Adorno en el tiempo: el imperativo de entrecomillar imperativos. Alicia García Ruiz . “The English language, although able to express the thoughts of Hamlet and the tragedy of King Lear, has no words for “Fieberschauer” (attacks of fever) or “Kopfschmerzen” (suffering pains in the head)”. V. Woolf On being ill. “Lo que vale más en el hombre es su capacidad de insatisfacción. Si algo divino posee es, precisamente, su divino descontento, especie de amor sin amado y un como dolor que sentimos en miembros que no tenemos. Pero bajo el gesto insatisfecho del joven príncipe Hamlet que hace el hombre ante el universo, se esconden tres maneras de alma muy diferentes: dos buenas y una mala”. G. W. Hegel Lecciones sobre Filosofía de la Historia Universal. “Todo esto era una misión, ¿pero fuiste capaz de cumplirla? ¿No estabas siempre distraído por la esperanza, como si todo ello te anunciara a una amada?” R.M. Rilke. Elegías de Duino. 1. El problema de la actualidad. Hay una constatación que no es siempre evidente: toda filosofía se hace en el tiempo. Ahora bien, que se haga en el tiempo quiere decir al menos dos cosas: una, que se inserta en un tiempo datable y dos que se hace a lo largo del tiempo, es decir, que continúa desarrollándose más allá de su punto de inicio, del momento en el que se desencadena su acontecer como fenómeno de sentido. ¿Cómo puede llegar convertirse un «nunca más» en un «siempre ya»?. Esta es la pregunta que acompaña al presente conjunto de reflexiones. En el historicismo idealista de corte hegeliano el enunciado que gobierna nuestras relaciones con los acontecimientos históricos se dejaría resumir en la siguiente fórmula: «todo ha pasado ya». Este «todo ha pasado ya» actuaría a ambos lados del eje temporal, esto es, rigiendo una relación cerrada con el pasado y sobredeterminando el futuro, en su posibilidad ya cumplida de futuro anterior. Combatir esta fórmula es lo que significa para Adorno una crítica del hegelianismo que haga un uso crítico de la forma misma hegeliana: hay que buscar una forma de relación con la filosofía y con la cultura que no caiga en una categoría ya supeditada a este esquema gnoseológico del que casi no se puede escapar, que lo atrapa todo en sus casillas. 1 Si el proyecto adorniano es el de una reapropiación crítica del legado de Hegel, una forma de hacer trabajar su legado debería ser precisamente no convertirlo en hegeliano, esto es, someter tal legado a aquello a lo que él mismo está apuntando más allá de sí, problematizando. Aquello que no le es posible contemplar por su carácter epocal. Se trata de un diagnóstico filosófico, lo que significa que, bien entendido, se prolonga hasta el presente no como contenido sino como tematización. El legado adorniano en la cuestión del llamado nuevo imperativo categórico está, pues, anunciando una forma de problematizar la Ilustración en sus propios términos, esto es, señalando el giro interpretativo que ha de abordar la filosofía para no sucumbir a sus propios cantos de sirenas. El llamado problema de la actualidad no hace, pues, referencia a la actualidad de una filosofía como si se tratara de la actualidad de un contenido mediático. La actualidad filosófica es, por el contrario, una manera de insertarse en el tiempo de modo problemático, una forma de desestratificarlo, de permanecer al margen de ese carácter epocal a base de radicalizarlo. En síntesis, la actualidad filosófica ha de ser ante todo una forma intempestiva, como sostuvo Nietzsche. Es por este motivo por el que la responsabilidad compartida de extraer el sentido de actualidad intempestiva de Adorno sería una construcción colectiva, edificada por el propio Adorno no menos que por sus exegetas en el tiempo. De ahí su extraordinaria actualidad. Parte de una advertencia simple, pero crucial: el conocimiento se puede convertir en metafísica cuando se absolutiza su contenido en el tiempo. La «Filosofía Primera» ha de ser puesta en movimiento a través de un ejercicio de estilo de la propia filosofía como historia y como interpretación. Parece claro, entonces, que esto debería incluir al mismo Adorno como función-autor, como entrecomillado. Es por este motivo, como veremos más adelante, por el que Jameson señala que la historia crítica de la recepción de Adorno forma parte de la problemática misma que su obra ayuda a diagnosticar y que tiene que ver con las formas de temporalización a las que toda teoría crítica ha de ser cuidadosamente sensible. Precisamente un punto en el que los fastos de centenarios autoriales no suelen reparar: qué significa verdaderamente, revisitar a un autor en el tiempo. En el mismo Hegel ya encontramos una denuncia a la construcción filosófica de la historia como un a-priori, sin someterlo al trabajo del concepto, que es pensar los acontecimientos, cualificarlos, estableciendo la relación temporal que media entre el pensamiento y lo sucedido. Pero ahí, justamente, se encuentra también el problema hegeliano: en esa relación típicamente autoclausurada de que todo lo pensable ha sucedido ya, si es cierto lo que en el capítulo 1, “ La visión racional de la Historia Universal” de las Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal leemos, esto es, que la consideración filosófica “no tiene otro designio que eliminar lo contingente” i . Si la “contingencia es lo mismo que la necesidad externa, esto es, una necesidad que se remonta a causas, las cuales son sólo circunstancias externas” y por esta razón “debemos buscar en la historia un fin universal, el fin último del mundo, no un fin particular del espíritu subjetivo”, tal como sostiene Hegel en la obra citada, entonces la necesidad externa queda suspendida por otro tipo de determinación subjetiva igualmente férrea, igualmente totalizante y totalitaria: la de no ser mas que como hemos podido hacer que llegue a ser la historia. Es entonces cuando se desencadena el hechizo: el «nunca más» se convierte en un «siempre ya», porque no hemos podido sino hacerlo de ese modo. Es justamente de este extremo aquel del que trata de escapar Adorno, mediante la repetición constante del “hacer consciente” del “tomar idea”, que viene a denunciar, en suma, la no transparencia de ese cierre casi perfecto de la subjetividad y de una época sobre sí misma. Se trata de proponer el ejercicio constante de una razón que no es autoevidente a sí misma, por lo cual es la que permite salvaguardar la posibilidad del «nunca más» como parte del 2 problema más amplio de salvaguardar de la posibilidad de un «algo más» Si no hay posibilidad de un «algo más» entonces todo «ya ha sido», el pensamiento lo ha fagocitado todo. Pero para salvaguardar este otro sustrato vital sin calificar, este «algo más» sobre el que construir el «nunca más» del nuevo imperativo categórico adorniano, el mismo Adorno-autor debe sucumbir como contenido sustantivo, como enunciado. Esto es la tarea responsable del crítico posterior que lee en el tiempo al «crítico Adorno». De otro modo, el «nunca más» cae en su propia gravedad, en el bucle hechizado de la repetición del enunciado interruptor que se ha convertido, no obstante, en fórmula. En otras palabras, cae presa de la melancólica compulsividad del retorno inconsciente, de la viscosa seducción del «siempre ya» que no es consciente de sí mismo, o sea, que no es un «siempre ya» derivado de la autointerpretación constante y que ha renunciado a cualquier fundamento estable último. Por el contrario, se trata de la aparición mortuoria de un «siempre ya» adulterado, que supone un pasado sucedido de una vez para siempre, quedando seguro en el supuesto fondo inamovible del pasado que se considera concluso y de un «siempre ya» que surge precisamente de esa falsa seguridad, motivando que se repitan inconscientemente las condiciones históricas sobre las que se alzó ese pasado que se supone superado. Esos dos peligrosos «siempre ya» son los que es necesario combatir, a la luz de lo tematizado por Adorno. A este tipo de «actualidad de la filosofía», a esa urgente labor de insertarse intempestivamente en el tiempo de las ideas y de la historia, es aquella a la que se refería Adorno en su célebre conferencia de 1931. La actualidad de Adorno deriva fundamentalmente de su planteamiento del problema de la actualidad de la filosofía. Por entonces, en 1931, el diagnóstico adorniano fue doble: uno, la tradición del idealismo filosófico no ha sido capaz de dar una teoría unificada de lo real y, dos, su concepción totalizante de lo real delata que no es capaz de reconocer el propio carácter mediado de la mediación que da lugar a la realidad social, lo que le acarrea su sesgo ideológico, derivado de lo anterior. La negatividad que parte de su invectiva contra el principio de identidad, crítica que a la vez es herencia hegeliana reapropiada, es la vía de desarrollo de la actualidad de una filosofía que Adorno reconoce y presenta como crucial en su crítica de la vida. De este modo, Adorno muestra como, en un tipo de vía interpretativa como la que él propone como cauce filosófico, siempre subsiste el problema, pero nunca la solución. La solución es siempre interpretativa. Y esto es