujo la democracia directa en Atenas, en el año 507 a.C, al derrocar al tirano Pisístrato e integrar un consejo de gobierno de 500 miembros, con lo cual estableció la primera forma de participación directa, unifi cando la conciencia nacional en torno al Estado griego. Fue “una auténtica forma de democracia directa, que alivió algunas de las tensiones sociales y permitió realizaciones benéfi cas en todos los órdenes de la vida” (UNAM, 1990: 76). Años después, los atenienses pudieron derrotar a los persas en la batalla de Maratón del 490 a.C. comenzando una hegemonía sobre todo el mar Egeo. Después de Maratón, Atenas “dio nuevos pasos hacia la plena realización de la democracia” (Asimov, 1998: 109); el más importante fue una votación directa en la plaza donde los ciudadanos utilizaban pedazos de cerámica (ostrakos), donde escribían el nombre de algún ciudadano no deseable; los votos se colocaban en una urna y luego se contaban; la mayoría decidía que determinado individuo fuera exiliado de la ciudad: el voto de destierro es 8 llamado “ostracismo“. La primera vez que se usó el ostracismo fue en el 487 a.C. (contra un miembro de la familia de Pisístrato), pero la votación más importante se dio cuando en 482 a.C. se utilizó para decidir entre Temístocles y Arístides el Justo, sobre la manera de cómo hacer frente a la nueva amenaza de los persas. Pero la democracia directa, en muchas ocasiones, no resultaba en un proceso simplemente espontáneo, debido a la influencia de los nobles o de diversos funcionarios del gobierno, que querían hacer pesar su voz entre los votos de los ciudadanos. La práctica popular directa de la constitución ateniense se diluía en la práctica por el predominio informal sobre la asamblea de los políticos profesionales, procedentes de las familias de la ciudad tradicionalmente ricas y de alta cuna... Atenas nunca produjo una teoría política democrática: prácticamente todos los filósofos e historiadores áticos de alguna importancia tuvieron convicciones oligárquicas. Aristóteles condensó la quintaesencia de sus opiniones en su breve y significativa proscripción de los trabajadores manuales de la ciudadanía del Estado ideal (Anderson, 1999: 34). Ante la nueva amenaza de los persas que venían por tierra por la parte norte continental, la sacerdotisa del oráculo de Delfos había dicho que “sólo la muralla de madera quedaría sin conquistar”. Arístides pensó que se debería construir una muralla de madera alrededor de la acrópolis. Temístocles quería construir un nuevo tipo de barco, los trirremes, para hacer una flota que fuera invencible; interpretaba que a eso se refería la sacerdotisa de Delfos con la muralla de madera. Paralelamente, en el 483 a.C., se descubrieron minas de plata al suroriente de Ática y con ello Temístocles pregonó el uso de la plata para la construcción de los trirremes. El Ática tenía en Laurión las minas de plata más ricas de Grecia. Extraído principalmente por grandes grupos de esclavos –alrededor de 30,000-, el mineral de estas minas financió la construcción de la flota ateniense que venció en Salamina a los barcos persas. La plata ateniense fue, desde el principio, la condición del poderío naval de Atenas” (Anderson, 1999: 35). En el 482 a.C. se convocó a una votación de ostracismo entre Arístides y Temístocles: Arístides perdió y fue desterrado mientras que Temístocles quedó al frente de la defensa de Atenas. Jerjes en persona se acercaba con un ejército de alrededor de 200.000 persas por el norte; había cruzado el Helesponto, atravesó Tracia y llegó a Macedonia. “Mientras Jerjes comenzaba la invasión, las ciudades griegas llegaron a unirse contra el enemigo común como nunca lo habían hecho antes y como jamás volverían a hacerlo. La unión griega se concretó en un congreso realizado en la ciudad de Corinto en 481 a.C.” (Asimov, 1998: 114). Los fuertes de la confederación eran Esparta y Atenas; el mando del ejército se le confi ó al espartano Leónidas, quien para luchar contra los persas en pequeños contingentes los esperó en el paso de las Termópilas, en Fócida, a unos 160 kilómetros al noroeste de Atenas (ese paso, en ese tiempo, entre las montañas escarpadas y el mar no tendría más de 15 metros). “En julio de 480 a.C., el gran ejército de Jerjes se dirigió a las Termópilas; frente a él había solamente 9 7.000 hombres bajo el mando de Leónidas, rey de Esparta” (Asimov, 1998: 116). Allí resistieron los griegos, pero los persas con ayuda de un traidor focense descubrieron un estrecho camino por otro lado de la montaña y acorralaron por detrás a los griegos. Leónidas dio la orden de huida para su pequeño ejército, pero él y 300 espartanos y otros 700 beocios se quedaron y murieron a manos de los persas. En el 480 a.C., “el ejército de Jerjes ocupó y quemó la misma ciudad de Atenas. Jerjes estaba en la Acrópolis” (Asimov, 1998: 117). Los atenienses habían abandonado la ciudad; ellos y la flota de los trirremes estaban en el estrecho entre el Ática y la isla de Salamina. Temístocles atrajo a la flota persa hacia ese estrecho, y con ello los persas no pudieron utilizar todos sus barcos contra la flota griega por lo angosto de las aguas, y por ello fueron hechos pedazos por los trirremes. El rey persa se encontró con que en las aguas del estrecho no podía usar toda su flota, sino que sólo podía enviar una parte de sus barcos por vez. Los trirremes griegos eran mucho más ágiles y podían girar, esquivarse y abalanzarse rápidamente, de modo que los barcos persas fueron víctimas inermes de los griegos. “En la batalla de Salamina... (en el) 480 a.C. o alrededor de esa fecha, la flota persa fue destruida y Grecia se salvó” (Asimov, 1998:119). Jerjes se volvió a Persia y dejó a su cuñado Mardonio a cargo del resto de su ejército en Macedonia. Un año después, el ejército persa de 150.000 hombres dirigidos por Mardonio se enfrentó a los griegos dirigidos por Pausanias en la ciudad de Platea, en agosto del 479 a.C. Mardonio fue muerto y el resto de los persas huyeron y se volvieron a Asia. Al mismo tiempo, también en la costa oriental del mar Egeo, los persas fueron derrotados por los griegos; las ciudades griegas de Jonia recuperaron su independencia como resultado de la batalla de Micala. El ejército ateniense liberó toda la costa hasta la zona del Helesponto y el Bósforo en el 478 a.C., y con ello la guerra con Persia llegó a su fi n; todo el mar Egeo se convirtió en dominación griega. La fragilidad de las votaciones de ostracismo se llegó a mostrar cuando algunos personajes fueron aclamados y tomados como héroes para posteriormente, en otro momento, ser declarados traidores. Un ejemplo fue el de Temístocles, quien, después de su gran victoria, fue perdiendo popularidad y, en una votación de ostracismo frente a un nuevo líder, Cimón, perdió y fue expulsado de Atenas; después, la misma ciudad de Atenas lo declaró traidor y tuvo que abandonar Grecia; actualmente, sin embargo, se encuentra una estatua suya en el Pireo. Semejante mala suerte corrieron otros héroes griegos de esta época: Pausanias, rey de Esparta, quien había derrotado a Mardonio y los persas en Platea, cayó en desgracia y fue perseguido hasta su muerte por los propios espartanos; Leotíquidas, otro héroe espartano en la batalla de Micala, fue encontrado culpable de sobornos y desterrado; Milcíades, el gran héroe de Maratón, también cayó en desgracia entre los atenienses después de la victoria sobre los persas. También otro líder, Cimón, de Atenas, fue posteriormente desterrado con otra votación de ostracismo en el 461 a.C. frente a Efi altes, quien subió al poder. Las preferencias del pueblo, entonces, podían ser momentáneas para convertirse, luego, en decepción y aborrecimiento. 