1. I gual que el creyente se esfuerza por no dejarse ahogar por el agua salada de la duda que el océano continuamente le lleva a la boca, también el no-creyente duda de su incredulidad, de la real totalidad del mundo que él ha decidido explicar como un todo. Jamás estará seguro del carácter total de lo que ha considerado y explicado como el todo, sino que lo acuciará la pregunta de si a pesar de todo la fe no será lo real y la que exprese lo real. 2. N adie puede sustraerse al dilema del ser humano. Quien quiera escapar de la incertidumbre de la fe caerá en la incertidumbre de la incredulidad, que jamás podrá afirmar de forma cierta y definitiva que la fe no sea la verdad. 9 3. N adie puede poner a Dios y su reino encima de la mesa, por supuesto el creyente tampoco. El que no cree puede sentirse seguro en su incredulidad, pero siempre lo atormenta la sospecha de que «quizá sea verdad». El «quizá» es siempre una tentación ineludible a la que nadie puede sustraerse; al rechazarla, se da uno cuenta de que la fe no puede rechazarse. 4. N adie puede sustraerse totalmente a la duda o a la fe. Para uno la fe estará presente a pesar de la duda; para el otro mediante la duda o en forma de duda. 5. E s ley fundamental del destino humano encontrar lo decisivo de su existencia en la perpetua rivalidad entre la duda y la fe, entre la impugnación y la certidumbre. 10 6. P or qué nos parece casi imposible cambiar nuestro yo actual –cada uno el suyo, irremisiblemente separado del de los demás– por el yo tan predeterminado y predefinido desde hace tantas generaciones del «yo creo»? ¿ 7. E ntrar en ese yo de la fórmula del credo, transformar el yo esquemático de la fórmula en carne y hueso del yo personal, fue siempre una tarea ardua que parecía casi imposible. De hecho, cuando se ha llevado a cabo, muchas veces en vez de rellenar el esquema con carne y hueso, lo que ha pasado es que el yo se ha transformado en esquema. 8. E ntre Dios y el hombre hay un abismo infinito; porque el hombre ha sido creado de tal manera que sus ojos solo pueden ver lo que no es Dios, y Dios es, por tanto, el esencialmente invisible para los hombres, el que cae y siempre caerá fuera del campo visual humano. Dios es esencialmente invisible. Esta expresión de la fe bíblica en Dios que niega la visibilidad de los dioses es a un tiempo, mejor dicho, es ante todo una afirmación sobre el hombre. 11