Ciencia y cultura: medio siglo después ”En: Ciencia, Tecnología, Sociedad y Cultura en el cambio de siglo, Biblioteca Nueva, OEI, López Cerezo, J.A y Sánchez Ron (eds.), 2001, Madrid, pp. 89-109 Jorge Núñez Jover “La idea de que la ciencia sólo concierne a los Científicos es tan anticientífica como es antipoético asumir que la poesía sólo concierne a los poetas”. Gabriel García Márquez. Introducción En este documento pasamos revista al planteamiento original de C.P.Snow acerca de las “Dos culturas” y exploramos la continuidad de ese debate en nuestros días. Intentaré argumentar el papel que tiene los Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología en la construcción de una perspectiva más integrada de la ciencia en el cuerpo total de la cultura. Literatos contra científicos. Cambridge, mayo de 1959. C.P. Snow, científico de formación y escritor por vocación, pronuncia una conferencia donde acuña una noción sobre la cual volverían luego, una y otra vez, estudiosos de la cultura y la educación para identificar a través de ella lo que muchos consideran una grave deformación de la cultura contemporánea.1 Con la expresión “Las dos culturas”, Snow se refirió al proceso de cristalización de dos ambientes intelectuales crecientemente escindidos e incomunicados: de un lado lo que él llama “la cultura tradicional” donde incluye preferentemente a los “literatos” y de otro a los científicos, puros y aplicados, e ingenieros. Según Snow, los primeros muestran un escaso interés y un profundo desconocimiento de los avances científicos, o más exactamente, de la Revolución Científica e Industrial que tenía lugar desde fines del siglo XIX e inicios del siglo XX; los “científicos” por su parte, prestan escasa atención a la cultura humanista e incluso la miran con desdén. Las raíces de esa escisión cultural Snow cree encontrarlas en el sistema educativo, responsable de la formación unilateral de los estudiantes. Las consecuencias las sitúa, sobre todo, en la incapacidad de asumir una actitud inteligente ante las grandes transformaciones tecnocientíficas de nuestro siglo y la dificultad para estimar suficientemente sus impactos sociales. Al hacer estas observaciones Snow pensaba sobre todo en Inglaterra. Le preocupaba que esas escisiones culturales debilitaran la visión estratégica del país, su capacidad de estar a la altura de otras naciones, sobre todo Estados Unidos y la Unión Soviética, y alertaba sobre la mejor adecuación de los sistemas educativos de esos países a la nueva realidad a la que se abría el siglo XX. Ciencia y cultura en el cambio de siglo Jorge Núñez Jover 2 Snow hablaba desde el país que lideró la Revolución Científica y la Revolución Industrial en los siglos XVII y XVIII pero cuya capacidad educativa y cultural, según su opinión, se distanciaba de las exigencias del siglo en curso. La otra obsesión de Snow eran los “países pobres”. Para él, el acceso a la riqueza y al bienestar pasaba por incorporarse a los avances científicos e industriales. La “gran brecha abierta entre ricos y pobres” es a su juicio una de “las tres amenazas que se ciernen en nuestro horizonte”, en tanto las otras dos son “la guerra nuclear y la superpoblación”. Lo que ocurre es que la cultura occidental, dividida, no puede calibrar el alcance de esos desafíos ni actuar en consecuencia. Situado en la quinta década del siglo, Snow advierte sobre la necesidad de ayudar a los países pobres. Cree que éstos pueden aprender rápidamente el manejo de la ciencia y la tecnología; en sus palabras, "el arte de hacerse rico”. Llama entonces a Estados Unidos y a la URSS a ofrecer lo que los países pobres necesitan: capital y hombres. Estos últimos “científicos e ingenieros competentes con la suficiente capacidad de adaptación para dedicar a la industrialización de un país extranjero lo menos diez años de su vida"2 Esta última observación conduce de nuevo al desafío de “Las dos culturas”: “Estos hombres, que todavía no poseemos, tienen que ser formados no sólo en términos científicos, sino también en términos humanos” 3 La conferencia de S.P. Snow fue leída hace más de 40 años, y se publicó en forma de folleto en rústica al día siguiente de ser pronunciada. Desde el inicio fue objeto de alguna atención editorial, aunque en los primeros meses se le hicieron pocas reseñas. Al cabo de un año, sin embargo, se había acumulado una verdadera inundación de artículos, referencias, cartas, críticas y elogios, procedentes de los más diversos países. Todas las expectativas de Snow habían sido desbordadas. Desde entonces la expresión “Las dos culturas” y la denuncia de la escisión e incomunicación entre ellas ha sido una y otra vez discutida. Parece conveniente que luego de cumplirse cuarenta años de aquella conferencia la revisitemos, tratemos de comprender su contexto y meditemos si algunas de aquellas preocupaciones tienen algún valor para nosotros. Antes, sin embargo, detallaremos un poco los orígenes de la escisión de las dos culturas. Cómo los científicos dejaron de ser intelectuales. Los orígenes de esa fractura se sitúan en la Revolución Científica del siglo XVII 4. Desde entonces la ciencia comenzó a distinguirse como un tipo específico de producción espiritual, dotada de una racionalidad propia, susceptible de expresarse en lenguajes matemáticos, remitida al juicio comprobatorio de lo empírico y por ello distinguible de otros discursos y prácticas. También aquella Revolución representó un paso adelante en la institucionalización y profesionalización de las comunidades intelectuales de los filósofos naturales que durante el siglo XIX pasarían a denominarse científicos. El proceso mediante el cual el trabajo científico devino una profesión diferenciada, duró varios siglos. Ciencia y cultura en el cambio de siglo Jorge Núñez Jover 3 Con el tiempo el Estado comprendió la necesidad de financiar la investigación, además de la enseñanza. Este modelo fue creado por Jean-Baptiste Colbert, Secretario de Estado de Luis XIV, quien en 1666 decidió que el Estado debía financiar las actividades de la Acadèmie des Sciences de modo semejante a como se financiaban academias de pintura, escultura, arquitectura y teatro. El objetivo de Colbert y los ministros que le sucedieron era dignificar y retribuir adecuadamente el trabajo de estudiosos distintos al clásico profesor que sólo explicaba los textos de los antiguos. En este proceso la figura del investigador y del profesor se iría fundiendo paulatinamente5. Esa misma actitud se adoptó en Alemania con la reorganización de la Universidad de Berlín en 1806 y se extendió luego a todas las universidades alemanas. La vocación por la investigación se fue convirtiendo en una profesión reconocida y bien remunerada. 