I. EL VELO DE L A MUERTE 1. el aforismo de héraclito: lo que nace tiende a desaparecer Para comprender el aforismo de Heráclito tenemos que intentar comprender tres palabras. En primer lugar, se puede decir que este tipo de frase con el término philein (amar) se encuentra frecuentemente en Heráclito, pero también en los trágicos o incluso en Heródoto, por ejemplo: «El viento “ama [tiene la costumbre de] soplar”»,9 o en Demócrito: «Es gracias a estos ejercicios [los esfuerzos por aprender la lectura y la música] que el respeto “ama” desarrollarse [se desarrolla habitualmente]».10 La palabra «ama» (philei) no significa aquí un sentimiento, sino una tendencia natural o habitual, un proceso que se produce necesaria o frecuentemente. Pero ¿cuál es el sujeto del que se dice que «tiende a esconderse», que «se esconde habitualmente»? Es la physis, palabra que, en la época de Heráclito, tiene un sentido muy rico, pero que ciertamente no significa la Naturaleza como conjunto o principio de los fenómenos. En esa época, tiene principalmente dos sentidos. Puede significar, por una parte, la constitución, la naturaleza propia de cada cosa, y, por otra parte, el proceso de realización, de génesis, de aparición, de crecimiento de una cosa. El primer sentido está bien atestiguado en Heráclito. Declara, por ejemplo, que su propio método consiste en dividir cada cosa de acuerdo con su naturaleza,11 lo que, desde la perspectiva, por lo demás conocida, de la doctrina de Heráclito, quiere decir, quizá, dividir cada cosa 9 Heródoto, Historias, II, 27. 10 Demócrito, fragm. 1, p. 146. 11 Heráclito, fragm. 1, p. 146. 29 El velo de Isis descubriendo en ella la coincidencia de los contrarios que es propia de cada cosa. Si entendemos physis en este sentido, podríamos suponer entonces que «esconderse» se refiere a la dificultad de descubrir la naturaleza propia de cada cosa. En Heráclito, las palabras kruptein o kruptesthai pueden tener, en efecto, el sentido de «esconder el conocimiento», por ejemplo a propósito de Apolo en Delfos: «Su discurso no dice ni esconde, sino que indica».12 Sería, pues, muy posible que el sentido de nuestro aforismo fuera este: «La naturaleza [en el sentido de la constitución, la fuerza, la vida de la cosa] ama esconderse, no ser aparente». Esta interpretación admitiría, además, dos matices: o bien la naturaleza de las cosas es difícil de conocer, o bien la naturaleza de las cosas pide ser escondida, es decir, el sabio debe esconderla.13 No obstante, podemos preguntarnos legítimamente si no hay que comprender aquí physis más bien en el segundo sentido, el de proceso, es decir, en el sentido de aparición, de nacimiento de una cosa y de las cosas. Este sentido existía en la época de Heráclito; el mejor ejemplo se encuentra en Empédocles: «No hay en absoluto nacimiento [physis] para todas las cosas mortales, ni fin, en la muerte detestada, sino que solamente hay mezcla y distinción de las cosas mezcladas, esto es lo que los hombres llaman physis».14 Empédocles quiere decir que si los hombres consideran que la palabra physis designa el proceso gracias al cual una cosa empieza a existir, se equivocan: la physis es un proceso de mezcla y de distinción de las cosas preexistentes. Sea cual sea el problema planteado por Empédocles, está claro que la palabra physis significa el 12 Ibídem, fragm. 93, p. 167. 13 Es lo que podría dar a entender una cita del fragmento 86 por Clemente de Alejandría, probablemente deformada: «Esconder» las profundidades del conocimiento «es la desconfianza positiva [del maestro con respecto a la multitud], ya que la desconfianza quiere evitar ser conocida» (Cfr. Stromates, V, 13, 88, 5; véase el comentario de A. Le Boulluec, en Clemente de Alejandría, Stromates, París, 1981, vol. II, p. 289). 14 Empédocles, fragm. 8, Dumont, p. 376. 