10 Desde el punto de vista social, hay que resaltar la contradicción entre, por un lado, la constitución del nuevo imperio griego con la hegemonía ateniense en toda la zona y, por otro, la persistencia del modelo democrático en numerosas ciudades-estado. El imperio ateniense que surgió a raíz de las guerras persas fue un sistema esencialmente marítimo, destinado a subyugar coercitivamente a las ciudades-Estado griegas del Egeo... El auge del poderío de Atenas en el Egeo creó un orden político cuya verdadera función consistió en coordinar y explotar las costas e islas ya urbanizadas por medio de un sistema de tributos monetarios... En el momento de su esplendor, durante la década de 440, el sistema imperial ateniense abarcaba a unas 150 ciudades, principalmente jónicas, que pagaban una suma anual en dinero al tesoro central de Atenas y no podían mantener flotas propias (Anderson, 1999: 36). Imperio y democracia pudieron coexistir en esa época. El sistema imperial gozaba también de las simpatías de las clases más pobres de las ciudades aliadas, porque la tutela ateniense signifi caba por lo general la instalación local de regímenes democráticos, acordes con los de la propia ciudad imperial, y la carga fi nanciera de los tributos recaía sobre las clases altas” (Anderson, 1999: 37). Frente a la posible amenaza de los persas, los atenienses tam- bién hicieron importantes alianzas hasta llegar a la Confederación de Delos. El tesoro central de la alianza fue depositado en Delos, a 160 kilómetros al sudeste de Atenas; Temístocles seguía en el poder en Atenas y aplicó una nueva interpretación a las “murallas de madera” del oráculo de Delfos: empezó a construir murallas reales no en la Acrópolis sino alrededor de toda la ciudad y fortifi có el puerto marino del Pireo, a 80 kilómetros de Atenas. A mediados del siglo V a.C., llegó Pericles al poder en Atenas; era un espíritu apasionado por el modelo de la democracia. Pericles había nacido en el 490 a.C., el año de la victoria en Maratón; su padre había luchado en Micala y era de la familia de los Alcmeónidas; uno de sus maestros fue Zenón de Elea. Pericles duró 30 años en el poder; “durante su gobierno, Atenas llegó a la cúspide de su civilización y conoció la edad de oro” (Asimov, 1998: 135). Construyó los “Largos muros” entre Atenas y el Pireo, en el 458 a.C.; fortaleció Atenas y la embelleció. Encargó al escultor Fidias la construcción de un templo en la Acrópolis, dedicado a la diosa Atenea, guardiana de la ciudad: el templo fue llamado el Partenón, que se inició en el 447 a.C. y se terminó en el 432 a.C. Dentro de la Acrópolis, también Fidias hizo una gran estatua de madera de Atenea, cubierta de marfi l como piel y oro en los vestidos; hizo otra estatua para Zeus, que se convirtió en una de las siete maravillas del mundo, frente a la cual se realizaron algunas ceremonias de los juegos olímpicos. La edad de oro se expresó de esta manera en el siglo V a.C., teniendo sobre todo como centro propulsor la ciudad-estado ateniense. Atenas se convirtió en el centro cultural del mundo griego. Y también la fi losofía tomó un nuevo rumbo... En Atenas, el interés comenzó a centrarse en el ser humano y en el lugar de éste en la sociedad. En Atenas se iba desarrollando una democracia 11 con asamblea popular y tribunales de justicia (Gaarder, 1999: 74) . Guerra, política y democracia La época de “plata” en Grecia constituye el inicio de un período de decadencia de las ciudades-estado, a partir precisamente del fin de la guerra del Peloponeso, la destrucción de Atenas y la continuación de otras guerras entre las diversas sociedades griegas. De manera simbólica, la muerte de Sócrates en el 399 a.C. coincide con el comienzo de otro siglo y con el surgimiento de un nuevo período. La guerra del Peloponeso (del 431 al 404 a.C.), de manera particular, fue relatada por Tucídides, un general ateniense que fue exilado en el 423 a.C. Atenas trasladó el tesoro de la Confederación de Delos a la misma ciudad de Atenas; de hecho era la época del imperio ateniense, sobre todo porque Pericles extendió su poder en los mares. Pero Esparta se recuperaba y junto con sus aliados enfrentó a los atenienses, a partir de que los éforos, en 431 a.C. le declararon la guerra a Atenas. Las ciudades más oligárquicas de la Grecia interior fueron encabezadas por Esparta para enfrentar el dominio ateniense. En tierra, Pericles concentró a los atenienses en “los largos muros” entre Atenas y el Pireo, y en mar dominaba con la flota. Los espartanos arrasaban el Ática pero no conseguían hacer daños fundamentales a Atenas. A un año de la guerra, en un funeral público por los muertos en la guerra, Pericles pronunció una oración fúnebre, que es el gran himno a la democracia y la libertad, como lo relata Tucídides: “... considerada en conjunto, nuestra ciudad es la maestra de Grecia. Nuestras instituciones no imitan las leyes de otros. No copiamos a nuestros vecinos sino, más bien, somos un ejemplo para ellos. Nuestro sistema es llamado democracia porque respeta a la mayoría y no a unos pocos; pero aunque la ley asegura la igualdad a todos en las disputas particulares, el reclamo de la excelencia también es reconocido; y cuando un ciudadano se distingue de alguna manera, él es generalmente preferido para el servicio público, no por rotación, sino por su mérito” (Tucídides, citado por Brophy, 1998: 138). Sin embargo, dentro de los largos muros de su ciudad, los atenienses fueron golpeados por la peste en el 430 a.C.: murió el 20% de la población incluyendo el mismo Pericles. Esparta fue favorecida en la guerra; su poder avanzó hasta la península Calcídica y llegó hasta Anfípolis, ciudad que era defendida por Tucídides. Este no se encontraba allí en ese momento y fue culpado de la rendición de la ciudad, su pena fue el exilio y con ello tuvo la oportunidad de escribir la historia sobre la guerra. Fue una época de sangre y sufrimiento para toda Grecia, hasta que se fi rmó en el 421 a.C. la paz de Nicias, el nombre del principal negociador ateniense. Pero el tratado de paz tuvo poca repercusión porque se reanudaron pronto las hostilidades en el 418 a.C.: Nicias encabezó a los atenienses para enfrentar a Agis II de Esparta. La futura derrota de Atenas se fue elaborando a partir de que Nicias elegió como general de sus fuerzas a Alcibíades, de la familia de los Alcmeónidas, quien con sus erradas estrategias y sus continuas traiciones, fue hundiendo la fortaleza militar de los atenienses. Las derrotas de Atenas provocaron que se agitara el descontento contra Nicias. Alcibíades, entonces, convocó a la 12 última votación democrática de ostracismo, pero para su sorpresa, él mismo la perdió. La batalla decisiva entre las flotas de Esparta y Atenas se libró en Egospótamos, en Tracia, a favor de Esparta, en el 405 a.C. Esparta se apoderó entonces de toda la región del norte del Egeo y llegó al Pireo, en 404 a.C.: fueron destruidos los largos muros lo mismo que la ciudad de Atenas; a la que se le permitió sobrevivir pero bajo la dominación espartana y con la adopción de una forma oligárquica de gobierno. Sócrates vivió en todo este período (469 - 399 a.C.) de la guerra del Peoloponeso, sobre todo en diversos momentos de restauración de la democracia. En medio de todo el desastre de la guerra del Peloponeso, discutió sobre el signifi cado de la virtud y la justicia, buscando dónde reside la verdadera sabiduría. Reunía jóvenes, pero en vez de explicar, interrogaba (la maiéutica) llevando la discusión para que los jóvenes descubrieran ellos mismos la verdad. El oráculo de Delfos había dicho que Sócrates era el más sabio de los hombres. Aristófanes, el satírico conservador (en su obra Las Nubes, en 423 a.C.), acusaba a Sócrates de poner en tela de juicio la vieja religión, de ser impío y corromper la juventud. De hecho, esas fueron las razones que llevaron a Sócrates a juicio en el 399 a.C., donde