6 Faltaba sin embargo un nombre para designarla. Hasta entonces se les llamaba "filósofos naturales" o simplemente filósofos. Hay que observar que hacia fines del Siglo XVII la ciencia no se había fragmentado aún en diferentes disciplinas. En 1834 la revista inglesa Quarterly Review mostró las dificultades que impedían a la British Association for the Advancement of Science encontrar un término que abarcara a los cultores de las diferentes disciplinas. "Filósofos" parecía demasiado amplio por lo que se sugería el término "scientist" por analogía al ya acuñado de "artist". La propuesta fue acogida por el naturalista y filósofo de la ciencia William Whewell quien la utilizó en el Prefacio a su The Philosophy of the Inductive Sciences de 1840, además de emplearlo en sus conferencias7. Si se estudian las publicaciones científicas del siglo XIX se aprecia cada vez más la especialización del lenguaje, el intento creciente de la objetividad, apoyado no sólo en el perfeccionamiento del método científico, sino también en la separación de toda valoración, de toda expresión de cultura espiritual, concebida, como extrínseca a la ciencia. Emoción, sensibilidad, espíritu, belleza, se confrontaron cada vez más con matematización, experimentación, objetividad, operándose así una fractura al interior de la creación humana. De un lado quedó la ciencia y de otro una visión amputada de la cultura. En su privilegio extremo, la ciencia entendida como conocimiento verdadero pasó a diferenciarse de otros productos cognitivos asociados a la vida cotidiana: sólo lo científico podía entenderse como racional. 8 En este curso, la expresión "intelectual” quedó reservada para los artistas y literatos; los científicos fueron excluidos de ella. Snow refiere la anécdota de G.H. Hardy (1877-1947), un importante matemático quien en los años 30 le decía: "¿Se ha fijado usted cómo se emplea hoy la palabra 'intelectual? Parece haberse impuesto una nueva definición que desde luego no incluye a Rutherford ni a Eddington ni a Dirac ni a Adrian ni a mí. Parece un poco extraño, ¿no cree usted?"9. Algo semejante podríamos sentir algunos de nosotros ante el manejo de la expresión “intelectual” entre nosotros. Ciencia y cultura en el cambio de siglo Jorge Núñez Jover 4 La imagen de la ciencia en la mitad del siglo. Volvamos a Snow. Es obvio que el mundo ha cambiado bastante desde 1959. Por ejemplo, algunos críticos de Snow le reprocharon no tomar en cuenta la realidad de la Guerra Fría al destacar la colaboración entre las grandes potencias en la ayuda a los "pobres" y exaltar la fuerza educativa y científica de la URSS. Hoy la URSS no existe y ese es un dato clave de la contemporaneidad. Pero al destacar los cambios ocurridos en los últimos 40 años, me dirijo en otra dirección. El mundo que emerge de la segunda postguerra declaraba su preocupación por la brecha entre ricos y pobres y la Organización de las Naciones Unidas, recién creada, generaba conceptos y políticas para atender esa desigualdad. El problema del desarrollo se convirtió en un gran tema internacional que tuvo en la teoría estructuralista de la CEPAL 10 (Prebisch, Furtado, entre otros) su expresión conceptual más elaborada. El problema de la difusión del progreso técnico fue captado desde el inicio como elemento básico para comprender las diferencias entre "centro" y "periferia" y hacia él se propuso orientar las estrategias de desarrollo. Es importante comprender el tipo de percepción que sobre la ciencia y la tecnología era dominante en esa etapa. Al menos desde Francis Bacon la ciencia es promesa, promesa de creación de lo que el hombre necesita para vivir. La razón tecnocientífica, es decir, la búsqueda de un conocimiento verdadero que nos provea de los recursos para transformar prácticamente la naturaleza en nuestro provecho, es un dato cultural esencial de la modernidad. La Revolución Industrial que se inicia en el siglo XVIII y se acelera notablemente en la segunda mitad del siglo XIX a través de su comunión cada vez más estrecha con la ciencia, a la vez que se expande por Europa y alcanza a otras regiones, sobre todo Estados unidos, pareció a muchos la materialización más evidente de la fuerza humana de la razón tecnocientífica. En 1945 V. Bush11, entonces asesor del Presidente de los Estados Unidos, le hace llegar un informe que ayudó a cristalizar esa percepción a la vez que refleja bien el estado de ánimo dominante en algunos circuitos científicos: “La ciencia: frontera sin límites” es el título de aquel documento que luego se convertiría, a través de su divulgación y del "efecto demostración” de las naciones industrializadas, en una suerte de modelo cuya esencia era universalmente compartida. A Bush se le atribuye la formulación clásica de lo que suele denominarse la Tradición Ilustrada de la Ciencia que incluye un fuerte componente de confianza en las posibilidades ilimitadas de la ciencia de conocer, dominar y transformar la naturaleza a través de la tecnología. Una fórmula parece resumir la esencia de la propuesta: más ciencia generaría más tecnología, a la que seguiría más riqueza y bienestar. La ciencia y su capacidad de ofrecer bienestar parecían ilimitadas. Ciencia y cultura en el cambio de siglo Jorge Núñez Jover 5 Por ello, acceder a la revolución científica parecía la clave para alcanzar el bienestar deseado. Colocar la educación y la cultura en condiciones de aceptar ese reto resultaba el corolario obligado de aquella previsión. A esto se suma un argumento que Kuhn ofreció durante la conferencia inaugural del XVII Congreso Mundial de Historia de la Ciencia (Berkeley, 1985). Kuhn observa cómo la