AUTORES CIENTÍFICO-TÉCNICOS Y ACADÉMICOS El nuevo Sistema Solar Ángel Gómez Roldán www.astronomia-e.com www.angelgomezroldan.es à Introducción H ace aproximadamente 4.560 millones de años, en el interior de una región de gas y polvo interestelar situada en la periferia del brazo espiral de una galaxia común, y por causas aún no muy bien conocidas la explosión de una supernova cercana, el paso de otra estrella, o mareas gravitatorias de la propia Galaxia, una parte de esta nebulosa comenzó a condensarse. Por efecto de la creciente gravedad debida a la acumulación de masa, aumentó su presión y temperatura, generándose de este modo las condiciones necesarias para que se produjese energía en su interior fruto de reacciones termonucleares. Se había formado una protoestrella: nuestro primitivo Sol. A su alrededor, y girando en forma de un inmenso anillo, otras acumulaciones de materia, restos de la misma nebulosa primordial, también se aglomeraron en lo que algún día serían los planetas. Con el tiempo, la fuerza fundamental que rige la evolución del Universo, la gravedad, fue decantando, limpiando y condensando estos mundos y el espacio entre ellos, conformando lo que en la actualidad los habitantes presuntamente inteligentes de uno de estos cuerpos denominamos Sistema Solar. ¿Por qué es interesante esta agrupación de mundos de todos los tamaños? O, dicho de otro modo, ¿qué es lo que hace tan popular al Sistema Solar? Puede que sea que nuestros mundos vecinos están asombrosamente cerca. Tan cerca, de hecho, que todos los mayores han sido visitados por las sondas robots que el ser humano ha enviado desde hace unas pocas décadas. Tan cerca, que desde que la humanidad levantó la vista al cielo, eran los únicos cuerpos celestes visibles a simple vista, además del Sol y la Luna, cuyo lento movimiento se podía apreciar sobre el inmutable telón de fondo de las estrellas. Tan 17 ACTA El nuevo Sistema Solar cerca, que su mayor componente, el Sol, es quien dio origen y hace de motor de la vida. Tan cerca, en definitiva, que constituyen nuestra comunidad, son el único lugar de todo el Universo donde, que sepamos, existe vida la Tierra, y, muy probablemente, en el lejano futuro, sean fuente de materias primas y nuevos hogares donde vayamos a vivir. Sin embargo, y en buena parte aún hoy en día, la concepción que se suele tener del Sistema Solar se basa en la imagen clásica del Sol y los ocho (antes nueve) planetas, girando éstos en torno a nuestra estrella, y cada uno con sus propias características y peculiaridades, al modo de una familia mal avenida, en la que cada uno de sus miembros es diferente al otro y apenas tienen relación entre sí. Esta concepción tan simplista se ha visto radicalmente alterada con el advenimiento de la exploración espacial a mediados del siglo pasado: de ser un estudio indirecto y lejano, basado exclusivamente en la información obtenida a través de los telescopios, hemos pasado a visitar, orbitar, aterrizar e incluso pisar con nuestros propios pies muchos de estos mundos. Se nos ha revelado de este modo un nuevo Sistema Solar mucho más complejo, rico e interrelacionado de lo que los astrónomos podían imaginar. Así, no sólo éstos, sino los físicos, geólogos, químicos e incluso biólogos, tienen en el Sistema Solar un laboratorio en el que desarrollar sus disciplinas en todo tipo de condiciones. Figura 1. Los cuerpos principales del Sistema Solar, a escala de tamaños no de distancias (LPL). El Sistema Solar se encuentra en el exterior de uno de los brazos espirales de la galaxia Vía Láctea, a unos 27.000 años luz de su núcleo, girando en torno a éste cada 250 millones de años aproximadamente. La distancia típica entre estrellas en nuestra región de la Galaxia es de entre 4 y 10 años luz. La más cercana es Proxima Centauri, una enana roja a 3,9 años luz. Si el tamaño de estas rocas errantes es mayor, incluso pueden llegar a la superficie, convirtiéndose en meteoritos, y si su masa es lo suficientemente grande, pueden crear grandes cráteres de impacto y, en mundos como el nuestro, provocar gigantescas catástrofes medioambientales, como el conocido caso de la extinción masiva del Cretácico, hace 