fue condenado a muerte, en forma democrática, por el tribunal de Atenas. “Un fi lósofo romano –Cicerón– diría unos siglos más tarde, que Sócrates hizo que la filosofía bajara del cielo a la tierra, y la dejó morar en las ciudades y la introdujo en las casas, obligando a los seres humanos a pensar en la vida, en las costumbres, en el bien y en el mal” (Gaarder, 1999: 81). Por ello mismo, llegó a ser enjuiciado y condenado. La decadencia se había engendrado ya con la guerra del Peloponeso y la destrucción de Atenas, y se prolongó por los posteriores conflictos internos. Ello fue el contexto para el surgimiento del poder macedonio venido primero con Filipo II, y posteriormente con Alejandro el Grande. Sin embargo, hay que tomar en cuenta que en esa época precisamente surgieron también las grandes fi losofías de Platón, discípulo de Sócrates, y luego de Aristóteles (muerto en el 322 a.C.). Platón tiene tres textos fundamentales para el análisis social de su época: El político, La República y Sobre las leyes. En su texto sobre la “República”, Platón propone los lineamientos de la ciudad-estado ideal para la convivencia en comunidad, donde los hombres y las mujeres son iguales por naturaleza, pero donde solamente unos pocos, los fi lósofos, pueden ser los gobernantes. Posteriormente, en vida de Aristóteles durante la última parte del siglo IV a.C. se extendió el poder de Macedonia sobre toda Grecia, especialmente con Alejandro, quien formó el más grande imperio de la antigüedad, extendiendo la influencia griega hasta el Oriente. Muchos fi lósofos de esa época y en siglos posteriores dejaron la política y se dedicaron al análisis de la vida personal de los individuos: Antístines, Diógenes, Zenon de Citio, Aristipo de Cirene, Epicuro, Aristófanes, etc. Aristóteles murió un año después que Alejandro: había nacido en el 384 a.C. 13 en la ciudad de Estagira, en la Calcídica; es tudió con Platón y estuvo en la Academia del 367 al 347 a.C.; la dejó después de la muerte de Platón. Cuando Alejandro subió al trono, Aristóteles se fue a Atenas y fundó una escuela llamada lukeoin, en honor a un templo dedicado a Apolo, el matador de lobos: el Liceo. Se dedicó a la ciencia natural pero también a la ética, la crítica literaria, la política, la lógica; sus mejores escritos son los relativos a la biología. La Política de Aristóteles –junto con Ética para Nicómaco– es el mejor texto para el análisis de las diversas constituciones que existían en las diversas ciudades griegas. A partir de su profesión de biólogo, le dio gran importancia a la observación y al trabajo empírico, de tal manera que, de ahí, podía inducir diversas generalizaciones. Las formas de gobierno en Grecia las simplificó en tres grandes modelos: la monarquía, la aristocracia y la democracia. Desde su concepción, la naturaleza del hombre era ser político y por ello todos los ciudadanos debían participar alternativamente en el gobierno de la ciudad; todo ciudadano tenía derecho a formar parte en la Asamblea para decidir los asuntos colectivos; con ello, Aristóteles muestra una inclinación teórica hacia la democracia: “Si la libertad y la igualdad son, como se asegura, las dos bases fundamentales de la democracia, cuanto más completa sea esta igualdad en los derechos políticos, tanto más se mantendrá la democracia en toda su pureza” (Aristóteles, 1993: 166). Sin embargo, la democracia implica la participación de todos, incluso hasta de los ciudadanos más pobres e ignorantes que pueden no estar al tanto de las tareas de un Estado. Es por ello que Aristóteles terminó inclinándose por los gobiernos aristocráticos, entendidos como los gobiernos de los mejores ciudadanos, que podrán con mejor sabiduría dar la conducción adecuada a la polis: Este hermoso nombre de aristocracia sólo se aplica verdaderamente con toda exactitud al Estado compuesto de ciuda danos que son virtuosos en toda la extensión de la palabra, y que no se limitan a tener sólo alguna virtud en particular. Este Estado es el único en que el hombre de bien y el buen ciudadano se confunden en una identidad absoluta (Idem: 170). Dentro de las grandes desigualdades prácticas que hay entre los ciudadanos de las diversas ciudades, Aristóteles se inclina por la teoría de las clases medias, cuya consolidación es el mejor método para dar la estabilidad a cualquier estado: La asociación política sobre todo es la mejor cuando la forman ciudadanos de regular fortuna. Los estados bien administrados son aquellos en que la clase media es más numerosa y más poderosa que las otras dos reunidas... Si quieren que haya un poder que represente el interés general, sólo podrán encontrarlo en la clase media (Idem: 178-9). Platón y Aristóteles no consideraron la democracia como una forma ideal de gobierno puesto que manifestaron su preferencia hacia el gobierno de los mejores, fueran éstos expresados en una forma monárquica o aristocrática. Pero si tomamos en cuenta el gran número de constituciones que Aristóteles analizó en el siglo IV a.C., buen número de ellas estaban caracterizadas como democráticas, simbolizando una unión ideal entre pueblo y gobierno pero que en la práctica había resultado como una manera instrumental, un método para resolver pacíficamente las diferencias entre los mismos ciudadanos y una manera de que la población incidiera en las acciones del 14 gobierno, aceptando la regla matemática de la prioridad de un número mayor sobre otro menor de votos; se tenía también en consideración que una mayoría de ciudadanos podía llevar a los gobernantes a poner atención sobre ciertas necesidades que ellos desconocían. En este sentido, lo que empezó a funcionar entre los griegos, en el tránsito del siglo VI al V a.C. –antes de Platón y Aristóteles–, fue un método para resolver grandes diferencias entre los ciudadanos sobre los asuntos pú blicos que, de otra manera, hubieran llevado a una gran división y ruptura dentro de la ciudad; los resultados posteriores de varias experiencias fueron ambiguos y variados, sobre todo cuando contempla uno la derrota de Atenas en la guerra del Peloponeso. Si la palabra demos expresaba el conjunto de personas que viven en comunidad ligados por intereses colectivos que se expresaban en instituciones aceptadas por todos, entonces cuando se inventa la palabra compuesta demos y kratos (fuerza, poder) a través de la expresión democracia, lo que tenemos es el deseo de una forma de gobierno de una comunidad en donde la participación de los ciudadanos es la clave fundamental del funcionamiento de la polis (el espacio donde vive la comunidad). Este último concepto también significa una comunidad de ciudadanos unidos por una constitución, una serie de ordenamientos que es la organización de las instituciones que rigen la vida de la misma comunidad. Con la palabra democracia, en Grecia se ligaba necesariamente el concepto de ciudadano y su derecho a participar en las decisiones colectivas; en conjunto, democracia y ciudadanía existían a través de la política, que era la vida colectiva donde gobierno y ciudadanos coincidían a través de las decisiones de la Asamblea del Pueblo. Entonces no existía, como en nuestras sociedades modernas, una división radical entre sociedad civil y sociedad política; dividirlas, para los griegos, no tenía ningún sentido porque en su esencia la ciudad era la polis. Sin embargo, se puede notar que, en la época de Aristóteles, empezaron a aparecer formas de representación a través de una democracia indirecta: Aristóteles menciona en La Política, en el análisis de 158 constituciones griegas, algunos casos en que la Asamblea escogía a los magistrados, pero luego ellos tomaban todas las decisiones políticas para el gobierno de la ciudad. Si ahora nos preguntamos qué elementos fundamentales llegó a incluir la práctica de la democracia griega, podemos señalar actividades como las siguientes: a. Un proceso de elección dentro de las tribus para que la voz de los demos estuviera representada en las discusiones y decisiones del Consejo del Pueblo. b. Un proceso de elección directa como voz de todos los ciudadanos para poder defi nir si un líder debía irse o no al ostracismo en caso de que no gozara con la simpatía de la colectividad. c. Participación continua de los ciudadanos en los asuntos públicos a través de mecanismos institucionales aceptados por toda la comunidad. La práctica principal era el debate público con argumentos para poder llegar a persuadir a los otros. 