parte de la solución misma, que no existe como tal, que es y debe ser permanentemente una no-solución. En 1960 Adorno escribe acerca de la situación de olvido general e interesado sobre Auschwitz “We all also familiar with the readiness today to deny or minimize what happened” ii . Este enunciado ha de ser entendido, de acuerdo con lo que venimos diciendo, en una perspectiva consciente de su distancia temporal con respecto al momento en el que escribe Adorno. Ha de ser entendida desde un ahora y eso quiere decir también que se ha de entender como referido a aquel tiempo en el que los acontecimientos eran directamente negados, en el que la distancia temporal con los sucesos tan breve como para que muchos los quisieran borrar como temerosos de que les alcanzara su brutal realidad o les paralizara en la dura labor de recomenzar, de renacer: “one wants to break free of the past: rightly, because nothing at all can live in its shadow” because there will be no end to the terror as long as guilt and violence are repaid with guilt and violence; wrongly, because the past that one would like to evade is still very much alive” iii Este mismo enunciado cambia completamente de sentido en el tiempo, transcurrido el tiempo. Sigue siendo válido, pero precisamente en su problema y no en su solución. O sea, 3 en la medida en que sigue señalando un territorio en liza: el trabajo de relación comprensiva con el pasado y los desafíos éticos que las formas de realizarlo generan en el presente. Por poner un ejemplo reciente: hace pocos meses se debatió el caso del “historiador” británico David Irving, quien afrontaba una posible condena a prisión por sostener que fueron las autoridades polacas las que colocaron las cámaras de gas en Auschwitz. Es un caso que hace pensar desde un doble conjunto de problemas: tanto por lo que supone la condena como delito de un enunciado en el que se niega un acontecimiento histórico como su valor sintomático, que pudiera ser representativo de la emergencia de un movimiento negacionista por toda Europa del que tal vez no sea descabellado suponer una naturaleza especular al grado de fantasmagoría alcanzado por la gestión del trauma colectivo en la tristemente llamada «industria del holocausto». Lo que ahora nos encontramos, a la luz de lo sucedido, es la necesidad de evaluar cuidadosamente la obra del paso del tiempo sobre el concepto «Auschwitz» y su conversión, justamente, en material lingüístico cuanto más tiempo nos aleja de los acontecimientos. Esta dilatación temporal entre los hechos y su representación social, ocasiona transformaciones en la comprensión de los acontecimientos que deben ser tenidas en cuenta como factor decisivo en el trabajo de reflexión crítica sobre la operación historiográfica y más concretamente, sobre las formas de construcción de los imaginarios colectivos respecto a acontecimientos traumáticos. El historiador norteamericano Dominick La Capra iv identifica acertadamente el trauma en un nivel social con una crisis de representación, en particular con la imposibilidad de dotar a la pérdida traumática de una figuración que impida el retorno compulsivo del acontecimiento traumático sin ningún control. Esa es la diferencia que establece entre los procesos del acting out y del working through. Aunque ambos no son, en propiedad, opuestos sino momentos distintos del proceso traumático, el vacío representativo generado por un abandono a la reviviscencia acrítica o acting out, presta un flaco servicio a la colectividad que debe entramar una representación o relato donde situar la diferencia ontológica entre lo ausente y lo perdido, así como entre el pasado y el presente. Si se confunden en una misma amalgama se corre el peligro de que se produzca un hechizo intergeneracional condenado a la visita espectral de estos conflictos mal gestionados y, en última instancia, desde el punto de vista sociohistórico, a una falta de comprensión de lo sucedido que impida reinscribirlo en un movimiento activo hacia el futuro. El presente exige una evaluación de las formas de inserción narrativa del pasado en el futuro que sea sensible a esta temporalización, una labor propia de un tipo de filosofía crítica que haga entrar la dimensión temporal como procedimiento en el ejercicio de estilo interpretativo filosófico, favoreciendo una toma de distancia que torne operativa la naturaleza hermenéutica que posee toda filosofía, especialmente en lo que se refiere al modo en que el pensador está obligado a contemplar la manera en la que las colectividades elaboran eso llamado «memoria histórica». El acontecimiento traumático del Holocausto ha de ser comprendido en el tiempo concentrándose especialmente en su carácter de producción de sentido. Evidentemente, todo enunciado planteado como absoluto cambia de signo con el tiempo. Esto justamente sucede con el nuevo imperativo categórico adorniano cuando se entiende como obligación de recordar sin especificar cómo, sin tomar en cuenta que el deber de recordar implica el desarrollo paralelo de importantes debates en los que se ponen en juego decisivos procesos sociales en torno a la representación y la referencia así como a las políticas que suscitan y albergan, procesos que plantean un constante desafío epistemológico, ético y político a las sociedades en las que se desarrollan. Se exige así, en un ejercicio de verdadera filosofía crítica, radicalizar la advertencia adorniana más allá de la práctica del recuerdo como reviviscencia, sustentado sobre una operación 4 consciente de transición de la filosofía a una condición interpretativa para someter a constante crítica la propia historia de la filosofía en tanto historia. En este sentido, la historia de la filosofía encierra, a su vez, una cierta filosofía crítica de la historia. Solo así parece posible poder insertarnos más allá de la trampa del «todo ha pasado ya» y su hechizo, que impide ver cómo se prolongan los hechos en el tiempo si son, precisamente, sacados a la luz de su comprensión racional en vez de ser reactivados en una reviviscencia emotiva y traumática, ontológicamente confusa v . Este es el hechizo que trata de analizar Adorno: tomar cualesquiera valores o enunciados como absolutos equivale a osificar lo que son posiciones teóricas datadas que responden a problemáticas igualmente datadas pero que acaban por confundirse con una especie de contenido sustancial inamovible en el tiempo, cuando precisamente su contenido más profundo es el de que no deben ser sometidas a tal osificación, aun a riesgo de ser autoanuladas por su propio poder de advertencia. Tal vez la pregunta, así, no concluya en la época en la que escribe Adorno, ni en nosotros datando aquella pregunta e imaginando su continuidad inmodificada como si un hilo metafísico nos vinculara directamente a aquel tiempo. La pregunta adorniana de qué significaba Auschwitz en un determinado momento del tiempo revela, por el contrario, que también forma parte de la pregunta misma cómo se extiende Auschwitz por el tiempo; que esa es tal vez la interrogación más inquietante que hay que hacerse una y otra vez, en lugar de pensar que ha pasado ya para siempre, que todo ha pasado ya y que es su repetición, tal cual fue, lo que hay que evitar. 2. La vía interpretativa. Lectura-crítica y tiempo de la lectura-crítica son así los dos aspectos que contempla la vía interpretativa propuesta por Adorno. No queda más remedio que citar la inteligente formulación con la que Tiedemann hace justicia a la intención adorniana de combatir la tentación de cualquier tipo de absolutismo: “the transition from philosophy to interpretation; this elevates neither the symbol nor the simbolized to the status of an absolute; but seeks the truth at the point where thought secularizes the irretrievable primal image of sacred texts” vi . El concepto de interpretación de Adorno es muy diferente, en un aspecto poco evidente pero crucial vii , del de la interpretación entendida desde la hermeneútica tradicional. La hermeneútica tradicional opera a partir de asumir un presunto carácter significativo de la totalidad histórico-social, cuando eso es justamente lo que trata de interrumpir la interpretación adorniana. Para Adorno, esta presunción de totalidad con sentido es especialmente peligrosa porque corre el riesgo de que, al atribuir un sentido previo a toda formación social se la da por definitiva, con lo cual lo que hay por desvelar, por hacer consciente, por analizar sería en cierto modo ya lo que «ha podido llegar a ser», que es, por tanto, formulado a partir de un implícito «no podía no ser», pues la unidad de sentido de lo real ya esta ahí, desde siempre, esperando. Este tipo de hermenéutica conservadora contra la que lanza su diatriba la interpretación disruptora de Adorno siempre otorga sentido retrospectivo a la historia y a lo existente. Esto es conceder demasiado, piensa Adorno. La interpretación, precisamente, tiene la labor de cortocircuitar esta ilusión retrospectiva propia de la filosofía idealista cuando se absolutiza. La propuesta de Adorno construye así un objeto y un proyecto filosóficos que parten de la ininteligibilidad