Segunda Guerra Mundial obligó a meditar profundamente sobre las consecuencias sociales de la ciencia: "Por todas partes la gente surgía de la guerra con una marcada conciencia (a veces miedo) sobre el poder de la ciencia y su potencial importancia social. La empresa científica había cambiado el mundo de forma totalmente imprevista y sin duda continuaría haciéndolo. La gente se preguntaba cómo iba a ser manejado y controlado su poder, para bien o para mal. Se era consciente de que sólo los científicos parecían entender la ciencia. Y en general se aceptaba, a menudo entre los propios científicos, que las consecuencias sociales de su trabajo eran demasiado importantes para dejarlas exclusivamente en sus manos" 9 . Según Kuhn, estas preocupaciones obligaban a meditar sobre el tema de las dos culturas. Ese es el contexto de “Las dos culturas” de Snow: una mezcla de optimismo y preocupación por la ciencia. Según creo, a él lo movían el optimismo tecnocientífico, una convicción crítica de la educación inglesa por su tradicionalismo e hiperespecialización que impide la conexión entre lo científico y lo humanístico (defecto que él cree atribuible a toda la educación occidental) y una sincera preocupación por el destino de “los países pobres” que podrían dejar de serlo si se incorporaran a la Revolución Científica. Su crítica no se dirige sólo a los que no alcanzan a entender la ciencia (en los “literatos” encuentra la mayor expresión) sino también a los científicos que no logran ver el alcance práctico de su trabajo, disociándolo de las metas y valores sociales. Se trata, como es conocido, de la famosa torre de marfil en la cual toda una tradición de pensamiento occidental consideró que debería recluirse a la ciencia para evitarle conflictos con las sociedades donde se produce. De un modo simplificado puede atribuirse al Positivismo lógico la responsabilidad de la cristalización filosófica de esa concepción que distancia la ciencia del contexto político, económico, social y moral donde se produce. Como se sabe, el Positivismo Lógico12 es un producto cultural de la Europa de entreguerras que puede ser concebido como un esfuerzo por encontrar los recursos intelectuales que hicieran posible la objetividad y la verdad apelando a consideraciones empíricas y lógicas y sustrayendo al conocimiento de la influencia de circunstancias psicológicas, políticas o de otros órdenes. De ahí el énfasis en discernir la ciencia, considerada como paradigma de verdad, de otros productos culturales, en general, la “no ciencia”. En su versión extrema se trata de un cientificismo que propone una racionalidad opuesta al racismo, al fascismo, al irracionalismo, que poblaban la Europa de entonces. El cultivo de las virtudes cognitivas parecía un buen antídoto cultural a aquellas amenazas. Así, las verdades científicas, bien protegidas, permitirían avanzar en la industrialización, la riqueza y el bienestar. Búsqueda de la objetividad y explotación práctica del saber en beneficio del hombre eran las piedras angulares de una imagen de la ciencia que ha tenido un peso fundamental en la cultura del siglo XX. Ciencia y cultura en el cambio de siglo Jorge Núñez Jover 6 A partir de la década del cuarenta esas virtudes cognitivas (fruto de la experiencia y la lógica, conjugadas) serían reforzadas por la propuesta del sociólogo norteamericano R.K. Merton de un código de honestidad intelectual o ethos de la ciencia 13 llamado a preservar el espíritu crítico, la integridad moral y la honestidad del trabajo científico. En la época que Snow dictó su conferencia el peso de esa imagen era enorme. También muchos pensaban que la incorporación de los países pobres a la Revolución Científica era un proceso inevitable. Un estudioso de la ciencia tan conocido como De Solla Price quien ha hecho contribuciones fundamentales al estudio cuantitativo de la ciencia (a él le debemos cálculos tan ingeniosos como que están vivos el 90% de los científicos que han existido) pronosticaba que el final del siglo XX conocería de un empate entre las diferentes regiones del mundo en materia de desarrollo científico. La cita es esta: “cuanto más tarde comienza un país su esfuerzo serio para hacer ciencia moderna, más aprisa puede crecer. Se puede suponer, por tanto, que en algún momento, dentro de pocas décadas, veremos un final bastante reñido de una carrera que dura ya varios siglos. Los países científicos más viejos llegarán necesariamente a su estado de maduración y las nuevas masas de población científica de China, India, Africa y otros lugares llegarán casi simultáneamente a la misma meta final”14. El fallo de aquella predicción es fácil de constatar. Hay que observar que el optimismo de Price era un hecho bastante extendido en la mitad del siglo. Y también estaba muy difundida la perspectiva epistemológica en que se fundaba aquel optimismo: la atribución a la ciencia de autonomía respecto a las determinaciones sociales, lo que le permite avanzar en medio de muy variadas circunstancias sociales e igualar oportunidades entre países y regiones. El optimismo fundado en la ciencia y su débil comprensión social, eran datos culturales importantes en la mitad del siglo y algo más adelante. Ese optimismo, sin embargo, no tenía siempre el mismo signo político. J.D. Bernal15 , por ejemplo, estaba convencido del papel benefactor potencial de la ciencia pero no creía que el capitalismo pudiera utilizar racionalmente sus potencialidades. La unión entre ciencia y el socialismo era a su juicio la clave del futuro. También Bernal, en su caracterización de la ciencia le atribuía una importante significación cultural, además de productiva. Un científico eminente como Albert Einstein declaró el socialismo como el único modo de sobrepasar lo que, según él mismo recuerda, Veblen llamó “la fase depredadora” del desarrollo humano. A su juicio el socialismo se dirige a un fin ético-social en relación con los cuales la ciencia puede ser apenas un medio. Sus palabras de 1949 son éstas: “Por estas razones debemos estar en guardia para no sobrestimar la ciencia y el método científico cuando de lo que se trata es de problemas humanos y no debemos asumir que los expertos