15 d. Las principales decisiones se tomaban por simple mayoría en asambleas que eran conformadas por varios cientos o por varios miles de ciudadanos. e. La participación ciudadana podía ser de una manera pasiva (escuchar y votar) o de una manera activa (propuestas habladas con discursos argumentados), y por eso tal vez, en tiempos de Pericles se llegó a aceptar que en diversos casos los ciudadanos fueran pagados por su actividad política. f. En varios períodos de la historia del siglo V, las rivalidades de los líderes fueron decididas no por elección sino por la suerte. Esto se daba en el caso de las magistraturas, responsabilidades en la conducción de la corte del Pueblo, en donde se armaba una lista fi nal, de la cual el designado salía simplemente por decisión de la fortuna. El nivel de participación de los ciudadanos de Atenas en las decisiones de la polis no tienen paralelo en la historia humana; el nivel actividad política, por esencia, le pertenecía a todo ciudadano, y por ello Aristóteles llegó a decir: “el ser humano es social (político) por naturaleza”. El aporte filosófico de la democracia de Atenas está expuesto en el discurso de Pericles referido por Tucídides: “El nombre de la democracia está basado en un gobierno que no está en manos de unos pocos sino en los de la mayoría”. Pero Aristóteles enfatiza otro aspecto de la constitución democrática: la libertad. Solamente en un sistema de este tipo pueden los seres humanos vivir verdaderamente libres: no se está sujeto a la decisión de un tirano porque se trata de un gobierno elegido por el pueblo; y si hay cosas o instituciones que se quieran cambiar, todo ciudadano tiene la plena libertad de hablar y convencer para lograr los cambios adecuados. Sin embargo, los postulados fi losófi cos del siglo IV a.C. en materia social realizaron fuertes críticas a los gobiernos democráticos, particularmente sobre la base del reclamo de los tebanos al rey Teseo: “¿Cómo puede una ignorante multitud dirigir sabiamente el rumbo de una nación?” Si, además, para el caso específico de Platón, el símbolo de la democracia fue la ejecución de su maestro Sócrates, condenado por mayoría de votos a beber la cicuta, su ideal de gobierno no podía ser la democracia sino la monarquía o la aristocracia ilustrada, suponiendo que los gobernantes hubieran avanzado en la fi losofía al mundo de las ideas. El mismo Aristóteles, analizando las tres formas principales de gobierno (monarquía, aristocracia y democracia) parece preferir el gobierno de unos pocos, suponiendo que pueden ser los mejores ciudadanos y no la generalidad de un pueblo que no tiene alta educación. Otro problema empírico fue la realización misma de la democracia a través de una serie de manipulaciones posibles por aquellos que empezaban a profesionalizarse en la política. La práctica popular directa de la constitución ateniense se diluía en la práctica por el predominio informal sobre la asamblea de los políticos profesionales, procedentes de las familias de la ciudad tradicionalmente ricas y de alta cuna... Atenas nunca produjo una teoría política democrática: prácticamente todos los fi lósofos e historiadores áticos de alguna importancia tuvieron 16 convicciones oligárquicas. Aristóteles condensó la quintaesencia de sus opiniones en su breve y significativa proscripción de los trabajadores manuales de la ciudadanía del Estado ideal (Anderson, 1999: 34). . Luces y sombras de la herencia política de Grecia Existe una gran herencia cultural de la civilización griega, que se muestra sobre todo en los impresionantes monumentos, en las ciencias naturales, en la literatura, en el pensamiento filosófico occidental y en numerosas etimologías griegas dentro de diversos lenguajes modernos. Las palabras griegas se entremezclan, por ejemplo en el español, para dejar un legado no sólo en el aspecto lingüístico, sino también una carga cultural que todavía no hemos asimilado en la profundidad de su contenido. Palabras de la etimología griega como democracia, antropología, economía, teología, fi losofía, diálogo, política, etc. nos recuerdan la herencia de esas sociedades antiguas que todavía siguen presentes sobre todo en la cultura occidental. Sin embargo, cultura en el sentido griego, como dice Werner Jaeger, no es solamente la totalidad de manifestaciones y formas de vida que caracterizan un pueblo, que sería un concepto descriptivo y trivial, sino paideia, como un alto concepto del valor de la vida en sociedad y un ideal consciente. En forma de paideia, de cultura, consideraron los griegos la totalidad de su obra creadora en relación con otros pueblos de la Antigüedad, de los cuales fueron herederos. Incluso el propio Augusto concibió la misión del Imperio romano en función de la idea de la cultura griega. Sin la idea griega de cultura no hubiera existido la Antigüedad como unidad histórica ni el mundo de la cultura occidental” (Jaeger, 1957: 6). La paideia griega permanece entonces no solamente como una herencia, sino también como un ideal de humanidad en muchos de sus aspectos. La civilización de Grecia, especialmente en su forma ateniense, estuvo fundada sobre los ideales de libertad, optimismo, secularismo, racionalismo, belleza mesurada, la glorificación del cuerpo y la mente y sobre una alta consideración por la dignidad y el valor del individuo. La cultura de los griegos fue la primera en el Occidente que estuvo basada sobre la primacía del intelecto; no había temática de la que tuvieran miedo de investigar” (Lerner et al., 1998: 121). Con la paideia se vincula también el concepto de polis, de donde surge la politeia de Platón y la política de Aristóteles: un concepto que proporciona la raíz de nuestra política contemporánea pero que difi ere mucho en su signifi cado debido a las responsabilidades de todo ciudadano griego en la conducción del gobierno de su comunidad, sin dejar tal responsabilidad sólo a los gobernantes; en boca de Pericles, Tucídides pone estas palabras en el siglo V a.C.: “todos cuidan de igual modo de las cosas de la república que tocan al bien común, como de las suyas propias; y ocupados en sus negocios particulares, procuran estar enterados de los del común” (Tucídides, 1998: 85). De esta manera, se puede afirmar con mucha claridad que muy mal va a funcionar una democracia y una república con ciudadanos no educados en la paideia; en otras palabras, ciudadanos sin educación muy poco podrán garantizar un modelo democrático. 