como paradójica premisa interpretativa. En este sentido, se revelarían contra todo pragmatismo osificante en un movimiento a contrapelo, que fragmenta, que interrumpe, el peligro de viscosidad en el que caen las llamadas «community claims» cuando se toman por valor absoluto viii . La experiencia del sentido no puede ser sino la experiencia de una ruina en el momento histórico en el que piensa Adorno. Y esta ruina atestigua una 5 violencia. Pero quedarse a vivir ahí o enterrar las ruinas con capas de cemento social equivale a arruinar la propia capacidad de otorgar sentido a la historia. Otorgar aquí no es encontrar, como, sobre todo, hacer, empezando por un hacer ver, una insight, una perspectiva y una perspicacia: “The strategic insight that, conceive as a ruin, historical objetcs were not just dead but also liberated from a totalizing historical reason, and, as liberated, presented themselves to the attention of the critic as material for the construction of constellations. Resisting to the homogenizing imperatives of instrumental reason is to be sought in the temporal slippings, gaps, discontinuities, and paradoxical returns and reanimations of the material, resisting the modern imperative for temporal continuity and historical progress, as much as in the preservation of a supposedly pristine faculty of mimesis” ix . Desmantelar textos de la tradición occidental es una manera de practicar la legibilidad más extrema, o sea, la que revela que leer es experimentar en algún momento la ilegibilidad misma de un todo en tanto todo. Alejamiento crítico que es condición de partida de la legibilidad. No podemos leer todo porque nuestra lectura no coincide con el todo, tiene un isomorfismo limitado. La fragmentación, no menos que su aparente opuesto, la totalidad, aparece así como huella de una violencia estructural que se revela en la fragmentación misma por ser tal, esto es, por no contener todos los elementos sino aquellos que han llegado a ese momento de percepción cultural. Lo mismo cabe decir de la idea de totalidad, que sería la ignorancia u olvido de la fragmentación en tanto fragmentación. La fragmentación y la violencia estructural que revela en su forma abre, no obstante, la posibilidad de interrumpir la violencia de su momento fundador en otro momento del tiempo, precisamente a partir de su toma de consciencia, de saberla y verla como fragmentaria. El cemento de la tradición revela así como en un vaciado, el negativo del volumen atestiguado por la ruina, cuando ésta se ha disuelto como arena en el viento del tiempo. Un viento que silba dentro de la dureza pétrea de la tradición y la revela hecha de oquedades. El cemento social de la tradición en la que piensa Adorno está horadado por formas significativas en su ausencia. Horadar el cemento de la tradición desde los túneles de la ruina es la manera de preservar así la posibilidad de un pensamiento diferente, de construir nuevas futuras ruinas, nuevos túneles de tiempo. Las cuestiones relativas a las problemáticas generadas por estas discontinuidades temporales, por estos desafíos al imperativo de la continuidad temporal, son decisivas para evaluar la actualidad de la obra de Adorno. Así lo han visto, aunque de muy diferente manera, Habermas y Jameson, quienes sitúan el proyecto de Adorno como eje respecto a la crítica de conceptos derivados del supuesto de continuidad de la Ilustración. Para Habermas, Adorno se suma a la cartera de autores que dan martillazos a la misma, mientras que para Jameson entraría en una puesta al día de cierta parte del proyecto social emancipatorio de la Ilustración, motivo que lo haría esencialmente útil para mantener posiciones marxistas frente al pansemiologismo posmoderno y al giro lingüístico como forma de olvido del sustrato fáctico extradiscursivo de la vida en las sociedades contemporáneas. Para Jameson, el legado crítico de Adorno, su actualidad más profunda, radica precisamente en su valor como filosofía temporalista, en las nuevas formas de temporalización de lo histórico que alumbra y en las problemáticas de la autonomía de la razón que de este modo ayuda a comprender. El programa teórico de Adorno se propone, con mayor o menor logro, comunicar y transformar el movimiento de la poderosa crítica gnoseológica del idealismo en una historiografía materialista. Para Jameson, Adorno nunca va a perder de vista el 6 materialismo filosófico sino que precisamente lo debe mantener para permitir una salida a la prisión idealista en la que puede caer el pensamiento de la Ilustración. El más allá de la racionalidad, la a-racionalidad de eso vivo que ¡ vive pero no es el concepto «vida», es el horizonte de posibilidad del pensamiento mismo para modificarse en el tiempo, para no cancelarse sobre sí mismo. El tiempo de las interrupciones históricas, de la diacronía, es el tiempo de la a-racionalidad que garantiza un ejercicio continuado de la razón sin que ésta se convierta en «metafísica», sin que pierda de vista el fondo material sobre el que se alza, sin que pierda de vista que el material humano sobre el que se construye es tan humano como material. Adorno escribe en una época en la que el olvido histórico era el problema, en la medida, como ya se ha dicho, en que el pasado resultaba tan reciente que se rechazaba su facticidad, hurtando así el derecho mismo de las víctimas a ser recordadas. Para Adorno, la filosofía no ha cumplido el hegeliano papel de iluminarse a sí misma a través de su propio pensamiento sino que ha incumplido tal misión, dejando a la historia sin aporte de sentido más allá de sí misma como ejercicio cerrado de comprension y por lo tanto, sin la posibilidad de entender el hecho decisivo de que la civilización se ha convertido en barbarie y cómo esto ha sido posible. Semejante misión sigue siendo el problema para Adorno. El problema es que la filosofía continúa enamorada de sí misma, esperándose a sí misma, siendo su propia amada, como en la Primera Elegía de Duino de Rilke. Hay una complicidad de la cultura en el descenso a la barbarie que han experimentado las sociedades occidentales. Esto es lo que enuncia y denuncia Adorno, con especial virulencia contra las consecuencias absolutizadoras que acarrea el principio de identidad en la historia de la filosofía. La afirmación de la totalidad hegeliana es particularmente apreciada como un peligro potencial, el comienzo para un asfixiamiento de la diferencia. Sin embargo, aunque no sea acertada tal cual la identidad misma que Adorno hace de la Shoah como consecuencia directa de la modernidad ilustrada, si es necesario tomar nota cuidadosa de su sugerencia sobre las profundas implicaciones que unen ambos momentos y fenómenos y que en la misma obra de Adorno son sometidos a una compleja problematización que, a la par que adopta una forma hegeliana, trata de sortear su vórtice – el olvido. Se trata así de traer a la conciencia el hecho de tal relación entre modernidad ilustrada y Holocausto, como la constante tarea de la filosofía entendida como una vigilancia propia, incesantemente necesaria en los diversos estratos del tiempo. Pero, atención, pues de esto se sigue una grave pregunta: si la ilustración no es un proyecto acabado tampoco uno de sus más tétricos desarrollos lo sería entonces, el Holocausto. Esto es lo que significa ampliar el horizonte de interpretación del imperativo categórico adorniano que a su vez se alza especularmente sobre un imperativo kantiano, que se superponen en esos diferentes estratos temporales. Esta superposición aporta sentido: la condición interpretativa y comprensiva del pensamiento es el mandato del imperativo adorniano tanto como el imperativo mismo. O sea, se afecta a sí misma. Similar estructura ambivalente es la que encontramos constantemente a lo largo de toda la obra de un autor tan complejo como Adorno. El valor de la filosofía está en su labor educativa. De la misma manera que es descabellado suponer una relevancia práctica directa de la filosofía en el curso de los acontecimientos mundiales, especialmente en nuestro siglo, por lo mismo tampoco se acierta en minusvalorar su poder como semilla de sentido, como educación prolongada en el tiempo; en definitiva, como toma de consciencia de procesos sociales. Ni la filosofía o el pensamiento informan la realidad práctica pero, mutatis mutandis, tampoco se agotan en la misma. Si esencia y apariencia coincidieran, de nada serviría la ciencia, dijo Marx. Y en esa disimetría nos lo jugamos todo. 7 El desarrollo del problema educativo filosófico planteado por Adorno se deja comprender más claramente a la luz de una temática benjaminiana decisiva: la de la problemática, entendida en términos materialistas, que hay entre alegoría y verdad, como momentos temporales constitutivos de la actividad crítica y, por lo mismo, de la educación que proporciona la filosofía como crítica cultural. Veámoslo con un poco de detenimiento. En Benjamin se efectúa un uso de la alegoría, que es un hábito de lectura, en todo lo contrario a lo que supone un hábito de lectura, o sea, a contrapelo, como una forma de problematización. Se efectúa así un uso racional