son los únicos que tienen el derecho de expresarse sobre los temas que afectan la organización de la sociedad”16. Aceptando que existe una grave crisis en la sociedad contemporánea, Einstein sugiere como soluciones el establecimiento de una economía socialista y un sistema educativo orientado a fines sociales. La complejidad del acceso al socialismo lo advierte al diferenciar socialismo de economía socialista, planificada. Esta última es imprescindible pero las transformaciones sociopolíticas, enriquecedoras del individuo y su personalidad, también las aprecia Einstein como exigencias del socialismo. Ciencia y cultura en el cambio de siglo Jorge Núñez Jover 7 Pero volvamos a Snow. En 1959 el poder de la ciencia era evidente. La industria y la guerra no dejaban lugar a dudas. Un grupo de países dominaban el escenario científico del planeta y la URSS disputaba a Estados Unidos con éxito la primacía en diversos sectores; el sputnik de 1957 había conmocionado a la nación norteamericana y al mundo entero. La mayoría de los países estaban al margen de la Revolución Científica; sin embargo, parecía que aquello tenía solución. Pero la cultura estaba dividida. Las sensibilidades técnicas, matemáticas y experimentales a un lado y la cultura humanista al otro. Y eso limitaba el entendimiento y retardaba la solución de los grandes problemas de nuestro tiempo. Snow estaba preocupado por el futuro de Inglaterra y del mundo y creía que la educación podía ayudar si lograba actuar en correspondencia con las exigencias de la Revolución Científica y acortar las distancias entre las dos culturas. ¿Dos o dos mil? Las crecientes reseñas, críticas y controversias que siguieron a la Conferencia de Cambridge obligaron a Snow a retomar el tema cuatro años más tarde. El primer asunto en discusión era la legitimidad de la noción misma de las dos culturas. En 1959 Snow había dicho "creo que la vida intelectual de la sociedad occidental, en su conjunto se está viendo escindida en dos grupos polarmente opuestos… Dos grupos polarmente antitéticos: en un polo tenemos los intelectuales literarios, que sin saber por qué ni cuando han dado en referirse a sí mismos como "intelectuales" como si no hubiera otros y en el otro los científicos y como los más representativos, los físicos… entre ambos polos, un abismo de incomprensión" 17. En su esfuerzo por tender puentes entre ambos grupos Snow procura debilitar las críticas que unos y otros se formulan (por ejemplo, el "optimismo superficial de los científicos" en contraste con la "ausencia de visión anticipadora de los literatos", según los reproches recíprocos), pero cree que en efecto hay cosas que los distinguen. Esas diferencias son intelectuales y antropológicas. Hay diferencias en las ideas y técnicas que manejan y también en las actitudes, pautas de conducta y maneras de ver las cosas 18. Desde el primer momento Snow se percata que la idea de las dos culturas puede contener una gruesa simplificación. Por ejemplo, menciona que los sociólogos norteamericanos se resisten a ser encasillados en uno de esos estancos. Renuncia, sin embargo, a las matizaciones y declara que lo que perseguía era "poco más que una metáfora vistosa, pero bastante menos que un mapa de la cultura"19 Al retomar el tema cuatro años después Snow aclaró un poco más su manejo de la noción de cultura. A los efectos de su conferencia "cultura" tiene dos significados. Cultura es "desarrollo intelectual, cultivo del entendimiento" y en ese sentido, científicos y literatos son dos culturas diferentes, o quizá simplemente, dos subculturas dentro de una idea más general de cultura que las incluya. Pero "cultura" tiene un segundo significado en su texto. Los antropólogos designan a través de ella a grupos humanos que viven en un mismo ambiente, vinculados por hábitos comunes y una común manera de vivir. Científicos de un lado e intelectuales Ciencia y cultura en el cambio de siglo Jorge Núñez Jover 8 literarios por el otro se distinguen por actitudes, criterios, normas, supuestos básicos compartidos. Snow admite que entre uno y otro extremo pueden encontrarse numerosos matices que permitirían hablar de "dos mil culturas"; también podrían descubrirse diferencias entre científicos y tecnólogos, colocados en su clasificación en un mismo grupo. Intercalo aquí un comentario de J.M.Lévy-Leblond (2003). Este autor ha expresado que la propuesta de Snow es “a la vez poco convincente y todavía demasiado optimista” (p.142). No le parece convincente porque no cree en la posibilidad de varias culturas: “la palabra cultura no puede ser pensada más que en singular” (ibid). Si la fragmentan es una “no cultura”. La ciencia nació como parte de la cultura europea y hoy se encuentra alienada. El problema ahora es reinsertar la ciencia en la cultura, proceso que exige una modificación profunda en la propia actividad científica. A fin de cuentas, según este autor, Snow construye una falsa simetría; si bien puede aceptarse-y este es un ejemplo de Snow- que los científicos tendrían dificultades análogas para comprender las sutilezas de la obras de Shakespeare que las que tendrían los científicos para comprender el Segundo principio de la Termodinámica, también es verdad que las humanidades(por ejemplo la Filosofía de la Ciencia)pueden decir sobre la ciencia mucho más que a la inversa, no son por tanto dos culturas que se miden “codo a codo”(p.142) A nuestro juicio, la tesis de las dos culturas es por tanto una apreciación esquemática de una realidad cultural más compleja pero puede convenirse con él en que tal esquema tiene la virtud de captar grandes antítesis culturales propias de este siglo, cuya separación limita el ejercicio de nuestra racionalidad y sensibilidad. Su apreciación es inexacta pero provocativa. Ese es su valor fundamental. El problema de las dos culturas hoy Al retomar el debate sobre las culturas, hay que advertir los cambios transcurridos desde entonces. Si en la época de Show, el Programa Ilustrado (Sarewitz, 2001), cargado de un cientificismo optimista, estaba en su pleno apogeo y el desarrollo científico se apreciaba con marcado optimismo, esas percepciones y las realidades en que ellas se asientan, han cambiado considerablemente. Apuntemos algunos signos que marcan las principales diferencias: 1) El tecno optimismo convive hoy con una tendencia crítica creciente que también responsabiliza a la ciencia con los graves problemas que atraviesa la humanidad y los peligros que se ciernen sobre ella. Razones no faltan: en no poca medida la empresa científica ha sido cooptada por la industria militar y las grandes corporaciones, de modo que la agenda científica se divorcia crecientemente de los grandes problemas de la humanidad y se concentra en la atención de los perfiles de consumo de una minoría y se subordina a los proyectos de dominación de algunas super potencias. El conocimiento se ha convertido en mercancía y su alcance se limita por la capacidad de comprar y vender. Avanzamos hacia el dominio de un régimen de apropiación privada del conocimiento. 