17 Lo que hay que reconocer, sin embargo –y por ello nunca hay que acceder a la historia en forma acrítica–, son los otros aspectos del mundo griego que, desde la perspectiva del mundo contemporáneo, tienen que verse como algo totalmente negativo cuando vemos, en muchas ocasiones, ciertas visiones de la ciudadanía contemporánea en modelos democráticos. Algunos de esos puntos negros pueden ser los siguientes: la esclavitud (a la que consideraban como natural), cuyos miembros estuvieron sujetos a un tratamiento brutal en las minas, por ejemplo; el sistema represivo de los hombres y los esposos sobre las mujeres; la sujeción que ejercieron ciertas ciudades como Esparta – e incluso la misma Atenas– sobre las comunidades vecinas. El mismo caso de la muerte de Sócrates por la decisión de un juicio formalmente democrático puede considerarse como un signo de intolerancia ante alguien que expresaba y compartía sus ideas con los jóvenes atenienses; en este caso dramático podríamos aplicar la versión de Tocqueville sobre la “dictadura de las mayorías”. Por otro lado, entre los puntos negros de la sociedad griega, se puede observar como tradición una profunda misoginia en las distintas épocas. Un antecedente se encuentra en Semó- nides, poeta griego del siglo VII a.C., que en su obra Dios hizo diferentes a las mujeres, las compara con diversos animales (zorras, perras, cochinas y comadrejas) y afi rma en su Poema sobre las mujeres: “las mujeres son la peor plaga que Zeus ha creado... El hombre que vive con una mujer no puede pasar el día completo con alegría” (Brophy et al, 1998: 129). Hesíodo, en Los trabajos y los días, en el mismo período de tiempo, menciona que “quien se fía de una mujer, se fía de ladrones”; el mismo Hesíodo encontró en el mito de Pandora “la triste y vulgar creencia, ajena al pensamiento caballeresco, de la mujer como origen de todos los males” (Jaeger, 1957: 70). Esquilo, en Las Euménides, por boca de Apolo, llega a decir: “No es la madre la que engendra al niño que da al mundo: nodriza solamente es, que recibe y nutre el germen que en ella se siembra. Es el padre el que engendra al fecundarla. Ella es una extraña que recibe el don que se conserva”. Opinión semejante se conserva en uno de los personajes de la tragedia de Medea, de Eurípides: “Convendría que los mortales procreasen hijos por otros medios, y que no hubiese mujeres, y así se verían libres de todo mal...” El fi lósofo Demócrito, por su lado, afi rma que “ser dominado por mujer es, para el varón, la injuria más extremada” (García, 1991: 359). Se puede ver claramente que con este tipo de educación y cultura, nunca podrá funcionar bien un modelo democrático. En este aspecto, también hay que señalar sin embargo, que, con bastante fortuna y de forma contrastante con la misoginia generalizada en las sociedades griegas, Platón, con otra visión, en su diálogo sobre la República, se imaginó la ciudad ideal no sólo formada con hombres sino incluyendo plenamente a las mujeres, considerándolas parte de la ciudadanía y partiendo del elemento clave de la educación: No hay propiamente en un Estado ninguna profesión que afecte exclusivamente al hombre o a la mujer por razón de su sexo; que, habiendo repartido la naturaleza las mismas facultades entre los dos sexos, todos los empleos pertenecen en común a los dos... La naturaleza de la mujer es, por consiguiente, tan indicada para la custodia de un Estado como la del 18 hombre.... (Platón, 1991: 516). Pero el punto partida de cualquier sociedad para su forma adecuada de gobierno se encuentra en la educación. Y entonces, si todo en la sociedad es cuestión de educación, hay que adiestrar a la mujer, lo mismo que al hombre, en música, gimnasia y fi losofía, como fundamento para la participación igualitaria. Por otro lado, paralelo al creciente uso de los esclavos, se empezó a imponer la concepción del trabajo como algo degradante para los ciudadanos. Para Platón, por ejemplo, “el trabajo es algo ajeno a los valores humanos y en algunos aspectos incluso parece ser la antítesis de lo que es esencial al hombre” (Vernant, citado en Anderson, 1999: 21). Se está refiriendo sobre todo al trabajo manual y físico, que, por ello, era dejado para ser realizado por los esclavos. La esclavitud fue esencial para el desarrollo de la civilización griega; sin ella, no habría podido existir el ocio de los ciudadanos, muchos de los cuales dedicaron el tiempo a la fi losofía y a las ciencias en general; los gobernantes de las ciudades tuvieron que recurrir en muchas ocasiones a la importación de esclavos –en su mayoría tracios, frigios y sirios. En el siglo V, durante el apogeo de la polis clásica, Atenas, Corinto, Egina y prácticamente todas las ciudades de alguna importancia tenían una numerosa población esclava que con frecuencia superaba a la de ciudadanos libres... la esclavitud no era, por supuesto, una mera necesidad económica, sino que era vital para el conjunto de la vida social y política de los ciudadanos. La polis clásica estaba basada en el nuevo descubrimiento conceptual de la libertad, posibilitado por la institución sistemática de la esclavitud; frente a los trabajadores esclavos, el ciudadano libre aparecía ahora en todo su esplendor. Las primeras instituciones democráticas de la Grecia clásica aparecieron en Quíos a mediados del siglo VI; la tradición afi rma también que Quíos fue la primera ciudad griega que importó en gran escala esclavos procedentes del bárbaro Oriente (Anderson, 1999: 31). En el siglo V quizá hubiera en Atenas de 80,000 a 100,000 esclavos por unos 30,000 o 40,0000 ciudadanos (Anderson, 1999: 33). Dentro de la fi losofía política de Aristóteles, se llegó a considerar la división entre amo y esclavo como algo surgido de la propia naturaleza, de tal manera que el fi lósofo llega a aseverar, en su texto sobre la “Política”, que unos han nacido para mandar y otros para obedecer. Sin embargo, si retrocedemos a los tiempos de Hesíodo, a fi nales del siglo VIII a.C., la descripción que hacía en Los trabajos y los días nos revela una gran valoración del trabajo en la vida campesina de la época antes del crecimiento de la escla vitud. Para Jaeger, sin embargo, en ese contexto, por ejemplo, Grecia fue “la cuna de la humanidad que sitúa en lo más alto la estimación del trabajo” (Jaeger, 1957: 67); opinión que tal vez resulta un poco exagerada, puesto que el mismo Hesíodo, conocedor de la pesadez de la vida de trabajo de los campesinos, encontró en el mito de Prometeo “la solución al problema de las fatigas y los trabajos de la vida humana” (Jaeger, 1957: 70). A pesar de los puntos negros de la historia de Grecia, la pai- deia se sigue reafi rmando más allá de veinticuatro siglos posteriores recorridos por la 19 humanidad. Ningún otro pueblo ha creado por sí mismo formas de espíritu paralelas a la mayoría de las de la literatura griega posterior. De ella nos vienen la tragedia, la comedia, el tratado filosófico, el diálogo, el tratado científi co sistemático, la historia crítica, la biografía, la oratoria jurídica y encomiástica, la descripción de viajes, las memorias, las colecciones de cartas, las confesiones y los ensayos (Jaeger, 1957:50). Y habría que ponerlo de manera explícita: fueron los griegos los que inventaron la palabra democracia, que hoy en día se ha convertido en un modelo deseable para numerosas naciones, aun sin entender con plenitud, en muchas ocasiones, su o sus diversos signifi cados. Grecia, después de su edad de plata, llegó a convertirse en una provincia de Roma, cuando los romanos transformaban su república en un imperio con Octaviano Augusto en el siglo I a.C. Pero la herencia de los griegos fue conservada y cultivada por numerosos romanos, aun cuando la propia Roma dejaba su propia secuela cultural a la posteridad. De esta forma, los romanos hicieron tres grandes aportes a la civilización occidental: primero, la forma como nos trasmitieron la paideia griega; segundo, la experiencia histórica de la constitución de la república (del siglo VI al I a.C.) con sus leyes y el desarrollo de los comicios y, tercero, la propiaherencia cívico-cultural romana a través de personajes como Virgilio, Horacio, Cicerón, Tito Livio, Séneca, etc., donde se manifiestan excelsas expresiones literarias ligadas muchas de ellas a la concepción de una “ciudad” vinculada estructuralmente a la comunidad de hombres y mujeres regidos por las leyes para el bien común. La civilización romana ejerció una gran influencia sobre las culturas posteriores. La forma