de la alegoría. De esta manera, la complejidad del valor hermenéutico contenida en la operación alegórica queda retratada como la propia tarea de la filosofía, tarea que, desde un marco de filiación hegeliana, recoge así, en su pleno sentido, el imperativo adorniano; concretamente su visión interpretativa del papel de la filosofía en la historia, del que nosotros mismos somos agentes de continuación, aunque hayamos de destilar hermeneúticamente cuál es nuestro papel, que está lejos de ser evidente. Debemos, en definitiva, ser lectores cualificados para descubrir cuál es el meta-sentido, la meta-física, oculta en el imperativo adorniano, que se despliega en una forma similar a la que lo hace el proceso de alegoresis benjaminiana. Tal vez sea eso lo que ha llevado a afirmar a Jameson que “que el marxismo de Adorno, que no fue de gran ayuda en períodos previos, pueda convertirse justo en lo que necesitamos nosotros hoy” x Walter Benjamin, en su ensayo Afinidades Electivas realiza una distinción entre «contenido efectivo» y «contenido de verdad», precisamente a fin de indicar una diferencia entre filología y crítica, partiendo de la idea de que lenguaje y experiencia se imbrican en una teoría de la historia. La crítica busca el último tipo de contenido de la obra, esto es, el contenido de verdad. Pero ambas, crítica y filología, se solapan y se requieren mutuamente, de manera que cuanto más significado tiene el contenido de verdad más vinculado se halla a la forma misma en la que está siendo formulado. El desarrollo del proceso de sentido desencadenado por la obra va produciendo, con el paso del tiempo, la separación entre ambas instancias, en parte como producto del trabajo crítico. De este modo, el contenido de verdad se va configurando como significado latente y el contenido manifiesto aflorando como significado manifiesto xi , tal como explica del siguiente modo Benjamin en el inicio de su ensayo sobre Goethe: “Lo stato presente della critica letteraria induce ad atribuire l’ampieza in ricerche del genere a un interesse filológico piuttosto che a un interesse propriamente critico. L’esposizione seguente delle Affinità elettive, che scende anche nei particolare, potrebbe quindi traer in inganno circa l’intentione con cui è svolta. Potrebbe apparire come un comentario, mentre è intesa come una critica. La critica cerca il contenuto di verità di un’opera d’arte, il comentario il suo contenuto reale. Il raporto fra i due determina quella legge fondamentale de la letteratura per cui, quanto piú significativo è il contenuto di verità di un’opera, e tanto piú strettamente e e invisibilmente esso è legato al suo contenuto reale Se durevoli si rivelano perciò proprio quelle opere la cui verità è piu profondamente calata nel loro contenuto reale, nel corso di questa durata gli elementi reali si impongono tanto piú nettamente allo sguardo dell’osservatore quanto piú si estinguono nel mondo. Ma con ciò contenuto reale e contenuto di verità, uniti nella giovinezza dell’opera, si separano nel corso della sua durata, poichè il secondo continua a restare nascosto, mentre il primo viene alla luce. Sempre piú, quindi, per ogni critico sucesivo, l’interpretatione di ciò che colpisce e stupisce, il contenuto reale, assurge a condicione preliminare [...] Il problema critico fondamentale, se la parvenza di un contenuto di verità sia dovuta al contenuto reale, o se la vita del contenuto reale sia dovuta al contenuto di verità” xii 8 Trasladando este problema crítico, en su densidad epistemológica, a la propia labor de la filosofía hace aflorar una cuestión filosófica originaria relativa a la representación de la verdad en el tiempo. La filosofía, así, tiende a la representación de la idea –en la cual se identifican platónicamente el ser y la verdad en un inicio, en el propio aparecer- y no tanto, en cambio, a la posesión –cognoscitiva- del objeto. De la misma manera, tal como expresara Heidegger en La doctrina de la verdad en Platón, la noción de verdad contenida en la alegoría de la caverna despliega dos factores esenciales al desvelamiento o aletheia: uno, que no sólo hace aparecer lo ocultado sino el hecho de la ocultación y, dos, que supone constantemente una superación del ocultamiento mismo. En la interpretación heideggeriana de tal mito, la esencia del agathon no es la de un valor en sentido nietzscheano, un contenido sustantivo, sino la de una forma de vida en sentido antropológico, un espacio de aparición, en la que la privación pertenece a la esencia misma de la verdad, de la misma manera que el propio concepto de paideia incluye una relación esencial con la falta de educación, con la necesidad de la misma. Sólo se puede aprender cuando se es consciente de que no se sabe. Solo se sabe la verdad reconociendo su carácter fundamentalmente negativo. Así, la noción de verdad pierde su implicación dogmática, adquiriendo un valor interpretativo, que se alcanza en el ejercicio de la forma filosófica. Hay una relación especular, por lo tanto, entre el contenido de verdad que la alegoría esconde en su interior y la representación de la verdad que la filosofía asume como su objetivo, en los términos citados de interpretación considerada como hacer aflorar ese significado latente señalando su propia condición de latencia. El problema del método filosófico se transforma así en problema de función representativa y de la forma expresiva que toma este camino filosófico. De esta manera, el objeto de conocimiento es atraído dentro del texto mismo que lo describe y coincide, en cierto momento del tiempo, con él. Pero la actividad crítica y filosófica es responsable del desarrollo del problema más allá de su contenido epocal. Es, así, responsable del trabajo de deslindar progresivamente ambos contenidos, contenido efectual y contenido de verdad, que en principio están suturados en la unidad antropológica que supone la forma de vida en la que el problema como contenido concreto aparece. Sólo el desarrollo en el tiempo nos va desvelando lo que también había contenido en él. Paradójicamente, a partir de la progresiva separación de los dos contenidos, efectual y de verdad, el objeto filosófico mismo, el objeto cognoscitivo, va adquiriendo las connotaciones de la verdad, que no es otro que una experiencia de la misma, de modo que queda enraizado existencialmente en la experiencia del sujeto que conoce y representa. Que comprende, en otras palabras, a través de su experiencia de comprensión, si bien semejante proceso sólo se puede emprender a partir de la disociación del contenido efectual respecto al logos en el que estaba engastado. 3. El imperativo en el tiempo. La verdad latente del imperativo adorniano se hallaría así en el propio carácter autointerpretativo de la filosofía: en el despliegue de la experiencia histórica del problema como parte de la verdad del mismo, de modo que la experiencia histórica sea, en sí, la propia experiencia de una verdad. Un problema que se despliega en su desarrollo y en cada uno de los estados de su solución momentánea. Auschwitz no ha terminado, en este orden de existencia, sino que sería un terremoto que aún retumba en los estratos del tiempo histórico. Pero no existe como una mera revivencia, como la forma fantasmagórica de un trauma colectivo, sino como un problema cuya experiencia histórica se despliega más allá de él, se despliega a lo largo del tiempo y lo hace como problema filosófico de primer orden, como filosofía primera que ha de ser materializada. Este es el enigmático sentido paradójico del 9 imperativo adorniano, que ya hemos mencionado anteriormente: que debe perecer como contenido particular a fin de realizarse como contenido de experiencia de verdad histórica en el tiempo. Ser conscientes del paso del «nunca más» al «ya siempre» es la única manera de asegurar en el tiempo un «nunca más» efectivo. Es necesario considerar el «ya siempre» precisamente como el peligro que hay que sortear, como esa identidad que confunde, porque los funde, la razón y lo externo a ella, el sujeto y el objeto. El «ya siempre» es el peligro mismo, el peligro que ya se ha planteado de modo irrevocable por el hecho mismo de haberse producido, esa identificación perniciosa. La formulación del «ya siempre» es así el peligro y sólo formulándolo se puede retrasar su efecto. No hay vuelta atrás, ya se ha planteado y retumba en el tiempo para siempre. Pero precisamente en el instante mismo del peligro está la salvación, en renunciar a toda salvación, a toda promesa redentora, a toda esperanza de revocar lo irrevocable. Nec spe, nec metu. La cuestión estribaría, pues, en no olvidar que la narrativa histórica incluye, en su desestratificación discursiva del tiempo, dos tipos de contenidos alegóricos: contenidos efectuales y de verdad, que han de ser convenientemente entrecomillados, que marcan transformaciones, posiciones, dinámicas en el tiempo con sus correspondientes «efectos de realidad». En la comprensión histórica, el entrecomillado es la vigilancia epistemológica misma resumida en un gesto filosófico mínimo, pero crucial. Este es, pues, el nuevo imperativo categórico tal