ANTROPOLOGÍA Reflexión Nuestra oculta transparencia Antonio Bentué A veces las situaciones «coyunturales» llevan a pensar las cosas con categorías más llanas, aunque no por ello de menor significado teológico. Las denuncias sobre corrupción, transparencia, abuso de poder y otras, llevaron al autor, teólogo, a esta reflexión que apunta al fondo mismo de nuestra condición humana. 298 MENSAJE agosto 2005 Transparencia ¿palabra mágica, cargada de la nostalgia de un pasado mítico, menos opaco que el presente, o proyección ilusoria de un futuro más sincero, menos hipócrita que el presente? ¿Pero es propia de la realidad la transparencia o, más bien, todo lo que parece real es, de por sí, engañoso? Las apariencias engañan, dice la sabiduría popular. Y la no popular también, puesto que corresponde a una constante verificación. La naturaleza viva, en sus mecanismos de supervivencia, tiene una sutil o flagrante estrategia del camuflaje, cargada de hipocresía. Debajo de los comportamientos y las estructuras aparentemente inofensivas de los seres vivos se esconde siempre una intención egocéntrica tendiente a asegurar mejor la propia supervivencia, sea como autodefensa por parte de unos, más débiles, para evitar que otros más fuertes puedan imponerse a costa suya, o bien como estrategia del más fuerte para lograr imponer sus propios intereses a costa de los de los otros. De esta manera, todo el llamado «equilibrio ecológico» se sustenta sobre un gigantesco camuflaje con vistas a atrapar a la víctima, «engañada» por la atractiva apariencia de la trampa tendida. Es así como las arañas engañan a las moscas, los camaleones a los sapos; las manta rayas se mimetizan con la arena del fondo marino para atrapar al pez que, ingenuo y curioso, se le acerque o, en forma aún más notable, un tipo de «seudoluciérnagas» imitan con gran habilidad a las auténticas, atrayendo a los machos para, así, comérselos, en castigo por su desprevenido enamoramiento. Sin engaño nadie sobrevive, ya que no puede haber dominio sobre el otro. La ley de la selva es una compleja trama de «camuflaje», o sea de «hipocresía» ( ya que eso significa «hipócrita»), para ocultar otras intenciones bajo la apariencia de un 22 inocente desinterés. La naturaleza se las arregla para sobrevivir, en sus individuos o especies más fuertes, sirviéndose de los más sofisticados engaños. Y a mayor capacidad de inescrupulosa audacia, mayor es también la posibilidad de supervivencia. Quizá es por ello que uno de los animales más pequeños, y a la vez más audaces e inteligentes, el ratón (tan bien caracterizado precisamente debido a ello por Walt Disney), ha sido el que más ha progresado en supervivencia numérica, a lo ancho del planeta, desplazando a menudo incluso a especies mucho más grandes. UN SUPERIOR CAMUFLAJE: LA CULTURA Pues bien, cuando la cultura humana emergió del mundo selvático previo, fue integrando también en su seno esa hipocresía instintiva en función de la propia supervivencia. En buena parte, la «cultura» surgió como una forma superior, más «inteligente», de lograr los propios intereses, dentro de ese mismo mundo de competencia «desleal» en que el fuerte tiende a crear las formas más eficientes para conseguir y asegurar mejor su supervivencia, sirviéndose para ello de medios sutiles de camuflaje. Por eso Freud definió la cultura con la categoría de «neurosis», la cual constituye un tipo de lenguaje sintomático por medio del cual el deseo, frustrado por la realidad inmediata, intenta realizarse por una «vía larga» (neurótica), disimulando su verdadera intención. Y todo psicoanalista sabe las enormes “resistencias” que suscita el intento de superar ese ocultamiento para dejar que aflore a la superficie de la conciencia, de manera «transparente», el verdadero fondo reprimido. De tal manera que quizá toda la cultura sea «neurótica», tapando a la mirada exterior, o tal vez también a la propia mirada, los verdaderos deseos camuflados o 23 MENSAJEjulio agosto 299 MENSAJE 20042005 reprimidos en el inconsciente. Incluso la religión es definida por Freud como la «neurosis colectiva de la humanidad», por medio de la cual el ser humano intenta, aun sin darse cuenta de ello, disimular por una vía larga, de «sublimación», sus verdaderos deseos frustrados