de la arquitectura romana fue preservada en la arquitectura eclesiástica de la Edad Media... La ley de los grandes juristas llegó a ser una parte importante del código Justiniano y se pasó luego a la Edad Media y los tiempos modernos... Los sistemas legales de casi todos los países del continente europeo han incorporado mucho de la ley romana. Este tipo de ley fue uno de los más grandes logros de los romanos, reflejando su genio para gobernar un extenso y diverso imperio... La organización de la Iglesia Católica se adaptó a la estructura del estado romano... Pero una de las más importantes contribuciones de Roma para el futuro fue la trasmisión de la civilización griega a Europa Occidental... Roma trajo las ciudades griegas y las ideas griegas, y sobre todo las concepciones de la libertad humana de la autonomía individual que se desarrollaron acorde con el desarrollo de la vida urbana, altamente diferenciada... La historia de Roma es el comienzo real de la historia occidental (Lerner et al., 1998: 185-6). Habría que decir algo semejante a lo afi rmado sobre los griegos; la admiración por la grandeza de la cultura romana no signifi ca una aceptación unilateral de muchos puntos negros de su historia. El mismo Cicerón (Cfr. De re publica; De legibus) lamentaba en el siglo I a.C. la terrible transición de la república a la centralización de poderes en el César como una forma autoritaria de poder sobre la sociedad, que debía ser rechazada. La práctica romana de la conquista, explotación y opresión sobre los pueblos 20 conquistados tampoco puede ser alabada en los tiempos modernos, aunque muchos analistas sigan estudiando y sacando provecho de su arte de la guerra. La esclavitud también fue un sistema jamás cuestionado que continuó a partir de la vida misma de los griegos, y que fue severamente reprimido cuando existieron escasos intentos de flexibilización, a partir, por ejemplo, de la rebelión de Espartaco. . De la democracia griega a la democracia moderna En la historia de Occidente, los romanos, sobre todo en la etapa de la República, rescataron el modelo del gobierno del pueblo después de que se abolió la fi gura de los reyes. Todos los ciudadanos incluyendo la plebis podían participar en la designación de los gobernantes y en la elaboración de las leyes a través de los comicios. Del siglo IV al siglo I a.C., Roma vivió una etapa gloriosa en la formulación del modelo republicano pero que fue desterrándose, a pesar de las advertencias de Cicerón, a través de la dictadura de Julio César y, de manera oficial, por Octaviano Augusto en el año 29 a.C. para transitar a la etapa del Imperio. Sin embargo, el texto de Cicerón De re publica, que nos ha llegado inconcluso, se ha convertido en un modelo ideal donde el pueblo puede aspirar a ejercer el poder a través de sus gobernantes. Pero la historia olvidó por muchos siglos el modelo democrático de los griegos y la república de los romanos, particularmente durante todo el periodo del feudalismo en Europa, caracterizado por una visión vertical y autocrática. Solamente la transición a la época moderna en el siglo XVI nos empezó a ofrecer una nueva fi losofía social sobre la intervención del pueblo en los asuntos del gobierno, en el contexto del surgimiento de las ciencias naturales de Copérnico y Galileo. Primero apareció la visión de Maquiavelo sobre la política y el Estado en donde una cosa son los príncipes o gobernan tes yotra cosa son el pueblo y los gobernados. La política de Maquiavelo está lejos de la concepción griega sobre el interés colectivo de la comunidad, para convertirse en una lucha por el poder en donde todo se decide por la astucia o la fuerza del príncipe; sin embargo, el mismo Maquiavelo no deja de reflexionar sobre las décadas de Tito Livio y la vida republicana de Roma. Sin embargo, fue Jean Bodin quien, a fi nales del mismo siglo XVI, habiendo estudiado la época de la república romana, puso su atención por primera vez en algunos ejemplos históricos de cantones suizos en donde el gobierno se regía a través de asambleas; esas experiencias le recordaron el modelo de la democracia griega. Sin embargo, aunque eran los tiempos del surgimiento del humanismo, del protestantismo y de las ciencias naturales, también fue el tiempo de la contrarreforma religiosa y de la inquisición. En el siglo XVII, en Europa, encontramos finalmente el reencuentro con la democracia griega en la época moderna. Hay quienes, por ejemplo, han llamado a Francisco Suárez (1548-1617) el padre de la democracia moderna debido a lo inspirador de su filosofía política, particularmente en su texto De legibus, donde menciona que la autoridad para la ley civil viene de Dios pero a través de la gente, y con ello enfrentaba la teoría del poder divino que 21 muchos le atribuían a los reyes; uno de sus textos Defensio fidei catholicae fue quemado por orden del rey de Inglaterra. Sin embargo, quien retomó de manera explícita el tema de la democracia aplicándolo a las sociedades modernas –dominadas en ese tiempo por el estado absolutista– fue Baruch Spinoza (1632-1677): se basaba en una explicación racional y en el contexto de la experiencia histórica inglesa, en donde la guerra civil entre el parlamento y el rey Carlos I, entre 1640 y 1648, llevó a la derrota de éste último, a su juicio y a su decapitación. Spinoza dice en su Tratado teológico-político: “Todo el mundo desea vivir en la medida de lo posible en seguridad, más allá del alcance del miedo, y eso sería enteramente imposible mientras cada uno hiciese todo cuanto le agradase... los hombres tienen que llegar necesariamente a un acuerdo para vivir juntos tan bien y tan seguramente como les sea posible”; el pacto social descansa en el interés ilustrado. Los individuos entregan sus derechos naturales al poder soberano, el cual impone mandatos; es en el poder donde se apoya la autoridad política; si el poder desaparece, se esfuma la pretensión de autoridad. Pero si bien, para vivir en sociedad, el ser humano tiene que ajustarse a determinadas leyes, una vida conforme a la razón jamás podrá justificar un gobierno tiránico: “nadie puede conservar mucho tiempo un mando tiránico” (Spinoza, 1999). Él discute las tres formas generales de dominación de un Estado que Aristóteles ya había mencionado antiguamente: la monarquía, la aristocracia y la democracia, y afi rma que el Estado más racional es el más libre. El fi n del ser humano es “vivir con pleno consentimiento bajo la entera guía de la razón”, y esa clase de vida se asegura del mejor modo en una democracia, la cual “puede definirse como una sociedad que ejerce todo su poder como un todo”. La democracia es “de todas las formas de gobierno la más natural y la más consonante con la libertad individual. En ella nadie transfi ere su derecho natural de modo tan absoluto que deje de tener voz en los asuntos; solamente los cede a la mayoría de una sociedad de la que él es una unidad”. En una democracia, las órdenes irracionales son menos de temer que en cualquier otra forma de constitución, porque “es casi imposible que la mayoría de un pueblo, especialmente si es una gran mayoría, convenga en un designio irracional”. Sin embargo, el cuidado del bienestar público puede poner ciertos límites a la libertad individual, aunque, en términos de libertad de expresión, la discusión racional y la crítica hacen más bien que mal. “La libertad es absolutamente necesaria pa ra el progreso en las ciencias y las artes liberales”; esa libertad se asegura mejor en una democracia, que es “la más natural de las formas de gobierno”, en la cual “cada uno se somete al control de la autoridad sobre sus acciones, pero no sobre su juicio o su razón”. Con estas consideraciones, la fi losofía se convierte en una propuesta libertaria, especialmente en una sociedad dominada por el