30 El velo de la muerte proceso por medio del cual las cosas aparecen. El aforismo podría significar: «El proceso de nacimiento y de formación tiende a esconderse». Nos encontraríamos aún en el registro de la dificultad del conocimiento, y podríamos comparar nuestro aforismo con aquel otro aforismo de Heráclito: «Los límites del alma no podrías encontrarlos al ir por tu camino, ni siquiera explorando todas las vías: hasta tal punto su logos es profundo».15 Se podría deducir de la comparación entre las dos máximas que la physis es idéntica al logos, es decir, al soplo que une los contrarios. Dicho esto, parece finalmente que habría que interpretar el kruptesthai en un sentido totalmente distinto. En efecto, este verbo, bajo la forma activa kruptesthai, puede significar «sepultar» como el verbo kaluptein. «Calipso», la célebre Calipso que retenía a Ulises, es la diosa de la muerte.16 Este sentido corresponde a la vez a la representación de la tierra que oculta el cuerpo y del velo con el que se cubre la cabeza de los muertos. Por ejemplo, en el Hipólito de Eurípides, Fedra, horrorizada por la pasión que la devora, pide a su nodriza que le oculte la cabeza. Esta lo hace, pero añade: «Te velo, pero ¿cuándo recubrirá la muerte mi cuerpo?».17 La muerte aparece pues aquí como un velo, como una oscuridad, una vaguedad.18 Este sentido posible de kruptein, krupthestai, puede orientarnos hacia una interpretación totalmente distinta del fragmento de Heráclito. Acabamos de ver que la palabra physis podía designar el nacimiento, la palabra krupthestai, por su parte, podía evocar la desaparición, la muerte. Habría pues, aquí, oposición entre el nacimiento y la muerte, la aparición y la desaparición, y la sentencia adquiriría así un giro antitético totalmente conforme al espíritu general de Heráclito. 15 Heráclito, fragm. 45, Dumont, p. 156. 16 H. Güntert, Kalypso, Halle, 1919, pp. 28-33: Calypso es «la que esconde», es decir, la diosa de la muerte. 17 Eurípides, Hipólito, vv. 245-250. 18 R. B. Onians, The Origins of European Thought, Cambridge, 1954, pp. 423 y 427. 31 El velo de Isis Una vez más, aquí tendríamos dos formas posibles de antítesis. Podemos suponer, en primer lugar, que physis y kruptesthai (tomado este verbo en la voz media) deben entenderse en un sentido activo. Tendríamos entonces el siguiente sentido: «Lo que hace nacer tiende a hacer desparecer». Es decir, la misma fuerza que hace nacer es la que hace desparecer. Pero podemos admitir también que las dos palabras tengan un sentido pasivo. La palabra physis podría designar, en efecto, como en Aristóteles,19 el resultado del proceso de formación. Nuestro aforismo querría decir entonces: «Lo que resulta del proceso de nacimiento tiende a desaparecer», o «La forma aparecida tiende a desaparecer». Hemos evocado, pues, cinco traducciones posibles de la enigmática sentencia — lo que muestra la dificultad de comprender a Heráclito: 1. La constitución de cada cosa tiende a esconderse (= es difícil de conocer). 2. La constitución de cada cosa quiere ser escondida (= no quiere ser revelada). 3. El origen tiende a esconderse (= el origen de las cosas es difícil de conocer). 4. Lo que hace aparecer tiende a hacer desaparecer (= lo que hace nacer tiende a hacer morir). 5. La forma (la apariencia) tiende a desaparecer (= lo que ha nacido quiere morir). Las dos últimas traducciones son probablemente las más próximas a lo que quiso decir Heráclito, porque tienen ese carácter antitético que es característico de su pensamiento. La realidad es tal que en cada cosa hay dos aspectos que se destruyen mutuamente; por ejemplo, la muerte es la vida y la vida es la muerte: «Inmortales, mortales; mortales, inmortales; ya que unos viven la muerte de estos, otros mueren la vida de aquellos».20 «Una vez nacidos, quieren 19 Aristóteles, Política, I, 2, 1252 b 33. 20 Heráclito, fragm. 62. 32 El velo de la muerte vivir y tener así la suerte de la muerte, y dejan hijos detrás de sí para que se produzcan aún suertes de muerte».21 «El nombre del arco es vida [biós = bíos], pero su obra, la muerte».22 Esta relación entre el nacimiento y la muerte, la aparición y la desaparición, volvemos a encontrarla, por ejemplo, en un pasaje célebre del Áyax de Sófocles, pasaje que se ha llamado a veces «el discurso de disimulo».23 Áyax ha anunciado anteriormente su intención de morir. Y, bruscamente, en el momento en que ya el coro se lamenta, declama un largo discurso que da la impresión de que ha cambiado de parecer. El discurso comienza con estas palabras: Sí, el vasto Tiempo, inconmensurable, hace aparecer (phuei) las cosas que no eran aparentes (adéla) y hace desparecer (kruptetai) las cosas aparecidas (phanenta). No hay nada que podamos esperar y encontramos en falta tanto los juramentos más fuertes como las voluntades más firmes. También yo siento que mi afilado lenguaje se debilita.24 La imagen del Tiempo revelador permanecerá siempre viva en el motivo, muy rico, de la Verdad revelada por el tiempo.25 En cuanto al tiempo destructor, es un lugar común muy rico, del que no daremos más que un ejemplo, aquel verso de Shakespeare que se dirige al Tiempo: 21 Ibídem, fragm. 