en la vía corta. Pero entonces, tal como lo preguntaba Pilatos, «¿qué es la verdad?». Y se trata de una muy buena pregunta, quizá la menos hipócrita de todas. Ya la venerable sabiduría hindú y budista constataba también ese carácter «hipócrita» de toda la realidad, expresándolo con la categoría de «maya». Según ello, todo lo que constituye el mundo de las realidades cambiantes, que se encuentran en el espacio-tiempo de la existencia múltiple, es «maya»; o sea «aparente», aunque se funde en la única verdad de Brahma o del Nirvana budista. La verdad hay que des-cubrirla «más allá de las apariencias». No se identifica nunca con ellas. La misma construcción del término «verdad», en griego «alétheia», expresa esa perspectiva: «létheia» o «lethos» significa tapar, ocultar, olvidar. Y, así, el prefijo «a», que antecede a «létheia», indica el des-ocultamiento, el des-tape, o el re-cuerdo. Para El pecado original, Miguel Ángel, 1510 conseguir la verdad (a-létheia) hay que des-cubrir o des-tapar lo que se oculta debajo («hupó- La «aparente» existencia feliz de Adán y Eva, viviendo como dioses en un crita») bajo la apariencia exterior, recordar lo «olvidado» (lethos). Edén paradisíaco, inmortales como ellos y en perfecta armonía, los lleva a De ahí que las tradiciones reli- caer en la trampa narcisista de la «omnipotencia del deseo», pretendiengiosas identifiquen el concepto de «verdad» con el de «re- do dominar el secreto inalcanzable de la vida, simbolizado con ese árbol velación». Aparentemente Dios misterioso de la ciencia del bien y del mal, que está en medio del Paraíso. no existe; pero quizá la «verdad», más allá de las apariencias, es una Realidad oculta que constituye el fondo del asunto mundano y de la competencia entre diversos intereses amparados por los la única posibilidad de lograr la «transparencia» en la vida. diversos poderes en juego, donde el más fuerte se impone siempre a costa del más débil, y ello tanto en biología como en EL CAMUFLAJE RELIGIOSO economía, en política, o también en religión. Sobre este último camuflaje, el religioso, ya la antigua Torah prevenía al Pero no somos Dios y todos estamos, pues, condicionados advertir: «No usarás el nombre de Dios por vanidad» por la hipocresía que nos impulsa a sobrevivir en este mundo (hipócritamente). Esa misma sospecha de «hipocresía religio- ANTROPOLOGÍA 300 MENSAJE agosto 2005 sa», impulsada por la hipocresía basal de las «hormonas mulada. De esta forma, la misma cultura occidental, con toda su egocéntricas» que determinan la actuación de todos los seres euforia «globalizadora», podría también constituir otra torre de vivos, según el «principio de placer» freudiano, llevó a otro Babel, condenada a nuevos derrumbes estrepitosos, que volvemaestro de la sospecha, Marx, a sentenciar que «la religión dorán quizá a enfrentarnos con nuestra propia verdad «al desnuminante es la religión de la clase dominante». Y se trata probado», obligándonos a reconocer que «aunque la mona se vista de blemente de una sospecha razonable, habida cuenta de la raíz seda, mona se queda». La seda del «éxito fácil», de un «creciselvática de la que procedemos y de la que procede también la miento estable» blindado por nuestra supuesta realidad diferen«cultura», aunque ello es cierto tanto en sus dimensiones relite a todo el resto, o por la incorruptible «reserva moral» de miligiosas como ateas. tares o eclesiásticos, así como de la «libertad de expresión» deAlgo de ello se expresa en lo que la primera escena bíblica mocrática amparada en el monopolio de los medios de comunidel Génesis expresa con su profunda «verdad mítica» sobre el cación y de comercialización, con su marketing avasallador, hihombre (Adam). En efecto, la «aparente» existencia feliz de riente casi hasta la obscenidad, domesticando al pobre consumiAdán y Eva, viviendo como diodor, engañado por las «aparienses en un Edén paradisíaco, incias» de un mercado que lo oblimortales como ellos y en per- Esta constatación de la fragilidad antropológica, ga a confundir la felicidad con fecta armonía, los lleva a caer que constituye nuestro código genético, e inclu- la adquisición y el consumo de en la trampa narcisista de la sus frenéticas ofertas. «omnipotencia del deseo», pre- so «teológico», no