LO ESENCIAL Lo esencial no está en ser poeta, ni artista, ni filósofo. Lo esencial es que cada uno tenga la dignidad de su trabajo, la alegría de su trabajo, la conciencia de su trabajo. El orgullo de hacer las cosas bien, el entusiasmo de sentirse satisfecho, de querer lo suyo, es la sana recompensa de los fuertes, de los que tienen el corazón robusto y el espíritu límpido. Dentro de los sagrados números de la naturaleza, ninguna labor bien hecha vale menos, ninguna vale más. Todos somos algo necesario y valioso en la marcha del mundo. El que construye la torre y el que construye la cabaña; el que teje los mantos imperiales y el que cose el traje humilde del obrero; el que fabrica las sandalias de sedas imponderables y el que teje la ruda suela que defiende en la heredad al pie del trabajador. Todos somos algo, representamos algo y hacemos vivir algo. El que siembra el grano que sustenta nuestro cuerpo, vale tanto como el que siembra la semilla que nutre nuestro espíritu, como que en ambas labores va envuelto algo trascendental, noble y humano: Dilatar la vida. Tallar una estatua, pulir una joya, aprisionar un ritmo, animar un lienzo, son cosas admirables. Hacer fecunda la heredad estéril y poblarla de florestas y manantiales; tener un hijo inteligente y bello, y luego pulirle y amarle; enseñarle a desnudarse el corazón y vivir a tono con la armonía del mundo, esas son cosas eternas. Nadie se avergüence de su labor, nadie repudie su obra, si en ella ha puesto el afecto diligente y el entusiasmo fecundo. Nadie envidie a nadie, que ninguno podrá regalarle el don ajeno ni restarle el propio. La envidia es una carcoma de las maderas podridas, nunca de los árboles lozanos. Ensanche y eleve cada uno lo suyo; defiéndanse y escúdense contra toda mala tentación, que si en la palabra religiosa Dios nos da el pan nuestro de cada día, en la satisfacción del esfuerzo legítimo nos brinda la actividad y el sosiego. Lo triste, lo malo, lo dañino es el enjuto del alma, el que lo niega todo, el incapaz de admirar y de querer. Lo nocivo es el necio, el inmodesto, el que nunca ha hecho nada y lo censura todo, el que jamás ha sido amado y repudia el amor; pero el que trabaja, el que gana su pan y nutre su alegría, el justo, el noble, el bueno, para ese sacudirá el porvenir sus ramajes cuajados de flores y rocío, ya tale montes o cincele poemas. Nadie se sienta menos, nadie maldiga a nadie, nadie desdeñe a nadie. La cumbre espiritual del hombre ha sido el retorno al abrazo de las cosas humildes. Alfonso Guillén Zelaya. EL VALOR ESTUDIANTE (Ejercicio 12) Ser estudiante constituye un importante valor, en todo el sentido del término, para el país, puesto que cerca de dos millones de nicaragüenses recorren en proceso de formación la etapa de la vida personal, social y del propio país, en la que como estudiantes encarnan, activan, procesan y construyen los valores humanos, sociales, éticos y morales que conforman permanentemente la plataforma axiológica nacional. En gran medida la educación recrea y trasmite de generación en generación el bagaje cultural y el cúmulo de valores que van definiendo la personalidad e identidad de un pueblo. La educación existe en tanto los seres humanos trasmiten y recrean esos valores, es decir, es el estudiante el puente que une, sostiene y recrea el pasado, presente y futuro de los valores en el país, es el punto de encuentro donde confluye el pasado y se construye el futuro de los valores, es el verdadero sujeto que construye en sí mismo los valores. De ahí que podamos catalogar al estudiante como sujeto constructor de valores, en tanto los valores en la práctica lo construye él y se construye en él. Esto indica que los estudiantes (más de la tercera parte de la población) son a la vez el objeto y sujeto de los valores que conforman la plataforma humana y ética de la nación. Los estudiantes de todos los niveles y modalidades de nuestra educación juegan un papel clave en la construcción y transmisión de los valores, constituyen en realidad la corriente permanente de los valores en el país, por ellos pasa esa corriente y desde ellos continúa la corriente. De ahí la importancia de la educación y del estudiante en construcción de los valores, de ahí el estudiante como valor. El estudiante es muy importante para el país, puesto que en él se garantiza el relevo permanente para la construcción y transmisión de los valores, siendo el portador de valores. En este punto se abren dos importantes puertas para recoger y proyectar los valores: la educación concentrada sistemáticamente en lo escolar, se abre a través del amplio espacio de la educación informal en la que los medios escritos, radiales y televisivos, etc. penetran profundamente en la entraña misma de los valores, pudiendo proyectarlos con una fuerza efectiva extraordinaria. Por otra parte, el estudiante, visto naturalmente como actor de la educación escolar, pasa a ser actor de sus valores en la escuela y fuera de la escuela. En este sentido es la propia población, en la que está también presente el estudiante escolar, la verdadera transmisora y generadora de valores. Todos somos estudiantes permanentes de la gran asignatura de los valores. En ella cabemos todos, aunque es la familia la que ocupa un lugar clave para el aprendizaje activo de los valores al constituirse en la primera, indispensable y permanente escuela de los valores. En este aprendizaje familia y escuela; familia, escuela y medios sociales de comunicación deben encontrarse para hacer una inversión común en valores. De esta manera los valores dan sentido profundo al quehacer de la familia, de la escuela y de los medios de comunicación. En este amplio engranaje la escuela mueve con fuerza, sentido, penetración propia, lo hace a lo largo de tres, seis, doce, quince, veinte… años y a lo largo de un proceso sistemático de formación de las personas y de la personalidad del educando siendo él mismo actor de esa formación. La formación de la persona y de su personalidad está indisoluble y activamente vinculada a principios y valores como el bien, la vida, la dignidad, el amor, la igualdad, la libertad, la responsabilidad, la equidad, la productividad, la solidaridad, etc. No es posible una auténtica persona sin valores ni una verdadera personalidad al margen de principios y valores humanos, sociales y éticos. El problema está en la concepción del origen, naturaleza y ámbitos de esos valores. Sí estamos convencidos que los valores que definen a una auténtica persona son los valores positivos que fortalecen y hacen viable la dignidad, derechos y responsabilidades del ser humano como persona, ciudadano y trascendente. En el amplio engranaje del quehacer de la educación la formación del estudiante debe ir encaminada a hacer de él un valor que da valor a los valores como constructor y trasmisor de los mismos. Juan B. Arríen IDEUCA, Opción. Educación. El Nuevo Diario, noviembre 2006.