20. 22 Ibídem, fragm. 48 23 K. Reinhardt, Sophocle, trad. París, 1971, p. 49, con la bibliografía en nota. 24 Sófocles, Áyax, vv. 646 y ss. Hay varias traducciones al castellano, pero todas difieren mucho de la francesa citada por Hadot por lo que hemos traducido directamente del francés. Cfr. por ejemplo la traducción de Assela Alamillo Sanz, Madrid, Gredos, 2010. 25 Cfr. más abajo, cap. 14, p. 233. 33 El velo de Isis «Alimentas y matas todo lo que existe».26Algunos autores ya han señalado el parentesco de esta página de Sófocles con algunos aforismos de Heráclito,27 especialmente con aquel que habla del Aiôn (la duración, el tiempo): «El Aiôn es un niño que juega a los dados».28 Para hacer este acercamiento se apoyaron en un texto de Luciano29 que resume de la manera siguiente toda la filosofía de Heráclito: todo se mezcla, conocimiento, ignorancia, lo grande, lo pequeño, lo alto, lo bajo, penetrándose mutuamente en el juego del Tiempo (Aiôn). De hecho, es extremadamente difícil saber lo que quiere decir Aiôn en Heráclito: ¿el tiempo de la vida? ¿El tiempo cósmico? ¿El destino? En todo caso, no podemos saber si el Aiôn tenía ya, en Heráclito, ese poder de velamiento y desvelamiento que le otorgan Sófocles y Luciano.30 Sea como sea, está claro que la imagen del juego de dados no aparece en Sófocles. Es igualmente poco probable que hubiera en el autor trágico un recuerdo de nuestro fragmento 123, ya que, en dicho fragmento, es la physis y no el tiempo lo que hace aparecer y desparecer. Pero los versos de Sófocles oponen, de una manera muy interesante a nuestro propósito, los dos verbos phuei y kruptetai, es decir, el «hacer aparecer» y el «hacer desaparecer». Nos comprometen así a retener las dos interpretaciones propuestas, ya sea en el sentido activo: «lo que hace aparecer ama, tiende a hacer desaparecer», «lo que hace nacer tiende a hacer morir», «lo que desvela es también aquello que vela», o en el sentido pasivo: «lo que aparece tiende a desaparecer», «lo que nace quiere morir».31 26 La violación de Lucrecia, v. 929, citado por E. Panofsky, Ensayos de iconología, pp. 118-119 que señala las múltiples citas que encontramos sobre este tema en B. Stevenson, Home Book of Citations, Nueva York, 1934. 27 K. Reinhardt, Sophocle, p. 51. 28 Heráclito, fragm 52. 29 Luciano, Philosophies à vendre (trad. O. Zink), § 14, París, 1996, p. 45. 30 E. Degani, Aion. Da Omero ad Aristotele, Padua, 1961, p. 101. 31 Creo que mi interpretación está muy cerca de la de O. Gigon, Untersuchungen zu Heraklit, Leipzig, 1935, p. 101. 34 El velo de la muerte Este aforismo expresaría así el extrañamiento ante el misterio de la metamorfosis, de la identidad profunda entre la vida y la muerte. ¿Cómo es que las cosas se forman para desaparecer? ¿Cómo es posible que en el interior de cada cosa el proceso de producción sea indisolublemente un proceso de destrucción, que el movimiento mismo de la vida sea el movimiento mismo de la muerte, apareciendo así la desaparición como una necesidad inscrita en la aparición, en el proceso mismo de producción de las cosas? Marco Aurelio dirá: «Adquiere un método para contemplar cómo todas las cosas se transforman las unas en las otras. Observa cada cosa e imagínate que se está disolviendo, que está en plena transformación, pudriéndose y destruyéndose».32 Muchos poetas le harán eco, como Rilke al cantar «Quiere la transformación»,33 o la princesa Bibesco al meditar sobre la muerte mientras mira un ramo de flores.34 Montaigne había experimentado ese misterio de una manera impresionante: El primer día de vuestro nacimiento os encamina tanto a morir como a vivir […]. La obra continua de vuestra vida, es elaborar la muerte. Estáis en la muerte cuando estáis vivos […]. Durante la vida, estáis muriendo.35 Se puede encontrar el pensamiento heraclitiano —sin que se trate de una influencia directa— en algunas teorías de la biología moderna. Ya Claude Bernard había dicho: «Hay dos tipos de fenómenos vitales en apariencia opuestos, los unos de renovación orgánica, en cierto modo escondidos, los otros de destrucción orgánica que se manifiestan siempre a través del funcionamiento o el uso de los órganos. Estos últimos son los que calificamos generalmente con el nombre de fenómenos de la vida, de modo que lo que 32 Marco Aurelio, Meditaciones, X, 11. 