El suicidio de indígenas - Corporación Viva la Ciudadanía

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El suicidio de indígenas
Alonso Ojeda Awad
Ex Embajador de Colombia en Europa
Guardo profundo respeto por los pueblos ancestrales que se establecieron en
nuestro territorio después de los tiempos inmemoriales de la aparición de la
especie humana sobre la faz de la tierra, posterior a la gran diáspora para
ubicarse en los puntos más lejanos de la tierra, periplo que inicia desde el
continente africano, donde según todos los estudios científicos fue el lugar de
aparición del homo sapiens. Sin embargo, posteriormente es de Asia de donde
se dice viene el hombre americano, hoy controvertida tesis por algunos
antropólogos europeos con evidencias de que fue más bien el hombre americano
el que pobló al continente asiático.
Ahora, en mis vivencias personales recuerdo mi niñez en Ocaña, época en la
que apareció por las calles de la población un indígena venido desde las
profundidades de la selva del Catatumbo, de la etnia Barí o Motilona y cuya única
pronunciación, según recuerdo, era decir “guaré” que posteriormente me enteré,
era “amigo” en su lengua ancestral. No supe cómo llegó a Ocaña, pero me
comentaban mis amigos camioneros, quienes se aventuraban hasta los campos
de explotación petrolera que existían en esas inhóspitas zonas motilonas, que
las comunidades indígenas conscientes del futuro trágico, de hambre y
explotación que se avecinaba, no cesaban de acosar con sus flechas y hachas
de combate a quienes penetraban sin su permiso sus inviolables tierras. Tiempo
después, cuando el indígena de mi historia hablaba un poco mejor el español,
me contó que su pueblo sufría mucho en la selva, pero esa era su madre tierra
y no la abandonarían nunca, aun si en ese intento perdieran la vida.
Esos desgarradores recuerdos de una etnia indígena tan cercana a mis primeros
afectos, hicieron nuevamente eclosión al leer acerca de un dramático
documental titulado “La selva inflada” que explora las causas de cientos de
suicidios indígenas que vienen ocurriendo en las comunidades que pueblan
desde hace centenares de años los territorios selváticos del Vaupés.
Debo reconocer que no tenía ningún conocimiento sobre la magnitud de la
tragedia que asume el joven director del documental “La selva inflada”, Alejandro
Naranjo, quien decide penetrar esos inexpugnables territorios para traernos a la
“culta” civilización occidental la ocurrencia de un hecho profundamente doloroso
como es el caso de los suicidios de los jóvenes indígenas.
Las cifras suministradas por Pablo Martínez Silva, coordinador de Atención
Primaria en Salud de Sinergias, son escalofriantes. “Tienen datos del periodo
2010 – 2014, muestran que solo en el departamento hubo más o menos 110
suicidios, comentó a la revista Semana. Rocío Gómez psicóloga a cargo del
programa de salud mental de la Secretaria de Salud Departamental, afirma que
al mes se registran entre los indígenas uno o dos casos de jóvenes suicidas, en
2014 la tasa fue de 44 por 100.000 habitantes.
Es urgente que la sociedad se cuestione acerca de lo que puede estar
ocurriendo. No puede seguir cruzada de brazos, cuando los hogares indígenas
del Vaupés reciben estas altísimas cargas de dolor por el suicidio de los jóvenes.
El tratamiento no puede ser de segunda, hay una grave patología social y
humana que está afectando el núcleo de la existencia de nuestros indígenas,
colombianos como todos nosotros, con iguales derechos y quizás más urgidos
que ningún otro grupo social de recibir una correcta y oportuna atención social,
médica y psicológica por lo dramático de la situación.
La conformación de un competente grupo profesional multidisciplinario que
analice hasta donde, una educación occidentalizada con una visión religiosa
monoteísta opuesta frontalmente a sus visiones mágico religiosas, articuladas a
la flora y fauna de la selva, afecta las intrincadas redes neuronales de sus
cerebros, induciéndolos a la depresión y a la angustia sin límites. Cómo ha
incidido en sus formas culturales de existencia la penetración de la subcultura
del hombre “blanco” que sin ningún recato ni respeto invadió sus sagrados
territorios, rompió la epidermis de la madre tierra para extraer con sed inagotable
de riquezas, los productos sagrados de las comunidades, como sus piedras, sus
ríos, sus árboles. El gran daño del hombre “blanco” a las comunidades indígenas
de América todavía no se conoce en su verdadera dimensión y apenas vemos
unos resplandores en esta dramática historia.
Se ha creído artificiosamente que imponiendo una educación que relega a un
segundo plano las formas pedagógicas inherentes a su cultura, es posible cerrar
una profunda brecha cultural. ¡Es una gran equivocación! Es el riesgo que corre
la humanidad al perder para siempre la cosmovisión de los indígenas, la que hizo
posible la existencia de la vida en este golpeado planeta “azul” que todavía
habitamos.
La discusión está abierta y hay que dejar claro que este grito de angustia desde
la profundidad de la selva, debe ser, no solo escuchado por la sociedad civil, sino
además y fundamentalmente por el Estado, para que se redefina la política de
integración, por una de respeto absoluto a la etnia, con creación de condiciones
de educación, salud y supervivencia a partir de los cimientos y columnas de su
cosmovisión de la vida, la naturaleza y sus territorios, de tal forma que al
permitirles crecer y consolidarse en lo propio, se consoliden como un patrimonio
universal, por la conciencia moral que representan, puedan aportarnos luego
elementos que contribuyan a enderezar el rumbo de inconsciencia que lleva en
la cultura occidental. La que planteó en sus orígenes: “el hombre como rey de la
naturaleza” y no como parte de ella, olvidando que al cuidarla se cuida a sí
mismo. Es urgente orientar nuestros mejores recursos humanos y técnicos que
permitan una pronta y sabia solución.
Edición 488 – Semana del 1º al 7 de Abril de 2016
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