2) La idea de que la búsqueda de la verdad abre un camino seguro de dominio tecnológico ilimitado de la naturaleza y con él de crecimiento del bienestar Ciencia y cultura en el cambio de siglo 3) 4) 5) 6) Jorge Núñez Jover 9 humano, es insostenible a la luz, por ejemplo, de los daños al medio ambiente que la tecnología de base científica ha generado. Más ciencia no supone más bienestar automáticamente y puede significar lo contrario. La imagen de la ciencia tanto hacia lo interno como hacia la sociedad, ha sido dañada, en virtud de los fallos en el control tecnocientífico(es el caso de las “vacas locas”, por ejemplo), las conductas fraudulentas de un cierto número de practicantes, la merma de originalidad y calidad que acompaña el énfasis compulsivo por publicar y con ella la proliferación del “corta y pega”(LévyLeblond,1997,p. 144), las denuncias por prácticas discriminatorias en las comunidades científicas (por razones de sexo, raza u otras), el involucramiento de los científicos en investigaciones cuyas finalidades son éticamente reprobables, entre otros motivos. La idea de que la ciencia sería un bien compartido que beneficiaría a los países en desarrollo, presupuesto que está en el centro del razonamiento de Snow, marcha en sentido contrario a la extrema polarización de la ciencia y la tecnología en un puñado de países. El panorama cultural se ve cada vez más invadido de ideas anticientíficas cuya popularidad genera preocupación. El caso del auge del Creacionismo en EUA es un ejemplo. En el mismo país se reporta un crecimiento notable de la astrología, tendencia que parece universalizarse. No parece cierto que el siglo XXI nos acerque a lo que se dio en llamar una “concepción científica del mundo”. Más ciencia no parece conducir a menos oscurantismo y fanatismo El siglo XX concluyó con un debate centrado en la necesidad de revisar el “contrato social de la ciencia”. La renegociación de los vínculos cienciasociedad plantea un conjunto de problemas epistemológicos, éticos, políticos, sociales que requerirían una revisión profunda de la práctica científica. En otro lugar hemos sugerido que los nuevos vínculos deben ser construidos al interior de un “Programa Social para la ciencia” (Núñez Jover, 2005) que supere el llamado Programa Ilustrado. En ese contexto es que se da hoy el debate cultural que nos interesa. Es obvio que la necesidad de la cultura científica goza hoy de notable respaldo. Ello se expresa claramente en las políticas oficiales de la mayoría de los Estados que junto a la implementación de políticas para la innovación han venido reconociendo el papel de la cultura científica y tecnológica como exigencia planteada por la “sociedad del conocimiento”, “sociedad de la información” u otras denominaciones al uso. Por ejemplo, la Comisión Europea ha fijado en un 3% la fracción del PIB que los países deben destinar a la I+D+i y a la vez ha enfatizado que la promoción de la cultura científica y tecnológica es una herramienta necesaria para alcanzar ese objetivo. El argumento aquí tiene un cierto carácter instrumental: para movilizar los fondos es necesario establecer una cierta “complicidad” con la población que apoyará o no esos fondos. Las fuentes en que los ciudadanos pueden tomar esa cultura son diversas. El eurobarómetro “Europeos, Ciencia y Tecnología” del 2001 identificó como las más importantes: televisión 60,3%, Prensa 37%, Radio 27,3%, Escuela y Universidad 22,3%, Revistas científicas 20,1% e internet 16,7%. Los pronósticos sugieren que el papel de esta última crecerá considerablemente. Según la Nacional Science Foundation de EUA, en ese país internet es la principal fuente a la que acuden los Ciencia y cultura en el cambio de siglo Jorge Núñez Jover ciudadanos para buscar información, aunque allí como en todas partes, aparece como la fuente principal de información cotidiana. 10 la TV Numerosos analistas reconocen la importancia de la popularización de la ciencia. Sin embargo, hay que reconocer que los resultados son frecuentemente magros. El citado Eurobarómetro reveló que el 60,6% de los ciudadanos respondió que “casi nunca leo artículos sobre ciencia y tecnología”.Se afirma que menos del 7 % de los adultos estadounidenses son alfabetos científicos y entre los posgraduados la cifra alcanza el 26 %. Según Hanzel y Trefil (1997), de 24 físicos y geólogos consultados sobre la diferencia entre DNA y RNA, solo 3 pudieron hacerlo y eran personas que trabajaban en campos vinculados a esos conceptos. Otras investigaciones revelan que el evaluar cultura científica resulta que en Portugal sólo el 1 % de la población puede considerarse bien informada y en Gran Bretaña el 13 %. (Urueta, 1999). A esto se suma que mucha información sobre alimentación, vitaminas, drogas, etc es contradictoria, ambigua y experimental (Prewitt, 1997). Más información puede generar más incertidumbre. Las encuestas reflejan carencias importantes en materia de cultura científica asociada, por ejemplo, a percepción de riesgos. Así, en Australia el 49% de los encuestados considera que los riesgos de la biotecnología superan sus beneficios, pero el 59% no pudo citar un ejemplo. (PNUD, 2001). Es sintomático que tanto la Comisión Europea como el Programa CYTED en su última edición han colocado en su agenda el tema Ciencia y Sociedad. En