65 millones de años, y que causó, entre otras, la extinción de los dinosaurios. Todos los mundos con superficies sólidas muestran las cicatrices de estas colisiones en forma de cráteres de todos los tamaños, reflejo de la turbulenta historia temprana del Sistema Solar. El Sistema Solar está compuesto por diferentes tipos de cuerpos (figura 1) atendiendo a su tamaño o masa, el criterio fundamental de clasificación. El Sol, la estrella central del Sistema, constituye por sí sola más del 95% de toda la masa del mismo. Su enorme tamaño y por ende, atracción gravitatoria, hace que todos los miembros del Sistema giren a su alrededor en órbitas que van de unas pocas semanas, como Mercurio, a muchos miles de años, como los cometas más alejados. Haciendo un ordenamiento por tamaños cuya nomenclatura no es exactamente la misma que la oficial, pero ayuda a clasificar los cuerpos del Sistema Solar, los planetas son todos los cuerpos Y un símil fácil de recordar y visualizar: si construyésemos un modelo «vegetal» a escala de nuestro Sistema Solar, en el que el millón y medio de kilómetros de diámetro del Sol se redujesen a una calabaza redonda de más de un metro de circunferencia, la à El contexto 18 mayores de 1.000 kilómetros de diámetro (unas pocas docenas; esto incluye a los ocho mundos clásicos y a varios de los satélites mayores de éstos, algunos más grandes que «planetas tradicionales» como Mercurio o Plutón); los asteroides son los cuerpos inactivos comprendidos entre pocas decenas de metros y 1.000 kilómetros (varios cientos de miles); los cometas, activos con sus colas de gases y polvo, del orden de los 10 kilómetros (muchos millones), y los meteoroides, con tamaños inferiores a los 10 metros (billones de ellos). Miles de estos últimos cuerpos, de apenas milímetros de diámetro, iluminan nuestro cielo todas las noches en forma de estrellas fugaces, al incendiarse por el rozamiento en las capas altas de la atmósfera de la Tierra. En función de sus propiedades principales, los planetas se pueden clasificar en dos grupos: planetas terrestres o interiores (rocosos, pequeños, cálidos y próximos al Sol) y jovianos o exteriores (gaseosos, grandes, fríos y alejados del Sol). En la tabla 1 se muestran algunos datos comparativos de los ocho planetas del Sistema Solar según la nueva clasificación de la Unión Astronómica Internacional. El nuevo Sistema Solar Tierra sería un minúsculo guisante girando en una órbita casi circular a 150 metros de distancia de la calabaza. El mayor mundo del Sistema, Júpiter, apenas aparecería como una naranja grande a 780 metros del Sol, mientras que Saturno, Urano y Neptuno lo harían como una manzana y dos melocotones pequeños, respectivamente, a 1,43, 2,88 y 4,52 kilómetros del Sol-calabaza. Planetas y mundos pequeños, como Marte, Mercurio, Titán o Ganímedes, no serían mayores que granos de pimienta, y los asteroides y cometas más grandes ni siquiera medirían unas décimas de milímetro. Planeta Masa Radio Densidad Rotación Mercurio 0,055 0,38 5,43 58,6 días 0,24 año 0,38 UA Venus 0,81 0,94 5,20 243 días 0,61 año 0,72 UA Tierra 1,00 1,00 5,52 24 horas 1,00 año 1,00 UA Marte 0,107 0,53 3,91 24,1 horas 1,88 años 1,52 UA Júpiter 317,7 11,2 1,33 9,9 horas 11,9 años 5,20 UA Saturno 95,16 9,45 0,69 10,7 horas 29,4 años 9,55 UA Urano 14,53 4,00 1,31 17,2 horas 83,7 años 19,21 UA Neptuno 17,1 3,9 1,64 16,1 horas 163,7 años 30,11 UA masa de gases y polvo se acumulasen a distintas distancias del primitivo Sol, diferenciándose en función de su cercanía a la estrella. De esta manera se configuraron tres zonas en la nube, caracterizadas por temperaturas muy distintas. Traslación Distancia al Sol Tabla 1. Datos comparativos de los ocho planetas del Sistema Solar. En esta tabla, la masa y el radio de cada planeta se expresan en unidades terrestres. La densidad media viene en gramos por centímetro cúbico, y la distancia al Sol en unidades astronómicas (1 UA equivale a 150 millones de kilómetros, la distancia media de la Tierra al Sol) (de Bellot Rubio, 2000). Manzanas, melocotones, guisantes y granos de pimienta girando en torno a una gran calabaza a cientos y miles de metros de distancia. Y