como lo formula Adorno: “Hitler has imposed a new categorical imperative on human beings in their state of unfreedom: to arrange their thoughts and actions in such a way that Auschwitz should never be repeated, that nothing of the sort should ever happen again. This imperative is as resistant to explanation as was the given nature of Kant´s imperative in its day. To treat it discursively would be an outrage: it gives us a bodily sensation of an external moral factor. “Bodily”, because it represents our active sense of abhorrence in the face of the intolerable physical pain to which individuals are exposed” xiii La categoría del «factor externo», tal como explica Tiedemann, es crucial en la tarea de resistencia al principio totalitario de identidad que se propone el materialismo de Adorno y la pieza clave para entender en qué sentido se dice que un tratamiento discursivo podría ser un ultraje. No es que el imperativo no se pueda discursivizar, es que su condición originaria no procede del discurso, aunque su existencia sea discursiva. Ese “external moral factor” es el elemento de realidad factual sin la cual ni la acción moral ni la perspectiva racional podrían tener lugar en una sociedad empírica. Es el elemento de lo irracional en el sentido de «lo que hay más allá de la razón», esto es, lo a-racional “According to the rules of rationality it –the external factor- contains an irrational aspect”. Sería, desde luego, otra forma muy diferente respecto a la disociación entre tipos de racionalidades que, tal como ha señalado Bauman xiv , se produjo con Auschwitz, esto es, el divorcio entre racionalidad individual y la racionalidad general de la situación, pero forma parte de un conjunto de problemáticas emparentadas en torno al uso problemático de la razón y que nos remontan a la mismísima matriz de la Ilustración. La de Adorno es una filosofía del límite en este sentido que señala Tiedemann: “Adorno´s theoretical philosophy, which is concerned above all with the discursive knowledge of reality, requires the imperative that the horror of genocide must not be allowed to recur”. Pero, insistamos una vez más, esto es un contenido efectual, que es distinto de un contenido de verdad. Es ese contenido de verdad en el que todo el sentido del imperativo adorniano sale a la luz, andando el tiempo en el que se juega el ejercicio más completo de la razón, el de 10 reconocer sus límites, esto es, su propia forma no como limitación sino como límite, o sea, temporalidad. ¿Cómo puede producirse tal iluminación, sin embargo, en nuestro panorama actual, en el que vivimos en medio de un ejercicio obsesivo de la memoria, del «nunca más» elevado a ensalmo? Precisamente con la osificación que produce la propia repetición en acto del imperativo como fórmula hecha, esto es, no sometido a un trabajo crítico en el tiempo, sino repetido compulsivamente como un trauma. Elevar a Auschwitz a la categoría de símbolo intemporal, esto es, calificarlo bajo una metafísica que se presenta como intemporal, es un enunciado que sí que tiene un sentido temporal muy preciso: es justamente lo que propicia la propia posibilidad de la repetición de Auschwitz. Creernos a salvo de Auschwitz en unas seguras fronteras temporales es ignorar su peligro más oculto. Entrecomillar “Auschwitz” y ese “nunca más” no es quitar su especificidad sino justamente darle su especificidad más terrible, aquella hacia la que señala la capacidad condensadora del signo “Auschwitz”, que es lo que precisamente detectó alarmado Adorno. Como ya se ha dicho, al hacer referencia al juego conceptual entre el «nunca más» y el «ya siempre» la especificidad terrible de Auschwitz como contenido efectual no es sólo la de haber sucedido sino la de que, una vez sucedido, puede volver a suceder precisamente por el hecho de que se han dado las circunstancias suficientes para que haya sucedido. Es decir, la especificidad de Auschwitz es la de algo repetible como tendencia posible en una civilización suicida y potencialmente asesina. Esa es la terrible maldición de Auschwitz: que una vez sucedida, ya no hay marcha atrás, sino sólo la necesidad de que no se repita. Y esto formaría parte de su contenido de verdad en el tiempo, que afecta a su propio proceso discursivo de interpretación. Si se olvida que su repetibilidad es su especificidad más torva - y no sólo ya su concreto y terrible «haber acontecido»- y no sólo como peligro potencial sino como peligro que continúa desplegándose en el tiempo, entonces cuando la maldición se consuma y “Auschwitz” puede repetirse una y otra vez. Afirma Tiedemann que “the identity of the concept negates the nonidentity of the thing” en referencia a la masificación-objetivización a la que es sometido el individuo en el campo de concentración. Es una de las críticas básicas del pensamiento adorniano: la del principio de identidad, que es desafiado por la dialéctica negativa. Adorno dirige una crítica a esa lógica en la que se expresa la “indiferencia a lo individual” en la subsunción dentro de un colectivo desdiferenciado. Cabe pensar, no obstante, si no es necesario, conforme avanza el tiempo y se va desplegando la verdad de la experiencia histórica del concepto, invertir el mismo –y acertado- esquema de Tiedemann a partir de Adorno, para descubrir un nuevo e inesperado sentido profundo de la lectura de Adorno en el tiempo y de su «nuevo imperativo categórico», también referido a la cuestión entre identidad y diferencia, de la homología o heterología. El resultado de tal inversión dialéctica sería, entonces, ahora la de que “la noidentidad del concepto afirma la identidad de las cosas” o sea, la identidad que marca el peligro de lo que puede volver a repetirse en diferentes formas, más allá de la falsa seguridad del concepto cuando se eleva a la categoría de metafísico, irrepetido, de algo fundacional que actúa como pulsador del cronómetro de un tiempo congelado y traumático. Que hay más «Auschwitz» replicados en los estratos temporales. Precisamente de la repetición compulsiva y cíclica que temía Adorno. Semejante advertencia sólo puede venir de una concepción de la metafísica como negatividad, como contenido de verdad que se despliega en la propia materialidad temporalizada del discurso. La inmersión en la metafísica de las cosas tiene lugar a través del lenguaje, de la vertiente interpretativa de la filosofía adorniana. La doctrina de la homología que Adorno parece tener en mente renuncia, en su tratamiento de las cosas, al fetichismo de la identidad, pero no a la 11 secreta homología que mantienen en su forma de descripción, esto es, en la forma misma de la investigación filosófica, el ejercicio del lenguaje. Es por este motivo por el que el lenguaje es capaz de una cierta metafísica inmanente, de hallar homologías secretas entre las cosas, de revelarlas en diferentes planos de existencia, incluyendo la acción de la temporalidad. Las cosas sólo se pueden reconocer entre ellas como semejantes en el seno del lenguaje y no por la metafísica fetichista de un lenguaje que se presentara a sí mismo como si no fuera ya, desde siempre, una mediación. 4. El olvido de la vida. Señala por esto Tiedemann –y también acertadamente- que Adorno nunca suscribió el desdén posmoderno hacia la metafísica, como algo que debe ser relegado a la historia de la filosofía. Tiedemann aventura que, en contraste con el proyecto del llamado pensamiento post-metafísico, el propio Adorno sabía que su filosofía estaba encadenada a la existencia concreta, motivo por el cual buscó un modo materialista de mantenerse lo más en contacto posible con tal realidad. El programa filosófico de Adorno no es, pues, eliminar por el pensamiento el elemento extraño al mismo sino precisamente penetrar mediante el pensamiento en él en un intento de abrirlo desde dentro, a través del medio del lenguaje. «Materialismo» en el programa adorniano sería, así, una radicalización del subjetivismo: en el extraño sentido según señala Tiedemann, de que las realidades objetivas deben su existencia a la experiencia subjetiva. La necesidad de hacer hablar al dolor, el dolor como subjetividad trascendida, epitomiza precisamente la tarea irrenunciable de la filosofía. El dolor es lo que el sujeto experimenta como su subjetividad más interna, pero su expresión es mediada objetivamente. Por eso el sufrimiento ha convertido en un refugio la metafísica, en el sentido de algo que trasciende la existencia material, o sea, que tiene su espacio en el lenguaje, pero de manera negativa. El lenguaje sólo puede objetivar la imposibilidad de su expresión, expresando así el dolor mismo en la única forma en la que puede ser expresado. De este modo, sólo una filosofía interpretativa que renuncia a la aspiración de toda filosofía sistemática de construir el mundo como un todo puede guardar lugar para un tratamiento filosófico del dolor y por lo tanto, del sustrato de vida que lo padece. Aspira precisamente a lo que nunca le ha sido posible alcanzar a ninguna filosofía de sistemas, esto es, abrirse a lo irresoluble por el mismo sistema, a lo a-racional. Así, para la filosofía de la interpretación, en