todos los casos, los argumentos son similares: se trata de crear una ciudadanía competente que pueda lidiar con una sociedad profundamente impactada por la ciencia y la tecnología. La preocupación puede expresarse así: ¿Cuál puede ser el fundamento de la participación inteligente de los ciudadanos en una sociedad cada vez más influida por la ciencia y la tecnología mientras estas sólo las conocen los expertos? (Prewitt, 1997). Por ello desde los años 80`s el argumento a favor de la cultura científica se ha venido desplazando cada vez más hacia la funcionalidad de esa cultura para interactuar con el contexto, interpretándola como “la capacidad de usar los conocimientos científicos en la toma de decisiones personales o sociales” (NSTA, 1982). La cultura científica sería sí un insumo no sólo para la competitividad económica, sino muy especialmente para la participación pública, el manejo de los riesgos y otras exigencias sociales y personales: “la integración de la cultura científica es condición indispensable para ser personas competentes en la emergente sociedad del conocimiento y para el reequilibrio entre el saber y el poder” (de Semir, Casa de América, 2003). De modo que aunque la referencia a la cultura científica se suele acompañar de un “réquiem” por Snow, la situación actual es bien a la de la sexta década del siglo XX. En primer lugar, es diferente la imagen social de la ciencia. Por un lado, se comprende su importancia pero no precisamente por razones estéticas, de integridad en la formación de las personas o como fuente de infinito bienestar y Ciencia y cultura en el cambio de siglo Jorge Núñez Jover 11 recurso a disposición de la cooperación internacional. El énfasis en la cultura científica es de naturaleza más bien instrumental: se le considera un recurso económico y en todo caso, una condición para el ejercicio de una ciudadanía responsable en un contexto democrático. En segundo lugar, la compulsividad económica que acompaña hoy a los sistemas educativos y el desempleo profesional en muchos países ha devaluado considerablemente el interés por la formación humanista, tanto en las carreras propias de se perfil como en tanto componente de los currículos de ciencia y tecnología. Las encuestas citadas antes sugieren que si bien la tecnología está influyendo notablemente en el modo de vivir de las personas, al moldear su existencia, la ciencia no tiene un efecto semejante. Levy-Leblond opina que ese limitado efecto en el modo de vivir y actuar de las personas-excepto si consideramos su expresión objetivada en la tecnología-le resta significación cultural a la ciencia. En realidad él dice más: la ciencia, no es, por ese motivo, una cultura. De modo que aunque seguimos hablando del “problema de las dos culturas”, el contexto en que se formula el asunto es bien distinto, la imagen social de la ciencia ha cambiado, los argumentos y las intencionalidades difieren de aquellas que corresponden a la formulación de Snow. Otro punto importante que marca una diferencia es que Snow le atribuía una cierta simetría a la significación de ambas culturas. Hoy el interés, frecuentemente pragmático, por la cultura científica no tiene equivalente en la cultura humanista. Ésta está bastante más abajo en la agenda de prioridades. Antes y ahora la cultura científica se entendía más bien como ciencias naturales y matemáticas, excluyendo a las ciencias sociales. Hoy en día la idea de cultura científica suele incorporar la idea de que la relación ciencia-sociedad no es lineal ni mucho menos absolutamente benéfica. Así, temas como el del riesgo tecnológico, el daño ambiental, suelen estar presentes. Las razones son varias, pero una de ellas es que con frecuencia se asume que las clásicas divisiones de ciencia y tecnología ya no son del todo legítimas y el problema cultural en juego tiene que ver con la “tecnociencia”. Parece claro también que la cultura científica tiene que incorporar no sólo saberes y habilidades, sino también percepciones acerca de la naturaleza epistemológica de la ciencia (¿la ciencia es un reflejo del mundo o una construcción social?), de naturaleza ética (el Bien, el Mal y la Ciencia) y de naturaleza política (¿ciencia para qué?,¿ ciencia para quién?). No basta con tener conocimientos científicos sobre el mundo, hay que tratar de comprender cómo funciona socialmente la ciencia. Son estas las razones que me dan pie a formular la hipótesis de que los Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología (CTS), del modo en que nosotros los estamos institucionalizando en Cuba, pueden jugar un papel en esa cultura. En otros ambientes ha generado serios enfrentamientos como ilustra bien en la llamada “guerra de las ciencias”, alentada por el caso Sokal. Este ejemplo muestra muy bien como la atención a la práctica científica, además de la dosis crítica que todo fenómeno social complejo reclama, exige también notables cuidados. El peor favor Ciencia y cultura en el cambio de siglo Jorge Núñez Jover 12 que podríamos hacer a nuestra cultura es comunicar a la sociedad un mensaje que la devalúe. En Cuba el propósito de la cultura general e integral pasa por una cultura científica, tecnológica, extendida en la población y no reducida a un catálogo de teorías disponibles. Las sensibilidades epistemológicas, éticas y políticas que mencionamos antes tienen en CTS un significativo espacio. En nuestra lectura del asunto, las ciencias sociales son parte importante de esa cultura y el enfoque humanista de la ciencia y la tecnología le es inherente. CTS se está colocando ventajosamente en los planes de estudio de muchas carreras universitarias, incluidas las de ciencias sociales y humanidades. CTS es un buen candidato a tender puentes entre ciencias y humanidades. En Universidad para Todos, se ha hecho un esfuerzo por lograr un balance cultural apropiado. En resumen, el “problema de las dos culturas”, tiene hoy muy diferentes lecturas hoy a las que tenía en 1959. No debe extrañarnos porque el mundo ha cambiado lo suficiente como para obligarnos a encontrar, casi en cada pedazo de la realidad, los nuevos significados que alienten nuevas estrategias educativas y culturales. Podemos o no continuar utilizando la expresión de Snow. En todo caso no es más que una metáfora. Lo que si parece necesario es no desatender, dentro de la totalidad de la cultura, la dimensión científica y tecnológica. Notas 1 Snow, C.P. (1977). Ibid. p.57 3 Ibid. p. 58 4 Vessuri, H. (1986) 5 Di Trocchio, F (1998) 6 Ben-David, J. y A. Zloczower (1980) 7 Di Trocchio, F. (ibid). 