entre ellos, el vacío más absoluto. Y para finalizar nuestra analogía, ¿dónde se encontraría la estrella-calabaza más cercana (Alfa Centauri)? Nada menos que a ¡38.000 kilómetros! Y así, nuestro vecindario estelar en un radio de 100 años luz, lo formarían unas docenas de naranjas y calabazas llegando incluso a enormes esferas de hasta cien metros de diámetro, situadas a decenas y cientos de miles de kilómetros unas de otras... el espacio es un lugar muy vacío. à Origen, formación y estructura del Sistema Solar Se cree que este origen, a partir de una especie de nube achatada de gases y polvo, en cuyo centro se condensaron para dar nacimiento al Sol, tuvo lugar hace casi 4.600 millones de años (figura 2). La atracción gravitatoria hizo que diferentes nódulos de esta Figura 2. Esquema de la formación del Sistema Solar (Pearson Education). 19 ACTA El nuevo Sistema Solar Así, los protoplanetas más próximos al calor fueron mundos sólidos, rocosos y pequeños, sin apenas satélites y con atmósferas tenues, mientras que los lejanos y fríos, eran enormes, gaseosos, con multitud de satélites y sistemas de anillos. Esta separación en mundos de roca y cálidos, y mundos gaseosos y fríos es la que ha marcado la pauta en la evolución de los cuerpos del Sistema Solar. La proximidad al Sol y, por tanto, a su pozo de gravedad, también hace que la «zona centro» de nuestro «barrio» esté poco poblada, con mundos como Mercurio, Venus y la Tierra; mientras que cuanto más nos alejamos a la «periferia», la cantidad de cuerpos pequeños y fríos como los cometas o los objetos transneptunianos aumenta exponencialmente. De hecho, se piensa que el límite del Sistema Solar lo forma una nube más o menos esférica de hasta un billón (!) de cometas situados mucho más allá de la órbita de Plutón (a cinco horas luz de distancia del Sol), hasta casi un año luz de nuestra estrella, la denominada Nube de Oort, en honor del astrónomo que postuló su existencia. En cuanto a las atmósferas, y exceptuando Mercurio y la Luna, tanto Venus como la Tierra y, en menor medida, Marte, poseen atmósferas bastante importantes. Éstas son el resultado natural de la formación de los planetas, ya que los gases que las componen en su mayor parte (nitrógeno, dióxido de carbono, vapor de agua, gases nobles, etc.), estaban inicialmente en la primitiva nebulosa solar, y se liberaron sobre todo en las primeras etapas de formación de estos planetas. Lo más importante del papel de las atmósferas es su regulador de temperatura a través del efecto invernadero, que hace que sus superficies sean mucho más calientes que si no las poseyesen (figura 3). à Calor y roca: los planetas interiores Como fruto de esta diferenciación de material en torno al Sol, los planetas interiores o de tipo terrestre están compuestos principalmente por silicatos y basaltos. Tienen superficies rocosas sólidas sembradas de cráteres y presentan en mayor o menor medida actividad volcánica y tectónica. Poseen una estructura bien definida, con núcleo, manto y corteza (en proporciones diferentes dependiendo del planeta), como consecuencia de un proceso de diferenciación química: los elementos más pesados formaron los núcleos, y los más ligeros los mantos y las cortezas. Los tres procesos básicos que han determinado la apariencia actual de sus superficies son las colisiones de asteroides y cometas en sus dos/tres primeros eones de vida, creando cráteres y cuencas de impacto; el vulcanismo, y la actividad tectónica. También la erosión juega o ha jugado un papel muy importante, borrando en ocasiones las huellas de estos procesos, en especial en Venus por su densa y corrosiva atmósfera y la Tierra por su activa tectónica y la importante erosión combinada aire/agua. Marte ha modificado su superficie en menor medida debido a una pobre tectónica y a un vulcanismo estático unido a una atmósfera tenue, mientras que Mercurio y la Luna, sin apenas atmósferas y actividad geológica, conservan sus superficies cuajadas de cráteres. 