relación con el dolor, la verdad no puede destilarse ni en la construcción de un enunciado adecuado a partir de conceptos previos, ni por una aletheia ni por la revelación de un texto sagrado. Su aspiración es muy otra y de carácter secular, aspira a abrirse a lo transitorio, a lo mortal, al “estrato somático de vida” que queda fuera de toda meta-física cerrada y fetichista, a “eso que vive” más allá de esa “vida” que, sin embargo, “no está viva”, el concepto que no vive, como reza el aforismo de Kümberger, glosado por Adorno en Minima Moralia. La vocación de la filosofía interpretativa materialista de Adorno es acercarse lo más posible –o sea, alejarse lo menos posible- a ese estrato que sufre, esas formas de vida más allá de las palabras en las que el dolor es hecho material simbólico y se discursiviza. En el marco de la reflexión sobre la comprensión y tratamiento filosófico del dolor de la vida más allá de los conceptos, Adorno habla de las estrategias conscientes y no conscientes de sortear la carga de la culpa. Había una relación enfermiza con el pasado en el momento en el que escribe, una construcción de un complejo colectivo de culpa que lo que generaba era su contrario, la necesidad de escapar a ella y de la especular tarea de la filosofía de poner de manifiesto esta irracionalización, este olvido, así como de generar unos criterios de 12 adecuación ontológica de los términos bajo los cuales se va a hacer hablar al dolor. Hacer hablar al dolor es el proyecto opuesto a realizar un ventrilocuismo innecesario sobre la voz de las víctimas: “something that psicologically has not been mastered, a wound, although the idea of wounds would be rather more appropriate to victims” xv Parece, qué duda cabe, estar adelantando así el problema de la confusión ontológica entre víctimas y traumatizados, que sólo puede ser sorteada sobre la base de una modulación consciente de los usos dialógicos y polifónicos que hace posible el lenguaje, pero también exige, de forma no menos importante, la ilustración constante de los condicionantes extralinguísticos colectivos que forman las condiciones de posibilidad –aún operativas- de lo sucedido en Auschwitz. Adorno relaciona así el problema de la desmemoria con la falta de conciencia de la continuidad histórica: ésta sería un olvido de las condiciones de posibilidad de lo que ha acontecido. Esta exhortación a la memoria debe comprenderse, antes que nada, pues, como la toma de consciencia de un marco de condiciones sociohistóricas concretas, en el que Adorno escribe y que se halla en estrecha conexión con otro problema que él mismo señala: la falta de control sobre procesos inconscientes mal resueltos. Una memoria empeñada en revivir y no en comprender sería una memoria compulsiva y uno de esos procesos inconscientes colectivos contra los que advierte la sociología de Adorno, paralela y complementaria a su metafísica materialista: “One wants to break free of the past: rightily, because nothing at all can live in its shadow, and because there will be no end to the terror as long as guilt and violence are repaid with guilt and violence; wrongly, the past that one would like to evade is still very much alive” xvi . La culpa forma parte, así, del problema tanto como de la solución. Aunque tal vez convenga hablar aquí más de responsabilidad compartida que de culpa, Adorno, en cualquier caso, insiste una vez más en una idea decisiva que se repite a lo largo de toda su obra: la necesidad de regresar a las condiciones materiales de existencia, de alejarse de una metafísica que se conciba como opuesta a la existencia material del sustrato de vida y de los colectivos sociales sobre los que se asienta cualquier consideración metafísica, a los que inevitablemente ha de regresar ad infinitum, ha de atarse. La culpa es real, no es solo un complejo o construcción subjetiva individual o colectivo, es una condición objetiva: “The word «complex» is used to give the impresión that the guilt – which so many ward off, react, and distort through the silliest of rationalizations- is actually no guilt but rather exist in them, in their psychological disposition: the terribly real past is trivialized into merely a figment of the imagination of those who are affected by it”. Sólo teniendo claros este conjunto de limitaciones y especificaciones a la exhortación a recordar, a hacer uso de nuestra capacidad lingúistica y de hacer un uso razonable de la imaginación, se puede decir con Adorno, en la actualidad, que la pérdida de memoria es una pérdida de historia, puesto es la historia es, antes que nada, comprensión de sus condiciones de posibilidad: “the murdered are to be cheated out of the single remaining thing that out powerlessness can offer them: remembrance”. El Diablo al que se refiere Adorno, ejemplificado en el Fausto de Goethe revela así su principio más íntimo: la destrucción de memoria como ejercicio de renuncia a la razón, como desembridamiento de procesos colectivos inconscientes. Pero si la memoria corre el peligro de ser inconsciente, el olvido, para Adorno, en la sociedad administrada no lo es. El olvido del nazismo no puede ser comprendido simplemente en términos de una sicopatología sino que tiene que ver más con una tendencia 13 genérica de la sociedad hacia el olvido en la medida en que desea borrar las huellas de lo que la ha hecho posible: “Even the psychological mechanisms used to defend against painful and unpleasant memories serve highly realistic ends” Queda, por tanto, abierta la pregunta de qué sucedería, en el tiempo, más allá del tiempo en el que Adorno escribió estos textos, con un olvido del olvido. ¿Sería también consciente? 5. La autonomía necesaria. Esto nos enfrenta, sin duda, a la cuestión final y central del problema planteado por el contenido de verdad desplegado en el tiempo por el imperativo categórico señalado por Adorno, cuando es sometido precisamente a lo que el autor postula como incesantemente necesario: la crítica filosófica y no el comentario, por decirlo en términos benjaminianos. Precisamente por esto Adorno denomina a su reflexión invocando un nombre tan grave como el de Kant, porque con ello nos está señalando, en la propia forma de su construcción especular, el problema mismo al que ella se enfrenta: la tarea interpretativa de toda filosofía en el tiempo como autovigilancia. La crítica adorniana nos confronta así con el problema decisivo del ejercicio de la racionalidad y su relación con el uso de la misma como medio para regresar siempre al sustrato de vida, a las condiciones de posibilidad, a lo a-racional, al desafío constante del principio de identidad qe unifica ilegítimamente sujeto y objeto, razón y lo que está más allá de la razón en la forma histórica concreta que ésta adquiere como contenido efectual en un momento dado del tiempo: “The effacement of memory is more the achievement of an all-loo-alert consciousness than its weakness when confronted with the superior strengths of unconscious processes”, dice Adorno al respecto de la pregunta que nos hacíamos en el apartado anterior. Los impulsos irracionales –no los a-racionales- distorsionan los hechos a los que se refieren. Hay una secreta continuidad entre lo irracional y lo racional en el tipo de sociedades en las que Auschwitz ha podido tener lugar. Semejantes impulses, tildados de irracionales, pueden ser racionales en el preciso sentido de que “rely on social tendencies and that anyone who so reacts knows that he is in accord with the spirit of the times”. Semejante juego de inquietantes paralelismos tiene lugar también respecto al central concepto ilustrado de opinión pública; se operativiza su gemelo monstruoso, la “non-public opinion” según fórmula de Bohm, cuando se produce una administración racional de lo irracional. Adorno destaca siempre el papel de lo no racional, de los procesos inconscientes como un poderoso motor del movimiento histórico. Es en esta denuncia precisamente donde se apuntala su afilada crítica de la racionalidad, considerando lo que sucede cuando ésta se funde con un proyecto totalizador. Se produce un solapamiento mortal de lo irracional y lo racional, se puede ser racionalmente irracional. Es racional, en las condiciones de una sociedad totalitaria, fundirse en la totalidad en tanto supone una racionalidad de medios, pero el mismo ejercicio terapéutico de la razón debería conducir entonces a preguntarse ¿es este modo de actuar racional? La naturalización de la razón, su conversión en contenido osificado, no es racional, es ideológica. ¿Por qué? Porque la razón no es capaz de darse razones por si misma, con lo que se señala uno de los principales problemas que ya identificó Arendt en La condición humana xvii , al respecto de la razón instrumental: la relación medio-fin no es capaz de dotar un sentido a la actividad, simplemente queda atrapada en una deriva de la inmanencia de la definición de lo que es un fin, la deriva utilitarista, porque siempre está sometido a una lógica instrumental. 