33 R. M. Rilke, Sonetos a Orfeo, II, 12. 34 Abbé Mugnier, Journal, París, 1985, p. 221. 35 Ensayos, I, 20. 35 El velo de Isis llamamos <vida> es en realidad la muerte».36 Por eso podemos decir al mismo tiempo que «la vida es la creación» y que «la vida es la muerte». La biología contemporánea ha considerado que «los dos inventos importantes de la evolución», el sexo y la muerte, van unidos. François Jacob ha demostrado la estrecha relación que existe entre la reproducción por sexualidad y la necesidad de la desaparición de los individuos: «Nada obligaba a una bacteria —escribe— al ejercicio de la sexualidad para multiplicarse. Dado que la sexualidad es obligatoria, cada programa genético está formado ya no por la copia exacta de un solo programa, sino por la renovación de dos diferentes. La otra condición necesaria para la posibilidad misma de una evolución es la muerte. No la muerte que viene de fuera como consecuencia de algún accidente. Sino la muerte que viene de dentro, como una necesidad prescrita, desde el huevo, por el programa genético».37 Recientemente, en un artículo de Le Monde, Jean-Claude Ameisen, al subrayar el carácter antropomórfico de expresiones como «suicidio celular» o «muerte programada», ha llamado la atención sobre el hecho de que «nuestras células poseen en todo momento el poder de autodestruirse en algunas horas».38 Para terminar, podríamos abrir un paréntesis sobre un contrasentido de Félix Ravaisson. Cuando leemos en su Testamento filosófico: «Toda naturaleza, dice Leonardo da Vinci, aspira a su muerte»,39 tenemos la impresión de que Leonardo da Vinci ha encontrado la visión cósmica de Heráclito. Es cierto que el comentario que Ravaisson 36 C. Bernard, De la physiologie générale, París, 1872, pp. 327-328, n. 219. En el texto impreso en 1872 encontramos la palabra «bien» allí donde se esperaría «vida». Se trata probablemente una errata de impresión y he restituido <vida>. 37 F. Jacob, La logique du vivant, París, 1970, pp. 330-331. Véase también el libro de J. Ruffié, Le sex et la mort, París, 1986. 38 «Au coeur du vivant: l’autodestruction», Le Monde, sábado 16 de octubre de 1999. 39 F. Ravaisson, Testament philosophique (ed. Ch. Devivaise), París, 1938, p. 134. 36 El velo de la muerte da de ello bastará para desengañarnos: «Es cierto en el mismo sentido en que san Pablo dice: “Deseo disolverme”, en el mismo sentido en que toda criatura aspira cada día al sueño que renueva sus fuerzas agotadas, aspira, en suma, al sueño final, paso necesario para una nueva vida». Evidentemente, una formulación como ésta no tiene relación alguna con lo que quería decir Heráclito. Y lo que es más grave aún: la fórmula de Ravaisson no tiene absolutamente nada que ver con el texto mismo de Leonardo da Vinci. En primer lugar, Leonardo nunca escribió: «Toda naturaleza aspira a su muerte», sino: «La fuerza que corre con furia hacia su propia destrucción».40 Ya que, de hecho, cuando evoca el deseo de la muerte, Leonardo da Vinci quiere hablar, no de «toda naturaleza», sino de la «fuerza», muy prosaicamente necesaria para el envío de proyectiles. Desarrolla así una teoría muy original de la fuerza, que define como «una capacidad espiritual, un poder invisible que, por violencia accidental, algunos cuerpos sensibles engendraron e implantaron en los cuerpos insensibles, dándoles una apariencia de vida; y esta vida es maravillosa en sus artimañas, violenta y modifica el lugar y la forma de toda cosa creada, corre con furia hacia su propia destrucción y produce en su curso efectos diferentes según la ocasión».41 Vemos que Ravaisson —como muchos filósofos contemporáneos cuando citan textos— ha deformado completamente lo que Leonardo da Vinci quería decir. Para cerrar el paréntesis diremos: escribir la historia del pensamiento es, a veces, escribir la historia de una serie de contrasentidos. 40 Les carnets de Léonard de Vinci (ed. E. Maccurdy y L. Servicen), París, 1942, vol. I, p. 527. 41 Ibídem, pp. 527-528. Encontraremos un pasaje totalmente paralelo citado en E. H. Gombrich, The Heritage of Apelles, Oxford, 1976, p. 51 y n. 64, con bibliografía sobre el tema. 37