20 Figura 3. Un ejemplo de las similitudes entre dos mundos: Marte y la Tierra. Poseedores ambos de atmósferas relativamente densas, las tormentas de polvo que tienen lugar en sus superficies adoptan formas muy parecidas. En las fotografías se aprecia arriba una tormenta de polvo procedente del Polo Sur de Marte, y abajo otra surgiendo de la costa Noroccidental de África. Imágenes respectivamente de la sonda Mars Global Surveyor y el satélite SeaWifs, ambos de la NASA (no están a escala). El nuevo Sistema Solar Por supuesto, la existencia de agua líquida es la característica fundamental y diferenciadora de nuestro planeta, la Tierra, y la que ha jugado un papel esencial en el desarrollo de la vida. à Frío y gas: los planetas exteriores Júpiter (figura 4), Saturno (figura 5), Urano y Neptuno, los mayores mundos del Sistema Solar, son planetas sin superficie sólida porque los gases tan ligeros que los componen no condensan a las temperaturas tan bajas a las que se encuentran, aunque se supone que poseen núcleos sólidos en su interior. Sus atmósferas están formadas principalmente por hidrógeno molecular y helio, aunque también hay metano (mucho más abundante en Urano y Neptuno). Estos planetas tienen atmósferas muy dinámicas activadas tanto por la energía que reciben del Sol como por la que procede de su interior, dándose la peculiaridad de que todos emiten más energía en el infrarrojo de la que reciben de nuestra estrella. Los planetas jovianos llamados así por Júpiter, el mayor y más destacado miembro de este grupo tienen bandas de nubes que se mueven rápidamente a cientos de kilómetros por hora debido sobre todo a sus veloces movimientos de rotación, y se caracterizan por estructuras tipo ciclónico que perduran incluso durante siglos, como el caso de la famosa mancha roja en Júpiter, conocida desde el siglo XVII, o perturbaciones similares en Saturno y Neptuno, observadas desde hace décadas. La existencia de sistemas de anillos en torno a estos cuatro planetas también es un elemento diferenciador con los mundos terrestres, que no los poseen. Al parecer, éstos son una característica común en los planetas exteriores debido a su proceso de formación y a tener atmósferas grandes y densas. La contracción de las nubes locales de materia que dieron lugar a la formación de estos enormes planetas dejaron como residuos discos de gas, hielo y polvo alrededor de éstos (muy similares al disco protoplanetario), a partir de los cuales se formaron los satélites y anillos de los planetas jovianos. Satélites que, también al contrario de los planetas interiores, que apenas los poseen, se cuentan por docenas en torno a todos estos mundos, algunos de los cuales tienen tamaños verdaderamente importantes, superiores incluso a planetas «clásicos» como Mercurio o Plutón. Figura 4. Júpiter es el mayor planeta del Sistema Solar, unas trescientas veces más grande que la Tierra. Imagen tomada por la sonda espacial Cassini en el año 2000 (NASA/JPL/Space Science Institute). Figura 5. Saturno, con su vistoso sistema de anillos, es sin duda la «joya» del Sistema Solar. Fotografía de la sonda Cassini tomada en marzo de 2004 (NASA/JPL/Space Science Institute). 21 ACTA à El nuevo Sistema Solar Satélites, mundos con derecho propio Quizás una de las revelaciones más destacadas de la exploración del Sistema Solar en las últimas décadas por parte de sondas robot ha sido la de la increíble complejidad y variedad de los hasta entonces mal llamados satélites planetarios (figura 6), mundos con tamaños de unos pocos hasta más de cinco mil kilómetros de diámetro, y que a excepción de la Luna y los diminutos Fobos y Deimos, los satélites de Marte, se encuentran todos en órbita de los planetas jovianos. Figura 7. Comparación a escala de las superficies de tres satélites mayores de Júpiter. De izquierda a derecha, Europa, Ganímedes y Calisto, fotografiados por la sonda Galileo. Mientras que en los dos primeros las estructuras de fallas tectónicas son claramente visibles, en el último son los cráteres de impacto erosionados por el desmoronamiento de sus paredes de hielo la característica más destacada (NASA/JPL). à Planetas enanos, asteroides, cometas y demás escombros Figura 6. Comparación a escala de los tamaños de «satélites» y «planetas». Como se ve, el planeta enano Plutón es más pequeño que muchos satélites, e incluso