14 De ahí la necesidad de buscar una fundamentación, como ya se ha dicho en el epígrafe referido al olvido de la vida, más allá de la razón. Y de ahí también la doble necesidad de remitirse a especular y especulativamente a Kant tanto como de señalar la distancia que media con respecto a él. Con ello se está significando una cadena de trabajo crítico que comienza ya desde el mismo Kant, que, a su manera, también percibió el mismo peligro de deriva incesante. El espíritu que trata de recuperar Adorno es el de la Ilustración ilustrándose a sí misma, esto es, el de la autonomía del pensamiento, que debe ser autónomo incluso con respecto a sí mismo en un ejercicio continuado de interpretación en diferentes fases de su historia. Y esto, a juicio de Adorno, sólo se consigue poniendo una y otra vez a la luz los procesos inconscientes sociales, que solapan ambos tipos de racionalidad: individual y colectiva y de medios y fines. Las condiciones que engendraron al fascismo continúan activas hoy día, dice en su día Adorno. No se puede derivar el fascismo meramente de condiciones subjetivas, hay que averiguar la trama material estructural sobre la que se alzan las disposiciones subjetivas. “Fascism essentially cannot be derived from subjectives dispositions. The economic order, an to a great extent also the economic organization modeled upon it, now as then renders the majority of people dependent upon conditions beyond their control and thus maintains them in a state of political immaturity”. El orden económico que engendra un determinado modelo de organización: la sociedad administrada. Y la administración de lo irracional es el fenómeno especular del Terror Burocrático, como ya se ha dicho. La dependencia que la mayoría de la gente tiene con respecto a un sistema en el que se dejan estar, en el que no han alcanzado un ejercicio de autonomía, es la terrible fundamentación consuetudinaria del Terror nazi y de todos los «terrores» que puedan surgir en el tiempo a partir suyo. Aquí el concepto de automomía y su especular estado de inmadurez nos conduce, nos señala, como ya se ha dicho, el camino hacia el problema mismo – y el mismo problema- en el tiempo: nos lleva hasta el Kant de la Was ist Aufklärung? xviii y a su idea de la mayoría de edad que se alcanza en el uso ilustrado de la razón como ejercicio crítico de las formas de gobierno. Foucault xix ha visto sagazmente también esta relación entre la actualidad en la filosofía del presente que enuncia Kant y la propuesta crítica franckfurtiana, que precisamente se unirían en la importancia decisiva del «uso privado de la razón» y cómo un verdadero estado democrático ha de garantizar justamente la posibilidad de un uso público de la razón, con lo que se pasa de un problema ético a un problema político: “La manera en la que Kant plantea la cuestión de la Aufklarung es completamente diferente: ni una edad a la cual se pertenece, ni un acontecimiento cuyos signos se percibe, ni la aurora de un cumplimiento. Kant define la Aufklarung de una manera casi enteramente negativa, como una Ausgang, una «salida», un final xx ” Tal como Foucault interpreta, esa salida, además de caracterizarse por ser una tarea y una obligación, es sobre todo un proceso que se está efectuando constantemente, tiene una naturaleza procesual. En este proceso de Ilustración y de mayoría de edad política sucede como en general cabe decir del devenir histórico: los hombres son elementos y agentes del sistema a la vez. Para Foucault, los hombres y mujeres en su ejercicio de razón y de acción histórica desarrollan una razón que no es simplemente una razón instrumental sino una razonieren, esto es, “no cualquier uso de la razón, sino uno muy concreto: el ejercicio de la razón por la razón”. A esto se refería el problema de la deriva utilitarista que hemos visto que también señalaba Arendt. Este ejercicio de salida –histórica- a la crisis –históricaplanteada por una irracionalización de la Ilustración implica una modificación de la relación 15 preexistente entre la autoridad, la voluntad y el uso de la razón. Y este problema, tal como perspicazmente interpreta Foucaul, ya lo había visto Kant. Kant habría sabido así identificar con extraordinaria sagacidad y adelanto un peligro al que se enfrenta la Ilustración y que no es otro que su especular triunfo: que se cancelase a sí misma en un concepto instrumental de razón. Por eso estableció prudentemente esas cláusulas de funcionamiento de la razón ilustrada a las que dedica su célebre contestación a la pregunta sobre qué es la Ilustración. En este uso privado de la razón, se perfila una necesaria autonomía que fundamente y garantice el uso racional de la razón como razioneren, o sea, un uso autotélico de la misma: “The possibility of changing the objetive –namely, societal and political- conditions is extremely limited today, attempts to work against the repetition of Auschwitz are necessarily restricted to the subjective dimension. By this I also mean essentially the psychology of peole who do such things. I do not believe it would help to appeal to eternal values (…) one must come to know the mechanisms that render people capable of such deeds, must reveal these mechanisms to them, and strive, by awakening a general awareness of those mechanisms to prevent people from becoming so again” Por esta razón “The only education that has any sense at all is an education toward critical self-reflection” xxi El poder de resistencia es una dimensión fundamental de la autonomía y de la salvaguarda de la identidad del ser humano frente a la totalización de la institución y de la red de racionalidades perversas en la que cae como en un círculo vicioso toda sociedad donde la vida, el sustrato de la vida, deja de ser un fin y se convierte en un medio “One can speak of the claustrophobia of humanity in the administered world, of a feeling of being incarcerated in a thoroughly societalized, closely woven, netlike environment. The denser the weave, the more one wants to escape. This intensifies the fury against civilization. The revolt against it is violent and irrational” xxii . En este tipo de sociedades se produce un envenenado juego de vínculos por el cual se adulteran las relaciones entre autonomía, razón y autoridad: “The fact that the people no longer had any bonds is responsible for what took place. In fact, the loss of authority, one of the conditions of the sadistic-authoritarian terror”. Los vínculos pasan con facilidad a ser inconscientes, a convertirse en tejido de convicciones. “The amount to heteronomy, a dependence on rules, on norms that cannot be justified by the individual´s own reason. What psychology calls the superego, the conscience, is replaced in the named of bonds by external, unbinding, and interchangeable authorities” xxiii En estas condiciones, resistir es reflexionar y no cooperar. “It is for this reason that the advocacy of bonds is so fatal. People who adopt them more or less voluntarily are placed under a kind of permanent compulsion to obey orders. The single genuine power standing against the principle of Auschwitz is autonomy, if I might use the Kantian expression: the power of reflection, of selfdetermination, of not cooperating” xxiv Así, en Auschwitz se atestiguó un nuevo tipo antropológico que nos resulta bien familiar: el homo adaptativo, que epitomiza la ciega identificación sin que medie distancia crítica alguna con el tejido de creencias comunes. Esto es lo que hace emerger un problema político de primer orden en nuestro siglo: el problema de la colectivización, cuando se vive como el deseo de integrarse y fundirse con un todo. Se produce la irresponsabilidad generalizada, apoyada, como ya se ha dicho, en el narcisismo colectivo, como queda ilustrado, por ejemplo, en el vínculo que señala Adorno entre el nazismo y los espíritus de envanecimiento colectivo, de pertenencia a una colectividad que se considera mejor que otras por los criterios que sea: 16 “Genocide has its roots in the resurrection of aggressive nationalism that has developed in many countries since the end of the nineteenth century” xxv La irresponsabilidad generalizada que personifica el epítome del homo adaptativo, Eichmann, rinde culto a la acción, entendida como eficiencia. Es el tipo que se ha hecho más extendido hoy día, el del hombre de cierto tipo de acción. La falta de capacidad para tener experiencias humanas en la vida cotidiana se acompaña en este nuevo tipo antropológico de una falta de emoción, de un desapego, del ideal de “ser duro” y finalmente de un sobrevalorado y mal entendido realismo. Las gentes de tal naturaleza –segunda naturaleza- tienden a ver a los demás como cosas, justamente tal como prohibía el imperativo categórico kantiano. De este modo “torture is a manipulated and somewhat accelerated adaptation of people to collectives” Como dijo Valery: la inhumanidad tiene un gran futuro. Adorno hace hincapié constante en que este tipo antropológico cruel se relaciona directamente con un déficit en la experiencia de contacto significativo con los otros, de la “verdadera experiencia”. Precisamente para Adorno, sucede lo mismo, la necesidad de adaptación, la organización de la vida cotidiana, es el germen del fascismo y la prueba