La enfermedad de la comparación Steve Hearts ¿Quién, en algún momento de su vida, no se ha comparado con otras personas? Suele ser una tendencia muy común, pero si no se le pone remedio se convierte en una enfermedad muy debilitante. A menudo, la propensión a compararnos con los demás aumenta cuando vemos a otras personas que, de una u otra forma, se encuentran en mejor situación que nosotros. Algunos parecen tener más dones o talentos, y eso hace que deseemos estar a su altura. Pero, la mayoría de las veces, mientras andamos tan atareados comparándonos con ellos, no caemos en cuenta de que cada privilegio tiene un precio. Como nací siendo invidente, me he comparado con las personas que poseen el don de la vista, pensando que tienen más capacidades y menos limitaciones que yo, etc. Pero algunas personas que pueden ver me han comentado que, en cierto modo, me envidian porque me he librado de muchas vistas adversas y desagradables. Algo que percibía como una desventaja por causa de mi ceguera es la posibilidad de conducir un automóvil; pero cuando alguien me dijo en una ocasión que debería alegrarme de no sufrir todo el estrés y la responsabilidad que conlleva conducir, me di cuenta de que podía verlo desde otro ángulo. Toda mi vida he soñado con tocar en un grupo musical. Me encantaba la sensación de estar en el escenario tocando con otros músicos. Para mí escuchar los diversos sonidos amalgamándose juntos y sentir sus vibraciones era tan emocionante como un viaje a la luna. Cuando mi hermano mayor tuvo la oportunidad de tocar en un conjunto, de inmediato me comparé con él. Me enfurruñé por que pareciera tan privilegiado, mientras que yo me lo estaba perdiendo. En ningún momento mi hermano hizo nada para hacerme sentir así; todo lo contrario, trató de persuadirme de que tocar en un conjunto no es tan chévere como parece. —Comienza como algo divertido y emocionante —me dijo— pero al final pierdes la emoción del principio y se vuelve algo estresante. Surgen choques de personalidad, y con frecuencia termina siendo un trabajo más arduo que emocionante. Aprecié su candor, pero no lo entendí hasta que me uní a un grupo musical y lo viví en carne propia, y lo experimenté por mí mismo. Junto con otros factores, comprendí que ser parte de un conjunto no era para mí. Ahora ya no tengo ese deseo, y cuando alguien me comenta que le gustaría actuar y tocar varios instrumentos musicales como yo, le contestó algo parecido a lo que me decía mi hermano. Al decir lo anterior, no descarto que conducir un automóvil tiene sus ventajas y que tocar en un conjunto musical puede ser emocionante y satisfactorio. Solo quiero presentarles otras perspectivas a los que se hallan en una postura similar en la que envidian y se comparan con otros; y compartir con ustedes lo que me ayudó a superar esos sentimientos desagradables e infructuosos de compararme con los demás. Un remedio que me ha resultado muy eficaz contra la comparación odiosa es darle la vuelta al asunto y compararme con otros que se hallan en peor posición que yo. Tuve que enfrentar eso cuando asistí a un curso de informática en un colegio para invidentes. Muchos de mis compañeros de clase habían perdido la vista en un accidente o por culpa de alguna enfermedad que les provocó además grandes traumas en otros aspectos de su vida. Muy pronto comprendí que era muy afortunado al no haber pasado por experiencias así. ¡Es muy fácil querer ser como los que nos rodean! Pero si ese deseo se hiciera realidad, desaparecería nuestra singularidad, lo que nos hace únicos a cada uno de nosotros. Opino que la individualidad y la variedad son dos cosas que le añaden chispa a nuestra existencia. Sin ellas, la vida se volvería monótona y aburrida. Me he dado cuenta de que cuando nos comparamos con otros, en realidad estamos contendiendo con nuestro Creador, y actuamos como si tuviéramos voz y voto sobre nuestra creación y formación. Esa tendencia se puede contrarrestar eficazmente siendo agradecidos y alabando al Señor. He ganado mucho en autoestima siendo agradecido por mis peculiaridades, e incluso por las idiosincrasias que deseo superar. Mientras me preparaba para escribir este artículo, me puse a pensar en Jesús, que «fue tentado como nosotros»1. En ese caso supongo que, aunque la Biblia no registra nada de ello, también sintió la tentación de compararse con otros. Y luego me acordé de cuando «lo tentó el diablo, llevándolo a una montaña muy alta, y le mostró todos los reinos del mundo y su esplendor»2. Consideré la posibilidad de que Jesús se sintiera tentado a compararse con esos reinos terrenales y con sus reyes que poseían la gloria mundana y el respeto de sus súbditos, mientras que a Él solo un puñado de personas lo respetaban y le veían por quien era en realidad. Satanás le dijo que todos esos reinos serían Suyos sin tan solo se postraba ante él y lo adoraba. Y por supuesto, Jesús no tomó en consideración la tentación de compararse, mucho menos de aceptar la oferta del tentador, o no habríamos tenido un Salvador. Incluso actualmente, Satanás todavía intenta persuadirnos a tomar sendas que, a primera vista, parecen atractivas. Lo que nos oculta y no nos dice es a dónde conducen dichas sendas, a lugares donde nos estancaríamos en la insatisfacción, depresión y desespero. En lugar de compararnos con los demás, deberíamos esforzarnos por hacer gala de la actitud que refleja el Salmo 139:14: «Te alabaré; porque formidables, maravillosas son Tus obras; estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien»3. Deberíamos esforzarnos por ver las huellas de Dios tanto en nosotros como en los que nos rodean. Seguramente se te ocurren un montón de cosas que te afligen y que evitan que descubras tu verdadero potencial. ¿Es posible que tu principal aflicción sea simplemente la enfermedad de la comparación? En ese caso, ponte manos a la obra y líbrate de ella. Como dice Steven Curtis Chapman en su canción titulada «Huellas de Dios»: «Eres una obra maestra que toda la creación en silencio aplaude, y estás cubierto con las huellas de Dios». Notas a pie de página 1 Hebreos 4:15 2 Matero 4:8 NVI 3 Versión Reina Valera Traducción: Victoria Martínez y Antonia López. © La Familia Internacional, 2014 Categorías: compararse