tiene por qué convertirnos en Pues bien, ¿qué es la verdad? tendiendo dominar el secreto cínicos, sino que debiera hacernos menos ilusos. ¿dónde está, si es que está? Ante inalcanzable de la vida, simbotamaña sospecha suscitada por lizado con ese árbol misterioso tantos lenguajes y mecanismos de la ciencia del bien y del mal, que está en medio del Paraíso. hipócritas, hay quien ya desespera de ella. Y es que «todo ser Pero sus pretensiones chocan bruscamente con la realidad frushumano es mentiroso», como reza el salmo. También el viejo trante de su deseo narcisista de omnipotencia: «Se les abrieron Lévy-Strauss, iniciador del Estructuralismo, llegaba a la misma los ojos y vieron que estaban desnudos» (Gén 3, 7). De esta maconclusión de que sólo hay «apariencias», meras formas nera, se des-cubren a sí mismos al desnudo, en su propia «verlingüísticas, más o menos bellas e incluso fantásticas en su esdad», con sus tres dimensiones: por una lado, el carácter no tructura formal, pero carentes de fondo. La cultura podría ser, paradisíaco de la vida, simbolizada por la expulsión fuera del así, un artificio genial de formas, sin mensaje real alguno. Un Edén, que los deja condenados a la «insoportable levedad del multiforme mercado de la palabra, donde, quien más quien ser»; por otro lado, la muerte prevista como amenaza cierta de menos, todos hablan sin que nadie diga nada de fondo porque aniquilación, retornando al ser humano a la «nada» de donde no hay nada que decir. Y, de nuevo, como mono porfiado, surge salió; y, finalmente, la incapacidad de armonía, que culmina la porfiada pregunta: ¿Qué es la verdad? ¿O es, quizá, mejor seen el relato del derrumbe de la torre de Babel con la que los guir el consejo estoico del «No pidas peras al olmo», puesto que, pobres descendientes de Adán y Eva pretendían llegar al cielo más allá de las apariencias banales del olmo, no hay peras, o más de una sociedad sin egocentrismo, superando la oposición de allá del frondoso follaje de nuestra higuera cultural, no puede intereses; pero resulta que afloran las porfiadas «hormonas hallarse higo alguno? (cf. Lc 13, 6-8). egocéntricas» y nadie se entiende con nadie, en una diversidad Aunque tal vez resulte que la única realidad es precisamende lenguas que, cual mítica «perestroika», lleva al derrumbe de te la «apariencia» y que, por lo mismo, la verdad consiste únila ilusoria «torre de Babel» (Gén 11). Surge, así, la profunda camente en la misma hipocresía mentirosa. Quizá somos ani«verdad» del hombre en su autonomía: «homo, homini lupus» males hipócritas, no tanto porque intentemos disimular lo que (el hombre es un lobo para el hombre). Y esa verdad autónohay, en una comprensible reacción utilitaria determinada por ma, camuflada bajo los ilusos proyectos de «esperantos» el instinto de supervivencia, sino debido a que la angustia susidiomáticos, vuelve a aflorar cuando menos se esperaría, decitada por la misma realidad nos lleva a ocultar con formas rrumbándose una y otra vez las ilusiones puestas en torres de vacías lo insoportable de la nada de fondo. desarrollos científico-técnicos construidas como un castillo de Lo dicho hasta aquí podría parecer una manera cínica de naipes, o en los utópicos socialismos que camuflaban sórdidos presentar la «corrupción» como «transparencia», consistente en «gúlags», o también en «seguridades nacionales» basadas en la reconocer que eso es lo que somos, «al desnudo», sin engañarinseguridad general provocada por el abuso de poder. nos con falsas ilusiones de una supuesta «verdad» como «honestidad» posible. Y de ahí podría también desprenderse la si¿LA CORRUPCIÓN COMO TRANSPARENCIA? guiente moraleja: Acostumbrémonos, pues, a vivir en esa «transparencia» de la «corruptela» en cuantos nos rodean y en nosoEsa constituye quizá la raíz de nuestra actual cultura tros mismos, como la única verdad posible, fundando, así, una «postmoderna», como una cultura de la «decepción». El ser hu«ética pragmática» del «sálvese quien pueda», o del «no seas mano es de «barro» (=Adamah) y la «embarra». Y esos mismos tonto» y, como todos, aprovecha lo mejor que puedas las oporpies «de barro», camuflados bajo la aparente tierra firme, están tunidades de la fugaz vida, en este mundo fatalmente