Mercurio es menor que Ganímedes y Titán, los mayores satélites de Júpiter y Saturno, respectivamente (NASA). La increíble variedad de paisajes que muestran todos estos mundos (figura 7) no nos puede hacer perder de vista su origen común y unas características básicas bastante similares: todos están muy fríos, casi ninguno a excepción de Titán, por su gran tamaño posee atmósfera importante, muestran superficies muy craterizadas y con profusión de estructuras de deformación tectónica debida en bastantes casos a la plasticidad de los materiales helados que las componen, y son los hielos de agua, dióxido de carbono y metano los que definen a sus cortezas. Detalles como el intenso vulcanismo de Ío el más activo del Sistema Solar, o los océanos subterráneos de agua líquida de Europa o Ganímedes, pasando por los extraños géiseres de Tritón y Encélado y llegando hasta el misterioso y fascinante Titán, con una atmósfera el doble de densa de la terrestre y en cuya superficie parecen existir lagos de metano y otros hidrocarburos líquidos, conforman una profusión tal de mundos singulares y únicos, que su estudio apenas ha hecho más que empezar... 22 La Unión Astronómica Internacional decidió en su Asamblea General del año 2006 en Praga redefinir la descripción de planeta, estableciendo una nueva categoría planeta enano, de la que Éride, un objeto transneptuniano, es el mayor de todos ellos, estando a continuación y por orden de tamaños, el antiguo «planeta clásico» Plutón y Ceres, el mayor de los asteroides del cinturón principal entre Marte y Júpiter. Hay alrededor de una docena de cuerpos más candidatos a planeta enano, todos ellos objetos transneptunianos, y con diámetros superiores a los 750 kilómetros. El caso de Éride, un cuerpo transneptuniano descubierto en el año 2003, es peculiar, pues es un 27% más masivo que Plutón, y sólo un poco mayor que éste en diámetro, estimándose en unos 2.400 km (Plutón tiene unos 2.300 km). Los asteroides son cuerpos rocosos con diámetros entre varios metros y casi mil kilómetros. En la actualidad se conocen cientos de miles, descubriéndose a un ritmo de más de mil cada año. Ocupan mayormente la zona entre Marte y Júpiter en el llamado cinturón principal de asteroides (figura 8), aunque hay algunos grupos (o familias) que se distribuyen tanto por el Sistema Solar interno como por el externo. Algunas de estas familias son los Amor, Apolo o Troyanos, nombres que reciben del miembro más destacado de cada grupo. De especial popularidad reciente son los llamados NEA de Near Earth Asteroids, o Asteroides Cercanos a la Tierra, que cruzan la órbita de nuestro planeta y de los que se conocen unos El nuevo Sistema Solar pocos cientos, algunos de los cuales en el pasado han podido, o, y de ahí su interés, en el futuro podrían colisionar con la Tierra. Otra característica nueva que se ha podido definir es la existencia en ya más de un centenar largo de ellos de satélites orbitando en torno al principal. El primer caso conocido fue el de Dactyl, una «minúscula» roca de menos de dos kilómetros orbitando en torno a Ida, de 130 km de diámetro. Figura 9. El asteroide Eros es un ejemplo típico de su clase. Imagen de la sonda NEAR-Shoemaker (JHU-APL/NASA). Figura 8. Esquema del cinturón principal de asteroides. Cortesía Luis Bellot Rubio, IAA. Atendiendo a su composición, los asteroides se dividen en tres grupos principales: los de tipo C (compuestos por condritas carbonáceas y basaltos, constituyen el 76% del total), de tipo S (silicatos, 19%), y de tipo M (compuestos por metales, fundamentalmente hierro y níquel, 4%). En las últimas dos décadas, varios asteroides del cinturón principal han sido visitados por sondas espaciales como la Galileo en su ruta hacia Júpiter (Ida/Dactyl y Gaspra), la NEAR/Shoemaker (Mathilde y Eros) o la Hayabusa (Itokawa). En casi todos ellos sus superficies aparecen intensamente craterizadas y cubiertas en algunos casos por densas capas de regolito, material causado por el bombardeo continuo de micrometeoritos. Por su parte, el estudio pormenorizado del asteroide Eros (figura 9) realizado durante más de un año por la sonda NEAR/Shoemaker, que estuvo orbitándolo a