8 Vessuri, H. (op. cit.) 9 Snow, C.P. (ibid. p.14) 10 Comisión Económica para América Latina. En la medianía del Siglo XX se formó un importantísimo pensamiento latinoamericano cuya obsesión básica era el tema del desarrollo social. En torno a ese debate se forjaron dos grandes escuelas: el cepalismo estructuralista, de gran influencia en los gobiernos de la región y las teorizaciones de la dependencia, mucho más críticas del capitalismo latinoamericano, e influidas por el marxismo y el triunfo de la Revolución Cubana. Entre los pensadores de la dependencia están Fernando H. Cardoso, E. Faleto, entre otros. Los reflujos revolucionarios, el agotamiento de los modelos económicos vigentes (ante todo la industrialización por sustitución de importaciones), el ascenso de las dictaduras y la implantación de modelos neoliberales cortaron el aliento a aquellas reflexiones sobre el desarrollo. La década de los ochenta se caracterizó por una auténtica "contrarrevolución en la teoría del desarrollo". En la década actual ese tema ha sido retomado dentro y fuera de la región. Una de las claves de ese debate es la relación entre la ciencia, la tecnología, la culturay el desarrollo. Un pensamiento de Gregorio Weinberg ayuda a comprender la trascendencia política y cultural del tema: "Sólo empieza a nacionalizarse el pensamiento, cuando comienza a ponerse en duda la veracidad del nunca demostrado supuesto de la universalidad de las formas del desarrollo". Sobre esto Núñez, J (1998): "Ciencia y desarrollo: explorando el pensamiento latinoamericano", Filosofía en América Latina, Guadarrama, P.et al, Editorial Félix Varela, La Habana. 9 Kuhn, T.S. (1986). 11 Bush, V (1945). 12 Ayer, A. (1967) 13 Merton, R.K. (1980). 14 De Solla Price, D.J. (1973, pp. 158 - 159). 2 Ciencia y cultura en el cambio de siglo Jorge Núñez Jover 13 15 Notable cristalógrafo, Premio Nobel de la Paz, publicó en 1939 La Función Social de la Ciencia, probablemente la primera discusión pública sobre la función de la ciencia en la sociedad. En 1954 publicó La Ciencia en la Historia en dos tomos con un enfoque donde se subrayan los resortes e impactos sociales de la ciencia. 16 Einstein 17 Snow, C.P. (ibid. pp. 13-14). 18 No cabe dudar de la simplificación contenida en las tesis de las dos culturas. Tampoco comparto las ideas sobre los "científicos" y los "literatos" (estos últimos son los que en peor posición quedan en su discurso) que expone Snow. Pero mi experiencia universitaria de 30 años me permite aceptar la idea de que los científicos de las áreas de ciencias naturales, matemáticas, tecnológicas, médicas, entre otras, tienen pautas de pensamiento, valores y conductas que difieren bastante de las personas situadas en los terrenos de las ciencias sociales y humanidades. Estas distancias pueden crear problemas de incomunicación e incomprensión recíprocas; sin embargo, probablemente en esa diversidad está la fuerza de las universidades. 19 Snow, C.P. (ibid. p.19) Comentario adjunto al texto Ciencia y cultura: medio siglo después El texto precedente describe de modo sintético el proceso a través del cual se produjo la disociación entre “dos culturas”: la científica y la humanista. Cincuenta años atrás C.P. Snow denunció las raíces de esa escisión e identificó algunas de sus consecuencias. Mucha tinta ha corrido desde entonces para denunciar el hecho y alentar sobre la necesaria integración entre ellas. Mientras tanto, los procesos sociales más amplios dentro de los cuales transcurre esa discusión han tendido por una parte a valorizar el costado más pragmático de esa cultura científica, subordinando el trabajo científico a fines notablemente utilitarios, siempre afines a los fines de la reproducción ampliada del capital y el reforzamiento del poder. Peor suerte han corrido las humanidades, acorraladas en los currículos universitarios de muchos países y regiones, centrados en competencias que dejan poco espacio a la formación humanista. Al volver sobre la obra de Snow no podemos dejar de reconocer la agudeza de su planteamiento y a la par, las nuevas circunstancias en que esa discusión se desenvuelve. Es probable-conjeturo-que el problema por él identificado pueda discutirse hoy con variados objetivos que alienten estrategias diversas. Por ejemplo, puede orientarse a mejorar los procesos de formación en el nivel medio de enseñanza o en el nivel superior, etc. Cada participante en el seminario puede aproximar el debate a sus propias intereses. Por otra parte, sigue siendo legítimo que aspiremos a que los científicos disfruten de Shakespeare y los literatos conozcan sobre los orígenes del universo o la estructura del átomo. Unos y otros se enriquecen con ello. Sin duda que los procesos educativos deben ayudarnos más a fomentar esas riquezas. Ciencia y cultura en el cambio de siglo Jorge Núñez Jover 14 El propio Snow, si embargo, situaba el tema más allá del disfrute artístico o científico. Como vimos, él se interesó por los valores de los científicos e ingenieros que carecen o tienen una formación humanista y la relevancia de ello para enfrentar los grandes desafíos de la humanidad. En esa perspectiva entonces hay que comprender que el tema no se reduce a la dicotomía “literatos” vs científicos. La formación cultural que puede contribuir a crear seres humanos mejor dotados para comprender y asumir esos desafíos es bastante más integral que la expresada a través de los polos de esa dicotomía. Para aclarar un poco más mi posición al respecto, estoy circulando otro documento: “Cultura científica, percepción pública y participación ciudadana: indicadores y relevancia social del conocimiento”, que con algunos ajustes se incorporó al libro: Universalización y cultura científica para el desarrollo local, coord. Irene Trellez y Miriam Rodríguez, Editorial Félix Varela, La