estado absolutista que partía del principio de que el soberano monarca tomaba su poder terrenal del poder divino de Dios. Este fue el planteamiento fundamental de la Ilustración y del proyecto de la Enciclopedia de Diderot: al cuestionar que el monarca y gobernante esté puesto por Dios, de manera racional hay que 22 preguntarse quién lo ha puesto en la cima de la sociedad. Si el gobernante está puesto para gobernar a los ciudadanos, éstos de manera natural tienen voz y decisión para influir en quién puede serlo. La principal característica del pensamiento democrático se va a encontrar en el valor de la libertad individual, que otorga a los ciudadanos de una nación el derecho a decidir y dirigir sus propios asuntos, la igualdad de todos los individuos ante la ley, la posibilidad de elegir a los gobernantes. Como movimiento ideológico, el liberalismo democrático se expresó claramente en los planteamientos de la Ilustración, en los documentos históricos de la independencia estadounidense y en la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano posterior al estallido de la Revolución Francesa. Por todo ello, la filosofía del liberalismo salió triunfante en el siglo XIX, logrando pasar del estado absolutista a los actuales modelos europeos de la democracia representativa. Con ello, se dio una superación trascendente en relación a la práctica de la democracia griega: todos los hombres son iguales por naturaleza y son considerados como ciudadanos iguales ante la ley, incluyendo entonces tanto a quienes antes eran considerados como esclavos como a las mujeres. La democracia griega había sido muy selectiva: primero solamente podían influir en las tareas públicas los ciudadanos varones que poseían un alto grado de riqueza productiva, después limitaron ese derecho solamente a los varones adultos, excluyendo totalmente a los esclavos y a las mujeres. La democracia representativa moderna ha avanzado legalmente en términos de igualdad de todos los seres humanos, incluyendo a los antes considerados esclavos y las mujeres en un proceso que todavía está consolidándose en el siglo XX y XXI. Sin embargo, el contexto de la lucha contra el estado absolutista, fundamentalmente a través de la experiencia de la Revolución Francesa, ha llevado a concebir la democracia solamente en el ámbito electoral, posibilitando luego a todo ciudadano el voto sobre sus autoridades. La democracia moderna ha avanzado notablemente en la igualdad de los ciudadanos y en la necesidad de los procesos electorales para elegir a los gobernantes. Actualmente, cuando se habla de que un país ha logrado una transición a la democracia, se señala casi exclusivamente la realización de elecciones. Un ejemplo es el caso de América Latina, en donde hace treinta años casi todos los gobiernos habían surgido de golpes militares; al terminar el siglo XX, se menciona, el subcontinente ha entrado a la democracia debido a que en casi todas las naciones hay gobiernos civiles surgidos de procesos electorales. Pero el pensador hindú Amartya Sen nos recuerda que la democracia contemporánea no puede reducirse solamente a procesos electorales, sino que debe incluir el debate público y el fortalecimiento de las capacidades de los sujetos; tanto él como Castoriadis insisten en otros elementos fundamentales que practicaban los griegos: la participación constante, la tolerancia y la necesidad de continuos debates para lograr consensos, basados en la razón pública. Estas características coinciden con una concepción que hemos perdido: que la vida ciudadana y la vida política se identificaban. La sociedad civil para los griegos era lo mismo que sociedad 23 política debido precisamente a que la participación en las decisiones de la comunidad surgía del concepto mismo de ciudadano; ser humano era ser sociable, era ser político. Pero en el mundo contemporáneo la sociedad política se ha alejado notablemente de la sociedad civil, a tal punto que el nivel de la práctica de la política moderna provoca repulsión a los ciudadanos; política parece sinónimo de corrupción y lucha de grupos por porciones de poder, en donde lo que menos importa ya son los intereses de la comunidad; los mismos partidos políticos, que se dicen representar a la población, viven una situación de alejamiento de los intereses de la ciudadanía. Aquí tendríamos que recoger la herencia antigua: los ciudadanos tenemos que hacernos cargo de la política. La III Cumbre de Jefes de Gobierno de América Latina y el Caribe con la Unión Europea (ALCUE), por ejemplo, realizada en Guadalajara a fi nales del mes de mayo de 2004, nos ha dejado numerosas interrogantes para los procesos democráti- cos. Europa se llevó una gran preocupación: una gran cantidad de latinoamericanos se está sintiendo decepcionada de la democracia y desearían gobiernos totalitarios con tal de que les proporcionaran mayores niveles de bienestar social. La época de los gobiernos militares dictatoriales fue sufriendo una lenta transformación de transición a la democracia en donde podemos observar que, al llegar el siglo XXI, el continente tiene gobiernos casi en su totalidad procedentes de procesos electorales. Ello, sin embargo, no ha producido estabilidad ni a nuestras instituciones ni a nuestras economías; esta realidad es la que actualmente preocupa hondamente la mentalidad contemporánea con grandes interrogantes: ¿pueden los modelos democráticos ser sinónimos de un sistema deseable que repercuta en benefi cios tangibles para la población? Pasar del estado absolutista o del presidencialismo y militarismo a gobiernos electos democráticamente ¿puede estar significando una gran decepción de la democracia, cuando vemos que gobiernos como el de Argentina en 1999, el de México en 2000, el de Perú en 1990 y en el 2001, el de Ecuador en 2003 etc.... fueron electos con la participación de cerca del 70% de la población y sin embargo están cayendo en un gran descrédito y desconfianza con el paso de los años? El gran reto del momento presente es la profundización de la democracia al estilo de la concepción griega en donde signifi caba, más allá de las elecciones, un espíritu de debate público y participación ciudadana en las decisiones del estado. Ya no debemos tomar en cuenta las grandes limitaciones griegas propias de su tiempo, al haber dejado fuera a esclavos y mujeres; hay que atender mejor al gran legado histórico que es la identifi cación del ciudadano con la política, y la necesidad de que éstos estén mejor educados para poder tomar las mejores decisiones; hay que reafi rmar la participación en procesos electorales porque no podemos permitir que lademocracia se convierta en el método pacífi co mediante el cual las elites escogen a quienes deben seguirse enriqueciendo. El gran signifi cado de la democracia estaba en la responsabilidad colectiva de cada ciudadano para influir en las decisiones de sus comunidades. . Consideraciones finales 24 Resaltando especialmente las luces de la civilización griega en lo relativo a la ciudadanía y la práctica de la democracia, y haciendo relación con la parte positiva de la herencia romana –considerando el texto De re publica, de Cicerón–, podemos decir que hay un legado muy antiguo que todavía está por construir en nuestras sociedades contemporáneas: la democracia y la república no son solamente un ideal platónico sino una experiencia histórica, aunque con grandes lagunas. En las experiencias históricas tan variadas de las sociedades contemporáneas, el modelo democrático todavía tiene numerosos aspectos que deben llevarse a la práctica porque no se trata solamente de una “democracia sin adjetivos”: la actual lucha por la autonomía de poderes, el esfuerzo por la realización de comicios legítimos y creíbles, el deseo de que la sociedad se rija de manera efectiva por las leyes, la