distancias de pocos kilómetros entre 2000 y 2001, llegando incluso a aterrizar en él, ha proporcionado una cantidad impresionante de datos que servirán para profundizar en el estudio evolutivo de estos interesantes cuerpos. Los cometas (figura 10), por fin, son los restos más externos de la nebulosa protoplanetaria que dio origen al Sistema Solar. Con tamaños de pocos kilómetros, y compuestos de roca y sobre todo hielos de agua, monóxido de carbono y cianógeno, la Figura 10. El cometa Hyakutake en marzo de 1996. Cortesía Luis M. Chinarro, IAC. mayor parte se caracterizan por tener órbitas fuertemente elípticas con periodos de traslación en torno al Sol de cientos o miles de años. Cuando se aproximan a la estrella, la radiación de ésta hace que los hielos de su superficie sublimen, expulsando en forma de chorros una atmósfera de gases y polvo en torno al cometa. La presión del viento solar hace que esta nube se vea impelida lejos del cometa formando las clásicas colas que observamos desde la Tierra. Este modelo de «bola de nieve sucia» postulado a mediados del siglo pasado se vio confirmado en 1986 con el paso de la sonda Giotto cerca del núcleo del cometa Halley en 1986 (figura 11). Recientemente, otras sondas como la Deep Space 1, con su sobrevuelo del cometa Borrelly en septiembre de 2001; la Stardust, pasando sobre el Wild 2 en noviembre de 2002; o la Deep 23 ACTA El nuevo Sistema Solar Impact, con el Tempel 1 en julio de 2005, han obtenido imágenes con una resolución sin precedentes de los núcleos cometarios. à Y otros sistemas planetarios... Desde hace poco más de una década, sabemos que nuestro Sistema Solar no es único en la Galaxia. En 1991 se descubrieron los primeros exoplanetas, en torno a un púlsar o estrella de neutrones. A partir de entonces, ya son más de trescientos los planetas, casi todos gigantes gaseosos mayores que Júpiter, descubiertos girando muy cerca de estrellas cercanas en órbitas muy elípticas e inestables (figura 12). Figura 11. Núcleo del cometa Halley con sus chorros fotografiado por la sonda Giotto en marzo de 1986 (MPAe). El astrónomo holandés Oort postuló a finales de los años 40 del siglo XX que más allá de Plutón existe una vasta nube de cometas. Se cree que la Nube de Oort se extiende entre 6.000 y 200.000 UA del Sol (recordemos que Plutón se encuentra de media a 40 UA del Sol). A estas enormes distancias, la influencia gravitatoria del Sol es tan pequeña que los objetos que en ella residen son fácilmente perturbados por el paso de estrellas cercanas, nubes moleculares gigantes y mareas gravitatorias generadas por las estrellas del disco galáctico y el centro de la Galaxia. Debido a estas alteraciones, algunos cometas caen al Sistema Solar interior (donde los observamos por primera vez en millones de años), mientras que otros escapan del Sistema Solar para siempre. Se supone que la Nube de Oort contiene seis billones (¡6 × 1012!) de cometas, con una masa total del orden de casi cuarenta masas terrestres. 24 Figura 12. Recreación artística de la estrella 51 Pegasi con su exoplaneta en tránsito, pasando por delante de ella (exoplanets.org). Sin embargo, no hemos hallado, quizás por poca sensibilidad observacional, o quizás porque sea esa la realidad, otro sistema solar parecido al nuestro, con planetas terrestres pequeños y mundos grandes y lejanos, todos en órbitas poco elípticas y muy estables. Parece, al menos por ahora, que nuestro barrio cósmico no es precisamente el prototipo de sistema planetario. Todavía hay que refinar nuestras técnicas de observación, y el papel de los telescopios gigantes de 8 y 10 metros de hoy en día, así como el de los nuevos instrumentos espaciales, va a ser decisivo. Los astrofísicos ya piensan que en el lapso de una o dos décadas serán capaces de «ver» planetas como la Tierra en torno a otras estrellas, e incluso de poder saber la composición de sus atmósferas, gracias a proyectos espaciales como Darwin o Gaia. La búsqueda de oxígeno y de agua, evidentemente, serán prioridades. ¿Excepción o regla? Sólo el tiempo dirá si realmente nuestro Sistema Solar y la vida que alberga uno de sus planetas, la Tierra son únicos en el Universo.