constisiempre al acecho de toda la maciza construcción cultural acutuido por la competencia selvática y desleal 24 Sin embargo, todos sabemos que hay gente «honrada» y que existe también en el ser humano el sueño porfiado de la honradez perdida o imposible. Es cierto que ese mismo sueño nos lleva a veces a mitificar a personas como «ideales de honestidad», mitos que pueden cambiarse bruscamente en «escándalo» ante la evidencia de «corrupción» donde menos podíamos sospecharla. Es así como hemos visto derrumbarse el mito del «militar incorrupto», al pretender sobrevivir defendiendo lo indefendible, transfiriendo a los antiguos subalternos el costo de los propios abusos de poder, o el del «eclesiástico» utilizando su ascendencia «pastoral» para cometer abusos inconfesables, y el del «economista» construyendo su fortuna con triquiñuelas a costa de los confiados inversores, o el del «político» recurriendo a todo tipo de subterfugios maquiavélicos para medrar en su provecho, aserruchando el piso del contrincante. Es por culpa de todo esto que a menudo hemos presenciado a «cazadores» atrapados en la propia trampa y a moralizadores —políticos, militares o eclesiásticos— pillados en andanzas inmorales, o a críticos de la politiquería abusando «politiqueramente» de esa misma crítica contra otros políticos. de todo en el ser humano, alimentando no tanto la utopía, sino la esperanza de conseguir una convivencia humana donde poder mirarnos a los ojos mutuamente sin que se interpongan sospechas de hipocresía ajena, al pretender hipócritamente ser nosotros los transparentes. El sueño de una realidad donde la política pueda ser un esfuerzo real por el bien común, con políticos dedicados realmente al servicio de ello y donde la ideología religiosa o laica pueda constituir de verdad un soporte y no un estorbo a ese mismo bien común, de acuerdo con la máxima de la sabiduría cuando expresa que «para el buen orden del universo es preferible la justicia sin religión a la tiranía Ciertamente todos somos hijos de «Adán» (=barro) y , por lo mismo, todos la «embarramos». La Torre de Babel, Brueghel, 1563 Pero esta constatación de la fragilidad antropológica, que constituye nuestro código genético, e La misma cultura occidental, con toda su euforia «globalizadora», podría incluso «teológico», no tiene por también constituir otra torre de Babel, condenada a nuevos derrumbes qué convertirnos en cínicos, sino que debiera hacernos menos ilu- estrepitosos, que volverán quizá a enfrentarnos con nuestra propia verdad sos, lo cual nos permitiría ser «al desnudo». también menos prepotentes unos con otros y, a la vez, más del gobernante devoto» (Sufí Tama), y que «la justicia y la equisolidarios en el trabajo común y fraternal por esforzarnos día a dad, y no la religión o el ateísmo, es lo que se necesita para la día en ir superando la selva hipócrita del éxito fácil, del poder a protección del Estado» (Sufí Hakim Jami). toda costa, del puritanismo indecente. Algo de esa misma expePero la debilidad estará siempre ahí, constituyendo nuesriencia hay detrás del grito paulino cuando exclama: «Quién me tra verdadera “transparencia” dentro y fuera de nosotros; y hay librará de este cuerpo de muerte!» (Rom 7, 24). que contar con ella. Por lo mismo, no podemos fiarnos de nuesParece, pues, que la «transparencia» política, y toda otra tros discursos exitistas y de nuestros marketing políticos, ni de transparencia, estará siempre condicionada por ese fondo de nuestros juicios puritanos descalificadores. Quizá así la transbarro del que estamos hechos. Y no se trata ahora de rasgar las parencia del fondo narcisista que todos llevamos dentro podrá vestiduras por todo esto, sino de comprender la realidad que hacernos más comprensivos y solidarios unos con otros, e innos constituye y con la cual hay que seguir trabajando, sin percluso más dispuestos a corregir las «neurosis» de poder, de preder de vista la otra realidad que también nos constituye y que potencia y de manipulación mediática que nos agobian y que se expresa en ese sueño porfiado, tan bien plasmado en el texto podrían destruirnos o condenarnos al cinismo. M bíblico, de la «imagen y semejanza de Dios» que anida a pesar 25 MENSAJEjulio agosto 301 MENSAJE 20042005 UN PORFIADO SUEÑO