Habana, 2008, pp.77-102. Este trabajo fue escrito para participar en una discusión de “expertos” sobre indicadores. Se suponía que aquella discusión debería luego influir en el tipo de encuestas que se están aplicando en Iberoamérica para saber cuán culta es la gente en materia científica. Pero puede tener algún interés para la discusión sobre ciencia, cultura y sociedad que ahora nos ocupa. Pongo a disposición de ustedes ese texto complementario. Como comenté en mi charla, en gran medida el esfuerzo por promocionar las encuestas sobre cultura científica persigue movilizar voluntades-y dinero- a favor de la ciencia. No está mal que dediquemos una fracción mayor de nuestro PIB a la ciencia, sin olvidar que hay que aclarar bien los fundamentos sociales y culturales de las políticas científicas y sus finalidades. Ahora quiero volver sobre lo que expresé hacia el final de la charla. No quiero dedicarme a dar definiciones pero es preciso observar que para esta discusión no nos sirve una visión estrecha de la ciencia. La ciencia no es solo un conjunto de teorías verdaderas (modelos atómicos, doble hélice, etc.); la ciencia es una práctica social que nos permite producir, distribuir y usar el conocimiento para atender demandas y necesidades sociales. Esos procesos de producción, distribución y uso deben articularse vigorosamente a las sociedades y culturas que le dan vida. En su acepción cotidiana la palabra ciencia suele circunscribirse a ciencias naturales y matemáticas. Con un poco de suerte se consideran algunas otras. El conocimiento relevante, sin embargo, no se reduce a la ciencia así concebida ni es patrimonio de los científicos. Yo prefiero utilizar la palabra conocimiento: conocimiento científico, tecnológico, humanista, social, cotidiano, tácito, explícito….todas son manifestaciones de conocimiento extremadamente útiles para nuestros procesos de desarrollo; manifestaciones que circulan no solo en los laboratorios de investigación, sino que están presentes en las escuelas, en el campo, en los espacios laborales. Nos debe interesar mucho la salud de la ciencia en nuestro país, pero no debemos dejar de Ciencia y cultura en el cambio de siglo Jorge Núñez Jover 15 promover el avance exitoso de la función social del conocimiento, visto en toda su pluralidad. De igual modo que la ciencia no es un conjunto de teorías verdaderas, tampoco la tecnología es un montón de aparatos. En la época de Snow apenas se hablaba de la tecnología. En parte porque se le creía apenas el resultado de la aplicación de la ciencia. Hoy ese enfoque unilateral es inaceptable. De hecho, en términos culturales y sociales, la tecnología pareciera más importante que la propia ciencia; mientras podemos sentirnos alejados de la ciencia, la tecnología modela nuestras vidas. La tecnología incorpora aspectos técnicos, equipamientos, capacidades humanas, pero también requiere de importantes aspectos organizacionales, descansa en valores, persigue finalidades sociales y se enriquece en contacto con las personas que las usan, personas que son parte de la sociedad y la cultura. Si la pensamos como artefactos nos parece indiferentes a la sociedad y a la cultura, pero si la asimilamos como conocimientos, métodos, procedimientos mediante los cuales transformamos la realidad a la vez que nos transformamos nosotros, no debe quedar mucha duda sobre su dimensión social y cultural. De modo que a partir de Snow, casi tomándolo como pretexto, estoy intentando articular un discurso diferente que se interese de otro modo por las articulaciones entre ciencia (en un sentido bien amplio o hablando directamente de conocimiento), tecnología, cultura y sociedad. Mencioné antes que este debate podía perseguir diferentes fines. Yo creo que visión más integrada de ciencia y cultura, nos debe servir para: 1. Fortalecer el papel de la producción intelectual (científica, artística, u otras) en la vida social, económica, política. El ejercicio de pensar, polemizar, presentar alternativas, se enriquece con una perspectiva intelectual integrada. Perspectiva que por cierto podría encontrar un sitio privilegiado el las universidades. 2. Fortalecer la articulación entre el conocimiento y la toma de decisiones. Las decisiones importantes a través de las cuales abordamos problemas complejos necesitan rigor intelectual, cientificidad, capacidad tecnológica y tino cultural. Podemos hablar de los fundamentos culturales de la toma de decisiones. 3. Ciencia-en el sentido muy amplio que le he atribuido- y cultura, unidos, nos ayudan a entendernos a nosotros mismos como Nación, como grupos, como individuos; nos ayudan a tomar decisiones personales y colectivas. Si la Física o la Química son importantes, también lo son la historia patria, los debates sobre el socialismo, los estudios de género, etc. Quiero poner un ejemplo de la integración entre ciencia, tecnología y cultura. Existe una “Estrategia Municipal del Hábitat 2012-2014”. Se trata de un asunto de gran relevancia social que envuelve un esfuerzo productivo extraordinario. Pero como dijo una recientemente una importante arquitecta cubana: “la vivienda es parte del patrimonio cultural de la nación”. De esto se deriva que el hábitat plantea demandas cognitivas, científicas, tecnológicas y culturales. Detrás de un buen plan del hábitat Ciencia y cultura en el cambio de siglo Jorge Núñez Jover 16 tiene que haber ingeniería, arquitectura, física, química, análisis económicos, estudios socio culturales, entre otros. Probablemente un buen ejemplo que aúna ciencia, tecnología y cultura es el Proyecto de La Habana Vieja. Termino con una observación. El capitalismo, a su manera, convirtió la ciencia en una fuerza productiva directa, poniéndola al servicio de la producción y la reproducción del capital. Ese objetivo se puede lograr sin demasiadas preocupaciones culturales y sociales: lo que importa es la ganancia. El socialismo tiene otra tarea: convertir la ciencia en una fuerza social transformadora que colabore con todas las dimensiones de nuestro proyecto social. Para ese fin, no es posible prescindir de una alianza estrecha entre ciencia, tecnología y cultura. Universidad de La Habana, 23.05. 2011