(De Paisaje alrededor, Bajo la luna, 2014) Costa Marsupial ¿Por qué no puedo escribir algo que resucite a los muertos? Patti Smith Sobre la arena estábamos. Yo pregunté: ¿cómo deja de latir un corazón? ¿cómo es posible? El sonido del mar convirtió en muecas vacías mis palabras. ¿Cómo es posible?, repetí. No dijo nada. No conocieron alimento, aire las criaturas perfectas que nunca develó delante mío. En medio de la noche, silenciosa las acopió su corazón secreto. Yo vi al amor, dije después, se iba tapando como la luna en noches nubladas por la lluvia. * Japón La tierra no da más. Los caminos se abren y se tragan la vida breve. Esto es temblar. La estabilidad perdida. Porque la tierra no da más, mi amor. El pecho abierto como un león cazado, los colmillos inútiles, inútil su fiereza. ¿Resistirse? Aunque te aten de pies y de manos, aunque contenga una pared el viento se escaparía, de cualquier modo. Entonces, ¿con qué sentido? ¿cómo pedirle a la tierra que obedezca al destino maleable de las cosas pequeñas? Y más aún, me pregunto mirando la luna desde mi cuarto, sola: ¿cómo puedo esperar una quietud así de mi propio corazón? *** (De La vuelta, Editorial Simulcoop, 2013) Poema 16 En la selva, esa noche había tomado el jugo de una planta más amargo que el vino y concentrado como una medicina o un veneno y al rato de beber, supe que era yo la que trepaba ante mis ojos mientras otros cantaban que era yo la que subía como una enredadera por el tronco de un árbol y era yo la que después bajaba y más tarde subía todas las veces necesarias, o sea durante el tiempo total de mi vida. Es difícil contarles el empeño con que abrazaba esa corteza clavándole las uñas que la descascaraban. Mis garras eran fuertes como las de los gatos pero al caer me hice liviana, y repté sedosa, por la tierra. Era la madrugada cuando cedió su efecto esa bebida y me dormí. Por muchos días las imágenes de aquella noche quedaron en mi corazón lo hicieron dulce como los duraznos que brotan en la rama y se deshacen en la boca sagrada de la vida después de cada invierno. *** (De Espacios naturales, Bajo la luna, 2009) (sin título) Si yo fuera el gorrión que una noche calurosa de diciembre se sentó en una rama junto a otro y se puso a cantar. Y yo quisiera serlo, silbar el tiempo que dure la canción, cosquilla en la garganta o nerviosismo por el ritmo inevitable. No cantar más que eso, ni volar si el aire está tan quieto que no ayuda. Quedarme junto a otro repitiendo la intimidad, la forma del amor, vivir con calma las pausas solitarias. Quiero decir, si yo tuviera esa sapiencia que indicara una razón real para quedarme o salir a buscar. O si supiera dónde y cuándo los momentos elevan su señal, si mirara el azar con ojos plenos sin estos torpes fragmentos de memoria, no quedaría nada en el camino ni sentiría vergüenza del error o del deseo que a veces son lo mismo. *** (De La mala vida, Bajo la luna, 2007) (sin título) Una noche queríamos comprar merca y entré a un conventillo de tres o cuatro pisos, las escaleras circulares daban a los palieres anchos y en las puertas de las habitaciones había mesas donde atendían los punteros. ¿Qué pasa si no vuelvo? pensé, nadie se entera. Una mujer sacudía su vestido apoyada en la baranda y un pendejo paseaba en un triciclo. Trancé, después me fui y como si fuera a convertirme en la estatua de sal del Evangelio o en la chica de piedra del Abasto, no miré atrás al descender. Pura superstición o miedo de andar mostrando el miedo. No sé, fijé la vista y sin chistar bajé. Me acompañaba un eco que era mezcla de risas, voces, cacerolas, una vida de esas donde nadie está solo. Podía imaginarme un patiecito con piso de baldosas, el interior roído de un living comedor, la tele prendida, una familia. Yo a veces siento envidia de esas cosas.