intervención de la población en ciertas decisiones que afectan el destino de toda la nación, una repartición más equitativa de la riqueza, etc. La concepción y práctica de la democracia griega y el tema de la construcción de la república en Roma nos ofrecen todavía hoy un elemento propositivo para el debate sobre la forma democrática de las sociedades modernas que queremos construir en el mundo del siglo XXI. Hay que tener en cuenta, en primer lugar, que el legado democrático de los griegos no está propiamente en un idealismo democrático sino en una “democracia real”, utilizando esta diferencia de conceptos que hace José Antonio Crespo (Cfr. Crespo, en Metapolítica, 2001: 39). Aunque existe ciertamente ese elemento importante de ciudadanía aplicado por igual a los hombres y mujeres en la sociedad ideal de Platón –que debe rescatarse en los tiempos actuales como parte del realismo democrático–, una de las mayores aportaciones de los griegos se centra en la democracia directa, aplicada no solamente para la elección de los gobernantes sino sobre todo para las decisiones que afectaban constantemente el destino cotidiano de la ciudad. Hay que tener en cuenta que ello era posible sobre todo a partir de la existencia de comunidades con un número de ciudadanos no demasiado grande; cuando las comunidades fueron numerosas y dispersas como lo fue el caso de los romanos (en la etapa de la república), tuvo que aparecer la democracia representativa (de las tribus, de las centurias, etc.), aunque eventualmente aceptaban también la fórmula del plebiscito que ellos inventaron. La democracia directa de los griegos tenía sus grandes pro- blemas y complejidades. A pesar de la afi rmación tan tajante de Aristóteles sobre la cualidad “política” de todo ser humano, era necesario tener en cuenta la desigualdad de facto entre los ciudadanos tanto en riqueza y poder como en habilidades particulares. Una manera de subsanar esa realidad eran ciertamente, por un lado, las medidas públicas del estado para favorecer a las clases medias y, por otro, la insistencia fundamental en la educación de todos los individuos reconocidos por la comunidad (la paideia entendida como cultura y educación). Pero, en la práctica, no se pueden dejar de tener en cuenta las múltiples maneras de algunos para influir en la opinión general de los ciudadanos en 25 los momentos cuando se acercaban las votaciones. De la misma manera, con la decisión mayoritaria sobre la sentencia de muerte a Sócrates, tampoco se puede dejar de pensar que las mayorías, aun las que estudian seriamente y con cuidado los asuntos del Estado, pueden ciertamente equivocarse de una manera tan contundente. Además, durante la guerra del Peloponeso, diversas decisiones sobre la ciudad continuaron siendo tomadas a través de la democracia directa, pero ello no quita lo equivocado que resultó la prolongada guerra fratricida entre los griegos. En este sentido, si vale la extrapolación hacia el tiempo contemporáneo, la guerra contra Irak decidida por el gobierno de los Estados Unidos en el 2003, cumplió, al interior de la sociedad estadounidense, las reglas de la democracia formal, al tener también el respaldo mayoritario de los ciudadanos norteamericanos y las instituciones del país; sin embargo, es muy difícil afi rmar –sobre todo fuera de los Estados Unidos– que el mundo de la posguerra con Irak es más seguro con la dominación estadounidense y mucho menos de que ha resultado en benefi cio explícito de toda la población norteamericana y mundial. En la mitología griega, cuando los hombres de Atenas se reunieron después de decidir el nombre de la ciudad, también decidieron democráticamente entre ellos que en adelante las mujeres serían excluidas de las decisiones posteriores sobre los asuntos de la ciudad; hay, entonces, mayorías que pueden convertirse en tiránicas. Actualmente, a diferencia de las preferencias teóricas de Platón y Aristóteles a favor del modelo aristocrático, podemos decir que el sistema democrático de gobierno ha ido ganando un consenso cada vez más grande en la comunidad de naciones, aunque exista en muchos casos la necesidad de ponerle algún otro adjetivo para que la discusión nos aclare lo que se quiere decir con este modelo. Con los griegos, sin llegar a la discusión sobre el problema de los valores, podríamos quedarnos con la democracia en sus rasgos fundamentales de funcionamiento: estamos hablando de “una determinada forma de gobierno, es decir, un determinado modelo de regulación de la convivencia política de una sociedad concreta, que se manifi esta en una serie de normas, instituciones y actividades políticas” (Jáuregui, 1994: 19). Como tal, habría que aceptar mínimamente que las autoridades de un gobierno nacional, de una comunidad, no pueden imponerse de manera arbitraria sino mediante la consulta y decisión de los ciudadanos; para ello, debe existir una serie de instituciones que garanticen que realmente los ciudadanos puedan votar y que exista un sistema de conteo creíble de los votos. Siguiendo la experiencia griega, habría que decir también que la democracia no se reducía solamente a la fecha de la elección de los gobernantes sino sobre todo a los momentos de las grandes decisiones del Estado que afectaban la vida de los ciudadanos en tiempos de paz y en tiempos de guerra. Este último rasgo ciertamente no se ha manifestado de manera uniforme en las sociedades modernas puesto que solamente tenemos en algunas de ellas la aceptación de foros de consulta, la iniciativa popular, el plebiscito y el referéndum, el juicio político, etc. Dice Crespo que “la democracia real es la que mal que bien ha operado en varios países a lo largo de la historia, y la que pese a sus defectos y limitaciones contribuye mejor que otras formas de gobierno a prevenir, 26 contener y, en su caso, castigar el abuso del poder por parte de gobernantes y autoridades” (Metapolítica, 2001: 39). Conforme a este postulado, quedémonos en este momento, a partir de la experiencia de los griegos, en algunos pocos adjetivos de la forma democrática de una sociedad: signifi ca tener elecciones legítimas de los gobernantes por una comunidad de ciudadanos; significa también que hay que buscar formas de participación de los mismos ciudadanos en las decisiones importantes del Estado que afectan el destino de la población; significa, en tercer lugar, también una atención prioritaria del Estado para que los ciudadanos se puedan ir educando, adquiriendo una mejor cultura política de participación en los asuntos públicos; significa, sobre todo, una democracia social en donde se aminoren significativamente las desigualdades de la población en cuanto distribución de la riqueza social, combatiendo efi cazmente la pobreza. Comprometerse y luchar por estos objetivos no es una tarea menor para las sociedades contemporáneas del siglo XXI. Si en la historia moderna, la democracia liberal ha llegado a derrotar al estado absolutista y el autoritarismo, ahora el eje central de la lucha es la transformación de una democracia formal representativa expresada solamente en el ámbito electoral hacia una democracia participativa emancipatoria en el plano social. Bibliografía Anderson Perry (1999). Transiciones de la antigüedad al feudalismo. Siglo XXI Editores, 23a edición. México. Aristóteles (1993). La política, México, Espasa-Calpe Mexicana. Asimov Isaac (1998). Los griegos. Una gran aventura, Madrid, Alianza, 13a reimpresión. Bengston Herman (1989). Griegos y persas. El mundo mediterráneo en la edad antigua, México, Siglo XXI Editores, 16a edición. Bobbio Norberto (1984). El futuro de la democracia, México, FCE. Borón, Atilio A. (compilador) (2001). La filosofía política clásica. De la Antigüedad al Renacimiento. Argentina, Eudeba, CLACSO. 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