de que sus condiciones sobreviven: “The necessity of such adaptation, of identification with the given, the status quo, with power as such, creates the potential for totalitarianism. This potential is reinforced by the dissatisfaction and the rage that very constraint to adapt produces and reproduces. Because reality does not deliver the autonomy or, ultimately, the potential happiness that the concept of democracy actually promises, people remain indifferent to democracy, if the do not in fact secretly detest it” xxvi . Se trata de la adaptación o el streamlining. “They would prefer to get rid of the obligation of autonomy, with they suspect cannot be a model for their lives, and prefer to throw themselves into the melting pot of a collective ego”. Hacer conscientes las condiciones que hacen posibles tales individuos y a las que tales individuos hacen posibles, es fundamental en la medida en que los individuos son resultado de esas condiciones, pero no siempre estas condiciones tienen como maldición-corolario el producir necesariamente ese tipo antropológico. La toma de conciencia sobre ellas es una manera de conjurarlas, de impedir su formación. Es condición necesaria, pero no suficiente, o, tal como decía Foucault, el que los individuos sean agentes y elementos del sistema garantiza que no son el único resultado posible de éste, ergo, que pueden modificarlo. Se trata del potencial de la Ilustración que señalan tanto Adorno como Foucault, de la necesidad constante de ver la diferencia como juego sutil y vital, entre lo objetivo y lo subjetivo, entre sujeto y objeto, entre razón y a-razón, entre crítica y comentario; en definitiva, de guardar la necesaria autonomía del pensamiento respecto incluso a sí mismo, de conjurar el hechizo de la identidad: “One must remember that individuals cannot be explained automatically by such conditions. Under similar conditions some people develop in one way and other people completely differently. Nevertheless it would be worth the effort. Simply posing such questions already contains a potential for enligthment”. Una «conciencia reificada» es aquella que es “conciousness blinded to all historical past, all insight into one´s own conditionedness, and posits as absolute what exists contingently”. Palabra crucial ésta: contingencia. Nos indica un lugar fundamental, que afecta al mismo Imperativo categórico adorniano: éste ha de ser sometido a crítica en el tiempo de la misma manera que el kantiano lo es en el suyo para otro tiempo y que todos lo han de ser en un trabajo crítico que despliegue su verdad en el sucederse del tiempo mismo. Hacer 17 conscientes los mecanismos inconscientes sin los cuales Auschwitz no podría haber sucedido significa averiguar el signo, no sólo de cada uno de los «Auschwitz» sino también de cada uno de los «imperativos» que van surgiendo, averiguar críticamente qué significan. Cual es el contenido de verdad que se va despegando de su contenido concreto y contingente. Me gustaría finalizar mencionando una advertencia sobre el amor que realiza Adorno y que es extensible al trabajo crítico necesario sobre cualquier exhortación: Auschwitz sucede en sociedades donde la identificación con el otro, el ponerse en el lugar del otro, está atrofiada. Pero no se trata de confundir esta denuncia con una exhortación al amor. La exhortación al amor forma parte de la frialdad misma, de la falta de ánima, que caracteriza a estas sociedades. Es sintomático predicar el amor porque el amor no se predica, el amor es algo inmediato y en esencia contradice las relaciones mediadas. Exhortar al amor forma parte de la frialdad de las sociedades, está, por lo tanto, ya mediado. El conocimiento de los mecanismos inconscientes, en definitiva, es necesario para bloquearlos, para sortear sus peligros. Es necesario mostrar concretas posibilidades de resistencia a partir de hacer visible, hacer aparecer, el juego de fuerzas sociales que subyace a las formas políticas, esto es, hacerlas conscientes. Esto y no otra cosa, es lo que puede significar en el siglo XXI la «Ilustración». La obligación o tarea pendiente sigue siendo el problema señalado: es ir al pasado, pero, atención, sabiéndolo y problematizándolo como tal pasado. Eso es algo que se olvida en la repetición mecánica del imperativo adorniano, olvidar hacer una distinción epistemológica fundamental respecto a la ontología del pasado y las formas de memoria, que amenaza así con hechizar el imperativo arrojándolo a su extremo contrario, lo que no es hecho consciente, lo que retorna. Solo una consciencia de este carácter procesual de la tarea inacabada del imperativo puede hacerlo funcionar como tal: “It seems to me, rather, that what is conscious could never prove so fateful as what remains unconscious, half-conscious or preconscious. Essentially is a matter of the way in which the past is made present” xxvii . Cuando, actualmente uno va al Holocaust Museum en Washington le introducen en un ascensor ambientado como si fuera un ascensor de la época: paredes artificialmente sucias, pavorosa luz artificial. Los amables empleados proporcionan un pasaporte de mentira donde figura la historia -real- de una persona que murió en los campos de concentración, con sus nombres y apellidos y una foto. Se indica, antes de subir al ascensor, a las visitantes femeninas que escojan uno del montón "mujeres" y a los visitantes masculinos que lo hagan del montón de "hombres". Los visitantes lo hicimos, en recogido silencio y sobre todo, muy disciplinadamente. “El error está en creer que los clásicos lo son por sus soluciones. Entonces no tendrían derecho a subsistir, porque toda solución queda superada. En cambio, el problema es perenne” Hegel, Lecciones sobre la filosofía de la Historia Universal. Para M. i G.W. Hegel Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal. Madrid, Revista de Occidente, 1974. p. 43-44. ii Theodor W. Adorno Can one live after Auschwitz? A philosophical reader. Edited by Rolf Tiedemann. Standford University Press, 2003 p. 4 18 Theodor W. Adorno op.cit. p.4 Dominick La Capra. Writing History, Writing Trauma. Johns Hopkins University Press, Baltimore, 2001 v Es de especial interés para este tema en nuestro país el reciente conjunto de reflexiones en torno a la necesidad de salvaguardar precisamente tales distinciones ontológicas en aras de una autonomía de la memoria, aportadas por Cruz, M. en Las malas pasadas del pasado. Barcelona, Anagrama, 2005 vi Rolf Tiedemann, introducción a Theodor W. Adorno Can one live after Auschwitz? A philosophical reader. Edited by Rolf Tiedemann. Standford University Press, 2003 vii Sigo aquí la util cantera de ideas en la introducción escrita por M. Pensky (ed) a The actuality of Adorno: Critical essays on Adorno and the postmodern. State University of New York: 1997 viii No estaría de más revisitar desde este punto de vista las llamadas «filosofías de la vida cotidiana» de ascendencia más o menos declaradamente pragmatista que están surgiendo sobre todo en el debate teórico estadounidense. ix V. Pensky, op.cit. p. 9. x Jameson, F. Late marxism. Adorno, or the persistence of the dialectic, Verso, Londres, 1992 xi Para un sugerente tratamiento del tema desde una impecable perspectiva filosófico-filológica ver el capítulo dedicado al “materialismo alegórico” benjaminiano de Pinto, R. Dante e le origini della cultura letteraria moderna. París, Champion, 1994xii Cito por la traducción en italiano para evitar retraducir. La cita se encuentra en Benjamin, W. Il concetto di critica nel romanticismo tedesco [Scritti 1919-1922] Edizione y traduzione a cura di Giorgio Agamben. Einaudi, 1982. xiii Cito por la traducción al inglés, la cita se encuentra en la Dialéctica negativa, ubicada en las Gessamelte Werke en el volumen 6, p. 358. xiv V. Bauman, Z. Modernity and Holocaust. Cambridge Polity Press, 1989. xv W. Adorno Can one live after Auschwitz? A philosophical reader. Edited by Rolf Tiedemann. Standford University Press, 2003, p. 5 xvi W. Adorno Can one live after Auschwitz? A philosophical reader. Edited by Rolf Tiedemann. Standford University Press, 2003, p. 6 xvii V Arendt H. The human condition University of Chicago Press, Introduction by Margaret Canovan, p. 173. xviii V. “¿Qué es Ilustración? En Kant, I., Idea de una historia universal en sentido cosmopolita (1784), FCE, Madrid, 1985. xix Ver el capítulo ¿Qué es la ilustración? Foucault, M., Sobre la Ilustración, Madrid, Tecnos, 2003. Traducción y notas de A. Campillo. xx V. Foucault, op.cit. el mismo lugar de aquí en adelante. xxi W. Adorno Can one live after Auschwitz? A philosophical reader. Edited by Rolf Tiedemann. Standford University Press, 2003, p. 21 xxii Adorno, op.cit. p. 21 xxiii Adorno, op.cit, 23. xxiv Adorno, op.cit 23. xxv Adorno, op. cit, 20. Lo cual nos hace pensar en otro problema inquietante: hasta qué punto el interés por señalar la diferencia no está imbuido del mismo espíritu totalitario que trata de sofocarla en el concepto. Cuestión de óptica y ambivalencia, tal vez, como todas las que confrontamos aquí. xxvi Adorno, op.cit, 13. xxvii Adorno, op.cit. 15. iii iv 19